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Ignacio de Loyola escribiendo los Ejercicios Espirituales |
LA IMAGINACIÓN, MOTOR DE LA VOLUNTAD, EN LOS EJERCICIOS IGNACIANOS
Manuel Fernández Espinosa
"Si tuviésemos una teoría de la fantasía como tenemos una lógica,
el arte de inventar -estaría inventado.
A la teoría de la fantasía le corresponde,
en cierto modo, la estética,
así como la teoría de la razón pertenece a la lógica".
(Novalis, "Fragmentos")
Si bien la "fantasía", cuya falta de teoría sistemática lamentaba Friedrich von Hardenberg (1772-1801), tal vez no llegó a ser desarrollada como una "teoría", sí que podemos decir que la "imaginación" fue empleada para unos fines muy otros que los estéticos y ello sería de la mano de alguien insospechado: San Ignacio de Loyola. Ioan Culianu, aquel con el que abríamos esta serie de artículos dedicados a la "imaginación como poder" (ver enlace) ya lo decía: "En la práctica espiritual de los jesuitas, la cultura fantástica del Renacimiento se muestra una última vez con toda su potencia. En efecto, la educación del imaginario representa el método enseñado por Ignacio de Loyola en sus "Ejercicios Espirituales", impresos en 1596 [...] No se trata de una simple meditación, sino de un teatro interior de fantasmas en el que el mismo practicante debe imaginarse como espectador. [...] Evidentemente, los ejercicios de Loyola sacan partido de las grandes realizaciones del Renacimiento en el plano de la manipulación de los fantasmas. Pero aquí estos fantasmas están puestos exclusivamente al servicio de la fe, para realizar la Reforma de la Iglesia, lo que significa que ellos se oponen activamente a la herencia del Renacimiento."
Más o menos en contra de la "herencia del Renacimiento", el hecho es que nuestro San Ignacio empleará como nadie la imaginación, poniéndola al servicio de lo que para la mística española será una constante básica, en palabras de Allison Peers: "El misticismo español es intensamente férvido, realista y personal." El místico español ahonda en su experiencia personal, se adentra en la introspección, no se aleja de las abstracciones, es que prescinde de ellas al menos en las primeras etapas de su andadura ascética (etapa purgativa). Pero, ¿cómo se sirve San Ignacio de Loyola de los poderes ínsitos en la "imaginación" en sus "Ejercicios Espirituales"?
La primera pregunta que cabría hacerse es: Pero, ¿Cómo es esto posible? ¿No era la "imaginación" la "loca de la casa" para una mística como Santa Teresa de Jesús?
Más había dicho Teresa, aunque de modo menos lapidario: a la imaginación la comparó a "esas maripositas de las noches, importunas y desasosegadas", también la llamó "tarabilla de molino" y el Padre Granada describió la imaginación como "una potencia muy libre y muy cerrera, como una bestia salvaje, que se anda de otero en otero" así como "un esclavo fugitivo que se nos va de casa sin licencia". San Juan de la Cruz (a todo esto nos hemos referido en otro capítulo anterior) advierte que "...las aprensiones imaginarias no pueden ser medio proporcionado para la unión con Dios -ya que Dios no cabe en una especie imaginaria" -así lo resume magistralmente nuestro amigo el P. Royo Marín en su "Teología de la perfección cristiana".
Sirva esto arriba dicho para hacernos cargo de la, a simple vista, pésima noción que de la imaginación tenían nuestros grandes místicos españoles. Pésima noción a simple vista. Sin embargo, ya lo comentábamos en su lugar, las prevenciones de nuestros maestros místicos españoles contra los desafueros de la imaginación no significó nunca que la imaginación no tenga otro carácter que el negativo al que apuntan. El mismo tratadista P. Royo Marín, en la excelente obra citada, ofrece los medios para purificar la imaginación: la guarda de los sentidos externos, la cuidada selección de lecturas, el combate contra la ociosidad, la atención a lo que se hace ("age quod agis": haz lo que haces), etcétera.
Sin embargo, sin por ello oponerse a todas las oportunas prácticas ascéticas de purificación de la imaginación, lo que hace y recomienda metódicamente hacer San Ignacio con la imaginación en sus "Ejercicios Espirituales" constituye una proeza espiritual. El papel de la imaginación en los "Ejercicios Espirituales" ignacianos está ordenado, como no podía ser menos, a la salvación del alma y, aunque queda plasmado por escrito en los "Ejercicios..." no constituye como tal una "teoría de lo fantástico" como la que demandaba Novalis, cierto; y no lo constituye dado que a Ignacio, como al resto de místicos españoles, lo que le interesa es el orden práctico. Se trata, por lo tanto, de un pragmatismo espiritual que no se detiene a especular sobre el origen ni los procesos del despliegue de la imaginación. Lo que importa es emplearla para movilizar la voluntad y así transformar -deificar a la postre- al practicante.
¿Qué son los "Ejercicios Espirituales"? Dejemos que el mismo Loyola nos lo diga con la sobriedad marcial que lo caracteriza:
"Porque así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, por la mesma manera, todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman ejercicios espirituales".
La meditación ignaciana es, de entre todos los métodos de meditación cristianos, la que más y mejor se sirve de la imaginación: esto se hace en la preparación y preludios del que empieza a ejercitarse espiritualmente: tras el acto de fe en la presencia de Dios, después de la oración preparatoria general, pidiendo la gracia de hacer óptimamente la meditación, el primer preludio establece la "composición de lugar" (el que propiamente podemos llamar ejercicio de imaginación): esta "composición de lugar" puede ser la re-presentación imaginaria de una escena de la historia salvífica (de la Pasión de Cristo, p. ej.); veámoslo en palabras del mismo General de la Compañía:
"El primer preámbulo es composición viendo el lugar. Aquí es de notar que en la contemplación o meditación visible, así como contemplar a Cristo nuestro Señor, el cual es visible, la composición será ver con la vista de la imaginación el lugar corpóreo donde se halla la cosa que quiero contemplar. Digo el lugar corpóreo, así como un templo o monte, donde se halla Jesu Cristo o nuestra Señora, según lo que quiero contemplar. En la invisible, como es aquí de los pecados, la composición será ver con la vista imaginativa y considerar mi ánima ser encarcerada [encarcelada] en este cuerpo corruptible, y todo el compósito en este valle, como desterrado, entre brutos animales. Digo todo el compósito de ánima y cuerpo".
En los "Ejercicios..." la "composición de lugar", realizada mediante "la vista de la imaginación", puede hacerse orientada hacia escenas que se reconstruyen imaginativamente, previa lección (=lectura) de los misterios del Evangelio... O bien esta misma "vista imaginativa" se aplica a lo que Loyola denomina "contemplación invisible" que es la que tiene que considerar algo más que escenas "históricas" que podemos "recrear" con la imaginación; en la "contemplación invisible" se trata de episodios mucho menos "visibles" por no haber acontecido en la historia fáctica -como sí acontecieron en la historia fáctica todos los misterios de nuestra salvación contenidos en el Nuevo Testamento.
Podemos decir que Loyola distingue, por lo tanto, una "contemplación visible" que concierne a episodios nucleares de la historia fáctica de nuestra salvación y una "contemplación invisible", con la que se refiere a esos "acontecimientos" que Henri Corbin pudiera decirnos que "acontecieron" en el "mundo imaginal" (ver enlace); pues, ¿dónde ocurrió, por ejemplo, la rebelión primordial de los ángeles? Poniendo estas consideraciones a un lado, lo que importa retener es aquello en lo que insistimos: la insoslayable importancia de la "vista imaginativa" para componer la escena que ha de meditarse y mover los afectos y todo el ser entero del practicante para alcanzar lo que se pretende: la reforma profunda de la vida y disponerlo a la conquista del Reino de Dios.
En su preciosa hagiografía de San Ignacio, nos dice el P. Pedro Rivadeneira S. I. que la práctica de los "Ejercicios Espirituales" es ni más ni menos que la fuente de la "institución y fundación de nuestra Compañía". Subraya también el P. Rivadeneira los frutos universales que dimanan de la práctica de estos "Ejercicios..." en tanto que no quedan restringidos a los miembros de la Compañía de Jesús: sirven para toda la Iglesia, para clérigos como para laicos. Y lo que mucho importa: Rivadeneira califica esta espiritual ejercitación como el núcleo de la "escuela" ignaciana, remarcando el carácter práctico en orden a la voluntad para disponer la voluntad a la acción:
"Porque lo que en esta escuela (donde se trata del propio conocimiento) se aprende, no pára [=no se detiene] en solo el entendimiento, mas desciende y se comunica á la voluntad; y así, no es tanto conocimiento especulativo como práctico; no pára en saber, sino en obrar; no es su fin hacer agudos escolásticos, sino virtuosos obreros, y con esto despierta é inclina la voluntad para todo lo bueno, y hace que busque y vaya tras aquella celestial sabiduría que edifica, inflama y enamora, no haciendo tanto caso de la ciencia, que muchas veces desvanece é hincha, y saca al hombre fuera de sí" ("Vida de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús", P. Rivadeneira).
Podemos decir en justicia que San Ignacio de Loyola puso la imaginación a funcionar. Y para hacer bueno el título que escogimos para estos esbozos, en el empleo que de la imaginación hacen los "Ejercicios Espirituales" podemos ver el "poder" de esa "imaginación" más allá del terreno poético y estético. Lo que le importa a San Ignacio es servirse de la imaginación para poner en tensión al practicante y llevarlo a la perfección cristiana. René Fülop-Miller que escribió un precioso ensayito dedicado a Loyola, bajo el tan sugerente como provocador título de "Ignacio, el santo de la voluntad de poder", lo supo decir mejor que nadie:
"Los ejercicios que había ensayado sobre sí mismo con tanto éxito en Manresa, los reunió ahora en un sistema claro, una especie de cartilla para uso de sus futuros discípulos. El resultado de estos esfuerzos fué un librito, que llamó los "Ejercicios Espirituales". En él mostraba que era posible, mediante la voluntad de poder solamente, emanciparse de todos los vínculos mundanos y obrar exclusivamente conforme a la voluntad de Dios y daba indicaciones preciosas sobre cómo conducir los pensamientos, las emociones y la conducta por canales predeterminados. Su principal interés era disciplinar la imaginación evocando específicas imágenes conceptuales, todas las cuales tenían por objeto desarrollar un sentido más sutil de la distinción entre las acciones éticas y las no éticas".
"Disciplinar la imaginación evocando específicas imágenes conceptuales" -he subrayado en el párrafo de Fülop-Miller, por parecerme sobradamente elocuente.
Si Novalis echaba de menos una "teoría de la fantasía", en el mundo católico (no podía ser otra cosa que hispano) la "teoría de la fantasía" tal vez no se había realizado, pero sí se había realizado la experiencia práctica y eficaz de ella con los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio; puestos en orden a alcanzar lo que el también místico español y franciscano fray Juan de los Ángeles llamó "Conquista del espiritual y secreto Reino de Dios".
La calamidad que pasó con la imaginación en el mundo protestante y centroeuropeo, lo que afectó a Novalis y a sus compatriotas y contemporáneos, será considerado en la próxima parte de estos esbozos.
BIBLIOGRAFÍA:
Culianu, Ioan: "Eros y magia en el Renacimiento", Editorial Siruela, 2007.
Loyola, Ignacio de: "Ejercicios Espirituales. Introducción, texto, notas y vocabulario por Cándido de Dalmases, S. I.", Editorial Sal Terrae, 1990.
Allison Peers, E.: "El misticismo español", Colección Austral Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1947.
Royo Marín, Fr. Antonio, O. P.; "Teología de la Perfección Cristiana", La BAC.
Rivadeneira, Pedro, S. I.: "Vida de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús", Biblioteca Clásica Española, Barcelona, 1888.
Füllop-Miller, René: "Agustín, el Santo del Intelecto. Ignacio, el Santo de la Voluntad de Poder", Colección Austral Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1960.