Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
En septiembre del 2011 un servidor llegaba al Perú. Como otros tantos ibéricos, hastiado por el desempleo y la falta de expectativas, crucé el charco buscando oportunidades, lleno de sueños y ganas, siguiendo la estela que muchos otros hijos de la Piel de Toro e islas adyacentes han seguido durante siglos. En mi caso, yo soy historiador y especializado en América, así que juzgué que, como no hay mal que por bien no venga, o era en ese momento o nunca cruzaría el charco. Y así hice. Y acá sigo luego de mil historias y, mal que bien, construir un bagaje.
El escritor colombiano Gabriel García Márquez,
en una entrevista que le realizara Televisión Española en 1995 (1),decía que con el tiempo veríamos de nuevo a los
españoles volviendo a emigrar a América. Sin duda, más sabe el diablo por viejo
que por diablo, porque que sepamos, Gabo no era profeta y sin embargo acertó de
pleno. Pero como pusimos de relieve el historiador quiteño Francisco Núñez del
Arco y un servidor en Quito fue España (Historia del realismo criollo), es
paradójico que a dos siglos de las dizque independencias, se diga (¿desde el
subconsciente?) “son españoles iguales a nosotros”. Pues si todos somos
españoles, ¿por qué nos separamos? O mejor dicho: Ya que nos separamos o nos
separaron, ¿por qué no reconocer el error, luego de doscientos años en los que
nos volvemos a encontrar continuamente?
Hablando de Francisco, cuando este gran amigo,
colega historiador y hermano en la Hispanidad me pidió prologar su mencionado
libro (2) no sentí ilusión, sino lo
siguiente. Ni que decir tiene que acepté sin reservas, pues no en vano, fui
testigo más o menos casual del comienzo de esta epopeya, lo cual me confería
una responsabilidad no exenta de nerviosismo. Porque
si ha habido algo que me haya obsesionado hasta la extenuación dentro de mi
carrera, ése ha sido el
periodo de las "independencias".
Con Francisco había tenido
contacto por internet por mediación de unos amigos argentinos. Y lo pude
conocer en persona en Lima, cuando yo estaba recién llegado, allá por octubre
del 2011. Como todos los octubres, la Ciudad de los Reyes se revestía de morado
para celebrar al Señor de los Milagros y ambos pudimos departir entre el centro
histórico, Miraflores y Barranco de lo divino y lo humano, copando la
centralidad de nuestras conversaciones el tema de las independencias en particular
y la Hispanidad en general.
Desde que conozco a
Francisco, podemos decir que nuestros muertos nos han asistido. Y me explico:
En estos últimos cinco años, hemos perdido a un trío de grandísimos maestros e
inspiradores de nuestras labores a contracorriente: José Manuel González, de
Argentina; Luis Corsi Otálora, de Colombia; José Antonio Pancorvo, de Perú. Y
eso sumado a otras pérdidas no menos sensibles de familiares en particular y
seres queridos en general. El dolor nos ha acompañado aun en las alegrías. Y la
vida ha seguido pasando y, si algo hemos percibido, es que nuestros muertos no
nos han dejado solos. Los anhelos que al principio parecían poca cosa, a día de
hoy forman parte de una realidad que trasciende los tiempos a través de los
hechos. Hemos ahí la eternidad. Hemos ahí la vida. Y
esta visión contracorriente de nuestra historia no va a parar. Empezó en
Hispanoamérica y acá se va a seguir desarrollando.
Luego de todas las
vicisitudes vividas hasta ahora, compartimos el que si hay algo serio que nos
queda en este mundo, es la defensa de lo hispánico desde un punto de vista
integral, acompañándonos de trascendencia y complejidad, con hondas hechuras
metapolíticas que han de bordear el duro, cruel y surrealista contexto que nos
ha tocado vivir/padecer; pero con la alegría de llevar la verdad por delante y
de formar parte de lo auténticamente nuestro. Lo bueno, lo justo, lo verdadero
y lo necesario. Lo que vale la pena. Lo que nos queda. Lo que hemos de poner en
movimiento luego de dos siglos de mentiras y errores.
Ojo: Poner en movimiento y
adaptado a los tiempos que nos ha tocado vivir, que conste. Que bien sabemos
que no se puede volver al pasado; que el pasado no vuelve, que sí. Pero
si nos mienten descaradamente sobre él, nunca tendremos futuro. ¡Y nos negamos
a eso! Y menos cuando quienes dominan son tan ramplones.
Nuestra conciencia sabe que
somos un pueblo cautivo, engañado y alienado, pero dos siglos de mentiras acá y
acullá ya llegan a su fin. Sobre las ruinas que nos infringieron otros y que
nos infringimos nosotros mismos, habrá de rebrotar una luz radiante e
imperiosa; acaso la misma que supo seguir la grandeza del sol y formar tierra a
través de los caminos del mar, juntando las columnas de Hércules con el
Pacífico Norte, las Antillas y las profundidades de los Andes; diciéndole al
mundo cómo era realmente y prolongando un animoso e inquebrantable espíritu
hasta límites insospechados. Y para entendernos a nosotros mismos, y por ende,
amarnos, este gran libro viene como anillo al dedo. Sin leyendas negras. Sin
leyendas rosas. Sin tregua para traidores y endófobos. Sin dejar indiferentes.
Dándole voz a los injustamente silenciados, cuando no vilipendiados. Haciendo
historia. Nuestra historia.
Todos hemos andado en
mundillos ideológicos. Todo el mundo ha sido joven. Y todos hemos salido
decepcionados. Y al final, convergimos en la hispanidad. Tenemos ansias de
saber y amar mejor nuestra historia, pero también tenemos ansias de construir y
de renovar. Y no es algo que esté en el papel, es una realidad. En el tiempo
que llevo en este continente, veo que cuando se juntan los criollos, son en
verdad un mismo país. Lo mismo se puede decir de andinos o negros, o de otras
tantas “etnias” que pululan por la vastedad del Nuevo Mundo. Las fronteras
republicanas de principios del siglo XIX no se corresponden con la realidad, y
corresponden al mismo y terrible patrón de las “fronteras redefinidas” que
Lenin diseñó para la Unión Soviética, sobre las cenizas del Imperio Ruso; así
como los anglosajones y la Francia republicana contribuyeron a la atomización
de las tierras que estaban bajo el Imperio Austrohúngaro. Los anglosajones
fueron muy aficionados a promocionar la dizque “libre autodeterminación de los
pueblos” para, acto seguido, aprovechar y agrandar sus colonias. ¿Cómo se
explica que –como dice Francisco Núñez del Arco- los británicos aún posean una
treintena de enclaves coloniales en el continente americano? ¿Alguna vez se ha
visto al indigenismo denunciar eso?
Además, ¿para qué sirven las
rivalidades entre las repúblicas hispanoamericanas? Mejor dicho: ¿A quién
benefician? ¿A quién/quiénes han beneficiado todas las guerras que ha habido desde
la mismita secesión? ¿Quién estuvo detrás de la Guerra de la Triple Alianza? ¿Y
de la Guerra del Salitre? ¿Y de la Guerra del Chaco?
¿No nos damos cuenta que la
mano anglosajona está detrás? ¿Que desde los tiempos de Cromwell se considera a
las Españas como el enemigo providencial? ¿Qué ya en el siglo XVIII trazaron su
plan para humillar a España, fracasando estrepitosamente en el intento de
invasión de Cartagena de Indias?
Gran Bretaña y Estados
Unidos dirimieron sus diferencias durante todo el siglo XIX, pero entendieron
que nada ganaban peleándose. Y llegó un día que ya no se pelearon más. Nosotros
no hemos entendido este punto. No entendemos que Gran Bretaña sigue siendo un
imperio que, si se sale del euro, va a tener sus recursos en un circuito con
Canadá, Australia, Nueva Zelanda y etc. Gran Bretaña tiene una Commonwealth, y
eso no se desmonta tan fácil. Justamente lo que quiso hacer la Monarquía
Hispánica desde que el conde de Aranda advirtió a Carlos III que mejor era
planificar una independencia pacífica instalando príncipes españoles en cada
virreinato y estableciendo una fuerte alianza diplomática, económica y militar.
América ya era autosuficiente, mas no por ello muchos americanos deseaban
seguir siendo españoles. Por eso mismo, ya en la época de Carlos IV, se fue a
materializar esta idea instalando un príncipe-virrey -en cada virreinato- con un equipo de gobierno
en forma de “soberanía feudal” (3), de tal manera que no hubiera habido
traumas, asentándose una lógica estabilidad que no estaría reñida con mantener
unos lazos más que sólidos con la madre patria. Pero nada de eso se hizo. Y
como advertía el gran pensador ruso Alexander Solzhenitsyn, cada vez que los
zares hacían reformas beneficiosas para el pueblo ruso, los revolucionarios se
encabritaban y preparaban los atentados más atroces, pues no podían permitir
quedar deslegitimados tan obviamente. Ellos siempre fueron conscientes de que
no eran “filántropos”, sino destructores. Y algo muy similar ocurrió en la
América Española a principios del siglo XIX: La invasión de Napoleón fue
tremendamente aprovechada por los traidores que ya estaban a las órdenes de los
intereses británicos. Y entre estos traidores no sólo hubo hispanoamericanos,
sino también peninsulares, revolucionarios ibéricos que escogieron América como
su campo de experimentación; al igual que a día de hoy hacen muchos secuaces del partido ultraprogre Podemos, asesores de políticos de Venezuela, Ecuador o Bolivia. A esos los
indigenistas no los acusan de colonialistas tampoco.
Fijémonos: Quien quiso mandar la gran
expedición para ayudar a los realistas americanos en 1820 (que hubieran
terminado de aplastar a los insurgentes) fue el novohispano Lardizábal, y el
que la frustró y dio el golpe liberal que dio al traste con la política
española fue el peninsular Riego, el mismo que murió arrepentido y abjurando de
lo que había hecho.
En resumidas cuentas: Los liberales no
quisieron un nuevo orden político que respetara la esencia y la tradición y nos
partieron en mil pedazos, llegándonos hasta el alma. Ahora, se impone el
retomar esa vocación imperial supranacional, no porque se haya de volver al
pasado, sino precisamente porque el pasado se truncó con alienados y
sangrientos artificios, y porque el presente ha demostrado la inutilidad de
todos esos estados, incluyendo el “español”. Y en América probablemente sería
esto más fácil que en España, que es una sociedad destruida y avejentada. Con
todos los problemas que tiene América, no deja de haber un gran poso cultural
común, siendo el idioma acaso lo más evidente. No hay entusiasmo por el
bicentenario de las “independencias”. Hay un caldo de cultivo hispanista muy
interesante. Hay que saber aprovecharlo.
Como decimos: Nos adaptamos a los
tiempos que nos ha tocado vivir. Desde la base, con las realidades entrañables
y perceptibles que saltan a la vista, desde el folclore o la gastronomía a
otros temas de enjundia. No queremos ser una opereta. Cuidado con cierto pseudohispanismo (4) que está echando para atrás a gente potencialmente buena y
noble que, con lógica, se acerca al ideal hispánico que ha de estar en
movimiento.
Es una pena que no tengamos un medio
común en todos los sentidos. Porque la corriente está ahí, viva y coleando,
pero nos falta darle fondo y forma y materializarla. Y para eso, hemos de
ponernos al tanto en tener nuestros propios medios comunicativos, forjando
nuestro propio estilo, siempre basado en lo nuestro, en lo orgánico. Lo tenemos
todo para eclosionar. Es cuestión de ponerse y de tomárselo en serio.
Amigos: En este maldito y enloquecido
mundo de la globalización, no hay causa más noble que la hispánica. Hace tiempo
escribí sobre cuáles creía que debían ser las directrices geopolíticas del
hispanismo (5). Ahora veo más claro que nunca que lo que
hay es que desarrollar el hispanismo en nuestra América. Desde el Nuevo Mundo,
vayamos hacia un movimiento hispánico, siendo conscientes de que los realistas
criollos resistieron solos, sin ayuda, y durante buena parte del siglo XIX así
lo hicieron. No hay que esperar nada de España sino más bien al contrario:
Probablemente se la pueda empujar mejor desde el otro lado del charco. La
identidad no se puede borrar. Fijémonos que los godos, que estuvieron tres
siglos en la Península, siempre llamaron “romanos” a sus habitantes. Paradójico
es que luego los españoles fuéramos conocidos como “godos”, y todavía hasta
hoy… ¡Y los moros nos siguen llamando “rumíes”! Y es gracias a esa identidad
que España se reafirmó durante los siglos. Por eso es ahora el turno de los hispanos
de América ante los siglos, porque en ellos está el calor y el dolor. Con la fe
que mueve montañas, esto no ha hecho más que empezar.
¡Vamos!
NOTAS:
(1) Véase:
(2) Algunos enlaces al respecto:
QUITO FUE ESPAÑA: HISTORIA DEL REALISMO CRIOLLO ...
(3) Término usado por el ministro Godoy, tal y como expone Núñez del Arco. Sin duda no fue el mejor político de la historia de las Españas, pero de haberse consumado el plan, tendríamos una Comunidad Hispanoamericana fuerte que en nada envidiaría a la Commonwealth británica.
(4) Recuérdese:
(4) Recuérdese:
CUIDADO CON EL PSEUDOHISPANISMO
(5) Artículo íntegro:
Antonio Moreno Ruiz [1-8].
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