Thomas Bernhard, sentado al aire libre. |
TRASTORNO Y EXTINCIÓN EN THOMAS BERNHARD
Manuel Fernández Espinosa
Thomas Bernhard (1931-1989) es escritor peculiar. Su vida no fue
fácil y en su obra se atestigua el asco que le producía la sociedad burguesa y
la tradición, profesando la iconoclasia y asestando golpes furibundos contra el
Estado y la religión (y, como austriaco, contra la Iglesia católica). Su obra ha sido traducida al español por Miguel
Sáenz. Hubo un tiempo en que Thomas Bernhard desataba en los círculos
intelectuales que lo leían acerbas aversiones lo mismo que esa cándida admiración
que la progresía rinde a todo iconoclasta por el solo hecho de hacer ejercicio
de iconoclasia.
De toda su producción literaria (escribió mucho) merece la pena
destacar “Trastorno” (1966) y “Extinción” (1986). En ambas se encuentra lo
mejor (y lo peor) de Bernhard. Sus lectores más fieles encuentran en “Extinción”
la afinidad del autor con el anarquismo y muchos no salen satisfechos tras leer
“Trastorno”. La prosa de Bernhard es reiterativa y eso supone una dificultad añadida al
lector que se inicia en su lectura.
Sin embargo, los protagonistas de "Trastorno" y "Extinción" tienen muchos
puntos en común. En “Trastorno” el protagonista irrumpe ya avanzada la novela,
después de habernos paseado por distintos escenarios en los que se nos presenta
la sordidez y la decrepitud de los enfermos; los que visita un médico de cabecera rural
al que acompaña su hijo, que es el narrador. Sin embargo, el protagonista no es
ni el médico, ni los enfermos ni el narrador, sino un noble que habita en el castillo de
Hochgobernitz, el Príncipe Saurau. En “Extinción”, el protagonista y narrador
es Franz Josef Murau, un aristócrata cosmopolita que ha abandonado el Wolfsegg
de sus orígenes.
Ambos personajes principales tienen en común su procedencia
aristocrática, pero también su obsesivo soliloquio que puede o no tener
oyentes, pero que cuenta -por supuesto- con el lector que se atreva a terminar el libro. El Príncipe Saurau y Murau son dos
personajes desarraigados que no pueden ocultar su desprecio y hasta su odio por
sus familiares. Murau se ha instalado en Italia, abandonando su Austria natal.
Saurau vive enredado en su laberinto psicótico en el castillo de sus
antepasados, rodeado por una parentela con la que apenas se relaciona, a la que detesta y
provoca, bordeando el suicido. Wolfsegg y Hochgobernitz son dos ámbitos de origen a los
cuales sus respectivos protagonistas aman y odian. Superficialmente el
cosmopolitismo parece tener en Bernhard un apologeta que, en su desarraigo,
produce con su verborrea un discurso que, en la voz de su protagonista o
personaje narrador que ejerce de amanuense, execra el lugar de origen y la condición
de pertenencia a ese lugar, a cualquier lugar: Wolfsegg o Hochgobernitz. Las
razones profundas de esa apuesta a favor de la ciudad contra el ambiente rural
(por más principesco que éste pueda ser) nace de un profundo malestar
cultural: es la Naturaleza la que abruma al hombre y el odio contra el lugar de
origen de los personajes bernhardianos parece que es un reproche a no poder
encontrar ni amparo ni acomodo en ninguna parte, ni siquiera en la casa de los
antepasados.
La Naturaleza es el tema omnipresente de “Trastorno”. La
Naturaleza será invocada por el Príncipe Saurau, pero también por el médico que
recorre el valle con su hijo:
“Precisamente en los días despejados, dijo, en que el mundo se
mostraba en todas direcciones transparente como el aire y, simplemente por su
serenidad, la Naturaleza era bella, el dolor de los que sobrevivían a alguien
muerto hacía tiempo era doble” –solía decir el médico, según el narrador.
Saurau insiste con la Naturaleza: “La persona educada cree
siempre que tiene que ser paternalista con la Naturaleza, aunque es totalmente
dominada por ella”.
Y al término de “Trastorno”, Saurau trata de comprender a su
hijo que vive en Londres y se dedica a estudiar las corrientes socialistas que Saurau desprecia olímpicamente: “Lo
que mi hijo cree que es la Naturaleza no es la Naturaleza (…) Mi hijo se
enfrenta siempre con la Naturaleza como con una literatura”.
Murau también reflexiona sobre la Naturaleza:
“Sólo cuando tenemos una noción exacta del arte tenemos también
una noción exacta de la Naturaleza”.
Pero, ¿qué es la “Naturaleza” en Thomas Bernhard? Podría ser un
tema para una tesis doctoral, pero este artículo no tiene más pretensiones que
aproximarnos a uno de los escritores en lengua alemana más importantes de la
segunda mitad del siglo XX y permitirnos desentrañar su filosofía latente.
Un estudio superficial del suelo filosófico de estas novelas de
Bernhard mostraría que hay una patente presencia de ideas ácratas, siendo
mencionados Bakunin y Kropotkin, pero -todo hay que decirlo- el pensamiento social es algo que Bernhard no toma en serio; ver en Bernhard a un anarquista es ver demasiado poco. De su obra se deduce que no hay esperanza y la esperanza clausura toda utopía: la misantropía del autor es contraria a soluciones sociales para el problema antropológico que no tiene solución: el hombre es un ser desamparado, víctima de la locura, la enfermedad, la degeneración y la decrepitud que inexorablemente conducen al aniquilamiento.
Un estudio edafológico más a fondo
exhumaría muestras suficientes para que pudiéramos decir que lo que constituye
el macizo sobre el que se asienta el pensamiento de Bernhard es la "Aufklärung"
alemana (la Ilustración alemana), el idealismo y Schopenhauer. Pero la
filosofía teutónica dieciochesca y decimonónica es imposible de comprender sin
hacerse cargo de la repercusión (algo más que una influencia superflua) de la
filosofía de Baruch Spinoza en Alemania; así lo veía Friedrich Heinrich
Jacobi en aquella famosa polémica intelectual que se agitó en Alemania a finales del siglo
XVIII.
Con esta clave hermenéutica se nos franquea la posibilidad de comprender
lo que representa la “Naturaleza” en estas novelas de Bernhard: la Naturaleza
es Dios, Dios es la Naturaleza. Estamos ante un completo panteísmo que renuncia
a exaltar la inmanencia y se resigna a conformarse bajo la abrumadora pesantez de la Naturaleza.
Bernhard ha hecho suyo el “Deus sive Natura” de Spinoza y podemos decir que la
literatura de Bernhard es, por lo tanto, una tardía manifestación epigonal del
panteísmo spinozista. Las novelas de Bernhard tienen un cañamazo más panteísta que
existencialista, aunque el pathos de sus personajes atormentados y
desarraigados así como la atmósfera en que a duras penas respiran, pudiera
hacernos creer que estemos ante novelas existencialistas.
El mérito que no podemos regatear a Thomas Bernhard es que en sus novelas asistimos a la lógica conclusión del hombre moderno y occidental, el mismo que ha rechazado al Dios cristiano para arrojarse en el magma incandescente y aniquilador del panteísmo. "Trastorno" y "Extinción" son el testimonio de la desintegración del hombre sin raíces, del sindiós de las sociedades contemporáneas que, aunque no sea tan culto como Bernhard ni como sus personajes, es producto del racionalismo, el panteísmo, la Ilustración y el idealismo.