LA POSADA QUE NO SE RINDE
Luis Gómez
EVOCACIÓN DE DESPEÑAPERROS
Cada vez que alguien menciona el nombre de Despeñaperros o
Sierra Morena, trae a mi memoria gratos recuerdos de mi infancia. En primer
lugar por el hecho de haber tenido que pasar por ese angosto desfiladero en
multitud de ocasiones camino de La Mancha, y eso cuando no había autovía ni
desdoble de carretera ni viaductos ni nada por el estilo.
De pequeño, cuando uno andaba en las aulas infantiles y los
maestros se esforzaban por hacernos entender cuál era la diferencia entre una
cordillera montañosa y una sierra, siempre se recurría al ejemplo de identificar a la sierra con los dientes de
una sierra de carpintero. Los picos de las montañas se recortan en el horizonte
y simulan parecer ese instrumento. Al pasar por Sierra Morena, a mi se me venía
el alma abajo. No veía picos altos y puntiagudos en las montañas, antes bien,
me parecían bastantes romos y achatados esos montes, y no entendía bien el
porqué había de llamarle “sierra”. Tampoco entendía el porqué de llamarla
“Morena”, pues a mis ojos bien verde que estaba. Sólo los incendios que cada
verano asolaban algunas laderas de Despeñaperros, podían quitarme de la cabeza
el que en vez de Sierra Morena” debería de llamarse “Sierra Verde”
Con el paso de los años pude aprender los muchos nombres y
la cantidad de historia que encerraba cada uno de esos cerros que pueblan
Sierra Morena. Los “Montes Marianos”, les llegaron a denominar antaño, y aquí también tuve mi pequeña confusión, pues
yo, iluso de mí, creí que el sobrenombre de “mariano” era debido a que en estas
montañas se le apareció al pastor de Colomera la “Reina de Sierra Morena”, la
“Morenita”, nuestra venerada Virgen de la Cabeza; pero tampoco era por este
motivo, sino que se debió al general Mario, romano que apaciguó la comarca de
bandoleros de la época. Otro apelativo por el que se la reconoció es el de “El
Muradal”, por el muro que representaba la sierra y que separaba Andalucía de la
Meseta.
Pero dejémonos de etimologías. El traspaso de Despeñaperros
desde el Sur hacia el norte, era una
odisea. Los camiones atestaban la carretera, y los coches, caminaban en
procesión tras ellos, despacio, muy despacio. A ambos lados, entre curvas de
ciento ochenta grados y barrancos profundos, se colocaban los puestos de miel y
alfarería que los vendedores ambulantes de las localidades vecinas tenían
instalados por allí. De vez en cuando, se divisaba la línea de ferrocarril, y
si había suerte, se veía el tren pasar por ella. El verde y el agua del río que
atraviesa por esos parajes hace de ese recorrido uno de los mejores parques
naturales con los que cuenta Jaén.
Con tanto ajetreo y viaje, de vez en cuando, uno paraba para
reponer fuerzas. Los viajes eran muy largos, y no había tanta prisa por llegar
al destino como hoy en día.
Si el recorrido se hacía desde La Mancha hasta Jaén, la cosa
estaba clara. El punto de parada era “Los Jardines de Despeñaperros”. Allí, se
disfrutaba de una estupenda zona verde, con sus fuentes de agua clara y albercas
con carpas de colores, que hacían que los turistas y los viajeros nos apeásemos
de nuestros coches para deleitarnos con nuestros bocadillos de tortilla o
filetes empanados. Al otro lado de la carretera, subiendo un empinado terraplén
se encontraban los restos arqueológicos del Santuario prerromano de “Collado de
los Jardines” en el que los antiguos pobladores de esos montes realizaban sus
ofrendas y depositaban sus exvotos.
Con el paso de los años, ya con mi vehículo y con
sustanciales mejoras en la carretera, subo y bajo por Despeñaperros y contemplo los
muchos cambios que se han producido en el entorno.
Ya nada es igual. Nada, salvo el irreductible y acogedor
mesón de Casa Pepe.
CASA PEPE
Es este restaurante una vieja posada en mitad de la ruta
aunque modernizada con el paso de los años, pero aún así y todo es un hito
histórico en toda regla. Se podría decir que es un nuevo santuario para
peregrinos colocado en medio de todo ese fragor y vegetación que rodea el
contorno.
Es un lugar estupendo para hacer una parada y tomarse un
café con media tostada de jamón serrano y tomate de huerta. El lugar está siempre a rebosar de viajeros, y
en eso influye mucho lo peculiar de la decoración del establecimiento.
Poco antes de llegar, ya llama la atención los colores de su
fachada con su amarillo y rojo de la bandera nacional por sus paredes. Al
entrar, dos toneles hacen las veces de veladores para los que desean fumarse un
pitillo mientras degustan el café, pues debido a las nuevas normas que impiden
fumar en el interior de los establecimientos ésta es la única solución.
Penetramos en Casa Pepe y una vez que la vista se adapta a
la tenue y cálida luz del interior, dejando atrás la luminosidad de la calle,
nos vemos sorprendidos por una decoración abarrotada, casi barroca. Detrás del
mostrador, insignias de las fuerzas armadas grapadas a la pared, de todos los colores
y para todos los gustos. De tierra, mar y aire. Los hay de la Guardia Civil, de
la Policía Nacional e incluso alguna insignia de un agente municipal de algún pueblo
de España. Esos son los nuevos exvotos…
Si uno consigue hacerse un hueco en la larga barra, puede
ver la indumentaria de los camareros, con sus polos ribeteados con la bandera
nacional. Es más: si uno está interesado en adquirir alguno, allí puede
hacerlo. En la tienda aledaña, el viajero pude adquirir todo tipo de figuritas,
banderas, toallas, recordatorios, pulseras, comida típica de la zona, etc. Eso
sí, cada cosa va adornada con la bandera de España. En ninguna falta la bandera
nacional.
Mucho antes que el fútbol hiciera que la gente sacase la
bandera nacional a los balcones, o se colocase en pulseritas y llaveros, mucho
antes que la moda pusiera sus comerciales ojos en los colores rojo y amarillo,
ahí estaba ya Casa Pepe para vender esos abalorios sin ningún tipo de problema.
Es curioso pues, cuentan las leyendas, que en plena
gobernanza del socialismo zapateril y mucho antes cuando regenteaba España el
socialismo felipista, los viajeros que más visitaban esta posada eran esos
mismos socialistas que no querían ver el pasado español ni en pintura. Y es que
el “santuario de Casa Pepe”, además de tener la bandera nacional por todas
partes, es un local nostálgico donde los haya y en sus paredes también se
encuentran retratos de Franco en días de caza o almanaques de José Antonio
Primo de Rivera. Más de uno cuenta como anécdota, que algún senador o diputado
socialista (e incluso de IU) se ha realizado una instantánea a las puertas del
local. Eso sí, en compañía de sus seguidores y familiares.
Para ellos, esa foto supone la verdadera victoria de la
Memoria Histórica. Es el trofeo de caza más preciado…
Pero Casa Pepe, permanece impasible desde 1923. Allí, no
importa nada más que atender al que entra por la puerta. Da igual quien sea.
Las posadas en el camino están para eso mismo, para atender al viajero,
refrigerarlo y ayudarlo a reponer fuerzas y luego, quizás, poder contar en el
lugar de destino alguna anécdota curiosa o divertida.
Si uno para en Casa Pepe no le faltará ni lo uno ni lo otro,
y para demostrarlo, nada mejor que llevarse de la tienda algún recuerdo como
testigo de que uno estuvo allí, para que todos los amigos lo sepan.