Dedicado a la gloriosa memoria de todos los españoles muertos ante la Roca de Gibraltar en lucha contra el imperialismo inglés y por la integridad territorial de la Sagrada España.
Es segunda parte del artículo LOS FUNDAMENTOS
DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (1º PARTE)
Por Manuel Fernández Espinosa
Estamos acostumbrados a
entender el imperialismo inglés como un fenómeno moderno (en efecto, el imperio
británico llega a su paroxismo en el siglo XIX), pero sus precedentes son
bastante remotos. Uno de los primeros prohombres ingleses que convierte la
eliminación de Castilla en imperativo geopolítico (para Inglaterra enseñorearse de los mares sin rival) es Juan de Gante
(1340-1399), hijo de Eduardo III de Inglaterra y Duque de Lancaster. Tras la
Tregua de Brujas (año 1375), uno de los hitos de la Guerra de los Cien Años que
enfrentó a Inglaterra y Francia, Castilla había salido reforzada, el gran historiador D. Luis Suárez Fernández comenta sobre el particular: “la tregua de
Brujas incluyó el reconocimiento de que Inglaterra ya no era dueña del mar,
sino que éste, para los próximos doscientos años, sería dominado por los
españoles”. Así las cosas, Juan de Gante (que por poco si llega a ser rey
de Castilla por su matrimonio con Constanza de Castilla, hija de Pedro I)
convence a los Comunes de la necesidad inexcusable de poner fuera de juego a
Castilla, para recobrar el dominio de los mares. Era menester, a juicio del
Duque de Lancaster, llevar la guerra a Castilla, avivar los conflictos
peninsulares.
Juan de Gante, Duque de Lancaster
Empero no se trataba de una
cuestión tan simple que se limitara a factores estrictamente económicos y
políticos (lo cual sería una interpretación reduccionista), en la cuestión estaba
involucrada desde temprano la herejía. El Duque de Lancaster protegía al hereje
John Wycliff (circa 1320-1384) que, en correspondencia al amparo de su señor,
combinaba sus proposiciones heréticas en conformidad a las conveniencias de Juan
de Gante. Wycliff es considerado, en justicia, como precursor de Martin Lutero
(aunque no esté del todo claro si Lutero lo llegó a conocer en profundidad, los
postulados heréticos de Wycliff se anticiparon a los del alemán). Para apoyar
las propuestas del Duque de Lancaster y allegar dinero con el que afrontar la
intervención en la Península Ibérica, Wiclyff sugería que se expropiara las
rentas eclesiásticas para acometer las empresas que Juan de Gante proponía como
necesarias para recobrar el dominio del mar, incrementar el comercio exterior
insular y que esto redundara en la prosperidad inglesa. Como vemos, Castilla
era un obstáculo para los intereses ingleses y el obstáculo había que
removerlo. Sin embargo, aunque los ingleses lo intentaron no lograron alcanzar
sus propósitos. Lo cual no quiere decir que, en los sucesivos siglos,
depusieran la línea principal de su política: la talasocracia eliminando a
Castilla (o, en su momento, España). Causa admiración la tenacidad y la
constancia de la política inglesa que, en las más adversas circunstancias puede
silenciarse, pero que persiste latentemente, como una corriente subterránea, y
que, cuando considera llegado el momento oportuno, se hace manifiesta. Esta
estrategia inglesa que, de antemano cuenta en su perfidia con la traición a
todos los pactos, es la que Baltasar Gracián atribuía al carácter inglés,
cuando escribió “La Inconstancia aportó a Inglaterra”. Inconstancia, se entiende, a la hora de cumplir los pactos.
John Wycliff
La unificación de las
coronas de Castilla y Aragón, sentadas las bases del dominio marítimo castellano en
el Atlántico y del aragonés en el Mediterráneo, la culminación de nuestra
reconquista con la toma de Granada, el descubrimiento de América y la expulsión
del factor desestabilizador de la comunidad judía, todo ello en el año 1492,
bajo la égida gloriosa de nuestros Reyes Católicos, dejaría a Inglaterra mucho
más atrasada de lo que quedó en la Tregua de Brujas. Era prácticamente
imposible alcanzar a España en su carrera. Con Felipe II como Rey de Portugal
el poderío de España llegaba a su máximo esplendor: la hegemonía española era
total (aunque tenía muchos frentes abiertos, instigados todos ellos por el odio
y el rencor judaico que no ha perdonado todavía hoy, siglo XXI, la expulsión
decretada por los Reyes Católicos). Toda Europa miraba con envidia y odio a
España en su supremacía y una de las naciones que más nos maldecía era
Inglaterra.
EL HUMANISMO RENACENTISTA QUE LLEGÓ A INGLATERRA
El
Renacimiento había supuesto una revolución cultural (en sus dimensiones
literaria, artística, científica, etcétera…) difícil de comprender en su cabal
alcance. Para que se produjera esa eclosión había sido clave el divorcio de Fe
y Razón y en esta ruptura una figura había sido decisiva: el franciscano inglés
Guillermo de Ockham (circa 1280-1349). El foco del Renacimiento,
indudablemente, hay que localizarlo en la península itálica, pero si la
expresión de las artes plásticas se desarrolla en toda su exuberancia en
territorio italiano particularmente, el “humanismo
renacentista” pronto cundió por toda Europa. Sin embargo, el “humanismo
renacentista” no era un producto cultural uniforme e inocuo: traía consigo un
desprecio por todo lo medieval (que incluía, como no podía ser menos, el
rechazo a la filosofía de Aristóteles) y asimismo traía consigo una fuerte
carga de filosofía hermética, donde no faltaban la alquimia y la magia. Hasta
en los países donde la ortodoxia católica era más férrea –como España, con su
Inquisición- la recepción del humanismo trajo incorporados elementos esotéricos
(es el caso de nuestro Arias Montano).
Pierre de la Ramée
El retórico,
lógico y humanista francés Petrus Ramus (Pierre de la Ramée, 1515-1572) fue el
exponente más furibundo del anti-aristotelismo. Ramus murió, habiendo abrazado
el protestantismo, víctima de los tumultos de la masacre de San Bartolomé. La
obra de Ramus logró un éxito inusitado en Inglaterra, cuya intelectualidad, con
los antecedentes del anticlerical Chaucer, del nominalista Ockham y el hereje
Wycliff, estaba predispuesta a recibir con agrado toda crítica que enfatizara
el descrédito de la tradición escolástica, fundada en la interpretación que
Santo Tomás de Aquino había hecho de Aristóteles. Y con los antecedentes más
arriba mencionados, en el ambiente de convulsión religiosa que se vivió durante
el siglo XVI en Inglaterra (a cuenta del cisma de Enrique VIII), era de esperar
que la mayoría de intelectuales ingleses fuesen fatalmente atraídos por la
filosofía hermética, por la magia y la heterodoxia. Y estos, precisamente, son
los fundamentos meta-políticos del imperialismo inglés:
1. La herejía:
John Wicliff y los wicliffitas se anticipan incluso a los protestantes –stricto
sensu- del continente europeo: Lutero, Calvino, etcétera. Y la corriente
herética, propuesta por Wicliff, presenta los rasgos que se definirán en los
llamados “reformadores”: odio al Papado (que identificaba con el Anticristo, en
la típica tradición protestante), demagógica predicación de la pobreza (proponiendo
el expolio sistemático del clero: Wicliff tenía pingües beneficios que mantuvo
a salvo, sin aplicarse a sí mismo la enajenación de bienes que invocaba para el
resto del clero inglés), la Biblia (que tradujo al inglés como le dio la gana:
Wicliff no era un traductor solvente), negación de la transustanciación y, en
eclesiología, esa especie de “comunidad eclesial invisible” formada por los
predestinados a ser salvos. Los wicliffitas continuaron, tras su condenación
papal y persecución civil a cuenta de las alteraciones revolucionarias en que se vieron involucrados, enquistados en la universidad de Oxford. En Inglaterra el protestantismo (de John
Knox, 1514-1572) encontró un terreno fértil para dar sus frutos; en la isla las
proposiciones calvinistas no eran novedades.
2. El
anti-aristotelismo (que tanta tradición tenía en Inglaterra) y que se afianzará
luego en el empirismo (John Locke; padre del liberalismo político) con todo su
rechazo de la metafísica (en el caso de David Hume; con su emotivismo moral) y,
posteriormente, entre el XVIII y el XIX, esta tradición tan inglesa desembocará
en el utilitarismo inglés (Bentham, Stuart Mill, etcétera). Este anti-aristotelismo hay que considerarlo en tanto que pone las bases de una ciencia que prescinde de la metafísica, que se hace contra la metafísica y que busca, en último término, la aplicación técnica.
3. La filosofía
hermética (entendiendo como tal algo poco sistematizado, pero que fluía como
una corriente en todas las actividades intelectuales y científicas. Hay, por un
lado, una pretensión de instaurar los cimientos de la ciencia moderna, pero –esto
bien lo ocultan- estas ideas no dejan de ser deudoras de una concepción mágica
del universo. Es manifiesta la voluntad de intervenir en la naturaleza, para
ponerla al servicio del científico (un brujo); y tengamos en cuenta que la
voluntad es el poderoso secreto de toda magia.
GALERÍA DE PROTO-IMPERIALISTAS INGLESES
Sí. Parece
increíble, disparatado. Pero el imperialismo inglés se fundó, desde sus
inicios, en: 1. La herejía; 2. El anti-aristotelismo y 3. En la magia. Y vamos
a poder verlo presentando muy someramente a las personalidades que consideramos
precursores conscientes de ese imperialismo inglés. Podríamos incluir a muchos
más, pero por mor de la brevedad, queremos presentar a: John Foxe (1516-1587),
John Dee (1527-1608), Walter Raleigh (1552-1618) y Francis Bacon (1561-1626).
John Foxe
John Foxe
(1516-1587) era un furibundo y declarado anti-español. Su anti-españolismo lo
compartía con la gran mayoría de sus compatriotas, pero ninguno de ellos
contribuyó como él a crear una monumental obra que rebosaba odio anti-católico
y anti-español y titulada “Actes and Monuments of these Latter and Perillous
Days, touching Matters of the Church” (publicado en 1563, más conocido como “El
libro de los mártires” de John Foxe). Esta obra de Foxe tuvo muchas ediciones
y, además de su envergadura (la segunda edición se dio a la estampa en dos
volúmenes con 2300 páginas), estaba profusamente ilustrada, lo cual fue un
éxito en tanto que lograba excitar el odio a la Iglesia católica (los papistas)
y fomentar la hispanofobia. Ahí es nada, John Foxe llegó a identificar a España con el
Anticristo y la influencia de su aversión visceral penetró en el corazón de
muchos ingleses que hicieron del odio a España algo consustancial a su
patriotismo inglés (se pueden encontrar vestigios de Foxe en el poeta John
Milton, como en tantos otros nombres de la cultura inglesa).
John Dee en plena invocación necromántica
John Dee
(1527-1608) es uno de los precursores del imperialismo inglés, hasta tal punto
que se le atribuye a Dee el haber acuñado la expresión “imperio británico”. Fue
filósofo hermético, astrólogo (le hizo una carta astrológica a nuestro Felipe
II), estudió en Cambridge y Amsterdam, profesó en el Trinity College y enseñó
astrología judiciaria en Lovaina. Ser uno de los matemáticos más prestigiosos
de su época no le impedía dedicarse con fervor a todas las artes nigrománticas,
desde la astrología hasta la alquimia, pasando por la necromancia precursora
del espiritismo. Su sociedad con el supuesto alquimista Eduardo Kelly fue
calamitosa para John Dee. Fue consejero de Isabel I.
Walter Raleigh
Walter
Raleigh (1561-1626), fue conocido en la España de la época como “Guantarral” y
sus muchas operaciones de piratería contra España redujeron su figura al papel
de pirata. Pero Raleigh no fue un pirata cualquiera, como los de las películas.
Raleigh era un hombre de gran cultura, que cultivaba a su vez varias ciencias desde
la medicina hasta la ingeniería y toda su actividad intelectual y “científica”
estaba ordenada según un sentido pragmático, por eso experimentó para conseguir
remedios contra el escorbuto (lacra de la marinería), intentó fórmulas para conservar los
abastecimientos, también se las ingenió para perfeccionar aparatos varios para una
mayor eficacia en la navegación… Todo lo que Raleigh investigaba no era por
amor al conocimiento, sino que era para ponerlo en práctica; y él mismo lo
ponía en práctica, pues Raleigh concibió la colonización inglesa de América del
Norte y en 1584 fundó la colonia de Virginia. Alrededor de Raleigh, cuando éste
estaba en Inglaterra, se fue formando un grupo anti-español de literatos,
científicos y librepensadores. El grupo se llamó la Escuela de la Noche y,
entre los más eminentes miembros, estuvo en él el dramaturgo y poeta
Christopher Marlowe (1564-1593), al que volveremos más abajo. Raleigh terminó mal sus días,
fue encarcelado en tiempos de Jacobo I bajo la acusación de conspirar contra el
rey inglés. Puesto en libertad, comandó una segunda expedición a iniciativa propia contra la Nueva
Andalucía (con la pretensión de conquistarla y convertirla en Guayana
Británica). Los buenos oficios de nuestro embajador en Londres, D. Diego
Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar, lograron que fuese prendido por hostigar
los intereses españoles y, si Gondomar no consiguió que lo ahorcáramos en España, el rey
inglés –entonces en buenas relaciones con España- mandó ejecutarlo en Londres.
Francis Bacon
No podemos
finalizar esta galería de precursores del imperialismo inglés sin mencionar a
Francis Bacon (1561-1626). Tal vez el más conocido de los que hemos presentado,
afamado por su labor filosófica. En él se resumen herejía, anti-aristotelismo y magia,
todo ello concentrado en su filosofía, la misma que trató de aportar un “Novum organum”
(año 1620) como alternativa al “Organum” aristotélico; también escribió Bacon una obra considerada
como utópica: la “Nueva Atlántida”, donde se especula sobre una sociedad
totalmente transformada por la ciencia aplicada, la técnica. El concepto de
ciencia que barajaba Francis Bacon no estaba desprovisto de componentes
mágicos. Francis Bacon desempeñó importantes cargos políticos.
Christopher Marlowe
Hemos aludido
más arriba al dramaturgo Christopher Marlowe (que en su tiempo fue considerado
como un ateísta y libertino homosexual) y dijimos que volveríamos a él.
Queremos cumplir con ello, pero abreviando mucho. Marlowe ofrece en su producción dramática, mejor que cualquier otro, el prototipo humano del imperialista inglés (que no es el gentleman, sino una
figura fáustica). Marlowe escribió “La trágica historia de la vida y muerte del
doctor Fausto” (siglos después Goethe haría su propia versión). En la psique del doctor
Fausto puede resumirse el espíritu que animó a Inglaterra a dominar el mundo:
el pacto con Satanás, habiendo perdido el temor de Dios y prometiéndose con las
malas artes de la magia todo el poder de la tierra, ese poder que envidiaba al
verlo en las manos de España, la potencia católica por excelencia.
Con estos
versos de su “Fausto” se expresa todo lo que Inglaterra ha ambicionado y ha
querido y, hasta cierto punto, ha tenido, pero -no lo olvidemos- pactando con las fuerzas más siniestras: la herejía y la magia.
“Aunque tuviera tantas almas como estrellas,
Todas las daría a cambio de Mefistófeles.
Con él seré yo el gran emperador del mundo;
Tenderé un puente sobre el viento
Para cruzar el océano con mi ejército;
Uniré las cumbres que ciñen la costa africana
Y será un solo continente con España,
Tributarias ambas de mi corona.
No vivirá el Emperador sino por mi deseo,
Como los demás potentados de Alemania”.
No se ha podido
declarar una voluntad de poder con más sinceridad que la que pone Marlowe en
boca de Fausto.
Pero que no lo olviden nunca: el diablo termina cobrándose su parte, llevándose el alma de quien pacta con él.
Pero que no lo olviden nunca: el diablo termina cobrándose su parte, llevándose el alma de quien pacta con él.
BIBLIOGRAFÍA:
"Raíces históricas del luteranismo", Ricardo García-Villoslada, S. I. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1976.
"Historia de la Filosofía", Emile Bréhier, Editorial Tecnos.
"El Criticón", Baltasar Gracián.
"La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto", Christopher Marlowe, Editorial Cátedra Letras Universales.
"La filosofía en la Edad Media", Étienne Gilson, Editorial Gredosç.
"La revolución cultural del Renacimiento", Eugenio Garin, Crítica Grupo Editorial Grijalbo.
"Historia Universal", "De la crisis del siglo XIV a la Reforma", bajo el cuidado de Luis Suárez Fernández, Eunsa.
Escrito el 3 de agosto de 2013, 309 años después de la conquista de Gibraltar por las fuerzas piratas y ocupantes de la Pérfida Albión.