RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 5 de septiembre de 2014

ENTRE LA MÍSTICA Y LAS BOMBARDAS

Armas del Chevalier Renaud d'Eliçagaray.
Imagen de: Armorial de l'Ordre de Saint-Louis 
 
 
BERNARD RENAU D'ELIÇAGARAY
 
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Nicolás Malebranche (1638-1715) es considerado en la historia de la filosofía como una secuela del cartesianismo francés, cuya aportación a la filosofía fue el llamado «ocasionalismo» que, por cierto, tan mal entendido es por lo común. Sin embargo, contra ese cliché que prevalece -incluso en el gremio filosófico especializado- mejor dijéramos que Malebranche es un «postcartesiano que se orienta deliberadamente por un camino no cartesiano», como afirma literalmente André Robinet, que no en balde es uno de los mejores especialistas en Malebranche. Si bien es cierto que el encuentro de Malebranche con la filosofía de Descartes lo inicia en el rechazo de los prejuicios, tampoco puede soslayarse que la filosofía de San Agustín es una de las grandes tradiciones que afluyen a la filosofía de Malebranche. También se le debe a Malebranche mucho de lo adelantado en el análisis infinitesimal. La «búsqueda de la verdad» de Malebranche es tarea del «maestro interior». Descartes y San Agustín son para Malebranche una propedéutica que lo dispone a la búsqueda de la verdad por sí mismo, siendo esa búsqueda una aventura propia e interior que no puede ir sino por la «escondida senda». Malebranche perteneció a una de las instituciones eclesiásticas más interesantes (y tan poco conocidas) de los tiempos modernos como era la Congregación del Oratorio, fundada en 1611 por el Cardenal Bérulle. En 1660 Malebranche se incorporó a la Congregación del Oratorio a la que pertenecería de por vida, muriendo en su seno con fama de santidad. La congregación oratoriana desarrollaría la reforma del clero francés durante el siglo XVII y, al igual que la Compañía de Jesús, los oratorianos franceses cultivaban las ciencias, dando al mundo hombres de talento, formados en su disciplina ascética y mística, como fue el caso del mismo Malebranche.
 
En vida del filósofo oratoriano su filosofía gozó de éxito social y de él se confesaron discípulos muchos, sin que faltara multitud de damas. En la casa de Mademoiselle de Vailly se celebraban todos los sábados las reuniones malebranchistas, en las que se conferenciaba sobre puntos particulares de la obra de Malebranche: a veces, Malebranche, de salud quebradiza, tan poco amigo de la vida social y más dado al estudio, la meditación y la oración aparecía por aquella casa donde se reunían los malebranchistas. Los asiduos formaban un grupo muy heterogéneo: acudían clérigos y religiosos, jesuitas, benedictinos y, claro, oratorianos, entre ellos puede contarse al Padre Aubert (S.J.), el P. Germon, el Abad de Cordemoy, el P. Thomassin, el P. Bernard Lamy... Pero la escuela no la formaban exclusivamente clérigos y religiosos, también se hallaban en ella personalidades de la sociedad, la ciencia y las letras francesas, como el príncipe de Condé, la Princesa del Palatinado, el duque de Chevreuse, el marqués d’Allemans, el duque de Force, las duquesas d'Epernon y de Rohan, mademoiselle de Verthamont, madame d’Aubeterre, el marqués de l’Hôpital y su esposa, Carré, Fontanelle, Pierre de Montmort, Varignon… Son muchísimos más los que podrían citarse, pero de entre todos reparemos en nuestro protagonista: Bernard Renaud d’Elisagaray.
 
 
Bernard Renaud d’Elisagaray nació el 2 de febrero de 1652 en Armendaritz (actual región de Aquitania, Francia) que había sido en lo antiguo una baronía del reino de Navarra. Su incipiente talento no pasará desapercibido para Charles Colbert du Terron, intendente de la marina en las atarazanas de Rochefort. Colbert du Terron le ayuda a estudiar matemáticas y contrata a Elisagaray para trabajar en los astilleros de la armada del Rey de Francia. Por su pequeña estatura, Elisagaray sería conocido como «Le petit Renau». Luis XIV estaba empeñado en perfeccionar sus buques de guerra y Elisagaray empezó a mostrar sus grandes dotes de inventiva. Como ingeniero desarrolla nuevos métodos para la construcción de embarcaciones.
Entre los ingenios que se le deben figura el navío de guerra denominado la «bombarda». Las bombardas de Elisagaray mostraron una gran eficacia en el bombardeo de Argel, a finales de agosto de 1682. Pero no solo destacará como ingeniero en la marina de guerra, también exhibió su destreza dirigiendo los asedios de Philippsbourg, Mannheim, Frankenthal el año 1688. Su inteligencia y valentía salvaron el puerto de Saint Malo. Va ascendiendo en su carrera militar hasta llegar a ser Inspector General de la Marina en 1689. Sus servicios lo llevan a Canadá, para fortificar las colonias francesas.
Por esos años fue cuando Bernard Renau d’Elisagaray estuvo a punto de convertirse en leyenda por su intrepidez. Quiso probar un buque de su invención contra una nave inglesa que venía cargada de oro de las Indias Occidentales. La nave inglesa venía defendida por 76 cañones, pero tres horas más tarde de la embestida de Elisagaray los ingleses se rendían. Sin embargo era tal su cortesía que, lejos de beneficiarse con el rescate de sus rehenes, los trató tan principescamente que al final tuvo que pagar 20.000 libras por los gastos que les habían ocasionado sus «huéspedes».
 

Como matemático e ingeniero también tuvo tiempo de publicar el año 1689 su «Théorie de la manoeuvre des vaisseaux» y la «Mémoire où est démontré un principle de la méchanique des liqueurs dont on s’est servi dans la Théorie de la manoeuvre des vaisseaux, et qui a été constesté par M. Hughen». Su vida militar no le impedía aplicarse a la vida contemplativa, tanto a diseñar sus inventos navales y artilleros como a la presa de naves inglesas, pero con todo, todavía tenía tiempo para la vida de piedad que, como buen discípulo que era del Padre Malebranche, no descuidaba: se le podía ver en su camarote leyendo la «Adoración en espíritu y en verdad» de Malebranche.
Con motivo de la Guerra de Sucesión Felipe V de España solicita al Rey de Francia que le envíe a Elisagaray en su apoyo. El «pequeño Renaud» vendrá a España el año 1701 y aquí desempeñará una intervención notable por su lealtad al Rey de Francia y al Rey de España. Elisagaray se ocupó de inspeccionar y reparar las plazas fuertes y la Armada de Felipe V y también se vería inmerso en la Batalla de Rande (Vigo) del año 1702, cuando la armada angloholandesa pretendió arrebatar los tesoros que habían traído los galeones españoles de América y que, por seguridad, no habían sido descargados en Sevilla como era la costumbre. Manuel de Velasco y Tejada, el almirante español, cuando lo vió todo perdido por el ataque sorpresa angloholandés mandó echar a pique los galeones, pero Elisagaray pudo salvar algunos galeones, cuyo preciado tesoro tanta falta hacía para sostener al partido borbónico en la Guerra de Sucesión. Elisagaray fue nombrado Mariscal de Campo en 1704 y participó en el Sitio de Gibraltar que resultó fallido. Felipe V lo nombró teniente general y como tal defendió Cádiz.
Elisagaray retornó a Francia en 1715. Se le ofreció el honor de ser Gran Maestre de la Orden de Malta, pero rechazó tal honor; sin embargo, siguió cosechando honores políticos y académicos, como había sido con anterioridad su nombramiento como miembro honorario de la Académie Royale des Sciences en 1699 y miembro del Conseil de la Marine en 1716. En 1718 recibía la Grand-Croix de l'Ordre de Saint-Louis. En la Academia de Ciencias promovió el estudio de la obra de Malebranche, como todos los de su grupo filosófico: la unicidad elemental de la materia sutil, lo grande y lo pequeño, la visión de las cosas en Dios.
 
El 30 de septiembre de 1719, en Pougues-les-Eaux (Borgoña), Bernard Renaud d’Elisagaray entregaba su alma a Dios. Malebranche había explicado en su cénit místico que la adoración en espíritu y en verdad es la llave que abre la puerta de la gloria, la complacencia del Espíritu Santo, por mediación de la sabiduría, conducía a Dios. Hay muchos motivos para pensar que un hombre como Elisagaray, entregado enteramente al servicio de su Rey y de su Patria, formado en las enseñanzas matemáticas y místicas del Padre Malebranche, sea de esos bienventurados que entraron en la "sociedad eterna" que forman los bienaventurados, esa que, otro preclaro discípulo más tardío de Malebranche, Joseph de Maistre comentaba con ardor místico en «Las veladas de San Petersburgo".
 
Nota Bene 1:
 
Creemos que no es éste el lugar en que abordar en profundidad la filosofía de Malebranche, lamentablemente tan poco conocida por su complejidad. Quisiéramos destacar que su filosofía no es un simple producto racionalista como las filosofías que han proliferado a lo largo de la edad moderna. Digamos solamente que Malebranche rectificó a Descartes cuando lo consideró oportuno, rechazó a Baruch Spinoza, llamándole en una ocasión "le miseráble Spinoza". Además de la multitud de los seguidores que tuvo en vida, Malebranche contó con el entusiasta Joseph de Maistre en el siglo XIX, así como muchos otros filósofos franceses post-revolucionarios y contra-revolucionarios. Su filosofía, además de favorecer grandes descubrimientos matemáticos, está por explorar en lo que concierne a su mística. Si alguien quiere estudiar a Malebranche no seremos nosotros los que le recomendemos esos manuales de filosofía incompletos y tendenciosos que abundan. Es mejor acercarse a su obra a través de:
 
-"Malebranche", Jorge Stieller, Revista de Occidente, Madrid, 1931.
-"La unidad de la experiencia filosófica", Etienne Gilson, Ediciones Rialp, Madrid, 1973.
-"Système et existence dans l'oeuvre de Malebranche", André Robinet, París, 1965.
 
 
Nota Bene 2:
 
Los apellidos de nuestro personaje son indistintamente escritos con varias grafías: Renau ó Renaud. También hemos visto escrito el apellido vasco como "Elissagaray", "Elisagaray", "Eliçagaray" y "Elizagaray".

jueves, 4 de septiembre de 2014

¿FEDERALISMO EN ESPAÑA? (III)

Imagen: El bandido realista.
 
 
EL FEDERALISMO TRADICIONALISTA
En su cumpleaños, dedicado a mi amigo portugués,
D. Manuel Rezende.
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Continuación de:
y
 
 
Hemos visto el carácter que reviste el federalismo progresista del siglo XIX que es el que ha heredado nuestra izquierda indígena. Pero el federalismo no es, como tantas otras cosas, un invento de la izquierda. El federalismo es un fenómeno político muy antiguo.
Entre los helenos, para los que durante tanto tiempo fueron las "polis" (ciudades-estado) su organización política, existió un peculiar modo de federarse las ciudades (la Anfictionía). La Anfictionía era una confederación política de ciudades-estado vecinas, siendo en su origen una confederación religiosa: famosa fue la Anfictionía de Delos que contaba con una asamblea de anfictiones formada por dos delegados de cada ciudad componente de la misma:
“La idea panhelénica, con Arístides, fue a la vez acción y hecho. Temístocles fue quien puso las bases para su posible realización. Arístides organizó una confederación o liga marítima para la protección de los griegos de Asia recuperados y la liberación de los aún sometidos. Fue la liga marítima ático-délica (477 a. de J.C.). No fue panhelena, porque Esparta, luego de Platea, pretendió la total hegemonía y al reconocer de grado o por evidencia la marítima de Atenas, se quedó con la terrestre […] La liga, sin embargo, no preveía este dominio imperial de Atenas; se basaba en el principio de la libertad y autonomía de los confederados y su sede no fue en un principio Atenas sino la isla de Delos” (“Origen y ocaso de las talasocracias”, Román Perpiñá).
Ésta es la diferencia que existe entre federación y confederación: términos que solo los indocumentados emplean como equivalentes, pero que no lo son en modo alguno. El principio federativo supone que el poder central tiene más competencias, mientras que la confederación implica la limitación del poder central, pudiéndose ligar los estados asociados y separarse.
En los tiempos de la República romana se acuña el término “foederatus”, aplicado a las tribus que habían sellado un tratado (Foedus) con la República. En el curso de la larga historia romana, el término experimentará transformaciones, pero para lo que aquí importa subrayemos que nuestro vocablo “federado” procede de esta concreta relación política establecida entre Roma y otras unidades asociadas. En el año 332, el emperador Constantino sella un pacto con los godos convirtiendo a estos en federados del Imperio. Los “foederati” (godos y alanos) vencieron a Atila el año 451 y en el año 476 uno de sus caudillos depuso al último emperador romano de occidente.
Durante la Edad Media existieron entre los reinos peninsulares relaciones que, aunque no se llamaron como tal, podrían denominarse “confederaciones”: así encontramos en la Batalla de las Navas de Tolosa una confederación de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra (con voluntarios leoneses, occitanos y de otras procedencias) para derrotar a los mahometanos. La palabra “confederanza” hoy en desuso puede encontrarse hasta en documentos del siglo XVI: en cuanto al léxico, en España más que de “federación” o “confederación” siempre se habló de “confederanza”.
El “principio federativo” es intrínseco al tradicionalismo español. Sobre el tradicionalismo  político español hay un grandísimo desconocimiento y todavía pesan hoy prejuicios que han perjudicado muy mucho a comprenderlo: es un error identificar el tradicionalismo con el absolutismo monárquico y con el centralismo tan avasallador. Es cierto que, debido a la calamidad que se cernió sobre Europa con la revolución francesa de 1789, el tradicionalismo pudo acusar durante un tiempo un exceso de identificación con la Monarquía en su grado absolutista (así el “Manifiesto de los Persas” o los contra-revolucionarios de 1820 y 1823), pero si el tradicionalismo hubiera defendido una concepción centralista del Estado (de la Monarquía) no se entiende que pueblos que tanto amaban sus libertades como Euskalherría o Cataluña fuesen los más esforzados en la defensa del carlismo. Era justamente el Estado liberal que se cuajaba bajo la regencia de María Cristina el que incubaba los nefastos gérmenes del centralismo jacobino que devastaría las libertades antiguas de la diversidad de pueblos hispánicos de la Península; el mismo liberalismo que propició la independencia de las Españas de Ultramar, independencia programada en Inglaterra y asistida por las logias masónicas que integraban los criollos elitistas de Hispanoamérica. No fue el tradicionalismo el que fragmentó la unidad panhispánica, sino el liberalismo disgregador. Y no fue el tradicionalismo el que creó las disensiones entre los pueblos peninsulares, sino que el centralismo avasallador lo impuso el liberalismo. Eso en lo concerniente al terreno histórico.
En cuanto al “federalismo tradicionalista”, considerado ahora sobre el terreno teórico, hay que decir que nada más coherente con la concepción política del tradicionalismo que ese “federalismo” sano y fuerte que fomenta la libertad de los grupos humanos naturales: familia, municipio, gremio, sindicato, comarcas… La diferencia del “federalismo tradicionalista” con el “federalismo progresista” salta a la vista: el “progresista” es insano y débil, quiere –como quería Pi y Margall- realizar hasta sus últimas consecuencias el liberalismo, abocando al individualismo y a la insolidaridad de los individuos y grupos humanos: sirve para dividir y no para ser más libres.
En cambio, el “federalismo tradicionalista” prescinde de ese individualismo liberal y su concepción federativa está en plena sintonía con la naturaleza de las cosas. Marcial Solana nos apunta:
“Si el fin próximo e inmediato de la sociedad política es, como hemos visto, proporcionar a los hombres que la constituyen la prosperidad pública, el bien común; y ha de tutelar el derecho, procurando siempre el reinado de la justicia; y en realidad de verdad, la sociedad política, como toda sociedad, es medio para el bien del hombre, no fin al que éste haya de subordinarse, es evidente que la sociedad política ha de respetar cuidadosamente el ser y las atribuciones que por derecho natural corresponden así al hombre como a las demás personas infrasoberanas: familias, municipios…, anteriores, por orden natural, a la sociedad política y que viven dentro de ésta” (“El tradicionalismo político español y la ciencia hispana”, Marcial Solana).
Y entendamos aquí por “personas infrasoberanas” a todas las comunidades inferiores al Estado que las abarca: familias, municipios, comarcas, reinos y provincias históricas, regiones, hoy “comunidades autónomas” o forales. A Vázquez de Mella no le hacía gracia el término “autonomía” y prefería el de prosapia aristotélica: “autarquía” que definía como “el derecho a dirigirse a sí mismo interiormente, sin excluir la jerarquía, impidiendo que entre la acción de una persona, sea individual o social, y su fin se interponga otra que quiera hacer lo que ella misma puede y quiere realizar sin intervención extraña para cumplir su destino” (Discurso en el Congreso de los Diputados el 29 de noviembre de 1905).
Muy tempranamente el carlismo abrazó el fuerismo. El 7 de octubre de 1833, Valentín de Verástegui dirigió una proclama a los alaveses, instando a estos a alzarse contra los que “han abolido los fueros y libertades”. Se tiene a ésta como la primera referencia foralista del carlismo. El mismo D. Carlos María Isidro en su “Manifiesto a los aragoneses” invocará “los antiguos Fueros de Aragón”. El “Decreto de Carlos V confirmando los Fueros de Vizcaya” del 7 de septiembre de 1834 es testimonio de la voluntad que el Rey carlista tiene de respetar las libertades de los vizcaínos como la de todos los regnícolas de sus dominios.
El tradicionalismo español, tan espléndido en grandes pensadores, no es un fenómeno monolítico; por ello podemos encontrar a Juan Donoso Cortés o a Jaime Balmes que no se caracterizan por su pensamiento “descentralista”, mientras que el gran valenciano D. Antonio Aparisi y Guijarro sí que apunta un anticentralismo: Aparisi acepta la centralización gubernativa y rechaza la centralización administrativa. Gil Robles, Vázquez de Mella y Torras y Bages en Cataluña sí que serán los mejores exponentes del federalismo tradicionalista.
D. Juan Berchmans Vallet de Goytisolo nos recuerda que con todo derecho es el tradicionalismo español una de las cinco direcciones* en que se trató de solucionar socialmente la organización de cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado en el siglo XX. Vallet de Goytisolo también nos señala que: “Vázquez de Mella tuvo una concepción –que se denominó “sociedalista”- según la cual la sociedad política debe ser una confederación de grupos humanos históricos e institucionalizados, políticos, unos –municipios y antiguos reinos-, y sociales otros: las asociaciones, profesionales o no, de todo género” (Vallet de Goytisolo, "Tres ensayos: Cuerpos intermedios, Representación política. Principio de Subsidiariedad").
Y, en efecto, Vázquez de Mella lo dijo con el nervio que le caracterizaba en muchísimas ocasiones, que era necesario, que era urgente “descuajar el árbol central” para “una reintegración a la sociedad, en todos sus órdenes y jerarquías, de la soberanía social de las atribuciones que el Estado ha arrancado o ha conculcado contra su propio derecho desde la familia y el municipio, agregación y senado de familias, las comarcas, las regiones”.
El tradicionalismo español siempre se ha mostrado muy escéptico en cuanto al “estatalismo”. No es de extrañar, pues, que durante su despliegue histórico y, más tarde, durante las etapas de la articulación de su discurso intelectual, siempre haya sido nuestro tradicionalismo un firme defensor de las libertades de las personas jurídicas frente a los abusos del Estado liberal con su “Estadolatría”. Pero, si por una parte, el mejor tradicionalismo se ha mostrado partidario del principio federativo nunca ha sido para fragmentar la unidad mayor, para atomizar el cuerpo social. Lo que el tradicionalismo español ha aportado (sin que todavía se haya dicho lo suficiente) es toda una teoría, la más sensata de cuantas puede haber, la más fiel a nuestro ser histórico, sobre la estructuración social y política.
Víctor Pradera escribía una gran verdad: “Esto que se ha llamado la “civilización moderna”, actúa en la práctica como si los Estados menores fuesen pueblos dependientes de los grandes” (Víctor Pradera, “El Estado Nuevo”).
La realidad es esa: los Estados menores están condenados a depender de los grandes. La porfía con la que algunos grupos políticos pretenden la independencia de las partes componentes de España debiera detenerse y reflexionar un poco: si lograran su independencia y se convirtieran en nación-estado, serían “naciones-estados” condenadas a depender de otra “nación-estado” más grande, más poderosa. Podemos estar de acuerdo en que la actual articulación territorial de España es insatisfactoria, pero no se trata de independizarnos de España, sino que independicemos a España de todas las estructuras supranacionales que nos imponen sus políticas ajenas a nuestros intereses, contrarias a nuestro bien común y ofensivas por su colonización.
 
*Las otras cuatro eran las propugnadas por 1: La Federation Regionaliste Française y la Action Française para Francia. 2: La plasmada en el “Código político de Malinas”, redactado por la Unión Internacional de Estudios Sociales que fue un círculo católico inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia. 3: La línea corporativa fascista en Italia y 4: La línea liberal de Salvador de Madariaga, con su “Anarquismo o Jerarquía”. Por no ser propiamente tradicionalistas españolas las pongo en esta nota aparte.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

OCULTISMO Y SERVICIOS SECRETOS DE INTELIGENCIA


Johannes Tritemio, abad de Sponheim


LA POLÍTICA RACIONAL: ESA GRAN LOCURA PÚBLICA
"La magia es una gran sabiduría oculta, así como la razón es una gran locura pública"
(Teofrasto Paracelso 1493-1541).


Por Manuel Fernández Espinosa

Si tuviéramos que clasificar el mundo en lo que hace a regímenes políticos, un ingenuo nos diría que el planeta se divide en un gran bloque de democracias y un puñado de tiranías. Las democracias actuales encuentran todas ellas su antecedente en la democracia norteamericana (1781) y en la revolución francesa (1789). Las democracias podrán, según los casos, aproximarse más o menos al supuesto modelo ideal, pero se les concede que son "el menos malo de los regímenes" y la corrupción que en ellas pueda descubrirse se atribuye en todo caso a facinerosos que actúan por libre y a título particular. El término "democracia" es sobradamente anfibológico como para contentar a todos y no disgustar a los suficientes. Y justo es esa polisemia la que ha hecho de la "democracia" (que en principio no debiera ser otra cosa que un modo de organizar la vida política) un valor indiscutible para sus paladines. Bajo la vitola de democracia se evocan muchas, dispares y hasta contrapuestas realidades: la democracia ateniense o la democracia tradicional de los diversos reinos cristianos de la península ibérica medieval, la democracia liberal, la democracia real de los países comunistas... ¿Tienen algo en común además del título "democracia"?

 
Si algo ha hecho la democracia moderna actual es ocultar la esencia del poder, disimular la esencia del poder de un modo magistral, sirviéndose de todos los mecanismos -sobre todo de la propaganda. El poder político hay que recibirlo en herencia o conquistarlo. Una vez conquistado (o heredado: legítima o ilegítimamente) el poder hay que conservarlo contra enemigos externos e internos. Para preservar el poder (que, sin entrar en más detalle, podríamos definirlo como una situación que permite influir en la vida de millones de almas), para preservar -decimos- el poder cualquier Estado, gobierno o gavilla de logreros que lo haya alcanzado tiene que disponer de lo que vulgarmente se llama "servicios secretos de inteligencia". Los servicios secretos de inteligencia se dedican fundamentalmente a acaparar información de todo aquello que pueda ser una amenaza para el que tiene ese poder. Los métodos de los servicios secretos pueden ser más o menos sofisticados y casi nunca son lícitos moralmente, pues supone muchas veces conculcar ciertos derechos que se pregonan, pero no existen a la hora de la "Realpolitik". El espionaje, el contra-espionaje e incluso la investigación científica y la experimentación en orden a crear nuevas y cada vez más poderosas armas es consustancial a los servicios secretos de inteligencia.

 
Cuando hablamos de servicios secretos de inteligencia pensamos en la CIA, en la antigua KGB, en el Mossad, en el CNI español y nos imaginamos que se trata de entidades contemporáneas, pero los "servicios secretos de información" siempre existieron, pues el que tiene el poder siempre requiere de sus servicios que son secretos (mientras interesa que lo sean) y no se limitan a la mera información. Pero repetiré otra vez: los servicios secretos de información siempre existieron.

 
Podríamos ir más atrás, pero pensemos en el reinado de Felipe II y el escándalo que se propició a cuenta de Antonio Pérez o, por la misma época, en el dramaturgo y espía Christopher Marlowe. Ahora bien, todo esto, ¿qué relación podría tener con el ocultismo?
 
 
Para una definición de ocultismo, válganos ésta: "Ocultismo: Ciencia de las cosas ocultas. Pueden ser ocultas voluntariamente, como un secreto iniciático, o porque las fuentes o las tradiciones de que proceden estén más o menos veladas o ignoradas. También porque ofrezcan un carácter sobrenatural o inexplicado. Sea como fuere, tienen estos fenómenos una parte doctrinal y otra experimental. Si esta parte doctrinal es metafísica, el ocultismo toma el nombre de ocultismo metafísico. Dentro de éste se halla el hermetismo y el esoterismo. La parte práctica del ocultismo se llama magia." (La definición literal es de Eduardo Aunós).

 
No es extraño que un ocultista como Johann von Heidenberg (1492-1516), más conocido como el Abad Tritemio, sea considerado el pionero de la criptografía. Este monje benedictino había fundado una sociedad semi-secreta llamada Sodalitas Celtica (Cofradía Céltica: sociedad que nada tenía que ver con los druidas ni con los míticos celtas, por cierto, sino que recibía el nombre en honor del humanista alemán Conrad Celtis). Tritemio escribió un libro fundamental para la ocultación de mensajes: la "Steganographia" (año 1500). Puede suponerse lo útil que resulta para un espía dotarse de un sistema criptográfico.


 
Lejos de imaginar conspiraciones (ya sabemos todos: que si masones, que si illuminatis y, en el colmo del delirio, hasta reptilianos), enfoquemos este asunto con el rigor que dan los documentos históricos que, si no de un modo explícito, vienen a ilustrar esta conexión entre ocultismo y servicios secretos de inteligencia. Por supuesto que no se trata de pensar que todos los agentes de la CIA sean nigromantes ni brujos, puede haber dignos caballeros padres de familia que, como se ve en las películas, si eliminan a alguien es por una orden superior y por entender que es en bien de su nación, sin necesidad de hacer rituales extraños ni ser especialistas en literatura ocultista.

 
Pero, veamos que esto del ocultismo y las agencias gubernamentales de información está más relacionado de lo que a primera vista se pudiera pensar.

 
Cuando el III Reich sucumbió ante la pinza de aliados y soviéticos, empezó a saberse (por exagerado que lo haya hecho la propaganda) que el núcleo del partido nazi era de índole ocultista: la sociedad Thule, la sociedad Vril y tantos otros grupos esotéricos, surgidos en el elemento idealista y romántico alemán, venían a ser como unas clandestinas centrales de ideas y símbolos, de creencias que, si al principio eran de ámbito restringido (a los miembros de esos grupos), más tarde se implantarían de una manera u otra en lo público. La misma SS de Heinrich Himmler tuvo una Anhenerbe. La literatura sobre el caso nazi abunda lo suficiente como para que no nos detengamos demasiado a considerarla. Pero, ¿era este fenómeno algo exclusivo de los nazis? ¿era -como quiere la propaganda aliada- una locura propia de los nazis alemanes?

 
OCULTISTAS EN LOS SERVICIOS SECRETOS BRITÁNICOS

 
Louis de Wohl


Ni mucho menos -podemos aseverar. Se ha hablado mucho del ocultista judío Hanussen que prestó sus servicios astrológicos a los más eminentes personajes del III Reich: Hitler, Goebbels, Himmler y que terminó asesinado en circunstancias extrañas. O de Karl Maria Willigut. Pero menos se ha hablado de los servicios prestados a Gran Bretaña por el ilusionista inglés Jaspers Maskelyne, o los rituales de magia negra que Churchill encargó al satanista Aleister Crowley o los servicios que prestó a Gran Bretaña el astrólogo Louis de Wohl, judío húngaro más conocido por sus novelas históricas como católico. A un lector lego, puede parecer una broma más de Evelyn Waugh, pero Waugh sabe de lo que habla cuando, en su novela "Rendición incondicional", nos presenta a un tal Doctor Akonanga que ha sido contratado por los servicios secretos británicos para fabricar pesadillas a Joachin von Ribbentrop, ministro nazi.

 
OCULTISTAS EN LOS SERVICIOS SECRETOS NORTEAMERICANOS

Jacks Parsons
 
 
Mucho se ha hablado sobre la captación de científicos nazis por parte de USA y de la URSS: el caso más sobresaliente es el de Wernher von Braun, pero un ingeniero aeroespacial menos conocido y norteamericano, no alemán, fue John Whiteside Parsons (1914-1952) que, a la vez que trabajaba para el Guggenheim Aeronautical Laboratory era seguidor de Crowley y que practicaba la magia negra en compañía de L. Ron Hubbard, fundador de la Iglesia de la Cienciología.

 
OCULTISTAS EN LOS SERVICIOS SECRETOS SOVIÉTICOS

 
Gleb I. Boki

 
Mucho se ha hablado de Himmler, buscando el Santo Grial (a eso vino a España, afirman algunos), pero pocos han hablado de la febril búsqueda del Zhezl (el báculo de los infiernos). Y es que, en la Unión Soviética, donde el ateísmo era la "religión estatal", también encontramos nexos entre ocultismo y servicios secretos. El escritor ruso Alexander A. Boushkov en su libro "NKVD. La guerra contra las fuerzas ocultas" nos presenta copiosa información sobre las andanzas de Gleb Ivanovitch Boki (1879-1937). Gleb Boki era jefe del Departamento Especial del OGPU-NKVD, pero su marxismo no le impidió relacionarse con la Hermandad Unitaria de Trabajadores (una sociedad secreta paramasónica rusa que practicaba el ocultismo): el propósito de Boki era poner lo paranormal al servicio de la revolución soviética, por eso creó todo un departamento secreto que estudió, entre otras cosas, la localización y búsqueda de la mítica Agartha y el chamanismo. Uno de los objetos mágicos de poder que su unidad especial buscó (y parece que adquirió) fue el llamado "báculo de los infiernos".

 
Aunque no haya presentado nada más que la punta del iceberg, lo que parece fuera de toda controversia es que los servicios secretos de inteligencia han mantenido (durante toda la historia, también en el siglo XX) una relación innegable con algunos ocultistas. Esta cuestión, planteada así, puede resultar extraña para quienes se mueven en una visión racionalista del mundo. Más allá del conspiracionismo que nos parece cada día más insustancial y desquiciado, lo que nos interesa en esta cuestión es tener muy claro una cosa. El sujeto que quiere conquistar el poder, conservarlo y ampliarlo no se detiene ante nadie ni ante nada. Los mismos Estados que se proclaman aconfesionales, laicos e incluso ateos, han podido dejar de creer en Dios, pero ni los secuaces del materialismo dialéctico de Marx han dejado nunca de tantear y maniobrar en el lado oscuro de la magia.

 
El médico y alquimista Teofrasto Paracelso (otro ocultista) lo sabía bien y por eso lo dijo mejor que ninguno:
 
 
"La magia es una gran sabiduría oculta, así como la razón es una gran locura pública".
 

 

lunes, 1 de septiembre de 2014

MORISCOS HASTA EN LA SOPA... DE HISPANOAMÉRICA

Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


Imagen de historiadecalp.net


Hace años que Serafín Fanjul, catedrático de Literatura Árabe y académico de la Historia especializado en América, viene luchando contra las deformaciones que sobre la historia de Al Andalus realizaron tanto el filólogo hebreo-brasileño Américo Castro como sus mediocres discípulos españoles. Sus libros Al Andalus contra España, la forja del mito y La quimera de Al Andalus son muy reveladores al respecto (1).

Fue Américo Castro quien esbozó la contradictoria teoría de las “tres culturas”, según la cual, la identidad española está incompleta por no reconocer al “carácter semítico” aportado por moros y judíos como determinante-diferencial, y que asimismo, España había sido muy mala por haber expulsado a moros y judíos. Como se comprende, ningún historiador medianamente serio puede esbozar esta contradicción que se nos antoja infantil, y los que se declaren discípulos de esta tesis, al final llegarán a conclusiones semejantes a las de Ignacio Olagüe: A saber, que los árabes jamás invadieron Hispania, que el país se encontró preso del desorden por culpa de las disputas entre nobles godos y que como quedaron muchos arrianos, les fue muy fácil asimilar el islam y aprender a hablar árabe, así como el que no quiere la cosa. O sea: Ni para Castro ni para Olagüe cuentan seis siglos de civilización hispanorromana y tres siglos de reino visigodo (donde se continuó la cultura ibero-latina) tuvieron mayor importancia. Todo eso, por lo visto, desapareció de un día para otro sin dejar rastro, porque el homo hispanicus, o bien por orientalismo o bien por protomahometismo arriano, dijo, parafraseando al ínclito Chiquito de la Calzada (al que Dios Nuestro Señor le dé muchos años más de vida, amén), que hasta luego Lucas.

Con todo, ni Castro ni Olagüe inventaron nada especialmente nuevo. En su caso, no fue más que darle un toque académico a las exageraciones y despropósitos de los románticos extranjeros que, al viajar por la Península, encontraron monumentos de la época andalusí y creyeron ver las mil y una noches redivivas. El francés Merimée o el norteamericano Washington Irving son ejemplos al respecto. Por el toque académico fueron Olagüe y Castro y por el toque politiquero fue Blas Infante, el notario malagueño que nunca consiguió adhesión del pueblo andaluz con sus disparatadas teorías islamistas y que sin embargo, la oligarquía que hizo el régimen del 78 nos lo coló como el padre de la patria, aun cuando más del 60% del pueblo andaluz ni se molestó en votar el flamante estatuto de autonomía. En el caso de Olagüe resulta más estrambótico, eso sí, porque le da excesiva importancia al arrianismo, profesado por una minoría visigoda que nunca llegó ni al 10% de la población total, y luego de la conversión de rey Recaredo, a finales del siglo VI, sin duda quedó bastante exigua en cuanto a la herejía se refiere… Y por otra parte, herejía dentro del cristianismo que nada tiene que ver con la shahada y la sharia.

En su día, contra esta suerte de premeditados disparates se alzó la sensata voz del preclaro historiador castellano Claudio Sánchez-Albornoz (2). Frente a las “tres culturas” y los cuentos de la Alhambra, D. Claudio señaló el “temperamento hispánico” como factor a reconocer entre lo nativo y la época romana hasta su penetración en el mismo Al Andalus y su continuación luego en América. Por sobre los pueblos que pasaron y dominaron la Península, se estableció un filtro de sangre, cultura y espiritualidad que fue amasando tradiciones y vertiendo idiosincrasia. La base indígena ibera y céltica, las aportaciones fenicias y griegas, el corpus cultural, jurídico y sanguíneo romano, que luego se refresca con la minoría germánica ante un pueblo hispanorromano y minorías de inmigrantes gaélicos y también con cierta penetración bizantina (o sea, más Roma…) cambia ante una minoría siria (sobre ciertas bases yemenitas) que dominó sobre una masa de bereberes e hispanos conversos y minorías de negros y eslavos. La ruptura que a este punto se produce es tal que hasta con los godos se conservó el nombre patrio antiguo, siendo que por ejemplo, la Galia pasó a Francia por mor de los francos. En cambio, nunca prosperó la idea de Gothia de Ataúlfo y seguimos siendo Hispania; pero cuando las tropas imazighen llegaron bajo generalato árabe, al poco se le quiso cambiar tanto la faz a esta tierra que ni el nombre quisieron dejar.

Sobre el nombre de Al Andalus hay varias teorías: Algunos hablan de los vándalos, pueblo germánico perteneciente al tronco goto-escandinavo (al igual que visigodos, ostrogodos y burgundios), los cuales dominaron el sur ibérico durante algunas décadas y luego pasaron a dominar el norte de África. Así, “Al Andalus” sería “la tierra de los vándalos”. Otros hablan de que en lengua árabe, se está haciendo una referencia al Atlántico. Pero bueno, para el asunto, no es de gran importancia este debate: El caso es que los musulmanes ni el nombre quisieron dejar.

Mas, ¿de verdad desapareció ese temperamento hispánico de golpe y porrazo?

No: Los hechos lo desmienten. Hubo incorporación de nuevos elementos al paisaje humano ibérico, pero tampoco dio para tanto.

Que siglos después los poetas árabes y hebreos imitaran el estilo de los cristianos con las jarchas, excelsas composiciones poéticas cuya temática y métrica se emparenta con las cantigas galaico-portuguesas, y que por fin se certifique la existencia de dialectos mozárabes como la primera evolución del latín (eso sí, teñido de vocablos árabes y bereberes) desde el sur al oriente de la Península, demuestra de sobra que el temperamento hispánico estaba presente.


Otrosí, no vamos a negar que no hubiera influencia e interacción con árabes y bereberes. Con estos últimos, seguramente, desde la época antigua, si es que no están directamente emparentados con los iberos, como defendía el historiador portugués Oliveira Martins. Realmente, el dominio árabe no duró tanto: La minoría siria gobernó apenas cuatro siglos. De emirato a califato e independiente, no dependiente –valga la redundancia- ni de Damasco ni de Bagdad, considerándose, al igual que en tiempos romanos, que hasta prácticamente el Atlas era la frontera ibérica, por más que le cambiaran el nombre. Con Roma tuvimos seis siglos de gobierno que, en muy buena medida, continuaron en los tres siglos godos; con un Al Andalus independiente apenas cuatro, para acabar fragmentados en taifas, y ser presa de varias oleadas de invasiones norteafricanas.

Y bueno: Decir que en España, y más especialmente en Andalucía, existe un hecho diferencial a causa de la “identidad árabe”, es un despropósito absoluto, porque también supone, por esa “lógica”, negar la interacción del temperamento hispánico, primero, por los mozárabes (esto es, hispanos cristianos que vivían en territorio musulmán) que, huyendo del dominio islámico que pronto enseñó los dientes (desde la matanza de la nobleza de Toledo a los mártires de Córdoba, entre los siglos VIII y IX), se fueron a repoblar los reinos del norte. De hecho, es en Galicia, León y algunas partes de Castilla donde más y mejor se conserva la arquitectura mozárabe, prerrománica. Empero, también obvia que esta interacción no paró aquí, pues al paso de los siglos, las victorias contra el islam supusieron que, para repoblar las tierras del sur, muchos norteños emigraran. Es visible que la influencia de los repobladores del noroeste es muy notoria en ciertas áreas rurales de Huelva y Sevilla, así como la presencia vasca y castellana ha sido muy señera en Jaén; así como en Valencia, lo mozárabe se fundió con repobladores aragoneses, navarros y catalanes, por ejemplo.

Asimismo, no hay que olvidar que durante todo el Medioevo arribaron inmigrantes de diversos puntos de Europa, especialmente franceses e italianos. Con el mundo itálico, asimismo, ha habido una interacción directa de once siglos, superior a la que hemos tenido con el mundo islámico.

Y bueno: No fue poca cosa la inmigración irlandesa, abundante desde el siglo XVII hasta principios del XIX.

Así las cosas, lejos de perderse el temperamento hispánico, el desmembramiento en taifas y el avance cristiano supuso un refresco por mor de una continua reunión de hispanos de norte a sur y viceversa, sin que por ello cesaran ipso facto, como decimos, las interacciones que ya habían quedado. La historia es compleja y hay que contarlo todo, por supuesto.

Con todo, aquí no acaba la cosa. Nuestro citado y admirado Serafín Fanjul, con el temple galaico que le caracteriza, escribía hace años sobre cómo este tópico de la España “árabe”, “islámica”, o lo que sea, había llegado a Hispanoamérica (3). En Colombia pudo ver la expresión “barroco árabe”. Nada más y nada menos…

Llegados a este punto de confusión, en los tres años que llevo en el Perú, puedo decir que la obsesión morisca también existe. Las tapadas limeñas o los balcones del centro de Lima son irrefutable herencia… Bueno, no se sabe si morisca, árabe, o lo que sea… Incluso a un edificio que fue construido como el pabellón bizantino, le cambiaron el nombre por el de pabellón morisco, y se quedaron tan panchos.


Balcón limeño
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Pabellón (dizque) morisco de Lima. 



Creemos que esta broma ya está durando demasiado, y es una vergüenza que España, amén de prestar cobertura financiera y mediática a las asociaciones homosexualistas, promueva también este contrasentido ahistórico, cuando encima, está obligando a sus más jóvenes hijos a la emigración; y cuando emigran, se encuentran con rebrotes de la Leyenda Negra que a nosotros mismos ya nos han “enseñado” en el colegio, siendo que somos odiados tanto por el Estado que se supone que nos representa (¡ja!) como por los pueblos a donde tenemos que ir a ganarnos el pan.

Como puntos aclaratorios e inmediatos, valga lo siguiente:

-Partimos de la base que lo que conocemos como cultura árabe no es excesivamente original. Tras su expansiva eclosión desde desérticos confines, sin lo sustraído a indios, persas, egipcios, bizantinos e hispanos, no estaríamos hablando de nada.

Con todo, cuidado, porque con estas “corrientes” lo que se trata es de ningunear la herencia ibérica y románica para, acto seguido, decir que todo lo bueno se debe a los “árabes”, que fueron los exclusivos civilizadores. Los “buenos”, vamos. Desde Américo Castro al novelista mexicano Carlos Fuentes se ha caído en demasiados desafueros al respecto, y lo que late en el fondo es el odio a lo hispánico a fuer de cristiano. Es la Leyenda Negra metamorfoseada, estirada como un chicle. Es la propaganda de los liberales que, cogiendo lo más acomplejado de la Ilustración, llegaron a la impresión de que la historia de España era un error y había que darle la vuelta como un calcetín (4). Siendo que el pueblo español muchas veces se expresó en contra de este acomplejamiento y desnaturalización (en el siglo XIX a través del carlismo, por ejemplo), surgen las más variopintas teorías al respecto, financiadas ahora por un Estado corrupto y traidor.

Aunque por desgracia, parece ser que no hay nada más español que odiar a España…

-“Moro” es un término que viene del latín “maurum”, que en principio designaba al norte de África, esto es, la Mauritania para los romanos. Parte del norte de África pasó a gobernarse desde Hispania desde los tiempos del emperador Otón, implementándose en la época de Marco Aurelio. Cuando en el 711 entraron las tropas musulmanas al mando del conquistador bereber Tarik Ben Ziyad, la gran mayoría eran bereberes, por lo que progresivamente, la población asimiló “moro” a “musulmán”, no necesariamente a cultura árabe sensu stricto.

-“Morisco” no es sinónimo de “árabe”, ni tan siquiera de “moro”. Como “moriscos” fueron conocidos los descendientes de los mudéjares, esto es, los musulmanes que siguieron viviendo en territorio dominado por los cristianos, y que tras la Pragmática de 1502 (diez años después de la Toma de Granada) promulgada por los Reyes Católicos, fueron conminados o a la conversión o a la expulsión. Los que se quedaron bautizados, aun no observando lo que verdaderamente implicaba su bautismo en muchos casos, fueron los llamados moriscos. Sí, yo sé que eso de los Reyes Católicos suena en nuestros ateos tiempos muy fuerte, ¿pero a alguien le estaría permitido vivir en cualquier república democrática sin aceptar su constitución? Hablando en plata, de verdad, no me vengan con palabreos, por favor… Pues eso: Basta de presentismos manipuladores e ignorantes. Menos rasgarse las farisaicas vestiduras modernas y más enmendar un cada vez más empercochado presente.

Según una crónica nos dice que los moriscos eran aficionados al vino dulce (de hecho, esa tradición tan fuerte en Granada y Málaga proviene de ellos) y a alancear toros. Ni siquiera en los cristianos árabes existen esas costumbres. Por cierto, ya que se habla de la “tolerancia árabe”, ¿quieren decirme ustedes cuántos cristianos quedaron en el norte de África luego del asentamiento de los musulmanes? ¿Hablamos de la situación de los bereberes, los verdaderos indígenas de aquella tierra, todavía dominados por aristócratas orientales? ¿Hablamos de la libertad religiosa en el mundo árabe-islámico?

En fin: El morisco, a esas alturas de la historia, era etnoculturalmente hispano. Probablemente en su población habría más o menos mezclas con árabes, bereberes, eslavos o negros (había moriscos dueños de esclavos, por cierto), pero de eso ya había pasado mucho tiempo y además, su base procedía de conversos hispanos. La mezcla se había dado hacía siglos. De hecho, luego de la expulsión decretada por el rey Felipe III en 1609 tras continuos problemas (aún estaba reciente la guerra de las Alpujarras, donde el Inca Garcilaso sirvió a las órdenes de Juan de Austria), cuando los moriscos llegaron a distintos puntos del Magreb, eran muy diferentes de esa población. Su arquitectura era mucho más lineal, mucho más parecida a los cánones romanos que a la extremosa sinuosidad oriental. Su alimentación y sus técnicas de regadío no se conocían. Incluso algún cronista tunecino los describe como blancos y rubios, valga la curiosidad (5). Eran diferentes. No se parecían a la población magrebí de entonces, los cuales decían que no eran buenos musulmanes en muchos casos, y tampoco se parecerían a los magrebíes actuales. Y qué decir de los árabes propiamente dichos… De hecho en el Magreb se sigue hablando de “andalusíes” para referirse a los moriscos y a su descendencia; y todavía ser descendiente de moriscos/andalusíes constituye un símbolo de distinción desde Marruecos a Túnez.

¡Ah! ¿Y cómo es que los moriscos tuvieron que implementar técnicas arquitectónicas y agrícolas en África? ¿Acaso no iban hacia una civilización superior, dejando la malvada y atrasada España que así se quedaba sin la luz de la ciencia?

Y bueno, que haya descendientes de sirios, libaneses y palestinos que llegaron a la América Hispana en el siglo XX y se reclamen herederos de una supuesta antigua tradición árabe en el Nuevo Mundo es una desfachatez más todavía que un despropósito. Curiosamente, cuando se toca este punto no parece haber mucho indigenismo, ya que como decía el mentado Carlos Fuentes, todo lo malo de la Conquista se debe al cristianismo y lo bueno de la cultura se debe a lo moro.

No existe el “arte morisco”, ni en España ni en América. Existió un arte mudéjar, que es la herencia del arte hispano-musulmán, el mismo que se apropió de elementos artísticos como la estrella tartéssica y el arco de herradura. De esa herencia hispano-musulmana, distinta a un mundo árabe al que políticamente no pertenecía, bebieron muchos alarifes de esta procedencia etnocultural, quienes, asimismo, fueron mezclando sus habilidades con los estilos románicos, góticos y renacentistas; haciendo del mudéjar un arte tan singular como sobrio que, la verdad, prácticamente no llega a América. No son moriscos los balcones de Lima, no: Son eminentemente barrocos, sólo que incorporan la técnica mudéjar de las celosías; al igual que se implementan determinadas técnicas mudéjares para construir techumbres, dentro de armazones eminentemente barrocas, de un barroco de influencia andaluza y luego mestizado; de un barroco que a, diferencia de la Península, no conocía la ruptura cultural de una élite “afrancesada”, por lo que en el XVIII se siguió desarrollando tal cual, con poca aparición del neoclasicismo.


Entre el XIX y el XX hubo una fiebre por recuperar el mudéjar y a esta corriente se la denominó “neomudéjar”, que asimismo, estuvo muy implantada por algunas zonas de España y algo llegó a América. En la mayoría de los casos, nada que ver con el mudéjar real, puesto que los edificios hechos bajo este estilo más parecen orientales por su excesivo recargo y su poca vista al no atisbar las mentadas interacciones del mudéjar histórico.



Catedral de Teruel, ejemplo de arte mudéjar. 
Imagen de www.fuenterrebollo.com




Y bueno: Hablando de otros detalles, cierto es que los picarones son herederos de los buñuelos, que sí pertenecen a la repostería morisca (la repostería española tiene mucha influencia de lo morisco, eso es cierto), pero repostería morisca de España, no de La Meca ni de Bagdad.

-Otrosí, hay determinadas costumbres moriscas, especialmente la celebración de las bodas, que están muy presentes entre los gitanos españoles, especialmente los andaluces, por mor de una mezcla e interacción producida entre los siglos XVI y XVII. Pero nada de ello se percibe en América. Ni moriscos ni gitanos tuvieron peso en la conquista y el poblamiento de América.

-Recordemos que según las Leyes de Indias, a América no podían embarcar ni moros ni judíos. Y para los que se escandalicen, intenten trasladarlo al presente, y déjense de historietas.

Si bien es cierto que no siempre las leyes se cumplían, concretamente a los moriscos poco o nada les interesaba América. De hecho a los cristianos viejos les daba jindama que no emigraran, y que al no haber célibes entre ellos, aumentaran rápidamente de población, y que así, pudieran ser una quinta columna en apoyo de turcos y berberiscos, quienes asolaban con cierta frecuencia las costas andaluzas y levantinas. No olvidemos que la infame trata negrera fue un juego de niños en comparación con el esclavismo turco, numeroso y despiadado hasta hace relativamente poco. Asimismo, la esclavitud sigue existiendo en la Arabia islámica, en el África Negra y en Haití.

Con respecto al papel judío, sería ya otra historia, ¿pero y fue acaso un pueblo esparcido por todo el mundo y recolector de las más variadas culturas el que impuso su modelo cultural? ¿No sería que este pueblo se contagió de las culturas con las que se establecía?

Reiteramos: Cuidado con las trampas. Aquí estamos ante algo ideológico. Y hasta económico. Y todo ello en una época destructiva para España, a la cual parece que se le está buscando, no sin la ayuda de muchos compatriotas, una solución final.

-Y bueno: Decir que lo morisco es un hecho diferencial andaluz ante el resto de España, y que por eso se busca también la conexión con el contacto americano, es otro despropósito. Una vez hecha la Reconquista, en la Andalucía occidental la población hispano-musulmana se fue reduciendo por la emigración, al estar el norte de África tan cerca. En cambio, en Aragón y Valencia, muchos nobles “protegieron” a los moriscos, quienes constituían su principal mano de obra, estableciendo una especie de neofeudalismo en algunos casos. Y es que el feudalismo como tal apenas se dio en la Península, pues para haber feudalismo, tiene que haber un señorío de dominio cerrado, y eso, en unos siglos de cultura de fronteras y población movilizada, en muchos casos de campesinos-soldados, era imposible. La influencia morisca como tal, y de arte mudéjar en particular, es mayor en Aragón que en Andalucía. Ahora bien: En el caso de la Andalucía oriental, pues tres cuartos de lo mismo… Porque luego de la victoria de Juan de Austria en el siglo XVI ante la terrible rebelión de las Alpujarras, muchos moriscos fueron llevados a distintos puntos de la Península (hasta a Galicia y Vasconia), y que el peso de la repoblación castellana, gallega y asturiana fuera notable. Mientras en Sevilla hay toda una transición entre el mudéjar, el gótico, el Renacimiento, y luego el dilatado poderío del barroco que llega a eclipsar el neoclásico; en Granada se pasa del mudéjar a otros estilos directamente, siendo que hay calles de Granada que recuerdan a Italia.

Y bueno: Antes de ser expulsados, los moriscos estaban dispersos y divididos, no constituyendo ni por asomo una cultura única, y no teniendo una excesiva fuerza.


Así las cosas, como colofón, aclaramos que nada tenemos contra cómo nuestra cultura se implementó, y menos, con el factor bereber, acaso nuestro antiguo hermano étnico, separado ya espiritualmente desde hace mucho, ni tampoco por Siria, gloriosa nación que, en comunión con su bravo ejército y su legítimo presidente Bashar Al Assad (6), constituye todo un ejemplo de resistencia frente al Nuevo Orden Mundial, salvaguardando con su protección a los cristianos árabes, esto es, los descendientes directos de los primeros creyentes. Ni tampoco tenemos nada en contra de la tradición mogataz, esto es, los norteafricanos que llevan siglos siendo leales a España, derramando su sangre militar por nuestra tierra, que es también la suya allende el Estrecho. Durante siglos, ellos han muerto y han luchado manteniendo el nombre y las banderas, no borrando la raíz, como quisieron hacer los que invadieron en el siglo VIII y lo que quiere hacer el batiburrillo hispanófobo actual. Por ello, la verdad es que nos posicionamos en contra de imposturas que encima, nos cuestan el dinero y están extendidas para destruir lo poco que queda de España. Y no en vano los ingleses ya dijeron en el siglo XVIII que a España hay que vencerla en América y no en Europa. Por algo ya tenemos moriscos hasta en la sopa… de Hispanoamérica. Y si no nos ponemos las pilas y luchamos por derecho con nuestros hermanos hispanistas de allende los mares contra las mentiras, no tengamos luego la miserable osadía de quejarnos.








(1) Véase: MIS REFERENCIAS - LITERATURA HISTORIOGRÁFICA Y ETC...



(2) Sobre Claudio Sánchez-Albornoz, muy interesante, entre otras cosas:



(3)Véase: «Barroco árabe» | Sevilla | Sevilla - Abc.es



(4) Véanse:

22.5. La importancia de la tradición española. - Revista L



26.4 - Revista La razón histórica




(5) Véanse:

«Los moriscos que llegaron a Túnez eran rubios y ... - Ideal


Túnez

  • de Perceverde
  • Hace 5 años
  • 6.365 visualizaciones
La expulsión de los moriscos forma parte de la identidad tunecina ya que, entre 1609-1614, llegaron 80.000 expulsados que ...





(6) Recuérdese: RAIGAMBRE: A FAVOR DE SIRIA

domingo, 31 de agosto de 2014

EL CATOLICISMO A LA ESPAÑOLA



CONTRA LA HEGEMONÍA CULTURAL ANGLOSAJONA
Manuel Fernández Espinosa

Pero... ¿existe un catolicismo "a la española"? Uno pensaría, prima facie, que podría tratarse de una expresión exagerada, inapropiada por restrictiva. El mismo vocablo "católico" (de origen griego: "katholikós") pareciera que repele la reducción a una forma de vivirlo, a un estilo "español" de ser lo que, por definición, es católico, esto es: universal. Pero sí, hay un "catolicismo a la española": un estilo español de ser católico que trasciende la propia nacionalidad.

Es así como, por ejemplo, Ernst Jünger puede decir de Léon Bloy: "Bloy contempla todo esto [Londres] desde una perspectiva diversa: la del católico de cuño hispánico, opuesto al protestantismo, con el que mantiene una relación análoga a la del perro y el gato" ("Drogas y ebriedad. Acercamientos", E. Jünger). Bloy es francés, pero cuando un alemán como Jünger quiere entender el catolicismo de Bloy, la naturaleza de su postura frente a Londres, encuentra un recurso: "católico de cuño hispánico". No es un caso aislado. Eugenio d'Ors al bosquejar un perfil psicológico del artista suizo Alexandre Cingria, viene a caracterizar la religiosidad de Cingria así: "En cualquier caso, su piedad religiosa era enteramente a la española, y su concepción de lo divino tenía un aire pronunciado de Semana Santa en Sevilla" ("Arte vivo", E. d'Ors). Aquí, como en el caso de Bloy, hay que aclarar que Cingria no era español, sino que había nacido en Genève (Suiza) y su familia era originaria de la actual Dubrovnik. Y no acaba aquí, del gran dramaturgo flamenco Michel de Ghelderode, católico nacido en Ixelles (hoy Bélgica) también se ha dicho que su teatro (grotesco, a veces macabro, poblado de demonios y seres envilecidos) es de un catolicismo pesimista, o sea: "a la española". Ghelderode, al igual que Cingria, conocía la historia y la cultura de España y hasta dedicó no pocas de sus piezas dramáticas a temas españoles, como "Escorial" o "El sol se pone".

Durante un tiempo, en Austria y Centroeuropa, el "estilo español" fue un modelo cultural que se estudiaba y se imitaba (v. gr. Hugo von Hofmannsthal). Un amigo de Hofmannstahl, el hispanista alemán Karl Vossler, ponía sus esperanzas en que algún día España y las naciones hispanoamericanas se convirtieran en un bloque geo-político-cultural capaz de hacer frente al imperialismo británico:

"¿Podrá este espíritu, salido de la Edad Media y de los tiempos heroicos de España, hacer frente al imperialismo arreligioso de los anglosajones de la época victoriana, o conseguirá influir en él, completándolo? ¡Quién sabe!... ¿Quién de los dos se llevará el triunfo: la doctrina del Padre Bartolomé de las Casas, primer protector de los salvajes contra la explotación europea, o los principios del imperialismo [anglosajón] más brutal?" ("Algunos caracteres de la Cultura Española", Karl Vossler).


Franceses, suizos, belgas, irlandeses... De cualquier católico, sin atender a su nacionalidad ni raza, puede decirse que puede ser un "católico a la española". ¿Pero en qué se distingue el "catolicismo a la española"? Con los retazos que hemos traído aquí a colación se podría decir poco, pero algo podríamos aventurar.

El "catolicismo a la española" (que no es el catolicismo español de hoy en modo alguno) es, históricamente hablando, todo un estilo fraguado en ocho centurias de Reconquista, de guerra contra el mahometano. Algunos han querido ver en ello la razón por la cual nuestra forma española de entender el catolicismo es por excelencia una religiosidad de resuelta militancia y varonil belicosidad (piénsese en Santiago montado a caballo, combatiendo contra los infieles). Es un estilo, el catolicismo "a la española", forjado en la guerra contra el infiel que, por si fuese poco, había ocupado nuestro suelo. Más tarde, con la aparición del protestantismo, el "catolicismo a la española" se templó en la lucha contra la heterodoxia, con la Santa Inquisición y con las guerras por toda Europa. Es un catolicismo severo (no fanático, como se ha dicho muchas veces por motivos propagandísticos contra España), un catolicismo austero, militante, beligerante y despectivo hacia todo lo mundano, celoso custodio del Concilio de Trento. El catolicismo a la española se sintió cómodo hasta después del Concilio Vaticano I, pues las circunstancias en que la Iglesia fue acosada durante el siglo XIX se convirtieron en una magnífica ocasión para "el católico a la española": la congrua oportunidad de combatir en el campo de la apologética (combate y militancia teorética) o en el campo de batalla (como hicieron los carlistas desde 1833 o como lo hicieron los zuavos, "católicos a la española" como pocos, defendiendo al Romano Pontífice Pío IX en la Urbe asediada por los nacionalistas italianos). Y así, a modo de aproche, no estaría mal como esbozo aunque incompleto.

Pero llegó el Concilio Vaticano II (no vamos a entrar en valoraciones eclesiológicas que no hacen aquí al caso) y el clero proclama el "aggiornamento". Para lo que nos importa ahora podemos decir que el "catolicismo a la española" recibió el peor golpe que se le pudiera asestar. La militancia y belicosidad viril son desplazadas por las maneras melifluas, por un afeminamiento de las actitudes y una lamentabilísima pérdida de las aptitudes tradicionales. El católico "a la española" se convierte en un extraño en ese artificial "mundo feliz" que adopta una buena parte de la Iglesia católica: el religioso silencio del templo que solo rompían los majestuosos y solemnes acordes del órgano es profanado por el chicharreo de las guitarras y las panderetas. Considerado estrictamente en sus aspectos estéticos, el Concilio Vaticano II resultó un completo desastre para el "católico a la española".

Y llegamos a nuestra época.

Sería engañarnos a nosotros mismos si no reconociéramos que, desde los años 60 del siglo XX a nuestros días, España ha sufrido un proceso de secularización como no experimentó en épocas anteriores. Por muchos otros factores que convergen en ello, hoy tenemos una España en la que la Constitución de 1978 proclama "aconfesional" al Estado y la sociedad abrió un proceso de apostasía generalizada, cuando no de simple indiferentismo.

Los irreductibles católicos, aquellos más serios, llevan sus ojos a Inglaterra, en donde desde el siglo XIX se vienen produciendo una serie de conversiones capitales para el catolicismo mundial: John Henry Newman, Henry Edward Manning, Hilaire Belloc, Gilbert Keith Chesterton, Evelyn Waugh y tantos otros hombres de la cultura británica (conversos o católicos, como J. R. R. Tolkien). Los hoy católicos españoles, hablo de los más serios, no han sido nunca "católicos a la española" (aunque lo barruntan) y cuando han mirado a su alrededor, creyendo no hallar nada válido en la tradición hispánica (que muchas veces ignoran), se han convertido en "católicos a la inglesa". Han leído a Chesterton, a Tolkien, a Belloc, incluso al anglicano C. S. Lewis... ¿Pero han leído alguna novela de José María de Pereda? ¿De Pedro Antonio de Alarcón? ¿El "Jeromín" del Padre Coloma? Hasta "La Regenta" de Clarín (que, todos lo sabemos, no era precisamente un beaturrón) les enseñaría a estos católicos españoles "a la inglesa" a ser "católicos a la española", mucho más que todos sus Chestertones y Tolkienes. Y no quiero hablar de lo que es nuestro Siglo de Oro, que sería empezar y no acabar. Si el pobre Karl Vossler levantara la cabeza, vería que la España que él amaba y admiraba ha sido presa de la cultura anglosajona: el idioma, el vestir, los gustos, las películas... Pronto, si nos descuidamos, hablaremos inglés: tan mal como Ana Botella, pero hablaremos algarabía inglesa.

El "católico a la española" es más probable encontrarlo hoy en México o en Japón.

miércoles, 27 de agosto de 2014

EL CARLISTA QUE INVENTÓ LOS MISILES: MANUEL DAZA Y GÓMEZ






 
EL TÓXPIRO DE DAZA CONTRA LA ESCUADRA YANQUI 
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 

El matemático ruso Konstantin Tsiolkovsky (1857-1935) publicaba el año 1903 su libro “La exploración del espacio cósmico por métodos de reacción”. Este libro supondrá un paso adelante en la investigación de los cohetes con el propósito de conquistar el espacio. Pero el propósito del ruso, como el de Wernher von Braun lo sería después, era conquistar la luna. Anticipándose a todos ellos hubo un español que puede considerarse pionero en la construcción de misiles con un propósito muy distinto al que albergaban el ruso y el alemán. Es la historia de Manuel Daza y Gómez, un genio incomprendido en España como lo fueron tantos otros, con Isaac Peral a la cabeza de todos ellos por ser el más célebre.

Manuel Daza y Gómez nació el 31 de julio de 1853 en Alhama de Murcia. Su padre era oriundo de Garrucha (Almería) y su madre lo era de Orihuela (Alicante). Cuando los carlistas se alzaron en armas por última vez en el siglo XIX, Manuel Daza se enroló en las filas de Carlos VII, llegando a teniente y sirvió con valor en el Maestrazgo, donde llegó a ser herido y resultó a la postre cautivo del enemigo. En 1876 es liberado de la cárcel, pero lo destierran a Yecla y allí trata de rehacer su vida. Allí en Yecla empieza a mostrar sus habilidades inventivas, en 1878 inventa un molino harinero que solventará el problema que los vecinos tienen con la molienda: todos en Yecla conocerán el molino de Daza como “el molino de vapor”. En 1881 se casó y lleva una pacífica vida dedicada a sus estudios e inventos. Sin embargo, en 1898 los Estados Unidos de Norteamérica asestan un terrible golpe al orgullo nacional español. Por lo común se piensa que el desastre del 98 no afectó a los españoles y se alega el famoso dicho: “Más perdimos en Cuba y vinimos cantando”, pero esto es una exageración de la indolencia que no se ajusta a la verdad. Los Estados Unidos de Norteamérica nos habían destrozado en Cavite y Santiago de Cuba, las noticias llegaban a España y eran seguidas por todos: no solo por los intelectuales de la Generación del 98. Los periódicos españoles cunden la alarma, se piensa que después de conquistar Cuba y Puerto Rico, la poderosa escuadra norteamericana pondrá rumbo a la Península Ibérica y nos invadirá. El pánico no sólo es un rumor, los políticos peninsulares creen que los estadounidenses son muy capaces de conquistar España.

       Es aquí cuando interviene el carlista desterrado en Yecla, nuestro inventor D. Manuel Daza y Gómez. Daza tiene el remedio para detener la invasión y, de paso, tomarnos la revancha por Cavite y Santiago de Cuba. Los periódicos adelantan que se trata de una poderosa y terrible arma capaz de destruir la escuadra norteamericana. “El Mercantil Valenciano” revela que es un cohete de mucha potencia destructiva, pero no se trata de una noticia localista, los periódicos nacionales también se hacen eco: "Blanco y Negro" titula un artículo "El Torpedo Daza", aunque en el cuerpo del reportaje nos revela el nombre que el mismo Daza ha dado a su invento: “Tóxpiro Daza”. "Tóxpiro" es un neologismo que podría significar “fuego tóxico”. Pero aunque la prensa anuncia el “Tóxpiro Daza” todos se muestran prudencialmente reservados en cuanto al artefacto destructivo. Según revelaciones de Antonio Daza (el hermano de Manuel) al periodista Luis Gabaldón: “La base del invento está en la electricidad; no es, en su parte de concepción, sino la aplicación de cosas todas conocidas, una reunión de diversos aparatos de guerra. Tiene la ventaja sobre los cañones de no tener como éstos numero fijo de disparos, y respecto al alcance, los duplica. Pueden construirse proyectiles de todos los calibres, desde el mayor hasta el de fusil. Respecto á la forma, se trata de simplemente de un proyectil cónico, aéreo, cargado de materias explosivas y con unas aletas, disparándose eléctricamente desde un aparato especial donde se aloja”.

La idea se le había ocurrido a Daza, según declara su propio hermano, en el mes de abril de 1897 y el proyecto fue presentado al General Azcárraga, a la sazón Ministro de la Guerra, que lo examinó con el General de Artillería Verdes Montenegro. El ministro y el General de Artillería dieron su aprobación y el Tóxpiro Daza empezó a fabricarse en Sevilla. Se probó en Murcia con resultados, más tarde en Madrid también se hicieron pruebas que no resultaron tan exitosas por defectos de fábrica, también se ensayó en Cádiz. Prueba de su eficacia se entrevera en la entrevista concedida por su mismo inventor a “El Heraldo” (8 de julio de 1898) declarando que: “si la flota americana viene a atacarnos y tarde unos 20 días en llegar, España tendrá los elementos necesarios para destruirla”.

Sin embargo, el infame Tratado de París arrinconó el “Tóxpiro Daza” y el gobierno español, creyéndose asegurado con los tratados de “paz” firmados con Estados Unidos de Norteamérica perdió el interés por la producción del “Tóxpiro”. La terrible arma que había patentado Manuel Daza y Gómez había sido divulgada por los periódicos, aunque silenciaran por seguridad nacional los detalles de su mecanismo, pero las pruebas que se habían hecho con el proyectil español solo las habían podido contemplar los militares y su inventor. Después de la campaña de publicidad y el suspense generado en la opinión pública, las expectativas de ver en pleno funcionamiento destructivo el “Tóxpiro Daza” se frustraron y muchos periodistas e intelectuales, bien por la envidia o por la chocarrería ibérica, empezaron a hacer mofa del “Tóxpiro Daza”, burlándose de su artífice y convirtiéndo el artefacto en materia de chistes. Pero, contra el clamor del público ignorante, el Tóxpiro había funcionado.

El inventor carlista Manuel Daza y Gómez terminó arruinado económicamente por sufragar con su peculio los artefactos que perfeccionarían el “Tóxpiro” y que el gobierno se negara a subvencionar. Pobre, fracasado, convertido en el hazmerreír de una nación desagradecida, con la esposa enferma, Manuel Daza abandona Yecla y se instala en Sanlúcar de Barrameda, donde se supone que murió.

El filósofo ruso Eugenio Golovín escribió: “Don Quijote es mucho más necesario para la sociedad que una docena de consorcios automovilísticos”. Pero si un quijotesco Manuel Daza hubiera tenido el consorcio del gobierno español o de empresarios españoles, Don Quijote hubiera podido enderezar muchos más entuertos de los que enderezó.

 

Para ampliar información sobre este personaje, recomendamos los brillantes trabajos de investigación de D. Gerardo Palao Poveda:

“Manuel Daza y Gómez, industrial e inventor”.
“Más sobre el inventor Manuel Daza”.