RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 26 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (V PARTE)



PRESUPUESTOS DEL TRADICIONALISMO NETO

Manuel Fernández Espinosa 



El tradicionalismo neto (el filosófico, romántico y contra-revolucionario) no sólo planteó la conveniencia de restituir a la "tradición" su prestigio disputado por la ilustración (filosofante, racionalista y revolucionaria), sino que se empeñó en llevarlo a cabo sin renunciar a la construcción de un argumentario conforme a las inquietudes y temas de su tiempo (y de todos los tiempos también). El tradicionalismo neto integró en la doctrina (así puede verse en la de uno de sus más grandes representantes: Joseph de Maistre) algunos elementos que lo revistieron de una aureola "preterista" contraria a la "futurista" de las Luces. La caída primera por el pecado original (en clave cristiana) será motivo recurrente de los tradicionalistas. Ballanché, lo hemos dicho en otro artículo (abajo enlazado), recogiendo las especulaciones de Martínez de Pasqually, sintetiza la visión magistralmente: "La humanidad, según él, tenía que pasar por tres fases: la caída (con su consecuente degradación), el período de tribulación y prueba y, finalmente, el renacimento final o retorno a la perfección: la palingenesia" (Martínez de Pasqually hablaba de "reintegración"). Para Joseph de Maistre la naturaleza humana, debido al pecado, merece padecer, pues no es inocente. El progreso ha sido descartado y la tara del pecado original explica, según la fuente martinista (que es a la que hay que remontarse para entender a los tradicionalistas netos); explica -perdón por repetir- que, como resume Jean Deprun: "el hombre no es en sí mismo ni digno ni capaz de hacerse feliz; su objetivo debe ser el de una "reintegración", una "transformación" que deberá merecer por el desprendimiento y alcanzar por la plegaria." Para lograr esa "reintegración" los tradicionalistas netos están convencidos de lo indispensable que es restituir a la humanidad la lengua adámica: el origen de la palabra es divino, Dios la ha instituido. Para el discípulo de Pasqually, Louis Claude de Saint-Martin p. ej., el hombre no era una "tabla rasa", sino más bien una "tabla arrasada" que todavía tiene unas raíces, las que habría que revivir mediante el acceso a esa lengua primigenia. Por eso podía escribir Joseph de Maistre: "Las dos épocas más grandes del mundo espiritual son, sin duda, la de la torre de Babel, en que las lenguas se confundieron, y la de Pentecostés, en que hicieron un maravilloso esfuerzo para unificarse".
 
La lengua primigenia era un asunto que traía mucha cola. Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) dedicó muchas páginas al asunto, concluyendo: "De manera que en todo esto no existe nada que contradiga, sino más bien cosas favorables, a la hipótesis del origen común de todas las naciones, y de una lengua radical y primitiva", siendo la consecuencia práctica, a juicio del gran filósofo germano, una de enorme importancia, pues: "si llegásemos a poseer la lengua primitiva en toda su pureza, o al menos conservada suficientemente como para poder ser reconocida, entonces tendrían que mostrarse todas las conexiones, bien físicas, bien debidas a la institución arbitraria, sabia y digna del primer Hacedor". En ese sentido, Leibniz declaraba: "Me gustaría que otros sabios llevasen a cabo algo parecido en relación con las lenguas valona, vasca, eslavónica, finesa, turca, persa, armenia, georgiana, etc., para poner mejor de manifiesto la armonía que existe entre ellas, lo cual sería útil en particular, como acabo de señalar, para aclarar el origen de las naciones" (la negrita es nuestra; citas todas extraídas de "Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano", Leibniz, obra póstuma publicada en 1765.)
 
Era algo que se venía discutiendo de largo y que tuvo varias intentonas de elaboración; una de las más importantes fue la de Antoine Court de Gébelin (1725-1784), autor de "El Mundo Primitivo" y de "Histoire naturelle de la parole, ou Précis de l'Origine du Langage & de la Grammaire Universelle" (París, 1776); Gébelin lo intentó con algunos resultados que, aunque sean puestos en entredicho hoy, tuvieron su efecto sobre otros que se declararon sus discípulos, como el jacobino Antoine Fabre d'Olivet (1768-1825); Fabre d'Olivet se aplicó al estudio de las lenguas y cosmogonías antiguas con el propósito de hallar esa lengua primordial en su libro "La lengua hebrea restituída" y terminó por propugnar, en su libro "Historia filosófica del género humano", que Europa debería unirse, formando una teocracia, regida y gobernada por el Soberano Pontífice (y recordemos: fue en su juventud un jacobino).
 
Y esta búsqueda de la lengua primordial no pensemos que era cosa que se quedara restringida a los países europeos. El egregio estudioso de la lengua euskérica Pablo Pedro Astarloa (1752-1806) coincide con Leibniz: si tuviéramos esa lengua, tendríamos "un libro abierto de todos los conocimientos" -dice Astarloa. Y uno de los discípulos más aventajados de Astarloa fue Juan Bautista de Erro y Azpiroz (1773-1854), conspicuo carlista, que acariciaba los mismos proyectos de descubrir la lengua primordial, estudiando la lengua euskera. No menos importante en su día fue Joaquín de Yrizar Moya (1793-1879),  con su obra "De l'eusquere et de ses erdères, ou de la langue basque et de ses dérivés" (París, 1841-1846), al que el escritor Juan Valera reprochó no sólo "querer explicar por medio de un idioma todos los demás", sino "querer explicar también la política, las costumbres, el arte, la historia y hasta los más hondos misterios de la fe": el tono agrio de Valera que, por cierto, flirteaba con la Sociedad Teosófica (en los antípodas del tradicionalismo neto) desató una polémica cruda, pues Yrizar no se quedó callado y respondió. Se podrían citar a más europeos, españoles y vascos metidos en estas embrolladas cuestiones (pero sería mejor tratar esta cuestión por separado).
 
Lo que he querido precisar hoy, en lo que concernie a nuestra cuestión, es que el tradicionalismo neto incorporó algunos elementos procedentes de la tradición judeocristiana, no sin una lectura particular, a veces esotérica, y que contó con una serie de presupuestos entre los que, por su importancia, cabe destacar:
 
1) El énfasis en la caída de nuestros primeros padres, y
 
2) El redescubrimiento de la lengua primordial: adámica o previa a la división de las lenguas en Babel como instrumento privilegiado que reintegrara al hombre, a la sociedad, a la humanidad, profundamente fracturados por las consecuencias del pecado original que arrasó con el estado edénico, dejando unas semillas que esperaban ser revividas.
 
El tradicionalismo neto nos recuerda la verdad del "pecado original", una cuestión que en nuestros días ni los medios eclesiásticos remachan lo suficiente. El teólogo protestante armenio, Gabriel Vahanian (1927-2012), pionero de la llamada "teología de la muerte de Dios" proclamaba que "la ética poscristiana difiere tanto de la ética cristiana a propósito de la culpa hasta llegar a oponérsele radicalmente" y caracterizaba la ética cristiana como una ética del perdón, mientras que la ética poscristiana era una "ética de la inocencia". El hombre moderno, en efecto, vive "como si" fuese inocente. El tradicionalismo, adelantándose a ese mundo de la "presunta inocencia" que ya alboreaba con la Ilustración, hizo todo lo hacedero por asentar que la inocencia del hombre era una patraña moderna. El filósofo catalán Eugenio d'Ors, adalid teórico y práctico de la política de misión (la Heliomaquia, como poéticamente la denominó) nos recordaría que: "El tipo de un postulado conducente a la política de misión es el de la idea de Pecado Original, según la cual el hombre manifiesta en su conducta espontánea las consecuencias de una caída, únicamente redimible en los recursos de la Gracia y con el esfuerzo de la buena voluntad".
 
Las consecuencias que se derivarían del presupuesto del "tradicionalismo neto" acerca de la "lengua primordial" para la teoría del conocimiento y del lenguaje serían un tema que habría que estudiar más al detalle. Preferimos orillarlas.
 
Los prejuicios arraigados en la mayoría de los filósofos profesorales han impedido hasta el día de hoy tomar en serio todo lo que tuviera el menor tufo a esoterismo, relegando estos asuntos al delirante anecdotario de una historia de las ideas que, para ellos, no ha tenido un impacto digno de considerar. Craso error el de estos filósofos profesionalizados sólo en sus propias jergas esotéricas y siempre desdeñosos para dilucidar la influencia del esoterismo en la misma filosofía que ellos imparten, con sus cuadernillos prefabricados en universidades y editoriales. No sólo en el tradicionalismo neto sentimos la huella del esoterismo y estas elucubraciones antiguas que, tal vez hoy, nos pueden resultar extrañas y extravagantes, no menos importantes fueron para la confección de la historia del pensamiento (pienso en el idealismo alemán) y de la literatura (el simbolismo decimonónico); y decir pensamiento es decir acción.
 
Aunque el tema podría dilatarse, es con estos parámetros del "tradicionalismo neto" con los que hay que comprender a René Guénon cuando subestima el tradicionalismo vulgar, propio de los legos. Esos presuntos "tradicionalistas", en palabras de Guénon: "son aquéllas (personas) que sólo dan prueba de una especie de tendencia o aspiración hacia la tradición, sin contar con ningún conocimiento real de ésta; puede así medirse toda la distancia que separa al espíritu "tradicionalista" del auténtico espíritu tradicional que, por el contrario, exige de una manera esencial tal conocimiento y forma un todo con dicho conocimiento". Ese conocimiento es de carácter gnóstico e iniciático. René Guénon se muestra de todo punto contrario a extender el término "tradición" a los órdenes puramente humanos: "tradición filosófica", "tradición científica", "tradición política" y, hasta llega a ironizar, diciendo: "En estas circunstancias no tendría objeto asombrarse si un día se llegase a hablar de "tradición protestante" o incluso de "tradición laica" o de (una tradición) revolucionaria". La cuestión en Guénon es mucho más compleja de lo que aquí podemos adelantar, pero sin atender a la herencia del tradicionalismo neto (romántico, anti-moderno y con sus ramalazos esoteristas) es imposible comprender a Guénon, por mucho que él se presente como portador de la única "Tradición" que merece el nombre de tal.
 
Obviamente, estas cuestiones -asaz complicadas- brillan por su ausencia en el tradicionalismo que se manifestó en el terreno político, en el tradicionalismo que hemos optado por denominar "lato". En el caso español, nuestro tradicionalismo político del siglo XIX fue efectivo sin remontarse a tradiciones extranjeras, le valía el prestigio de las instituciones tradicionales: la Iglesia católica, todavía fuerte y sólida (sin licuar por los nocivos efectos del Concilio Vaticano II), la Monarquía legítima (con sus pretendientes legítimos) y un pueblo que todavía no había conocido los perniciosos efectos del bastardeamiento de su inteligencia, la perversión de sus gustos y la fatal aceptación de las modas y opiniones extranjeras modernas que, en nuestros aciagos días, ha llegado a extremos aberrantes difícilmente imaginables ni para el más avanzado de los liberales del siglo XIX.
 
Continuará...
 
BIBLIOGRAFÍA:

 
Para una aproximación al pensamiento tradicionalista de la expiación, recomiendo mis artículos, abajo enlazados:
 
Fernández Espinosa, Manuel, "Luis Carpio Moraga, poeta de la expiación y víctima expiatoria" (RAIGAMBRE, 27 de noviembre de 2013.)
 
Fernández Espinosa, Manuel, "Un gran olvidado: Pierre-Simon Ballanche" (RAIGAMBRE, 8 de noviembre de 2014.)
 
Canivez, André, "Los tradicionalistas", en "La filosofía en el siglo XIX", volumen 8 de la Historia de la Filosofía, de Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1998.
 
Maistre, Joseph de, "Las veladas de San Petersburgo", Espasa-Calpe, Madrid, 1998.
 
Deprun, Jean, "Las Anti-Luces", en "Racionalismo, Empirismo, Ilustración", volumen 6 de la Historia de la Filsofía, de Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1991.
 
Leibniz, G. W., "Nuevos Ensayos sobre el entendimiento humano", Alianza Editorial, Madrid, 1992.
 
Tovar, Antonio, "Mitología e ideología sobre la lengua vasca", Alianza Editorial, Madrid, 1980.
 
Vahanian, Gabriel, "The Death of God: The Culture of Our Post-Christian Era" (New York, George Braziller, 1961)
 
D'Ors, Eugenio, "La ciencia de la cultura", Ediciones Rialp S. A., Madrid, 1964.
 
Para la presencia del ocultismo en el tradicionalismo del siglo XIX, recomiendo la serie de artículos que realicé para RAIGAMBRE, voy a enlazar solo el primero de ellos:
 
Fernández Espinosa, Manuel, "Infiltraciones del ocultismo en el tradicionalismo español (Primera parte)", (RAIGAMBRE, 11 de diciembre de 2013)

Guénon, René, "El reino de la cantidad y los signos de los tiempos", Editorial Ayuso, Madrid, 1976.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario