Joseph de Maistre |
TRADICIONALISMO NETO Y TRADICIONALISMO LATO
Manuel Fernández Espinosa
En nuestra elucidación sobre lo que es "tradición" hemos descubierto que la tradición (en todos sus órdenes: religiosa, filosófica, científica...) fue objeto de severos reproches, de un ataque sistemático que, primero extendió la sospecha sobre ella, para luego denigrarla y rechazarla en bloque.
Aunque no nos hemos querido detener en la cuestión religiosa, por ser asaz compleja, digamos que la falsa reforma protestante (mejor la llamáramos "revolución" religiosa) cuestionó la tradición de la Iglesia, pues "Se deseaba una vuelta al cristianismo primitivo, genuino y simple, sin las adherencias que la tradición, la costumbre y la rutina le habían ido añadiendo" -nos recuerda el P. Ricardo García-Villoslada S. I. en su ensayo "Raíces históricas del luteranismo". No se trataba de una implícita repulsa de la tradición que haya que descubrir en la estructura profunda de las palabras, era una repulsa explícita. Lutero pudo escribir en 1520: "No intenté divulgar sino la verdad evangélica contra las supersticiosas opiniones de la tradición humana". Las negritas son nuestras.
Pero esto que empezó en el seno de la Iglesia ocasionando una fractura de la Cristiandad también tuvo su correlato en la filosofía a partir de la revolución científico-filosofica que inaugura la modernidad (en su momento aludíamos a Descartes, pero también podríamos mentar a Francis Bacon); con el despliegue de la Ilustración del XVIII la revolución gestada en los siglos anteriores madura y eclosiona, la tradición (y la autoridad tradicional) se ven desacreditadas y las encarnaciones de la Tradición: monarca, aristocracia y clero (también el pueblo tradicional, monárquico y católico, francés) fueron perseguidos y hasta guillotinados y masacrados. Los desastres de la revolución política en Francia y las guerras napoleónicas, así como el rechazo que la generación romántica siente por la razón ilustrada, condujo a buena parte de la intelectualidad europea a sumirse en una profunda reflexión que les hizo descubrir que las raíces de los trastornos que habían sacudido a Europa había que hallarlas en el desprestigio de la autoridad y la tradición. La consecuencia lógica era devolverlas a su puesto y surgió así el "tradicionalismo", pero no en cualquiera de sus acepciones: hablamos del "tradicionalismo neto" que será el intento de reapoderarse de la tradición, aunque -como nos recordaba Gadamer- elevando a ésta a la categoría de instancia antagonista de la razón ilustrada, con lo que desde entonces el término "tradición" se envolverá en una nebulosa difícil de escrutar, en tanto que parece rechazar la razón (ha dejado que el concepto de razón lo monopolice la Ilustración) y frente a esa reducción de la razón a "razón ilustrada", la tradición -piensan algunos- bien puede prescindir de explicarse a sí misma, le basta su autoridad que la hace el ser antigua (poco importa lo antigua que sea; "inmemorial" es un buen comodín cuando no se sabe a ciencia cierta la fundación de una tradición), la tradición alegará sus misteriosas credenciales de antigüedad: la tradición es fuente de legitimidad suficiente, queda sin razonarse lo conveniente que sea esa tradición para la sociedad en su conjunto y para el hombre concreto. Es así como se establece en términos dialécticos la reacción de cuantos se resisten a subordinarse a la tradición, simplemente por (mal)entender que la tradición equivale a anular su personalidad: el revolucionario no fue aniquilado tras la Restauración post-napoleónica.
Vázquez de Mella escribió: "El anillo vivo de una cadena de siglos, si no está conforme con los que le preceden y quiere que no lo estén los que le siguen, puede salir de la cadena para existir por su cuenta; pero no tiene derecho a destruirla ni a privar a los posteriores de los anillos precedentes". Pero eso sólo tiene validez cuando se puede neutralizar la acción revolucionaria, lo cual no es tan fácil. Ni siquiera con tanquetas y fuerzas del orden público, pues como bien apuntó el perspicaz Ortega y Gasset: "La revolución no es la barricada, sino un estado de espíritu".
El "tradicionalismo neto" que en estas circunstancias surge no estará exento tampoco de ciertas adherencias irracionalistas, como así podrán ser considerados algunos de los aportes que le vienen al tradicionalismo de las Anti-Luces y, especialmente, del martinismo (Martínez de Pasqually y Claude de Saint-Martin).
Las Anti-Luces proclamaron su cristianismo ortodoxo, frente a los improperios anticristianos de Voltaire, Diderot y las Luces. Jean Deprun ha definido a las Anti-Luces como: "el conjunto de los sistemas de defensa empleados por los que se resisten a ese cambio." Se entiende que fueron los primeros conatos de resistencia que disentían de la ilustración enemiga de la religión cristiana, de la tradición y la autoridad. Para mejor caracterizar este heteróclito movimiento de las Anti-Luces, Jean Deprun nos lo resume didácticamente de esta guisa: "La historia de las ideas construirá, pues, por las necesidades de su descripción, un tipo ideal caracterizado, en el plano del pensamiento religioso, por la defensa de la ortodoxia; en el plano metafísico, por la de los sistemas asociados a ésta hacia 1700: cartesianismo, malebranchismo, leibnizianismo; en el plano ético, por el mantenimiento del sentido del pecado y de sus dimensiones humanas e incluso cósmicas; en el plano social, por el rechazo de una sociedad atomizada, la preferencia concedida al estatuto sobre el contrato, al escalonamiento de los órdenes sobre la yuxtaposición de las individualidades; en el plano de las imágenes-claves, por la evocación de una luz estable, fija, venida de arriba, dada desde el principio a los hombres, que irradia del sol de los espíritus. La anti-luz no es el rechazo de la luz, sino todo lo contrario; es el rechazo de la luz concebida como trabajo, experimentación, progreso...".
Podría parecer una contradicción que el cartesianismo (que nosotros hemos indicado como antecedente filosófico del descrédito de la tradición) pueda reaparecer nuevamente, justo entre las filas de los adversarios de la Ilustración, pero nadie ha dicho que las Anti-Luces fuesen tradicionalistas y, además, debiéramos tener presente que la lectura que hace el tradicionalismo decimonónico europeo del enciclopedismo y la revolución está lastrada por las circunstancias históricas y nacionales: además, lo dijimos en su momento, Descartes no había atacado las tradiciones políticas y morales. Lo que sí aportarán las Anti-Luces, por su resistencia a los cambios hostiles a la tradición, serán elementos que asumirá el tradicionalismo, elementos que se les puede considerar precedentes del tradicionalismo y se entreveran con la doctrina tradicionalista. Así se entenderá que Joseph de Maistre, tradicionalista arquetípico del XIX, conserve algunas de las enseñanzas recibidas en las logias martinistas de su juventud, así como una admiración por Malebranche. El posterior tradicionalismo neto que tendrá en René Guénon a uno de sus representantes más sólidos proviene justamente de estas fuentes, contrarias a la Ilustración y a la revolución, sobre todo de cuño martinista, que si bien no renuncian al cristianismo, sí que hay que decir que "su cristianismo es el de la gnosis, su marco, el de las logias masónicas y de las sociedades de iluminados; su ambición, la de una teurgia en que el sentimiento religioso tiende a prolongarse en acción mágica" -como señala Deprun. Sobre Guénon volveremos, es forzoso volver sobre él.
Como podemos ver, la atroz simplonería de los que todavía en España se autocalifican "tradicionalistas" prescinde de estas complejas tramas que forman la raigambre del auténtico tradicionalismo histórico, el tradicionalismo en un sentido neto como movimiento filosófico europeo del siglo XIX; por eso es que los que militan en el "tradicionalismo lato" (como es el español) no comprenden que René Guénon y sus seguidores puedan calificarse como "tradicionalistas" y no esgrimen más argumento para arrebatarle el título de "tradicionalista" a Guénon que acusarlo de "gnóstico" (muchas veces sin saber ni lo que dicen), lo cual indica la poca profundidad a la que pueden sumergirse algunos "buzos". El "tradicionalista" español siempre se ha conformado con una idílica evocación de lo antiguo y más exterior, sin adentrarse en los laberintos filosóficos e históricos que el "tradicionalismo neto" trae aparejados. Así, el tradicionalismo español, califiquémoslo como "tradicionalismo lato", permanece apegado a las formas litúrgicas de la Iglesia tridentina y añora las instituciones históricas que, obsoletas o no, ejercen sobre él una fascinación de la que es difícil liberarlo. Lo que cosecha, por lo tanto, es un profundo disgusto, una insatisfacción, un enfado por todo lo que ve, cuando contrapone su mundo idílico (Iglesia tridentina, monarquía tradicional, instituciones pretéritas) con el panorama vigente en nuestros tiempos. Todo se ha puesto patas arriba y el tradicionalista se amohína: le han cambiado el escenario y él sigue interpretando un papel extemporáneo por el que nadie le hace palmas.
Nuestro tradicionalismo (duele decirlo pero hay que mirar las cosas de frente) está a día de hoy desprovisto de expectativas, casi liquidado por insolvencia intelectual, esterilizado en camarillas marginales y a veces sectarias, condenado a lamerse las heridas por no comprender de dónde vienen los cambios que suceden a su alrededor, abrumado por todo lo que ha cambiado sin contar con él; como un Don Quijote apaleado. Al tradicionalismo español le repugnan los cambios sucedidos en una sociedad que hoy está irreconocible, la actual que sería mejor llamar "disociedad": a veces, ese "tradicionalismo lego" incluso busca culpables fuera o dentro, encuentra conspiraciones de escala internacional, nacional... local, grupal; pero nada de eso soluciona nada. Algunos han dicho que lo que ocurre en España es que ésta ha roto con sus tradiciones, pero ¿es ese el problema? Difícilmente puede romperse con algo, cuando apenas se tiene noción de su existencia.
El tradicionalismo español (con ínfulas de político, pero que se niega a sí mismo la acción política) es un tradicionalismo lato, dijéramos que lego, que hoy está confinado a la marginalidad. Sin una elucidación del concepto de "tradición"; sin una diferenciación que le haga ser "tradicionalismo hispánico" (con sus nexos con el "tradicionalismo neto", pero también con sus diferencias); sin una reconfiguración propia, está condenado a languidecer hasta la extinción. Lo único que puede salvar la situación del tradicionalismo español es justamente elucidar el término "tradición", para reconfigurarse a sí mismo.
Continuará...
BIBLIOGRAFÍA:
García-Villoslada, Ricardo, "Raíces históricas del luteranismo".
Vázquez de Mella, Juan, "Discurso en el Parque de la Salud de Barcelona" (17 de mayo de 1903)
Ortega y Gasset, José, "El ocaso de las revoluciones" (apéndice del ensayo "El tema de nuestro tiempo".)
Maistre, Joseph de, "Las veladas de San Petersburgo".
Deprun, Jean, "Las Anti-Luces", en "Racionalismo, Empirismo, Ilustración" volumen 6 de la "Historia de la Filosofía", bajo la dirección de Yvon Belaval, Editorial Siglo XXI, Madrid, 1991.
Aunque no nos hemos querido detener en la cuestión religiosa, por ser asaz compleja, digamos que la falsa reforma protestante (mejor la llamáramos "revolución" religiosa) cuestionó la tradición de la Iglesia, pues "Se deseaba una vuelta al cristianismo primitivo, genuino y simple, sin las adherencias que la tradición, la costumbre y la rutina le habían ido añadiendo" -nos recuerda el P. Ricardo García-Villoslada S. I. en su ensayo "Raíces históricas del luteranismo". No se trataba de una implícita repulsa de la tradición que haya que descubrir en la estructura profunda de las palabras, era una repulsa explícita. Lutero pudo escribir en 1520: "No intenté divulgar sino la verdad evangélica contra las supersticiosas opiniones de la tradición humana". Las negritas son nuestras.
Pero esto que empezó en el seno de la Iglesia ocasionando una fractura de la Cristiandad también tuvo su correlato en la filosofía a partir de la revolución científico-filosofica que inaugura la modernidad (en su momento aludíamos a Descartes, pero también podríamos mentar a Francis Bacon); con el despliegue de la Ilustración del XVIII la revolución gestada en los siglos anteriores madura y eclosiona, la tradición (y la autoridad tradicional) se ven desacreditadas y las encarnaciones de la Tradición: monarca, aristocracia y clero (también el pueblo tradicional, monárquico y católico, francés) fueron perseguidos y hasta guillotinados y masacrados. Los desastres de la revolución política en Francia y las guerras napoleónicas, así como el rechazo que la generación romántica siente por la razón ilustrada, condujo a buena parte de la intelectualidad europea a sumirse en una profunda reflexión que les hizo descubrir que las raíces de los trastornos que habían sacudido a Europa había que hallarlas en el desprestigio de la autoridad y la tradición. La consecuencia lógica era devolverlas a su puesto y surgió así el "tradicionalismo", pero no en cualquiera de sus acepciones: hablamos del "tradicionalismo neto" que será el intento de reapoderarse de la tradición, aunque -como nos recordaba Gadamer- elevando a ésta a la categoría de instancia antagonista de la razón ilustrada, con lo que desde entonces el término "tradición" se envolverá en una nebulosa difícil de escrutar, en tanto que parece rechazar la razón (ha dejado que el concepto de razón lo monopolice la Ilustración) y frente a esa reducción de la razón a "razón ilustrada", la tradición -piensan algunos- bien puede prescindir de explicarse a sí misma, le basta su autoridad que la hace el ser antigua (poco importa lo antigua que sea; "inmemorial" es un buen comodín cuando no se sabe a ciencia cierta la fundación de una tradición), la tradición alegará sus misteriosas credenciales de antigüedad: la tradición es fuente de legitimidad suficiente, queda sin razonarse lo conveniente que sea esa tradición para la sociedad en su conjunto y para el hombre concreto. Es así como se establece en términos dialécticos la reacción de cuantos se resisten a subordinarse a la tradición, simplemente por (mal)entender que la tradición equivale a anular su personalidad: el revolucionario no fue aniquilado tras la Restauración post-napoleónica.
Vázquez de Mella escribió: "El anillo vivo de una cadena de siglos, si no está conforme con los que le preceden y quiere que no lo estén los que le siguen, puede salir de la cadena para existir por su cuenta; pero no tiene derecho a destruirla ni a privar a los posteriores de los anillos precedentes". Pero eso sólo tiene validez cuando se puede neutralizar la acción revolucionaria, lo cual no es tan fácil. Ni siquiera con tanquetas y fuerzas del orden público, pues como bien apuntó el perspicaz Ortega y Gasset: "La revolución no es la barricada, sino un estado de espíritu".
El "tradicionalismo neto" que en estas circunstancias surge no estará exento tampoco de ciertas adherencias irracionalistas, como así podrán ser considerados algunos de los aportes que le vienen al tradicionalismo de las Anti-Luces y, especialmente, del martinismo (Martínez de Pasqually y Claude de Saint-Martin).
Las Anti-Luces proclamaron su cristianismo ortodoxo, frente a los improperios anticristianos de Voltaire, Diderot y las Luces. Jean Deprun ha definido a las Anti-Luces como: "el conjunto de los sistemas de defensa empleados por los que se resisten a ese cambio." Se entiende que fueron los primeros conatos de resistencia que disentían de la ilustración enemiga de la religión cristiana, de la tradición y la autoridad. Para mejor caracterizar este heteróclito movimiento de las Anti-Luces, Jean Deprun nos lo resume didácticamente de esta guisa: "La historia de las ideas construirá, pues, por las necesidades de su descripción, un tipo ideal caracterizado, en el plano del pensamiento religioso, por la defensa de la ortodoxia; en el plano metafísico, por la de los sistemas asociados a ésta hacia 1700: cartesianismo, malebranchismo, leibnizianismo; en el plano ético, por el mantenimiento del sentido del pecado y de sus dimensiones humanas e incluso cósmicas; en el plano social, por el rechazo de una sociedad atomizada, la preferencia concedida al estatuto sobre el contrato, al escalonamiento de los órdenes sobre la yuxtaposición de las individualidades; en el plano de las imágenes-claves, por la evocación de una luz estable, fija, venida de arriba, dada desde el principio a los hombres, que irradia del sol de los espíritus. La anti-luz no es el rechazo de la luz, sino todo lo contrario; es el rechazo de la luz concebida como trabajo, experimentación, progreso...".
Podría parecer una contradicción que el cartesianismo (que nosotros hemos indicado como antecedente filosófico del descrédito de la tradición) pueda reaparecer nuevamente, justo entre las filas de los adversarios de la Ilustración, pero nadie ha dicho que las Anti-Luces fuesen tradicionalistas y, además, debiéramos tener presente que la lectura que hace el tradicionalismo decimonónico europeo del enciclopedismo y la revolución está lastrada por las circunstancias históricas y nacionales: además, lo dijimos en su momento, Descartes no había atacado las tradiciones políticas y morales. Lo que sí aportarán las Anti-Luces, por su resistencia a los cambios hostiles a la tradición, serán elementos que asumirá el tradicionalismo, elementos que se les puede considerar precedentes del tradicionalismo y se entreveran con la doctrina tradicionalista. Así se entenderá que Joseph de Maistre, tradicionalista arquetípico del XIX, conserve algunas de las enseñanzas recibidas en las logias martinistas de su juventud, así como una admiración por Malebranche. El posterior tradicionalismo neto que tendrá en René Guénon a uno de sus representantes más sólidos proviene justamente de estas fuentes, contrarias a la Ilustración y a la revolución, sobre todo de cuño martinista, que si bien no renuncian al cristianismo, sí que hay que decir que "su cristianismo es el de la gnosis, su marco, el de las logias masónicas y de las sociedades de iluminados; su ambición, la de una teurgia en que el sentimiento religioso tiende a prolongarse en acción mágica" -como señala Deprun. Sobre Guénon volveremos, es forzoso volver sobre él.
Como podemos ver, la atroz simplonería de los que todavía en España se autocalifican "tradicionalistas" prescinde de estas complejas tramas que forman la raigambre del auténtico tradicionalismo histórico, el tradicionalismo en un sentido neto como movimiento filosófico europeo del siglo XIX; por eso es que los que militan en el "tradicionalismo lato" (como es el español) no comprenden que René Guénon y sus seguidores puedan calificarse como "tradicionalistas" y no esgrimen más argumento para arrebatarle el título de "tradicionalista" a Guénon que acusarlo de "gnóstico" (muchas veces sin saber ni lo que dicen), lo cual indica la poca profundidad a la que pueden sumergirse algunos "buzos". El "tradicionalista" español siempre se ha conformado con una idílica evocación de lo antiguo y más exterior, sin adentrarse en los laberintos filosóficos e históricos que el "tradicionalismo neto" trae aparejados. Así, el tradicionalismo español, califiquémoslo como "tradicionalismo lato", permanece apegado a las formas litúrgicas de la Iglesia tridentina y añora las instituciones históricas que, obsoletas o no, ejercen sobre él una fascinación de la que es difícil liberarlo. Lo que cosecha, por lo tanto, es un profundo disgusto, una insatisfacción, un enfado por todo lo que ve, cuando contrapone su mundo idílico (Iglesia tridentina, monarquía tradicional, instituciones pretéritas) con el panorama vigente en nuestros tiempos. Todo se ha puesto patas arriba y el tradicionalista se amohína: le han cambiado el escenario y él sigue interpretando un papel extemporáneo por el que nadie le hace palmas.
Nuestro tradicionalismo (duele decirlo pero hay que mirar las cosas de frente) está a día de hoy desprovisto de expectativas, casi liquidado por insolvencia intelectual, esterilizado en camarillas marginales y a veces sectarias, condenado a lamerse las heridas por no comprender de dónde vienen los cambios que suceden a su alrededor, abrumado por todo lo que ha cambiado sin contar con él; como un Don Quijote apaleado. Al tradicionalismo español le repugnan los cambios sucedidos en una sociedad que hoy está irreconocible, la actual que sería mejor llamar "disociedad": a veces, ese "tradicionalismo lego" incluso busca culpables fuera o dentro, encuentra conspiraciones de escala internacional, nacional... local, grupal; pero nada de eso soluciona nada. Algunos han dicho que lo que ocurre en España es que ésta ha roto con sus tradiciones, pero ¿es ese el problema? Difícilmente puede romperse con algo, cuando apenas se tiene noción de su existencia.
El tradicionalismo español (con ínfulas de político, pero que se niega a sí mismo la acción política) es un tradicionalismo lato, dijéramos que lego, que hoy está confinado a la marginalidad. Sin una elucidación del concepto de "tradición"; sin una diferenciación que le haga ser "tradicionalismo hispánico" (con sus nexos con el "tradicionalismo neto", pero también con sus diferencias); sin una reconfiguración propia, está condenado a languidecer hasta la extinción. Lo único que puede salvar la situación del tradicionalismo español es justamente elucidar el término "tradición", para reconfigurarse a sí mismo.
Continuará...
BIBLIOGRAFÍA:
García-Villoslada, Ricardo, "Raíces históricas del luteranismo".
Vázquez de Mella, Juan, "Discurso en el Parque de la Salud de Barcelona" (17 de mayo de 1903)
Ortega y Gasset, José, "El ocaso de las revoluciones" (apéndice del ensayo "El tema de nuestro tiempo".)
Maistre, Joseph de, "Las veladas de San Petersburgo".
Deprun, Jean, "Las Anti-Luces", en "Racionalismo, Empirismo, Ilustración" volumen 6 de la "Historia de la Filosofía", bajo la dirección de Yvon Belaval, Editorial Siglo XXI, Madrid, 1991.
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