RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 2 de junio de 2015

CARLISMO EN EL SUR



Miembros de la Familia Peinado, de Castillo de Locubín: en solitario, D. Manuel Peinado Álvarez

UNA FAMILIA FACCIOSA DE CASTILLO DE LOCUBÍN (JAÉN)

Manuel Fernández Espinosa




Desde 1998, cuando ÓRDAGO apareció en la vida tosiriana, venimos recuperando el patrimonio olvidado del carlismo. El General Miguel Gómez Damas fue, desde nuestros inicios, uno de los personajes que concentró nuestro interés. Teníamos una convicción, con la que partíamos y que fue adquiriendo cuerpo: la militancia del General Gómez en las filas carlistas no era un caso excepcional. En Torredonjimeno, el carlismo había calado: fue así como tuve ocasión, recopilando y estudiando datos de los archivos reconstruir siquiera a pinceladas el carlismo embrionario de Torredonjimeno. Se trataba de un estudio exhaustivo, además de ser el único que sobre la cuestión se ha llegado a hacer (1). Quiero aprovechar desde aquí para corregir un error que se coló en aquella primera composición: en la página 3 atribuía yo a D. Jorge Bessieres una filiación que después he comprobado errónea. Bessieres no fue líder de una “rebelión liberal” ocurrida en la llamada Década Ominosa (1823-1833), sino que acaudilló una “revuelta absolutista” contra las tendencias liberaloides que ensayara Fernando VII en su largo reinado.

De todas formas, tanto aquel artículo como otras muchas manifestaciones de nuestros hallazgos se vieron comprometidos por la historia oficialista que no quiere reconocer que Torredonjimeno, así como buena parte de nuestra actual provincia, tuvo una fuerte presencia carlista. En cambio, pese a la empeñada negación de los historiadores académicos, la realidad es más obstinada todavía y viene a desmentir, bajo forma de más documentación gráfica y escrita, la mezquina versión oficial de la historia. Torredonjimeno, pese a quien le pese, tuvo una fuerte presencia carlista, avalada –entre otros datos- por no pocos suscriptores de LA ESPERANZA, periódico carlista (2).


La presente contribución que viene a fundamentar nuestra tesis histórica sobre la presencia carlista en nuestra localidad y provincia nos la proporcionó providencialmente un particular que prefiere silenciar su nombre. En su casa se conservan, como reliquias, los enseres personales además de retratos –que hoy publicamos- de la familia de un ilustre carlista giennense, D. Rufino Peinado Peinado, héroe de la III Guerra Carlista (1872-1876), del que ya teníamos ocasión de referir en el artículo más arriba mencionado.

Vamos a comentar estas fotografías, al hilo de la historia que él mismo nos contó, recogida literariamente por su sobrino, D. Rafael Álvarez de Morales y Ruiz quien escribió las memorias de D. Rufino bajo el título “Recuerdos de un carlista andaluz. (Un cruzado de la Causa)” (3). Estas fueron publicadas por el Instituto de Historia de Andalucía de Córdoba en 1982. D. Rafael se sirvió de las confidencias que el anciano soldado de la Lealtad le hiciera en la privanza familiar. Así se trazan unas memorias que nos ponen de manifiesto toda la grandeza de los vencidos. Cuando uno acaba el libro, siente un nudo en la garganta y toda la consternación por nuestro pasado, abortado tantas veces. D. Rafael no tuvo la suerte de contar con este material gráfico que hoy publicamos por vez primera. En ese caso, el libro se hubiera enriquecido considerablemente. Valiéndonos de las memorias de D. Rufino, recopiladas por D. Rafael, vamos a ofrecer una semblanza de este carlista del Santo Reino de Jaén.


Primavera del año 1872. En un apacible pueblecito del Santo Reino de Jaén, Castillo de Locubín por nombre, Paco “el Sastre” lleva a la Casa del Vicario –domicilio de la familia Peinado- unas boinas blancas con borla azul, confeccionadas en el secreto de su obrador. Todo estaba dispuesto para el 21 de abril. El Rey sin corona, D. Carlos VII, había escrito desde Suiza una orden: “Ordeno y mando que el día 21 del corriente se haga el alzamiento en toda España, al grito de ¡Abajo el extranjero! ¡Viva España!”. 

Rufino Peinado Paeinado


Sesenta hombres de Castillo de Locubín habían quedado emplazados, bajo el mando de El Niño del Vicario, para echarse al monte. “El Niño del Vicario” era el progenitor de D. Rufino, D. Manuel Peinado Álvarez. Pero, nos cuenta D. Rufino que aquella primera salida, como la de D. Quijote, no fue coronada por el éxito; cosa que se veía venir nada más que emprender la marcha aquella partida de pacíficos vecinos convertidos en guerrilleros: “Como siempre, los prudentes y los cautos, los que no regateaban palabras que nada cuestan, fueron más que los sinceros”. Al final, eran treinta o menos, apenas pasaban de veinte.
 



En las eras del Calvario se estrecharon las manos. Era madrugada cerrada de una primavera que iba para verano. Cada cual traía su escopeta de caza, y algunas eran reliquias de la Guerra de la Independencia: “Esta seguro que despanzurró a más de un gabacho… Y a pena que nos crucemos con los guiris ya verás como todavía hace pupa…” –comentaba el dueño de uno de estos escopetones. Algunos dejaban ver el detente, otros lo llevaban entre el pecho y la camisa. Un hombre que había venido de Torredonjimeno, antiguo veterano de la guerra de los Siete Años, de los que hizo la guerra con Gómez y los vascones, ya estaba allí, dispuesto a entrenarlos sobre la marcha.


 
Rufino estaba allí, apenas afeitaba barba y ya estaba enrolado en la Causa de Dios, Patria y Rey. En la partida de espontáneos requetés andaba el hermano de Rufino, Salustiano, que era el mayor de la prole de “El Niño del Vicario”. Ambos hermanos estaban entre los partisanos por haberlo dicho “padre”, aquel partidario idealista que creía en el Rey Don Carlos VII como en el Papa: “¡Habemus regem!” –cuenta Rufino que había exclamado su padre cuando recibió la orden de alzarse en armas.

 

Y, una vez que llegó “El Niño del Vicario”, la partida de “facciosos” (así eran llamados los carlistas) echó a andar. Camino de Los Vadillos, cruzaron el río, y por el Navaltrillo y Las Cabreras llegaron a la Umbría del Rayo, rumbo al Cortijo del Hoyo. Los lugareños que los veían se asombraban ante el paso de aquella cuadrilla armada; pero todos eran hombres temerosos de Dios y, por eso mismo, cuando acamparon en el Cortijo del Hoyo los guerrilleros no se dieron al saqueo, sino que el cabecilla compró unos chotos al cortijero y se pusieron a preparar su rancho. Unos fumaban, otros sesteaban bajo un chaparro… Pero el teniente coronel de Jaén, que habíase convenido en llegar al Cortijo del Hoyo para sumarse al alzamiento, no venía. Y allí, a unas leguas de Valdepeñas, aquella banda de idealistas esperaba que te esperaba.

 

Esos fueron los comienzos de la vida aventurera y asendereada de D. Rufino Peinado y Peinado, un Quijote olvidado, pariente de una mi bisabuela y cuyos descendientes tengo el honor de conocer y tratar. Aquella primera salida fue, como la del Caballero de la Triste Figura, abortada por la defección de aquel teniente coronel que a última hora se rajó, y aquellos trabucaires requetés quedaron compuestos y sin batalla, regresándose mohínos a la paz de sus hogares sin poder haber servido al Rey como era el propósito de su cabecilla, “El Niño del Vicario”. En cambio, para el joven Rufino, hijo de aquel partidario del carlismo, aquella primera expedición de tan cortos vuelos sería el primer paso de una vida llena de amargas derrotas, exilio y fatigas.

 




Don Rufino Peinado y Peinado nació en Castillo de Locubín el 16 de noviembre de 1854. Después de la expedición truncada que ha sido relatada, atravesó la Península para sumarse a los facciosos de Vascongadas, combatió con el Segundo Regimiento de Castilla –Cazadores del Arlanzón- organizado en Arrigorriaga. Vencidas las ambiciones de Carlos VII, pasó D. Rufino con los carlistas derrotados al exilio en Francia. Estudió como autodidacto y regresó a España aprovechando una amnistía. Fundó un periódico en Jaén, fue profesor en Jaén y en Granada, y ya mayor se retiró a Castillo de Locubín, a su casa, la que él bautizó a la francesa como “Mon repos”. Escritor de fina pluma, D. Rufino fue un leal combatiente, un curioso filósofo admirador de Balmes y amigo personal de Vázquez de Mella.

 

En 1936, cuando Jaén estaba bajo el poder del Frente Popular, D. Rufino, a pesar de ser un venerable anciano, fue denunciado ante un tribunal popular por un indeseable. Las autoridades republicanas tuvieron la deferencia de declararlo inocente, atendiendo a su vejez y a la falta de todo motivo para condenarlo. El mismo denunciante declaró en el juicio: “No saber ni quién era aquel hombre”. Y, en efecto, nadie podía saber lo que aquellos cansados ojos habían visto. En la salvación de un fusilamiento casi asegurado tuvo mucho que ver el abogado de Jaén, D. Virgilio Anguita.

Manuel Peinado Álvarez, el fogoso carlista apodado “El Niño del Vicario” falleció en Villardompardo, hasta donde fue como administrador de las fincas de D. Manuel Pedro Delgado, un jaenero hacendado que vivía en la capital de Jaén y buen amigo de D. Rufino. Todavía hay miembros de la familia Peinado en Villardompardo que son parientes de este oficial carlista. Pero es que, entre la mucha prole de D Manuel, hermanos y hermanas de D. Rufino, también encontramos en Torredonjimeno afincada a su sobrina Paquita.

 
Pasada la Guerra Civil, el 10 de mayo de 1951, cuando eran las siete de la tarde, D. Rufino entregó su alma a Dios. Fue excéntrico, tal vez, por sus correrías que tan lejos lo llevaron, más allá de los Pirineos; pero, como se demuestra en sus memorias, fue hombre sensato y cabal. Este hombre, por honrar a padre y a madre, entregó su juventud en las aras de la Patria y de la Causa de la Legitimidad. 

Descanse en paz, D. Rufino. Y alúmbrele luz perpetua.

BIBLIOGRAFÍA:

Para este artículo me he basado sobre todo en “Recuerdos de un carlista andaluz. (Un cruzado de la Causa)”, de D. Rafael Álvarez de Morales y Ruiz.

(1) Fernández Espinosa, Manuel, “La historia que nunca nos contaron… La milicia de Voluntarios Realistas de Torredonjimeno: los orígenes del tradicionalismo tosiriano”, Revista Cultural de Torredonjimeno ÓRDAGO, n.º 7, año 2002, pp. 2-8.)

(2) Carpizo Bergareche, Esperanza, “La Esperanza carlista (1844-1874)”, Editorial Actas Colección Luis Hernando de Larramendi, 2008.

(3) Álvarez de Morales y Ruiz, Rafael, “Recuerdos de un carlista andaluz. (Un cruzado de la Causa)”, Instituto de Historia de Andalucía de Córdoba, 1982.

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