RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 24 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (IV PARTE)




ALGUNOS EQUÍVOCOS LÉXICOS 

Manuel Fernández Espinosa



Hemos dilucidado lo que es el "tradicionalismo neto", caracterizándolo como movimiento filosófico europeo, identificándolo como una de las vertientes por las que corrió el romanticismo. El "tradicionalismo neto" reacciona contra la Ilustración, aportando grandes figuras, sobre todo alemanas y francesas (sin olvidar al conde saboyano); el "tradicionalismo" (sea "neto" o "lato") reclama ser custodio y portador de la "tradición", permaneciendo ésta "tradición" todavía en una inescrutable nube, empleándose la misma como idea-fuerza para contrarrestar la destructividad revolucionaria instigada por las filosofías modernas, hostiles a la tradición en todas sus formas. Por eso mismo podríamos decir que el "tradicionalismo neto" no podría ser otra cosa que "contra-revolucionario", entendiendo que la "revolución" es un estado del espíritu; nos lo recordaba Ortega y Gasset, nada sospechoso de "tradicionalista": ""La revolución no es la barricada, sino un estado de espíritu". Y en ello coincide también uno de los más eminentes contra-revolucionarios tradicionalistas del siglo XX como fue el católico brasileño Doctor Plinio Correa de Oliveira: "Las muchas crisis que conmueven el mundo de hoy -del Estado, de la familia, de la economía, de la cultura, etc.- no constituyen sino múltiples aspectos de una sola crisis fundamental, que tiene como campo de acción al propio hombre. En otros términos, esas crisis tienen su raíz en los más profundos problemas del alma, de donde se extienden a todos los aspectos de la personalidad del hombre contemporáneo y a todas sus actividades". 
 
La revolución no hay que buscarla en las barricadas, sino que enraíza en el espíritu, siendo todo un "estado espiritual" -para Ortega; las crisis revolucionarias -para Correa de Oliveira- tienen "su raíz en los más profundos problemas del alma". El estado de espíritu revolucionario es esencialmente negador de la tradición y lo es por tener un serio conflicto con lo tradicional. El revolucionario quiere acabar con todo lo dado. Nos lo pinta Vázquez de Mella con su fecunda elocuencia: "La autonomía selvática de hacer tabla rasa de todo lo anterior y sujetar las sociedades a una serie de aniquilamientos y creaciones, es un género de locura que consistiría en afirmar el derecho de la onda sobre el río y el cauce, cuando la tradición es el derecho del río sobre la onda que agita sus aguas". Aquí reaparece otra vez el fondo de la cuestión revolucionaria que no es, según los panfletos de los demagogos, el ansia de justicia social, sino un "estado de espíritu", unos "profundos problemas del alma"... "Un género de locura" para Vázquez de Mella.

Otra cosa será que, más tarde, cuando el vocablo "revolución" (bajo sus múltiples etiquetas) venga a ganar prestigio (por la ilusión que genera en cuanto a sus efectos y eficacia; que están sobrevalorados) logre persuadir, incluso a los más acérrimos partidarios del orden, de lo conveniente que es hablar de "revolución" y la palabra "revolución" se empleará ahora como un señuelo para las masas, esas que parecen querer soluciones rápidas y drásticas a cuantos problemas les acucian. Es así como Armin Mohler podría hablar de una "Konservative Revolution" en el ámbito alemán de entreguerras, en esta "Revolución Conservatriz" encuadraba Mohler a personalidades del mundo de la cultura como el filósofo Oswald Spengler, los escritores Ernst Jünger y Hugo von Hofmannstahl, el poeta Stefan George y hasta Thomas Mann, entre otros. José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo hablarán de "revolución nacionalsindicalista". Pero hasta alguien, tan poco sospechoso de fascismo, como Claudio Sánchez Albornoz, historiador, católico y republicano español que tantos años pasó en el exilio por no dar su brazo a torcer ante Franco, pudo declararse: "¡Conservador-revolucionario! Sí; insisto en el calificativo dúplice. Quizá la única especie de auténtico conservador y de auténtico revolucionario". Aunque algunos han querido ver "revolución conservadora" en España, apuntando a Ortega y Gasset, si hubiera algún español consciente de esa condición "conservador-revolucionaria" sería Claudio Sánchez Albornoz.

Pero no hay que confundirse con las palabras. La revolución a la que apelan los "conservadores" que no quieren llamarse "tradicionalistas" (ni netos ni latos) es el progreso que parece rechazar un tradicionalismo anclado en viejas formas de vida, fosilizado como decía el P. González Arintero. Ese "tradicionalismo" que no ha hecho por entenderse ni darse a entender ha hecho muy flaco favor a la tradición, pues ha espantado a los hombres más finos y cultos que, aunque no se quisieran llamar "tradicionalistas", eran celosos veneradores de la tradición en un sentido dinámico: tal vez tampoco ellos hicieran mucho por su parte por conocer el tradicionalismo más allá de la propaganda política circunstancial que emanaba de él y que ahí ha sido, no lo dudemos, fatal.
 
Lo que les resultaba repelente del tradicionalismo español de su momento a hombres como Unamuno, José Antonio Primo de Rivera o Claudio Sánchez Albornoz (además de sus respectivas circunstancias biográficas) fue la idea dominante que hace del "tradicionalismo" el enemigo de todo "progreso" y esto es falso: el verdadero tradicionalismo es enemigo del "progresismo", pero no del progreso cuando es real. Es más, hay que señalar -pues no se ha hecho lo suficiente- que tanto en el vocablo "tradición" como en el vocablo "progreso" hay más en común de lo que, a primera vista, parece. Asi lo resaltaba la autoridad pontificia de Su Santidad Pío XII:
 
"Pero la tradición es algo muy distinto del simple apego a un pasado ya desaparecido; es lo contrario de una reacción que desconfía de todo sano progreso. La propia palabra, desde el punto de vista etimológico, es sinónimo de camino y avance. Sinonimia, no identidad. Mientras, en realidad, el progreso indica tan sólo el hecho de caminar hacia adelante, paso a paso, buscando con la mirada un incierto porvenir, la tradición significa también un caminar hacia adelante, pero un caminar continuo que se desarrolla al mismo tiempo tranquilo y vivaz, según las leyes de la vida, huyendo de la angustiosa alternativa".
 
Pero, la tradición: ¿Qué es entonces? ¿Es un producto hecho o una acción que produce fácticamente "productos"? La tradición, ¿es "natural" o "social"? ¿Hay una Tradición en singular o, más bien, tendríamos que hablar de "tradiciones" en plural? Eso será lo que trataremos de averiguar en la próxima indagación.
 
Continuará...
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
Vázquez de Mella, Juan, "Discurso en el Parque de la Salud de Barcelona" (17 de mayo de 1903)

Ortega y Gasset, José, "El ocaso de las revoluciones" (apéndice del ensayo "El tema de nuestro tiempo".)

Correa de Oliveira, Plinio, "Revolución y Contra-Revolución".
 
Sánchez Albornoz, Claudio, "Confidencias" (colección de artículos), Espasa-Calpe, Madrid, 1979.
 
Alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana.

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