Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Gracias a Dios, fuimos los andaluces los que hicimos del español una lengua universal. Fue nuestra fonética y nuestro vocabulario la que impregnó a nuestros hermanos canarios e hispanoamericanos. Fueron nuestros marinos, junto a los vecinos portugueses, los que abrieron el Atlántico como Mare Nostrum. Tal vez no sea casualidad que cuando más se ensancharon los lindes del Imperio Romano fuera con los emperadores Trajano y Adriano, ambos nacidos en la Bética.
Con Roma fuimos una provincia política durante seis siglos, con constante contacto etnocultural. Es por ello que hablamos una lengua latina y nos regimos por el Derecho Romano. Y no en vano los romanos dijeron que los turdetanos eran los más cultos entre los iberos. También hubo presencia céltica entre nosotros. Y colonos fenicios y griegos. Antes de Roma, la Roma Eterna a la que luego volvimos por los fueros de Fernando III el Santo, rubricando a posteriori los Reyes Católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón; recordando, a su vez, que fuimos parte del Reino Visigodo de Toledo, y que vimos muy de cerca la presencia bizantina en el solar ibérico. Así, el legado romano se transformó y retroalimentó.
Alándalus, se nos dirá. Pero no es lo mismo Roma que Alándalus para nosotros. Alándalus fue todo el territorio musulmán de la Península Ibérica, las islas Baleares, y parte del norte de África. La invasión bereber, comandada por caudillos árabes, le cambió el nombre al país, cosa que no hicieron ni visigodos ni bizantinos, que siempre hablaron de Spania. Y es que en verdad en árabe también se dice así, pero los musulmanes tuvieron muy claro que ellos querían forjar otra cosa. Sin embargo, hubo resistencia, y a pesar de que no pocos se convirtieron al islam y pasaron de ser hispanos a andalusíes, tanto la victoria de Covadonga como la resistencia de los cristianos mozárabes, que mantuvieron el legado hispano-visigótico, nos permitió recuperar España y volver a nuestro lógico curso histórico-cultural, forjando nuestra comunidad geográfica con ciertos caracteres culturales comunes y políticamente insertados en la Corona de Castilla. Sin problemas y a mucha honra. Hasta que el liberalismo nos desgajó, y hasta ahora...
Somos tierra de frontera y no rechazamos ninguna influencia, como tampoco hay que rechazar que elementos tan característicos de Alándalus como el arco polilobulado sea de origen bizantino y el de herradura visigótico. La originalidad de nuestro solar impregnó a los llegados de fuera y se formó algo único y diferente del resto del mundo mahometano por eso mismo; toda vez que Alándalus se desgajó del califato y pasó a ser un emirato independiente, cuya fuerza en verdad llegó al valle del Ebro, pues allí los dirigentes, muchos descendientes de muladíes hispanos, poca obediencia le prestaban a Qurtuba. La unidad política de Alándalus siempre fue débil, y se rompió en numerosas taifas al cabo de cuatro siglos; no sin antes haber avisado nuestro paisano Ben Hafsun con su indómita rebeldía anticalifal de lo que se podía venir encima.
Definitivamente: Alándalus no es comparable a Roma.
Por eso, ¿qué tenemos que celebrar el 28 de febrero? Absolutamente nada. Ni tan siquiera Blas Infante celebró nada ese día. Porque el 28 de febrero es el aniversario de la autonosuya de 1980; "autonosuya" que más del 60% de los andaluces se negó a votar, recordamos; al igual que el pueblo andaluz nunca votó en su día por Blas Infante, cuyas teorías nunca tuvieron predicamento en nuestros pagos. Blas Infante quería celebrar el 4 de diciembre, evocando una revuelta campesina que hubo en Cádiz en el siglo XIX, dizque apoyada por los federalistas. Pero ni los mismos "andalucistas" lo respetan, porque en verdad, no les interesa más que el clásico "divide y vencerás" y de paso, saquear a placer.
En realidad, Blas Infante no salió nunca de indigestas elucubraciones, empezando misma bandera, de reminiscencias islámicas, incomprensible y antipática aún hoy en día para muchos andaluces. Y parte del pueblo andaluz, que ha tomado este símbolo "folclóricamente", es porque no sabe su significado, porque cuando se entera, provoca lógico e inmediato rechazo.
Estamos muy orgullosos de nuestro inmenso e intenso legado y es por ello que rechazamos las mixtificaciones románticas extranjeras del siglo XIX y el politiqueo del siglo XX; politiqueo que busca enfrentarnos y dividirnos entre españoles, con diferencialismos exagerados, deformados y absurdos. Y si bien España es una nación diversa y ese tesoro hay que amarlo, respetarlo y venerarlo, ¿cuál no lo es? ¡Qué poco se ha viajado por el mundo cuando se insiste en la "excesiva diversidad" de España!
Y bueno, ¿no hacen apología de la libertad de elección? Pues nosotros elegimos no celebrar a Blas Infante, ni a su bandera (que no es la de Andalucía), ni a una "autonosuya" de caciques corruptos que van desde la derecha liberal a la extrema izquierda con los mismos y cochambrosos intereses contra nuestra tierra y nuestra gente. Es evidente que nuestra madre patria es Roma, y no Arabia. Y que un andaluz es más parecido a un napolitano que un moro, y que de hecho, nos adaptamos antes a Italia o a Grecia que al Magreb; y no digamos ya nuestra íntima relación con portugueses, manchegos o canarios.
No, definitivamente no tenemos nada que celebrar el 28 de febrero, al contrario. Y hablamos claro:
ESTE ES EL PADRE DE NUESTRA PATRIA:
ESTAS SON NUESTRAS BANDERAS:
ESTOS SON NUESTROS MANIFIESTOS:
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