RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 26 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (V PARTE)



PRESUPUESTOS DEL TRADICIONALISMO NETO

Manuel Fernández Espinosa 



El tradicionalismo neto (el filosófico, romántico y contra-revolucionario) no sólo planteó la conveniencia de restituir a la "tradición" su prestigio disputado por la ilustración (filosofante, racionalista y revolucionaria), sino que se empeñó en llevarlo a cabo sin renunciar a la construcción de un argumentario conforme a las inquietudes y temas de su tiempo (y de todos los tiempos también). El tradicionalismo neto integró en la doctrina (así puede verse en la de uno de sus más grandes representantes: Joseph de Maistre) algunos elementos que lo revistieron de una aureola "preterista" contraria a la "futurista" de las Luces. La caída primera por el pecado original (en clave cristiana) será motivo recurrente de los tradicionalistas. Ballanché, lo hemos dicho en otro artículo (abajo enlazado), recogiendo las especulaciones de Martínez de Pasqually, sintetiza la visión magistralmente: "La humanidad, según él, tenía que pasar por tres fases: la caída (con su consecuente degradación), el período de tribulación y prueba y, finalmente, el renacimento final o retorno a la perfección: la palingenesia" (Martínez de Pasqually hablaba de "reintegración"). Para Joseph de Maistre la naturaleza humana, debido al pecado, merece padecer, pues no es inocente. El progreso ha sido descartado y la tara del pecado original explica, según la fuente martinista (que es a la que hay que remontarse para entender a los tradicionalistas netos); explica -perdón por repetir- que, como resume Jean Deprun: "el hombre no es en sí mismo ni digno ni capaz de hacerse feliz; su objetivo debe ser el de una "reintegración", una "transformación" que deberá merecer por el desprendimiento y alcanzar por la plegaria." Para lograr esa "reintegración" los tradicionalistas netos están convencidos de lo indispensable que es restituir a la humanidad la lengua adámica: el origen de la palabra es divino, Dios la ha instituido. Para el discípulo de Pasqually, Louis Claude de Saint-Martin p. ej., el hombre no era una "tabla rasa", sino más bien una "tabla arrasada" que todavía tiene unas raíces, las que habría que revivir mediante el acceso a esa lengua primigenia. Por eso podía escribir Joseph de Maistre: "Las dos épocas más grandes del mundo espiritual son, sin duda, la de la torre de Babel, en que las lenguas se confundieron, y la de Pentecostés, en que hicieron un maravilloso esfuerzo para unificarse".
 
La lengua primigenia era un asunto que traía mucha cola. Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) dedicó muchas páginas al asunto, concluyendo: "De manera que en todo esto no existe nada que contradiga, sino más bien cosas favorables, a la hipótesis del origen común de todas las naciones, y de una lengua radical y primitiva", siendo la consecuencia práctica, a juicio del gran filósofo germano, una de enorme importancia, pues: "si llegásemos a poseer la lengua primitiva en toda su pureza, o al menos conservada suficientemente como para poder ser reconocida, entonces tendrían que mostrarse todas las conexiones, bien físicas, bien debidas a la institución arbitraria, sabia y digna del primer Hacedor". En ese sentido, Leibniz declaraba: "Me gustaría que otros sabios llevasen a cabo algo parecido en relación con las lenguas valona, vasca, eslavónica, finesa, turca, persa, armenia, georgiana, etc., para poner mejor de manifiesto la armonía que existe entre ellas, lo cual sería útil en particular, como acabo de señalar, para aclarar el origen de las naciones" (la negrita es nuestra; citas todas extraídas de "Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano", Leibniz, obra póstuma publicada en 1765.)
 
Era algo que se venía discutiendo de largo y que tuvo varias intentonas de elaboración; una de las más importantes fue la de Antoine Court de Gébelin (1725-1784), autor de "El Mundo Primitivo" y de "Histoire naturelle de la parole, ou Précis de l'Origine du Langage & de la Grammaire Universelle" (París, 1776); Gébelin lo intentó con algunos resultados que, aunque sean puestos en entredicho hoy, tuvieron su efecto sobre otros que se declararon sus discípulos, como el jacobino Antoine Fabre d'Olivet (1768-1825); Fabre d'Olivet se aplicó al estudio de las lenguas y cosmogonías antiguas con el propósito de hallar esa lengua primordial en su libro "La lengua hebrea restituída" y terminó por propugnar, en su libro "Historia filosófica del género humano", que Europa debería unirse, formando una teocracia, regida y gobernada por el Soberano Pontífice (y recordemos: fue en su juventud un jacobino).
 
Y esta búsqueda de la lengua primordial no pensemos que era cosa que se quedara restringida a los países europeos. El egregio estudioso de la lengua euskérica Pablo Pedro Astarloa (1752-1806) coincide con Leibniz: si tuviéramos esa lengua, tendríamos "un libro abierto de todos los conocimientos" -dice Astarloa. Y uno de los discípulos más aventajados de Astarloa fue Juan Bautista de Erro y Azpiroz (1773-1854), conspicuo carlista, que acariciaba los mismos proyectos de descubrir la lengua primordial, estudiando la lengua euskera. No menos importante en su día fue Joaquín de Yrizar Moya (1793-1879),  con su obra "De l'eusquere et de ses erdères, ou de la langue basque et de ses dérivés" (París, 1841-1846), al que el escritor Juan Valera reprochó no sólo "querer explicar por medio de un idioma todos los demás", sino "querer explicar también la política, las costumbres, el arte, la historia y hasta los más hondos misterios de la fe": el tono agrio de Valera que, por cierto, flirteaba con la Sociedad Teosófica (en los antípodas del tradicionalismo neto) desató una polémica cruda, pues Yrizar no se quedó callado y respondió. Se podrían citar a más europeos, españoles y vascos metidos en estas embrolladas cuestiones (pero sería mejor tratar esta cuestión por separado).
 
Lo que he querido precisar hoy, en lo que concernie a nuestra cuestión, es que el tradicionalismo neto incorporó algunos elementos procedentes de la tradición judeocristiana, no sin una lectura particular, a veces esotérica, y que contó con una serie de presupuestos entre los que, por su importancia, cabe destacar:
 
1) El énfasis en la caída de nuestros primeros padres, y
 
2) El redescubrimiento de la lengua primordial: adámica o previa a la división de las lenguas en Babel como instrumento privilegiado que reintegrara al hombre, a la sociedad, a la humanidad, profundamente fracturados por las consecuencias del pecado original que arrasó con el estado edénico, dejando unas semillas que esperaban ser revividas.
 
El tradicionalismo neto nos recuerda la verdad del "pecado original", una cuestión que en nuestros días ni los medios eclesiásticos remachan lo suficiente. El teólogo protestante armenio, Gabriel Vahanian (1927-2012), pionero de la llamada "teología de la muerte de Dios" proclamaba que "la ética poscristiana difiere tanto de la ética cristiana a propósito de la culpa hasta llegar a oponérsele radicalmente" y caracterizaba la ética cristiana como una ética del perdón, mientras que la ética poscristiana era una "ética de la inocencia". El hombre moderno, en efecto, vive "como si" fuese inocente. El tradicionalismo, adelantándose a ese mundo de la "presunta inocencia" que ya alboreaba con la Ilustración, hizo todo lo hacedero por asentar que la inocencia del hombre era una patraña moderna. El filósofo catalán Eugenio d'Ors, adalid teórico y práctico de la política de misión (la Heliomaquia, como poéticamente la denominó) nos recordaría que: "El tipo de un postulado conducente a la política de misión es el de la idea de Pecado Original, según la cual el hombre manifiesta en su conducta espontánea las consecuencias de una caída, únicamente redimible en los recursos de la Gracia y con el esfuerzo de la buena voluntad".
 
Las consecuencias que se derivarían del presupuesto del "tradicionalismo neto" acerca de la "lengua primordial" para la teoría del conocimiento y del lenguaje serían un tema que habría que estudiar más al detalle. Preferimos orillarlas.
 
Los prejuicios arraigados en la mayoría de los filósofos profesorales han impedido hasta el día de hoy tomar en serio todo lo que tuviera el menor tufo a esoterismo, relegando estos asuntos al delirante anecdotario de una historia de las ideas que, para ellos, no ha tenido un impacto digno de considerar. Craso error el de estos filósofos profesionalizados sólo en sus propias jergas esotéricas y siempre desdeñosos para dilucidar la influencia del esoterismo en la misma filosofía que ellos imparten, con sus cuadernillos prefabricados en universidades y editoriales. No sólo en el tradicionalismo neto sentimos la huella del esoterismo y estas elucubraciones antiguas que, tal vez hoy, nos pueden resultar extrañas y extravagantes, no menos importantes fueron para la confección de la historia del pensamiento (pienso en el idealismo alemán) y de la literatura (el simbolismo decimonónico); y decir pensamiento es decir acción.
 
Aunque el tema podría dilatarse, es con estos parámetros del "tradicionalismo neto" con los que hay que comprender a René Guénon cuando subestima el tradicionalismo vulgar, propio de los legos. Esos presuntos "tradicionalistas", en palabras de Guénon: "son aquéllas (personas) que sólo dan prueba de una especie de tendencia o aspiración hacia la tradición, sin contar con ningún conocimiento real de ésta; puede así medirse toda la distancia que separa al espíritu "tradicionalista" del auténtico espíritu tradicional que, por el contrario, exige de una manera esencial tal conocimiento y forma un todo con dicho conocimiento". Ese conocimiento es de carácter gnóstico e iniciático. René Guénon se muestra de todo punto contrario a extender el término "tradición" a los órdenes puramente humanos: "tradición filosófica", "tradición científica", "tradición política" y, hasta llega a ironizar, diciendo: "En estas circunstancias no tendría objeto asombrarse si un día se llegase a hablar de "tradición protestante" o incluso de "tradición laica" o de (una tradición) revolucionaria". La cuestión en Guénon es mucho más compleja de lo que aquí podemos adelantar, pero sin atender a la herencia del tradicionalismo neto (romántico, anti-moderno y con sus ramalazos esoteristas) es imposible comprender a Guénon, por mucho que él se presente como portador de la única "Tradición" que merece el nombre de tal.
 
Obviamente, estas cuestiones -asaz complicadas- brillan por su ausencia en el tradicionalismo que se manifestó en el terreno político, en el tradicionalismo que hemos optado por denominar "lato". En el caso español, nuestro tradicionalismo político del siglo XIX fue efectivo sin remontarse a tradiciones extranjeras, le valía el prestigio de las instituciones tradicionales: la Iglesia católica, todavía fuerte y sólida (sin licuar por los nocivos efectos del Concilio Vaticano II), la Monarquía legítima (con sus pretendientes legítimos) y un pueblo que todavía no había conocido los perniciosos efectos del bastardeamiento de su inteligencia, la perversión de sus gustos y la fatal aceptación de las modas y opiniones extranjeras modernas que, en nuestros aciagos días, ha llegado a extremos aberrantes difícilmente imaginables ni para el más avanzado de los liberales del siglo XIX.
 
Continuará...
 
BIBLIOGRAFÍA:

 
Para una aproximación al pensamiento tradicionalista de la expiación, recomiendo mis artículos, abajo enlazados:
 
Fernández Espinosa, Manuel, "Luis Carpio Moraga, poeta de la expiación y víctima expiatoria" (RAIGAMBRE, 27 de noviembre de 2013.)
 
Fernández Espinosa, Manuel, "Un gran olvidado: Pierre-Simon Ballanche" (RAIGAMBRE, 8 de noviembre de 2014.)
 
Canivez, André, "Los tradicionalistas", en "La filosofía en el siglo XIX", volumen 8 de la Historia de la Filosofía, de Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1998.
 
Maistre, Joseph de, "Las veladas de San Petersburgo", Espasa-Calpe, Madrid, 1998.
 
Deprun, Jean, "Las Anti-Luces", en "Racionalismo, Empirismo, Ilustración", volumen 6 de la Historia de la Filsofía, de Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1991.
 
Leibniz, G. W., "Nuevos Ensayos sobre el entendimiento humano", Alianza Editorial, Madrid, 1992.
 
Tovar, Antonio, "Mitología e ideología sobre la lengua vasca", Alianza Editorial, Madrid, 1980.
 
Vahanian, Gabriel, "The Death of God: The Culture of Our Post-Christian Era" (New York, George Braziller, 1961)
 
D'Ors, Eugenio, "La ciencia de la cultura", Ediciones Rialp S. A., Madrid, 1964.
 
Para la presencia del ocultismo en el tradicionalismo del siglo XIX, recomiendo la serie de artículos que realicé para RAIGAMBRE, voy a enlazar solo el primero de ellos:
 
Fernández Espinosa, Manuel, "Infiltraciones del ocultismo en el tradicionalismo español (Primera parte)", (RAIGAMBRE, 11 de diciembre de 2013)

Guénon, René, "El reino de la cantidad y los signos de los tiempos", Editorial Ayuso, Madrid, 1976.
 
 

miércoles, 24 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (IV PARTE)




ALGUNOS EQUÍVOCOS LÉXICOS 

Manuel Fernández Espinosa



Hemos dilucidado lo que es el "tradicionalismo neto", caracterizándolo como movimiento filosófico europeo, identificándolo como una de las vertientes por las que corrió el romanticismo. El "tradicionalismo neto" reacciona contra la Ilustración, aportando grandes figuras, sobre todo alemanas y francesas (sin olvidar al conde saboyano); el "tradicionalismo" (sea "neto" o "lato") reclama ser custodio y portador de la "tradición", permaneciendo ésta "tradición" todavía en una inescrutable nube, empleándose la misma como idea-fuerza para contrarrestar la destructividad revolucionaria instigada por las filosofías modernas, hostiles a la tradición en todas sus formas. Por eso mismo podríamos decir que el "tradicionalismo neto" no podría ser otra cosa que "contra-revolucionario", entendiendo que la "revolución" es un estado del espíritu; nos lo recordaba Ortega y Gasset, nada sospechoso de "tradicionalista": ""La revolución no es la barricada, sino un estado de espíritu". Y en ello coincide también uno de los más eminentes contra-revolucionarios tradicionalistas del siglo XX como fue el católico brasileño Doctor Plinio Correa de Oliveira: "Las muchas crisis que conmueven el mundo de hoy -del Estado, de la familia, de la economía, de la cultura, etc.- no constituyen sino múltiples aspectos de una sola crisis fundamental, que tiene como campo de acción al propio hombre. En otros términos, esas crisis tienen su raíz en los más profundos problemas del alma, de donde se extienden a todos los aspectos de la personalidad del hombre contemporáneo y a todas sus actividades". 
 
La revolución no hay que buscarla en las barricadas, sino que enraíza en el espíritu, siendo todo un "estado espiritual" -para Ortega; las crisis revolucionarias -para Correa de Oliveira- tienen "su raíz en los más profundos problemas del alma". El estado de espíritu revolucionario es esencialmente negador de la tradición y lo es por tener un serio conflicto con lo tradicional. El revolucionario quiere acabar con todo lo dado. Nos lo pinta Vázquez de Mella con su fecunda elocuencia: "La autonomía selvática de hacer tabla rasa de todo lo anterior y sujetar las sociedades a una serie de aniquilamientos y creaciones, es un género de locura que consistiría en afirmar el derecho de la onda sobre el río y el cauce, cuando la tradición es el derecho del río sobre la onda que agita sus aguas". Aquí reaparece otra vez el fondo de la cuestión revolucionaria que no es, según los panfletos de los demagogos, el ansia de justicia social, sino un "estado de espíritu", unos "profundos problemas del alma"... "Un género de locura" para Vázquez de Mella.

Otra cosa será que, más tarde, cuando el vocablo "revolución" (bajo sus múltiples etiquetas) venga a ganar prestigio (por la ilusión que genera en cuanto a sus efectos y eficacia; que están sobrevalorados) logre persuadir, incluso a los más acérrimos partidarios del orden, de lo conveniente que es hablar de "revolución" y la palabra "revolución" se empleará ahora como un señuelo para las masas, esas que parecen querer soluciones rápidas y drásticas a cuantos problemas les acucian. Es así como Armin Mohler podría hablar de una "Konservative Revolution" en el ámbito alemán de entreguerras, en esta "Revolución Conservatriz" encuadraba Mohler a personalidades del mundo de la cultura como el filósofo Oswald Spengler, los escritores Ernst Jünger y Hugo von Hofmannstahl, el poeta Stefan George y hasta Thomas Mann, entre otros. José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo hablarán de "revolución nacionalsindicalista". Pero hasta alguien, tan poco sospechoso de fascismo, como Claudio Sánchez Albornoz, historiador, católico y republicano español que tantos años pasó en el exilio por no dar su brazo a torcer ante Franco, pudo declararse: "¡Conservador-revolucionario! Sí; insisto en el calificativo dúplice. Quizá la única especie de auténtico conservador y de auténtico revolucionario". Aunque algunos han querido ver "revolución conservadora" en España, apuntando a Ortega y Gasset, si hubiera algún español consciente de esa condición "conservador-revolucionaria" sería Claudio Sánchez Albornoz.

Pero no hay que confundirse con las palabras. La revolución a la que apelan los "conservadores" que no quieren llamarse "tradicionalistas" (ni netos ni latos) es el progreso que parece rechazar un tradicionalismo anclado en viejas formas de vida, fosilizado como decía el P. González Arintero. Ese "tradicionalismo" que no ha hecho por entenderse ni darse a entender ha hecho muy flaco favor a la tradición, pues ha espantado a los hombres más finos y cultos que, aunque no se quisieran llamar "tradicionalistas", eran celosos veneradores de la tradición en un sentido dinámico: tal vez tampoco ellos hicieran mucho por su parte por conocer el tradicionalismo más allá de la propaganda política circunstancial que emanaba de él y que ahí ha sido, no lo dudemos, fatal.
 
Lo que les resultaba repelente del tradicionalismo español de su momento a hombres como Unamuno, José Antonio Primo de Rivera o Claudio Sánchez Albornoz (además de sus respectivas circunstancias biográficas) fue la idea dominante que hace del "tradicionalismo" el enemigo de todo "progreso" y esto es falso: el verdadero tradicionalismo es enemigo del "progresismo", pero no del progreso cuando es real. Es más, hay que señalar -pues no se ha hecho lo suficiente- que tanto en el vocablo "tradición" como en el vocablo "progreso" hay más en común de lo que, a primera vista, parece. Asi lo resaltaba la autoridad pontificia de Su Santidad Pío XII:
 
"Pero la tradición es algo muy distinto del simple apego a un pasado ya desaparecido; es lo contrario de una reacción que desconfía de todo sano progreso. La propia palabra, desde el punto de vista etimológico, es sinónimo de camino y avance. Sinonimia, no identidad. Mientras, en realidad, el progreso indica tan sólo el hecho de caminar hacia adelante, paso a paso, buscando con la mirada un incierto porvenir, la tradición significa también un caminar hacia adelante, pero un caminar continuo que se desarrolla al mismo tiempo tranquilo y vivaz, según las leyes de la vida, huyendo de la angustiosa alternativa".
 
Pero, la tradición: ¿Qué es entonces? ¿Es un producto hecho o una acción que produce fácticamente "productos"? La tradición, ¿es "natural" o "social"? ¿Hay una Tradición en singular o, más bien, tendríamos que hablar de "tradiciones" en plural? Eso será lo que trataremos de averiguar en la próxima indagación.
 
Continuará...
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
Vázquez de Mella, Juan, "Discurso en el Parque de la Salud de Barcelona" (17 de mayo de 1903)

Ortega y Gasset, José, "El ocaso de las revoluciones" (apéndice del ensayo "El tema de nuestro tiempo".)

Correa de Oliveira, Plinio, "Revolución y Contra-Revolución".
 
Sánchez Albornoz, Claudio, "Confidencias" (colección de artículos), Espasa-Calpe, Madrid, 1979.
 
Alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana.

lunes, 22 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (III PARTE)

Joseph de Maistre



TRADICIONALISMO NETO Y TRADICIONALISMO LATO


Manuel Fernández Espinosa


En nuestra elucidación sobre lo que es "tradición" hemos descubierto que la tradición (en todos sus órdenes: religiosa, filosófica, científica...) fue objeto de severos reproches, de un ataque sistemático que, primero extendió la sospecha sobre ella, para luego denigrarla y rechazarla en bloque.

Aunque no nos hemos querido detener en la cuestión religiosa, por ser asaz compleja, digamos que la falsa reforma protestante (mejor la llamáramos "revolución" religiosa) cuestionó la tradición de la Iglesia, pues "Se deseaba una vuelta al cristianismo primitivo, genuino y simple, sin las adherencias que la tradición, la costumbre y la rutina le habían ido añadiendo" -nos recuerda el P. Ricardo García-Villoslada S. I. en su ensayo "Raíces históricas del luteranismo". No se trataba de una implícita repulsa de la tradición que haya que descubrir en la estructura profunda de las palabras, era una repulsa explícita. Lutero pudo escribir en 1520: "No intenté divulgar sino la verdad evangélica contra las supersticiosas opiniones de la tradición humana". Las negritas son nuestras.

Pero esto que empezó en el seno de la Iglesia ocasionando una fractura de la Cristiandad también tuvo su correlato en la filosofía  a partir de la revolución científico-filosofica que inaugura la modernidad (en su momento aludíamos a Descartes, pero también podríamos mentar a Francis Bacon); con el despliegue de la Ilustración del XVIII la revolución gestada en los siglos anteriores madura y eclosiona, la tradición (y la autoridad tradicional) se ven desacreditadas y las encarnaciones de la Tradición: monarca, aristocracia y clero (también el pueblo tradicional, monárquico y católico, francés) fueron perseguidos y hasta guillotinados y masacrados. Los desastres de la revolución política en Francia y las guerras napoleónicas, así como el rechazo que la generación romántica siente por la razón ilustrada, condujo a buena parte de la intelectualidad europea a sumirse en una profunda reflexión que les hizo descubrir que las raíces de los trastornos que habían sacudido a Europa había que hallarlas en el desprestigio de la autoridad y la tradición. La consecuencia lógica era devolverlas a su puesto y surgió así el "tradicionalismo", pero no en cualquiera de sus acepciones: hablamos del "tradicionalismo neto" que será el intento de reapoderarse de la tradición, aunque -como nos recordaba Gadamer- elevando a ésta a la categoría de instancia antagonista de la razón ilustrada, con lo que desde entonces el término "tradición" se envolverá en una nebulosa difícil de escrutar, en tanto que parece rechazar la razón (ha dejado que el concepto de razón lo monopolice la Ilustración) y frente a esa reducción de la razón a "razón ilustrada", la tradición -piensan algunos- bien puede prescindir de explicarse a sí misma, le basta su autoridad que la hace el ser antigua (poco importa lo antigua que sea; "inmemorial" es un buen comodín cuando no se sabe a ciencia cierta la fundación de una tradición), la tradición alegará sus misteriosas credenciales de antigüedad: la tradición es fuente de legitimidad suficiente, queda sin razonarse lo conveniente que sea esa tradición para la sociedad en su conjunto y para el hombre concreto. Es así como se establece en términos dialécticos la reacción de cuantos se resisten a subordinarse a la tradición, simplemente por (mal)entender que la tradición equivale a anular su personalidad: el revolucionario no fue aniquilado tras la Restauración post-napoleónica.

Vázquez de Mella escribió: "El anillo vivo de una cadena de siglos, si no está conforme con los que le preceden y quiere que no lo estén los que le siguen, puede salir de la cadena para existir por su cuenta; pero no tiene derecho a destruirla ni a privar a los posteriores de los anillos precedentes". Pero eso sólo tiene validez cuando se puede neutralizar la acción revolucionaria, lo cual no es tan fácil. Ni siquiera con tanquetas y fuerzas del orden público, pues como bien apuntó el perspicaz Ortega y Gasset: "La revolución no es la barricada, sino un estado de espíritu".

El "tradicionalismo neto" que en estas circunstancias surge no estará exento tampoco de ciertas adherencias irracionalistas, como así podrán ser considerados algunos de los aportes que le vienen al tradicionalismo de las Anti-Luces y, especialmente, del martinismo (Martínez de Pasqually y Claude de Saint-Martin).

Las Anti-Luces proclamaron su cristianismo ortodoxo, frente a los improperios anticristianos de Voltaire, Diderot y las Luces. Jean Deprun ha definido a las Anti-Luces como: "el conjunto de los sistemas de defensa empleados por los que se resisten a ese cambio." Se entiende que fueron los primeros conatos de resistencia que disentían de la ilustración enemiga de la religión cristiana, de la tradición y la autoridad. Para mejor caracterizar este heteróclito movimiento de las Anti-Luces, Jean Deprun nos lo resume didácticamente de esta guisa: "La historia de las ideas construirá, pues, por las necesidades de su descripción, un tipo ideal caracterizado, en el plano del pensamiento religioso, por la defensa de la ortodoxia; en el plano metafísico, por la de los sistemas asociados a ésta hacia 1700: cartesianismo, malebranchismo, leibnizianismo; en el plano ético, por el mantenimiento del sentido del pecado y de sus dimensiones humanas e incluso cósmicas; en el plano social, por el rechazo de una sociedad atomizada, la preferencia concedida al estatuto sobre el contrato, al escalonamiento de los órdenes sobre la yuxtaposición de las individualidades; en el plano de las imágenes-claves, por la evocación de una luz estable, fija, venida de arriba, dada desde el principio a los hombres, que irradia del sol de los espíritus. La anti-luz no es el rechazo de la luz, sino todo lo contrario; es el rechazo de la luz concebida como trabajo, experimentación, progreso...".

Podría parecer una contradicción que el cartesianismo (que nosotros hemos indicado como antecedente filosófico del descrédito de la tradición) pueda reaparecer nuevamente, justo entre las filas de los adversarios de la Ilustración, pero nadie ha dicho que las Anti-Luces fuesen tradicionalistas y, además, debiéramos tener presente que la lectura que hace el tradicionalismo decimonónico europeo del enciclopedismo y la revolución está lastrada por las circunstancias históricas y nacionales: además, lo dijimos en su momento, Descartes no había atacado las tradiciones políticas y morales. Lo que sí aportarán las Anti-Luces, por su resistencia a los cambios hostiles a la tradición, serán elementos que asumirá el tradicionalismo, elementos que se les puede considerar precedentes del tradicionalismo y se entreveran con la doctrina tradicionalista. Así se entenderá que Joseph de Maistre, tradicionalista arquetípico del XIX, conserve algunas de las enseñanzas recibidas en las logias martinistas de su juventud, así como una admiración por Malebranche. El posterior tradicionalismo neto que tendrá en René Guénon a uno de sus representantes más sólidos proviene justamente de estas fuentes, contrarias a la Ilustración y a la revolución, sobre todo de cuño martinista, que si bien no renuncian al cristianismo, sí que hay que decir que "su cristianismo es el de la gnosis, su marco, el de las logias masónicas y de las sociedades de iluminados; su ambición, la de una teurgia en que el sentimiento religioso tiende a prolongarse en acción mágica" -como señala Deprun. Sobre Guénon volveremos, es forzoso volver sobre él.

Como podemos ver, la atroz simplonería de los que todavía en España se autocalifican "tradicionalistas" prescinde de estas complejas tramas que forman la raigambre del auténtico tradicionalismo histórico, el tradicionalismo en un sentido neto como movimiento filosófico europeo del siglo XIX; por eso es que los que militan en el "tradicionalismo lato" (como es el español) no comprenden que René Guénon y sus seguidores puedan calificarse como "tradicionalistas" y no esgrimen más argumento para arrebatarle el título de "tradicionalista" a Guénon que acusarlo de "gnóstico" (muchas veces sin saber ni lo que dicen), lo cual indica la poca profundidad a la que pueden sumergirse algunos "buzos". El "tradicionalista" español siempre se ha conformado con una idílica evocación de lo antiguo y más exterior, sin adentrarse en los laberintos filosóficos e históricos que el "tradicionalismo neto" trae aparejados. Así, el tradicionalismo español, califiquémoslo como "tradicionalismo lato", permanece apegado a las formas litúrgicas de la Iglesia tridentina y añora las instituciones históricas que, obsoletas o no, ejercen sobre él una fascinación de la que es difícil liberarlo. Lo que cosecha, por lo tanto, es un profundo disgusto, una insatisfacción, un enfado por todo lo que ve, cuando contrapone su mundo idílico (Iglesia tridentina, monarquía tradicional, instituciones pretéritas) con el panorama vigente en nuestros tiempos. Todo se ha puesto patas arriba y el tradicionalista se amohína: le han cambiado el escenario y él sigue interpretando un papel extemporáneo por el que nadie le hace palmas.

Nuestro tradicionalismo (duele decirlo pero hay que mirar las cosas de frente) está a día de hoy desprovisto de expectativas, casi liquidado por insolvencia intelectual, esterilizado en camarillas marginales y a veces sectarias, condenado a lamerse las heridas por no comprender de dónde vienen los cambios que suceden a su alrededor, abrumado por todo lo que ha cambiado sin contar con él; como un Don Quijote apaleado. Al tradicionalismo español le repugnan los cambios sucedidos en una sociedad que hoy está irreconocible, la actual que sería mejor llamar "disociedad": a veces, ese "tradicionalismo lego" incluso busca culpables fuera o dentro, encuentra conspiraciones de escala internacional, nacional... local, grupal; pero nada de eso soluciona nada. Algunos han dicho que lo que ocurre en España es que ésta ha roto con sus tradiciones, pero ¿es ese el problema? Difícilmente puede romperse con algo, cuando apenas se tiene noción de su existencia.

El tradicionalismo español (con ínfulas de político, pero que se niega a sí mismo la acción política) es un tradicionalismo lato, dijéramos que lego, que hoy está confinado a la marginalidad. Sin una elucidación del concepto de "tradición"; sin una diferenciación que le haga ser "tradicionalismo hispánico" (con sus nexos con el "tradicionalismo neto", pero también con sus diferencias); sin una reconfiguración propia, está condenado a languidecer hasta la extinción. Lo único que puede salvar la situación del tradicionalismo español es justamente elucidar el término "tradición", para reconfigurarse a sí mismo.


Continuará...



BIBLIOGRAFÍA:

García-Villoslada, Ricardo, "Raíces históricas del luteranismo".

Vázquez de Mella, Juan, "Discurso en el Parque de la Salud de Barcelona" (17 de mayo de 1903)

Ortega y Gasset, José, "El ocaso de las revoluciones" (apéndice del ensayo "El tema de nuestro tiempo".)

Maistre, Joseph de, "Las veladas de San Petersburgo".

Deprun, Jean, "Las Anti-Luces", en "Racionalismo, Empirismo, Ilustración" volumen 6 de la "Historia de la Filosofía", bajo la dirección de Yvon Belaval, Editorial Siglo XXI, Madrid, 1991.

 

sábado, 20 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (II PARTE)

Andreas Hofer



LO QUE ES TRADICIONALISMO


Manuel Fernández Espinosa


La supuesta contradicción entre la verdadera "tradición" y el verdadero "progreso" es una ficción demagógica: donde hay "tradición" hay progreso y no puede haber efectivo progreso sin tradición. Empero sí que es cierto que el "tradicionalismo" y el "progresismo" son posturas antagónicas e irreconciliables. Pero, ¿cuándo surgió el "tradicionalismo"?
 
La consecuente reacción a la Ilustración racionalista y revolucionaria fue el romanticismo. El tradicionalismo sería el esfuerzo teórico de restaurar los derechos de la "tradición" contra la "libertad abstracta" ilustrada que luego heredaría el liberalismo y llega a nuestros días. Al ser romántico, el tradicionalismo histórico reviste tanto las ventajas como los inconvenientes que van aparejados al romanticismo. Gadamer lo sintetiza magistralmente en "Verdad y método": "...el concepto de la tradición se ha vuelto no menos ambiguo que el de la autoridad, y ello por la misma razón, porque lo que condiciona la comprensión romántica de la tradición es la oposición abstracta al principio de la Ilustración. El romanticismo entiende la tradición como lo contrario de la libertad racional, y ve en ella un dato histórico como puede serlo la naturaleza. Y ya se la quiera combatir revolucionariamente, ya se pretenda conservarla, la tradición aparece en ambos casos como la contrapartida abstracta de la libre autodeterminación, ya que su validez no necesita fundamentos racionales sino que nos determina mudamente".
 
La experiencia de la revolución francesa y las guerras napoleónicas llevaron a muchos románticos, sobre todo alemanes y franceses, a realizar una desaprobación radical de la revolución y un esfuerzo intelectual por desmontar la estafa revolucionaria. Podrían haber simpatizado en los inicios de la revolución con algunas de las idílicas monsergas revolucionarias, pero los desastres de la guerra les devolvieron a la realidad, no sin acusar la conmoción que impulsó su rechazo, envuelto en la repugnancia que como hombres tradicionales sentían por la barbarie revolucionaria. Uno de ellos, menos conocido que los poetas y otros escritores, Adam Heinrich Müller (1779-1829), podía exclamar en esta pregunta retórica: "¿No radican todos los errores desdichados de la Revolución francesa en la ilusión de que el individuo puede salirse realmente de los vínculos sociales, y derribarlos y destruirlos desde fuera?". Como economista y político, Müller no podía dejar de plantearse el problema: con la Revolución francesa se había querido fracturar fácticamente el lazo social, en virtud de sofismas contractualistas: eran los efectos en la realidad de las especulaciones de Locke, Rousseau y los enciclopedistas.
 
Uno de los hermanos Schlegel, August Wilhelm (1767-1845), decía: "Toda poesía verdaderamente creadora sólo puede brotar de la vida interna de un pueblo y de las raíces de esta vida, de la religión". Y la vida interna de un pueblo y su religión eran tradición. Es un fenómeno que suele pasarse por alto el que constituye la cantidad de conversiones al catolicismo que se efectuaron entre los románticos alemanes. El catolicismo era todavía, en aquellos tiempos, un baluarte de la tradición y los tradicionalistas, pasados por las tribulaciones de la revolución francesa y las invasiones napoleónicas, recurrieron a la Iglesia católica. Aumentó el fervor en los que lo tenían apagado: los franceses; y condujo a la Iglesia  católica a los que habían sido bautizados con aguas protestantes: los alemanes.
 
El tradicionalismo, no obstante, no dejaba de ser una reacción. Había venido a remolque de la revolución y, como más arriba nos recordaba Gadamer, había erigido la "tradición" como instancia irracional (no por ello menos abstracta) desde la que oponerse a la "libertad abstracta" ilustrada. El hombre no puede autodeterminarse -piensa consigo mismo el tradicionalismo-, puesto que el hombre pertenece a una corriente histórica que es su tradición: puede rechazar su tradición, pero con ello rechaza una gran parte de su ser y, como la experiencia había demostrado para aquellos hombres, el desorden individual termina creando desórdenes sociales.
 
El tradicionalismo -como vemos- es irreconciliable con el progresismo, contando con que calificamos como "progresismo" todo ese cajón de sastre y desastre que apila las ideas y tendencias más heterogéneas del racionalismo, la ilustración, el liberalismo político y económico, los socialismos, marxismos varios, feminismos y otras "ideas modernas" que tanto despreciaba Nietzsche; ideas que componen el progresismo y que tantas veces se autocontradicen entre ellas mismas. En un sentido lato (y muy inapropiado) se aplica el calificativo de "tradicionalista" a personajes que vivieron siglos antes de las conmociones que sacudieron Europa a caballo del siglo XVIII y XIX: Don Pelayo no era tradicionalista (no lo podía ser), el Cid Campeador tampoco lo era, tampoco lo serían los Reyes Católicos, ni Juan de Austria ni Felipe II: todos estos personajes históricos eran mujeres y hombres de la tradición, pero no pudieron ser tradicionalistas puesto que para serlo tendrían que haber visto cuestionado, destrozado y casi liquidado el mundo tradicional en que vivieron. Ni siquiera Andreas Hofer, el héroe antinapoleónico tirolés, fue tradicionalista: era un hombre tradicional que luchó por la libertad real de su patria y la defensa de sus tradiciones contra la agresión revolucionaria napoleónica; pero para ser tradicionalista tendría que haber hecho el esfuerzo intelectual que realizaron encomiablemente los tradicionalistas europeos del siglo XIX.
 
El tradicionalismo no es, ni mucho menos, una pasión por las antiguallas: eso es el dato más superficial que puede extraerse del romanticismo que empapa el tradicionalismo. La veneración por los trastos viejos (incluidas las instituciones obsoletas) no es propio del tradicionalista auténtico: si eso fuese así poca diferencia habría entre un "tradicionalista" y una de esas pobres personas que, por sufrir el síndrome de Diógenes, acumulan basura. En un sentido fuerte, el tradicionalismo fue la respuesta de los románticos al mundo facturado en los pensatorios de la Ilustración. Su fuerza más aprovechable reside en la reivindicación del orden tradicional, en reclamar la restauración de lo perdido, tras el naufragio francés con la revolución y los estragos napoleónicos. Es lo que le debemos a los románticos, pero la actitud del tradicionalista tiene que ir más allá de una bucólica imagen de Arcadia. Y para eso es menester saber lo que es tradición y distinguirla de otras cosas que proclaman su nombre y no lo son.
 
Continuará...

viernes, 19 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (I PARTE)


 
Por doquier se lee, se escucha, se apela a la "Tradición". Sus detractores encienden la alerta cuando se habla de "tradición" (sobre todo si es propia del país en que nacieron), pero sus partidarios esgrimen el vocablo a manera de "varita mágica" de la que no saben si está hecha de madera o de metal (y salta a la vista que tampoco saben emplearla). 

Me propongo en ésta y sucesivas entregas aclarar el término con el propósito de aquilatarlo y rectificar así los torpes, insípidos y estériles usos del término.
 
 
INTRODUCCIÓN: LA AUTORIDAD,
LA TRADICIÓN Y LA AUTORIDAD DE LA TRADICIÓN
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Con mucha razón podía escribir el filósofo italiano Norberto del Noce: "En todas partes se ha establecido una línea divisoria entre tradicionalistas y progresistas, y el progresista de cualquier color se siente más cerca de otro progresista que del tradicionalista de su mismo partido". Esta observación se puede comprobar a diario. Podríamos pensar que, al igual que los progresistas se atraen entre sí, los tradicionalistas de cualquier credo (sagrado o profano) tendrían la misma propensión al acercamiento. Pero la experiencia constata que esto, si alguna vez sucediera, se produce con menos frecuencia. Podemos ver a un sacerdote católico ("progresista") confraternizando -en aras del ecumenismo- con pastores protestantes ("progresistas"), pero es más difícil que un sacerdote católico ("tradicionalista") esté dispuesto a confraternizar institucionalmente con un pope ortodoxo griego ("tradicionalista", por supuesto): más fácilmente será que los veamos excomulgándose recíprocamente en virtud de los calificativos de "cismático" o "romano" respectivamente. Y eso que ocurre en el terreno de las religiones, sucede con pareja semejanza en el terreno de las ideas políticas (a primera vista, más profanas). Pero a mí no me interesan ahora los "tradicionalismos" religiosos: la cuestión es de suyo embrollada como para empezar por aquí. Lo que me interesa es aquilatar el vocablo "tradición": ¿qué decimos cuando hablamos de "tradición"?
 
Dejemos por un momento suspendida esa pregunta, para explicar la génesis del contencioso ante el que nos encaramos en esta ocasión.
 
El debate tiene sus raíces en el protestantismo, pero la Ilustración dieciochesca sometió a una tremenda crítica a la "autoridad" y a la "tradición": todo lo que era "autoridad" y "tradición" fue cuestionado. La raíz filosófica de esta actitud se encuentra en Descartes que, como pocos, demostró con su filosofía dos puntos que pueden resultar muy instructivos para desacreditar la filosofía moderna:
 
1) Que esta actitud ofensiva es eficaz en destruir, pero no en construir. Descartes mostró la eficacia de su método en la parte destructiva, conduciéndonos al solipsismo de la subjetividad; pero fue de lo más chapucero a la hora de construir a partir del "Yo pienso", terminando por explicar, por ejemplo, la unión de la "res cogitans" con la "res extensa" con burdas soluciones como la "glándula pineal".
 
2) Que todo el que quiere empezar de nuevo se contradice a sí mismo y, a la postre, se ve forzado a introducir elementos tradicionales aunque sea subrepticiamente. Descartes se jactó de prescindir de la tradición, para hacer una filosofía nueva conducida por sus reglas metodológicas; pero cualquiera puede rastrear los antecedentes de su argumentario en el "Teeteto" de Platón (para articular la duda en el momento de descartar el testimonio de los sentidos como fuente de certeza; o bien para la imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia) o en San Anselmo y San Agustín para sus pretendidas demostraciones de la existencia de Dios.
 
Es cierto, no obstante, que Descartes fue más prudente a la hora de llevar sus especulaciones al terreno de la filosofía práctica: la moral y la política. Pero no tardarían en asomar algunos más ignorantes y audaces que él.
 
La Ilustración, con Inmanuel Kant a la cabeza, pensó que era hora de que la humanidad prescindiera de la tutela de "autoridades" y "tradición". Había que atreverse a pensar para aprender: "Sapere aude!": para emancipar al ciudadano de las estructuras tradicionales, pues ya había llegado presumiblemente a la "mayoría de edad". Esto resulta un despropósito: pues si esta actitud de someterlo todo a crítica se llevara a las cuestiones de la política y la organización social, lo que estaría garantizado sería la parálisis de la acción y, en ciertas situaciones (las de vida o muerte en el orden práctico) pensar incapacita para actuar. Los estropicios que se siguen de aquí son incalculables y, además, si todo lo que tuviéramos que saber (se supone que para actuar) lo tuviéramos que saber por el esforzado ejercicio individual de la razón: ¿cuándo empezaríamos a vivir conforme a la razón ilustrada? Además de ello, ¿quién le ha dicho a Kant que todo "ciudadano" está dispuesto a ejercer su razón? En definitiva, lo que ocultaba el proyecto de Kant no era la emancipación, sino la sustitución de un modelo de pensar y actuar (el tradicional) por otro (el suyo y el de sus alegres compadres ilustrados). Mucho más sensato y práctico se nos muestra aquel rey Federico II de Prusia, cuando dijo aquello de: "Razonad sobre lo que queráis y tanto como queráis, pero obedeced".
 
El hombre moderno ha despreciado la autoridad y la tradición (sus motivos habría que irlos buscar en profundos desarreglos del alma, en lo que la religión ha llamado pecados capitales). Y esto ha llegado a tal gravedad que hoy se confunde "autoridad" con "autoritarismo", por lo que es oportuno recordar las lúcidas palabras de H. G. Gadamer: "la autoridad de las personas no tiene su fundamento último en un acto de sumisión y de abdicación de la razón, sino en un acto de reconocimiento y conocimiento: se reconoce que el otro está por encima de uno en juicio y perspectiva y que en consecuencia su juicio es preferente o tiene primacía respecto al propio".
 
Con el desdén y el desprestigio propagandístico que, desde la Ilustración revolucionaria, ha afectado a la tradición y a la autoridad (así como a la "autoridad de la tradición") los individuos, así como la sociedad en su conjunto, han perdido resolución práctica, los problemas que se han ido suscitando no han encontrado la contundente solución que el hombre antiguo era capaz de aplicar. La tradición, cuando lo es, forma un tipo humano mejor definido, con menos dubitaciones, con mayor seguridad (lo mismo en él que en su tradición), un individuo mucho más eficaz que cualquier filosofante que todo lo quiere someter a examen minucioso con su razón abstracta, en debates interminables que nada resuelven y más bien complican.

Bien supo ver esto Nietzsche cuando comentó: "La manera como en conjunto se ha mantenido en Europa el respeto a la Biblia es tal vez el mejor elemento de disciplina y de refinamiento de la costumbre que Europa debe al cristianismo: tales libros profundos y sumamente significativos necesitan, para su protección, una tiranía de la autoridad venida de fuera a fin de conquistar esos milenios de duración que se precisan para agotarlos y descifrarlos".
 
Lo que ha ocurrido en Europa, desde los siglos XVII-XVIII, es que se ha perdido toda referencia, los moldes en los que se formaba un tipo humano más integrado e íntegro han sido declarados obsoletos. La desintegración del hombre y la sociedad es justamente lo que le debemos a esas pedantes y funestas manías ilustradas y revolucionarias de cuestionar y rechazar la "autoridad" y la "tradición".
 
Pero todavía sigue pendiente la pregunta: ¿Qué decimos cuando hablamos de "tradición"? Como introducción por hoy está bien.
 
 
BIBLIOGRAFÍA:

Del Noce, Augusto, "Tradición e innovación" (Comunicación en la Convención de estudio del Comité Católico Docente Universitario, "Autoridad y libertad del devenir de la historia", 23-25 de mayo de 1969). Publicado en español en "Agonía de la sociedad opulenta", EUNSA, Pamplona, 1979.

Gadamer, Hans-Georg, "Verdad y método. Fundamentos de la hermenéutica filosófica", Ediciones Sígueme, Salamanca, 1991.

Nietzsche, Friedrich Wilhelm, "Más allá del bien y del mal: preludio de una filosofía del futuro", (traducción de Andrés Sánchez Pascual), Editorial Alianza, Madrid, 1992.  
  
 
 

martes, 16 de junio de 2015

FÚTBOL Y LO QUE NO ES FÚTBOL

Imagen de www.abc.es

Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


En estos días tan inciertos y aciagos para nuestra malhadada España, la patria de nuestras entretelas que, como dijo muy poéticamente Sinesio Delgado en su “Salutación a la bandera” (1), es en desdichas grandes; se cierne también el fútbol y lo que no es el fútbol. Por lo visto, cada vez que se enfrentan el Barcelona y el Bilbao en la final de la Copa, un grupo muy significativo de aficionados de estos equipos (a la sazón, equipos con mucha fuerza en la Federación Española de Fútbol, de toda la vida) pitan la Marcha Real cuando suena antes de comenzar el partido. Surrealista resulta el abucheo desde todo punto de vista, pues si fueran coherentes, lo que deberían hacer es presionar a sus respectivos equipos para que no jugasen esa competición que tanto les molesta. Si tanto odian a España, ¿por qué jugar en su liga? De todas formas, resulta misterioso cómo separatistas antiespañoles e indigenistas, aun convergiendo en su odiosa hispanofobia (que es el odio contra ellos mismos), sin embargo tienen que entenderse en la lengua de Cervantes, lengua que compartimos muchos millones de personas a lo largo y ancho del complicado mundo…

Con todo, esta penosa imagen es del siglo XXI. Quizá empezó ya en el siglo XX, sí, ¿pero siempre fue así? De ninguna manera. Y por ello, como diría Jack el destripador, vayamos por partes:


MITOS FUNDACIONALES ANTE LA VERDADERA HISTORIA

Mucho ojo con determinados mitos fundacionales que, para colmo, se han politizado al uso actual; porque por lo que vemos, en líneas generales, nada tienen que ver con la autenticidad de la historia. Hay quien asocia al Betis por ser “el equipo de los pobres”, pero lo cierto es que el Betis fue fundado por militares, y que tanto la duquesa de Alba como la madre de Juan Carlos se decían aficionadas de este club. Fue gracias  a la gestión de un Borbolla que Alfonso “XIII” (el primer productor pornográfico de España, entre otras cosas) que se le concedió el título de “Real”. Y sí, en el Betis ha habido pobres, como también ha habido ricos, y ha habido republicanos, como también ha habido notorios franquistas. Lo mismo puede decirse del Sevilla, club del que un servidor es seguidor. El Sevilla F.C. fue fundado en 1905 (2) por una mezcla variopinta de británicos radicados en la ciudad y alrededores y paisanos ligados al entorno del regeneracionismo español.  Y es esta génesis la que explica muchas fundaciones balompédicas en España: Por un lado, la presencia de comerciantes y navieros británicos; por otro, el hecho de que el regeneracionismo español considerarse el deporte como una actividad a fomentar, como prolongación de buena salud y juventud. Y tanto en la fundación como en el desarrollo del Sevilla ha habido absolutamente de todo, desde masones a tradicionalistas. Y  masones también hubo en el Betis. Hay quien dice que Ramón Sánchez-Pizjuán, el presidente al que el club debe el estadio, era más franquista que Franco, y sin embargo, la única militancia que se le conoce es anteriormente en el partido liberal. Asimismo, el Sevilla se influenció de los colores del Sunderland inglés, pero en los años 20, su escudo inicial fue modificado y adaptado al blasón hispalense,  inspirándose en el fernandino pendón de la Reconquista, cuyos colores coincidían con los que se estaban utilizando. Otrosí, los colores del Betis no se deben a la bandera islamófila que se sacó de la manga el impopular Blas Infante, sino al Celtic de Glasgow, por las camisetas que trajo un futbolista de origen escocés. La bandera mal llamada “de Andalucía” felizmente ni estaba ni se le esperaba en aquella época. Asimismo, Benito Villamarín, de origen gallego y quien da nombre al estadio bético, no era precisamente un rojo antifranquista.


Lo dicho: Hay de todo, como en botica. Los tópicos no reflejan la realidad, ni la histórica ni la actual. Y esto es muy visible en los dos clubes que monopolizan actualmente el fútbol español con  una política surrealista de ingresos televisivos que no se aplica en ligas como la italiana o la inglesa: Mientras que el Barcelona y el Real Madrid ingresan más de cien millones de euros por derechos televisivos, hay equipos que no llegan ni a diez. Semejante desproporción hace imposible la competición; con lo que el segundo en la clasificación le puede sacar tranquilamente más de veinte puntos al tercero. Eso por no hablar de proporción en los favorables arbitrales y otras historias…

Y así, el Real Madrid debe la franja morada de su escudo a la bandera de la II República; morado que nunca formó parte de bandera castellana alguna, ni tampoco de la revuelta comunera de principios del siglo XVI; es un morado de logias que ya se dejó ver a finales del siglo XIX e irrumpió definitivamente en 1931. El Barcelona, en cambio, le debe sus colores al suizo cantón de Hans Gamper, aquel que fundara el club en 1899 sólo para extranjeros. En el 1900 se fundó el Español, que era el equipo de los catalanes, y escogió los colores del cruzado catalán Roger de Llauria, reservando el rojo y gualda en su primer escudo.

escudo y uniforme Club Espanol de Football
Imagen de http://lafutbolteca.com/tag/club-de-futbol-espanol/page/13/


Podríamos hablar de la verdadera historia de muchos equipos, pero como vemos, estos tan significativos, fueron todo lo contrario de lo que algunos querrían representar para su interés. Y es que en el deporte se dan masas heterogéneas al calor de un mismo equipo, y en todos encontraremos perfiles similares.




Jugadores del Real Madrid alzando el puño en Chamartín, 1937.
Imagen de z6.invisionfree.com



La directiva del F.C. Barcelona entregando las medallas del club a Franco, 1974.
Imagen de somatemps.me



A PROPÓSITO DE LOS PITIDOS DE LA COPA

El 30 de mayo del 2015 ha pasado a la historia por constituir una enésima y surrealista vergüenza para España, y sobre todo, para su imagen en el mundo. En la final de la Copa, una buena parte de los aficionados del Barcelona y del Bilbao se las ingeniaron para abuchear mientras sonaba la Marcha Real. En el palco, el Letizio, al lado de un sonriente Artur Mas, y un sempiterno Ángel Villar (tengo 33 años y no he conocido otro presidente en la Federación Española de Fútbol…) completaban el tragicómico cuadro. Y en ese momento, me acordé mucho de la afición del Betis. Años ha, en una final de Copa, mientras que unos capullos comenzaron a pitar la Marcha Real, la afición del Betis los calló con su tajante tarareo. Y al terminar el partido, se proclamó merecidamente campeón. Hoy, en cambio, las niñas bonitas de la corrupta federación (y después se quejarán encima...) han vuelto a hacer por enésima vez el tonto y por supuesto, no habrá sanción que valga; que para eso siempre se mira al sur… En fin, me acordé de mis amigos béticos y para bien, de verdad. Porque uno está ya casi sin ilusión por el fútbol, pero siempre hay excepciones que confirman la regla, y esta marca de nobleza siempre quedará en vuestra historia ante un país cada vez más estupidizado e indigno. Ojalá el ejemplo que dieron los béticos en aquella final sirva para un futuro mejor, porque vaya tela el presente...

Sea como fuere, ¿siempre fueron el Barcelona y el Bilbao exponentes del separatismo? La respuesta es negativa. Fue al contrario. Como nos informan los amigos de Somatemps (3), las relaciones del Barcelona con el franquismo fueron de lo más cordial y fluido. Y otro tanto puede decirse del Bilbao, equipo que gracias sobre todo a la figura de Telmo Zarra (que hizo que España fuera semifinalista en el mundial de 1950, derrotando a Inglaterra), lo exhibió como símbolo de identidad española. A tal punto que, por ejemplo, en 1951, en mi pueblo (Bollullos de la Mitación, a no muchos kilómetros de Sevilla), se fundó el C.D. San Martín con los colores del equipo bilbaíno, porque era el equipo que caía simpático en toda España. Todavía en Jaén quedan peñas forofas del Bilbao de esa época. (4) 
Y es que los separatistas viven en el postureo, la mentira, el odio y la ignorancia. La absurda prohibición franquista (contra la que se posicionaron carlistas y falangistas, por cierto) sólo duró hasta 1946; a partir de ahí, por ejemplo, Josep Pla desarrolló muy tranquilamente su prosa en catalán. En cambio, no hay ni un triste homenaje para él por parte de estas hordas; como la falsa Galicia castelista (que implantó Fraga) no homenajea a Evaristo Martelo Paumán, J. Manuel Pintos, Emilia Pardo Pazán, Julio Camba, Álvaro Cunqueiro,  Ramón del Valle-Inclán y tantos otros que contribuyeron al bien de la cultura y la lengua gallega. Otrosí, esto del postureo, la mentira, el odio y la ignorancia también es muy propio de muy diversos patrioteros de etiqueta, que más allá de votar al PP y de insultar a otras regiones españolas, no saben hacer otra cosa. Los separatistas, aun muy equivocadamente, quieren creer en algo; mientras que este patrioterismo que encima no hace sino hablar mal de casi todas las regiones españolas, no quiere creer en nada más que en su individualismo atroz, cobarde y circense-electoral.

Así las cosas, los auténticos culpables del surrealista abucheo, más que los separatistas, están en los sostenes del corrupto régimen del 78; el mismo que creó el régimen de los cacicazgos "autonómicos" y en cada uno un mito contra España; el mismo que está utilizando el odio entre hermanos como rédito politiquero; el mismo que libera terroristas asesinos y financia embajadas "catalanas" y "euskal etxeas" (5) del PNV por todo el mundo, por cierto.

En fin, vaya talento el de unos y otros...

Y por cierto, ahondando en los separatistas, hay un detalle que igual se les escapa a determinados hinchas adeptos de Blas Infante (6): ¿Por qué copian cánticos hispanoamericanos? ¿No deberían copiar algo de Marruecos o Arabia Saudita? ¿Por qué, asimismo, no exigen que los clubes andaluces lleven blasones relacionados con la Corona de Castilla? De verdad, ¿no se dan cuenta de lo falso, embustero, ignorante y mezquino que es el alandalusismo?


¿LA ROJA?

Si bien se había destacado en muchos otros deportes, parecía que en fútbol, la selección española nunca iba a ganar nada. Pero eso fue cambiando luego de la Eurocopa que ganamos siendo entrenador Luis Aragonés. Era la segunda, que conste; que la primera se había ganado en 1964. A partir de ahí, se desató una euforia que, en un país tan aficionado al fútbol (como todos los de nuestro entorno), parecía lógica. Empero, lo que no es lógico es que gracias al infame Adolfo Suárez, la bandera roja y gualda y el orgullo nacional en sí habían quedado postergados, siendo enemistados desde el mismo Estado. El régimen de 1978 está enseñando desde la escuela a odiar la cultura y la historia española; y en cada comunidad autónoma, se impone un mito nacional contra España. (7) Por ello, tras tantos años de alienación, de favorecimiento al separatismo en un sistema electoral injusto, mucha gente criada y educada en el miedo, quería aprovechar los triunfos de la selección de fútbol para exhibir la bandera roja y gualda sin ser molestado o motejado. Y este problema no existe sólo en Vasconia o en Cataluña: Existe en toda España y, reiteramos, es un virus inoculado por el régimen de 1978, especialmente a través de Alfonso Suárez y la UCD. El mismo régimen que siempre ha favorecido el terrorismo antiespañol, y que ahora los libera para mayor escarnio de las pobres víctimas.

La bandera roja y gualda y las palabras “España” o “español” (o “españolista”) llegan a ser hasta despectivas sólo en España. Es un proceso de autodestrucción desde arriba como nunca se ha visto. Entonces, ¿era el fútbol la solución? No, pero se podría aprovechar aquel clima, ante el cual, en muchos pueblos a lo largo y ancho de nuestra geografía peninsular e isleña aprovechaban la ocasión para colmar sus fachadas con la bandera nacional. Recuerdo que era posible recorrer un radio de unos 90 kilómetros, desde el Aljarafe sevillano hasta la costa de Huelva, pareciendo que uno estaba en un mar de balcones de sangre y sol. Era una buena nueva que nos estaba avisando, por muy chusca y facilona que fuera la coyuntura. En cambio, como los dizque “patriotas” de diversas sensibilidades parecen estar más ocupados en sus tertulianas terapias de autoayuda, discusiones bizantinas, circos electoralistas y demás habituales malandanzas; llegaron los progres y cambiaron la tradicional “furia española” por “la roja”; con el lema “Podemos”, que antes del partido de Pablito Iglesias y demás perroflautas reconocidos desde el chavismo al banco Santander, ya usó Barack Hussein Obama en su campaña electoral. La cadena Cuatro fue el escaparate de este patrioterismo futbolero que, estuvo efervescente mientras se ganaron dos eurocopas y un mundial, y luego de ridículo del mundial de Brasil, pasó a la inadvertencia. Los progres aprovecharon el tirón y manipularon como quisieron; los que se supone que deberían haberlo aprovechado y alimentado para fines más elevados, no hicieron nada, como tristemente es habitual. Cierto es que los progres tienen dinero y medios; tan cierto como que muchos llamados “patriotas” no tienen cabeza ninguna.

Así las cosas, el fútbol ni es malo ni es bueno de por sí. Con todo, no le falta razón al avezado periodista José María García cuando dice que estamos ante la competición más adulterada de la Historia. De un deporte de masas hemos pasado a un circo cada vez más descarnado, un circo impersonal, mundialista, donde los valores de la disciplina, el esfuerzo y el mérito ya no son más que un recuerdo del pasado, si es que de verdad alguna vez valieron dentro de este mundo deportivo. Hoy del fútbol no va a venir nada bueno necesariamente. Ayer pudo venir, pero como se dice en Sudamérica, “ya fue”. Enésima oportunidad perdida. Así que, panem et circenses, y aquí paz y después gloria.

Espero, eso sí, que los aficionados al fútbol (entre los que me encuentro) se dejen de mamarrachadas y de copiar actitudes propias de bárbaros que no nos tocan en nada. Reservemos las energías para lo verdaderamente bueno e importante.





Notas: 


(1) Letra de "Salutación a la bandera": SALUTACION A LA BANDERA ESPAÑOLA - Sitios España




(2) No obstante hay estudios históricos que están avalando que en verdad la fundación del club tuvo lugar en 1890. Remitimos algunos enlaces:


descubierta acta fundacional sevilla fc de 1890








(3) Véase:


Las medallas que el “Barça” entregó a Franco | SOMATEMPS






(4) Recuérdese: http://www.alertadigital.com/2012/01/06/el-vasco-como-arquetipo-espanol/




(5) Recuérdese: la euskal etxea no es la casa de los vascos - raigambre




(6) Sobre Blas Infante y su nefasta doctrina, véase:


el andalucismo, ¿quinta columna del islam en la península?







(7) Véase: "De modas y guanches". - Revista La razón histórica

domingo, 14 de junio de 2015

RELEER A KIERKEGAARD


 
 
FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA PARA UN TIEMPO DE APOSTASÍA
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
La "cultura de masas" (¿hubo alguna vez "cultura" donde hubo "masa"?: oxímoron flagrante) elimina a los grandes filósofos. La censura no tiene menester de proscribir ni quemar sus libros en autos de fe públicos: el mecanismo es más simple. Se extrae de su obra dos, tres lo más, frases y con ellas se les caracteriza sin mayores traumatismos. De esta forma el público queda persuadido de que es una pérdida de tiempo leerlos: de Nietzsche hay que saber que "Dios ha muerto" y de Ortega y Gasset que "Yo soy yo y mi circunstancia". Así es como se les evita y así se impide que sean pensados; pues, si fuesen leídos y pensados, podrían acarrear problemas desagradables a quienes nos quieren acomodados al "pensamiento único" que es el no-pensamiento.  
 
Esa ha sido la "suerte" de Søren Kierkegaard (1813-1855) que, durante un tiempo, gozó de gran fama en los ambientes cultos y hasta en las universidades de todo el mundo. Se cristalizó su pensamiento en el concepto de "angustia" (que malamente traduce el "temor y temblor" de San Pablo), se le etiquetó como "antihegeliano" y quedó despachado con la vitola de "proto-existencialista" (con lo que de efímero tiene todo lo que ostentó el marchamo de "existencialista"). Pasado el fervorín que se sintió por el personaje (con sus conflictos biográficos) y su obra, su estrella se apagó. En España (que, en esto de la filosofía, siempre ha sido tan de modas) el nombre de Kierkegaard no se oyó más veces que cuando el dúo humorístico "Faemino y Cansado" soltaba aquella coletilla, difícilmente comprensible para el común de los auditorios: "Yo leo a Kierkegaard".
 
Sin embargo, un acercamiento a Kierkegaard nos permite constatar que estamos ante un filósofo difícil para perezosos, peculiar para todos y enterizo. Los que lo han leído a fondo han encontrado entre Kierkegaard y Nietzsche asombrosas coincidencias, no obstante ser ateo el alemán Nietzsche y creyente el danés Kierkegaard. Así Georges Brandes, con su "Søren Kierkegaard. En kritiske Fremstilling i Grundrids" (1877) y Harald Høffding, con su "Søren Kierkegaard som Filosof" (1892) enfatizaron las concomitancias entre el alemán y el danés. Ambos, ciertamente, parecían encaminados en su juventud a su formación teológica con miras a ser pastores protestantes y ambos, por razones distintas, rehusaron recorrer ese camino.
 
Sin embargo, lo que les une es una posición irreconciliable con el mundo que les rodea, conformadizo y acomodaticio, mientras cada uno de ellos, cual profeta que predica en el desierto, reclaman auto-exigencia moral. Leamos este pasaje de Kierkegaard:
 
"Que otros se lamenten de que los tiempos son malos; yo me quejo de su mediocridad, puesto que ya no se tienen pasiones. Las ideas de los hombres son sutiles y frágiles como encajes, y ellos mismos son tan dignos de lástima como las muchachas que manejan el bolillo. Los pensamientos de su corazón son demasiado mezquinos para que se les dé la categoría de pecaminosos. Quizá tales pensamientos en un gusano constituyeran un pecado, pero no en un hombre hecho a imagen y semejanza de Dios. Sus placeres son circunspectos e indolentes; sus pasiones, adormiladas. Estos mercedarios cumplen sus obligaciones, pero se permiten, como los judíos, achicar un poquito la moneda. Y hasta piensan que aunque Dios lleva una contabilidad muy ordenada, no tendrá mayores consecuencias el haberse burlado un poco de Él. ¡Que la vergüenza caiga sobre ellos! Por eso mi alma se vuelve siempre al Viejo Testamento y a Shakespeare. Aquí se siente en todo caso la impresión de que son hombres los que hablan; aquí se odia y se ama de veras, se mata al enemigo y se maldice la descendencia por todas las generaciones; aquí se peca" (S. Kierkegaard, "Diapsalmata ad se ipsum").
 
Quien esté lo suficientemente familiarizado con Nietzsche podrá ver la similitud que guardan estas palabras con las que lanza Zaratustra cuando fustiga al "último hombre". Si Kierkegaard escribe: "Sus placeres son circunspectos e indolentes; sus pasiones adormiladas", Zaratustra sentencia: "La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud".
 
El mensaje de ambos está vigente hoy en día. Pues, según entiende Kierkegaard: "...muy a menudo se ha olvidado que lo contrario del pecado de ningún modo es la virtud. Esto resulta más bien un criterio pagano, que se conforma con una medida puramente humana, ignorando lo que es el pecado y que siempre se encuentra ante Dios. No, lo contrario del pecado es la fe" (S. Kierkegaard, "Tratado de la desesperación"). No podía ser de otro modo para un luterano cuyas fuentes de inspiración son San Agustín y Pascal, sin renunciar a Sócrates.
 
Como Nietzsche, Kierkegaard barruntó el nihilismo que se gestaba en su época, aunque no empleara el término "nihilismo". En su teoría de los "estadios", Kierkegaard nos ofrece el análisis de tres formas de vivir y entenderse en el mundo: el "estadio estético", el "estadio ético" y el "estadio religioso". El "hombre estético" es el hombre del momento efímero y su paradigma es el "seductor" (magníficas son las páginas que Kierkegaard dedicó al "Don Giovanni" de Mozart en "Los estadios eróticos inmediatos ó el erotismo musical"). El segundo estadio es el "ético" que se instala en el deber y cuyo paradigma es el "marido". Y el tercero es el "religioso" que es el hombre de la fe y, en ese sentido, corresponde a la figura veterotestamentaria de Abraham. Los estadios no se recorren gradualmente, sino que para abandonar uno y adoptar otro hay que "saltar". El filósofo español Carlos Díaz nos dice que "A los pueblos determinados a retrogradar de lo religioso a lo ético y de lo ético a lo estético decidió Kierkegaard darles la espalda en señal de repudio" ("Nihilismo y estética: filosofía de fin de milenio"). Y, en efecto, puede entenderse así leyendo al danés: si Nietzsche condenaba al cristianismo por creerlo causa del mundo que despreciaba, Kierkegaard condena el fariseísmo de la mediocre burguesía que se llama todavía "cristiana" de palabra, pero que se contiene en el estadio ético; y Kierkegaard tampoco da muchas expectativas al desgraciado esteta que salta de flor en flor, labrando su desesperación e instatisfacción terrenal y su ulterior desventura de ultratumba. Y es que, tal y como apunta el coruñés Manuel Maceiras Fafián, con lapidaria exactitud: "Toda la obra de Kierkegaard tiene como objetivo, precisamente, enseñar al hombre a convertirse en cristiano" (Schopenhauer y Kierkegaard: sentimiento y pasión").
 
Kierkegaard percibió las señales de la apostasía en el seno de los pueblos cristianos europeos. Y esa apostasía empezó en las naciones protestantes, como su misma Dinamarca. Por eso es certero en diagnosticarlo y denunciarlo, cuando revisa en el "Tratado de la desesperación" los tipos de escándalo.
 
"Trata al cristianismo como fábula y mentira, niega al Cristo (su existencia, que sea quien dice ser) a la manera de los docetas o de los racionalistas: entonces o el Cristo ya no es un individuo, sino que sólo tiene la apariencia humana, o no es más que un hombre, más que un individuo: de este modo, con los docetas se esfuma en poesía o mito sin pretender realidad, o bien con los racionalistas se hunde en una realidad que no puede pretender la naturaleza divina. Esta negación de Cristo, de la paradoja, implica a su vez la del resto del cristianismo: del pecado, de la remisión de los pecados, etcétera." (S. Kierkegaard, "Sygdommen til Døden").
 
Kierkegaard veía con claridad meridiana que este escándalo constituía el "pecado contra el Espíritu Santo" que no tiene perdón: "Esta forma del escándalo es el pecado contra el Espíritu Santo. Como los judíos decían que el Cristo expulsaba a los demonios mediante el Demonio, de igual modo este escándalo hace del Cristo una invención del Demonio".
 
Y, en efecto, hoy éste es el pecado que subyace a la apostasía generalizada en el mundo. Ya no afecta solo a países protestantes, también ha afectado a países tradicionalmente católicos como España, Italia, Portugal, Irlanda... Y ello no sin un más o menos inconsciente (siempre frívolo) "aggiornamento" que está suponiendo la autodemolición del catolicismo en las naciones que fueron sus más firmes bastiones. Por encima de ecumenismos oficialistas, sí que es de esperar que la fecunda relación cordial entre católicos, ortodoxos y protestantes, como veía otro grande del siglo XIX, el ruso Vladimir Soloviev, pueda algún día alumbrar una nueva Cristiandad en que la división entre confesiones haya sido superada sin ceder. Pero eso no será nunca factible desde planteamientos progresistas, pues como bien precisó Augusto del Noce:
 
"...no existen varios progresismos: laico, protestante, católico, sino uno solo que se caracteriza por un ateísmo de forma arreligiosa, que se diversifica del marxismo que es ateísmo como religión secular, y que, aunque presume de superar el marxismo, en realidad expresa su descomposición" (Augusto del Noce, "Agonía de la sociedad opulenta").
 
Es por eso que autores cristianos, aunque no católicos, como Kierkegaard, siempre podrán sernos de ayuda para comprender la situación presente en que nos hallamos. Y, muchas veces, hasta mejor que otros que, llamándose católicos, o nos proponen su corruptor progresismo o, por una nula competencia en cuanto a lo que es tradición, confuden tradición con "fosilización". 

jueves, 11 de junio de 2015

EL AMARGO PAN DEL PROFESOR ESPAÑOL DEL SIGLO XXI





EL PAN CON EL SUDOR DE SU FRENTE Y QUIZÁ DESCALABRADO


Manuel Fernández Espinosa


El presente artículo (¿de opinión?) trae enlazadas varias noticias y un vídeo que ilustra cuanto se dice en él. Se recomienda leer las noticias y, si no se es hipersensible, ver y escuchar el vídeo.


A la memoria de Abel Martínez, profesor
asesinado en el desempeño de sus funciones
en el Instituto Joan Fuster de Barcelona.




En la España del siglo XIX se hizo proverbial aquello que decía: "Pasas más hambre que un maestro de escuela", pero aunque pasaran privaciones y las pagas municipales se retrasaran, el respeto y hasta la devoción estaban aseguradas por parte de las familias, de los alumnos y de la comunidad; pues la pobreza nunca estuvo reñida con la educación, ni la riqueza trae de suyo la educación que empieza en las familias y en sus respectivas casas.
 
En la España del siglo XX, el dicho que prevaleció fue el de "Tienes más vacaciones que un maestro". Aunque no fuese del todo exacto, el siglo XX trajo consigo, por más que fuese a trancas y barrancas, cierto prestigio social y elevación económica de los profesionales del magisterio. Luego, con la democracia, en un esfuerzo político por ideologizar los centros de enseñanza, a conveniencia de la izquierda o de eso que por ahí se hace llamar todavía derecha (sin que se le caiga la cara de vergüenza), vinieron las leyes de enseñanza del ahora quito y después pongo que no ha servido para más cosa que para volver locos a los enseñantes y llenar los bolsillos de algunas editoriales.
 
En la España del siglo XXI puede que los maestros no pasen hambre, sus vacaciones están pendientes de revisión, pero como toda la clase media española han sufrido una sensible merma en sus derechos y en sus ingresos, con la consecuente repercusión en su calidad de vida.
 
Cuando hablamos de calidad de vida (y perdóneseme la expresión tan burguesa) pensamos casi siempre en el sueldo y en los emolumentos. Ahora bien, hay que ser menos burgués para reparar en que la calidad de vida también podría con perfecta legitimidad incluir las condiciones en que el docente vive su profesión en el centro de trabajo. Y en eso parece que son pocos los que piensan.
 
La depauperación del oficio tal vez no se haya sentido con mayor impacto social que con el  asesinato de Abel Martínez en un instituto de Barcelona, el pasado mes de abril, a manos de un alumno de 13 años que, por ser menor de edad, ha quedado sin imputar. Luego pueden venirnos con los paños calientes que se quiera: que si fue un "caso aislado", que si tiene una explicación psiquiátrica y que si la abuela fuma porros, pero el hecho es que el joven profesor que salió en defensa de una profesora resultó muerto.
 
Aunque el profesorado español solo lleve en su cuenta una víctima mortal, son muchísimos más los maestros que viven a diario en condiciones muy tensas, que afrontan cotidianamente conflictos con alumnos que, sin ninguna educación ni vergüenza, les pierden el respeto, los chulean, les injurian y les responden con displicencia. Claro está que  no puede culparse a todos los niños y adolescentes de ser así de maleducados; el comportamiento de los adolescentes hay que atribuirlo, en una gran parte, a lo que ven en sus familias. Los progenitores que no aplican la autoridad paterna en el ámbito doméstico y se desentienden de la escuela, que incluso critican a los maestros a espaldas de estos y delante de sus hijos, los padres que disculpan y justifican a todo trance a sus hijos malcriados (por ellos) o los que incluso agreden a profesores no son menos culpables que los pequeños monstruos que exhiben su egoísmo ése, el que creció silvestre ante el televisor, la pantalla de internet o la del teléfono móvil, los consentidos que ejercen su tiranía hoy en las aulas, sin la menor consecuencia para ellos. Tampoco están exentos de culpa ciertos equipos directivos de los centros de enseñanza que, por las razones que fueren, no hacen imperar la mínima disciplina que exige un proceso pedagógico. Podríamos detenernos en averiguar las polvaredas que han traído estos lodos, podríamos incluso remontarnos al siniestro aquelarre de la revolución de mayo del 68, con su vitriólica acción devastadora sobre la autoridad; pero, no, ahora no es el momento ni el lugar, ni tampoco tengo ganas. Pues lo que me interesa comentar es el desprestigio social en que ha caído el profesorado español, lo cual es un hecho en bruto.

Las pagas de Navidad que no se han retribuido al profesorado andaluz en ninguna provincia de Andalucía, a excepción de la de Córdoba, está muy bien que sean reclamadas, pero muchísimo más merece la pena que los profesores de toda España busquen la forma de rectificar esta situación demencial que ya está salida de madre. Tal vez no sea tarde, pero para eso hacen falta sindicatos mucho menos burgueses que los que hay en el panorama, pues por mucho que arguyan ser "sindicatos de clase", salta a la vista que son capaces de movilizarse con más bríos a la hora de reclamar unas perras (y, eso sí, siempre dependiendo del signo de la administración respectiva) que por la dignidad del profesorado. Mientras la profesión del magisterio está tocando fondo y hasta excavando, lo de las pagas confiscadas es sinceramente peccata minuta.
 
Para colmo de males, algunos individuos y empresas de la "intoxicación" informativa y lúdica fomentan el desprestigio del profesorado, concediendo el protagonismo a los alumnos en entrevistas de campo que, si pudieran parecer un trabajo peridístico es mera coincidencia; o que, con la mayor de las irresponsabilidades públicas, incluso hacen negocio con juegos de animación en los que se figura la agresión a un profesor.

La situación del profesorado español en esta primera mitad del siglo XXI puede que no sea de precariedad económica hasta el holocausto por inanición, pero el prestigio de la profesión se ha menoscabado a la luz de los hechos más recientes... ¿Será necesario que el profesorado necesite otra víctima más, además de Abel Martínez, para que tome conciencia de que la situación exige una rectificación más contudente que los minutos, las horas, los días, meses y años de silencio?

Mientras lo más importante para algunos sindicatos sea la imposición de la "ideología de género" o lo meramente económico, contemos con que el oficio no recobrará el prestigio de antaño y, sí, podrá ser que los maestros del siglo XXI puedan comer, a diferencia de los héroes de la pizarra del XIX, pero comerán su pan con algo más que el sudor de su frente: lo comerán ofendidos y humillados, golpeados y hasta asesinados.