RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 16 de noviembre de 2014

ESCRITORES SOVIÉTICOS POR EL ORDEN NATURAL

Leonid Leonov


DOS OPINIONES DEL AUTOR RUSO LEONID LEONOV
 
Manuel Fernández Espinosa
 
Leonid Maximovich Leonov nació el año 1899 y falleció en 1994. Es uno de los más notables novelistas soviéticos y, con mucha probabilidad, el legítimo heredero de Dostoyevski, en la profundidad que muestra en el análisis del tormento psicológico de sus personajes y en las complejas tramas argumentales de sus novelas. El padre de Leonid, Maxim Leonov, fue un poeta autodidacto que perteneció al grupo Sreda de Moscú, entre cuyos miembros figuraban Maxim Gorki y Leonid Andreyev, entre otros grandes literatos rusos. Queremos citar algunas de las obras más sobresalientes de toda la producción literaria de Leonid Leonov: "Sota", "Skutarevsky", "Doroga na okean", "Russky Les". Fue un autor que, sin rebajarse al servilismo más abyecto, mereció las más altas distinciones de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por la calidad de sus elaboradas novelas. Entre los galardones y medallas le fue concedido el Premio Stalin, el Premio Lenin, la Medalla al Héroe del Trabajo Socialista. Como es obvio, su obra apenas se conoce en España, donde siempre estamos más atentos a todo fenómeno cultural corruptor y desintegrador. En una entrevista que concedió Leonov, en Zagrev, publicada en el periódico croata "Vjesnik u Srijedu", el autor soviético expresó sus opiniones y, de entre todas ellas, queremos destacar y dar a conocer dos comentarios suyos que muestran la salud mental, el respeto religioso y la reciedumbre moral de algunos soviéticos:
 
CONTRA UN MUNDO DE IMPUREZA Y PECADO NEFANDO, QUE ATRAE EL CASTIGO DIVINO
 
"En una reunión de escritores de muchos países, celebrada en Leningrado, discutiendo sobre la novela dije: "El mundo vive actualmente en pecado. Levantamos la mano contra los "tabúes": contra la maternidad, contra la justicia y contra la pureza del alma. No obstante, sin estos valores no se puede vivir, sobre todo hoy, en la época de las máquinas. Las máquinas son robots que nos van a aniquilar, si no somos capaces de llevar una vida pura. Cuando ocurrían cosas parecidas, en la época bíblica, el Señor envió la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra." Eso dije en Leningrado, pero en Francia e Inglaterra tradujeron que "Leonid Leonov acusa a Occidente por su literatura sodomítica"."
 
EL OCCIDENTE CAPITALISTA REBAJA LOS MÁS EXCELSOS TEMAS DEL ARTE TRADICIONAL A LA INSOPORTABLE BANALIZACIÓN DE LO VULGAR
 
"No soporto que del "Ave María" hagan twist; con esta oración en los labios, nuestros antepasados crearon grandes obras de arte. No digo esto por ser un gran creyente, sino por que existen obras serias con las cuales nadie tiene derecho a relacionarse de una manera indigna."
 
Así se pronunciaba un escritor soviético. Ya quisiéramos que en el Occidente demoliberal y capitalista hubiera escritores con esta clarividencia.

viernes, 14 de noviembre de 2014

THOMAS BERNHARD: EL PANTEISMO DESINTEGRADOR

Thomas Bernhard, sentado al aire libre.
 
 
TRASTORNO Y EXTINCIÓN EN THOMAS BERNHARD
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Thomas Bernhard (1931-1989) es escritor peculiar. Su vida no fue fácil y en su obra se atestigua el asco que le producía la sociedad burguesa y la tradición, profesando la iconoclasia y asestando golpes furibundos contra el Estado y la religión (y, como austriaco, contra la Iglesia católica). Su obra ha sido traducida al español por Miguel Sáenz. Hubo un tiempo en que Thomas Bernhard desataba en los círculos intelectuales que lo leían acerbas aversiones lo mismo que esa cándida admiración que la progresía rinde a todo iconoclasta por el solo hecho de hacer ejercicio de iconoclasia.
De toda su producción literaria (escribió mucho) merece la pena destacar “Trastorno” (1966) y “Extinción” (1986). En ambas se encuentra lo mejor (y lo peor) de Bernhard. Sus lectores más fieles encuentran en “Extinción” la afinidad del autor con el anarquismo y muchos no salen satisfechos tras leer “Trastorno”. La prosa de Bernhard es reiterativa y eso supone una dificultad añadida al lector que se inicia en su lectura.
Sin embargo, los protagonistas de "Trastorno" y "Extinción" tienen muchos puntos en común. En “Trastorno” el protagonista irrumpe ya avanzada la novela, después de habernos paseado por distintos escenarios en los que se nos presenta la sordidez y la decrepitud de los enfermos; los que visita un médico de cabecera rural al que acompaña su hijo, que es el narrador. Sin embargo, el protagonista no es ni el médico, ni los enfermos ni el narrador, sino un noble que habita en el castillo de Hochgobernitz, el Príncipe Saurau. En “Extinción”, el protagonista y narrador es Franz Josef Murau, un aristócrata cosmopolita que ha abandonado el Wolfsegg de sus orígenes.
Ambos personajes principales tienen en común su procedencia aristocrática, pero también su obsesivo soliloquio que puede o no tener oyentes, pero que cuenta -por supuesto- con el lector que se atreva a terminar el libro. El Príncipe Saurau y Murau son dos personajes desarraigados que no pueden ocultar su desprecio y hasta su odio por sus familiares. Murau se ha instalado en Italia, abandonando su Austria natal. Saurau vive enredado en su laberinto psicótico en el castillo de sus antepasados, rodeado por una parentela con la que apenas se relaciona, a la que detesta y provoca, bordeando el suicido. Wolfsegg y Hochgobernitz son dos ámbitos de origen a los cuales sus respectivos protagonistas aman y odian. Superficialmente el cosmopolitismo parece tener en Bernhard un apologeta que, en su desarraigo, produce con su verborrea un discurso que, en la voz de su protagonista o personaje narrador que ejerce de amanuense, execra el lugar de origen y la condición de pertenencia a ese lugar, a cualquier lugar: Wolfsegg o Hochgobernitz. Las razones profundas de esa apuesta a favor de la ciudad contra el ambiente rural (por más principesco que éste pueda ser) nace de un profundo malestar cultural: es la Naturaleza la que abruma al hombre y el odio contra el lugar de origen de los personajes bernhardianos parece que es un reproche a no poder encontrar ni amparo ni acomodo en ninguna parte, ni siquiera en la casa de los antepasados.
La Naturaleza es el tema omnipresente de “Trastorno”. La Naturaleza será invocada por el Príncipe Saurau, pero también por el médico que recorre el valle con su hijo:
“Precisamente en los días despejados, dijo, en que el mundo se mostraba en todas direcciones transparente como el aire y, simplemente por su serenidad, la Naturaleza era bella, el dolor de los que sobrevivían a alguien muerto hacía tiempo era doble” –solía decir el médico, según el narrador.
Saurau insiste con la Naturaleza: “La persona educada cree siempre que tiene que ser paternalista con la Naturaleza, aunque es totalmente dominada por ella”.
Y al término de “Trastorno”, Saurau trata de comprender a su hijo que vive en Londres y se dedica a estudiar las corrientes socialistas que Saurau desprecia olímpicamente: “Lo que mi hijo cree que es la Naturaleza no es la Naturaleza (…) Mi hijo se enfrenta siempre con la Naturaleza como con una literatura”.
Murau también reflexiona sobre la Naturaleza:
“Sólo cuando tenemos una noción exacta del arte tenemos también una noción exacta de la Naturaleza”.
Pero, ¿qué es la “Naturaleza” en Thomas Bernhard? Podría ser un tema para una tesis doctoral, pero este artículo no tiene más pretensiones que aproximarnos a uno de los escritores en lengua alemana más importantes de la segunda mitad del siglo XX y permitirnos desentrañar su filosofía latente.
Un estudio superficial del suelo filosófico de estas novelas de Bernhard mostraría que hay una patente presencia de ideas ácratas, siendo mencionados Bakunin y Kropotkin, pero -todo hay que decirlo- el pensamiento social es algo que Bernhard no toma en serio; ver en Bernhard a un anarquista es ver demasiado poco. De su obra se deduce que no hay esperanza y la esperanza clausura toda utopía: la misantropía del autor es contraria a soluciones sociales para el problema antropológico que no tiene solución: el hombre es un ser desamparado, víctima de la locura, la enfermedad, la degeneración y la decrepitud que inexorablemente conducen al aniquilamiento.
 
Un estudio edafológico más a fondo exhumaría muestras suficientes para que pudiéramos decir que lo que constituye el macizo sobre el que se asienta el pensamiento de Bernhard es la "Aufklärung" alemana (la Ilustración alemana), el idealismo y Schopenhauer. Pero la filosofía teutónica dieciochesca y decimonónica es imposible de comprender sin hacerse cargo de la repercusión (algo más que una influencia superflua) de la filosofía de Baruch Spinoza en Alemania; así lo veía Friedrich Heinrich Jacobi en aquella famosa polémica intelectual que se agitó en Alemania a finales del siglo XVIII.
Con esta clave hermenéutica se nos franquea la posibilidad de comprender lo que representa la “Naturaleza” en estas novelas de Bernhard: la Naturaleza es Dios, Dios es la Naturaleza. Estamos ante un completo panteísmo que renuncia a exaltar la inmanencia y se resigna a conformarse bajo la abrumadora pesantez de la Naturaleza. Bernhard ha hecho suyo el “Deus sive Natura” de Spinoza y podemos decir que la literatura de Bernhard es, por lo tanto, una tardía manifestación epigonal del panteísmo spinozista. Las novelas de Bernhard tienen un cañamazo más panteísta que existencialista, aunque el pathos de sus personajes atormentados y desarraigados así como la atmósfera en que a duras penas respiran, pudiera hacernos creer que estemos ante novelas existencialistas.
 
El mérito que no podemos regatear a Thomas Bernhard es que en sus novelas asistimos a la lógica conclusión del hombre moderno y occidental, el mismo que ha rechazado al Dios cristiano para arrojarse en el magma incandescente y aniquilador del panteísmo. "Trastorno" y "Extinción" son el testimonio de la desintegración del hombre sin raíces, del sindiós de las sociedades contemporáneas que, aunque no sea tan culto como Bernhard ni como sus personajes, es producto del racionalismo, el panteísmo, la Ilustración y el idealismo.

domingo, 9 de noviembre de 2014

HABEMUS PAPAM. PABLO IGLESIAS



Luis Gómez

Si. Tenemos un nuevo pontífice en España. Pablo Iglesias, ese gran orate de la izquierda venidera, ha sido elegido recientemente como sumo pontífice de la religión laica y del sacerdocio progresista en nuestro país.

Y es que en estos tiempos en los que estamos, el laicismo, tal y como lo practican estos “ateos”, es una religión más dentro de las practicables, y como tal, necesita de una jerarquía, una doctrina y una organización interna y externa.

Digamos que todo empezó con el famoso decálogo. Sí, sí, dije decálogo. Si Moisés recibió Los Diez Mandamientos por boca de Dios Padre en lo alto del Monte Sinaí, estos no se quedaron atrás, y compusieron su decálogo progre a fuerza de repetir, -como si de unos mantras mágicos se tratasen-, consignas como “redestribución de la riqueza”, “abolición del capitalismo”, “separación de la Iglesia y el Estado” (esta última me hace mucha gracia, pues se trata sobre todo de la iglesia católica. Las demás confesiones religiosas, a esta secta laica les da igual, es más, las fomentan o las promueven según sus intereses. Mírese si no la observancia y delicadeza que tienen para con el islam, el judaísmo o el protestantismo), “igualdad de género” “aborto libre” y otros mandamientos similares hasta construir sus “diez mandamientos laicos”, que han sido repetidos y utilizados en todas las  épocas por los profetas de esa religión de la que hablamos.

Hace poco, y estando los tradicionales líderes laicos de nuestro país muy de capa caída, abarraganados y corrompidos por el poder y el lujo y asaltados por casos de corrupción en su seno, surgió del desierto páramo intelectual de España un nuevo líder dispuesto a llevar a la grey a la Tierra Prometida. A él, como si de un profeta bíblico se tratase, se le fueron uniendo otros discípulos. Sus predicaciones eran “hermosas utopías” irrealizables de facto, pero muy lisonjeras a los oídos de los fieles. Promesas construidas con el mejor humo de la mejor hierba del mercado, humo que como tal, tras ser inhalado, produce en el sujeto una ausencia de raciocinio y de control, que hace que este se deje guiar como si de una ensoñación se tratase y como si lo que se dice, fuese a ser posible en un futuro próximo.

Tal es así, que Pablo Iglesias, cual Pedro el “Ermitaño” fue predicando su cruzada por doquier. No había TV que no cayese rendida a sus encantos y tras de él, siempre estaba su fiel Monedero, su profeta, apostillando y apuntalando lo que el nuevo Mesías le decía a las crédulas masas. Y a unos y a otros les prometía y les predicaba sobre el “voto asambleario” la “supresión de los viejos partidos y nuevas formas de hacer gobierno” “casas gratis para todos” y cosas tan lindas y tan deseables, que el corazón de los hombres sucumbió de tal manera que muy pocos fueron los que no se lo creyeron. Los unos, por estar ahora en el poder y ver en esta nueva secta un enemigo que viene a por ellos a removerlos de sus poltronas. En el caso de los otros incrédulos, lo es por haber oído esos cánticos de sirena en otras ocasiones, y saber que después de la bella música, viene el duro baile, y en ese baile, estos laicos no suelen respetar la palabra dada y se comportan como lo que suelen ser, como tiranos y dictadores.

Pero para que todo se cumpla, se ha de hacer de manera que parezca legal. Pablo Iglesias y su nueva secta religiosas celebran su primer Concilio Asambleario. Ese concilio tendría como propósito el ratificar y nombrar al nuevo Sumo Sacerdote de la secta y los pasos a seguir en el futuro. Y como no, Pablo es el elegido y su doctrina es la que impera en la asamblea… y eso pese a las voces internas que discrepaban de muchas cosas. Voces que fueron silenciadas, a la vieja usanza, que en eso no han evolucionado mucho.

Pero una vez culminada esa labor de acomodo “legal”, algunos  adeptos de la secta laica ven como se empieza a caer los velos del encantamiento y contemplan la cruda realidad que se ocultaba tras el humo consumido con tanto deleite. Muchos ven el verdadero rostro de ese “salvador” o “salva-patrias” y comprueban que hay muchas diferencias entre lo que se decía y lo que se practica. Ven con asombro un cambio orweliano de primera magnitud. Allí donde la religión laica decía “todos somos iguales”, ahora, los obispos del nuevo pontífice Pablo habían escrito a continuación “todos los hombres somos iguales, pero unos más que otros”, allí donde se decía que todo sería “participativo”, ahora se dice que todo será “jerárquico” y que habrá secretarios y presidentes y demás cargos (igual que en otros partidos).


Unos pocos desencantados de la secta laica PODEMOS han atravesado su propio desierto. Para el resto, para los que no somos y no creemos su credo, sólo nos queda soportar el pontificado de esta nueva secta religiosa. Prepararnos para las persecuciones y soportar el martirio que se nos avecina. Pero al menos sabremos que no son ateos. Creen en un dios, en el mismo dios que han creído desde siempre estos gurúes. El dinero, el poder y la mentira, que es la laicísima-trinidad de toda secta que se preste.      

sábado, 8 de noviembre de 2014

UN GRAN OLVIDADO: PIERRE-SIMON BALLANCHE

 

Pierre-Simon Ballanche

 

PIERRE SIMON BALLANCHE Y EL ARTE DECIMONÓNICO

A mi amigo Simón, un gran wagneriano.

Por Manuel Fernández Espinosa

En el "Tannhäuser" de Wagner encontramos el grandioso "Coro de los Peregrinos", un cántico sublime al perdón y a la reintegración. Richard Wagner no era católico, pero en 1840 conoce en París al compositor y pianista Franz Liszt. Años más tarde, en 1865, Wagner (tan mujeriego) empezaría una relación amorosa con la hija de éste, Cósima que, por cierto, estaba casada: cosa que no le importó al entonces bohemio y transgresor Wagner. Wagner se casó con Cósima en 1870 y Liszt rompió relaciones con Wagner hasta que hicieron las paces en 1872.

La estrecha relación con Liszt explica, en gran medida, la grandiosa concepción de este "Coro de los Peregrinos": el gran himno está concebido como "un retorno a casa": el arrepentimiento, la expiación y el perdón son los motores de todo el impulso poético y musical en una escalada gradual. Detrás de esta concepción están las ideas del filósofo francés Pierre-Simon Ballanche (1776-1847), ideas que ejercieron mucha fuerza sobre la obra de Franz Liszt (el poema sinfónico de Liszt intitulado "Orpheus" y otras piezas de su composición dependen de la filosofía de Ballanche). En los tiempos en que Liszt asombraba a toda Europa con sus brillantísimas interpretaciones al piano, Heinrich Heine se mofaba con su emponzoñada pluma (a sueldo de los Rothschild) sobre el impacto de la filosofía de Ballanche en la concepción temática de la obra de Liszt.

A través de Franz Liszt llega a Wagner la idea de Ballanche, expuesta a lo largo de su dilatada producción literaria -pero, especialmente, en su libro "La Ville des Expiations" ("La Ciudad de las Expiaciones"). El filósofo francés fue testigo, cuando era niño, de la tremenda masacre perpetrada por los jacobinos en su ciudad natal, Lyon: aquella experiencia traumática marcó el alma de Ballanche. En "Essais de palingénésie" Ballanche trazó las líneas maestras de su Filosofía de la Historia. La humanidad, según él, tenía que pasar por tres fases: la caída (con su consecuente degradación), el período de tribulación y prueba y, finalmente, el renacimento final o retorno a la perfección: la palingenesia. Ballanche fue uno de los asiduos de aquel cenáculo que fue el Salón de Madame Récamier, así como amigo de François-René Chateaubriand.  Con el tiempo, su filosofía se ha visto olvidada tanto como su autor, sin embargo el efecto de Ballanche en el siglo XIX fue considerable y caló en los círculos culturales y artísticos de Francia y, con variable intensidad e incluso secundariamente, en los de otros países. A mí me llama la atención el hecho que puede constatarse en muchas monografías sobre el simbolismo y los simbolistas: estos estudios prescinden en gran medida de las aportaciones que realizó Ballanche en cuanto a perfilar el mito de Orfeo, mito que siempre ha estado latente en Europa desde las antiquísimas religiones mistéricas, pero que volvería a renacer del olvido con Claudio Monteverdi y, de la mano de los teosofistas del XVIII y del XIX, se pondría nuevamente en valor, convirtiéndose en constante tema de inspiración de poetas del siglo XIX, hasta llegar a Rainer Maria Rilke con sus sonetos órficos. A tal grado de olvido ha sido sometida la filosofía y la figura de Ballanche.
 
Nuestro Marcelino Menéndez y Pelayo caracterizó a Ballanche como "especie de iluminado neocatólico en el sentido verdadero de la palabra, es decir, partidario de un Cristianismo progresivo, difícilmente compatible con la ortodoxia, de la cual, sin embargo, nunca se apartó a sabiendas". Podrían aducirse, como afluentes que enriquecen el caudal de Ballanche: "las doctrinas expiatorias de Saint-Martin y José de Maistre, las teorías palingenésicas del ginebrino Bonnet, y las concepciones de la escuela tradicionalista sobre la revelación sobrenatural por medio del lenguaje" -decía Menéndez y Pelayo; y esto hace de la filosofía ballancheísta un "magismo" o poder taumatúrgico del hombre sobre la naturaleza. Pero lo que a nuestro polígrafo le parecía que era mérito exclusivo de Ballanche era: "el sentido profundo y rarísimo que tuvo de la poesía de las edades primitivas, del genio de las religiones clásicas y de la poesía sacerdotal y simbólica" que lo convierten en una suerte de "iniciado en los misterios de Samotracia, como un mistagogo que levanta los velos del santuario eleusino" ("Historia de las Ideas Estéticas en España").
 
Cabe ver el Himno de Wagner como un canto a esa conclusión final y feliz en que desemboca la historia de la humanidad, según el filósofo que más influencia ejerció sobre su suegro Liszt.


Beglückt darf nun dich, o Heimat, ich schauen,
und grüßen froh deine lieblichen Auen;
nun lass' ich ruhn den Wanderstab,
weil Gott getreu ich gepilgert hab'.

Durch Sühn' und Buß' hab' ich versöhnt
den Herren, dem mein Herze frönt,
der meine Reu' mit Segen krönt,
den Herren, dem mein Lied ertönt.

den Herren, dem mein Lied ertönt.

Der Gnade Heil ist dem Büßer beschieden,
er geht einst ein in der Seligen Frieden!
Vor Höll' und Tod ist ihm nicht bang,
drum preis' ich Gott mein Lebelang.

Halleluja in Ewigkeit, in Ewigkeit!
Halleluja
Halleluja in Ewigkeit, in Ewigkeit!
 

miércoles, 5 de noviembre de 2014

LOS LEALES SERVIDORES DE FELIPE II


 


El Rey Felipe II, en cuya Monarquía se plasmó el gobierno más justo de la tierra y de la historia

...Y LAS REALES RECOMPENSAS DE UN REY JUSTO
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
 
Cuando el católico francés Balthasar Gérard escapaba, tras asesinar al rebelde Guillermo de Orange, fue atrapado por la servidumbre de su víctima. Sus captores le llamaron traidor, pero el joven francés, con mirada brava y desafiante, respondió con aplomo:


-Yo no soy un traidor. Yo soy un sirviente leal de mi señor.

-¿De qué señor eres servidor? -le inquirieron sus captores.

-De mi amo y señor, el rey de España.

Guillermo de Orange había sido declarado fuera de la ley en el mes de junio de 1580 por la legítima autoridad de Felipe II el Prudente. Como rebelde a su natural señor que a la sazón lo era Su Sacra y Católica Majestad el Rey de España, se le puso precio a la cabeza de Orange: 25.000 escudos. Gérard, aunque de nación francesa, pertenecía a una familia muy católica que admiraba los desvelos que Felipe II y España hacían por aplastar la herejía rampante en Europa, lo que otrora era la Cristiandad. Gérard se crió, pues, como un francés que siempre quiso servir a Felipe II. No lo animaba tanto la recompensa económica y, todo sea dicho, era consciente de lo difícil que tendría la escapatoria una vez que realizara su misión.


Varias conspiraciones se fraguaron para dar muerte a Guillermo "el Taciturno", descrito como "peste del conjunto de la cristiandad y un enemigo de la raza humana".

En julio de 1581 las provincias de la Unión de Utrecht habían dictaminado deponer a Felipe II como soberano de los Países Bajos (como si una reunión de maleantes pudiera deponer a un Rey como Felipe II) y Guillermo de Orange, como uno de los principales rebeldes a su natural señor, habíase convertido en la pieza a cazar.

Con antelación al exitoso atentado de Balthasar Gérard, Juan de Jáuregui había intentado infructuosamente asesinar al rebelde Orange. Jáuregui era un joven vizcaíno que trabajaba para el mercader portugués Gaspar de Añastro y parece que fue Añastro quien lo persuadió para llevar a cabo su atentado.

Así fue como, durante unas fiestas en Amberes, Jáuregui se aproximó a Orange que iba rodeado por su séquito y el vizcaíno disparó a bocajarro sobre el traidor. Pero con tan mala fortuna que la pistola estalló en la mano de Jáuregui -que no parecía muy perito en estas lides. Orange resultó herido por una esquirla, pero después de una convalecencia se salvó. En cambio, el pistolero, malherido en la mano a consecuencia de explotarle el arma, no pudo escapar y fue asesinado allí mismo, acometido por las espadas de la muchedumbre partidaria de Orange. Era el 18 de marzo de 1582.

Balthasar Gérard dispara a Orange


El 10 de julio de 1584 el rebelde Orange no tendría tanta suerte. Balthasar Gérard se mostró como un concienzudo tiranicida. Preparó con detalle su atentado, pidió absolución a las autoridades eclesiásticas pues preveía que tendría que fingir, para camuflarse entre herejes protestantes. Cuando vio el momento adecuado, se acercó al palacio de Orange, con el pretexto de solicitar un pasaporte y, cuando lo tuvo a tiro, disparó a quemarropa.

Fue apresado, golpeado, encarcelado, horriblemente torturado y asesinado en un cadalso, pero por lo general -según los cronistas- Gérard mantuvo un alegre semblante al saber que había cumplido con su cometido. Felipe II, agradecido a tan buen servicio, no pudo recompensarlo personalmente, pero se ocupó de premiar a los pobres padres de Balthasar Gérard, concediéndoles un título nobiliario y los estados de Lievremont, Hostal y Dampmartin (Franco Condado).




Orange, rebelde y "enemigo de la raza humana"


Se cuenta que Christoffel d' Assonleville, asesor de Balthasar Gérard con antelación a los acontecimientos, le dijo: "...si tuvieres éxito en tu empresa, el Rey Felipe te cumplirá todas sus promesas y obtendrás un nombre inmortal".

El Rey Felipe II (que santa gloria haya), como gran monarca y buen español, cumplió sus promesas recompensando a los padres de tan leal servidor. Nosotros, como agradecidos españoles, queremos cumplir también con la memoria de Balthasar Gérard, recordando su hazaña y su suplicio, para que su nombre sea inmortal.

domingo, 2 de noviembre de 2014

QUE CADA PALO AGUANTE SU VELA

Por Antonio Moreno Ruiz 
Historiador y escritor


Imagen de www.histarmar.com.ar


Muchos acomplejados e ignorantes que odian su propia sangre y cada dos por tres tienen que exhibir su hispanofobia (y eso también le afecta a la familia lusitana) suelen decir que los países "colonizados" (España no tuvo colonias, pero eso sería mucho explicar...) por España y Portugal son subdesarrollados mientras que los países colonizados por Inglaterra son la repera limonera...

Claro, Zimbabue, Sudáfrica, Guyana y Pakistán son ejemplos del paraíso británico.

Camerún, Argelia, Costa de Marfil, Mali y Haití, del paraíso francés.

Indonesia y Surinam, del paraíso holandés.

Australia, que fue colonia de presos (cosa que hacían los ingleses, no los españoles), sin embargo, sí es mucho más desarrollada.... Y Estados Unidos... Oh, ¡pero es que más de la mitad de los Estados Unidos fue colonizada por España! Hasta los lindes de Oregón e incluso en Alaska, entre otros, gracias a la expedición del criollo peruano Bodega y Quadra. Ah sí, es que España discriminaba a los criollos, los oprimía; por eso el Inca Garcilaso peleó al lado de Juan de Austria y fue enterrado con todos los honores en Córdoba.... Por eso Pablo de Olavide fue ministro de Carlos III y el duque de San Carlos de Fernando VII, por eso Enrile era el jefe de la flota... ¡¡Y por eso Joaquín Mosquera Figueroa firmó en nombre del rey en las Cortes de Cádiz!! Y volviendo a Yanquilandia, todavía en la Guerra de Secesión quedaban descendientes de españoles que, de hecho, combatieron entrambos bandos.



Imagen: Juan Francisco de la Bodega y Quadra, oficial criollo peruano de la Armada Española. Descubridor de Vancouver y explorador de Alaska. 


Sigamos repasando:

Felipe II introdujo (¡en el siglo XVI!) en las Leyes de Indias la jornada laboral de ocho horas mucho antes que el sindicalismo moderno lo reivindicara. Asimismo, en el siglo XVIII, el barón de Humboldt dijo que el nivel de vida de la América Española era superior al de Europa.

¿Y nos seguirán echando la culpa? Cuando, entre otras cosas, en mi familia, así como en tantas otras, jamás hubo nadie que se embarcara hacia el Nuevo Mundo... Yo en concreto he sido el segundo, después de un tío mío que estuvo en el Brasil de ida y vuelta. Pero bueno, como siempre, la Historia siempre es mucho más rica, compleja y contundente que los tópicos promovidos por las oligarquías para justificar su fracaso en estos dos siglos (al igual que la oligarquía española que no hace más que echar mierda sobre nuestro pasado), las ideologías baratas y los complejos nacionalistas/indigenistas, quienes al final, reitero, tienen el trauma freudiano de matar al padre por bandera.

Así las cosas, que cada palo aguante su vela y que cada uno asuma las consecuencias de sus actos, pues el victimismo llorón y embustero siempre será puesto en evidencia ante la realidad.

sábado, 1 de noviembre de 2014

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA Y LA MUERTE

Ramón Gómez de la Serna en su estudio

LOS ESBOZOS DE UNA TEORÍA DE LA MUERTE A LA ESPAÑOLA

Manuel Fernández Espinosa


Personaje curioso en nuestra literatura es Ramón Gómez de la Serna. Los que todavía saben quién es, aunque sea de oídas, lo han reducido por lo común a la excentricidad que cultivó a lo largo de su vida y, en lo literario, lo limitan a ese "género" tan suyo que llamó "greguería". De ahí, de esa percepción parcial del autor, que parezca que no hizo otra cosa en su vida que ingeniosas greguerías y estrafalarias puestas en escena. De ello dimana la imagen de un Ramón Gómez de la Serna neutral, apolítico y superficial. Estas particularidades le valieron, por ejemplo, los improperios de nuestro admirado León Felipe.
Tal vez uno de los que hizo justicia a Ramón Gómez de la Serna sea Francisco Umbral con su ensayo "Ramón y las vanguardias" en el que se pone de manifiesto las múltiples facetas de Gómez de la Serna. Umbral no podía dejar pasar la genealogía literaria de Ramón, entre cuyos más nobles ancestros habría que subrayar la dote que recibe Ramón de D. Francisco de Quevedo. Ramón inventó el "ramonismo", que -según Umbral- sería: "un entreverado de surrealismo, vanguardismo, lirismo y humorismo".
Sin embargo, confundir a Ramón Gómez de la Serna con un frívolo "payaso" que no se preocupaba por asuntos serios es una falsa percepción y delata una falta de trato con su obra. En todo gran humorista hay un hombre muy serio. Y ese lado serio de Ramón se plasmó en un libro cuya lectura se hace muy recomendable en estas fechas, cuando celebramos la memoria de los Fieles Difuntos. Junto al "Don Juan Tenorio" de Zorrilla, yo me atrevería a proponer como lectura hispánica para estas fechas este libro que digo: "Los muertos y las muertas y otras fantasmagorías", de Ramón Gómez de la Serna.
Aquí el padre de las greguerías desmiente su condición de "clown" (que le endilgaba, entre otros, León Felipe) y el madrileño escritor, hierofante del Café Pombo, muestra su rostro más serio: pocas tareas más serias verdaderamente que enfrentarse con la muerte, aunque sea la de los otros, para verse a uno mismo en los espejos de los difuntos. Este libro de Ramón es toda una meditación de la muerte, tarea a la que el autor se aplicaba en su vida personal con más frecuencia de la que podríamos suponer. Si no se hubiera dedicado a pensar la muerte, mientras paseaba los cementerios, no hubiera podido escribir un libro tan magnífico en su concepción y tan preñado de sorpresas que, aquí y allí en su prosa, deslumbran al lector con frases que son como fogonazos que nos permiten el acceso a una lucidez momentánea como pocas veces podemos encontrar en la literatura.
Ramón en este libro ofrece una selección de últimas frases de grandes hombres, célebres por los más diversos motivos: escritores, políticos, etcétera, así como una andanada de epitafios que Gómez de la Serna fue encontrándose en sus paseos bajo los cipreses funéreos y que nos los ofrece, con breve o más dilatada glosa. Pero la singularidad de este libro es que, además de girar alrededor de la muerte como universal y clásico tema literario y vivencial/moriencial, Ramón esboza aquí una teoría sobre la muerte en clave hispánica, no la acaba -bien es verdad- pero la perfila; y en ese punto será siempre una obra de referencia para quien quiera comprender lo que ese peculiar arquetipo humano que es el "hombre hispánico" ha sentido ante la muerte.
Bien elocuente es uno de los pasajes de este libro de Ramón:
"No hay modas en España, sino el sentido pleno de la raza, y en medio de todo desparpajo y del ludibrio de todo, como única manera de coordinar la realidad y su insolencia, acepta el humor... El humorismo español está dedicado a pasar el trago de la muerte, y de paso para atravesar mejor el trago de la vida. No es para hacer gracias, ni es un juego de enredos".
En esta clave entenderemos cabalmente la razón por la cual Ramón Gómez de la Serna cultivó el humor: para pasar el trago de la muerte y, de paso, para trasegar el de la vida -como un perfecto español.

lunes, 27 de octubre de 2014

UN REPROCHE A LOS DERROTISTAS QUE SE MIMETIZAN

El escritor francés Michel de Saint-Pierre
"LOS NUEVOS CURAS"
DE
MICHEL DE SAINT-PIERRE
 
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Pocas novelas como “Les Nouveaux prêtres” (año 1964) del escritor francés Michel de Saint-Pierre pusieron en evidencia que la Iglesia Católica había sido infiltrada por ideas contrarias al cristianismo que generarían (y, por lo que vemos, siguen generando) la confusión en el seno de la Iglesia y que, en gran medida, explican la actual pérdida de ascendiente de la Iglesia sobre la sociedad.
Michel de Saint-Pierre es un autor francés muy recomendable por su ágil prosa y la destreza en plantear tanto la acción de sus novelas como el perfil psicológico de sus personajes novelísticos. Su nombre completo era Michel de Grosourdy de Saint-Pierre y abrió los ojos en Blois el 12 de febrero de 1916, naciendo en el seno de una linajuda familia monárquica: él mismo sería el séptimo marqués de Saint-Pierre. Estudió Filosofía y Clásicas en París, pero con 18 años se pone a trabajar como obrero metalúrgico en Saint-Nazaire, pasó por la Marina y combatió en la Resistencia durante la ocupación alemana de Francia durante la II Guerra Mundial, su impecable hoja de servicios mereció la Croix de Guerre 1939-1945, la Médaille de la résistance avec rosette, la Croix du combattant volontaire y la Médaille militaire, además de otras distinciones. Tras la II Guerra Mundial desarrolló una actividad periodística y literaria digna de atención, orientadas desde el catolicismo y el monarquismo intachables. En la década de los 50 del pasado siglo colaborará con el semanario “La Nation française” que dirigía a la sazón el filósofo Pierre Boutang (1916-1998), de tendencia maurrasiana, también apoyaría públicamente al nacionalista Jean Louis Tixier Vignancour (1907-1989) o al Parti des forces nouvelles (Partido de las Fuerzas Nuevas) y a la vez jugó un papel importante en el mundo editorial, con las Éditions de la Table Ronde o la France-Empire. Michel de Saint-Pierre falleció el 19 de junio de 1987 en Saint-Pierre-du-Val.
Por la breve semblanza que hemos esbozado de Saint-Pierre podemos aseverar que estamos ante un aristócrata que hizo honor a su noble alcurnia, sirviendo a Francia en la guerra y en la paz, como soldado y como hombre público. Su faceta política nos parece importante, pero sería digna de considerar si tuviéramos que prestar atención a las circunstanciales peripecias de la política francesa de la post-guerra, más actual nos parece su inteligente acción cultural en el periodismo y en la literatura haciendo frente a la emergencia que planteaban las inquietantes “reformas” que, bajo el palio del Concilio Vaticano II, se introducían en la Iglesia: la revolución gramsciana que se estaba practicando en un vasto sector del clero católico europeo y americano mereció la atención de nuestro autor y con su novela “Los nuevos curas” nos ofreció un análisis de la situación, aportando la solución al pandemónium que se estaba generando en el seno de la Iglesia católica.
El sacerdote Pablo Delance es enviado por su superior a reforzar una parroquia enclavada en un barrio obrero. Esta parroquia la sirven tres sacerdotes más: el rector que es un bondadoso anciano que se ha refugiado en sus estudios eruditos como válvula de escape y los padres Julio Barré y José Reismann, los cuales han ido abandonando toda vida de piedad para convertir su vocación sacerdotal en un febril e ineficaz activismo político, en connivencia con los comunistas que dominan la barriada. El protagonista de la novela es el Padre Delance, personaje que Saint-Pierre volvería a rescatar en su posterior novela “La Passion de l’abbé Delance”. En el Padre Delance tenemos el ejemplo de sacerdote tradicional por el que Saint-Pierre muestra su preferencia, un hombre de acendrada vida espiritual que se alimenta de la oración y el estudio de las obras de San Juan de la Cruz, un místico en medio de la vida activa de una parroquia. No quiero dar más detalles de la trama para no privar al lector de la delicia de leer esta novela que se tradujo al español, pero que bien merece volver a retomarse. Lo que sí es obligado decir es que, con estos personajes interactúan muchos otros, entre los que merece destacar un patriota católico, laico pero que toma cartas en el asunto: Jorge Gallart. Gallart está en desacuerdo con el rumbo que está tomando la pastoral en manos de Barré y su adlátere Reismann e interviene. En una de sus disputas con Barré, dice:
“Ese mismo clero, no necesita, para ser nuevo, ejercer un apostolado selectivo rechazando una parte de la ovejas. No necesita ser presuntuoso olvidando la presencia y el consejo de los laicos. No necesita ser renegado, pisoteando el espíritu nacional… ¡Oh! Ya sabemos que la Iglesia, nuestra madre, es inocente y pura de todo eso… Pero el clero al que aludo no es la Iglesia”.
Y, más adelante este laico dice más, con vehemente contundencia:
“¡El adversario se ha infiltrado muy adentro en sus líneas, y ustedes no piensan en el combate, piensan en el comité de acogida! Pactan ustedes ya como el ocupado con el ocupante… ¿Qué es lo que les reprocho? ¡Oh! Muy sencillo: el creer en la victoria del enemigo.”
La novela de Michel de Saint-Pierre (“Los nuevos curas”) fue todo un éxito editorial y conoció varias ediciones en España. No se hizo esperar la reacción progresista contra “Los nuevos curas” de Saint-Pierre y así se comprende que en 1965 José Luis Martín Vigil (1919-2011) publicara la novela “Los curas comunistas” y, para no dejar lugar a dudas de lo que era la novela de Martín Vigil, puede leerse en el frontis de “Los curas comunistas” una cita de la novela de Saint-Pierre. Mucho más endeble y circunstancial, “Los curas comunistas” fue la contestación progresista al efectivo golpe cultural infligido por Saint-Pierre a la clerigalla que había dejado de predicar el Evangelio para predicar “El Manifiesto Comunista”. Martín Vigil fue un sacerdote jesuita español, otrora exitoso novelista que terminó por salir de la Compañía de Jesús y, por lo que parece, esta "secularización" se debió a escabrosos episodios de homosexualidad y pedofilia.
Si “Los curas comunistas” es un pálido producto del momento histórico que vivía la Iglesia y, particularmente España (en lo que ya era la recta final del agonizante franquismo), la lectura de “Los nuevos curas” de Michel de Saint-Pierre no deja de ser vigente en sus líneas maestras; muy apropiada para nuestro momento histórico actual, cuando tan reciente tenemos el último Sínodo de las familias donde tanto se han hecho notar para escándalo de los católicos declaraciones como las de los cardenales Erdö o Kasper.
Pero no nos engañemos, los gérmenes de la subversión interna de la Iglesia católica no vienen del Concilio Vaticano II, su origen es muy remoto: desde los orígenes del cristianismo, los malos están mezclados con los buenos. Jesucristo nos lo advirtió en sus parábolas: separar el trigo de la cizaña es algo que solo podremos contemplar en el Juicio Final. A lo largo de la historia de la Iglesia, muchas han sido las ofensivas del enemigo, sus insidias y sus infiltraciones para apartar a las almas de la salvación, sirviéndose incluso de prelados que debieran ser santos (y no lo son): podríamos releer algunos pasajes clásicos de San Agustín, pero prefiero citar a un filósofo que, no siendo católico, mostró en su dictamen una perspicacia admirable; me refiero a Oswald Spengler que, cuando juzgaba el derrotero que estaban tomando las cosas en el cristianismo (y especialmente en la Iglesia católica), allá por los años 30 del siglo XX pudo señalar que: “los elementos plebeyos de la clase sacerdotal tiranizan con su actividad a la iglesia hasta en sus más altas esferas, y estas tienen que guardar silencio para no descubrir ante el mundo su impotencia” (“Años decisivos. Alemania y la evolución histórica mundial”).
El análisis más reciente de estos problemas lo realizó sin ninguna duda Michel de Saint-Pierre en su novela “Los nuevos curas” que recomiendo a todo lector que quiera hacerse una idea de lo que la Iglesia católica ha “heredado” de aquella desviación progresista (pseudo-teología de la pseudo-liberación/alianza católico-comunista) que tanto daño ha causado a la correcta transmisión del Evangelio. Y espero que, después de leer este artículo, sean muchos los que lean “Los nuevos curas” de Michel de Saint-Pierre y, si lo leyeron en su día, que sean muchos también los que vuelvan a leerlo: la novela lo vale.

sábado, 25 de octubre de 2014

La muerte del Capitán de navío Lazaga al mando del Oquendo en la guerra de Cuba.


"Escena de combate naval de la guerra hispano-americana"

Luis Gómez

De todos es conocido lo que ocurrió en Cuba en al año 1898. Los norteamericanos yanquis, un país joven y lleno de riquezas, querían protagonismo a nivel mundial. Despertaban en él sus ansias imperialistas, y para conseguirlo, qué mejor que retar a España, nación vieja y gloriosa donde las haya, pero que en aquellos aciagos años de finales del XIX no era sino una cómica caricatura de lo que antaño había llegado a ser.

Dispuestas las cartas sobre el tablero de juego, la provocación yanqui llega a su máximo apogeo. Pretende provocar un conflicto diplomático, buscan una excusa para poder declarar la guerra a España y arrebatarnos así Cuba y Antillas españolas.

Destruyen deliberadamente su propio buque, el Maine, y hacen creer que el acto de sabotaje ha sido producido por los españoles. Los periódicos sensacionalistas norteamericanos, encabezados por Randolph Hearst, avivan la polémica en suelo norteamericano suscitando así el odio hacia España y todo lo que ella representa. La celada estaba servida, y toda un potencia emergente, con un poderío armamentístico muy superior en material (en calidad humana y en valor, jamás los ejércitos americanos han estado a la altura de los españoles) parten para Cuba, para tomar su “injusta venganza”.

El almirante Cervera, con la escuadra española allí fondeada, recibe la orden de salir al encuentro. Es un acto suicida. No hay esperanzas. Así lo saben los que capitanean los buques. Pero órdenes son órdenes y, en Madrid, una corte de políticos miopes y petulantes, sacrifican lo mejor de nuestro pueblo -sus hombres-, en aras de un patrioterismo rimbombante, vacío e hipócrita.  

Toda la escuadra española es bombardeada a placer por los americanos. Es una “caza de patos”. No hay posibilidad alguna para soñar con el triunfo. La derrota es total. Los USA se enseñorean de su triunfo.


En aquella triste jornada, el buque de la Armada española, el "Oquendo", es bombardeado y destruido. A su mando estaba el capitán Juan B. Lazaga. Con anterioridad a su partida, rumbo a tan triste jornada, esto dijo a las personas y familiares congregados en el Puerto de San Fernando:´


"El Capitán del Oquendo Sr. D. Juan Lazaga y Garay"

"Prometo, como hombre honrado, como español y como marino, que aun á costa de mi vida sabré defender el honor de España. Ignoro lo que la suerte me tendrá designado; vamos á pelear contra una nación poderosa y ensoberbecida con sus riquezas; somos infinitamente más débiles que esos hombres falaces, en cuyo reto á nuestro país no veo el arranque noble del amor hacia su patria, sino la evidencia de su superioridad material; pero no importa... Sea cual fuere el resultado del primer encuentro, juro no arriar el pabellón español, y demostraré á ese enemigo odioso que los hijos de esta tierra hidalga saben morir antes que rendirse".
 

Una revista militar española de la época recogía así el triste final de nuestro héroe:

Ignoramos qué Jefes fueron los que en el Consejo preliminar que se celebró á bordo del buque almirante optaron por salir de la rada de Santiago, y quiénes los que opinaron que debían continuar en aquel statu quo hasta ocasión más propicia; pero eso es lo de menos: dada la orden, no hubo vacilación alguna por parte de ningún marino, desde los Comandantes hasta el último marinero.

¡Supremo debió ser el momento en que las proas de los barcos españoles, enfilando la entrada de la bahía, salieron á la mar libre, en pleno día, á ponerse frente á una Escuadra muchísimo más poderosa por el número y por el alcance y calibre de su artillería!

De hechos tan heroicos registra la historia muy pocos... Tal vez sea el único, dadas las condiciones en que unos y otros combatientes se encontraban. Fuera de la rada los barcos de Cervera, recibieron un verdadero diluvio de proyectiles; muy pronto abriéronse en el casco del Oquendo tremendas vías de agua, al mismo tiempo que estalló á bordo un espantoso incendio producido por las granadas hechas al efecto, y que los yanquis utilizan en todas ocasiones. El Comandante Lazaga, sin abandonar el puente de su buque, oyendo silbar las balas en torno de su cabeza, contemplando aquella desolación, aquel horrible espectáculo, comprendió que todo esfuerzo humano sería impotente para evitar la catástrofe, y que si antes de morir no tomaba las necesarias providencias, su buque, en el que seguía enarbolada la española bandera, caería en poder del enemigo...

Formuló sus últimas órdenes, disponiendo que se rociara de petróleo el Oquendo para avivar las llamas que le envolvían, puso proa hacia la costa y se pegó un tiro. ¡Dios, que lee en los corazones y que es infinitamente sabio para juzgar los actos humanos, habrá acogido en su seno el alma del heroico marino!