RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 20 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA (III)


 
 
 




En los anteriores artículos del “Discurso a la juventudes de España” de Ledesma Ramos analizamos su interpretación de la historia de España y los problemas de la juventud nacional ante la realidad del año 1935.
En esta tercera parte dedicaremos el esfuerzo en desentrañar cuales son los “ESQUEMAS ESTRATÉGICOS” que nuestro personaje ve esenciales para lograr la ansiada conquista del Estado y el papel que las juventudes españolas jugarán para hacerlo realidad.

 
RAMIRO LEDESMA RAMOS Y
 
 
EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE
 
 
ESPAÑA (III)
 
 
Por Luis Castillo


Ledesma considera que hay algo ineludible en su tiempo: la acción. Se refiere a la acción política, al cual pasa a ser una necesidad insoslayable para la revolución nacional española que propone.

¿Qué finalidad tiene la “acción política” para Ledesma? Una doble: “apoderarse de las zonas rectoras” y “acampar en el seno mismo de las eficacias populares, en el torbellino real de las masas”. Es a dicha acción a lo que debe someterse la juventud. Todo lo demás –el saber científico, religioso, deportivo…- carece de importancia real si no se consigue una conquista del poder con “rapidez y urgencia” ante la coyuntura que vive la Patria. Es decir, hay que desmantelar el sistema político vigente de forma prioritaria y “reducir a cenizas la política partidista, mendaz y urdidora de desastres”.

Ledesma lo tiene claro. La gran empresa de la juventud no es otra que acabar con el régimen y para ello no se puede caer en el apartamiento de los acontecimientos que vive la nación. De hecho acusa a quien ignore esta misión propia de “imbéciles y castrados”. Se comprende, pues, que no contempla otra cosa que un asalto al poder definitivo e inmediato. Aún no gobierna el Frente Popular sino el gobierno radical-cedista, pero Ledesma no encuentra diferencias esenciales entre las izquierdas y las derechas. Estas no han sabido aprovechar la oportunidad que se les presentaba cuando en noviembre de 1933 vencieron en las urnas.

Pero la acción política en sí misma no es válida ni eficaz. Que dicha acción tenga unos frutos depende de algo fundamental como es la “acción directa”. Observamos en Ledesma con nitidez ese perfil soreliano con dicha táctica que clarifica paulatinamente como ha de producirse.

Entiende que la juventud le da a la acción directa un sentido nacional y humano y que ellas representan la lucha contra los “valores parásitos”. Además considera que ello supone su liberación del mito parlamentario y la erradicación de la idolatría demoliberal con la consiguiente aparición de algo que cree capital: una minoría rectora.

Pero lejos de caer en vulgaridades, Ledesma aclara que la acción directa no es simple violencia gratuita por capricho. Eso sería más propio de gamberros. Aquí lo que se está jugando es el futuro de la Patria, por lo que la acción tiene que estar sustentada sobre una triple justificación: una moral de ruptura, una necesidad imperiosa de defensa frente a los enemigos y como demostración y capacidad  de los hombres que han de lograr la revolución nacional.

En opinión de Ledesma, como se señaló anteriormente, esa erradicación de los mitos de la democracia liberal no tiene más remedio que dar lugar a la aparición de una minoría rectora que dirija los destinos nacionales. Esa minoría es la única que puede guiar los intereses patrios. No son, pues, las papeletas ni las urnas quienes dan los caudillos o conductores de pueblos eficaces en las horas decisivas. Es la propia revolución nacional quien dará esos hombres para llevar el timón del Estado.

Ledesma no cree que la democracia burguesa pueda erigir a un líder o una minoría dirigente. No pueden ser ni los partidos ni los hombres tibios que militan en organizaciones parlamentaristas. En las situaciones de urgencia solo pueden ser  “hombres de entereza probada, de fidelidad probada y de angustia profunda y verdadera por el destino histórico del pueblo y la Patria”.

¿Quién puede ese conductor? Solo un hombre de milicia para Ledesma. Y no se refiere a los militares burocratizados y pacifistas que viven del régimen burgués y democrático. Tampoco pueden serlo los políticos profesionales a los que califica de leguleyos. No. Los conductores son “hombres sin la más mínima capacidad para el temblor, para el fraude y para la miopía histórica”.

Esos hombres los extraen las masas de su propio seno. Pero no una masa cualquiera. La masa es peligrosa y se convierte en horda si no tiene una dirección clara. Por ello las masas han de estar nacionalizadas, incorporar esa angustia nacional.

Pero Ledesma no pretende caer en confusionismos. No es un problema de mayorías lo que existe y establece una diferencia de “místicas”, al igual que como vimos en la anterior entrega diferenciaba entre “morales”. Señala que existe una “mística de las masas” y una “mística de las mayorías”. Para él estas últimas no pueden realizar la revolución. Es “inadecuado e infantil” que se le plantee esto a quienes han de ejecutar una revolución. Y aquí de nuevo Ledesma destroza el mito de las urnas.

Considera que la mayoría, por el hecho de serlo, no puede ser depositaria del destino de la Patria. Es un completo absurdo. Pero además afirma que las mayorías no son necesarias ni precisas para el triunfo. Eso sería propio de los sistemas demoliberales pero no para la conquista del poder por la vía insurreccional.

En cambio las masas sí son vitales y necesarias. Entiende que la distinción es total puesto que “las masas pueden existir en torno a una bandera y en torno a una consigna, alcanzar incluso la victoria, y ser sin embargo minoría. Semejante diferenciación es necesaria hacerla con toda claridad desde la vertiente de la revolución nacional. Esta tiene que vencer, no a costa de ser numéricamente mayoritaria, sino a costa de la perfección, la movilidad, el esfuerzo y la combatividad de sus masas”.

Por ello los patriotas que luchen por nuestra liberación nacional pueden ser durante un tiempo prolongado minoría y no por la presencia de enemigos hostiles –que los habrá y numerosos- sino por la indiferencia o abstención de una porción considerable que no tienen que por qué ser adversarias de una revolución nacional y que todavía se encuentran en un espectro neutral. Quizás este factor determinante, el de aquellos que no se han definido aún o que viven momentáneamente al margen, puedan dar ese plus que necesita España para el cambio.

Ledesma no tiene más remedio que analizar cuál es la realidad del pueblo español de una forma seria y sin cortapisas. Cree con firmeza que hay fuerzas poderosas que se oponen a la revolución nacional. Pero Ledesma entiende que al pueblo español contemporáneo no puede acusársele de nuestra desdicha pues sería injusto. Condena con ello la acción marxista que pretende aniquilar a un porcentaje de la población. Por ello la lucha contra los marxistas ha de hacerse, como dijo en tantas ocasiones, en el plano de la “rivalidad revolucionaria” frente a sus apetencias exterminadoras.

Ledesma muestra una empatía absoluta con los españoles. No los responsabiliza de nuestra catástrofe. Todo viene ya de muy lejos y ellos simplemente están viviendo una España que está deshecha desde hace bastantes décadas. Tiene gran confianza en el pueblo español pues ni la burguesía entera es una clase explotadora ni tampoco el proletariado está netamente desnacionalizado. Hay que penetrar en todo el pueblo pues tanto unos como otros necesitan “por igual de liberación y auxilio”.

Evidentemente esto rompe con el mito marxista de la lucha de clases de enzarzar a los hombres en un combate sin cuartel. Para él la diferencia entre la revolución nacional y la revolución marxista radica en que la primera es una lucha por la generosidad y la existencia misma de España como pueblo libre e independiente de los manejos turbios; mientras que el marxismo, en cambio, pugna por considerar todo a un pleito entre clases que reduzca la nación a cenizas.
Vamos entendiendo el por qué no todas las revoluciones, como el mismo Ledesma piensa, no tienen los mismos componentes e ingredientes. Su rigurosidad al respecto es clara.

Pero ante todos estos esquemas que traza en el Discurso nuestra figura presenta una cuestión espinosa para muchos patriotas. ¿Cuál ha de ser el papel de la Iglesia Católica? ¿Ha de interferir de algún modo en la revolución nacional? ¿Es necesaria su participación, debe quedar al margen o ha de ser excluida de la misma? Es muy interesante la reflexión que Ledesma Ramos hace sobre la cuestión, aunque ello le costara alguna condena en su día por la jerarquía eclesiástica y algunos elementos del régimen nacido el 1 de abril de 1939.

No tiene el zamorano recato alguno en abordar el asunto. Sabe que es delicado, ya que la gran mayoría de los patriotas de su tiempo son católicos fervientes pero señala que a la cuestión “hay que hacerle frente y obtener de él consecuencias estratégicas”.

Como analizamos anteriormente Ledesma jamás reniega del catolicismo como factor fundamental del nacimiento de España como Patria. Negar esto sería un completo disparate y ratifica su postura de forma clarísima en cuanto a la labor encomiable de la Iglesia y la religión católica. Sobre el particular dice que “La Iglesia puede decirse que fue testigo del nacimiento mismo de España como ser histórico. Está ligada a las horas culminantes de nuestro pasado nacional, y en muchos aspectos unida de un modo profundo a dimensiones españolas de calidad alta. Es además una institución que posee algunas positivas ventajas de orden político, como por ejemplo, su capacidad de colaboración, de servicio, si en efecto encuentra y se halla con poderes suficientemente inteligentes para agradecerlo, y suficientemente fuertes y vigorosos para aceptarlo sin peligros.

Su reconocimiento como puntal de España como Patria y de nuestro pasado está fuera de toda duda, indicando que la Iglesia siempre ha tenido una capacidad fiel de colaboración.

El famoso cliché de un Ledesma anticatólico, pagano y enemigo de la fe queda anulado cuando señala rotundamente que “Parece incuestionable que el catolicismo es la religión del pueblo español y que no tiene otra. Atentar contra ella, contra su estricta significación espiritual y religiosa, equivale a atentar contra una de las cosas que el pueblo tiene, y ese atropello no puede nunca ser defendido por quienes ocupen la vertiente nacional. Todo esto es clarísimo y difícilmente rebatible, aun por los extraños a toda disciplina religiosa y a toda simpatía especial por la Iglesia.”
 
Podríamos resumir, atendiendo a sus palabras, la cuestión en que la Iglesia y la religión católica son parte de España desde que esta surge. Tiene un gran afán de servicio que otrora resultó decisivo. El catolicismo es la religión de los españoles y atacarla significa hacerlo contra el mismo pueblo español y esto jamás puede  hacerlo un patriota aunque estos no sean creyentes. Sabemos bien que él no lo fue pero entiende que caer en semejante despropósito es escupir sobre nosotros mismos, hacia algo a lo que pertenecemos en mayor o menor medida.
 
Sin embargo Ledesma entiende que hasta ahí ha de llegar la interferencia del catolicismo propiamente dicho en la revolución nacional. Si se traspasa puede peligrar hasta la propia revolución. Y lo explica con sumo detalle. Para construir una doctrina nacional los patriotas católicos deben adherirse a ella y servirla no por católicos sino por patriotas y españoles. Caben dentro de esa revolución gentes no confesionales. Lo que se juega en España en esos momentos es una empresa histórica de carácter temporal y la Iglesia ni la pretende emprender ni debería permitírsele hacerlo. Ha de ser obra de los españoles por el hecho de serlo no por algo que además sean.
 
Ledesma sigue penetrando en la cuestión y señala algo que dolerá tremendamente a una parte del clero de la época.  Algún día la unidad moral de España era casi la unidad católica de los españoles. Quien pretenda en serio que hoy puede también aspirarse a tal equivalencia demuestra que le nubla el juicio su propio y personal deseo.”
 
La rotundidad de estas palabras podrán parecer inexactas y hasta incluso ofensivas para muchos. Probablemente pueda que sí, pero hay que formularse algunas preguntas. ¿En realidad Ramiro Ledesma no dice la verdad en parte? ¿No se había ido dilapidando esa religiosidad de los españoles a lo largo del siglo XIX? ¿Qué decir ya de primeros del siglo XX? Ledesma no exhorta a que los españoles dejen de creer. Él se encuentra en unos años donde una parte nada desdeñable del pueblo español no es católico o es indiferente. Sencillamente analiza una realidad de su tiempo y es que amplias capas de los españoles carecen de fe religiosa. Aun así, a diferencia de nuestros días, la inmensa mayoría de los españoles si eran fervientes católicos pero Ledesma –no olvidemos este detalle- nos está hablando de estrategia. Y lo primordial no es otra cosa que despertar el fervor nacional del pueblo español. Teme si no una nueva lucha decimonónica, trasladada al siglo XX, por cuestiones religiosas como había afirmado en su análisis histórico en la primera parte del Discurso. Por ello afirma que “La revolución nacional es empresa a realizar como españoles, y la vida católica es cosa a cumplir como hombres, para salvar el alma. Nadie saque, pues, las cosa de quicio ni las entrecruce y confunda, porque son en extremo distintas. Sería angustiosamente lamentable que se confundieran las consignas, y esta coyuntura de España que hoy vivimos se resolviera como en el siglo XIX en luchas de categoría estéril."
 
Ledesma concluye esto con una frase que ha sido considerada lapidaria: “Hay muchas sospechas — y más que sospechas — de que el patriotismo al calor de las iglesias se adultera, debilita y carcome”. Esta frase le valdrá al teórico nacionalsindicalista el sambenito de anticlerical y de enemigo de la Iglesia. Pero cuando se emprende con rigor una obra o la figura de un personaje hay que profundizar y analizar el contexto que le rodea. ¿Quién está en esa pugna estéril del XIX con una política de tales características? Sin decirlo explícitamente se está refiriendo a la CEDA a la que Ledesma siempre combatió duramente por su tibieza en lo nacional. Son los elementos que forman parte de ella, su líder Gil Robles y su portavoz periodístico El Debate de Ángel Herrera Oria –que años más tarde será ordenado sacerdote, llegando a ser obispo de Málaga y cardenal-, a los que se les podría  aludir un clericalismo desmesurado –también José Antonio llegó a achacarles algo parecido- y que habían en su día, en el caso de Herrera Oria precisamente, acusado a Ledesma de “hegeliano empedernido”.

No obstante hombres destacables de la jerarquía de la Iglesia condenaron esta parte de su obra por inapropiada (el Cardenal Gomá) y hasta digna de ser lanzada a la hoguera (el Padre Teodoro Toni). Ledesma quedaría para siempre como el gran “hereje” del patriotismo español. Pese a que tuvo amistades de sacerdotes que militaron en las JONS o colaboraron en La Conquista del Estado  –caso de Téofilo Velasco y Félix García Blázquez- es cierto que el filósofo tuvo escasa simpatía por el clero y esto, guste o no, no puede ni debe negarse. ¿Le imputaremos por ello ser una especie de Atila contemporáneo como muchos han pretendido? No. Sencillamente fue agnóstico, respetó la tradición católica y creyó que las luchas religiosas no podían plantearse ni llevarse al terreno político puesto que las prioridades eran otras mucho más urgentes.
 
Una de esas prioridades para Ledesma es la incorporación de los trabajadores a la lucha nacional. Es decir su nacionalización. Es indispensable esta meta pues la adhesión de buena parte de la clase trabajadora a la revolución nacional puede ser factor decisivo a la hora de la toma del poder.
 
Las juventudes tienen que buscar el apoyo de las clases populares, asalariados y pequeños agricultores. No queda otra elección. Hay que sacar de las clases trabajadores en todas sus capas firmísimos patriotas y revolucionarios. Ledesma cree que la solución de sus problemas traerá consigo además la solución de los problemas de España como Patria. De no ser así quedaría mutilada tal empresa.
 
Señala además que a las masas trabajadoras les interesa este patriotismo. Muchos de los males de España son similares a los que sufren aquellas y está destinada a enarbolar en gran parte la bandera histórica que nos libere considerando que “en las luchas contra el imperialismo económico extranjero, por la industrialización nacional, por la justicia en los campos, contra el parasitismo de los grandes rentistas, etc., la posición que conviene a los trabajadores es la posición misma del interés nacional”.
 
Pero Ledesma no pretende engañar a la juventud ni engañarse a sí mismo. Sabe que es difícil incorporarlas a un espíritu nacional brioso. El marxismo y el anarcosindicalismo tienen una base proletaria sólida. Es la juventud la única que puede tener éxito en conquistarlas para la causa nacional, con más dificultades si cabe que en otros países, pues es realmente su sitio aunque no lo crean. Aunque Ledesma confía plenamente en que pueden atraerse a un gran número de proletarios eso no conlleva a caer en la anarquía y en utopías absurdas propias del marxismo entregado por completo a la URSS. Las juventudes deberán ser “implacables, severas, con los núcleos traidoramente descarriados, que se afanan en dar su sangre por toda esa red de utopías proletarias y por toda esa red de espionaje moscovita, que se interpone ante la conciencia española de las masas y nubla se fidelidad nacional.” Nada de internacionalismos, nada de extranjerismos, nada de exotismos. La misión debe ser conducirlas a una lucha plenamente nacional y patriótica. De salvación de España.
 
La invocación final de Ledesma a las juventudes demuestra que ellos son quienes marcarán el destino de los españoles. No puede aplazarse porque es ya consigna mundial ese deber de la juventud en el orden nuevo que se avecina. Gracias a ella el marxismo ha sido aniquilado de toda Europa porque ha abrazado la juventud europea la idea nacional. España no puede llegar tarde a la hora decisiva. Es por ello que en esta invocación enérgica Ledesma les exige:
 
“La subversión histórica que se avecina debe ser realizada, ejecutada y nutrida por vosotros. Disputando metro a metro a otros rivales el designio de la revolución nacional.
 
Este momento solemne de España, en que se ventilarán sus destinos quizá para más de cien años, coincide con la época y el momento de vuestra vida en que sois jóvenes, vigorosos y temibles.
 
¿Podrá ocurrir que la Patria y el pueblo queden desamparados, y que no ocupen sus puestos los liberadores, los patriotas, los revolucionarios?
 
¿Podrá ocurrir que dentro de cuarenta o cincuenta años, estos españoles, que hoy son jóvenes y entonces serán ya ancianos, contemplen a distancia, con angustia y tristeza, cómo fue desaprovechada, cómo resultó fallida la gran coyuntura de este momento, y ello por su cobardía, por su deserción, por su debilidad?”
 
Aquí concluye el discurso a la juventud, pero no el “Discurso a las juventudes de España” en sí. En la última entrega expondremos como Ledesma, de forma genial, exprimirá todos los fenómenos que en los años treinta están en el corazón de Europa y la necesidad de España de participar en ese pleito, de forma ineludible, en sus dos famosas digresiones. Nos mostrarán la gran capacidad y talento del personaje y sus extraordinarias dotes de analista de los acontecimientos internacionales de su época.

 
Continuará…

martes, 19 de noviembre de 2013

ESPAÑOLES



"Nada queda fuera de mi alcance con diez dedos en las manos y ciento cincuenta españoles"

Alonso de Contreras

¿DE QUÉ VA EL "ORGULLO GAY"?



“Sodomizaremos a vuestros hijos… Los seduciremos en vuestras escuelas, en vuestros dormitorios, en vuestros gimnasios, en vuestros vestidores, en vuestros campos deportivos, en vuestras escuelas privadas, en vuestros grupos juveniles… donde quiera estén juntos hombres con hombres. Vuestros hijos se convertirán en nuestros servidores y seguirán nuestras instrucciones. Ellos serán remodelados a nuestra imagen. Todas las leyes que prohíben la actividad homosexual serán revocadas. En cambio, se aprobarán leyes que propagarán el amor entre varones. Todos los homosexuales deben estar juntos como hermanos; debemos estar unidos artísticamente, filosóficamente, socialmente, políticamente, y económicamente. Triunfaremos sólo cuando presentemos una cara común al cruel enemigo heterosexual” 

Michael Swift, “Gay Revolutionary”.



*Véase:
http://www.fordham.edu/halsall/pwh/swift1.asp

lunes, 18 de noviembre de 2013

QUEBRANDO EL ALBA

 
 
 
Era quebrando el alba,
cuando cantan los gallos
que a la puerta sonaron
golpes que llamaban
al arma y a rebato...

-¿Quié es? -dijo el solitario.
-Una vieja que pasa
llorando.
-¿Cómo te llamas?...
-España me llamo.

Y vistiéndose,
abrió la puerta
y la vio: harapienta
la que fue rica,
lúgubre como noche
en los descampados.

Y uno que pasaba dijo:

Nos han robado
España, hermanos,
coged los fusiles,
dejad los arados,
daremos la batalla
tronchando los nardos,
malos hijos
y traidores
nos vendieron
a los extraños:
no puede haber reposo,
para quien está,
en su tierra,
desterrado.

No puede haber
libertad a cencerros tapados.
No puede haber
consuelo,
alegría no puede haber
ni puede haber mayo.

España era aquélla
vieja que pasó llorando,
la que por la albada
despierta a sus hijos,
la que ha visto sus altares
profanados.

Campanas tañerán,
para llamar a los honrados,
a una lucha aquí y allá,
por los barbechos
y los sembrados.

Tierras de España,
de hombres pardos,
los de la boina
y las alpargatas,
los por el sol tostados,
los que faenan las aguas
y rompen los terrones
con el arado,
despertad, que están
llamando
a una lucha eterna
por Dios, la Patria y el Rey
que, encubierto,
está esperando.

Diego de Uroz

 

sábado, 16 de noviembre de 2013

El “exilio” en D. Gregorio Marañón. Su libro “Españoles Fuera de España”


"D. Gregorio Marañón, autor de la obra: "Españoles fuera de España""


Luis Gómez

El libro “Españoles Fuera de España” del doctor e historiador D. Gregorio Marañón, es una de esas pequeñas delicias que el lector puede encontrar si se decide a leer a los grandes pensadores y escritores que nuestra Patria ha dado al mundo.

Sin ahondar mucho en la biografía el autor, diremos que G. Marañón participaría de las ideas de la República española, pero sólo hasta que se dio cuenta de que ésta, se estaba escorando hacia el comunismo radical y soviético, y que eso no traería nada bueno para su querida España. Es así, como en los albores de la Guerra Civil de 1936, optará por exiliarse a Francia. Allí, continuará con su prolífica vida como escritor y articulista y, creará algunas obras literarias más que se sumarán a la ya de por sí extensísima colección.

Pero ese periodo de su vida le marcará profundamente el alma. Alguien que amaba tanto España no podía permitir que el exilio fuera permanente, y por eso regresó a Madrid en la década de los 40; pero al mismo tiempo, entendió y reflejó vívidamente el sentir de los exiliados de toda época y condición escribiendo “Españoles Fuera de España”. La obra así pergeñada es un pequeño ensayo (en la colección Austral, apenas 146 páginas) que está dividida en tres capítulos concretos: 1º Influencia de Francia en la política española a través de los emigrados, 2º El destierro de Garcilaso de la Vega y la 3ª, dedicada a Luis Vives, el pensador valenciano del s. XVI.

En el prólogo de la obra, se hace un verdadero alegato a favor de los exiliados. Mencionamos en esta entrada un pequeño bosquejo que corresponde al final de la misma, en donde D. Gregorio pone como ejemplo de desterrado universal a Séneca, el filósofo español de origen cordobés. Al finalizar dicho prólogo escribe el autor:   



"Portada del libro de la colección Austral de Espasa-Calpe"


Séneca, que era el desterrado, ha enseñado la patética lección a muchas generaciones de españoles que, como él, tuvieron que salir de la patria. No hay un rincón del mundo donde no hayan vivido españoles que se volvían con los ojos turbios de nostalgia hacia la Península, remota y prohibida.

Francia, Portugal, Italia e Inglaterra, las tierras calientes de África, los árticos países silenciosos, la fecunda América, las islas perdidas en todos los mares, han sustentado la tragedia del español exiliado y le han visto luchar, conformarse y esperar con el mismo gesto, sobrio y elegante, de buen lidiador de la vida en una tarde difícil, del maestro cordobés.

Uno de estos españoles eres tú, ahora –el ahora de hoy o el de dentro de cien años-; tú, poeta o labrador, hombre de ciencia o soldado, de Castilla, de Cataluña, de Andalucía, de Galicia, de las tierras vascas, de cualquier pueblo, de cualquier sierra de la grande, sufrida e inmortal Península.

Como Séneca, tú también piensas que es triste vivir expatriado; pero sabes encontrar, como él, el gesto ascético y el garbo para seguir adelante”.

Españoles fuera de España”, G. Marañón. 

Dedicado a todos los españoles que por cualquier motivo se han visto en la tesitura de abandonar su Patria. A todos aquellos, que bien sea por la necesidad de buscar un trabajo, por motivos políticos, por la guerra o por la fuerza del Destino, tuvieron (y tienen) que abandonar su pequeño terruño, su pueblo, su villa o caserío y tienen que aposentarse en cualquier rincón del ancho mundo o en otra localidad distinta a la que lo vio nacer y en la que descansan sus antepasados, sus recuerdos y parte de su vida.



viernes, 15 de noviembre de 2013

APOLOGÍA DE IPARRAGUIRRE

File:Joxe Mari Iparragirre Balerdi.jpg

-Desde la revista Raigambre reivindicamos la figura de José María Iparraguirre Balerdi, el gran bardo euskaldún que el separatismo antivasco pretende manipular para sus sucios intereses. Hemos aquí a un bravo carlista que como muchos otros españoles de todas las regiones del país sufrió es el que es el exilio político contemporáneo más largo y duro de España. Su vida y su obra no se merece el insulto de los falsarios de la historia, que con la sangre del terrorismo tantos réditos están recogiendo gracias a la pútrida oligarquía que nos quiere hacer desaparecer. No merecen manchar su himno, y no merecen que nos callemos ante tantos despropósitos de querer manchar la memoria de quien fue un español a muerte, a fuer de ser un vasco pertinaz. Y nuestra forma de reivindicarlo es a través de sus hermosísimos versos, santo y seña de la cultura hispánica desde su prurito más nativo. Pasen y lean:


Gernikako Arbola

Gernikako arbola
da bedeinkatua
Euskaldunen artean
guztiz maitatua.
Eman ta zabal zazu
munduan frutua
adoratzen zaitugu
arbola santua

Mila urte inguru da
esaten dutela
Jainkoak jarri zuela
Gernikako arbola.
Zaude bada zutikan
orain da denbora
eroritzen bazera
arras galdu gera

Ez zera eroriko
arbola maitea
baldin portatzen bada
Bizkaiko Juntia.
Laurok hartuko degu
pakian bizi dedin
euskaldun jendia.

Betiko bizi dedin
Jaunari eskatzeko
jarri gaitezen danok
laister belauniko.
Eta bihotzetikan
eskatu ezkero
arbola biziko da
orain eta gero.

Arbola botatzia
dutena pentsatu
denak badakigu.
Ea bada jendia
denbora orain degu
erori gabetanik
eduki behar degu.

Beti egongo zera
uda berrikoa
lore aintzinetako
mantxa gabekoa.
Erruki zaite bada
bihotz gurekoa
denbora galdu gabe
emanik frutua.

Arbolak erantzun du
kontuz bizitzeko
eta bihotzetikan
Jaunari eskatzeko,
gerrarik nahi ez degu
pakea betiko,
gure lege zuzenak
hemen maitatzeko.

Erregutu diogun
Jaungoiko Jaunari
pakea emateko
orain eta beti.
Eman indarra ere
zerorren lurrari
eta bendezioa
Euskal Herriari.



El árbol de Guernica

Bendito es el Árbol de Guernica,
amado por todos los euskaldunes.
Da y extiende tu fruto por el mundo,
te adoramos, Árbol sagrado.

Hace unos mil años que se dice
que Dios plantó el Árbol de Guernica.
Mantente en pie ahora y siempre,
si caes estamos perdidos.

No caerás, Árbol querido,
si la Junta de Vizcaya se porta.
Nos uniremos a ti las cuatro provincias
para que viva en paz la grey éuscara.

Arrodillémonos todos para pedir al Señor
que nuestro Árbol viva para siempre.
Y si se lo pedimos de corazón,
el Árbol vivirá ahora y siempre.

todos sabemos
que han planeado tumbar el Árbol.
Ea, paisanos, esta es nuestra hora,
mantengámoslo en pie sin que se caiga.

Vivirás siempre en primavera,
antigua flor sin mancha.
Apiádate de nosotros, querido Árbol,
danos tu fruto sin perder más tiempo.

El Árbol nos responde que vivamos alerta
y que se lo pidamos a Dios con fervor.
No queremos guerra, sino paz duradera
para que se respeten nuestras rectas leyes.

Pidamos a Dios nuestro Señor
que nos conceda paz ahora y siempre,
y que dé también fuerza a tu tierra
y su bendición a Euskalerria.




Nere etorrera lur maitera

Ara nundiran mendi maiteac
ara nundiran celayac,
baserri eder zuri-zuriac,
iturri eta ibaiac.

Hendayan nago zoraturican,
zabal-zabalic beguiac;
¡ara España!¡Lur oberican
ez du Europa guciac!

Gero pocic, bai, Donostiara,
Oquendoarren lurrera,
ceru polit au utzi bearra,
nere anayac, ¡au pena!

Iruchulueta maitagarria
lore tokia zu zera:
Veneziaren graci guciak
gaur Donostian ba dira.

¡Oh! Euscal-erri, eder maitea,
ara emen zure semea,
bere lurrari mun eguitera
beste gabe etorria.

Zuregatican emango nuke
pocic, bai, nere bicia;
beti zuretzat, il arteraño,
gorputz ta anima gucia.

Agur, bai, Donostiaco
nere anaia maiteac,
Bilbaotican izango dira
aita zarraren berriac;
eta gañera itz neurtuetan,
garbi esanez, eguiac,
Sudamerican zer pasatzan dan
jakin dezaten guciac.



Mi regreso a mi tierra querida

Ahí están los montes queridos,
ahí están los prados
los caseríos bonitos, blancos, blancos,
las fuentes y los regatos.

Estoy en Hendaya loco de contento
anchos, anchos los ojos;
¡ahí está España!¡Tierra mejor
no la hay en Europa entera!

Luego, contento a San Sebastián,
a la patria de Oquendo,
cielo tan lindo tener que dejar,
¡qué pena, hermanos!

Iruchulo querido,
tú eres un florido jardín:
de Venecia las gracias todas
tiene nuestra Donostia.

¡Oh, Euscalerría hermosa y querida!
aquí está tu hijo,
que por besar tu suelo,
sin más, ha venido.

Por ti daría
contento mi vida;
para ti hasta la muerte,
cuerpo y alma del todo.

Adiós, pues,
hermanos queridos de Donostia,
desde Bilbao tendréis
del viejo padre noticias;
y además,
os contaré en verso
lo que pasa en Sudamérica
para que todos lo sepan.




-Y después de deleitarnos con la lectura, apostrofamos:

GORA EUSKALERRIA!

GORA ESPAÑA!

EL DESTINO DE ESPAÑA


"España no es Italia, Grecia o Portugal. España, a pesar de los españoles y de los ideólogos, tiene un destino universal porque, al igual que ocurre con Rusia, es un país límite en todo. Si Rajoy fracasa, arrastra a España y, de paso, a veinte naciones de América. España no puede ser pensada sin América como América no puede ser pensada sin España" 

Alberto Buela

miércoles, 13 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA (II)


 
RAMIRO LEDESMA RAMOS
Y
EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES
DE ESPAÑA
 
II PARTE
 
Por Luis Castillo
 
Vimos en la primera parte la particular consideración de Ledesma sobre aspectos tan relevantes de la historia de España desde el siglo XVI hasta la Segunda República, haciendo mención especial al XIX como siglo perdido. Aunque afirmaba que la crítica no era positiva por sistema, posiblemente si era conveniente observar con ojo de halcón nuestro pasado y presente para mirar con optimismo un futuro que, en el año 1935, parecía casi apocalíptico.
 
Esta segunda parte versará sobre quien puede ser el único motor del cambio de la España deshecha del siglo XX. No es ni el proletariado como cree el marxismo ni la burguesía como nuestros liberales hispanos, con mentalidad decimonónica, inocentemente argüían. Para Ledesma solo puede proceder ese cambio de uno de los sectores de los españoles que habrían de tener una misión decisiva pocos meses después: la juventud. 
 
Como Ledesma Ramos dice en su título, “Los problemas de la juventud nacional”, esta ha de dirimir previamente los mismos. ¿Qué se le presenta a las juventudes ante la situación de 1935? Enormes dificultades que solo ellas pueden vencer. Las juventudes no pueden esconderse ante el momento español trascendental. Están obligadas a posicionarse de forma clara.
 
Ledesma les señala que en su juventud insultante está el futuro para acometer la resurrección patria, pero también en su condición de ser españoles que es la que los define y presenta como seres humanos. No tienen nada más. Si no se atreven a dar el paso de rescatar la nación quedaría esta juventud amputada y convertida en puro despojo. Puede resultar muy duro esto, pero Ledesma lo dice claro. O la juventud no vacila en su dimensión nacional o España como Patria desaparece.

Para ello a la juventud española no le queda más remedio que ser soldados. Establece, por tanto, la consigna de "Militarizarse o perecer”. Hoy esto podría ser visto como una exageración, pero los duros años treinta eran así y el mundo vivía en un punto de inflexión. Por este motivo Ledesma les señala, al igual que en toda milicia, una triple misión: como equiparse para las luchas, como moverse y que estrategias seguir y, por último, cuales son sus metas o conquistas. Esas tres cuestiones son imprescindibles, según Ledesma, para la juventud española. Con todo ello desarrolla el zamorano una serie de verdades indiscutibles por las que la juventud deberá luchar, sin dudar un ápice, en el futuro próximo y las hace diferentes a las distintas revoluciones –marxista y anarcosindicalista fundamentalmente- que están en pugna en nuestro país.
 
Una de ellas es la unidad nacional. Sobre la misma se ha de construir todo el edificio que propone. Lo deja bien claro cuando dice que "Si España no es para los españoles una realidad sobre la que resulte imposible abrir discusión, es que España no existe como una Patria". España, pues, no se discute ni se niega. Es una verdad absoluta y sin ella nada puede hacerse. A través de la idea de Patria es como las juventudes lograrán transmutarla.
 
Ledesma argumenta el porqué no puede existir duda alguna sobre España y su existencia. Es la unidad nacional más antigua de Europa; gracias a esa delantera histórica la España del XVI fue la potencia “más culta, fuerte y rica del mundo” a través del Imperio. España supone la principal reivindicación revolucionaria por encima de cualquier otra. Hay que alzarla de nuevo, pues los tirones secesionistas la están disgregando y desde 1898 estamos en proceso de liquidación. Además señala que el hecho de la unidad no es algo nuevo. Viene de lejos. Desde los propios hispanos de la etapa romana.
 
Se coloca frente a la absurda afirmación de Renan –no se nos olvide aquel “hombre nefasto” llamado Rousseau- sobre que las naciones son un continuo plebiscito. Las raíces de la Patria, dice Ledesma, están "más allá o más acá de los seres de cada día". Considera que las fuerzas disgregadoras –en referencia al separatismo- solo pueden ser detenidas a través de la guerra, poniendo como ejemplo el aplastamiento de la sublevación separatista en Cataluña de octubre de 1934. España ha de ser una realidad viva y presente para los españoles y si hay que triunfar violentamente contra el independentismo no hay que dudarlo. Sin titubeos ni vacilaciones debe ser extirpado mediante cualquier medio ese cáncer.
 
Entiende que el autonomismo es una parte del proceso de desintegración española que equivale a creer que "España es una monstruosa equivocación de la historia". Como puede comprobarse el patriotismo de Ledesma es férreo y de una sola pieza. Pero no reduce solo la necesidad de la unidad nacional a impedir su fraccionamiento sino que es una necesidad de los propios españoles mantenerla. Lo contrario nos reduciría a algo despreciable como categoría humana. Por ello apostilla que "de ahí que la unidad no sea una consigna conservadora, a la defensiva, sino una consigna revolucionaria, necesidad de hoy y mañana". Se puede entrever que Ledesma no contempla la Patria como algo que mantener porque sí caprichosamente. La Patria es mucho más. Es algo dinámico. Presente y futuro.
 
¿Cómo hacer esa recuperación de España ante la disgregación y la duda de la existencia misma de la Patria? Mediante una nueva moral nacional. Y aquí nos adentramos en un terreno por el cual Ledesma ha sido degradado y en gran medida visto con desconfianza por algunos sectores. Establece la diferencia entre la “moral nacional” y la “moral católica”.
 
Cree que la “moral nacional” ha de consistir en "el servicio a España y el sacrificio por España", que considera como "valor superior" a cualquier otro. Para Ledesma los pueblos sin una moral de ese tipo nunca son libres sino tiranizados por minorías del mismo país o por pueblos extranjeros. Esa libertad a través de la “moral nacional” que propone supondría aniquilar los partidos políticos (que dividen a los españoles), la liberación de vascos y catalanes del separatismo (que los ha desnacionalizado) y la justicia y liberación de los trabajadores españoles (cuya humillación ha hecho a muchos caer en la trampa marxista). ¿No recuerda esto al “España ha venido a menos por una triple división…”?
 
En cuanto a la “moral católica” es muy contundente y he aquí uno de los aspectos por los que la Iglesia nunca tuvo a Ledesma en gran estima. Distingue entre el engrandecimiento de lo "español" y de lo "humano". Ledesma afirma que hoy interesa más salvar a los españoles que a los hombres, pues estos solo pueden ser salvados "si disponemos de una plenitud nacional, si hemos logrado previamente salvarnos como españoles". Considera que a España no hace falta acercarse a través del catolicismo sino de forma directa. Y aclara que un católico por el hecho de serlo no significa que sea patriota. Está poniendo sobre la mesa con esta afirmación un mensaje patriótico diferente. Puede que Ledesma, salvando las diferencias, tenga una cierta sintonía con el nacionalismo maurrausiano en este apartado al poner por encima la idea de Patria que a la religión. Maurras utilizó el catolicismo simplemente como factor unificador de los franceses aunque fue agnóstico gran parte de su vida. Es decir, subordinó la fe católica a la idea nacional lo que le llevó a la Action Française y a su líder a la condena papal de 1926. En cierto modo Ledesma se movía en unos parámetros similares. Quiere un nacionalismo hispánico que refunde la Patria.
 
Él cree que en España ha habido un patriotismo religioso efectivo que él valora en los tiempos del Imperio y otro de tipo monárquico, pero no uno popular orientado a las masas. Es lo que propone.

Muy probablemente tanto su formación filosófica como su indisimulada hostilidad a la CEDA, apoyada por los católicos en su mayoría y a la que Ledesma siempre consideró tibia en la defensa de España, influyera y agudizara aún más esa distinción de una y otra moral. Ledesma cuando se refiere a esta “moral católica” diferenciándola de la “moral nacional” lo hace pensando, sin duda, en Gil Robles y su organización a los que acusaba nada más ni menos de ser tan escasamente nacionales como Azaña.
 
Dicha diferenciación de “morales” la argumenta de la siguiente forma. Hay una España no-católica o indiferente al catolicismo. Estas masas, sin ser enemigas declaradas de la Iglesia y de la religión católica, pueden ser un gran caudal para vigorizar esas fuerzas y esas juventudes para la revolución nacional. No pueden dejarse al margen pues sería un suicidio. Es necesario atraerlas pues son predispuestas a abrazar la idea nacional. Su conclusión es que la “moral nacional” y la “moral católica” no son equivalentes pero tampoco irreconciliables. Sencillamente son distintas.
 
Esta polémica -que tendrá más adelante en el Discurso otro capítulo aparte donde se adentra más en la cuestión- es posiblemente lo que a Ledesma le dejó al margen del panteón de los ilustres de los caídos del bando nacional respecto a otros. Ya habrá momento, pese a todo, de derribar el supuesto mito de un Ledesma furibundamente anticlerical y anticatólico cuando su postura real fue de aconfesionalidad y de respeto a tradición religiosa.
 
¿Pero es suficiente esa “moral nacional”? Rotundamente no. Debe ir acompañado necesariamente de un “nacionalismo social o socialismo nacionalista”. Al contrario que José Antonio –que abominaba del término nacionalismo- pero que en cambio sí usó con frecuencia Onésimo Redondo –en el semanario Libertad o Igualdad lo proclama en innumerables ocasiones-, Ledesma entiende que hay que germinar un nacionalismo de nuevo cuño. Su época son las de las masas y hay que orientarlas hacia una idea nacional nueva. Piensa que las masas españolas están pidiendo una voz de esas características, por lo que su conquista es tarea primordial.
 
Las masas han de ver en la Patria una bandera liberadora, pero no por ello se ha de caer en la adulación y en el halago propio del marxismo. Las masas han de aceptar la jerarquía y la disciplina de esa bandera. Cree que a las masas españolas le interesa más que a ninguna un movimiento nacional fuerte, pues su desgracia se debe a poderes extranjerizantes y ajenos a la realidad nacional española. Por ello la masa, aun siendo amorfa y estando desorientada, puede ser nacionalizada sin dificultades.

Ledesma lo sustenta de la siguiente manera. Ciertos poderes son responsables de la hecatombe y la miseria nacional. Tenemos un capitalismo en España inane y rapaz. Existe una minoría de españoles -grandes propietarios agrícolas, banqueros e industriales- que viven a costa de los demás. Los mismos se regocijan en el lucro y la opulencia con el auxilio mismo del Estado. No tenemos industria y los campesinos viven en situación de explotación. La solución no es otra que liberar al país de la tiranía capitalista extranjera -francesa e inglesa por excelencia- y desmantelar el sistema económico vigente.
 
La juventud ha de tomar el testigo ante la situación de ruina de la inmensa mayoría de los españoles. No pueden defender un mensaje nacionalista sin atender el problema socio-económico. Como el capitalismo español no tiene fuelle y es traidor en sí mismo es el Estado quien debe liderar esa misión. El Estado Nacional que propone es quien ha de coger el timón sustituyendo al capital privado o incluso obligando a la empresa privada que actúe al servicio del Estado. Solo así España podrá acometer su desarrollo ferroviario, la mejora ambiciosa de la industria pesada, de la energía hidroeléctrica, de la minería... El paro forzoso podría aplacarse y además el comercio con Hispanoamérica podría fortalecerse y estrecharse si gozamos de una independencia económica.
 
Asimismo exhorta al incremento demográfico y militar y a una política internacional vigorosa. Considera que España tiene unas condiciones naturales muy superiores a los países de su entorno pero que no ha sido capaz de incrementar su población hasta los estándares necesarios y que una España económicamente fuerte debería alcanzar los cuarenta millones de habitantes –curiosamente como sucedió en España a partir de los sesenta- frente a los veintitrés de los que dispone. Nos permitiría ser un país de consumo y comerciante y aumentar nuestro potencial notablemente.
 
Un ejército poderoso además lograría que nuestras fronteras fueran seguras. España está militarmente anticuada y desfasada, pero acusa nuestra debilidad militar en gran parte a la enfermedad antimilitarista de ciertos sectores políticos que han envenenado a la población y han renunciado a todo heroísmo colectivo. Es la juventud quien tiene de nuevo que avivar esa actitud de milicia. En España siempre ha habido erupciones de esa gallardía señalando la Guerra de la Independencia como uno de los grandes ejemplos. Es necesario, urgente y primordial el renacimiento del espíritu militar. Sin embargo apostilla que "la milicia, como la poesía, solo es valiosa cuando alcanza calidades altas". Frase certera. Hay que liberarse del militarismo ramplón, mediocre y deficiente. No hace falta lanzar nuestros ejércitos contra otras naciones sino fortificar nuestra Patria para hacernos respetar frente a la que él llama “Europa enemiga”. 
 
Todo esto es muy ambicioso pero… ¿No habría que modificar la actitud española respecto a su política internacional? Evidentemente para que esto pueda producirse hay que tener política exterior propia y España no la tiene. Vive nuestra Patria bajo el yugo anglo-francés. Critica que la Constitución de 1931 rechace explícitamente –cosa surrealista por otra parte- a la guerra, lo que demuestra una absoluta dependencia de potencias enemigas y un claro síntoma de nuestra debilidad. Básicamente porque dicha renuncia supone, como establecía la Sociedad de Naciones, preservar la hegemonía gala y británica en el continente europeo. Ledesma no puede ni desea ocultar quienes son esas potencias adversarias. Señala con el dedo, además de Francia, a Inglaterra como nuestro gran rival pues es vecino por tres partes: Portugal, Gibraltar y el Océano. Nuestras fronteras están cercadas por quienes nos han hecho la vida imposible en las últimas décadas y los que nos han reducido a palmeros de sus intereses internacionales.
 
Para liberarnos de esa dependencia de Francia e Inglaterra debe España hacer su revolución. De ejecutarla cree Ledesma que nos atreveríamos a todo: recuperar Gibraltar, la unión deseada con Portugal, expansión africana, la aproximación a América en todos los ámbitos -comercial, cultural, económico- y a plantarnos ante Europa para establecer un orden continental justo con España. Es curioso que esto que expone lo crea “a pies juntillas” el propio franquismo en un momento determinado entre 1939 y 1942. Es esa fase de retórica imperial –que acabó quedando solo en eso- pero que, sin ir más lejos, quedó reflejado en la obra "Reivindicaciones de España" (1941), escrita por unos jovencísimos José María de Areilza -amigo de Ledesma y ex jonsista- y Fernando María Castiella -divisionario y futuro ministro de Exteriores-, y que abarcaba todo lo que Ledesma proponía grosso modo. No es ningún secreto que nuestra figura creyó siempre que España podría aspirar al Imperio como lo creyó el mismo franquismo una vez acabada la guerra civil antes del viraje dado a mediados de la Segunda Guerra Mundial. 
 
Nos surge, pues, un pregunta. ¿Podrá España acometer toda esa política internacional sola? ¿No necesitará aliados? Ledesma cree que solo hay un aliado con el que no colisionaremos posiblemente: la Alemania nacionalsocialista. 
 
Esta afirmación puede parecer a muchos una locura, pero seamos sensatos y observemos como Ledesma tiene grandes nociones de la geopolítica y la geoestrategia de su tiempo. ¿Quién puede chocar con nuestros intereses nacionales? Italia tiene importantes intereses mediterráneos –había recuperado propagandísticamente la idea romana del “Mare Nostrum”- que podría estrellarse con los nuestros. Francia posee una gran extensión de Marruecos y amplísimas zonas en África que lindan con nuestro protectorado y nuestras plazas en dicho continente. Inglaterra nos somete con Gibraltar y su capitalismo en nuestro propio suelo, siendo obsceno este último en el caso de las minas. Portugal, que no es un enemigo ni mucho menos, vive sometido a la política inglesa. ¿Única opción a priori? Alemania. Comparte en muchos aspectos la crítica al sistema demoliberal, tiene como la España que propugna Ledesma los mismos adversarios y no tiene intereses similares a los de España en ciertas áreas con los que confrontar. Pero Ledesma advierte que dicha alianza con el país germano debe ser "con toda cautela, porque nuestra España tiene que evitar que se entrecruce con su ruta ascensional cualquier compromiso que la detenga o paralice".
 
Demuestra con esto último que España no se someterá a ninguna nación extranjera que impida su progresión. España marca su propia ruta, su misión y su destino nacional y -¿por qué no decirlo?- imperial. Queda claro que nuestros posibles aliados son necesarios en la empresa de la nueva España que él vislumbra, pero jamás pueden perturbar nuestras metas como Patria soberana e independiente. De esto último dependerá en gran media el futuro nacional.
 
Continuará...

martes, 12 de noviembre de 2013

RAMIRO LEDESMA RAMOS Y EL DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA

 
 
El día 25 de octubre D. Luis Castillo dio una conferencia sobre la figura de Ramiro Ledesma Ramos ante un público que escuchó con grandísima atención la misma. Llama poderosamente la atención que en nuestros días, aunque sea en círculos pequeños, siga teniendo interés una figura nacida a principios del siglo XX y que hoy nos puede parecer lejana.
 
 
 
 
Por Luis Castillo 

La realidad es que Ledesma Ramos fue el principal teórico de una ideología que supuestamente fue el armazón de un régimen -más de forma propagandística y externa que real, no nos engañemos- y que hoy de dicho legado no queda absolutamente nada en nuestra nación. Muchos de los llamados "joseantonianos" -que al igual que "ramirista" no significa nada- se tirarán de los pelos por considerar a Ramiro como el gran teórico del nacionalsindicalismo. Sencillamente Ramiro puso la letra y José Antonio la música de la Falange. No puede entenderse el nacionalsindicalismo el uno sin el otro. Ambos tenían una serie de cualidades excelentes y otras de las que carecían, por lo que se complementaron mutuamente.
 
La serie de artículos que acompañarán a este en realidad no tienen la intención de hacer un bosquejo biográfico del filósofo zamorano. Para eso recomendamos las biografías de Sánchez Diana, Tomás Borrás, Cuadrado Costa -demasiado hagiográficas- o la más reciente de Ferrán Gallego -la más objetiva a nuestro entender-. Se pretende aquí desgranar la gran obra doctrinal y política que dejó Ledesma para la posteridad: "Discurso a las Juventudes de España". La que es quizás, junto a "Los valores morales del nacionalsindicalismo" (1941) de Pedro Laín Entralgo, la única gran obra de significación nacionalsindicalista de calado.
 
Vayamos, pues, al tajo. Ledesma escribe el "Discurso" en mayo de 1935 cuando ya ha dejado de figurar políticamente en lo que se ha denominado el "fascismo español". Su enfrentamiento con José Antonio Primo de Rivera desde fines de 1934 hasta enero de 1935 -cuando se escinde con unas decenas de jonsistas de FE de las JONS- supuso para él su muerte como posible líder del movimiento político. Quedó prácticamente solo, aislado, pues la materia prima que pretendía llevarse consigo al final acabó quedándose con José Antonio pese a las dudas iniciales de muchos. Fundó un semanario llamado "La Patria libre" -duró escasamente dos meses- y apoyó la fundación de una nueva organización en Barcelona formada por antiguos jonsistas que abandonaron Falange con él -el Partido Español Nacional Sindicalista (PENS)- para resucitar el espíritu de las JONS primigenias. Fue un auténtico fiasco. Era la lucha por el poder para dominar el movimiento fascista en España y la batalla la ganó Primo de Rivera. Aun así, como señaló Ximénez de Sandoval en su "José Antonio. Biografía apasionada" relata que "José Antonio admiraba el talento clarísimo de Ledesma Ramos -a mí personalmente me dio a leer el Discurso a las juventudes de España, publicado un año después de su expulsión (sic), encomiando su claridad y vigor- (...)". Pero no solo eso. "Discurso a las Juventudes de España" es uno de los libros de cabecera de los falangistas durante la guerra civil y la inmediata posguerra pese a que la jerarquía eclesiástica -argumentando pasajes anticlericales- trató de sepultarlo. Ya hablaremos de todo esto en las siguientes entregas.
 
Se ha utilizado anteriormente la palabra “fascista”. Sí -tápense los oídos a quienes les produzca urticaria la palabra convertida hoy en insulto universal- porque es así. A Ledesma solo puede entendérsele desde una perspectiva fascista, pues es hijo de aquellos años en los que el mundo creía que el comunismo y los "fascismos" eran las alternativas a las decadentes democracias occidentales. Ledesma apuesta por un modelo de Estado similar al italiano, pero absolutamente hispánico y con una mayor dinámica social que la ensayada en el país vecino. No tenía por objeto plagiar a Mussolini y al fascismo italiano hasta en los gestos y poses del Duce sino buscar una vía nacional y netamente española, fiel a nuestra tradición y nuestra cultura, sin mimetismos de opereta. Las imitaciones torticeras y sin originalidad las atacó Ledesma con saña siempre.
 
Algunos personajes "víctimas" de dichos ataques fueron el británico Mosley o austriaco Starhemberg. Ledesma creía necesario crear una base para entender los problemas de los años 30, la situación española y los fenómenos internacionales. Había que ser fieles a nuestra españolidad y Ledesma se puso el mono de trabajo para buscar esa senda.
 
El “Discurso" no puede comprenderse sin la impronta idealista de Fichte en Ledesma. Fichte en 1808 publicó "Discursos a la Nación alemana" durante la ocupación francesa, cuyo objeto consistió en enarbolar la bandera de un nacionalismo alemán y la resurrección del sentimiento patriótico. Ledesma había estado muy influido por la filosofía germana. No obstante había estudiado y traducido a Hegel, Nietzsche, Heidegger -del que fue uno de sus primerísimos introductores en España- o el propio Fichte aprendiendo para ello de forma autodidacta el idioma alemán. Como este, Ledesma creía vital de necesidad la creación de un movimiento de liberación nacional y en el Discurso están muchas de esas claves.
 
Johann Gottlieb Fichte
Trataremos la obra ledesmiana en varios bloques para que su entendimiento sea lo más claro y resumido posible y así comprender a nuestro personaje.
 
 
“¿Qué tenemos ante la vista?” es como titula Ledesma este primer capítulo del "Discurso". Pretende ni más ni menos que observar cual es la situación histórica española y explicar el porqué nuestra Patria llegó a los años treinta del siglo pasado prácticamente a la intemperie y al borde de la autodestrucción.
 
Ledesma tritura la crítica. La considera infecunda y limitada, aunque quizás es necesaria hasta un cierto punto. No quiere caer en el error de la generación del 98, donde el exceso de crítica llevó al pesimismo y sumió al país en un estado psicológico del que no habíamos podido levantarnos. Para ello trata de una forma magistral lo que ha sido el pasado español desde la reunificación nacional de los Reyes Católicos hasta los años de la Segunda República. Esta parte histórica del Discurso es fundamental para entender los motivos por los que Ledesma tomó ciertos derroteros en su lucha política.
 
Cree que España lleva doscientos años buscando la mejor forma de morir. Señala que no es hora de buscar los enemigos del pasado ni los gobernantes que nos han postrado sino en descubrir los hombres, los hechos y las ideas para regenerar la nación en 1935. Considera ilícito recostarse en las glorias del pasado, señala que hemos tenido como Patria jornadas triunfales y desplomes ruinosos y que tanto vitorear los primeros como llorar los segundos en la hora crucial que vive España es absolutamente peligroso. Esto le lleva a pedir a los patriotas que se echen sobre las espaldas toda la historia de España, hacerse responsable de la misma y aceptarla en su integridad.
 
Para él España culmina a mediados del siglo XVI. ¡¡¡Esa es su aseveración!!! Desde luego muy osada, pero su argumentación tiene una gran parte de verdad. España había logrado la unidad nacional, descubierto América y realizado gran parte de la conquista y todo ello, según él, fue a base de dos ingredientes: la fe religiosa -o sea, el catolicismo- y el Imperio. Gracias al catolicismo se hacían sólidas las conquistas y se lograba nacionalizar a los nuevos súbditos para edificar nuestra gran obra.
 
Ledesma dice taxativamente que nadie en la historia ha igualado a la España que va desde 1492 a 1588. En su opinión es una revolución en toda regla. Exalta la figura del Emperador Carlos pese a traer algunos componentes extraños consigo. Esto le hace entender el recelo de los comuneros de Castilla, aunque los desautoriza considerando que sin Carlos V el siglo XVI español no hubiera podido haber civilizado la mitad del orbe y se hubiera frustrado nuestra tarea.
 
Pero España en un momento determinado cae verticalmente. Señala al siglo XVII como esa ruta descensional. Considera que esa decadencia afectó a la Monarquía y a la Iglesia y que ello se contagió en gran parte al pueblo español, lo que ha llevado a un apartamiento real de España en la historia. Pero dice que no es decadencia quizás el vocablo que haya que utilizar para la España del XVII sino el de vencido. Vencidos por imperios rivales. Establece claramente quienes son: Inglaterra y la Reforma. Ante esto Ledesma, con un patriotismo acerado, dice sin rubor "¿Pero se le ocurrirá a alguien la actitud criminal de darle la razón a los vencedores?" Él le da la razón a España. No consume la "Leyenda Negra", pero considera que España perdió la ocasión de liderar al mundo en la tarea de ser "el pueblo impulsor de la revolución económica que ya se preveía".
 
Ledesma no fue creyente y siempre anduvo en una posición agnóstica, aunque según el Padre Villares –preso con él en el penal de Ventas- abrazó el catolicismo poco antes de su ejecución. No hay que ocultar ni para bien ni para mal esta postura del personaje. No obstante considera que la Iglesia Católica cumplió una misión trascendental para España. Gracias al Concilio de Trento y a las batallas ganadas con la cruz por nuestra Patria el catolicismo ha sobrevivido en Occidente. Es decir, reconoce como vital la aportación religiosa a nuestra gloria imperial en aquellos años y que sin España el continente europeo sería una serie de taifas más o menos cristianos.
 
Insiste que España fue vencida, pero solo es vencido quien lucha y eso nos distingue como pueblo del desertor o el cobarde. El Imperio fue dilapidado, España ha permanecido sentada viendo como el mundo se desarrollaba en un signo u otro. Explica que desde el XVI solo puede reseñarse como un hito la Guerra de la Independencia frente al ejército más poderoso de Europa, pero que empezó a correr el peligro de nuestra balcanización en el siglo XVII de forma planificada por Europa -caso de la presión de Francia sobre Cataluña- y que salvar nuestra unidad es lo único victorioso que podría destacarse, si bien echa de menos la no asimilación de Portugal y la vergüenza de Gibraltar por el imperialismo inglés.
 
Pero para Ledesma el gran siglo perdido por España es el XIX. La Guerra de la Independencia pudo significar un punto de inflexión. No fue así y en su opinión España pierde el tiempo en luchas estériles: la de la España tradicional frente a la España liberal.
 
Considera que no son las pugnas entre tradicionalistas y liberales luchas políticas sino religiosas llevadas al plano político. Católicos frente a no-católicos. Clericales frente anticlericales. Los unos en una actitud absolutamente estática y defensiva; los otros enredados en absurdos doctrinarismos que rozaban la traición a la Patria.
 
Cree que después de que ninguna de ambas tendencias hubiera logrado su victoria plena sobre la otra habría que haberlas expulsado del panorama político. Es sencilla esta afirmación de Ledesma. Mientras el resto de Europa tenía una ruta, acertada o equivocada, en España nos habíamos desangrado por nada. Perdíamos el tiempo. Tanto la España tradicional como la subversiva-liberal defendieron parcialidades. Ledesma señala solo una cosa buena de ambos contrincantes: los tradicionalistas querían ser la reserva del Imperio perdido y los liberales -más a través de los militares, los llamamos espadones, que de los políticos civiles- tenían un fuerte sentido de la unidad de España. Poco más, en su opinión, había que rascar.
 
Este estéril y fracasado siglo XIX desembocó en la Restauración. Era su consecuencia natural. Es cierto que Ledesma reconoce que la Monarquía alfonsina logra un sentido de la unidad nacional y una política militar a través de la expansión en Marruecos. Maura lucha contra la corrupción y el caciquismo de forma sincera. Asimismo se emprende una tímida industrialización del país. Pero los políticos de la Restauración adolecen de la falta de pulso. Además los herederos revolucionarios del XIX socavaron el nuevo espíritu militar, azuzaron el separatismo, fueron derrotistas en Marruecos y abominaron de toda idea nacional. Asimismo aparecieron movimientos proletarios con formas clasistas que iban en la misma dirección.
 
España vive una situación caótica en 1923 y el Rey apela al Ejército para salvar la situación. Recurre a Primo de Rivera pero este procedía, pese a su buena voluntad, del seno mismo del Estado y no de una realidad nacional profunda. Aun así Ledesma destaca que la dictadura industrializa el país, logra la casi unanimidad del pueblo, un auge económico verdadero... pero no ha ido al fondo de los problemas de España. Considera que no ha hecho una reforma agraria necesaria, se ha olvidado por completo de las juventudes para extraer de ellas un sentido patriótico y ha establecido siete años de paz. La salida de Primo de Rivera y la llegada de Berenguer supuso el fin de la Restauración, su puntilla. No daba para más un régimen que había durado medio siglo.
 
Ledesma finaliza esta parte del Discurso con la Segunda República. Considera que los hombres que han llegado al poder con el advenimiento del 14 de abril no han superado las pugnas del XIX, no representan una aurora nacional nueva. Las masas españolas, pese a que mayoritariamente han saludado de buena gana a la República, se han mantenido al margen una vez más. Señala Ledesma que el 14 de abril es "el fin de un proceso histórico, no la inauguración de uno nuevo". Es la oportunidad perdida de una Revolución Nacional que necesita España a gritos. Ledesma observa que el fracaso del 14 de abril es extranjerizante, escasamente nacional, portadora de todos los defectos de la España decimonónica. Puro continuismo en definitiva.
 
Para él el 14 de abril debería haber representado la unidad de todo el pueblo frente al separatismo vasco y catalán, la creación de un ejército fuerte y poderoso, el culto a la Patria, la liberación de los campesinos frente a la opresión de los terratenientes, un plan nacional que industrializara la nación entera -sobre todo en la electricidad y la siderurgia-, una política demográfica que tuviera por objeto duplicar la población, la nacionalización de los servicios públicos esenciales y una política internacional de "independencia arisca" frente a Inglaterra y Francia. Eso hubiera sido una revolución y no la pantomima que supuso el 14 de abril.
 
 
Esto es lo que lleva a Ledesma considerar los últimos cien años de la historia de España como "gran pirámide egipcia de fracasos".
 
Como puede verse el fundador del nacionalsindicalismo no se dedica a loar el Imperio y a llorar que España sea en 1935 una potencia de segundo o tercer rango. Analiza, busca soluciones, mete el dedo en la llaga, no se rinde. Cree que hay posibilidades del recobro de nuestra grandeza. Pero hay que adoptar un nuevo rumbo. España no puede seguir atrapada en las luchas del XIX. Entiende que solo la vía revolucionaria puede traernos esa deseada solución, pero no cualquier revolución como en las próximas entregas desvelaremos.
 
 
Continuará...
 
Retrato de Ramiro Ledesma Ramos, obra del pintor zamorano Santos Tuda (1942)