Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Hace poco tiempo tuve la oportunidad de viajar con mi señora por tierras de Huamanga. La ciudad se llama así desde época wari (preinca), manteniendo el topónimo durante todo el virreinato. Sin embargo el dictador Bolívar, en un alarde de megalomanía, mandó cambiar el ancestral nombre por “Ayacucho”, siendo que hasta 200 años después de la famosa batalla que definió la secesión de la América del Sur, todavía hay quien la sigue llamando Huamanga, en especial las gentes del norte de la región.
No obstante la megalomanía bolivariana no acabó ahí: No olvidemos que el Alto Perú pasó a llamarse Bolivia.
Y bueno, ya bastante después de mis años universitarios americanistas, donde degusté las enseñanzas de grandes profesores de diversas tendencias, siempre alimenté la idea de vivir en primera persona lo que era el Nuevo Mundo. A lo tonto a lo tonto, llevo ya cuatro años en el Perú, el que fuera acaso el mayor bastión realista de todo el continente. Y estando en este país, era cuestión de tiempo que visitase aquel lugar tan decisivo para la historia de dos mundos que durante tres siglos, representaron la unidad en la diversidad. A diez horas de autobús de Lima, no podía resistirse un destino tan justo y necesario; por lo cual al fin nos decidimos y pasamos cuatro días en aquella lindísima ciudad que, en un entorno quechuahablante, sin embargo su arquitectura parece sacada de las honduras de Castilla. Aquella hermosa urbe de algo menos de doscientos mil habitantes, magníficamente franqueada por treinta y tres iglesias que rivalizan con la altura de los Andes, nos abría sus puertas de par en par, invitándonos a recorrer la inmensidad de sus alrededores. Y el último día de nuestra breve mas intensa estadía en esta hermosa e importante tierra peruana estuvimos en el lugar de la famosa batalla; de la pseudobatalla diría yo, puesto que el resultado estaba pactado de antemano por los liberales criollos y peninsulares. Hasta el año 1820, la rebelión secesionista, un extraño compuesto de oligarquía criollo-mestiza, revolucionarios peninsulares, jesuitas vengativos e imperialistas británicos, bajo la atenta mirada de las logias masónicas, estaba a punto de confirmar su fracaso. Los ejércitos realistas, nutridos de una mayoría aplastante de hispanoamericanos, estaban logrando derrotar a los insurgentes; tal y como el astur-llanero José Tomás Boves demostró que se podía derrotar a Bolívar hasta su temprana muerte en 1814, en plena batalla de Urica que, cual Cid Campeador redivivo, ganó después de muerto, frente a la impotencia bolivariana. Sin ayuda exterior, sin un ejército regular español en tierras americanas, los realistas “criollos” estaban ganando, derrochando fidelidad a la española patria que abarcaba entrambos hemisferios. En 1820, una expedición ibérica formada por veinte mil soldados, que según reconoce el expresidente peruano Alan García (1), hubieran terminado de aplastar a los secesionistas, no terminó de zarpar de la Vieja España: Un golpe dado por el militar liberal Rafael del Riego, evitaba esta oportuna salida y la reconducía para sus intereses politiqueros. Era el comienzo del Trienio Liberal, que amén de sumir al caos en España, llenó de confusión las Indias, pues ahora, los hispanoamericanos veían como desde la Vieja España se quería imponer a la fuerza el liberalismo contra el que ellos se estaban desangrando sin ayuda. La decepción que esto acarreó en tres años fue clave. Las deserciones y los cambios de bando se sucedieron por doquier. Y aun así, todavía la resistencia realista fue fortísima por todo el continente. Desde luego, tiene mérito.
En 1823, depuesto un indigno Riego que lloró y abjuró públicamente de sus ideas (y que sufrió una muerte horrible, ciertamente), el mal ya era mucho. En esa época se sucedieron las conferencias de Punchauca entre el virrey La Serna (y sus emisarios) y José de San Martín, ambos españoles liberales. Y digo ambos porque es un anacrónico error decir que José de San Martín era “argentino”, siendo que había nacido en Yapeyú pero, hijo de españoles, a los cuatro años su familia regresaría a la Península; para a posteriori, servir durante veintidós años en el ejército español; cuando no se servía a una “nación-estado”, sino a un rey, y a un rey borbónico en concreto. Sin embargo, en plena invasión napoleónica de España, luego de las batallas de Bailén y La Albuera, se licencia de su ejército en un momento tan esencial, pasa a Inglaterra, y al poco tiempo se le ve en Sudamérica liderando una parte importantísima de las luchas separatistas. Es en este intervalo, concretamente en 1821 cuando San Martín dice: “Los liberales del mundo somos hermanos en todas partes y queremos preparar en este hemisferio un asilo seguro para nuestros compañeros de creencias.” (2) Fue esta mentalidad en este periodo de tiempo lo que acabó por inclinar la balanza secesionista, para mayor beneficio del imperio británico, el cual, con la consigna de que “a España hay que vencerla en América y no en Europa”, consiguió por la avidez de las traiciones lo que en el siglo XVIII le había costado terribles derrotas militares, desde Cartagena de Indias con Blas de Lezo hasta Pensacola con Bernardo de Gálvez.
Así las cosas, de Huamanga se pasó a Ayacucho, en una batalla cuyo resultado estaba pactado de antemano, y en donde los parientes de ambos bandos se saludaron como si tal cosa. Una batalla donde el ejército "patriota" se componía mayormente de venezolanos y colombianos, con nutridos grupos de rioplatenses, chilenos y británicos; mientras que en el ejército realista, de cada cinco soldados, dos eran ibéricos y tres peruanos (incluyendo en este número a los altoperuanos). Sin embargo, durante doscientos años se ha contado la misma y mentirosa versión oficial tanto en España como en Hispanoamérica. Todo quedó en la familia liberal-traicionera.
Otrosí, la importancia de esa fecha se prolonga en el espacio y en el tiempo, puesto que en el ejército realista, aquel fatídico día que se pasó de Huamanga a Ayacucho, participaron personajes que serían muy importantes para la historia de España y el Perú, respectivamente: Del lado realista peruano estaban los hermanos Castilla. Luego de la pactada batalla de Ayacucho, Ramón cambió de bando e ingresó al ejército patriota y con el tiempo llegaría a presidente de la república; en cambio Leandro no reconoció la república y pasó a España (3), donde a los años lucharía en el ejército carlista, esto es, el movimiento contrarrevolucionario/tradicionalista/legitimista español que en 1833 surge como herencia viva de los Batallones de Voluntarios Realistas (que en la Península habían combatido al Trienio Liberal), frente al golpismo liberal que, contra la ley y la tradición, impuso a Isabel “II” (entonces una niña) en el trono frente a los derechos de Don Carlos (Carlos V de España). Y Leandro Castilla sería parte activa de este movimiento como leal soldado, continuando la lucha realista que empezó en Sudamérica, siendo el último gobernador de la resistencia carlista de Morella bajo las órdenes del general Ramón Cabrera en 1840. Valga reseñar que Cabrera usó una bandera negra muy parecida a la que años antes habían usado los realistas quiteños y venezolanos; y esa fue la bandera que Leandro Castilla custodió como gobernador; viva y enésima muestra de que los criollos no estaban discriminados.
Del lado realista ibérico estuvieron Espartero y Maroto, los cuales, a los años en la Península estarían teóricamente enfrentados: Espartero en el bando liberal, Maroto en el carlista; pero a la sazón ambos firmantes del vergonzoso Convenio de Vergara en 1839, donde Maroto, amén de la rendición, ordenó el fusilamiento de muchos buenos militares carlistas y entregó la flor y nata de los voluntarios vascongados y castellanos al desastre. Maroto, que era casado con chilena, sabiendo que Roma no paga traidores, emigró a Sudamérica, y estando en Perú, Ramón Castilla, ya presidente de la república, conocedor de su traición a través de su hermano Leandro (el cual murió exiliado en Francia), le prohibió la estadía en el país y tuvo que pasar a Chile.
A los años, el novelista liberal Benito Pérez Galdós intentó dulcificar la figura de Maroto, alejándose de la Historia y aprovechando el oportunismo ideológico; sin embargo, los liberales de la época lo tuvieron muy claro y después de que les hiciera el trabajo sucio, lo desecharon.
¿Casualidad que Espartero y Maroto estuvieran primero en Ayacucho y después en Vergara? Sinceramente creemos que no. Y es que en el carlismo siempre señaló como “ayacuchos” a la mayoría de los militares liberales con los que a la postre acabaría pactando el traidor Maroto, pues no en vano años antes habían sido hacedores de esta terrible traición que nos separó, repitiendo el mismo método en Vasconia.
El escritor peruano José Antonio Pancorvo ha escrito un libro imprescindible sobre esta malhadada época: Demonios del Pacífico Sur. De él me acordé ante aquellos imponentes Andes que ejercieron como campo de batalla. Estando en aquel inmenso solar, evoqué la memoria del argentino José Manuel González y del colombiano Luis Corsi Otálora, dos grandes maestros que ya se nos fueron y que publicaron en Ediciones Nueva Hispanidad, del también argentino Félix Della Costa; así como de otros valientes e ilustres historiadores hispanoamericanos de nuestro tiempo, tales como el colombiano Pablo Victoria Wilches, que acuña sin ambages la expresión “genocidio bolivariano”; el peruano Heraclio Bonilla, que dice que la independencia fue un día de duelo para los indígenas; o el ecuatoriano Francisco Núñez, que recuerda siempre con fervor que Quito fue España (4). Y todos ellos sin ayuda de la España oficial; al igual que en su día tampoco la tuvieron los Pincheira, resistiendo entre las actuales repúblicas de Argentina y Chile hasta 1832; y los iquichanos liderados por Antonio Navala Huachaca, resistiendo por tierras del norte huamanguino hasta 1835.
Sin duda, aquella enorme pampa huamanguina siempre morará en mi corazón, dándome continuas inspiraciones para seguir luchando por restablecer una memoria que nos han intentado robar; empero, doscientos años de mentiras ya se resquebrajaron, y gracias a los hispanoamericanos frente a una Vieja España que se empeña en premiar a los traidores.
Iquicha, la cuna de Antonio Navala Huachaca, queda apuntada como destino…
NOTAS:
Imagen: Honrando la memoria de los realistas caídos en el mismo sitio de la batalla de Ayacucho (II)
(1) Sobre el libro Pizarro, el rey de la baraja, véase:
pizarro, el rey de la baraja - antonio moreno ruiz - Blogger
(2) Más frases antológicas de José de San Martín:
San Martín dixit | coterraneus - el blog de Francisco Núñez ...
(3) Esto mismo haría la familia arequipeña de los Goyeneche. Otrosí, muchos realistas de las actuales Venezuela y Colombia decidieron pasar a Puerto Rico y Cuba, que se mantuvieron como provincias españolas hasta la invasión yanqui de 1898.
(4) Como diría Jack el destripador, vayamos partes:
Sobre José Manuel González QEPD:
ANTONIO MORENO RUIZ: RIP JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ.
Sobre Luis Corsi Otálora:
Sobre José Antonio Pancorvo, véase:
RAIGAMBRE: APOLOGÍA DE JOSÉ ANTONIO PANCORVO
Sobre Pablo Victoria Wilches, véase:
Sobre Heraclio Bonilla:
Sobre Francisco Núñez: