RAIGAMBRE
Revista Cultural Hispánica
sábado, 15 de junio de 2013
viernes, 14 de junio de 2013
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( V )
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( V )
Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa,
profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.
HAMBRE Y SARNA
Tuno de época |
Los autores
que dan buena cuenta de ello nos refieren que los dos grandes achaques que
podrían hacérsele al estilo de vida estudiantil -esto no valdría para el caso
en que fuese favorable la condición social y económica- eran el hambre y la
sarna. Uno de los dos canes, tan simpáticos, que dialogan en el coloquio perruno
cervantino nos lo dice con estas palabras: “Finalmente,
yo pasaba una vida de estudiante sin hambre y sin sarna, que es lo más que se
puede encarecer para decir que era buena; porque si la sarna y el hambre no
fuesen tan unas con los estudiantes, en las vidas no habría otra de más gusto y
pasatiempo, corren parejas en ella la virtud y el gusto, y se pasa la mocedad
aprendiendo y holgándose”[14].
Y si el
hambre es por desventura mundial, la sarna era universal, que no exclusiva de
Salamanca. Don Francisco de Quevedo nos certifica también que la sarna era
tan cosmopolita como la hambruna y, como tal, constituía parte del peculio
castrense del estudiante de Alcalá de Henares. Para que no quedara lugar a
dudas, Quevedo pone en boca de un estudiante veterano de su famosa novela "Vida del Buscón Pablos" esta
fórmula irónica de saludo al novato Buscón Pablos, tras haberle cobrado la
“patente”: “-Viva el compañero, y sea
admitido en nuestra amistad. Goce de las preeminencias de antiguo. Pueda tener
sarna, andar manchado y padecer la hambre que todos”[15].
El hambre y
la sarna son señales inequívocas del estudiante universitario sin recursos.
El hambre
es consecuencia de la precariedad económica a la que estaba reducida la mayoría
de estudiantes universitarios. Huelga mayor comentario para una sociedad como
aquella, cuya mayor parte de la población sufría la inseguridad diaria en
necesidades tan básicas como el alimento.
La sarna,
por otra parte, es signo inconfundible de unas deplorables condiciones
higiénicas asociadas tan comúnmente a la indigencia. Sabido es que la sarna es
una dermatosis provocada por un agente parasitario: el “acarus scabiei” (la
“sarcopta de la sarna”, por otro nombre llamado en español “el arador de la
sarna”), el ácaro hembra se hospeda y se ceba en la piel de las personas desaseadas,
también en los vestidos de los sarnosos que se convierten en vehículos
transmisores del parásito. Esta ectoparasitosis es extremadamente contagiosa,
dado que la sarna puede contraerse ora por vía directa (por contacto con un
sarnoso), ora por vía indirecta (si se usa alguna prenda de vestir de quien la
padece)[16];
también es de saber que su transmisión se realiza de noche, debido a las
costumbres nocturnas del parásito en cuestión. Así las cosas no es difícil
imaginar que el alojamiento de los estudiantes pobres acarrearía, por lo
general, situaciones de hacinamiento, tan favorables para
propagar una enfermedad como la sarna. Téngase en cuenta también lo desusado
que era el baño y el aseo a fondo y comprenderemos lo difundida que estaba la sarna
en el estudiantado más menesteroso e incurioso.
Si para aliviar
la sarna no quedaba más remedio que rascarse, para remediar el hambre eran mil
y una las travesuras que se ingeniaban los estudiantes de aquella época. En las
páginas del “Buscón” podemos asomarnos a las tantas veces hilarantes -y siempre maliciosas-
industrias por las que el universitario, apretado por la necesidad de la
manduca, se trocaba en pícaro. La línea que separaba la broma del delito era
muy tenue y muy a menudo cualquiera era bueno para traspasarla. Buenas muestras
da de ello el quevedesco Buscón Pablos en el tiempo de su asiento como
estudiante en Alcalá de Henares; después de sufrir las desagradables novatadas
que, como ritos de pasaje se le infligían al estudiante bisoño, según la usanza
de la época. Esa sí como el avisado mozo decide alzarse con el caudillaje de sus camaradas, y
para ello nadie hay que le gane a idear y efectuar todas las diabluras que se
le ocurren a su fecunda y traviesa imaginación.
El
estudiante menesteroso, urgido por el hambre, se convierte en un antihéroe, en
un superviviente… En definitiva, se ha vuelto un pícaro que, como decía
Cervantes en “La Tía Fingida”: “no
habría venido a Salamanca a aprender leyes, sino a quebrantarlas”. Cervantes atribuye esta propensión a la delincuencia del estudiantado a la alacridad propia de la juventud, así lo hace por boca de Claudia (personaje
de tan turbia moralidad, que aparece en “La Tía Fingida”) cuando pronuncia esta
admonición: “Advierte, hija mía, que
estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, y
que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes, gente
moza, antojadiza, arrojada, libre, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y
de humor”[17].
Pero
interesa percatarse de que las Universidades españolas del XVI y XVII se
convierten así, por las condiciones de vida paupérrima que sufría la mayoría de
su alumnado (descartamos a los retoños de la aristocracia), en algo muy similar
a una gran escuela del vicio (hurtos, putañerío, ludopatía…) que precipita a
sus incautos secuaces a una degradación moral que desemboca por ende en la más
abyecta delincuencia.
VICIOS Y DELINCUENCIA DEL ESTUDIANTADO
David Teniers, Monos en una bodega. (circa 1660) Museo del Prado. Madrid |
Lejos de la
severa férula familiar, el estudiante se desmemoriaba pronto de los consejos y
la buena crianza que pudieron darle en su casa. El mundo, uno de los tres
términos que forman la tríada enemiga del alma (los otros dos que la hostigan,
como dice la doctrina, son el diablo y la carne), le tienta con
sus añagazas. El estudiante pobre ve el lujo y opulencia en que vive el rico y,
por mucho que todas las pompas sean fúnebres, el pobre quiere emular al rico en sus pompas.
Para eso necesita dinero. El dinero puede lograrse floreando los naipes o lanzando los dados y también, es verdad, puede perderlo de la misma guisa: pero
el juego consiste en arriesgar. Los juegos de azar con apuestas serán de esta
manera uno de los pasatiempos preferidos del estudiante, también uno de los más
peligrosos de la vida estudiantil.
“El juego ha sido siempre destrucción de la
juventud y polilla de las haciendas.”[18]
Así
sentencia lapidariamente el prudente abuelo de Hernando de la Trampa, cuando el
anciano varón decide declararle a su nieto que va a empeñar su fortuna para
darle estudios en Salamanca, con el encomiable propósito de apartarlo del vicio
tan adictivo de la baraja, pues: “es un
vicio de que resultan otros muchos, como se ha visto con experiencias, pues,
por jugar un tahúr, ¿qué no emprenderá para buscar dinero?” –dice Castillo
Solórzano, autor de “Las aventuras del Bachiller Trapaza”. A la postre, de
poco servirá la exhortación y sacrificio económico del abuelo, pues Hernando de
la Trampa –el Bachiller Trapaza- terminará cursando más “en el libro de Juan Bolay que en los que le habían de hacer hombre”:
nótese que los estudios –figurados en los libros- son, no solo para el autor de esta
novela, la vía idónea para lograr el ideal humanístico.
El ideal humanístico no es otro que el "hombre liberal" que se ha humanizado en virtud de aplicarse a las artes liberales, a los "bártulos" (apuntes tomados de las obras del jurisconsulto Bártulo de Sasso-Ferrato, del siglo XIV, profesor de Derecho en Pisa, Bolonia y Padua). Así pues los estudios
universitarios (sobre la base de los libros) serían la matriz capaz de “hacer hombres liberales”, pues son los libros son instrumentos del quehacer
universitario cuya finalidad es hacer "hombre liberal" a quien es
"hombre civil" (ver nota explicativa). Es así como Vicente Espinel
sentencia en "Vida del escudero Marcos de Obregón": "los libros hacen
libre a quien los quiere bien" [19]; sin embargo, en “el libro de Juan Bolay”
(expresión de la germanía para referirse a la baraja de naipes, pues Juan Bolay era un famoso fabricante de barajas) se cifra toda la tenebrosa atracción del vicio que deforma al hombre: aplicarse al "libro de Juan Bolay" es leer "otro" libro que no hace "hombre liberales" y, por lo tanto, se frustra el proyecto personal de quien va a la universidad.
La
arenga del anciano que le financia los estudios al nieto se desvanece bien pronto
en la mala memoria de un zagal que, por ende, seguirá el rumbo de su torpe
inclinación: “pero al mismo paso que se
iba alejando de su patria se le alejó la memoria de eso, y la juventud y mala
inclinación del juego hicieron su oficio”. El Bachiller Trapaza se
convertirá en el pícaro que malvive a costa de carecer de personalidad propia,
siempre trocando apellidos, cambiando de apellido por no haber correspondido a
la oportunidad que le brindó su abuelo, la de estudiar para hacerse hombre y, con el agravante de haber comprometido la hacienda del anciano en una inversión infructuosa que tiene, por contra, el peor de los resultados: en vez de un "hombre de provecho" surge un "pícaro". Por
eso mismo Trapaza resulta ser un fracasado que malgastó una ocasión, de esas que
pintan calva, derrochando el caudal de su abuelo. Es así como podemos entender el recurso del autor moralista de esta novela que consiste en la sucesiva modificación que el protagonista hace de sus apellidos: Trapaza “era
amigo de aplicarse los apellidos conforme
los sucesos”, en el proceso de formación universitaria, el estudiante ha frustrado el cometido que los estudios universitarios tenían, según el criterio de la época: el convertir a los "hombres civiles" en "hombres liberales".. No puede decirse de Trapaza que haya aprovechado esta ocasión, se ha abortado -por el juego y los vicios- el "hombre liberal" en proyecto; el estudiante ha devenido a crápula, a pícaro, a maleante.
El
estudiante jugador es un personaje que prolifera en la literatura, pero que
también abundó en la realidad; el juego era vicio frecuente de estudiantes y soldados,
así como el retortero de todas las bolsas que concursaban. La vida del
estudiante pobre confinaba con los tugurios del hampa y podía terminar en la
cárcel, en galeras o en la horca.
Sin
embargo, es indubitable que hubo estudiantes pobres que se aplicaban a sus
estudios con provecho, aunque sin ser compensados académicamente en justicia. Tomás
Rodaja -el personaje cervantino, al término de “El licenciado Vidriera”, dice de sí mismo: “Yo soy graduado en leyes por Salamanca,
donde estudié con pobreza y adonde llevé segundo en licencias”.
El número
segundo en licencias lo concedían las autoridades universitarias de la época al
estudiante que tenía, en la realidad, el mejor expediente académico; sí, leemos bien, el "segundo en licencias" era el primero de la clase, puesto que (aceptado por todo el mundo y archisabido era) el
primer puesto que se otorgaba no lo era en virtud del aprovechamiento o las capacidades,
sino que se le concedía a los personajes más encumbrados en la escala social. Este dato indica de suyo que la Universidad Hispánica de aquel entonces, a
la hora de expender premios y recompensas, no se regulaba por parámetros donde
el mérito y aptitudes del estudiante contaran en justicia para obtener la primera posición, sino que existían corruptelas
que conferían los honores del primer puesto en licencias por el turbio tráfico de influencias.
La conclusión que extraemos de esto último es que, por los estudios universitarios, se podía llegar
alto, pero los puestos más altos ya estaban asignados de antemano.
NOTA: "Hombre civil":
todavía el diccionario de la RAE recoge una acepción hoy en desuso que
considera el vocablo "civil" como un adjetivo sinónimo de "grosero,
ruin, mezquino, vil". En este sentido es empleado por Baltasar Gracián
el término "civil" en su obra magna "El Criticón".
[14] “Novela del coloquio de los perros”, en “Novelas ejemplares” 2º vol., Miguel de Cervantes Saavedra, edición
de Harry Sieber, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 2002, pág. 317.
[15] “El Buscón”, Francisco de Quevedo, edición de Domingo Ynduráin,
Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1980, pág. 122.
[16] “Manual de las enfermedades de la piel”, Ramón de la Sota y Lastra,
Hijos de J. Espasa, Editores, Barcelona, 1904.
[17] “La tía fingida”, Miguel de Cervantes Saavedra.
[18] "El Bachiller Trapaza", Alonso del Castillo Solórzano.
[19] "Vida del escudero Marcos de Obregón", Vicente Espinel.
miércoles, 12 de junio de 2013
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( IV )
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( IV )
Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa, profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.
AUTOPERCEPCIÓN DE LOS ESTUDIANTES
Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares |
Ha llegado la hora de considerar el modo como el
estudiante español de la época era percibido y se percibía a sí mismo. Para
ello no hay mejor fuente en que recabar datos que la copiosa munición que se nos brinda en la literatura de los Siglos de Oro. Los
prosistas de la época ofrecen en sus páginas testimonios que podemos tomar por
fehacientes, aunque pueda acusarse alguna exageración (por eso prescindiremos, adrede, del más hiperbólico y genial de todos: Francisco de Quevedo).
Los testimonios de la novelística de la época pueden pasar por dignos
de crédito en tanto que los autores fueron testigos de vista: todos los grandes
genios de la Literatura española de esa época pasaron por la Universidad o
estuvieron en sus aledaños. Cuando cursaron estudios superiores, demuestran
que se honran de haber vivido aquella experiencia universitaria e incluso se
percibe que han mitificado aquella vida, alegre y desenfadada, de su juventud
estudiantil, dando indicios de haber tenido, de por vida, conciencia de formar
parte de una corporación incardinada en la Universidad de Salamanca, en la de
Alcalá de Henares o en cualquiera otra; esos hombres no olvidarán que
pertenecieron a un determinado Colegio mayor o menor y que allí hicieron
amistades –y todo lo contrario, que también puede ser. Veamos, en primer lugar, la relación que
parece que han guardado los más eximios escritores de la época con la
Universidad española.
Por la
razón que sea, Cervantes no llegó a la Universidad. Sobre este punto llegó a
decir Menéndez y Pelayo que: “Pudo
Cervantes no cursar escuelas universitarias, y todo induce a creer que así fue;
no recibió grados en ellas, (pero) fue
humanista más que si hubiese sabido de coro toda la antigüedad griega y latina”[11]; por eso mismo podría ser que en su obra literaria
el tema universitario, bajo muchedumbre de formas, sea recurrente: estudiantes
universitarios aventajados en los estudios, tanto como sus antípodas, los
perennes paseantes ociosos, las estudiantinas cigarras (que cantaban más que empollaban), las pendencias
callejeras, los naipes y las mancebías, las ermitas de Baco y los garitos… La
vida estudiantil aflora en sus novelas y se nos pinta esa Salamanca bullanguera
y a la vez estudiosa, que forma como una Salamanca paralela a la ciudad que
reposa a la vera de Tormes: en algunas novelas de Cervantes ha cristalizado la Universidad
de Salamanca, como deteniéndose el tiempo.
Miguel de Cervantes |
Siguiendo
con los más destacados de entre la pléyade de prosistas, poetas y dramaturgos
del siglo áureo, diremos que Lope de Vega estudió en la de Alcalá de Henares;
Calderón de la Barca en Alcalá y en Salamanca; Francisco de Quevedo en la
Universidad de Alcalá; Castillo Solórzano en Salamanca muy probablemente;
Agustín Moreto se matriculó en la Universidad de Alcalá de Henares,
licenciándose en 1639;… La elite literaria cursó, con mejor o peor provecho
académico, sus estudios universitarios, pero, aunque no granjearan grandes éxitos académicos, su experiencia universitaria se plasmó de alguna manera en su obra literaria.
El paso por
la Universidad marcará con su indeleble sello las vidas de los literatos
españoles de esa época que estamos considerando; por eso no puede asombrarnos
que en sus más variadas obras literarias asomen allá y acullá fragmentos de esa
vida: estampas costumbristas, usanzas más o menos edificantes, anécdotas picarescas,
tipos humanos que nos ofrecen un retablo de lo que era aquella vida estudiantil
en los años de hegemonía hispánica.
EL ESTUDIANTADO UNIVERSITARIO
El Conde-Duque de Olivares, estudiante de la Universidad de Salamanca |
El
estudiantado de la Universidad española, como reflejo de la sociedad, no era
monolítico. Existían clases de estudiantes en razón de su estatus social y
económico. Pero a nadie –lo hemos visto con Tomás Rodaja (ente de ficción, pero
prototipo de pobre estudiante aplicado), Juan Latino o Beatriz Galindo- se le
cerraban las puertas del saber.
Consideremos
el caso de Salamanca, que andaba en boca de las gentes en dichos tan donairosos
como ese que sentencia: “Si quieres
saber, ve a Salamanca”, o aquel otro, tan famoso, que parece contradecir al anterior: “Lo que naturaleza no da, Salamanca no presta”. Imaginemos que
estamos en el siglo XVI. Algunos aventureros que han hecho fortuna en Méjico o
Perú retornan a la ciudad del Tormes y, para admiración y envidia de sus
convecinos, construyen sus palacios (el de Monterrey, p. ej.), pero “…Salamanca, más que una ciudad de palacios,
es una ciudad de colegios, alma mater de los espíritus y las inteligencias”
–pudo decir Eduardo Aunós[12]. No
olvidemos que por aquel entonces –siglo XVI- son más de 7.000 almas las que en
Salamanca cursan sus estudios universitarios y esos jóvenes proceden de toda la
Cristiandad.
Los
Colegios que había en Salamanca eran Mayores y Menores. Entre los Colegios
Mayores pongamos a la cabecera por su principalidad el que lleva título de San
Bartolomé. Hay otros como el de Cuenca, el de Oviedo y el del Arzobispo que no
son malos, pero todos van a la zaga del de San Bartolomé. Este fue fundado por
Diego de Anaya y exigía a sus colegiales la probanza de “limpieza de sangre”.
Su fama se dilataba y de él salía la elite del Imperio: cancilleres, virreyes,
gobernadores, inquisidores y hasta validos pasaron por San Bartolomé. A cuenta
de ello corría el dicho que sentenciaba: “Todo
el mundo está lleno de bartolémicos”. El hecho de que se acuñara una
palabra como esa: "bartolémicos”
(también “bartolemico”) es síntoma del espíritu corporativo que tenían los colegiales de San Bartolomé, para los que era motivo de orgullo el pertenecer al más prestigioso de los Colegios Mayores salmantinos.
(también “bartolemico”) es síntoma del espíritu corporativo que tenían los colegiales de San Bartolomé, para los que era motivo de orgullo el pertenecer al más prestigioso de los Colegios Mayores salmantinos.
En cambio,
los estudiantes pobres tenían que buscarse hospedaje en los Colegios Menores.
Había muchos, pero baste mencionar el Colegio de Pan y Carbón, el de San Pedro
y San Pablo o el de San Patricio. Cuando ni siquiera se podía vivir acogido a
un Colegio Menor, por no haber dineros, el estudiante podía intentar alojarse
en alguno de los claustros de los veinticinco conventos masculinos que había en
Salamanca. Según a qué convento acudiera a cobijarse, el inquilino recibía un
apodo: los hospedados en el convento dominico eran “golondrinas”; “grullas” se
les llamaba a los que hacían lo propio en San Bernardo; “tordos” eran los que
vivían con los jerónimos; y “verderones” los que lo hacían en San Pelayo…
Curiosa, exuberante de grácil imaginación, parece esta nomenclatura aviaria cuando se trataba de una volátil fauna
de estudiantes, tan “pájaros”, tan “tunos” y a la fuerza tan “cucos”.
Contrastaba la vida principesca de los estudiantes
salmantinos potentados –como D. Gaspar de Guzmán quien, más tarde, sería Conde
Duque de Olivares- con la de los más pobres, como podría ser Tomás Rodaja.
Tomás Rodaja, para estudiar, tenía que servir a sus patronos y ocho años cuenta
Cervantes que estuvo cursando sus estudios de leyes con mucha aplicación,
compaginándolos con la servidumbre que era su medio de subsistencia y que le
permitía estudiar: la noche… Y el día: Don Gaspar de Guzmán tenía a su servicio
un ayo, un pasante, ocho pajes, tres mozos de cámara, cuatro lacayos, un
repostero, un mozo, otro de caballeriza, un ama y la moza para ayudar a ésta[13].
Continuará...
[11] “San Isidoro, Cervantes y otros estudios”, Marcelino Menéndez y
Pelayo, selección y nota preliminar de José María de Cossío, Colección
Austral-Espasa Calpe, Madrid, 1959, pág. 91, correspondiente a “Cultura
literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del ‘Quijote’” (Discurso leído
en el Paraninfo de la Universidad Central en la solemne fiesta académica de 8
de mayo de 1905).
[12] “Estampas de ciudades”, Eduardo Aunós, Colección Austral-Espasa
Calpe, Madrid, 1973, pág. 94.
[13] “El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar”, Gregorio Marañón,
Grandes Biografías de la Historia de España, Editorial Planeta DeAgostini,
Madrid, 2007.
РОССИЯ, КОТОРУЮ МЫ ЛЮБИМ... RUSIA, NOSOTROS TE AMAMOS
La Federación de Rusia celebra, hoy 12 de Junio, su Día Nacional. Queremos felicitar a todos nuestros muchísimos lectores rusos, a Rusia entera, de norte a sur, de este a oeste, en el día de su soberanía nacional. Y les deseamos que prosigan sin titubear en la defensa de su Soberanía, en la defensa del Derecho Natural frente a toda presión exterior, convirtiéndose en el referente para una humanidad que, frente al relativismo y las cobardías, quiere intervenciones firmes. Una humanidad que, contra el derrotismo y la manipulación mediática, anhela la imposición firme de leyes que amparen el único Matrimonio, preserven a la familia de todos sus enemigos, custodien a la infancia de las alimañas pedófilas y defiendan el Derecho de Dios frente a todo insulto ofensivo.
Gracias, Santa Rusia, por defender todo lo que en Occidente han conseguido prácticamente expoliarnos.
martes, 11 de junio de 2013
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( III )
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA
DE LOS SIGLOS DE ORO (III)
Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa,
profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura
EL HUMANISMO ESPAÑOL
Lección de Teología, puertas del armario del depósito de manuscritos de la Biblioteca Universitaria. Martín de Cervera, 1614. |
Será menester que el humanismo medieval se
transforme en humanismo renacentista para que se adquiera una mayor conciencia
de la utilidad que para la elite dirigente pueden tener los estudios
universitarios –y, sobre todo, la familiaridad con los clásicos grecorromanos.
No nos concierne aquí dilucidar las razones por las cuales se produce este
viraje en la estimación de la capacitación humanística para el desempeño de
funciones directivas en los altos puestos del Estado, pensemos que la
burocracia, aunque presente en la Edad Media, había llegado a hacerse más compleja. Lo cierto es que constatamos que en los siglos XVI y XVII las Universidades
españolas –también otras europeas (en las inglesas se reclutará a los espías;
es el caso del dramaturgo Christopher Marlowe, captado en Cambridge). Se convierten en centros de formación de
elites políticas y agentes del Estado. Será en los Colegios Mayores de
Salamanca y Alcalá de Henares donde se hace patente en aquella época esta carrera por alcanzar puestos administrativos, tras el periplo universitario.
Simultáneamente, el humanismo que ya es renacentista está adquiriendo en España
unas notas que lo singularizan hasta darle el carácter autóctono: el “humanismo
español” (con alguna que otra excepcional figura heterodoxa) asume el modelo clásico grecorromano sin renunciar al
catolicismo.
Ese
“humanismo español” lo definió con meridiana claridad Ramiro de Maeztu con
estas palabras:
“Este humanismo español es de origen
religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia Católica. Pero ha
penetrado tan profundamente en las conciencias españolas que la aceptan, con
ligeras variantes, hasta las menos religiosas. No hay nación más reacia que la
nuestra a admitir la superioridad de unos pueblos sobre otros o de unas clases
sociales sobre otras. Todo español cree que lo que hace otro hombre lo puede
hacer él”[7].
Este
párrafo de Maeztu, escrito en los años 30 del siglo XX, es otro lugar literario
más en que se levanta acta de una actitud nacional que puede rastrearse a lo
largo de toda la historia de España. La encontramos en múltiples ocasiones en
la literatura de los Siglos de Oro y está perfectamente expresada por Tomás
Rodaja, el protagonista de “El licenciado Vidriera”, la magnífica novela
ejemplar de Miguel de Cervantes.
DE LOS HOMBRES SE HACEN LOS OBISPOS
Cuando unos
caballeros estudiantes se topan en las riberas de Tormes (propincuo a
Salamanca) con un niño de once años, vestido como labrador y que duerme al
descuido bajo un árbol, los caballeros lo despiertan y, entablan una
conversación con el zagal. El niño se muestra muy resoluto en sus respuestas y
declara que su propósito es honrar a sus padres. Le inquieren los caballeros
por el modo como ha pensado el niño honrar a sus padres y a su patria nativa, a
lo que, como buen ejemplar modelado en el “humanismo español”, respóndeles a
los curiosos:
“Con mis estudios, siendo famoso por ellos;
porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos”.
La paupérrima condición social y económica de ese niño, de
quien sabremos en el curso de la novela cervantina que responde al nombre de Tomás Rodaja,
no le disuade de renunciar a ganarse la fama por sus estudios. Tomás Rodaja
quiere “valer más”, como decían sus contemporáneos. La Universidad era uno de
los dos cauces, la ruta más apacible (aunque exigiera esfuerzo intelectual),
por el que podía transcurrir un joven ambicioso de cualquier procedencia social
para encaramarse a una posición honorable; el otro camino, más arriesgado, era
la milicia.
Parece
indudable que, en los años de Cervantes, la Universidad todavía era vista por
los españoles como un medio para mejorar en la escala social, que cumplía con creces la función para la que había sido creada: la de crear "hombres liberales" (liberales, por favor, entendido en el sentido clásico, a saber: hombres que hubieran superado las "artes mecánicas" mediante las "artes liberales" que los humanizaban plenamente). La Iglesia y la
Universidad –tan íntimamente unidas por ese entonces- eran “corporaciones” en las
que se efectuaba, mediante selección intelectual y moral, una auténtica
captación de los mejores, sin que importaran los orígenes sociales; algo que no sucedía con la misma flexibilidad en el ámbito estrictamente secular, donde una
férrea organización estamental estorbaba grandemente el acceso de los mejores, con independencia de su extracción plebeya, a los puestos dirigentes (acaparados por una aristocracia que tantas veces degeneraba).
Sin
embargo, para la Iglesia (también para la Universidad, órgano cuasi eclesiástico, no olvidemos que emanado de la Iglesia)
no eran determinantes los orígenes humildes de quienes aspiraban a hacer
carrera. El origen social pobre no era motivo para despreciar ni rechazar a nadie (digamos, eso sí, que estaba terminantemente prohibido, merced a los expedientes de limpieza de sangre, el paso de conversos -descendientes de judíos o moros- no por motivos racistas, sino por la gran desconfianza que estos
suscitaban entre los verdaderos españoles). Pero el origen racial (biológicamente
racial) no obstruía el paso a la universidad de quienes quisieran “valer más”, siempre y cuando no se tratara -volvemos a repetir- de
tornadizos. Cualquier hombre (de cualquier color) que tuviera capacidades
intelectuales, aunque no era fácil, podía abrirse camino a través de los estudios si encontraba el apoyo conveniente. Esto demuestra a las claras que en España, cuando la mitificada y legendaria
Inquisición española campaba por sus fueros, podían darse, sin contradicción
alguna, casos como los que vamos a referir a seguido. El humanismo cristiano no ponía traba a los talentos, es así como el
“humanismo español” se adelanta en varios siglos a la redacción de los derechos
humanos sobre el papel, aventajando a esa formulación deísta y laicista.
TANTO PUEDEN LAS LETRAS...
TANTO PUEDEN LAS LETRAS...
Página del libro del negro Juan Latino, "Ad Catholicum pariter et invictissimum Philippum Dei gratia Hispaniarum Regem...", con el Águila de San Juan de los Reyes Católicos y el lema: |
La
Universidad española se atisbaba como una fascinante meta para quien, habiendo
nacido en la más miserable choza, se propusiera trepar hacia arriba por la áspera pared vertical de una
sociedad organizada en castas privilegiadas y no-privilegiadas, siempre y cuando tuviera ciertas aptitudes, la suficiente ambición y algún patrocinio. Era una sociedad
que pareciera tener tan solo una puerta para pasar de un mundo inferior a otro superior: la
puerta era la Iglesia y, su postigo, la Universidad. Es el caso de Juan Latino (Baena, 1518 - Granada, c. 1596),
un español de raza negra que había nacido esclavo y mucho prosperó en
la vida por su aprovechamiento en los estudios. Se cuenta que el negro le dijo un buen día al arzobispo de
Granada, hijo de padres campesinos y pobres:
“Tanto pueden las letras, que al faltarnos
éstas, ni vos salieredes del campo tras de un arado, ni yo de una caballeriza
almohazando caballos".
Volvemos a
congratularnos al comprobar que se demuestra uno de los principios que
in-forman el “humanismo español”, enunciado por Maeztu en “Defensa de la
Hispanidad”:
“A los ojos del español, todo hombre, sea cualquiera
su posición social, su saber, su carácter, su nación o su raza, es siempre un
hombre”.
ADEMÁS DEL NEGRO LATINO, LA LATINA
ADEMÁS DEL NEGRO LATINO, LA LATINA
Todo
hombre… es siempre un hombre. Y también podríamos decir que toda mujer es
siempre una mujer y, por esa misma razón, la mujer tiene, al igual que el hombre,
el derecho absoluto a estudiar. Hoy esto parece claro para cualquiera que no
sea un reaccionario machista, pero en la Europa del siglo XIX algunas mujeres –como la
rusa Lou Salomé (musa de Nietzsche, Rilke y Freud)- tuvieron que abandonar su
país natal para poder estudiar en Suiza; la Universidad de Zúrich era, allá por
1880, uno de los pocos centros de estudios superiores que admitían a mujeres.
En la segunda mitad del siglo XIX, mujeres como Malwida von Meysenburg (también
amiga de Nietzsche) todavía luchaban por el acceso de la mujer a la enseñanza
superior. Eso pasaba en la Europa tan liberal, tan moderna y tan progresista
del siglo XIX [8].
Sin embargo, en tiempos de los Reyes Católicos floreció Beatriz Galindo en España, a quien la apodaron “La Latina”. Como el caso del negro Juan Latino, Beatriz La Latina también se mostró desde temprano muy apta para el estudio de las Letras. Había nacido Beatriz en Salamanca, el año 1465, por lo que es fácil que entendamos su inclinación por los estudios, dado que nació y se crió envuelta en ese ambiente universitario de su patria helmanticense. Sus aptitudes la hicieron tan famosa que Isabel la Católica, cuando tuvo noticia de las excelentes capacidades humanísticas de Beatriz, la llamó para hacerla preceptora y, con el tiempo, probada su confianza, la aceptó en el gineceo de amigas y consejeras de la reina [10].
Sin embargo, en tiempos de los Reyes Católicos floreció Beatriz Galindo en España, a quien la apodaron “La Latina”. Como el caso del negro Juan Latino, Beatriz La Latina también se mostró desde temprano muy apta para el estudio de las Letras. Había nacido Beatriz en Salamanca, el año 1465, por lo que es fácil que entendamos su inclinación por los estudios, dado que nació y se crió envuelta en ese ambiente universitario de su patria helmanticense. Sus aptitudes la hicieron tan famosa que Isabel la Católica, cuando tuvo noticia de las excelentes capacidades humanísticas de Beatriz, la llamó para hacerla preceptora y, con el tiempo, probada su confianza, la aceptó en el gineceo de amigas y consejeras de la reina [10].
En los
casos de Juan Latino y de Beatriz Galindo queda bien asentado que la
Universidad española fue un instrumento apto para permitir que los mejores
llegaran a ocupar una posición social, muy por encima de lo que podía esperarse
debido a su condición económica, social, racial o sexual. Pero todavía se nos
puede objetar que estos fueron casos aislados, mientras que lamentablemente la
mayoría de los pobres, de los esclavos negros y de las mujeres estaban
sojuzgados. Objeción que cabe reducir a una falacia marxista que se funda sobre el dogma de la lucha de clases: una golondrina no hace verano… ¿y dos golondrinas?
¿y tres golondrinas? En fin: ¿cuántas golondrinas necesitaríamos para que se
haga verano? ¿Cuántos casos como los de Juan Latino o Beatriz La Latina
tendríamos que aportar para demostrar las virtudes del “humanismo español”? Por ende, para establecer y, al cabo, dejar asentado que la Universidad española
fue, durante ese tiempo, una de las pocas instituciones que garantizaban un
cierto flujo social por el que los mejores podrían ascender para hacer que
arriba se manifestaran los talentos que abajo estaban latentes, ¿cuántos casos
habría que aducir?
[7] “Defensa de la Hispanidad”, Ramiro de Maeztu, Ediciones Rialp,
Madrid, 1998, pág. 115.
[8] “Lou Andreas-Salomé. Mi hermana, mi esposa. Una biografía”, H. F. Peters, Círculo de Lectores, S. A., Barcelona, 2005.
[9] Sobre Juan Latino, recomendamos ver este enlace: "El negro Juan Latino: gloria de España y de su raza".
[10] Sobre Beatriz Galindo, recomendamos el libro de Almudena de Arteaga: "Beatriz Galindo La Latina. Maestra de Reinas", Almudena de Arteaga, Algaba Ediciones, V Premio Algaba, 2007.
[8] “Lou Andreas-Salomé. Mi hermana, mi esposa. Una biografía”, H. F. Peters, Círculo de Lectores, S. A., Barcelona, 2005.
[9] Sobre Juan Latino, recomendamos ver este enlace: "El negro Juan Latino: gloria de España y de su raza".
[10] Sobre Beatriz Galindo, recomendamos el libro de Almudena de Arteaga: "Beatriz Galindo La Latina. Maestra de Reinas", Almudena de Arteaga, Algaba Ediciones, V Premio Algaba, 2007.
EL LIBRE ALBEDRÍO Y OSCAR WILDE
"El escritor Oscar Wilde"
Interesado
por el tema del libre albedrío, me encuentro con este texto que se le atribuye
a Oscar Wilde. El escritor británico no es ni mucho menos un santo que digamos,
y tampoco diré que es de mi devoción literaria, por lo que, intrigado en saber
su opinión sobre este asunto, con más interés me volqué en saber qué es lo que
decía sobre él.
Al parecer, el origen de este relato gira en torno a una conversación que mantenían sobre el libre albedrío Oscar y sus amigos. En un determinado momento, el escritor improvisó esta historia para aclarar su postura:
“EL IMÁN
Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar el imán y empezaron hablar de lo agradable que sería la visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, hasta que las más imacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inocentemente acercándose.
Al fin, prevalecieron
las impacientes, y, en un impulso irresistible, la comunidad entera gritó: -Inútil
esperar, Iremos ahora, iremos en el acto.
La masa unánime se
precipitó y quedó pegado al imán por todos los lados. El imán sonrió, porque
las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria”
"Igual que un imán atrae las limaduras de hierro que caen bajo su campo de atracción, así de poderoso y atrayente es el Mal, que hace que sucumbamos a su influencia, mientras nos decimos a nosotros mismos, que hacemos lo que hacemos, por que nosotros libremente lo decidimos"
Así
de sutil es el MAL. Hace que las personas sucumban a su atracción, y una vez
atrapados en su campo de acción, todos los atrapados piensan que el hecho de
estar allí, es lo correcto y lo que debe ser, y que no han sido guiados allí
por nadie, sino que han llegado a esa posición por su propia voluntad. Es más.
Una vez que la inmensa mayoría es atrapada por esa maléfica influencia, resulta
que lo que antes se entendía como anormal, ahora es normal, lo que ayer era erróneo, ahora se ve como cotidiano, por
lo que se propone a la mayoría modificar la Ley para que todo el mundo acepte,
el MAL y el ERROR se hacen normales. Así tenemos leyes que permiten el mal llamado
“Matrimonio homosexual”, el aborto o la eutanasia, haciendo ver a la
ciudadanía, que esas posturas son las correctas, y que el llegar a esa
conclusión ha sido de forma unánime.
Luis
Gómez
lunes, 10 de junio de 2013
PARA DESTRUIR EL SISTEMA LIBERAL
"Todos
los trabajadores, ante la angustiosa situación presente, han de
preguntarse a qué se debe el que, a pesar de los constantes cambios de
Gobierno, a pesar de haber gobernado las izquierdas, a pesar de los
Gobiernos de centro y de derecha, el paro aumente sin cesar, la carestía
de vida se haga cada vez más agobiadora y la pugna entre las clases sea
cada día más áspera.
Fácil es comprobar la existencia de estos
problemas y aun su agravación. Con Gobiernos en que figuraban ministros
socialistas, todas las calamidades que abruman a la masa obrera no sólo
no tuvieron solución, sino que se agudizaron. Con Gobiernos de derecha,
toda la política se orienta en contra de los productores; empeoran las condiciones
de trabajo, se reducen los jornales, aumentan las jornadas, se los
persigue, etc. ¿Qué significa esta coincidencia en el fondo de los
partidos políticos, sean de derechas o sean de izquierdas? Significa que
el régimen de partidos es incapaz de organizar un sistema económico que
ponga a cubierto a la masa popular de estas angustias; que tanto unos
partidos como otros están al servicio del sistema capitalista.
Mientras la terrible crisis económica actual ha arruinado o está en
camino de arruinar a los modestos productores, y la masa obrera sufre
como nunca la pesadilla del paro, la cifra de los beneficios obtenidos
por los beneficiarios del orden actual de cosas, los dueños de la Banca,
es elevadísimo.
Así la tarea urgente que tienen los
productores es ésta: destruir el sistema liberal, acabando con las
pandillas políticas y los tiburones de la Banca."
José Antonio Primo de Rivera.
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( II )
FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO (II)
Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa,
Profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.
LA UNIVERSIDAD, TRANSMISORA DEL HUMANISMO MEDIEVAL
Carlomagno potenció el florecer del llamado Renacimiento Carolingio |
Es
obligado, pues, recomponer esa Figura que se configuró en su día y que con el
tiempo, con el devenir de los siglos, se transfiguró hasta adoptar la Figura
actual.
Lo primero
de todo será dilucidar, por lo pronto, la actividad a la que se aplicaban los
universitarios (docentes y estudiantes) de aquella Universidad. Para ello bastará
recordar las palabras del eminente historiador español D. Luis Suárez cuando
nos pinta lo que se hacía en los Estudios Generales:
“Un Estudio General no era una Escuela que
preparase profesionalmente a sus alumnos: simplemente comunicaba en sus aulas
el saber universal. Por eso conservó en principio las viejas estructuras de
Cassiodoro y san Isidoro, con las Artes Liberales. Todos los alumnos estaban
obligados a seguir el “Trivium” y el “quadrivium”, propedéutica indispensable.
La mayor parte de los alumnos, jóvenes solteros, beneficiarios de ayuda o lo
que es lo mismo, “baccalarios” (de donde sacamos bachiller) se conformaban con esto. Pero se estaban
introduciendo enseñanzas más elevadas en los dos Derechos, civil y canónico, en
la Filosofía y en la Teología, así como en el campo de la Física que abarcaba
de un modo especial la Medicina” [3].
Aunque,
como bien nos recuerda Luis Suárez, el Estudio General, embrión de las
Universidades, “no era una Escuela que
preparase profesionalmente a sus alumnos”, la Universidad era no obstante
un pasaje obligatorio para recibir el acervo humanístico medieval.
Con harta
frecuencia se considera que no existe nada más que un “humanismo” (el
renacentista), pero los estudios historiográficos nos reafirman en la idea de
que el humanismo, antes de ser renacentista, fue medieval, habiéndose gestado
en esa cultura sincrética que fue la inmortal Roma. No son pocos los que
sostienen la errónea opinión de que el humanismo no encuentra acomodo en una
época, como es la Edad Media cristiana, dado que en dicha edad es sabido que
prevaleció el teocentrismo. Sin necesidad de impugnar que existió algo parecido
al teocentrismo en la Edad Media, sea dicho también que el cristianismo no se
opone al hombre, por colocar en el centro a Dios, puesto que lo sobrenatural
nunca anula a la naturaleza, sino que la eleva.
LA SOSPECHOSA CULTURA DEL GOBERNANTE
Pero la
Universidad, aunque se había consolidado como magnífico instrumento pedagógico
desde la Edad Media, todavía no era contemplada como centro formador de elites
dirigentes seculares; su primitivo vínculo con la Iglesia hacía de la
Universidad un centro formador de elites eclesiásticas, si bien es cierto que
no pocas veces Iglesia y Estado confundieran sus límites. Para que la
Universidad –y, por extensión, el humanismo- se convirtiera en troquel de dirigentes
laicos habría que aguardar al humanismo renacentista y éste, a su vez, había
encontrado sus modelos clásicos a imitar –y recrear- en la antigüedad
grecolatina.
Durante el
otoño de la Edad Media, todavía pesaba una prejuiciosa hostilidad contra los
laicos que se aplicaban a cultivar las ciencias y, más todavía, era peor visto
todavía si estos laicos eran reyes o poderosos señores. En España, el ejemplo
de Alfonso X el Sabio, era proverbial.
A este
monarca se le reprochó durante mucho tiempo que el descuido de los negocios
políticos, por dedicarse en extremo a los quehaceres científicos, había sido el
mayor de sus errores. Por eso sobre Alfonso X el Sabio pesó la mala fama de
haberse dedicado a lo que un rey no tenía que dedicarse. Sus contemporáneos y
las generaciones posteriores encontraron que aquella afición desmedida por las
ciencias que mostró el Rey Sabio fue más que un error, una transgresión. Una
transgresión que le costaría muy cara al rey que, puesto en cuestión por una
nobleza levantisca, se vio despojado de su poderío. La ciencia por la que se le
apodó “el Sabio” fue la razón de las calamidades políticas de su reinado. Hoy
nos podría parecer exagerado, un dislate: ¿cómo es posible considerar que la
inocente afición por los estudios en un rey sea vista como su mayor pecado? Pero,
pese a lo que nos pueda extrañar, así confirmamos esta impresión atendiendo a
los testimonios que sobre el particular nos legaron sus contemporáneos y que
repite la tradición prácticamente hasta el siglo XVII. Así se expresa Saavedra
Fajardo (escribe en el siglo XVII) sobre este particular:
“Ajustó el rey don Alonso el Sabio el
movimiento de trepidación, y no pudo el gobierno de sus reinos. Penetró con su
ingenio los orbes, y ni supo conservar el imperio ofrecido ni la corona
heredada. Los reyes muy scientíficos ganan reputación con los extraños y la
pierden con sus vasallos.”[5]
Saavedra Fajardo |
Empero si
estaba mal mirado un rey que se interesara por las ciencias, despreocupándose
de los negocios políticos, tampoco estaba mejor visto que lo hiciera un noble.
Es paradigmático el caso de Enrique de Villena (1384-1434).
Enrique de
Villena nació en una de las familias más linajudas de Castilla y por razón de
su alcurnia podía pronosticarse que sería llamado a los puestos de mando más
altos que un aristócrata pudiera ocupar en el Estado de su época. Y así fue,
pero con un resultado poco lucido para el aristócrata en cuestión.
Enrique de
Villena, emparentado con los reyes de Castilla y Aragón, había mostrado desde
su niñez una inusitada inclinación por el saber, así como unas aptitudes muy señaladas
para el estudio. Y todo esto sucedía contra el parecer de su abuelo, que hacía
lo posible por encaminarlo a las armas, postergando los libros; sin embargo,
las tendencias de aquel niño de sangre azul no pudieron desviarse ni tampoco
reprimirse: “cuando los niños suelen por
fuerça ser llevados a las escuelas, él, contra voluntad de todos, se dispuso a
aprender” –nos revela Fernán Pérez de Guzmán en sus “Generaciones y
semblanzas”.
Con el
tiempo, Villena llegó a ser nombrado Maestre de la Orden Religioso Militar de
Calatrava, pero no gozaba de prestigio entre sus conmilitones y, por eso mismo,
a la menor ocasión que se les brindó le fue negada la obediencia de sus freires
y terminó siendo destituido. La razón del rechazo que los nobles coetáneos
sentían por él no parece ser otra que la proclividad que Enrique de Villena mostraba
por los estudios: “E ansí este amor de
las escrituras non se deteniendo en las ciencias e artes se dio mucho a la
astrología, algunos, burlando, dizían dél, que sabía mucho en el çielo e poco
en la tierra” –nos cuenta Fernán Pérez de Guzmán: se repite el chiste que
se hacía con Alfonso X el Sabio, a saber: que los sabios están en las nubes y
no dan ni una a derechas en lo que más importa a la política, el sentido
pragmático basado en las imposiciones del realismo más crudo.
Que Enrique
de Villena se aplicara a conocer las ciencias de su época (también fue acusado
de internarse en el ocultismo: alquimia y magia), que produjera una meritoria
obra literaria como filósofo, poeta, médico (y, no lo olvidemos, traductor, dado
que dominaba varios idiomas) no parece que le hubiera granjeado el respeto de
sus contemporáneos: “E por esto fue
habido en pequeña reputaçión de los reyes de su tiempo e en poca reverençia de
los caballeros” -termina diciéndonos Pérez de Guzmán [6]. El
caso de Enrique de Villena es elocuente: a los humanistas del siglo XIV no se
les consideraba todavía aptos para tareas dirigentes y sus méritos
intelectuales no eran, como después fue, motivo de admiración y respeto, sino
más bien piedra de escándalo y causa de vilipendiosas e irrisorias chanzas, con
el consecuente descrédito social que podía entrañar el ostracismo incluso, esto es: la
“muerte civil”.
Continuará...
[3] “La construcción de la Cristiandad europea”, Luis Suárez, Editorial
Homolegens, Madrid, 2008, pág. 282.
[4] “Introducción al estudio de la filología latina”, Víctor José
Herrero, Biblioteca Universitaria Gredos, Madrid, 1976. Para el término
“paideia” recomendamos el monumental volumen dedicado a ello por el erudito
alemán Werner Jaeger: “Paideia: los
ideales de la cultura griega”, existe traducción al español en el Fondo de
Cultura Económica.
[5] “Empresas políticas”, Diego de Saavedra Fajardo, edición,
introducción y notas de Francisco Javier Díez de Revenga, Editorial Planeta,
Autores Hispánicos, Barcelona, 1988.
[6] “Generaciones y semblanzas” de Fernán Pérez de Guzmán y “Claros varones” de F. del Pulgar,
Biblioteca Clásica Ebro, Editorial Ebro, Zaragoza, 1970, pp. 38-39.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)