RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 27 de diciembre de 2016

UNA CONSTANTE HISPÁNICA: EL JUNTISMO

Los vascongados alrededor del Santo Árbol de Guernica


LAS JUNTAS, INSTITUCIONES CONSUSTANCIALES A LA TRADICIÓN HISPÁNICA


Manuel Fernández Espinosa


Desde los más remotos tiempos hasta nuestros días una institución político-administrativa ha estado siempre presente en los diversos pueblos peninsulares; tal vez, debido a esa presencialidad nunca aniquilada, por más que, en algunos momentos históricos muy concretos, pueda haber sido viciada y pervertida, esta institución nos pasa desapercibida. Si, percatándonos de ella, hiciéramos por fijar nuestra mirada en la misma, tratando de considerarla más a fondo, su estudio puede sin ninguna duda aportarnos las claves de nuestra identidad histórica que, a pesar de lo maltrecha que esté en los días que corren, todavía puede ser reconstruida contra todos los errores que han desviado nuestra auto-percepción hispánica. Esa institución a la que me refiero y que ahora pretendo redibujar es la "Junta".

El portugués Joaquim Pedro de Oliveira Martins (1845-1894) ha legado al conjunto de los pueblos hispanos una obra que nos parece de forzosa referencia en la filosofía de la historia hispánica: "História da Civilização Ibérica" (1879). En esa obra que debiera leer todo hispano-europeo o hispano-americano, el pensador lisboeta nos dice:

"A pesar de la centralización imperial romana, luego católica, el ayuntamiento subsistió en España y sigue siendo, aún hoy, la molécula social [...] La organización política parte de abajo a arriba, federativamente; y sólo en la provincia, o agregación de ayuntamientos, aparece el gobernador. El Estado a la europea no ha podido penetrar más hondo".

El vocablo "ayuntamiento" también nos conserva en su etimología la misma realidad institucional en su base juntista: "ayuntamiento" deriva de "ayuntarse" y "yuntarse" es lo mismo que "juntarse". Las consecuencias políticas que extrae Oliveira Martins de esta institución "molecular" del tejido social hispánico son muchas y cabe destacar entre ellas la autoctonía inveteradamente refractaria al Estado: "La adopción de una civilización -sigue diciendo Oliveira Martins- extraña dió a la sociedad peninsular un aspecto distinto del que hubiera tenido si espontáneamente hubiera desarrollado de un modo aislado los elementos propios de su constitucion etnogénica". En lo económico, el "ayuntamiento" es "una caja de socorros mutuos (que hace que el pueblo disponga) del granero colectivo y de la dehesa comunal, a la que los munícipes envían a pastar su ganado, y donde todos tienen, por lo menos, un puerco y un borrico -y, finalmente, vemos en él la "suerte", por la que el munícipe puede labrar su terruño", esto impedía la pobreza absoluta y daba al vecino "el sentimiento de relativa igualdad natural" regularizando la distribución de la riqueza. La desamortización (eclesiástica y municipal) perpetrada por los gobiernos liberales del siglo XIX arruinaría esta institución con todas sus ventajas y permitiría a las oligarquías egoístas acaparar las propiedades comunales.

Oliveira Martins encuentra en la institución peninsular de los antiguos ayuntamientos una semejanza con la estructura social del norte de África: "...en las instituciones, hallaremos singulares rasgos de afinidad entre las cabilas, entre lo que la Historia nos dice de España y lo que, por debajo de las formas sociales impuestas por la civilización romana y germánica se percibe aún hoy en el carácter y en las costumbres peninsulares". Pedro Bosch-Gimperá comparte gran parte del análisis de Oliveira Martins, leyendo algunos de sus artículos podríamos decir que los escribe teniendo a mano el libro de Oliveira Martins, aunque -eso sí- el catalán se muestra incluso más crudo y radical en su crítica a la super-estructura romana y visigoda que Bosch-Gimperá cree que se reactiva en el reino astur-leonés como heredero de los visigodos y, corriendo el tiempo, en el Estado moderno fundado por los Reyes Católicos y continuado por la Monarquía encarnada en las Casas de Habsburgo y Borbón. Bosch-Gimperá reincide en considerar que la formación de España es de "abajo a arriba": "Los grupos se forman de abajo a ariba y no se borran nunca totalmente. De ahí que recobren la plenitud de su soberanía cuando se ha disuelto la organización general que los absorbía o ha quebrado la superestructura impuesta".

Aunque no podamos admitir la totalidad del pensamiento de Bosch-Gimperá en esta cuestión, debido a lo que nos parece una exagerada negación de la mayor parte de la Historia de España, lo cierto es que no anda muy errado cuando sugiere que la liquidación del Estado y la quiebra de la superestructura impuesta ha presentado siempre, como una constante, la irrupción histórica del fenómeno del "juntismo" como institución que adquiere el relieve de rasgo atávico y que pareciera que, por debajo de toda superestructura estatalista, permanece subyacente como principio actuante de la constitución íntima en los intentos de reorganizar las relaciones político-sociales hispánicas más primitivas.

Es así como podemos entender que en la crisis de 1808, ante el vacío de poder monárquico que se sigue de la usurpación napoléonica con su simultánea invasión, el pueblo español amante de su verdadera libertad, pudiéramos decir que "espontáneamente", corre a reorganizarse por vía urgente en las llamadas Juntas provinciales que concurren con sus representantes en la Junta Suprema Central. Karl Marx nos lo recuerda: "Cuando Fernando abandonó Madrid, sometiéndose a las intimaciones de Napoleón, dejó establecida una Junta Suprema de gobierno presidida por el infante Don Antonio. Pero en mayo esta Junta había desaparecido ya. No existía ningún gobierno central, y las ciudades sublevadas formaron Juntas propias, subordinadas a las de las capitales de provincia. Estas Juntas provinciales constituían, en cierto modo, otros tantos gobiernos independientes, cada uno de los cuales puso en pie de guerra un ejército propio". El elemento liberal que se filtró en estas Juntas, pese a su minoría, resultó sumamente nocivo, mostrando su verdadero signo extranjerizante en las Cortes de Cádiz cuando, mientras todo el pueblo combatía la revolución que nos traía Napoleón, los liberales conspiraban para hacer una revolución o la caricatura de la misma, para así destruir el Antiguo Régimen, implantando el liberalismo que a golpe de cañón y bayoneta se iría imponiendo a lo largo de todo el siglo XIX, con sus desamortizaciones y su persecución cada vez más patente de la religión católica, sin la cual no puede entenderse España, empobreciendo al pueblo y enriqueciendo a una oligarquía cada vez más egoísta, cínica e impía. Al igual que en la península, en la España de Ultramar surgieron las Juntas de Gobierno como órganos políticos para rellenar el vacío de poder tras la abdicación de Fernando VII en Bayona.

Pero sólo lo que es intrínseco brota en los momentos críticos, de ahí que las "Juntas" aparezcan "de abajo a arriba" en todo momento dramático de nuestra Historia, para hacer frente a lo que es en esa hora considerado una invasión. Mucho antes de la invasión napoleónica, cuando las comunidades castellanas entendieron llegada la hora de alzarse contra el gobierno extranjerizante de Carlos I de España y V de Alemania, las ciudades sublevadas crean en Ávila (año 1520) la "Santa Junta Comunera" que el 25 de septiembre de 1520 asumel gobierno de Castilla, expulsando a los miembros del Consejo Real.

Podríamos remontarnos al "Poema de Mio Cid" para encontrar esas "juntas". Durante la Edad Media en el Reino de Aragón se llamaba "Juntas" a las demarcaciones territoriales, al igual que en Castilla era más comúnmente conocidas como "Hermandades" o en Cataluña como "Veguerías". La organización de las "Juntas" aragonesas aparece, según Ramón Fernández Espinar, en el siglo XIII como agrupación voluntaria. Y las Juntas de Ciudades se agrupaban en "Sobrejuntas".

En tiempos de guerra, revolución o paz, las Juntas siempre han vuelto por sus fueros. Así, cuando la Revolución de 1868, fueron las Juntas Revolucionarias las que asumieron el poder, habiéndose formado las mismas en las ciudades, siendo las capitales andaluzas de Sevilla y Málaga las primeras. Sin embargo, aquella revolución que inauguró el Sexenio Revolucionario fue muy pronto reconducida, desde los excesos retóricos a la moderación burguesa, pues no fue otra cosa que eso: una revolución burguesa.

El fenómeno juntista se reproduce también en otros estratos sociales. Así nos encontramos con la Junta de Fe, creada en 1823 y actuante hasta 1833, por algunos obispos como tribunal eclesiástico a manera de conato de restauración de la abolida Santa Inquisición española. Y también, más tarde, el juntismo irrumpe denominando cierto asociacionismo corporativo cuando en 1916 la oficialidad militar se constituya en Juntas de Defensa. Y en lo político, las Juntas reaparecerán en las J.O.N.S (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), toda vez que se combinen el grupo liderado por Ramiro Ledesma Ramos y las -también llamadas con antelación- "Juntas Castellanas de Actuación Hispánica", fundadas por Onésimo Redondo en Valladolid el año 1931.

El fenómeno de las Juntas en España encuentra su homólogo en la lejana y a la vez tan semejante Rusia. Como bien indica el ideólogo comunista Andreu Nin, "La palabra rusa "Soviet" significa sencillamente Consejo o Junta. Sin embargo, es aún corriente la ignorancia del significado de este término a pesar de que la Revolución rusa lo ha incorporado definitivamente al vocabulario de todos los países. El término, pues, no tiene nada de misterioso, y el Soviet no es una creación propia exclusivamente del “alma eslava”, como pretenden los interesados en hacer aparecer la gran revolución de octubre como un fenómeno específicamente ruso, sino una forma de organización y combate que la clase obrera rusa creó y que el proletariado de todos los países se ha asimilado."

De un modo u otro, con carácter más o menos formal, significando una demarcación territorial, una asamblea con poderes más o menos limitados, una confederanza de ayuntamientos, de grupos, de partidos... El "juntismo" es una tradición muy de raigambre hispánica, compartida por todos los territorios peninsulares a lo largo de toda nuestra Historia. El hecho es que, cuando se diseñó el marco administrativo-territorial actual, muchas de las antiguas regiones fueron llamadas comunidades autónomas y la institución en que se organiza su autogobierno respectivo recibe en no pocas ocasiones el nombre de Junta: así la Junta de Andalucía, de Castilla-León, de Castilla-La Mancha, de Aragón, de Extremadura, etcétera. Pero habría que considerar en cada caso concreto el elemento componente de todo aquello que en el curso de nuestra historia ha recibido el nombre de "Junta", considerando cada caso en su momento histórico, el elemento que lo constituye, las atribuciones y funciones que le han sido conferidas y por quién (el pueblo, el monarca, la Iglesia, la revolución...); y, una vez considerado el fenómeno concreto, juzgar la fidelidad que dicho órgano juntista ha guardado al verdadero ser de lo hispánico, si ha servido o no para preservar nuestra independencia, repeliendo eficazmente toda intrusión e invasión, si es o no fiel al auténtico espíritu democrático tradicional que informa nuestra historia, exento de los errores extranjerizantes de  modelos democráticos ajenos a nuestra identidad super-nacional. Es aquí, en ese subsuelo común sobre el que se ha montado la actual superestructura que nos falsea, donde hay que escarbar para reconstituirnos. 

Y si no se reconduce esto adecuadamente, de un modo ponderado y pacífico, llegará un día en que lo que se agita debajo erupcione, rompiendo la losa que como una corteza de democracia formal nos oprime o nos extinguiremos en una Babel tal como se disuelve un azucarillo en el café. Esa democracia actual, articulada a través de partidos políticos que no pueden representar en modo alguno al verdadero pueblo español (pues más parecen ocupados en privilegiar todo elemento ajeno a nuestra sociedad o prebendando a todo elemento corruptor de nuestra sociedad), está homologada y cumple los cánones mundialistas que ajustan a todas la realidades nacionales y cabalmente es en ese mismo cumplimiento como se realiza un sometimiento fáctico de nuestro pueblo a una oligarquía globalista que nos aniquila la identidad, nos impone sus políticas económicas y hasta sexuales en la más insoportable de las invasiones que se hayan perpetrado nunca: la violación de nuestra intimidad doméstica. Nos han impuesto una superestructura muchísimo peor que la que Bosch-Gimperá suponía en las históricas (romana, visigoda, estatalismo moderno, absolutismo...), una superestructura que se muestra como irreconciliablemente hostil a nuestro mismo ser, que destruye nuestra identidad, a la vez que reprime a la "España real" y la reduce a la servidumbre. Esa democracia no la queremos, queremos nuestra democracia, de cuyo prestigio -como con el prestigio de la monarquía tradicional- se han servido nuestros enemigos para falsificarnos nuestro mundo hispánico: es indudable que con palabras como Monarquía o Democracia se nos evocan realidades que forman parte de nuestro más auténtico hispanismo, pero que (dejadas en un pasado difuso, difícilmente inteligible y, por ello mismo, inoperante) se las prefiere mantener ancladas en el equívoco de la polisemia.

Pues no todo lo que se llama "democracia" lo es, ni tampoco es verdadera "Junta" todo lo que se hace llamar como tal.

Parafraseando a Lenin, podríamos proclamar: "Todo el poder para las Juntas"... Para las verdaderas Juntas que hemos de redescubrir y poner en pie. 


BIBLIOGRAFÍA
 
Oliveira Martins, J. P. de, Historia de la civilización ibérica, Librería y Editorial "El Ateneo", Buenos Aires, 1944.

Bosch-Gimperá, P., La democracia española histórica, (España Nueva, Méjico, D. F., 4 de enero de 1947), publicado en "La España de todos", Seminarios y Ediciones S. A., Madrid, 1976.

Marx, Karl, La España revolucionaria, Alianza Editorial, Madrid, 2009.

Fernández Espinar, Ramón, Historia de las Instituciones Político-Administrativas españolas (apuntes de las explicaciones del Catedrático), Granada, 1989.

Nin, Andreu, Los Soviets: su origen, desarrollo y funciones. (Valencia, Cuadernos de cultura LXV, 1932).

viernes, 23 de diciembre de 2016

VIGENCIA Y REIVINDICACIÓN DEL SOCIEDALISMO

Clara Campoamor


VÁZQUEZ DE MELLA, EL SUFRAGIO FEMENINO EN EL SOCIEDALISMO

Manuel Fernández Espinosa


Decía Nietzsche que la opinión pública la constituía la suma de las perezas privadas; y mucho de eso pasa con la mayor parte de las cuestiones. No podía pasar menos con el ideólogo del sociedalismo, nuestro Juan Vázquez de Mella. Reputado como "carlista" (incluso después de haber roto con el pretendiente D. Jaime), etiquetado como "reaccionario"... Se despacha la cuestión, con un rápido y superficial juicio que, con semejante insolidez no puede ser sino erróneo. Es así como se nos permite soslayar a un hombre y a su obra, hurtándonos su grandeza así como la clarividencia de sus lúcidos análisis, en gran medida válidos para nuestra época.

El Tradicionalismo español, como dijo el Conde de Rodezno, no es un partido político; es "un sistema de estructuración nacional, una constitución orgánica de la Nación". Las cuestiones sociales, por lo tanto, pueden encontrar acomodo sin renunciar en un ápice al legítimo patriotismo que se nos quiere hacer un extraño, para despojarnos de nuestra identidad y así dominarnos mejor. El Tradicionalismo español es la constitución interna de nuestra nación y puede acometer la empresa de reestructurar el conjunto peninsular (con el tradicionalismo portugués), solucionando los problemas que hoy palpitan: la cuestión de la organización territorial y administrativa, la defensa de los trabajadores (y, no se olvide, de los parados), así como el objetivo de traer de vuelta a casa a cuantos españoles se han visto obligados a buscarse la vida en el extranjero (¿es que nadie ha reparado en el sinsentido que vivimos? España es un país que acoge inmigración, mientras nuestros connacionales se ven forzados a emigrar) y, sin las delirantes ideologías hoy puestas en curso (como esa aberración totalitaria de la ideología de género), el sociedalismo también puede -y la historia lo legitima para ello- pugnar por la defensa de los derechos de la mujer... Todo encuentra su sitio en el Tradicionalismo: el Tradicionalismo no es ni puede ser un coto privado de unos cuantos señores que luzcan sus pretendidos títulos "nobiliarios". La nobleza hay que ganarla.

Decía Vázquez de Mella en el Congreso de los Diputados, mirando a los señores de la izquierda:

"No hay razón para que dentro de nuestros principios no tengan voto las mujeres. Por este lado no me llamaréis reaccionario, porque todavía no habéis incluído ese principio en vuestro programa".

En fecha tan temprana como febrero del año 1908, Vázquez de Mella hacía profesión de fe feminista ante la cámara, anticipándose a todos aquellos que tanto se pavonean ahora de feministas:

"Y llevo de tal manera la universalización del sufragio a todas las clases, que, siguiendo una tradición de las grandes familias troncales de la primera nobleza aragonesa, y aun sin invocar la tradición, yo no tendría inconveniente alguno en conceder dentro de las clases el sufragio a las mujeres".

Como bien sabemos las mujeres españolas no tuvieron el derecho de voto hasta el 1 de octubre de 1931 gracias a la perseverancia de Clara Campoamor. Con décadas de anticipación, vuelvo a repetir que en el año 1908, había dicho Vázquez de Mella:

"Ya sé que vosotros lo combatiríais, porque en España las mujeres tienen mucho espíritu católico y tradicional; y he sabido que vosotros, cuando defendéis un principio, lo primero que pensáis, la primera cuestión que tratáis de averiguar, es a quién favorecerá el principio...".

Y, en efecto, cuando Clara Campoamor propuso el sufragio femenino en la II República, fue la izquierda, salvando un grupo de socialistas y republicanos, la que se opuso rabiosamente a que las mujeres españolas votaran. La izquierda no quería que las mujeres votaran en la II República Española debido al ascendente que la Iglesia católica tenía sobre las españoles de aquel tiempo. El Partido Radical Socialista y Victoria Kent se enfrentó a Clara Campoamor y la justa causa femenina triunfó con 161 votos a favor frente a 121 en contra. La derecha y los socialistas más coherentes, como Manuel Cordero Pérez, cerró filas con Clara Campoamor, pero ahí estaban los calculadores, los que subordinan los principios a las conveniencias del momento.

Las palabras de Vázquez de Mella de 1908 les cuadra como nunca, con toda la ironía que puso en ellas: "¡Eso prueba la buena fe, el acendrado entusiasmo que tenéis por esos principios!".

La posicion de Vázquez de Mella ante el sufragio femenino es harto elocuente de lo que hemos querido señalar en esta ocasión: el tradicionalismo español en su sociedalismo está en condiciones de ajustar en un perfecto ensamblaje las reivindicaciones justas, expeliendo siempre de sí todo lo que se opone a la salud del cuerpo social.

jueves, 22 de diciembre de 2016

VIGENCIA Y REIVINDICACIÓN DEL SOCIEDALISMO

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Juan Vázquez de Mella

POR UNA CONSTITUCIÓN ORGÁNICA DE ESPAÑA
Manuel Fernández Espinosa


En una España que a cada día que pasa se desconoce más a sí misma no puede, por desgracia, extrañarnos que el nombre y apellidos de D. Juan Vázquez de Mella y Fanjul haya sido recientemente reflotado del olvido en una de esas polémicas absurdas en que se empeñan aquellos que, por no tener otra cosa que hacer, no saben otra cosa que quitar rótulos del callejero. Sin mayor conocimiento de quién fue Vázquez de Mella, se le despojó del honor merecido de dar nombre a una plaza para poner en lugar de su nombre el de Pedro Zerolo: nos gustaría poder decir que eso fue como desvestir a un santo para vestir a otro, pero tendríamos que preguntarle a San Pedro Apóstol si Zerolo ha sido admitido en el cielo o no y no tengo el mínimo interés en saberlo.

La ocasión fue, no obstante, propicia para airear el nombre del pensador tradicionalista español. Si no le hubieran arrebatado su nombre a la plaza, allí se hubiera quedado el rótulo "Vázquez de Mella" criando telarañas, para que cualquier indocumentado le atribuyera el irreal mérito de ser un militar de la Guerra de la Independencia o vaya usted a saber, con la manía obsesiva que cunde, buenamente lo hubieran hecho un general de Francisco Franco. Y ni una cosa ni otra: nació Vázquez de Mella en Cangas de Onís el 8 de junio de 1861 y pasó a mejor vida el 26 de febrero de 1928 en Madrid, ni vio a los napoleónicos ni tampoco tuvo que vivir ese fracaso de la convivencia nacional que fue la Guerra Civil de 1936-1939. No obstante, la ocasión que produjo aquel despótico atropello podía haber sido mucho más aprovechada si se hubiera acometido una exposición del cuerpo de ideas sociales y políticas que el íntegro cuan lúcido Vázquez de Mella encarnó y expuso a lo largo de su vida y su obra toda, con la coherencia que en lógica y vida lo caracterizaba. Pero, ya sabemos que algunos estaban más ocupados en descubrir el pensamiento católico de los ingleses, como estamos harto acostumbrados.

La obra escrita de Vázquez de Mella se compone de discursos parlamentarios, circunstanciales y artículos periodísticos de calado y algún libro. La circunstancialidad de algunos discursos no invalida las premisas y las consecuencias de lo más importante que en estas piezas oratorias -y literarias- aporta el tribuno. Merece, a nuestro juicio, que explanemos algunas de las ideas medulares cuya vigencia nos parece que salta a la vista y ello sin que nos propongamos una exhaustiva exposición del pensamiento vazquezmellista que sería digno de mayor consideración.

Calificar a Vázquez de Mella como "carlista" a secas denota la ignorancia de los avatares políticos de su biografía. Baste decir que el 11 de agosto de 1919 en el casino de Archanda Vázquez de Mella se apartaba (por razones que no voy a detenerme en glosar) del carlismo oficial, cifrado en el pretendiente carlista del momento, D. Jaime de Borbón. Esa fecha puede tomarse como fundación del Partido Católico Tradicionalista que lideraría nuestro pensador y tribuno.

Tradicionalista español sí que lo fue, por supuesto que sí. Pero debiéramos tener en cuenta que el tradicionalismo español, aunque históricamente se haya concretado en comuniones o partidos políticos, no es un partido político; bien lo vio el Conde de Rodezno cuando escribió en el prólogo del Tomo XVI de las Obras de Mella que: "...el Tradicionalismo (no es) un partido, sino un sistema de estructuración nacional, una constitución orgánica de la Nación".

Por muchos motivos, el tradicionalismo ha sido identificado con el carlismo. Esta identidad fue cierta en algunos momentos históricos que, por dramáticos que fuesen, encontraron la situación favorable para que esto fuese así: la Primera Guerra Carlista o la Tercera Guerra Carlista del siglo XIX. Sin embargo, el desenvolvimiento histórico nos ha traído a una situación a simple vista paradójica: el carlismo ha venido a quedarse a día de hoy sin un pretendiente indiscutible capaz de aglutinar no ya a todos los tradicionalistas, sino a todos los que se auto-intitulan carlistas. Digo "a simple vista paradójica" por la estrecha relación entre tradicionalismo hispánico-carlismo-monarquía tradicional, pero esto -con ser problemático- no puede ser ninguna excusa para perderse y accionar en el vacío: al hilo de nuestra dilatada historia nacional tenemos ejemplos que demuestran que los españoles tradicionalistas hemos sabido mantenernos firmes incluso en ausencia de un Rey y en circunstancias muy críticas: ahí está nuestra Guerra de la Independencia. Es deseable que haya un Rey con legitimidad de hecho y de derecho, por supuesto; pero la historia demuestra que eso no es imprescindible.  

Así pues, aligerado de la cuestión dinástica: ¿cuál diríamos que es la medula del tradicionalismo español en política?

Y es aquí cuando hemos de apelar al pensamiento de Vázquez de Mella. El bastión que defendemos y defenderemos es, a la luz de sus enseñanzas, la concepción de la sociedad que afirma y a la que nos adherimos intelectual, voluntaria y sentimentalmente, negando la sociedad artificial que como una impostura liberal (o en su versión de impostura marxista) se ha impuesto. Y para cifrar ese núcleo doctrinal Vázquez de Mella acuñó un vocablo que reivindicamos ahora: sociedalismo. Los tradicionalistas españoles, en ausencia de una solución dinástica que encarne las pretensiones de nuestro ideario, nos confesamos sociedalistas. La expectación de un Rey por venir no puede por más tiempo paralizarnos y, menos todavía, cuando España está sufriendo a día de hoy, a manos de la globalización y los tirones separatistas, la mayor crisis de identidad política, social y metafísica que ha sufrido nunca.

¿Qué es el sociedalismo? 

El sociedalismo es, con palabras de nuestra época, un comunitarismo autóctono anterior a los comunitarismos extranjeros importados. Toda una concepción del hombre español (el hombre abstracto es una fantasmagórica entelequia) y sus relaciones con los demás hombres en el mundo que lo circunda; y esta interacción no la hace el hombre simple y exclusivamente a título individual sino también a título corporativo, pues todo hombre está vinculado a otros hombres en sociedades que pueden ser llamadas "cuerpos intermedios" y que, de existir y ser reforzadas, vienen a defenderlo justamente del poder omnímodo que ejerce el Estado liberal o, allí donde ha estado implantado, el Estado comunista: dos caras del mismo mal, los errores filosóficos del mundo moderno con su séquito de contradicciones, despropósitos e iniquidades. El sociedalismo de Vázquez de Mella que hacemos nuestro parte de una crítica demoledora al concepto de "individuo" que emerge con la modernidad. No es ni puede ser de derechas ni de izquierdas; eso son conceptos modernos que insisten en los mismos errores que denunciamos, condenamos y queremos corregir.

Vázquez de Mella entiende que el individuo aislado "es una creación del filosofismo y de la economía liberal del siglo XVIII, y que hizo su aparición legal en el primer artículo de la Declaración de derechos de 1789". 
 
Pero ese "individuo", ese "ciudadano-átomo", es una ficción moderna, pues "El hombre nace en un ambiente social y en él se forma; en una familia, en un municipio, en una clase; recibe una educación, unas enseñanzas , unas ideas, unas costumbres, una lengua, que existían antes que él viniese al mundo". Entender, como lo hace el liberalismo, que el individuo se contrapone a la sociedad o que son dos cosas que pueden existir por separadas es "la falsa invención del ente armado con una tabla de derechos solitarios que pacta con la sociedad, sin la que no podría existir".

Vázquez de Mella acusa a esta torpe concepción de haber suprimido las "sociedades colectivas intermedias" entre el hombre particular y el Estado. Las consecuencias a efectos prácticos se hicieron pronto notar en la revolución francesa con la llamada Ley Le Chapelier que prohibió la "libertad de asociación", aboliendo los gremios y los "cuerpos intermedios" y creando la ficción de que el "individuo" pactaba directamente con el Estado con lo cual el individuo salía, a todos los efectos, perdiendo.

Mediante la supresión de los "cuerpos intermedios", mediante decretazo o en su versión más sutil de supeditar toda asociación lícita de abajo al visto bueno y permiso del Estado, se ha consumado la efectiva esclavitud del individuo bajo el Estado.

Para esto debemos considerar que, previamente a la implantación del Estado liberal, existía una red de personas colectivas que quedaron desarticuladas y desmanteladas por la intervención del Estado liberal que, mientras afirmó la propiedad individual, atacó a la propiedad colectiva (el ejemplo son las desamortizaciones decimonónicas), fueron cabalmente esas desamortizaciones ejecutadas desde el Estado liberal las que dieron un golpe mortal a la propiedad colectiva que "empezó muchas veces por un desprendimiento de la propiedad individual" y, alegando el Estado que las personas colectivas eran obra suya, vulnerando el derecho de asociación desde abajo, expropió la propiedad amortizada de la Iglesia y a los municipios de sus propiedades, para "sacarla a subasta pública y repartir el botín entre los amigos." La desamortización consistió en cambiar la forma de la propiedad corporativa (de todos o de los más) en propiedad individual (de pocos): "la desamortización fue un latrocinio de una parte de la clase media, no sólo contra la Iglesia, contra la aristocracia y contra la Monarquía, sino principalmente contra el pueblo". (Las citas literales de éste párrafo de arriba y las de abajo son todas del volumen XXV de las Obras Completas de Vázquez de Mella, Junta de Homenaje a Mella, año 1934)

La consecuencia lógica que siguió a este expolio liberal y burgués fue el socialismo que postulará que si la propiedad corporativa ha podido cambiar su forma a propiedad individual, cabe, tomando el poder estatal por vía legal o a las bravas, cambiar la forma de la propiedad individual en colectiva.

Raimundo de Miguel (1917- 1991) sintetizó los cuatro principios que constituyen este sociedalismo hispánico:


1. El poder reside en el grupo, no en el individuo.
2. Que la autoridad supone una distinción fáctica entre quien manda y quien obedece, siendo una falacia la pretensión pactista que identifica soberano-súbdito por medio del sufragio.
 
3. Que sin Dios no hay manera de resolver ningún conflicto que surge de la innata igualdad entre los hombres; pues, sin reconocer a Dios, la autoridad sería resultado de la fuerza y no de la ascendencia moral.
 
4. El poder es de la misma naturaleza, lo mismo en las sociedades inferiores que en el Estado.

Son muchas las consecuencias del análisis de Vázquez de Mella, pero una de las más importantes conduce a rechazar la democracia representativa como un constructo moderno que toma al individuo aisladamente (reducido a un voto de cuatro en cuatro años) e interpone unos falsos intermediarios que supuestamente lo representan a través de los partidos políticos. Pero nuestro rechazo no es, por mucho rechazo que sea, nada eficaz si no apostamos por la constitución y reconstitución de esos cuerpos intermedios que deben sustituir todas las falsas asociaciones políticas artificiales que disuelven la libre acción y realización de la sociedad desde las realidades de abajo, restándonos y hasta aniquilando nuestra libertad real en nombre de libertades retóricas y vacías.

Continuará...

jueves, 8 de diciembre de 2016

FILIPINAS Y LO QUE NO ES FILIPINAS


Placa en la iglesia de San Martín de Tours a los paisanos caídos allende los mares.
Bollullos de la Mitación (Sevilla)


Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor

Cada vez que escucho que hay un estreno de mal llamado “cine español”, me echo a temblar. Y digo “mal llamado” porque la mayoría del personal que se acoge a esta etiqueta lo hace por puro mercadeo, siendo que maldicen a España, a su historia, su cultura, su gente o su tradición día sí y día también. La “marca España” que coge cuando le conviene la Antiespaña de España. Surrealismo suicida pero con las manos abiertas. Y al tratar a los últimos de Filipinas, por desgracia no iba a ser menos.

Ni que decir tiene que ni he visto esta cinta ni la veré. No, faranduleros, no. Os paseáis ahora llorando por los platós televisivos porque decís estar pobres. Eso luego de recoger a mano abierta las generosas subvenciones que tanto la derecha como la izquierda os han dado. Je, para eso no entendéis de política. Ni de barcos. Pero decidme una cosa, ahora que venís con las lágrimas de cocodrilo progre: ¿Acaso sabéis la situación en la que nos encontramos los escritores? ¿Acaso denunciáis el sinvergonzoneo de muchas editoriales y casas discográficas, auténticas culpables de la piratería? Ah, pero es que luego defendéis a los piratas, sobre todo si son africanos. O no, mejor: Subsaharianos. Sin duda,  lo habéis dejado a huevo al ministro golfo e inepto con cara de ratón. Con la impopularidad ganada a base de años de sectarismo y descaro, con la puntilla del ahora jodido –y con razón- Fernando Trueba,  habéis conseguido jodernos a todos los que amamos y trabajamos el arte. Y ahora que vaya Antonio Resines y lo casque. Que si por lo menos fuerais buenos… Joder, pero es que sois malos y pesados hasta para hacer humor. Si os tengo que comparar con vuestra generación anterior, qué se yo, con Paco Rabal, por ejemplo… ¡Vaya mierda! ¡Qué poquitos se salvan!

Hablando de Filipinas, por parte paterna soy bisnieto de Felipe Becerril Vela, quien antes de ser 2° Teniente de la Guardia Civil en Bollullos de la Mitación (Sevilla), estuvo en Filipinas durante años. Asimismo, por parte paterna, mi tío-bisabuelo José Sánchez Vela cayó en dicha tierra hispanoasiática. Sin embargo, en nuestra familia nunca tuvimos rencor ni odio, al contrario, nos sentimos orgullosos de que hubiera gente que dejara allí su testimonio como bravos españoles. En efecto, la política de los gobiernos liberales del siglo XIX, esos mismos que como ustedes, hablaban de tolerancia, libertad, progreso y sus muertos, fue pésima, haciendo que fueran a la guerra sólo los que no podían pagar para no ir; y desoyendo las justas peticiones autonomistas mientras que el carlismo, mirad por dónde, proponía la creación de un nuevo virreinato para las provincias ultramarinas, con una autonomía más concreta y avanzada que la de los balbuceos del sistema que, para más inri, nunca cumplía.

Mi bisabuelo Felipe, por ejemplo, era militar de profesión. No fue el caso de mi tío-bisabuelo José.

Empero, un héroe como Millán Astray, que combatió bravamente en aquella época, se dio cuenta de lo injusto de esta situación e inspirado en el código bushido samurái, la Legión Extranjera Francesa y los Tercios de Flandes, conformó la Legión Española (sí, ese cuerpo glorioso que queréis ver desaparecer, por pura envidia e ineptitud que gastáis) llena de gente con vocación, para que los hijos de las familias más pobres no tuvieran que ver cómo sus hijos morían mientras que los que hablaban de patriotismo no salían de los casinos. Pero esto fue cosa de un glorioso combatiente, y no de progres que quisieran devenir en déspotas ilustrados, mirando siempre a la Historia de la patria y a su propia gente por encima del hombro; relativizando todo lo que nos une y, sin embargo, esgrimiendo un reduccionismo separatista/determinista que no llega ni a cateto; porque vosotros nunca podréis ser más allá de burguesitos.

Y esa es otra: Es gracias a muchos de ustedes que todos los insufribles tópicos contra el mundo rural han calado, mientras se acogía cualquier mierda llegada de Yanquilandia como el maná. Los que luego vais del “no a la guerra” siempre habéis sido en verdad los máximos servilones del imperialismo anglosajón.

Tanto como decís “estamos en el siglo XXI, la globalización”… pues mirad por donde que el hispanismo se despierta como nuestra propia globalización, como lucha por nuestra supervivencia. Podréis seguir emperrados en vuestro odio determinista, en vuestra ignorancia ideológica… Es más: Podéis seguir sin personalidad, porque al fin y al cabo, no sois más que lacayos oportunistas de los oligarcas que os manejan a su antojo. Pero lo que estáis haciendo al manchar la memoria de los muertos, más tarde o más temprano os acabará salpicando. Y al final, creáis o no (¡como si eso fuera muy importante, vuestra opinión y tal!), no os vais a librar de Dios.

Están hablando hasta las piedras. Estamos hasta los cojones de vosotros. Estas pataletas de niños mimados os terminan de retratar. Y lo que os queda. 

¡A mamarla al parque!


Dicho sea por un español historiador y escritor que no tuvo más cojones que emigrar mientras que vosotros os forrabais y encima echando mierda. 

martes, 6 de diciembre de 2016

SOBRE LA CONSTITUCIÓN Y NUESTRA CONSTITUCIÓN

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Manuel Fernández Espinosa

No quiero justificarte
como haría un leguleyo,
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.


Gabriel Celaya, "España en marcha".



El presente artículo se basa, sobre todo, en la lectura de "Historia Secreta de la Constitución" de Ricardo de la Cierva. Es por ello una reflexión muy parcial, pero creo que lo suficientemente sustanciada. Por supuesto que podría acometerse un ensayo mucho más completo, pero por hoy basta así.



Ricardo de la Cierva (1926-2015) escribió un libro que conviene leer este día, cuando la España oficial celebra el llamado Día de la Constitución: "Historia Secreta de la Constitución. chantaje a la Corona" que formaría parte de sus "Episodios Históricos de España", publicados en ARC Editores, a finales de la década de los 90 del siglo pasado.

Con Ricardo de la Cierva se puede estar en algunas cosas y en otras, ya sabemos que no tanto. Sin embargo, como historiador y como ponente de la Constitución resulta el documento de un testigo de vista, a la vez partícipe y espectador. Su participación en la elaboración de la Constitución de 1978 no le ofusca a la hora de presentar las cosas como las recordaba, pudiendo escribir:

"La Constitución no suscitaba interés alguno y, para colmo, le dedicaron un monumento en los altos del Hipódromo que parece una obscenidad geométrica" (op. cit., pág. 99).

Además de contextualizar mundial y nacionalmente la época en que dieron a luz la Constitución, Ricardo de la Cierva nos ofrece de primera mano las tensiones en que el grupo constituyente alumbró la ley de leyes. Y lo que más se le agradece es que conscientemente se aparte de la corriente dominante que tiende a mitificar tanto la transición democrática como la Constitución: algunos, en su acomplejamiento irremediable, hasta han hecho de la Constitución de 1978 el único soporte de su "patriotismo" que gustan llamar "patriotismo constitucionalista", como si no hubiera España antes de 1978.

Para algunos -entre los que me incluyo- la Constitución de 1978 no inspira el entusiasmo que a fuerza de Informe Semanal y Documentos TV, series televisivas y canciones de la época, se nos pretende insuflar. De la Cierva aporta las observaciones que hiciera Joaquín Aguirre Bellver a la Constitución en su libro "Así se hizo la Constitución", del mismo año:

- Es desmesuradamente larga. 

-Es ambigua.

-La libertad de expresión queda establecida, pero no lo suficientemente salvaguardada.

-La eliminación de los senadores reales restó calidad y eficacia al Senado, convirtiéndolo en una institución superflua y de altos costes económicos, como al día lo es.

-A la Corona se le redujo a su mínima expresión, relegándola al papel de moderadora.

-El gran problema de la Constitución es el Título VIII que se dedica a la confección del Estado Autónomico, atribuyendo confusamente competencias estatales a las comunidades autónomas que estaban por crearse.

Pero lo que más nos parece interesante de toda aquella época es contemplar la catadura de sus actores principales, no ya en la confección de la Constitución misma, pero sí que como protagonistas de aquel momento de cambio: Adolfo Suárez, Enrique Tarancón, Fernando Abril, Manuel Fraga, Felipe González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, etcétera... A día de hoy todos y cada uno de estos personajes goza de una reputación, muchas veces, superior al mérito de su actuación. Para ser Ricardo de la Cierva el autor (hombre de derechas), podemos decir que -pese a la corrupción que fue la tónica dominante de los gobiernos socialistas que estaban por venir- Felipe González es el que mejor sale parado.

De la Cierva nos aporta noticia de las íntimas pretensiones de Adolfo Suárez que lideraba la UCD que con base electoral de "centro-derecha" estaba -¿sorprendentemente?- secuestrada a efectos prácticos por un grupo directivo que apostaba por el "centro-izquierda", el que llamaban la "Empresa" formado por el mismo Suárez, Abril, Fontán y Rafael Arias Salgado. La tesis que prevaleció en el núcleo interno de UCD era la enunciada por Arias Salgado a Suárez con estas palabras: "A la derecha la tienes segura, no tiene a quién votar más que a ti. Vayamos a la conquista de la izquierda moderada". El planteamiento, considerado como mera técnica política, parece aceptable desde el punto de vista estratégico; pero la minoría centro-izquierdista de UCD se olvidaba que a la derecha, UCD todavía tenía a Fraga Iribarne y más a la extrema derecha (que, por lo visto, no contaba) a Blas Piñar. Y frente a UCD, como principal competidor para apoderarse del voto de la izquierda moderada, tenían nada más y nada menos que a Felipe González que de tonto no ha tenido nunca ni un pelo. Pero si como técnica electoral podría ser admisible, la falacia centro-izquierdista de UCD delataba un cinismo político muy propio de la derecha acomplejada que siempre ha tenido España. Además que eso era muy fácil proponerlo, pero Suárez muestra -a la luz de lo que nos cuenta De la Cierva- una notable inconsistencia como político, su tendencia al consenso, su facilidad para doblegarse, su inseguridad a la postre y sus preferencias por el centro-izquierda hicieron el resto... Lo que explica que el gato al agua se lo terminara llevando Felipe González.

El núcleo directivo de centro-izquierda de UCD resultó nefasto para lo que pone en evidencia Ricardo de la Cierva, nada sospechoso nuestro historiador de carlista ni de nacionalista vasco. Los preliminares de la Constitución estuvieron a punto de zanjar (o al menos paliar sensiblemente) una herida histórica, la que infligiera Baldomero Espartero y, más tarde, Cánovas del Castillo al foralismo vasco. El último día de los debates de la comisión se alcanzó uno de los anhelos más profundos del pueblo vasco, redactándose:

"A este efecto se derogan, en cuanto pudieran suponer abolición de derechos históricos, las leyes de 25 de octubre de 1839 y 21 de julio de 1876 y demás disposiciones abolitorias".

Aquellas leyes de Espartero y Cánovas eran un castigo revanchista por la lealtad de las provincias vascongadas a la causa carlista. El PNV había hecho suyas estas demandas (no voy a entrar aquí en la legitimidad que pudiera asistirle), de cara a su electorado, y recibió con entusiasmo esta rectificación histórica. "Había sido una victoria de la sensatez, el consenso y la historia" -apunta De la Cierva. Los senadores vascos habían logrado 13 votos contra 12 y rezumaban satisfacción. "El portavoz de UCD, Jiménez Blanco, participaba del entusiasmo general. UCD había puesto en contra sus doce votos sabiendo que perdería la votación. Jiménez Blanco decía: "Pido a Dios que este incidente sirva para que se solucionen los problemas del País Vasco". Los demás -incluso los senadores vascos- expresaron el mismo deseo" (op. cit.)

Sin embargo, cuando estaba a punto de aprobarse... "De pronto irrumpió en el Senado por la parte de atrás el vicepresidente del Gobierno y senador real Fernando Abril Martorell que apenas había intervenido en los debates senatoriales y se lanzó en tromba contra la disposición adicional de los territorios históricos forales." El resultado fue que: "Desaparecía la derogación de las leyes antiforales de 1839 y 1936: los carlistas volvían a perder su primera y tercera guerra de siglo XIX y el PNV, de raigambre carlista, que había asumido como cuestión esencial, de vida o muerte, la misma reivindicación, perdía su gran oporturnidad, su máxima ilusión política y advertía que haría lo imposible para que el electorado vasco votase en contra de la Constitución en el referéndum".

Resulta sorprendente que esa minoría de centro-izquierda que conducía a UCD reaccionara con tal saña contra esta enmienda que podía haber restañado las heridas que se remontaban al siglo XIX; Fernando Abril Martorell se opuso con tanta vehemencia contra esta enmienda que "a veces con puñetazos sobre el pupitre, que muchos -dice De la Cierva- pensamos que defendía el retorno al texto del Congreso y la supresión del texto vasco por una especie de cuestión personal". Asío fue como -por esta cabezonería de los que se ufanaban de espíritu de consenso- el problema vasco otra vez quedaba sin solución y terminaría enconándose. Oportunidad perdida del proceso constituyente de 1978.

La posición de la Iglesia en todo el proceso constituyente estuvo regida por el nefasto nuncio apostólico Luigi Dadaglio y por el no menos nefasto Vicente Tarancón que ese año pugnó por presidir la Conferencia Episcopal; los curas progresistas perpetraron en España lo que el mismo Pablo VI había calificado como "autodemolición" y los más tradicionales veían que la Constitución salía sin mención ninguna a Dios, por lo que se la denominó "Constitución sin Dios". Al final, los artífices de la Constitución consintieron mencionar, a título más bien histórico, a la Iglesia Católica en el texto constitucional; pero eso siempre es un caramelo envenenado: también una esquela fúnebre es una citación histórica y póstuma.

El libro de Ricardo de la Cierva que he comentado puede servir para hacernos cargo de la debilidad con la que nació la Constitución de 1978, debido sobre todo -y es lo que deduzco de su lectura- a la pusilanimidad de las mentes confusas y acomplejadas de la derecha, el centro-derecha, el centro-centro y el centro-izquierda que actuaban por ese entonces como representantes de más de lo que entonces era la mitad de España. Y estos mismos achaques son los que el Partido Popular, como partido de aluvión a donde confluyeron los "centros" desnortados, la derecha social y más tarde buena parte de la extrema-derecha del postureo, ha venido arrastrando hasta el mismo día de hoy. La sociedad española se decantaba mayoritariamente a la derecha en lo social, pero no le gustaba identificarse con la derecha política -nos dice De la Cierva. Se ve que las cosas no han cambiado mucho.

La izquierda, por su lado, podía estar en minoría en aquel entonces, pero mostró siempre mayor inteligencia y audacia políticas y, convirtiéndose en izquierda del sistema, incluso llegó a conquistar buena parte del electorado, no sin llenar de orgullo y satisfacción a Juan Carlos de Borbón. Lo que durante la transición democrática se revela, contra la tópica idealización que se ha hecho de ella como "modélica", es el miedo patológico de la derecha política y, por ende, la social: un miedo que no ha podido sacudirse en todos los años de democracia representativa y partitocrática. Y ha adquirido tanta experiencia en el miedo que esa es, pudiéramos decir, su auténtica constitución: el miedo. Se entiende que hoy haya hasta aprendido a rentabilizar los miedos que inspira y promociona contra la extrema-izquierda. 

Pero, a fin de cuentas, ¿qué derecha ni qué izquierda tenemos hoy? Todos aceptan el mismo menú que nos ofrece el Nuevo Orden Mundial, todos juegan a arrodillarse ante la hegemonía anglosajona (imponiendo incluso el bilingüismo inglés-español en la enseñanza), dejando que afloren nuevas Gibraltares de USA sobre nuestro suelo, enrolándose en las guerras de otros sin sacar nada más que unas palmaditas en la espalda, aceptando todas las corrupciones ideológicas como la de género e imponiéndolas con esfuerzo digno de mejor causa sobre toda una población a la que se la trata como a un rebaño sin pastor. ¿Dónde está nuestra "soberanía" cuando instancias mundialistas como el Banco Mundial nos hacen hasta el traje de mendigo? Multinacionales nos colonizan, poderes ajenos nos mangonean.

Siempre he pensado que España está constituida desde hace más de mil años, en el III Concilio de Toledo del año 589. Será por esa misma antigüedad venerable que hay tantos escombros, huesos y sangre de todos, hispanorromanos y visigodos, comuneros e imperiales, austracistas y borbónicos, carlistas y liberales, rojos y blancos... sobre nuestra verdadera CONSTITUCIÓN que, de serlo realmente, será la que nos mantenga en pie, conscientes de ser un pueblo formado por muchos pueblos que, cuando han ido en la misma dirección, no sólo han sido libres, sino progenitores de mundos. La mía es una Constitución no escrita, íntima y consustancial a nuestro pueblo en una solidaridad sin ruptura con las generaciones hispanas del pasado y con la voluntad de perpetuar nuestra estirpe en el futuro.

No, como español, no tengo nada que celebrar hoy. No me reconozco en esa Constitución que hoy congregará a los "patriotas constitucionalistas" en su pantomima, mientras todo se va al garete. O que excitará a los que la quieren reformar o abolir, para refundar una república... Vaya usted a saber: a mí todos me sobran. Yo no celebraré nunca ningún producto de los miedos, de la confusión, de la endofobia y del acomplejamiento por sistema. Nuestra Constitución más íntima es nuestro propio ser hoy en trance de desaparecer. Gabriel Celaya barruntaba lo que está por llegar, si no perecemos en el intento:

 
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.


lunes, 5 de diciembre de 2016

EL PSOE EN CRISIS


Pablo Iglesias Posse en un mítin


ELEMENTOS PARA EL DEBATE

Manuel Fernández Espinosa

Mucho se ha hablado recientemente de los más de cien años de historia del PSOE: en efecto, el PSOE es el partido político más antiguo de España, aunque no la formación política más antigua; veteranía que, bajo otra denominación que no la de "partido", le corresponde en justicia al carlismo. La profunda crisis que encara el PSOE en la actualidad, pendiente de resolverse en un inminente Congreso, me ha llevado a pensar estos días si las cosas tienen que ser como han sido o pueden cambiar. La innegable importancia que el PSOE ha tenido hasta la fecha: ¿es recuperable?, ¿de qué modo podría serlo? El Congreso de Suresnes de 1974 muestra la capacidad de adaptación del PSOE a los tiempos: ¿será capaz de adaptarse a los actuales? Es un enigma y claro que corresponde a sus dirigentes darle al PSOE un rumbo u otro.

La cuestión que parece preocuparles ahora es saber si tienen que adaptarse a la tendencia que los adelanta por la extrema izquierda populista o si bien harían mejor en recuperar el centro-izquierda con el que llegaron a gobernar durante décadas. El presente artículo no pretende enzarzarse en polémicas concretas con nombres y apellidos, mi propósito es más bien indicar -desde fuera del PSOE- lo que creo que sería lo mejor para el PSOE y, de paso, para España; sin por ello depositar mucha confianza en ser escuchado.

Empezaré diciendo que tres elementos -dos antiguos y uno reciente- me parecen dignos de consideración por nuestros socialistas, voy a enunciarlos y a continuación ofreceré un breve comentario de cada uno de ellos.

1º) El discurso anticlerical.

2º) El Internacionalismo.

3º) La ideología de género.

Los dos primeros son lastres que acarrea el PSOE desde hace muchísimo tiempo, con sus matices. El tercero es un elemento advenedizo, procedente de los dictados que marcan los laboratorios ideológicos del internacionalismo. Otras cuestiones, como son la corrupción, son tema particular que genera mucho escándalo, pero que afecta a toda la clase política y no sólo al PSOE, por lo que voy a orillar ese asunto por grave e interesante que sea.



1º) El discurso anticlerical. Pese a sus componente marxista, el PSOE no fue en sus orígenes un partido anticlerical. En una encuesta sobre socialismo y anticlericalismo que realizó la revista "Le Mouvement Socialiste" en 1902, el fundador del partido socialista español, Pablo Iglesias Posse, respondía, entre otras cosas, así: "Yo creo que para un verdadero socialista el enemigo principal no es el clericalismo, sino el capitalismo que en los presentes momentos históricos aparece esclavizando los pueblos". Pablo Iglesias Posse identifica el anticlericalismo como una tendencia de los "elementos burgueses" que juegan a la demagogia anticlerical sin la radicalidad suficiente. Pero consideraba en ese momento que: "Excitar al proletariado a que dirija su actividad y su energía contra los clérigos antes que contra los patronos, es el error más grave de que pueden ser víctimas los que aspiran a terminar con la explotación humana".

El anticlericalismo lo contrajo el PSOE justamente por la contaminación de los elementos burgueses republicanos que convergieron en determinadas circunstancias, siendo en 1918 cuando irrumpe con virulencia en el programa de ese momento, cuando para contentar a estos "compañeros de viaje" se expresó la voluntad de realizar la "supresión del presupuesto del clero y confiscación de sus bienes", así como la disolución de las órdenes religiosas. El republicanismo español decimonónico, infectado de masonismo, no se contentaba con ser laicista, sino que predicaba el más furioso "anticlericalismo" que incluso invitaba, por boca de Lerroux, a la violación de las monjas. El PSOE se dejó fascinar por estos elementos como más tarde -una vez infiltrado por los agentes soviéticos- sería el comunismo de la III Internacional el que le aportaría los rasgos más anticlericales. Sumarse al anticlericalismo trasnochado de Podemos sería repetir un error histórico, además de una infidelidad al mismo fundador.

Tampoco estará de más advertir que la Iglesia española de finales del siglo XIX y buena parte del XX no tiene mucho que ver con la Iglesia de finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Instalarse en posiciones rabiosamente anticlericales es como ladrarle a un fantasma. Pero comprenderemos, eso sí, que cuando la demagogia ha cargado tanto las tintas contra un supuesto enemigo cuesta mucho trabajo deshacerse de esos inveterados prejuicios que actúan sobre una masa poco informada que, en el curso del tiempo, ha asumido toda una serie de generalizaciones injustas e indeseables: la Iglesia como aliada del poder explotador, la Iglesia oscurantista, la Iglesia-poder. Hoy, San Lorenzo, mientras presenta a todos los pobres que asiste en sus comedores, podría decir, como le dijo a los romanos: "He aquí nuestros tesoros".

El Internacionalismo. Si el anticlericalismo, instigado sobre todo desde los focos de la masonería, es un fenómeno mundial, en España revestía su particular crudeza puesto que la tradición católica española estaba predispuesta, bien es verdad, a un cierto clericalismo que, tras la derrota del carlismo, arrojó al clero en brazos de las fuerzas liberales burguesas de derechas: los curas trabucaires se fueron al exilio o cayeron en el monte bajo la bandera de la Cruz de San Andrés y el clero que quedó pasó a ser el invitado de las casas-bien; así fue como irónicamente los mismos señoritos que se habían apropiado de los bienes eclesiásticos desamortizados ahora agasajaban con chocolatadas a las víctimas de su expolio liberal. Pero el internacionalismo es un fenómeno más complejo todavía, puesto que es más universal y como un presupuesto ideológico socialista. La lucha obrera socialista se estableció desde su origen como lucha internacional: "Proletarios de todo el mundo, uníos" -terminaba "El Manifiesto Comunista". Pero el internacionalismo emite unas directrices que, la verdad sea dicha, no se sabe muy bien ni de dónde proceden. Plegarse a los dictados de una Internacional (sea la socialdemócrata o la llamada cristiano-demócrata, como es el caso para el Partido Popular o el PNV) es, en definitiva, prestarse a juegos que escapan al interés nacional. No tiene por lo tanto nada de sorprendente que los partidos "nacionales", encuadrados en estas superestructuras, hayan perdido toda popularidad entre el electorado que siente como muy lejanos los discursos que impulsan "localmente" estos grupos políticos. En el caso del nacionalismo particularista, como es el PNV, la cosa todavía puede camuflarse un poco más, pero en los casos del PSOE o del PP la cosa no puede disimularse: la sensación es que obedecen a instancias muy distantes de las preocupaciones cotidianas de las gentes propias, imponiendo políticas económicas que nos endeudan e hipotecan o ideologías que tienen el sello de la artificialidad que entretiene, pero no soluciona realmente nada.

3º Es en ese último capítulo donde cabe considerar la "ideología de género". La convergencia del feminismo radical y del lobby gay mundial ha tomado al abordaje los partidos internacionalistas (lo mismo da que estos se sitúen en la social-democracia que en la cristiano-democracia). El discurso que diseminan las terminales de esta ideología hace hincapié en cuestiones muy particulares -como es lo que se llama por ahí la "opción sexual" y la "identidad de género" (donde el "género", como constructo ideológico de la cultura quiere suprimir la realidad natural de la "identidad sexual"); no voy a entrar ahora en valorar todo esto, ni me importa ahora mismo. Lo que salta a la vista es que este tipo de reclamaciones, adoctrinamiento e imposiciones (a veces con tintes totalitarios), con toda su escenificación, es otra manera de perder el tiempo para no atender lo realmente importante y prioritario, que debería ser la Justicia Social. La ideología de género, asumida lo mismo por el PSOE como por el PP (Cristina Cifuentes es buena muestra de ello), tiene todo el aspecto de ser otro entretenimiento generado por ciertos grupos de poder, elites en definitiva, cuyos intereses particulares distraen de los intereses del Bien Común que son los que realmente debieran ser atendidos: la optimización de políticas laborales reales que no sólo den empleo (evitando el drama de la emigración de nuestros compatriotas), sino que aseguren los derechos laborales conquistados tan arduamente a lo largo de décadas y que se están viendo reducidos a su mínima expresión, cuando no llevados a una servidumbre insufrible o a la lacra del desempleo/empleo precario.

Si el PSOE tiene en cuenta que deshacerse de estos tres presupuestos podrían conectarlo nuevamente al sentir de las masas, tal vez el PSOE pueda salir con éxito de la presente crisis.

Resumiendo lo más arriba considerado:

1º El abandono de la verborrea anticlerical no se traduce en que el PSOE tenga que pasar a ser un partido clerical: nadie ha dicho tal cosa aquí. Pero sí que sería un paso adelante en la recuperación de la realidad, deshaciéndose de un discurso que lleva a ciertas contradicciones que a la postre abisman a las masas que lo mismo van de romería y luego votan al PSOE. El Partido Socialista Obrero Español debería pensar si no es más importante ser SOCIALISTA que laicista o anticlerical.

2º El internacionalismo no debe inmiscuirse en las estrategias que se apliquen a la situación local: nacional, autonómica, provincial, comarcal y municipal. Las condiciones más justas de los trabajadores nacionales no pueden ser burladas por consignas que proceden de centros de poder ajenos a nuestra circunstancia y que, a todas luces, perpetran sus políticas para desposeer a los obreros de los derechos laborales obtenidos en una larga lucha, a la vez que generan políticas de inmigración que dotan de mano de obra barata a los capitalistas y que, tal y como advirtió Su Santidad Benedicto XVI son: "imponentes flujos migratorios, frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente" (Caritas in veritate). El Partido Socialista Obrero Español debería atreverse a ser ESPAÑOL.

3º La ideología de género debe ser arrinconada como lo que es: una estrategia de grupos particulares singularmente interesados en una ingeniería social que es del todo ajena a las verdaderas demandas de la sociedad. El Partido Socialista Obrero Español debería ser OBRERO y no entretenerse en dinámicas que distraen de la verdadera lucha por mejorar las condiciones laborales, erradicar la explotación y practicar una política más justa en aras del Bien Común.

Existe una corriente cristiana dentro del PSOE, esperamos verla asomar en el futuro Congreso.