RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 6 de diciembre de 2016

SOBRE LA CONSTITUCIÓN Y NUESTRA CONSTITUCIÓN

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Manuel Fernández Espinosa

No quiero justificarte
como haría un leguleyo,
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.


Gabriel Celaya, "España en marcha".



El presente artículo se basa, sobre todo, en la lectura de "Historia Secreta de la Constitución" de Ricardo de la Cierva. Es por ello una reflexión muy parcial, pero creo que lo suficientemente sustanciada. Por supuesto que podría acometerse un ensayo mucho más completo, pero por hoy basta así.



Ricardo de la Cierva (1926-2015) escribió un libro que conviene leer este día, cuando la España oficial celebra el llamado Día de la Constitución: "Historia Secreta de la Constitución. chantaje a la Corona" que formaría parte de sus "Episodios Históricos de España", publicados en ARC Editores, a finales de la década de los 90 del siglo pasado.

Con Ricardo de la Cierva se puede estar en algunas cosas y en otras, ya sabemos que no tanto. Sin embargo, como historiador y como ponente de la Constitución resulta el documento de un testigo de vista, a la vez partícipe y espectador. Su participación en la elaboración de la Constitución de 1978 no le ofusca a la hora de presentar las cosas como las recordaba, pudiendo escribir:

"La Constitución no suscitaba interés alguno y, para colmo, le dedicaron un monumento en los altos del Hipódromo que parece una obscenidad geométrica" (op. cit., pág. 99).

Además de contextualizar mundial y nacionalmente la época en que dieron a luz la Constitución, Ricardo de la Cierva nos ofrece de primera mano las tensiones en que el grupo constituyente alumbró la ley de leyes. Y lo que más se le agradece es que conscientemente se aparte de la corriente dominante que tiende a mitificar tanto la transición democrática como la Constitución: algunos, en su acomplejamiento irremediable, hasta han hecho de la Constitución de 1978 el único soporte de su "patriotismo" que gustan llamar "patriotismo constitucionalista", como si no hubiera España antes de 1978.

Para algunos -entre los que me incluyo- la Constitución de 1978 no inspira el entusiasmo que a fuerza de Informe Semanal y Documentos TV, series televisivas y canciones de la época, se nos pretende insuflar. De la Cierva aporta las observaciones que hiciera Joaquín Aguirre Bellver a la Constitución en su libro "Así se hizo la Constitución", del mismo año:

- Es desmesuradamente larga. 

-Es ambigua.

-La libertad de expresión queda establecida, pero no lo suficientemente salvaguardada.

-La eliminación de los senadores reales restó calidad y eficacia al Senado, convirtiéndolo en una institución superflua y de altos costes económicos, como al día lo es.

-A la Corona se le redujo a su mínima expresión, relegándola al papel de moderadora.

-El gran problema de la Constitución es el Título VIII que se dedica a la confección del Estado Autónomico, atribuyendo confusamente competencias estatales a las comunidades autónomas que estaban por crearse.

Pero lo que más nos parece interesante de toda aquella época es contemplar la catadura de sus actores principales, no ya en la confección de la Constitución misma, pero sí que como protagonistas de aquel momento de cambio: Adolfo Suárez, Enrique Tarancón, Fernando Abril, Manuel Fraga, Felipe González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, etcétera... A día de hoy todos y cada uno de estos personajes goza de una reputación, muchas veces, superior al mérito de su actuación. Para ser Ricardo de la Cierva el autor (hombre de derechas), podemos decir que -pese a la corrupción que fue la tónica dominante de los gobiernos socialistas que estaban por venir- Felipe González es el que mejor sale parado.

De la Cierva nos aporta noticia de las íntimas pretensiones de Adolfo Suárez que lideraba la UCD que con base electoral de "centro-derecha" estaba -¿sorprendentemente?- secuestrada a efectos prácticos por un grupo directivo que apostaba por el "centro-izquierda", el que llamaban la "Empresa" formado por el mismo Suárez, Abril, Fontán y Rafael Arias Salgado. La tesis que prevaleció en el núcleo interno de UCD era la enunciada por Arias Salgado a Suárez con estas palabras: "A la derecha la tienes segura, no tiene a quién votar más que a ti. Vayamos a la conquista de la izquierda moderada". El planteamiento, considerado como mera técnica política, parece aceptable desde el punto de vista estratégico; pero la minoría centro-izquierdista de UCD se olvidaba que a la derecha, UCD todavía tenía a Fraga Iribarne y más a la extrema derecha (que, por lo visto, no contaba) a Blas Piñar. Y frente a UCD, como principal competidor para apoderarse del voto de la izquierda moderada, tenían nada más y nada menos que a Felipe González que de tonto no ha tenido nunca ni un pelo. Pero si como técnica electoral podría ser admisible, la falacia centro-izquierdista de UCD delataba un cinismo político muy propio de la derecha acomplejada que siempre ha tenido España. Además que eso era muy fácil proponerlo, pero Suárez muestra -a la luz de lo que nos cuenta De la Cierva- una notable inconsistencia como político, su tendencia al consenso, su facilidad para doblegarse, su inseguridad a la postre y sus preferencias por el centro-izquierda hicieron el resto... Lo que explica que el gato al agua se lo terminara llevando Felipe González.

El núcleo directivo de centro-izquierda de UCD resultó nefasto para lo que pone en evidencia Ricardo de la Cierva, nada sospechoso nuestro historiador de carlista ni de nacionalista vasco. Los preliminares de la Constitución estuvieron a punto de zanjar (o al menos paliar sensiblemente) una herida histórica, la que infligiera Baldomero Espartero y, más tarde, Cánovas del Castillo al foralismo vasco. El último día de los debates de la comisión se alcanzó uno de los anhelos más profundos del pueblo vasco, redactándose:

"A este efecto se derogan, en cuanto pudieran suponer abolición de derechos históricos, las leyes de 25 de octubre de 1839 y 21 de julio de 1876 y demás disposiciones abolitorias".

Aquellas leyes de Espartero y Cánovas eran un castigo revanchista por la lealtad de las provincias vascongadas a la causa carlista. El PNV había hecho suyas estas demandas (no voy a entrar aquí en la legitimidad que pudiera asistirle), de cara a su electorado, y recibió con entusiasmo esta rectificación histórica. "Había sido una victoria de la sensatez, el consenso y la historia" -apunta De la Cierva. Los senadores vascos habían logrado 13 votos contra 12 y rezumaban satisfacción. "El portavoz de UCD, Jiménez Blanco, participaba del entusiasmo general. UCD había puesto en contra sus doce votos sabiendo que perdería la votación. Jiménez Blanco decía: "Pido a Dios que este incidente sirva para que se solucionen los problemas del País Vasco". Los demás -incluso los senadores vascos- expresaron el mismo deseo" (op. cit.)

Sin embargo, cuando estaba a punto de aprobarse... "De pronto irrumpió en el Senado por la parte de atrás el vicepresidente del Gobierno y senador real Fernando Abril Martorell que apenas había intervenido en los debates senatoriales y se lanzó en tromba contra la disposición adicional de los territorios históricos forales." El resultado fue que: "Desaparecía la derogación de las leyes antiforales de 1839 y 1936: los carlistas volvían a perder su primera y tercera guerra de siglo XIX y el PNV, de raigambre carlista, que había asumido como cuestión esencial, de vida o muerte, la misma reivindicación, perdía su gran oporturnidad, su máxima ilusión política y advertía que haría lo imposible para que el electorado vasco votase en contra de la Constitución en el referéndum".

Resulta sorprendente que esa minoría de centro-izquierda que conducía a UCD reaccionara con tal saña contra esta enmienda que podía haber restañado las heridas que se remontaban al siglo XIX; Fernando Abril Martorell se opuso con tanta vehemencia contra esta enmienda que "a veces con puñetazos sobre el pupitre, que muchos -dice De la Cierva- pensamos que defendía el retorno al texto del Congreso y la supresión del texto vasco por una especie de cuestión personal". Asío fue como -por esta cabezonería de los que se ufanaban de espíritu de consenso- el problema vasco otra vez quedaba sin solución y terminaría enconándose. Oportunidad perdida del proceso constituyente de 1978.

La posición de la Iglesia en todo el proceso constituyente estuvo regida por el nefasto nuncio apostólico Luigi Dadaglio y por el no menos nefasto Vicente Tarancón que ese año pugnó por presidir la Conferencia Episcopal; los curas progresistas perpetraron en España lo que el mismo Pablo VI había calificado como "autodemolición" y los más tradicionales veían que la Constitución salía sin mención ninguna a Dios, por lo que se la denominó "Constitución sin Dios". Al final, los artífices de la Constitución consintieron mencionar, a título más bien histórico, a la Iglesia Católica en el texto constitucional; pero eso siempre es un caramelo envenenado: también una esquela fúnebre es una citación histórica y póstuma.

El libro de Ricardo de la Cierva que he comentado puede servir para hacernos cargo de la debilidad con la que nació la Constitución de 1978, debido sobre todo -y es lo que deduzco de su lectura- a la pusilanimidad de las mentes confusas y acomplejadas de la derecha, el centro-derecha, el centro-centro y el centro-izquierda que actuaban por ese entonces como representantes de más de lo que entonces era la mitad de España. Y estos mismos achaques son los que el Partido Popular, como partido de aluvión a donde confluyeron los "centros" desnortados, la derecha social y más tarde buena parte de la extrema-derecha del postureo, ha venido arrastrando hasta el mismo día de hoy. La sociedad española se decantaba mayoritariamente a la derecha en lo social, pero no le gustaba identificarse con la derecha política -nos dice De la Cierva. Se ve que las cosas no han cambiado mucho.

La izquierda, por su lado, podía estar en minoría en aquel entonces, pero mostró siempre mayor inteligencia y audacia políticas y, convirtiéndose en izquierda del sistema, incluso llegó a conquistar buena parte del electorado, no sin llenar de orgullo y satisfacción a Juan Carlos de Borbón. Lo que durante la transición democrática se revela, contra la tópica idealización que se ha hecho de ella como "modélica", es el miedo patológico de la derecha política y, por ende, la social: un miedo que no ha podido sacudirse en todos los años de democracia representativa y partitocrática. Y ha adquirido tanta experiencia en el miedo que esa es, pudiéramos decir, su auténtica constitución: el miedo. Se entiende que hoy haya hasta aprendido a rentabilizar los miedos que inspira y promociona contra la extrema-izquierda. 

Pero, a fin de cuentas, ¿qué derecha ni qué izquierda tenemos hoy? Todos aceptan el mismo menú que nos ofrece el Nuevo Orden Mundial, todos juegan a arrodillarse ante la hegemonía anglosajona (imponiendo incluso el bilingüismo inglés-español en la enseñanza), dejando que afloren nuevas Gibraltares de USA sobre nuestro suelo, enrolándose en las guerras de otros sin sacar nada más que unas palmaditas en la espalda, aceptando todas las corrupciones ideológicas como la de género e imponiéndolas con esfuerzo digno de mejor causa sobre toda una población a la que se la trata como a un rebaño sin pastor. ¿Dónde está nuestra "soberanía" cuando instancias mundialistas como el Banco Mundial nos hacen hasta el traje de mendigo? Multinacionales nos colonizan, poderes ajenos nos mangonean.

Siempre he pensado que España está constituida desde hace más de mil años, en el III Concilio de Toledo del año 589. Será por esa misma antigüedad venerable que hay tantos escombros, huesos y sangre de todos, hispanorromanos y visigodos, comuneros e imperiales, austracistas y borbónicos, carlistas y liberales, rojos y blancos... sobre nuestra verdadera CONSTITUCIÓN que, de serlo realmente, será la que nos mantenga en pie, conscientes de ser un pueblo formado por muchos pueblos que, cuando han ido en la misma dirección, no sólo han sido libres, sino progenitores de mundos. La mía es una Constitución no escrita, íntima y consustancial a nuestro pueblo en una solidaridad sin ruptura con las generaciones hispanas del pasado y con la voluntad de perpetuar nuestra estirpe en el futuro.

No, como español, no tengo nada que celebrar hoy. No me reconozco en esa Constitución que hoy congregará a los "patriotas constitucionalistas" en su pantomima, mientras todo se va al garete. O que excitará a los que la quieren reformar o abolir, para refundar una república... Vaya usted a saber: a mí todos me sobran. Yo no celebraré nunca ningún producto de los miedos, de la confusión, de la endofobia y del acomplejamiento por sistema. Nuestra Constitución más íntima es nuestro propio ser hoy en trance de desaparecer. Gabriel Celaya barruntaba lo que está por llegar, si no perecemos en el intento:

 
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.


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