El cardenal Segura |
RAÍCES ANTICLERICALES HASTA EL FRANQUISMO
Manuel Fernández Espinosa
Al anticlericalismo en España dedicó D. Julio Caro Baroja un enjundioso estudio titulado "Historia del anticlericalismo español". Pensaba Caro Baroja que el anticlericalismo español se desplegaba procesualmente desde un "anticlericalismo cristiano" que afeaba y se escandalizaba por la corrupción de las costumbres del clero a un anticlericalismo ("anticlericalismo no cristiano") que en dos fases se articularía: primero atribuyendo los defectos del clero a la misma institución eclesial y, en una segunda fase, pasando a atacar los mismos dogmas a la vez que identificaba a la Iglesia católica como uno de los principales obstáculos para el progreso, deudor éste de los errores filosofantes de la Ilustración.
Salta a la vista que el anticlericalismo creyente español dejó auténticos monumentos literarios, valga por caso "El Crótalon" de Cristóbal de Villalón o el más famoso "Lazarillo de Tormes" (a éste he dedicado un artículo, aquí enlazado), ambas obras fuertemente impregnadas de erasmismo. Pero somos de la opinión de que, en aquel "anticlericalismo" pre-contemporáneo, también tendríamos que contar con la acción corrosiva de grupos criptojudíos, criptomahometanos y criptoprotestantes que actuaban en España, a despecho de la misma Inquisición: he ofrecido una aproximación en "La persecución anticatólica en tiempos de la Inquisición". Este dato se ha pasado desapercibido por la mayor parte de la historia del anticlericalismo en España: se ha imaginado por parte de tirios y troyanos que la Inquisición española ejercía un poder omnímodo que podía impedir el atropello de las creencias católicas del pueblo español. Y como podemos ver a la luz de los datos históricos, por mucho que la Inquisición se empleara, nunca fue eso así.
Como antecedentes estos podrían ser los más remotos, aunque siempre podríamos remontarnos a la misma Edad Media y, prácticamente, a los primeros tiempos del cristianismo. No obstante, la práctica del anticlericalismo mediante la imposición de leyes coercitivas o bien por la vía más atroz de la persecución a sangre y fuego, no nos aporta una definición. El anticlericalismo no sería nada si no existiera el clericalismo que vendría a ser la influencia del clero en los asuntos temporales de la política y la sociedad. Y hay que admitir que, en efecto, el clericalismo ha existido y, lo que constituye un problema difícil de resolver, si el clericalismo es la influencia de la religión en lo temporal, no puede dejar de existir. La Iglesia católica no podría renunciar a influir en lo social y, por extensión, en lo político sin el riesgo de convertirse en un instrumento del poder político, como quería Maquiavelo que postulaba una religiosidad cínica del Estado en función del poder: "Éste ha sido el proceder de los sabios, y de aquí nació la autoridad de los milagros que se celebran en las religiones, aunque sean falsos, pues los prudentes los magnifican, vengan de donde vengan" (la negrita es nuestra. Ver Maquiavelo, "Discursos sobre la primera década de Tito Livio"). Es, en definitiva, el uso de la religión como "instrumentum regni" enunciado por Polibio, cuando escribió: "Si fuera
posible formar una ciudad solo con personas inteligentes, [la religión]
no sería menester. Pero la muchedumbre es cambiante y llena de pasiones
injustas, de furias irracionales y de violentas rabias. El único remedio
es contenerla con el miedo a lo desconocido y ficciones de ese género.
Así, a mi juicio, los antiguos no inculcaron por casualidad en la
multitud las ficciones de los dioses y las narraciones del Hades".
Pero la Iglesia católica, además de estar en guardia para preservarse de convertirse en un "instrumentum regni" no puede -he dicho arriba- renunciar a ejercer su influencia benéfica sobre la sociedad, pues si no estuviera dispuesta a comunicar el bien, in-formando a la sociedad en la caridad de Cristo, la Iglesia católica sería infiel a Cristo. Convertir el catolicismo, como quiere el laicismo, en una cuestión de culto privado es incapacitar el Evangelio en su poder de transformar la realidad, denunciando las injusticias y paliando las lacras sociales que dimanan de la acción del mal que, no cabe la menor duda, actúa en la realidad, a la vez que es la religión la única capaz de dotar al que sufre el mal de un sentido trascedente, sentido que ninguna ideología con sus solucionarios de tejas para abajo está en condiciones de ofrecer. El Catolicismo (no ya el cristianismo, como suavemente se dice hoy) era para Eugenio d'Ors, por caso pongo, la conciencia de la unidad espiritual de la humanidad en y a través de la Historia que, en el tiempo, era Tradición y, en el espacio, Ecumenicidad (que no es "ecumenismo" como hoy tan mal se entiende). Y, fijémonos bien, en que el gran enemigo del Catolicismo ha venido a ser hoy eso que por ahí se llama "globalismo" que se yergue como el gran sustituto del Catolicismo cuando postula una unidad de la humanidad en falso, pues reduce a la humanidad al nivel zoológico sin considerar lo espiritual del hombre, dado que está constituido tal "globalismo" como un enorme relativismo práctico de dimensiones mundiales que pone a todas las religiones y sectas al mismo nivel, respetándolas mientras pueda servirse de ellas maquiavélicamente.
El P. Pavanetti, en su libro "El laicismo superado. En su Historia y en sus dogmas", ha definido el "anticlericalismo" como la forma negativa del laicismo. Pero el laicismo español, el anticlericalismo también, más actual encuentran su pretendida justificación en la estrecha alianza del franquismo con la Iglesia. Éste tema no es tan sencillo como parece a primera vista, por mucho que la simplificación demagógica logre persuadir a una masa que se deja influir por la maquinaria de la propagada de los grandes medios de masas (todos ellos en manos de grupos hostiles a la Iglesia católica y, si algún medio televisivo hay de la Conferencia Episcopal -como bien puede decírsenos, pues es cierto- tal medio está puesto en las manos más ineptas que pudiéramos imaginar: nos referimos, claro está, a 13TV).
El anticlericalismo más atroz en España tampoco hizo acto de aparición con la II República, estaba lo suficientemente crecido para el novenario de sangre que va de 1931-1939, pues se había incubado a lo largo de siglos, eclosionando con toda su terrible y mortífera rotundidad en la matanza de frailes en 1834 (siglo XIX), alentada por las logias masónicas y su versión indígena de los "Hijos de Padilla" o también "caballeros comuneros", amén de casos aislados de asesinatos de prelados y otros clérigos sucedidos en el Trienio Negro Liberal de 1820-1823: valga recordar al P. Vinuesa, martirizado a martillazos, o el asesinato de Fray Ramón Strauch, obispo de Vich en 1823. Si en la historia de España del siglo XIX se culpa al clero de haberse alineado en su mayor parte con el carlismo, debiérase tener en cuenta también la persecución a la que los liberales sometieron a la Iglesia, que es cosa que bien que se olvida.
En un libro nada sospechoso de franquista, como es "Historia del franquismo", de Daniel Sueiro y Bernardo Díaz Nosty, podemos leer: "Muy a pesar de las solemnes declaraciones [del franquismo] sobre la identidad Iglesia-Estado, pronto pudo verse quién hacía prevalecer sus criterios. El primer malestar de la Iglesia se produjo cuando Franco, por decreto, suprimió las asociaciones juveniles y profesionales católicas y las integró en las falangistas. Las reacciones de la jerarquía eclesiástica apenas se hicieron sentir. El cardenal Segura, que acababa de ser devuelto por Pío XI a España, fijándole su sede en Sevilla, se rebeló tempranamente contra la dictadura, demostrando que su "integrismo" era religiosamente consecuente y nada fácil de instrumentalizar."
El franquismo llegó a censurar pastorales incluso al mismo cardenal Gomá que era afecto al régimen. Gomá se arrepintió de su apoyo a Franco, escribiendo en 1940: "Si se pudiese jugar dos veces, les aseguro que, a la segunda, jugaría de modo muy diferente". La encíclica papal "Mit Brennender Sorge" que condenaba el nazismo también fue prohibida por el régimen de Franco. Pero, en efecto, no podemos dejar de decir que, pese a todos los datos que pudiéramos acumular y que manifiestan la instrumentalización política que el franquismo hizo de la Iglesia, una gran parte del clero se mantuvo en silencio ante los atropellos del régimen franquista: muy pocos (y menos conocidos de lo que lo son) fueron los que, como el cardenal Segura, se enfrentaron dando testimonio de la independencia y distancia eclesiástica con respecto al régimen y, aunque podría decirse que tuviéramos en cuenta, no obstante, la tremenda traumatización que sufrió la Iglesia católica española, debido al holocausto religioso que gran parte de ella padeció en zona republicana, eso no es ninguna justificación: pues católicos que habían vivido muy cerca del martirio bajo los fusiles del Frente Popular debieran haber estado prontos a recibirlo también frente a los pelotones de fusilamiento franquistas. No fue miedo, creo -sinceramente, después de haber estudiado el tema y haber hablado con muchos clérigos que vivieron todo aquello- que más bien fue un concepto muy equivocado del agradecimiento, sin que olvidemos la tan humana acomodación a una situación que, después de todo, no parecía tan grave tras haber escapado con vida a los trenes de la muerte y los Paracuellos.
Si el franquismo se desquitó de los carlistas y de los falangistas cuando mejor le convino, es cierto que a lo largo de toda la dictadura mantuvo cerca a la Iglesia, pese a los contados disidentes que eran coherentes con su fe y que evitaban adulterar su fe católica con una afección política que, además de circunstancial, se viciaba de tal modo; pero, aunque, sí que una parte de la Iglesia siempre acompañó al franquismo hasta el último estertor de Franco, veremos en próximas entregas que el nacional-catolicismo fue una ridícula impostura que ha hecho más daño que bien a la misión evangelizadora de la Iglesia católica.
Continuaremos...
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