RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 6 de diciembre de 2016

SOBRE LA CONSTITUCIÓN Y NUESTRA CONSTITUCIÓN

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Manuel Fernández Espinosa

No quiero justificarte
como haría un leguleyo,
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.


Gabriel Celaya, "España en marcha".



El presente artículo se basa, sobre todo, en la lectura de "Historia Secreta de la Constitución" de Ricardo de la Cierva. Es por ello una reflexión muy parcial, pero creo que lo suficientemente sustanciada. Por supuesto que podría acometerse un ensayo mucho más completo, pero por hoy basta así.



Ricardo de la Cierva (1926-2015) escribió un libro que conviene leer este día, cuando la España oficial celebra el llamado Día de la Constitución: "Historia Secreta de la Constitución. chantaje a la Corona" que formaría parte de sus "Episodios Históricos de España", publicados en ARC Editores, a finales de la década de los 90 del siglo pasado.

Con Ricardo de la Cierva se puede estar en algunas cosas y en otras, ya sabemos que no tanto. Sin embargo, como historiador y como ponente de la Constitución resulta el documento de un testigo de vista, a la vez partícipe y espectador. Su participación en la elaboración de la Constitución de 1978 no le ofusca a la hora de presentar las cosas como las recordaba, pudiendo escribir:

"La Constitución no suscitaba interés alguno y, para colmo, le dedicaron un monumento en los altos del Hipódromo que parece una obscenidad geométrica" (op. cit., pág. 99).

Además de contextualizar mundial y nacionalmente la época en que dieron a luz la Constitución, Ricardo de la Cierva nos ofrece de primera mano las tensiones en que el grupo constituyente alumbró la ley de leyes. Y lo que más se le agradece es que conscientemente se aparte de la corriente dominante que tiende a mitificar tanto la transición democrática como la Constitución: algunos, en su acomplejamiento irremediable, hasta han hecho de la Constitución de 1978 el único soporte de su "patriotismo" que gustan llamar "patriotismo constitucionalista", como si no hubiera España antes de 1978.

Para algunos -entre los que me incluyo- la Constitución de 1978 no inspira el entusiasmo que a fuerza de Informe Semanal y Documentos TV, series televisivas y canciones de la época, se nos pretende insuflar. De la Cierva aporta las observaciones que hiciera Joaquín Aguirre Bellver a la Constitución en su libro "Así se hizo la Constitución", del mismo año:

- Es desmesuradamente larga. 

-Es ambigua.

-La libertad de expresión queda establecida, pero no lo suficientemente salvaguardada.

-La eliminación de los senadores reales restó calidad y eficacia al Senado, convirtiéndolo en una institución superflua y de altos costes económicos, como al día lo es.

-A la Corona se le redujo a su mínima expresión, relegándola al papel de moderadora.

-El gran problema de la Constitución es el Título VIII que se dedica a la confección del Estado Autónomico, atribuyendo confusamente competencias estatales a las comunidades autónomas que estaban por crearse.

Pero lo que más nos parece interesante de toda aquella época es contemplar la catadura de sus actores principales, no ya en la confección de la Constitución misma, pero sí que como protagonistas de aquel momento de cambio: Adolfo Suárez, Enrique Tarancón, Fernando Abril, Manuel Fraga, Felipe González, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, etcétera... A día de hoy todos y cada uno de estos personajes goza de una reputación, muchas veces, superior al mérito de su actuación. Para ser Ricardo de la Cierva el autor (hombre de derechas), podemos decir que -pese a la corrupción que fue la tónica dominante de los gobiernos socialistas que estaban por venir- Felipe González es el que mejor sale parado.

De la Cierva nos aporta noticia de las íntimas pretensiones de Adolfo Suárez que lideraba la UCD que con base electoral de "centro-derecha" estaba -¿sorprendentemente?- secuestrada a efectos prácticos por un grupo directivo que apostaba por el "centro-izquierda", el que llamaban la "Empresa" formado por el mismo Suárez, Abril, Fontán y Rafael Arias Salgado. La tesis que prevaleció en el núcleo interno de UCD era la enunciada por Arias Salgado a Suárez con estas palabras: "A la derecha la tienes segura, no tiene a quién votar más que a ti. Vayamos a la conquista de la izquierda moderada". El planteamiento, considerado como mera técnica política, parece aceptable desde el punto de vista estratégico; pero la minoría centro-izquierdista de UCD se olvidaba que a la derecha, UCD todavía tenía a Fraga Iribarne y más a la extrema derecha (que, por lo visto, no contaba) a Blas Piñar. Y frente a UCD, como principal competidor para apoderarse del voto de la izquierda moderada, tenían nada más y nada menos que a Felipe González que de tonto no ha tenido nunca ni un pelo. Pero si como técnica electoral podría ser admisible, la falacia centro-izquierdista de UCD delataba un cinismo político muy propio de la derecha acomplejada que siempre ha tenido España. Además que eso era muy fácil proponerlo, pero Suárez muestra -a la luz de lo que nos cuenta De la Cierva- una notable inconsistencia como político, su tendencia al consenso, su facilidad para doblegarse, su inseguridad a la postre y sus preferencias por el centro-izquierda hicieron el resto... Lo que explica que el gato al agua se lo terminara llevando Felipe González.

El núcleo directivo de centro-izquierda de UCD resultó nefasto para lo que pone en evidencia Ricardo de la Cierva, nada sospechoso nuestro historiador de carlista ni de nacionalista vasco. Los preliminares de la Constitución estuvieron a punto de zanjar (o al menos paliar sensiblemente) una herida histórica, la que infligiera Baldomero Espartero y, más tarde, Cánovas del Castillo al foralismo vasco. El último día de los debates de la comisión se alcanzó uno de los anhelos más profundos del pueblo vasco, redactándose:

"A este efecto se derogan, en cuanto pudieran suponer abolición de derechos históricos, las leyes de 25 de octubre de 1839 y 21 de julio de 1876 y demás disposiciones abolitorias".

Aquellas leyes de Espartero y Cánovas eran un castigo revanchista por la lealtad de las provincias vascongadas a la causa carlista. El PNV había hecho suyas estas demandas (no voy a entrar aquí en la legitimidad que pudiera asistirle), de cara a su electorado, y recibió con entusiasmo esta rectificación histórica. "Había sido una victoria de la sensatez, el consenso y la historia" -apunta De la Cierva. Los senadores vascos habían logrado 13 votos contra 12 y rezumaban satisfacción. "El portavoz de UCD, Jiménez Blanco, participaba del entusiasmo general. UCD había puesto en contra sus doce votos sabiendo que perdería la votación. Jiménez Blanco decía: "Pido a Dios que este incidente sirva para que se solucionen los problemas del País Vasco". Los demás -incluso los senadores vascos- expresaron el mismo deseo" (op. cit.)

Sin embargo, cuando estaba a punto de aprobarse... "De pronto irrumpió en el Senado por la parte de atrás el vicepresidente del Gobierno y senador real Fernando Abril Martorell que apenas había intervenido en los debates senatoriales y se lanzó en tromba contra la disposición adicional de los territorios históricos forales." El resultado fue que: "Desaparecía la derogación de las leyes antiforales de 1839 y 1936: los carlistas volvían a perder su primera y tercera guerra de siglo XIX y el PNV, de raigambre carlista, que había asumido como cuestión esencial, de vida o muerte, la misma reivindicación, perdía su gran oporturnidad, su máxima ilusión política y advertía que haría lo imposible para que el electorado vasco votase en contra de la Constitución en el referéndum".

Resulta sorprendente que esa minoría de centro-izquierda que conducía a UCD reaccionara con tal saña contra esta enmienda que podía haber restañado las heridas que se remontaban al siglo XIX; Fernando Abril Martorell se opuso con tanta vehemencia contra esta enmienda que "a veces con puñetazos sobre el pupitre, que muchos -dice De la Cierva- pensamos que defendía el retorno al texto del Congreso y la supresión del texto vasco por una especie de cuestión personal". Asío fue como -por esta cabezonería de los que se ufanaban de espíritu de consenso- el problema vasco otra vez quedaba sin solución y terminaría enconándose. Oportunidad perdida del proceso constituyente de 1978.

La posición de la Iglesia en todo el proceso constituyente estuvo regida por el nefasto nuncio apostólico Luigi Dadaglio y por el no menos nefasto Vicente Tarancón que ese año pugnó por presidir la Conferencia Episcopal; los curas progresistas perpetraron en España lo que el mismo Pablo VI había calificado como "autodemolición" y los más tradicionales veían que la Constitución salía sin mención ninguna a Dios, por lo que se la denominó "Constitución sin Dios". Al final, los artífices de la Constitución consintieron mencionar, a título más bien histórico, a la Iglesia Católica en el texto constitucional; pero eso siempre es un caramelo envenenado: también una esquela fúnebre es una citación histórica y póstuma.

El libro de Ricardo de la Cierva que he comentado puede servir para hacernos cargo de la debilidad con la que nació la Constitución de 1978, debido sobre todo -y es lo que deduzco de su lectura- a la pusilanimidad de las mentes confusas y acomplejadas de la derecha, el centro-derecha, el centro-centro y el centro-izquierda que actuaban por ese entonces como representantes de más de lo que entonces era la mitad de España. Y estos mismos achaques son los que el Partido Popular, como partido de aluvión a donde confluyeron los "centros" desnortados, la derecha social y más tarde buena parte de la extrema-derecha del postureo, ha venido arrastrando hasta el mismo día de hoy. La sociedad española se decantaba mayoritariamente a la derecha en lo social, pero no le gustaba identificarse con la derecha política -nos dice De la Cierva. Se ve que las cosas no han cambiado mucho.

La izquierda, por su lado, podía estar en minoría en aquel entonces, pero mostró siempre mayor inteligencia y audacia políticas y, convirtiéndose en izquierda del sistema, incluso llegó a conquistar buena parte del electorado, no sin llenar de orgullo y satisfacción a Juan Carlos de Borbón. Lo que durante la transición democrática se revela, contra la tópica idealización que se ha hecho de ella como "modélica", es el miedo patológico de la derecha política y, por ende, la social: un miedo que no ha podido sacudirse en todos los años de democracia representativa y partitocrática. Y ha adquirido tanta experiencia en el miedo que esa es, pudiéramos decir, su auténtica constitución: el miedo. Se entiende que hoy haya hasta aprendido a rentabilizar los miedos que inspira y promociona contra la extrema-izquierda. 

Pero, a fin de cuentas, ¿qué derecha ni qué izquierda tenemos hoy? Todos aceptan el mismo menú que nos ofrece el Nuevo Orden Mundial, todos juegan a arrodillarse ante la hegemonía anglosajona (imponiendo incluso el bilingüismo inglés-español en la enseñanza), dejando que afloren nuevas Gibraltares de USA sobre nuestro suelo, enrolándose en las guerras de otros sin sacar nada más que unas palmaditas en la espalda, aceptando todas las corrupciones ideológicas como la de género e imponiéndolas con esfuerzo digno de mejor causa sobre toda una población a la que se la trata como a un rebaño sin pastor. ¿Dónde está nuestra "soberanía" cuando instancias mundialistas como el Banco Mundial nos hacen hasta el traje de mendigo? Multinacionales nos colonizan, poderes ajenos nos mangonean.

Siempre he pensado que España está constituida desde hace más de mil años, en el III Concilio de Toledo del año 589. Será por esa misma antigüedad venerable que hay tantos escombros, huesos y sangre de todos, hispanorromanos y visigodos, comuneros e imperiales, austracistas y borbónicos, carlistas y liberales, rojos y blancos... sobre nuestra verdadera CONSTITUCIÓN que, de serlo realmente, será la que nos mantenga en pie, conscientes de ser un pueblo formado por muchos pueblos que, cuando han ido en la misma dirección, no sólo han sido libres, sino progenitores de mundos. La mía es una Constitución no escrita, íntima y consustancial a nuestro pueblo en una solidaridad sin ruptura con las generaciones hispanas del pasado y con la voluntad de perpetuar nuestra estirpe en el futuro.

No, como español, no tengo nada que celebrar hoy. No me reconozco en esa Constitución que hoy congregará a los "patriotas constitucionalistas" en su pantomima, mientras todo se va al garete. O que excitará a los que la quieren reformar o abolir, para refundar una república... Vaya usted a saber: a mí todos me sobran. Yo no celebraré nunca ningún producto de los miedos, de la confusión, de la endofobia y del acomplejamiento por sistema. Nuestra Constitución más íntima es nuestro propio ser hoy en trance de desaparecer. Gabriel Celaya barruntaba lo que está por llegar, si no perecemos en el intento:

 
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.


lunes, 5 de diciembre de 2016

EL PSOE EN CRISIS


Pablo Iglesias Posse en un mítin


ELEMENTOS PARA EL DEBATE

Manuel Fernández Espinosa

Mucho se ha hablado recientemente de los más de cien años de historia del PSOE: en efecto, el PSOE es el partido político más antiguo de España, aunque no la formación política más antigua; veteranía que, bajo otra denominación que no la de "partido", le corresponde en justicia al carlismo. La profunda crisis que encara el PSOE en la actualidad, pendiente de resolverse en un inminente Congreso, me ha llevado a pensar estos días si las cosas tienen que ser como han sido o pueden cambiar. La innegable importancia que el PSOE ha tenido hasta la fecha: ¿es recuperable?, ¿de qué modo podría serlo? El Congreso de Suresnes de 1974 muestra la capacidad de adaptación del PSOE a los tiempos: ¿será capaz de adaptarse a los actuales? Es un enigma y claro que corresponde a sus dirigentes darle al PSOE un rumbo u otro.

La cuestión que parece preocuparles ahora es saber si tienen que adaptarse a la tendencia que los adelanta por la extrema izquierda populista o si bien harían mejor en recuperar el centro-izquierda con el que llegaron a gobernar durante décadas. El presente artículo no pretende enzarzarse en polémicas concretas con nombres y apellidos, mi propósito es más bien indicar -desde fuera del PSOE- lo que creo que sería lo mejor para el PSOE y, de paso, para España; sin por ello depositar mucha confianza en ser escuchado.

Empezaré diciendo que tres elementos -dos antiguos y uno reciente- me parecen dignos de consideración por nuestros socialistas, voy a enunciarlos y a continuación ofreceré un breve comentario de cada uno de ellos.

1º) El discurso anticlerical.

2º) El Internacionalismo.

3º) La ideología de género.

Los dos primeros son lastres que acarrea el PSOE desde hace muchísimo tiempo, con sus matices. El tercero es un elemento advenedizo, procedente de los dictados que marcan los laboratorios ideológicos del internacionalismo. Otras cuestiones, como son la corrupción, son tema particular que genera mucho escándalo, pero que afecta a toda la clase política y no sólo al PSOE, por lo que voy a orillar ese asunto por grave e interesante que sea.



1º) El discurso anticlerical. Pese a sus componente marxista, el PSOE no fue en sus orígenes un partido anticlerical. En una encuesta sobre socialismo y anticlericalismo que realizó la revista "Le Mouvement Socialiste" en 1902, el fundador del partido socialista español, Pablo Iglesias Posse, respondía, entre otras cosas, así: "Yo creo que para un verdadero socialista el enemigo principal no es el clericalismo, sino el capitalismo que en los presentes momentos históricos aparece esclavizando los pueblos". Pablo Iglesias Posse identifica el anticlericalismo como una tendencia de los "elementos burgueses" que juegan a la demagogia anticlerical sin la radicalidad suficiente. Pero consideraba en ese momento que: "Excitar al proletariado a que dirija su actividad y su energía contra los clérigos antes que contra los patronos, es el error más grave de que pueden ser víctimas los que aspiran a terminar con la explotación humana".

El anticlericalismo lo contrajo el PSOE justamente por la contaminación de los elementos burgueses republicanos que convergieron en determinadas circunstancias, siendo en 1918 cuando irrumpe con virulencia en el programa de ese momento, cuando para contentar a estos "compañeros de viaje" se expresó la voluntad de realizar la "supresión del presupuesto del clero y confiscación de sus bienes", así como la disolución de las órdenes religiosas. El republicanismo español decimonónico, infectado de masonismo, no se contentaba con ser laicista, sino que predicaba el más furioso "anticlericalismo" que incluso invitaba, por boca de Lerroux, a la violación de las monjas. El PSOE se dejó fascinar por estos elementos como más tarde -una vez infiltrado por los agentes soviéticos- sería el comunismo de la III Internacional el que le aportaría los rasgos más anticlericales. Sumarse al anticlericalismo trasnochado de Podemos sería repetir un error histórico, además de una infidelidad al mismo fundador.

Tampoco estará de más advertir que la Iglesia española de finales del siglo XIX y buena parte del XX no tiene mucho que ver con la Iglesia de finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Instalarse en posiciones rabiosamente anticlericales es como ladrarle a un fantasma. Pero comprenderemos, eso sí, que cuando la demagogia ha cargado tanto las tintas contra un supuesto enemigo cuesta mucho trabajo deshacerse de esos inveterados prejuicios que actúan sobre una masa poco informada que, en el curso del tiempo, ha asumido toda una serie de generalizaciones injustas e indeseables: la Iglesia como aliada del poder explotador, la Iglesia oscurantista, la Iglesia-poder. Hoy, San Lorenzo, mientras presenta a todos los pobres que asiste en sus comedores, podría decir, como le dijo a los romanos: "He aquí nuestros tesoros".

El Internacionalismo. Si el anticlericalismo, instigado sobre todo desde los focos de la masonería, es un fenómeno mundial, en España revestía su particular crudeza puesto que la tradición católica española estaba predispuesta, bien es verdad, a un cierto clericalismo que, tras la derrota del carlismo, arrojó al clero en brazos de las fuerzas liberales burguesas de derechas: los curas trabucaires se fueron al exilio o cayeron en el monte bajo la bandera de la Cruz de San Andrés y el clero que quedó pasó a ser el invitado de las casas-bien; así fue como irónicamente los mismos señoritos que se habían apropiado de los bienes eclesiásticos desamortizados ahora agasajaban con chocolatadas a las víctimas de su expolio liberal. Pero el internacionalismo es un fenómeno más complejo todavía, puesto que es más universal y como un presupuesto ideológico socialista. La lucha obrera socialista se estableció desde su origen como lucha internacional: "Proletarios de todo el mundo, uníos" -terminaba "El Manifiesto Comunista". Pero el internacionalismo emite unas directrices que, la verdad sea dicha, no se sabe muy bien ni de dónde proceden. Plegarse a los dictados de una Internacional (sea la socialdemócrata o la llamada cristiano-demócrata, como es el caso para el Partido Popular o el PNV) es, en definitiva, prestarse a juegos que escapan al interés nacional. No tiene por lo tanto nada de sorprendente que los partidos "nacionales", encuadrados en estas superestructuras, hayan perdido toda popularidad entre el electorado que siente como muy lejanos los discursos que impulsan "localmente" estos grupos políticos. En el caso del nacionalismo particularista, como es el PNV, la cosa todavía puede camuflarse un poco más, pero en los casos del PSOE o del PP la cosa no puede disimularse: la sensación es que obedecen a instancias muy distantes de las preocupaciones cotidianas de las gentes propias, imponiendo políticas económicas que nos endeudan e hipotecan o ideologías que tienen el sello de la artificialidad que entretiene, pero no soluciona realmente nada.

3º Es en ese último capítulo donde cabe considerar la "ideología de género". La convergencia del feminismo radical y del lobby gay mundial ha tomado al abordaje los partidos internacionalistas (lo mismo da que estos se sitúen en la social-democracia que en la cristiano-democracia). El discurso que diseminan las terminales de esta ideología hace hincapié en cuestiones muy particulares -como es lo que se llama por ahí la "opción sexual" y la "identidad de género" (donde el "género", como constructo ideológico de la cultura quiere suprimir la realidad natural de la "identidad sexual"); no voy a entrar ahora en valorar todo esto, ni me importa ahora mismo. Lo que salta a la vista es que este tipo de reclamaciones, adoctrinamiento e imposiciones (a veces con tintes totalitarios), con toda su escenificación, es otra manera de perder el tiempo para no atender lo realmente importante y prioritario, que debería ser la Justicia Social. La ideología de género, asumida lo mismo por el PSOE como por el PP (Cristina Cifuentes es buena muestra de ello), tiene todo el aspecto de ser otro entretenimiento generado por ciertos grupos de poder, elites en definitiva, cuyos intereses particulares distraen de los intereses del Bien Común que son los que realmente debieran ser atendidos: la optimización de políticas laborales reales que no sólo den empleo (evitando el drama de la emigración de nuestros compatriotas), sino que aseguren los derechos laborales conquistados tan arduamente a lo largo de décadas y que se están viendo reducidos a su mínima expresión, cuando no llevados a una servidumbre insufrible o a la lacra del desempleo/empleo precario.

Si el PSOE tiene en cuenta que deshacerse de estos tres presupuestos podrían conectarlo nuevamente al sentir de las masas, tal vez el PSOE pueda salir con éxito de la presente crisis.

Resumiendo lo más arriba considerado:

1º El abandono de la verborrea anticlerical no se traduce en que el PSOE tenga que pasar a ser un partido clerical: nadie ha dicho tal cosa aquí. Pero sí que sería un paso adelante en la recuperación de la realidad, deshaciéndose de un discurso que lleva a ciertas contradicciones que a la postre abisman a las masas que lo mismo van de romería y luego votan al PSOE. El Partido Socialista Obrero Español debería pensar si no es más importante ser SOCIALISTA que laicista o anticlerical.

2º El internacionalismo no debe inmiscuirse en las estrategias que se apliquen a la situación local: nacional, autonómica, provincial, comarcal y municipal. Las condiciones más justas de los trabajadores nacionales no pueden ser burladas por consignas que proceden de centros de poder ajenos a nuestra circunstancia y que, a todas luces, perpetran sus políticas para desposeer a los obreros de los derechos laborales obtenidos en una larga lucha, a la vez que generan políticas de inmigración que dotan de mano de obra barata a los capitalistas y que, tal y como advirtió Su Santidad Benedicto XVI son: "imponentes flujos migratorios, frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente" (Caritas in veritate). El Partido Socialista Obrero Español debería atreverse a ser ESPAÑOL.

3º La ideología de género debe ser arrinconada como lo que es: una estrategia de grupos particulares singularmente interesados en una ingeniería social que es del todo ajena a las verdaderas demandas de la sociedad. El Partido Socialista Obrero Español debería ser OBRERO y no entretenerse en dinámicas que distraen de la verdadera lucha por mejorar las condiciones laborales, erradicar la explotación y practicar una política más justa en aras del Bien Común.

Existe una corriente cristiana dentro del PSOE, esperamos verla asomar en el futuro Congreso.

jueves, 1 de diciembre de 2016

ALZA, TORO DE ESPAÑA: LEVÁNTATE

El Toro de Osborne, uno de los iconos que mejor han concretado el símbolo de la autoctonía, la fuerza y la fecundidad del Toro Hispánico

PADRE TORO, TÓTEM DE LA DEHESA.

Para una apología de la Tauromaquia



Manuel Fernández Espinosa

Dedicado a mi amigo, 
el poeta y escritor Antonio Moreno Ruiz


Contra el mundo taurino que hemos conocido pesa a día de hoy una cierta y siniestra amenaza. Grupos organizados (animalistas o antitaurinos) pugnan por erradicar la llamada "fiesta nacional" ante el escándalo de los aficionados y la perplejidad de todos aquellos cuantos, aunque no nos sentimos taurinos y mucho menos expertos en "toros", nos parece una actitud de imposición, rabiosa y no exenta de tintes totalitarios. En estas campañas anti-taurinas confluyen los enemigos declarados de España (nacionalistas independentistas catalanes, p. ej.) por entender que la tauromaquia es una señal de identidad española, así como unas difusas e inconsistentes "hipersensibilidades" postmodernas que conjugan el ultra-ecologismo con la dieta vegana, muy New Age.

Pero es tal vez en este momento crítico cuando podamos encontrar, justamente en el Toro, un símbolo que recobrar, restaurándolo en sus connotaciones más identitarias. Todo patriotismo auténtico tiene unas raíces tan profundas que se pierden en la noche de los tiempos. No, no se trata de ese "nacionalismo español", invención de liberales constitucionalistas extranjerizantes del siglo XIX, tampoco del "patrioterismo" casposo y cutre del residual franquismo que, personalmente, me es tan repugnante como cualquier fenómeno moderno. El nacionalismo siempre ha sido cosa de sentimientos, de ahí su endeblez. La reciedumbre del patriotismo se halla en los cimientos firmes sobre los que se activa y, lejos de ser estático, tiene la posibilidad de cobrar un dinamismo difícil de paralizar una vez que se le arranca y pone en marcha. Cuando se activan símbolos poderosos para una comunidad, como es el caso del Toro para la nuestra, bullen en los fondos del alma miles de resonancias que no son ya de índole individual, sino colectiva. Así, hombres de tan distintas ideologías e incluso antagónicas ideologías, deponen los constructos intelectualoides a los que se entregaron en el momento histórico que les tocó vivir, para acceder y -si están dotados de genio y arte- hacernos acceder a los símbolos poderosos de la comunidad.

Con el Toro lo hemos visto en España siempre. Hombres de izquierda, como Miguel Hernández, Picasso ó Rafael Alberti (pudiéramos citar a muchos más) sintieron por el Toro una fascinación difícil de emular. En el Toro encontraron el irreductible núcleo de su identidad hispánica. Hombres del frente contrario coincidirían en ello.

Para adquirir una ligera idea de lo que el Toro representa para la comunidad hispánica podemos recurrir a un término propio de la historia de las religiones y la antropología: el Tótem. El Toro, se ha dicho muchas veces, es nuestro Tótem.   

 
Gerardo Diego, pisando la arena

En un artículo publicado en "El Sol", allá en 1931, el periodista Víctor de la Serna (1896-1958), hijo de la novelista Concha Espina, escribía:

"El español tiene diversos modos de rito para este dios cruento [el toro]. Come criadillas, usa vergajo, guarda el agua, ¡gran rito el del agua en España! en vasijas tauriformes, y lleva el tabaco negro y picante en petacas transparentes de piel de toro bravo. De tal toro bravo que mató diez caballos en una feria castellana".

Sobre el toro y los ritos del agua a los que alude aquí Víctor de la Serna hizo un maravilloso estudio ("Ritos y Juegos del toro", 1962: revisado y ampliado posteriormente) uno de nuestros mejores historiadores de las religiones, Ángel Alvarez de Miranda (1915-1957).  

Gerardo Diego escribe un soneto cuyo título es elocuente: "Invocación al Toro".

Padre toro, tótem de la dehesa,
Zeus potente en bramas y en accesos
-relámpago de furias-, y en procesos
de largo, oscuro amor que oprime y pesa.

Tu negro soplo huracanado expresa
la tormenta que fraguas en tus sesos,
torva nube que truena -azar de huesos-
la amenaza del tronco hecho pavesa.

Padre toro, desgarra en mil jirones
las banderas del aire y borbotones,
fulmina y tala, abrasa y carboniza,

revuelve paraísos con avernos,
y encuna este poema de ceniza
y de gloria en la rima de tus cuernos.

Otra invocación al tótem hispánico compone Miguel Hernández en su vibrante poema "Llamo al Toro de España" que adquiere resonancias de plegaria ibérica, conjurando la fuerza y la virilidad táurica contra el lobo y el águila. Es cierto que, circunstancialmente, el lobo y el águila que evoca Miguel Hernández pueden ser a buen seguro trasuntos zooicónicos de la Roma fascista (la Loba Capitolina) y la Alemania nazi (el águila del III Reich), pero como poesía genuina la cáscara del tiempo se resquebraja para dejarnos una estampa fulgurante de lo que Miguel Hernández entiende racialmente como España: el Toro.

Miguel Hernández, declamando sus versos en la calle

J. M. Blázquez ha estudiado el antiquísimo culto al Toro en la península ibérica en sus dos volúmenes de "Primitivas religiones ibéricas", acopiando monumentos arqueológicos y documentación escrita que se remonta a Diodoro Sículo, aunque podríamos ir más atrás todavía para hallar las más primitivas fuentes escritas que ya nos hablan de estos mitos y ritos alrededor del toro en el extremo occidental de Europa: el mismo Platón nos pinta los ritos que protagonizaban los príncipes de la Atlántida, teniendo al toro como centro. Aquí debiéramos pensar que, aunque religiones orientales trajeran cultos taurinos (el mitraísmo), en la península ibérica ya existían desde tiempo inmemorial, muy probablemente por influencia atlante, cultos taurinos que más tarde, en tiempos de la Hispania romana, pudieron converger con religiones mistéricas en las que el toro jugaba a su vez mucha importancia sagrada, como es el caso del mitraísmo.
 
Según la tesis de Álvarez de Miranda, las corridas de toros actuales vendrían a ser la degradación de ritos religiosos que devienen a espectáculos y juegos públicos; lo que también ocurrió con la tragedia griega, las Olimpíadas o la lucha de gladiadores en el circo romano que tuvieron un origen sagrado y religioso y terminaron siendo un divertimento público. Aquí estamos ante lo que pudiéramos enunciar como un principio constatado en la historia de la religión que es decir la historia de la cultura: lo que es religioso en un principio va depauperándose hacia formas que pierden su contenido y sentido sagrado.

No obstante, tengamos en cuenta también que, como Blázquez nos hace entender: "Uno de los rasgos característicos de la religiosidad ibérica es su carácter pragmático -entrar en contacto con la divinidad para obtener favores tangibles-. Este pragmatismo parece ser también una nota distintiva del culto a los bóvidos en Hispania. El toro fue considerado como una gran cantera de virtudes misteriosas. Su utilización se inscribe dentro de la magia". Y, en efecto, en todos los ritos taurinos -por fragmentada que nos haya llegado su antigua conmemoración o degradada que haya resultado en el curso del tiempo- lo que parece que en la mayor parte de leyendas medievales sobre el toro ocupa el interés capital son dos virtudes: la acometividad violenta y la fecundidad propias del toro.

La leyenda de Ataúlfo (recogida en antiguas crónicas medievales como "Historia contemporánea" (siglo XII), en los "Cronicones" del obispo Pelayo (siglo XIII) o en la misma "Cronaca generale" de Alfonso X el Sabio) nos presenta a un obispo acusado de homosexualidad al que se le suelta un toro bravo; lo que no cabe interpretar -según Blázquez- como una simple ordalía, sino como un rito sanador. Teniendo en cuenta el relato del obispo Ataúlfo, tan conocido en la Edad Media, el mismo vendría a explicar que los clérigos de antaño, con mucha probabilidad para que nadie pensara mal de su virilidad, eran grandes aficionados a la lidia de toros. Las autoridades eclesiásticas, más ilustradas y lejos de la sensibilidad popular, condenaron reiterativamente estas costumbres rurales como lo ponen de manifiesto el estudio de los sínodos medievales; la cosa llega incluso al siglo XVI, así en el Sínodo de Guarda (Portugal) convocado por D. Pedro Vaz Gaviao, del 12 de mayo de 1500, se estipula que: "Achamos uma constituiçao de nossos predecesores em a qual defendem, por ser cousa assaz em abatimento e vilipendio do estado clerical, que nenhum clérigo constituído em ordens sacras ou beneficiado lutasse, bailasse, dançasse, publicamente, nem andasse con touros em curro, garrochando-os ou alanceando-os...".

El testimonio de este sínodo lusitano condena la costumbre, a lo que se ve extendida y reincidente, que tenían los clérigos de lidiar, bailar y alancear toros, con lo que de paso se nos da idea de lo que se hacía en aquellos festejos. Pero, más que una afición taurina, lo que esos clérigos llamados al orden hacían era seguir unas tradiciones multiseculares que, en su concreto estado de célibes, demandaba el público: comprobar en su trato con el toro su masculinidad, para que ésta estuviera fuera de toda duda. Las autoridades eclesiásticas juzgaban desde un punto de vista semejante al de todos aquellos que establecen normas desde un despacho, sin apenas contacto con la realidad.

Siempre han sido -se ve en el caso de la documentación sinodal- personajes pretendidamente "ilustrados" los que en España han atacado al mundo taurino, en aras de un presunto decoro, por supuesto amor a los animales o por pretendido progresismo. Lo que salta a la vista es que, en cualquiera de los casos, estamos hablando de gentes que han perdido, si es que alguna vez tuvieron, el sentido de pertenencia a la comunidad. Los que tenemos ese sentido identitario, ¿qué deberíamos hacer?

En primer lugar, tengamos claro que los que se oponen -y hasta atentan- contra nuestra fiesta nacional lo hacen, pese a todo lo convencidos que estén de las "emociones" que esgriman, muy al unísono con los siniestros poderes económicos que quieren destruir nuestra identidad, desde sus remotos despachos con un auténtico desprecio por nuestras tradiciones y los derechos que nos asisten para mantenerlas y la obligación que tenemos de defenderlas. Esos nuevos "ilustrados" siguen -consciente o inconscientemente- las consignas que el mundialismo emite en orden a devastar nuestra identidad nacional, para que de esa forma nuestra servidumbre al capitalismo global sea un hecho consumado. Este asunto de los "toros", por lo tanto, forma parte de la misma conflagración invisible que se está dando en nuestro tiempo, es un episodio más. Y téngase en cuenta que en esta lucha nos jugamos nada más y nada menos que el ser y el estar como únicamente podemos ser y estar los seres humanos, esto es: ser de un pueblo y de un lugar, siendo españoles y estando españoles. No existe en ninguna parte ese abstracto convencionalismo que se llama "humanidad"; lo que existe -se pongan como se pongan- es la "humanidad" concretada en sus particulares identidades locales, regionales, nacionales. Si llegaran a destruir la fiesta nacional habrán destruido uno de los núcleos elementales de nuestra identidad hispánica.

Teniendo en cuenta que, como más arriba decíamos, la tauromaquia devino a espectáculo lúdico, tras dejar de ser el rito sagrado que era en los tiempos de los orígenes, deberíamos aventurarnos a introducir de nuevo el sentido religioso de la fiesta taurina, reconvirtiéndolo en expresión -rito- de misterios relacionados con la vida, la fecundidad, la muerte y la resurrección.

Yo me atrevo a barruntar que la salvación de España -en la que todavía creo y nunca dejaré de creer- vendrá bajo el signo del Toro.

Botijo-Toro de Cuenca, vasija tauromorfa popular


BIBLIOGRAFÍA:

De la Serna, Víctor, "España, compañero".

Álvarez de Mirando, Ángel, "Ritos y Juegos del toro".

Diego, Gerardo, "La suerte o la muerte".

Blázquez, J. M. "Primitivas religiones ibéricas".

García y García, Antonio, "Synodicon Hispanum", (II Portugal).

jueves, 24 de noviembre de 2016

¿ES VIABLE UNA IZQUIERDA PATRIOTA EN ESPAÑA?




LA IMPOSIBILIDAD DEL INTERNACIONALISMO PARA LA IZQUIERDA DEL SIGLO XXI. UNA OPINIÓN

Manuel Fernández Espinosa

Pareciera que la izquierda clásica siempre se ha entendido y dado a entender con vocación internacionalista: aspiraba, desde sus albores, a la lucha de la clase obrera mundial, explotada por una minoría de opresores capitalistas. La nación (no entremos ahora a precisar el significado de este complejo término) sería una "superestructura" que impediría, como la misma religión, la revolución necesaria que conquistara el poder y suprimiera la propiedad privada.

Entendido así, la izquierda y el patriotismo son términos que parece que se rechazan recíprocamente. La patria del obrero sería el mundo, no la tierra nativa. Pero desde aquel entonces (siglo XIX) las cosas han cambiado mucho. Ha quedado demostrado en el curso del tiempo que los explotadores -que, por supuesto, existen- tampoco tienen patria alguna: pues nada más apátrida que el capitalismo; los capitalistas y sus familias, a título personal, y por la disposición que hacen de su bolsillo son por naturaleza cosmopolitas, saltan de un punto al otro del planeta en sus aviones privados o en primera clase de los aviones que comunican intercontinentalmente el planeta.

A día de hoy, el capitalista que nunca tuvo patria y sigue sin tenerla, puede permitirse esa movilidad tan holgada, ese olímpico desarraigo, pero el obrero: ¿puede seguir siendo internacionalista? Tal vez le cueste trabajo darse cuenta, pero el obrero -y, con el obrero, por extensión el parado- que persista en su "internacionalismo" quedará en el actual estado de desamparo por los partidos políticos y sindicatos que todavía se jactan cínicamente de ser sus representantes. Ni los estilos de vida ni los intereses del obrero nacional son los mismos estilos de vida o intereses de sus a día de hoy "políticos". Salta a la vista que los derechos conquistados por los trabajadores a lo largo de la andadura de su lucha -mismamente en nuestro país- han retrocedido, hasta tal punto que hasta el franquismo puede presentarse hoy como un estado social más protector de la clase obrera que lo que tenemos; y, sin que entremos en honduras, digamos que ello se explica por las incuestionables medidas legislativas y realizaciones impulsadas desde el nacional-sindicalismo.

Mientras el obrero español ha quedado cada vez más reducido, a merced de leyes laborales promulgadas desde la implantación del sistema de 1978, los partidos políticos que se arrogaban la legitimidad de representarlos se vienen dedicando a todo, menos a dar solución a las injusticias, y vemos que están más involucrados con el adoctrinamiento de la "ideología de género", con el anticlericalismo más rancio o con cualquier moda que no sea lo que en la letra justifica su misma existencia: esto es, la que debiera ser una efectiva lucha por las reivindicaciones laborales de los trabajadores. De los sindicatos de clase podemos decir otro tanto; y esta dinámica -o por mejor decir, inmovilismo- no se altera por muchos dignos sindicalistas (de UGT, CCOO ó CNT) que están en la primera línea y sin duda dan la cara por sus compañeros.

Así las cosas, que emerja una izquierda netamente nacional no es que sea una posibilidad; es una necesidad. Y de no surgir algo así, los compatriotas trabajadores (incluyámonos nosotros e incluyamos a los parados, también los autónomos) seguirán alimentando con sus votos la nueva superestructura que el capitalismo global ha levantado: ya no es la nación, ni la religión la superestructura que imposibilita plantar cara al capitalismo... la superestructura es toda esa izquierda progresista que de izquierda sólo tiene el nombre y en lo progresista lleva toda la inmensa tontería que paraliza las fuerzas populares capaces de darle un viraje a esta situación. En el caso de España, a esa superestructura política sedicentemente de izquierdas la acompaña hasta el partido "de derechas" que, en una maniobra de confusión, ha camuflado su derechismo llamándose a sí mismo centro-reformista. Todos: desde el PP hasta el último de la fila están a favor de todo cuanto posibilita la explotación del obrero español por el gran capital apátrida.

Tenemos así que la izquierda real debe suprimir de su ideario el internacionalismo para hacer frente al capitalismo que le gana en supranacional, internacional y multinacional, para centrarse en los intereses reales de los obreros nacionales, defendiéndolos de la depredación capitalista que, a la vez que explota los recursos y la mano de obra nacional, devasta las formas de vida tradicional y las identidades.

Y otra cosa es marear la perdiz.

NOTA: Prescindimos adrede de entrar en una logomaquia estéril en cuanto a precisar los términos "derecha" e "izquierda". La experiencia demuestra que los que se devanan los sesos sobre vocablos y etimologías varias, muy pocas veces muestran en la realidad combatir por ideales con el denuedo, digno de mejor empleo, que ponen a la hora de ser tan precisos con cuestiones léxicas.

domingo, 13 de noviembre de 2016

DE NARCOS Y GRINGOS



Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


Mucho me habían hablado de la serie “Narcos” de Netflix y no prestaba demasiada atención hasta que un buen día me dio por verla y me enganché. Pero pronto la bofetada de la realidad pudo a la ficción.

“Narcos”, como serie, lo tiene todo para triunfar. Buenos paisajes, buena fotografía, buenas caracterizaciones, buena acción… Se nota que se han gastado el dinero a base de bien. El actor brasileño Wagner Moura (el capitán Nascimento de “Tropa de Élite”) encarna a Pablo escobar. Y es un gran actor, pero aquí nos tropezamos con un obstáculo, porque imitar el acentico paisa y más para Moura, que no hablaba español poco antes de la serie, se antoja misión imposible. Acentos como el paisa colombiano o el andaluz occidental son de los más difíciles de imitar incluso para actores que tienen la lengua de Cervantes como nativa.

Sea como fuere, para gustos los colores. Habrá gente que el tema interpretativo lo valore más, otros que lo valoren menos, etc. No obstante, lo que sí me parece preocupante es cómo muy pronto empieza la serie a quitarse la careta gringa. Supuestamente “basada en hechos reales”, como nos tienen acostumbrados en sus películas, documentales y etc., un agente de la DEA va contando cómo fue la lucha contra el narcotráfico en los peores años de Pablo Escobar y compañía. En principio parece curioso, pues es como si escuchásemos a un estadounidense su parecer sobre los hispanoamericanos. Pero muy pronto, la trama discurre sin mentar cómo la CIA asesinó a cierto agente cuando descubrió que el dinero de la droga era usado para tejemanejes en Centroamérica. Que si los comunistas eran malos (que lo eran, y mucho), la contra no era mucho mejor. Y la droga es mala la trafique quien la trafique. A ver si en esto también va a haber “partidismos”.

No cuenta, asimismo, cómo desde Estados Unidos se maneja el dinero de la droga; cómo sus bancos son mudos, cómo actúan los paraísos fiscales. Y como se preguntaba el escritor colombiano Gabriel García Márquez, ¿cómo es posible que millones de drogadictos tengan su dosis diaria sin problemas de abastecimiento? ¿O es que nos tenemos que creer que hay muchos despistes y por eso entra tanta droga para abastecer a millones de personas?

Hablando de García Márquez, “Popeye”, uno de los principales sicarios de Pablo Escobar, siempre ha dicho (y García Márquez en vida nunca lo desmintió) que el escritor caribeño fue su contacto con la dictadura castrista, con quien mantenían pingües beneficios. Supongo que ahora, con la amistad entre Obama y Raúl, todo irá a mejor…

Luego, otra cosa es presentar la supuesta cara honesta de políticos colombianos. Curiosamente, los que más colaboraron con Estados Unidos. Políticos pusilánimes y corruptos que dejaron pasar todo y entregaron en bandeja su soberano espacio a unos Estados Unidos que en verdad “actuaron” cuando se dieron cuenta que había un dineral que no podían controlar, “libre de impuestos”. Los anglosajones y el “libre comercio” desde el siglo XVIII es lo que tienen: El comercio/mercado es libre cuando les favorece a ellos. Bueno, y eso por no hablar del interés narco que había en multitud de políticos, no sólo en los más escandalosos. Y que sigue habiendo. Y ahora, con el triángulo Santos-Maduro-Castro, no ha sido sino un balanceo a la izquierda de todo aquel maremágnum. Sin duda la violencia le sale muy rentable siempre al rojerío. Y el ¿libre mercado? siempre gana con el Tío Sam, que cuando le parece, hace guerras preventivas. Pero no las hace con el Estado Islámico, quien también anda con petróleo y con drogas para financiarse. Qué curioso. Cómo coinciden los intereses…

Con musiquitas sentimentales y discursos preparados pueden creer lavarse las conciencias en un rato de “show”, pero la sangrienta hipocresía que hay en el mundo de la droga (uno de los principales motores económicos del mundo) apesta ya demasiado por más que se intente disfrazar con propaganda. Y esa hipocresía primaria consiste en culpar a Sudamérica, cuando en verdad todo esto existe gracias a que Estados Unidos y Europa la consumen a raudales.


Hay muchas series de narcos y gringos. Pero cualquier parecido con la dura y compleja realidad es pura coincidencia.