LA IMPOSIBILIDAD DEL INTERNACIONALISMO PARA LA IZQUIERDA DEL SIGLO XXI. UNA OPINIÓN
Manuel Fernández Espinosa
Pareciera que la izquierda clásica siempre se ha entendido y dado a entender con vocación internacionalista: aspiraba, desde sus albores, a la lucha de la clase obrera mundial, explotada por una minoría de opresores capitalistas. La nación (no entremos ahora a precisar el significado de este complejo término) sería una "superestructura" que impediría, como la misma religión, la revolución necesaria que conquistara el poder y suprimiera la propiedad privada.
Entendido así, la izquierda y el patriotismo son términos que parece que se rechazan recíprocamente. La patria del obrero sería el mundo, no la tierra nativa. Pero desde aquel entonces (siglo XIX) las cosas han cambiado mucho. Ha quedado demostrado en el curso del tiempo que los explotadores -que, por supuesto, existen- tampoco tienen patria alguna: pues nada más apátrida que el capitalismo; los capitalistas y sus familias, a título personal, y por la disposición que hacen de su bolsillo son por naturaleza cosmopolitas, saltan de un punto al otro del planeta en sus aviones privados o en primera clase de los aviones que comunican intercontinentalmente el planeta.
A día de hoy, el capitalista que nunca tuvo patria y sigue sin tenerla, puede permitirse esa movilidad tan holgada, ese olímpico desarraigo, pero el obrero: ¿puede seguir siendo internacionalista? Tal vez le cueste trabajo darse cuenta, pero el obrero -y, con el obrero, por extensión el parado- que persista en su "internacionalismo" quedará en el actual estado de desamparo por los partidos políticos y sindicatos que todavía se jactan cínicamente de ser sus representantes. Ni los estilos de vida ni los intereses del obrero nacional son los mismos estilos de vida o intereses de sus a día de hoy "políticos". Salta a la vista que los derechos conquistados por los trabajadores a lo largo de la andadura de su lucha -mismamente en nuestro país- han retrocedido, hasta tal punto que hasta el franquismo puede presentarse hoy como un estado social más protector de la clase obrera que lo que tenemos; y, sin que entremos en honduras, digamos que ello se explica por las incuestionables medidas legislativas y realizaciones impulsadas desde el nacional-sindicalismo.
Mientras el obrero español ha quedado cada vez más reducido, a merced de leyes laborales promulgadas desde la implantación del sistema de 1978, los partidos políticos que se arrogaban la legitimidad de representarlos se vienen dedicando a todo, menos a dar solución a las injusticias, y vemos que están más involucrados con el adoctrinamiento de la "ideología de género", con el anticlericalismo más rancio o con cualquier moda que no sea lo que en la letra justifica su misma existencia: esto es, la que debiera ser una efectiva lucha por las reivindicaciones laborales de los trabajadores. De los sindicatos de clase podemos decir otro tanto; y esta dinámica -o por mejor decir, inmovilismo- no se altera por muchos dignos sindicalistas (de UGT, CCOO ó CNT) que están en la primera línea y sin duda dan la cara por sus compañeros.
Así las cosas, que emerja una izquierda netamente nacional no es que sea una posibilidad; es una necesidad. Y de no surgir algo así, los compatriotas trabajadores (incluyámonos nosotros e incluyamos a los parados, también los autónomos) seguirán alimentando con sus votos la nueva superestructura que el capitalismo global ha levantado: ya no es la nación, ni la religión la superestructura que imposibilita plantar cara al capitalismo... la superestructura es toda esa izquierda progresista que de izquierda sólo tiene el nombre y en lo progresista lleva toda la inmensa tontería que paraliza las fuerzas populares capaces de darle un viraje a esta situación. En el caso de España, a esa superestructura política sedicentemente de izquierdas la acompaña hasta el partido "de derechas" que, en una maniobra de confusión, ha camuflado su derechismo llamándose a sí mismo centro-reformista. Todos: desde el PP hasta el último de la fila están a favor de todo cuanto posibilita la explotación del obrero español por el gran capital apátrida.
Tenemos así que la izquierda real debe suprimir de su ideario el internacionalismo para hacer frente al capitalismo que le gana en supranacional, internacional y multinacional, para centrarse en los intereses reales de los obreros nacionales, defendiéndolos de la depredación capitalista que, a la vez que explota los recursos y la mano de obra nacional, devasta las formas de vida tradicional y las identidades.
Y otra cosa es marear la perdiz.
NOTA: Prescindimos adrede de entrar en una logomaquia estéril en cuanto a precisar los términos "derecha" e "izquierda". La experiencia demuestra que los que se devanan los sesos sobre vocablos y etimologías varias, muy pocas veces muestran en la realidad combatir por ideales con el denuedo, digno de mejor empleo, que ponen a la hora de ser tan precisos con cuestiones léxicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario