Por
Antonio Moreno Ruiz
Historiador
y escritor
Cuando uno es escritor, tiene que aceptar las críticas. Gusten más o gusten menos, es así. Todo lo que no haga en la vida estará sujeto a críticas, como nos enseñó con sus cuentos el infante Don Juan Manuel, allá por el Medioevo. La república de las letras no iba escapar a tal cosa.
Recuerdo
que cuando publiqué la novela “Los salvadores de la mafia” (1) comprobé
que, gracias a Dios puedo decir que soy profeta en mi tierra y en Bollullos de la
Mitación, mi pueblo del alma, el libro se vendió como rosquillas. Recibí muy
buenas críticas en general, pero hubo una que me llamó más la atención: A un
paisano le había encantado la novela pero el final lo vio flojito. Un amigo
cordobés también me dijo que se quedó con más ganas, como si la novela fuese
“demasiado definitiva”. Y bueno, estas críticas, lejos de molestarme, sirvieron
para estimularme en mis trabajos. Ahí sigo dándole a la tecla y tengo muy en
cuenta las críticas y los consejos.
Asimismo, cuando más nuevo, mis profesores me decían que era muy barroco. Otros me
decían que se me notaba la influencia del romanticismo. Probablemente, eso me
ha acompañado con los años, pero creo que me he ido puliendo. Eso sí: Uno nunca
deja de encontrarse errores y de aprender. Y para eso, aparte de escribir, hay
que leer.
Hasta
aquí creo que todo bien. “Fresco”, como dicen en Colombia. Pero hay críticas y
críticas. La crítica de verdad, reitero, se acepta y hasta se agradece. El
problema viene cuando algunos amigos perplejos refieren, no sin rubor, asombro
y hasta consternación, que en cierto estercolero de internet me ponen a parir
cada vez que escribo algo. Y en verdad escribo bastante, así que hay quien se toma bastante trabajo. Y cuando voy a algunos enlaces que me refieren, me encuentro con lo de siempre: Toda una corte de frikis marujonas
y cobardes que, a entrambas orillas de la mar océana, se amparan en el
anonimato para difamar, tergiversar, manipular y confundir mis escritos,
poniendo cosas en mi boca que yo jamás he dicho, y demostrando lo incapaces e
impotentes que son al exhibir una incomprensión lectora que va más allá del
infantilismo. Resulta que según este microsector virtual/marginal, yo soy
agente de Putin y estoy en contra de la seguridad social. Eso para empezar. Casi nada…
Y
en verdad, vive Dios que debería estarles agradecido, porque nadie me da más
publicidad. Pero hay que reconocer que esa obsesión da yuyu. Hay algo oscuro
por ahí. Y más allá de los peligrosos y oscuros"gustos" de cada cual, lo que va más allá de la
casualidad es que se ponen con espumarajos nerviosos cuando un servidor osa
criticar a instituciones tan poco recomendables como la Unión Europea o la
OTAN. Se conoce que, como me tienen tan presente, al ser yo una de sus máximas
referencias, esto les irrita especialmente. ¡Quién osa perturbar la
tranquilidad de sus putas vidas!
Cuando
en el Año de Nuestro Señor de 2013, Manuel Fernández Espinosa, Luis Gómez y un
servidor iniciamos la aventura de elaborar una revista cultural hispánica (de nuestro puño y letra, sin anonimatos rastreros), yo
también sabía que me exponía a las críticas. Muchas veces, desde posiciones
izquierdistas, se me ha criticado con un mínimo de coherencia. Sin embargo, las
“peores” críticas las he recibido siempre de esta caterva de mamarrachos,
compendio junto y revuelto derechoides/frikifachas/pseudotradis.
Lo mejor de cada casa, vamos…
Hablando
de críticas, desde estos circulitos se me ha dicho a veces que si soy “grosero”
por hacer algún que otro poema o artículo jocoso. Y yo me pregunto: ¿Es que han
leído La Celestina de Fernando de Rojas o Las desgracias del ojo del culo de Francisco de Quevedo? Sólo por ponerle dos títulos para que se ilustren un
poco. Tanta anglofilia vuelve puritana a la gente, a la par que más tonta
todavía, por imposible que ello parezca.
Así
las cosas, no nos extrañe que en tres décadas en España nada se haya construido
en el “área patriótica”; un área que está muerta y cuya apestosa falsedad sólo
se halla en los escombros de las redes sociales; redes que, lejos de ser
aprovechadas, han servido para terminar de sepultar las sempiternas pedorretas
de cabezas huecas que van de maestros politólogos cuando en verdad están
impidiendo que brote nada nuevo o bueno. Porque es que son hasta antipáticos.
No valen ni para tomarse una cerveza. Seguro que van a un bar y amargan a los
parroquianos. Con esas caras, no necesitan disfraces para el carnaval. Entre
ellos se contará el que le quitó la cartera al hombre lobo y el que le hace los
mandados a Drácula. Y es que hay frikis, locos o etc. que tienen gracia, pero
estos no valen ni para eso. A decir verdad, no valen para nada y se empeñan en
demostrarlo, que es lo malo. Pero peor aún que eso es que por culpa de este
ganado haya tanta gente potencialmente buena que se haya quemado y se haya ido
a su casa, asustada, confundida y asqueada de tanto tiparraco que está más
colgado que unos cojones en un andamio, que tiene más tonterías que un
mueble-bar y que no quiere salir de su terapia de autoayuda; de tanto
abrazafarolas picándose a ver quién es el rey de la tertulia más impedida. Desde
luego, psicólogos y psiquiatras de más de medio mundo se los tienen que estar
rifando a fuer de enjundiosas tesis doctorales. Pero es muy triste, preocupante
e indignante el tema. Un tema que no da para creer en conspiranoias, porque con
el talento que hay, no hacen falta Anacletos agentes secretos. Esta gente le
sale totalmente gratis al sistema. Ya no tienen gente ni para una comilona
fantasmagórica. Por eso cada vez resultan más ridículos ciertos pedantes que van por el mundo muy bien anclados en el sistema
(sistema que dicen combatir, jajaja), así como esos redactores sensacionalistas de esperpéntica imaginación;
los mismos que dan carnets de pureza según antojos y amistades; los mismos que
satanizaron tiempo ha la revista “Raigambre” porque les salió del amanerado culo que
tienen por cerebro. Y luego, analicen
ustedes las amistades de este farisaico sanedrín…
Ciertamente,
la biología se está encargando poco a poco de esta forrajera que no llega ni a
pintoresca. El problema, reitero, es el daño que dejan hecho, que va a ser muy difícil de
subsanar. No es gente que haya quemado los campos: Les ha echado sal. Y hasta
que no nos quitemos esta pesada losa con olor a mierda que han dejado a toda causa
noble que se precie, no levantaremos cabeza. Ya sabemos qué no hay que hacer y a quién no hay que parecerse. Y por supuesto, también sabemos quién necesita lijas para cuernos. Aunque algunos de pelados frailunos no llegan ni a eso.
En
fin, que Dios nos coja confesados, y alejémonos (y procuremos que se alejen los
potencialmente buenos) de esta peste a la que ya le queda poco. Sigamos a lo nuestro, y el que no pueda, que arree.