LA ASTROLOGÍA JUDICIARIA EN CERVANTES
Manuel Fernández Espinosa
Al término del capítulo LXII de la II parte del Quijote se desvela el mecanismo de la cabeza parlante: don Antonio Moreno había hecho la cabeza "a imitación de otra cabeza que vio en Madrid, fabricada por un estampero". No había ningún misterio en la voz que salía de la cabeza, pues a través de un "cañón de hoja de lata" era el sobrino de don Antonio ("estudiante agudo y discreto") el que respondía las consultas de los cándidos invitados de D. Antonio. El fin de la cabeza encantada propiedad de don Antonio lo puso la Inquisición que, enterada por "las despiertas centinelas de nuestra Fe", mandó que desmontara aquel artefacto "porque el vulgo ignorante no se escandalizase"; no obstante, tanto don Quijote como Sancho no se enteraron de tal desenlace y quedaron convencidos del encantamiento. Como en tantas y tantas ocasiones pasa con Cervantes, lo extraño, lo maravilloso, lo que parece una cosa... termina siendo otra. Todo se desvela como un engaño -esta vez lúdico, lo mismo que hay engaños mucho menos chistosos (véase, p. ej., "El casamiento engañoso" en las "Novelas ejemplares"): el lector recibe el "desengaño" como la mejor de las recompensas a su lectura. Hay una constante cervantina que se encuentra a lo largo y ancho de toda su obra: es lo que pudiéramos denominar la "catarsis del desengaño". En este mundo todos engañan a todos y cada cual se engaña a sí mismo más o menos. Lo que del desengaño puede derivar para un pusilánime es la tristeza: melancolía y tristeza para quienes no aprovechan de sus desengaños, pues siempre hay quien quiere vivir engañado, siempre los hubo y los habrá. Pero el "desengaño" tiene un valor superior: es experiencia y, más que ello, lección que se extrae de la vida para seguir viviendo lúcidamente. Y será así cuando el lector proficiente saque la consecuente lección de Cervantes: este mundo es todo un trampantojo (la trampa para el ojo profano) y en esta concepción desengañada del mundo se pone de manifiesto que Cervantes es barroco. Pero vayamos a lo que nos concierne: ¿qué piensa Cervantes de la adivinación?
LA ADIVINACIÓN
Desde antiguo, muchos hombres, sociedades enteras (en todas las épocas y latitudes) han pensado y obrado con el presupuesto de que pueden adivinarse los acontecimientos futuros, existiendo para ello las llamadas "ciencias ocultas" que, empleando diversas técnicas más inocuas o más execrables, creen estar en disposición de revelarnos lo que acontecerá: son las "mancias", desde la necromancia (animación de los cadáveres para consultarlos) hasta la cartomancia (adivinación por naipes); suponer que puede averiguarse los acontecimientos futuros induce a algunos a pensar que, de alguna manera (también mágica), puede cambiarse ese futuro (de ahí la operación mágica). En esto se resumen las artes ocultistas.
Con antelación al episodio en que la supuesta cabeza parlante le revela a don Quijote y a Sancho su futuro, se ha producido (en el capítulo XXV, también de la II parte) el encuentro del caballero y su escudero con maese Pedro y su mono adivino. El dueño del mono declara que: "Señor, este animal no responde ni da noticia de las cosas que están por venir; de las pasadas sabe algo, y de las presentes algún tanto".
Don Quijote muestra sus sospechas sobre el origen del presunto don de aquel simio: "Don Quijote no estaba muy contento con las adivinanzas del mono, por parecerle no ser a propósito que un mono adivinase, ni las de por venir, ni las pasadas cosas..." y así se lo hace saber a Sancho: "Mira, Sancho, yo he considerado bien la estraña habilidad deste mono, y hallo por mi cuenta que sin duda este maese Pedro, su amo, debe de tener hecho pacto, tácito o expreso, con el demonio". No soslayemos tampoco las connotaciones diabólicas que el mono ha tenido para tantas culturas, especialmente para el cristianismo desde Tertuliano: "Diabolus est Dei simia [el diablo es el mono de Dios]"; para ampliar la información sobre este particular, invito a leer mi artículo Las figuras del diablo: el Mono en el blog DIDASKÁLION HISPANO.
Don Quijote muestra sus sospechas sobre el origen del presunto don de aquel simio: "Don Quijote no estaba muy contento con las adivinanzas del mono, por parecerle no ser a propósito que un mono adivinase, ni las de por venir, ni las pasadas cosas..." y así se lo hace saber a Sancho: "Mira, Sancho, yo he considerado bien la estraña habilidad deste mono, y hallo por mi cuenta que sin duda este maese Pedro, su amo, debe de tener hecho pacto, tácito o expreso, con el demonio". No soslayemos tampoco las connotaciones diabólicas que el mono ha tenido para tantas culturas, especialmente para el cristianismo desde Tertuliano: "Diabolus est Dei simia [el diablo es el mono de Dios]"; para ampliar la información sobre este particular, invito a leer mi artículo Las figuras del diablo: el Mono en el blog DIDASKÁLION HISPANO.
Don Quijote sustenta su convicción en que: "el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las [cosas] por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo; y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo Oficio, y examinádole, y sacádole de cuajo en virtud de quién adivina; porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan, ni saben alzar, estas figuras que llaman judiciarias".
LA ASTROLOGÍA JUDICIARIA
Leamos bien, lo que don Quijote afirma es que no fía de las adivinaciones del mono por declararse que éste responde sólo a los hechos del pasado y del presente, quedándole velados los del futuro, tal y como está en condiciones de "saber" el diablo; mientras que Dios conoce "los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente". Y una -no baladí- objeción que le pone el caballero andante es que ni el mono ni su dueño son astrólogos: "ni su amo ni él alzan, ni saben alzar, estas figuras que llaman judiciarias". Esto supone que don Quijote admite, en determinadas condiciones, la ciencia astrológica. Vislumbramos cuáles son esas condiciones: "alzar una figura judiciaria" (esto es augurar por los astros) está reservado a los verdaderos depositarios de la astrología que, por haberse divulgado entre el populacho ignorante, ha quedado desacreditada. Así lo apunta poco más adelante: "no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia."
Don Quijote se muestra bastante informado sobre astrología: ya en la primera parte, conversando con un cabrero, éste revela las dotes que tenía en vida el desgraciado Grisóstomo ("el cual [Grisóstomo] había sido estudiante
muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar,
con opinión de muy sabio y muy leído": cap. XII de la I parte) y el hidalgo manchego sigue el cuento del cabrero mostrando que no le eran ajenos los saberes astrológicos. El cabrero refiere los méritos que de Grisóstomo andaban en boca de las gentes del lugar: 1) "decían que sabía la ciencia de las estrellas y de lo que pasan, allá en el cielo, el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris [eclipse] del sol y de la luna"; 2) "adivinaba cuándo había de ser el año abundante o estil [estéril]"; 3) recomendaba sobre la base de estos conocimientos la siembra cuya cosecha sería más provechosa, el supuesto conocimiento astrológico se reconocía por sus resultados: "se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos".
En "Los trabajos de Persiles y Sigismunda" (cap. XIII del Libro I) hallamos también a Mauricio, padre de Transila, que declara haberse aplicado a la astrología judiciaria para "no sólo [saber] todo lo pasado y presente, sino lo por venir". Mauricio afirma, refiriéndose a la astrología, que: "ninguna ciencia, en cuanto ciencia, engaña: el engaño está en quien no la sabe, principalmente la del astrología, por la velocidad de los cielos, que se lleva tras sí todas las estrellas, las cuales no influyen en este lugar lo que en aquél, ni en aquél lo que en éste; y, así, el astrólogo judiciario, si acierta alguna vez en sus juicios, es por arrimarse a lo más probable y a lo más esperimentado, y el mejor astrólogo del mundo, puesto que muchas veces se engaña, es el demonio, porque no solamente juzga de lo por venir por la ciencia que sabe, sino también por las premisas y conjeturas. Y, como ha tanto tiempo que tiene experiencia de los casos pasados y tanta noticia de los presentes, con facilidad se arroja a juzgar de los por venir, lo que no tenemos los aprendices desta ciencia, pues hemos de juzgar siempre a tiento y con poca seguridad".
A la luz de estos pasajes, puestos lo mismo en boca de Quijote que del Mauricio del "Persiles", la astrología judiciaria es una ciencia:
1. Como ciencia que es, no engaña, pues "ninguna ciencia, en cuanto ciencia, engaña". ("Persiles")
2. El descrédito de la astrología judiciaria, su "engaño", reside en quienes la practican sin saber: "el engaño está en quien no la sabe" ("Persiles") / De la vulgarización de la astrología se extrae una consencuencia: los profanos que dicen practicarla sin conocimiento terminan "...echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia".
La percepción de la astrología, expresada a través de estos dos personajes, es en términos generales positiva para Cervantes, aunque no sin prevenciones. Don Quijote y Mauricio parecen, eso sí, discrepar en algo que es fundamental: para D. Quijote, el diablo no es astrólogo (por eso el mono de maese Pedro no puede adivinar el futuro), y a Mauricio, en cambio, le parece que el diablo es "el mejor astrólogo del mundo".
Podemos suponer la lógica ficcional que subyace bajo las convicciones que respectivamente expresan D. Quijote y Mauricio, cada uno por su parte: D. Quijote tiene noticia de la astrología y la reputa como ciencia que, como tal, ha de reservarse a los que -no es probablemente el caso de nuestro caballero- tienen el saber de las estrellas. Mauricio es él mismo un astrólogo, pero como tal -en una declaración de humildad- se tiene como "aprendiz" de esa ciencia. Lo que a todas luces está claro -podemos decir que lo mismo para ambos personajes ficticios como para su autor, Miguel de Cervantes- es que todos están de acuerdo en dos cosas:
1) "...que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente" (capítulo XXV, de la II parte de "Don Quijote")
2) Que Satanás "no sabe nada de lo por venir ciertamente, sino por conjeturas". Lo mismo el diablo que los que presumiblemente han entrado en tratos con él (sea el caso de maese Pedro con su mono, como sospechaba el caballero andante), el diablo y sus adláteres -digo- tienen un conocimiento limitado: para D. Quijote... "la sabiduría del diablo no se
puede estender a más [que a responder por las cosas pasadas o presentes], que las [cosas] por venir no las sabe si no es por
conjeturas, y no todas veces"; para Mauricio, el diablo tampoco conoce el futuro sino es por conjeturas: "...porque no solamente juzga de
lo por venir por la ciencia que sabe, sino también por las premisas y
conjeturas. Y, como ha tanto tiempo que tiene experiencia de los casos
pasados y tanta noticia de los presentes, con facilidad se arroja a
juzgar de los por venir", lo que puede hacerlo tal vez más capaz que los astrólogos, pero nunca lo hará infalible.
El saber conjetural del demonio se pone de nuevo en boca de otro personaje cervantino; así tenemos que en "El coloquio de los perros" (que cierra las "Novelas ejemplares"), también vemos que la hechicera declara que: "Muchas veces he querido preguntar a mi cabrón [sabido es que el macho cabrío representaba en los aquelarres al diablo] qué fin tendrá vuestro suceso [en el futuro]; pero no me he atrevido, porque nunca a lo que le preguntamos responde a derechas, sino con razones torcidas y de muchos sentidos. Así, que a este nuestro amo y señor [el diablo] no hay que preguntarle nada, porque con una verdad mezcla mil mentiras; y a lo que yo he colegido de sus respuestas, él no sabe nada de lo por venir ciertamente, sino por conjeturas".
Quijote, Mauricio y la bruja -podemos decir que Cervantes- tienen claro una cosa: el diablo, lo resume lapidariamente la bruja de "El coloquio de los perros": "no sabe nada de lo por venir ciertamente, sino por conjeturas".
RECAPITULANDO
Resumiendo por hoy podemos decir que, sí: Cervantes, como la mayor parte de sus contemporáneos (incluyendo sacerdotes y religiosos católicos, reyes y lacayos) otorga a la astrología cierto estatuto de ciencia. Pero, ¿significa eso que Cervantes fuese astrólogo? No sabemos si, además de sus lecturas, pudo iniciarse en la astrología judiciaria: pudiera ser que sí, lo que no cambia para nada su ortodoxia doctrinal. Lo que de la astrología supo le llevó a sostener que no había que fiar de astrólogos aficionados por ser una degradación de algo que podría ser ciencia tal vez; pero es que ni siquiera los astrólogos "profesionales" están en condiciones de saber los acontecimientos futuros, pues eso queda reservado a Dios, por lo que ni aplicando las técnicas propias del saber estrellero (alzando figuras judiciarias), ni sirviéndose de las mancias diabólicas (magia negra) puede averiguarse el futuro, que sólo lo sabe Dios; para quien todo -pasado, presente y futuro- es presente.
Tenemos, por lo tanto, más que clara la posición de Cervantes, que es la de un católico de la época sin apartarse ni un ápice de la recta doctrina.
¿Dónde está, pues, el Cervantes ocultista?
Pues sí que tiene que estar oculto, dado que no lo vemos por ninguna parte.
¿Dónde está, pues, el Cervantes ocultista?
Pues sí que tiene que estar oculto, dado que no lo vemos por ninguna parte.
...Continuará.