ESBOZOS PARA UN ESTUDIO SOBRE LA "IMAGINACIÓN" EN SU PODER DE TRANSFORMACIÓN SOCIAL
Manuel Fernández Espinosa
El término "imaginación" o "fantasía" (aquí, para ahorrarnos tiempo, vamos a darlas como sinónimos, aunque discrepen los más tiquismiquis) decíamos (ver enlace) tiene una acepción vulgar por la que parece reservarse a una cierta capacidad relacionada con el campo de la creatividad artística y las mentes más amplias incluso aceptan su intervención en el ámbito de ciertos descubrimientos científicos. De todas formas, por mucho que se la valore, la "imaginación" no deja de ser una aptitud que parece al margen del conocimiento -y, por lo tanto, irrelevante, algo de lo que no fiarse. Así la entendió el mismo Platón, para quien los productos de la "fantasía" (fantasmas) vendrían a ser la representación que surge del "aparecer", considerando la fantasía por lo tanto como una manifestación de la "opinión" (doxa) que produciendo "eidola" (imágenes) son de menor rango ontológico que las formas eidéticas (Eidos, Idea) que, estas sí, sí son conocimiento (episteme). En ese sentido, el arte de los sofistas era "fantastiké tecné" (arte de "fantasmas", un "fantasmear" diríamos)
Para Aristóteles la fantasía no es percepción ni tampoco pensamiento discursivo, pero para el Estagirita no hay fantasía sin sensación ni tampoco puede haber juicio sin fantasía. "En vez de sensaciones -nos dice-, el alma discursiva utiliza imágenes. Y cuando afirma o niega (de lo imaginado) que es bueno o malo, huye de ello o lo persigue. He ahí cómo el alma jamás intelige sin el concurso de una imagen" (De ánima, III, cap. VII) La fantasía para Aristóteles vendría a ser la capacidad de suscitar y combinar representaciones (algo más anticipativo que sustitutivo) y, por lo tanto, la fantasía dirige una parte del ser vivo hacia lo que se le figura apetecible. A diferencia de Platón, Aristóteles establece que la fantasía no es una mera "opinión": la fantasía "conjura" imágenes.
Otro paso adelante en la puesta en valor de la "fantasía" lo darán los estoicos con uno de sus conceptos fundamentales -tanto para la teoría del conocimiento (lógica) como en lo que pudiéramos llamar "psicológico": la "fantasía cataléptica" (que vendría a ser como la imagen de cualquier cosa, merced a la cual se apodera el que la tiene de esa cosa) Para los estoicos hay fantasías catalépticas (que son la base del conocimiento) y fantasías no-catalépticas que sólo pueden aportar opinión. Para Andreas Graeser la catalepsis estoica sería una condición, tal vez fisiológica, de la aprehensión cognosticitiva.
Será Abu Yusuf ibn Ishaq al-Kindi, el primer filósofo musulmán, el que diga: "cuando el hombre concibe una cosa material por la imaginación, esta cosa adquiere una existencia actual según la especie en el espíritu fantástico (spiritus ymaginarius)". Y apunta: "Sin duda, el primero y principal accidente necesario para la generación de una cosa mediante el modelo de la imagen mental es el deseo del hombre que imagina que la cosa puede realizarse". Como se colige del estudio "Las obras y la filosofía de Alfarabí y Al-Kindi en los escritos de San Alberto Magno", del eximio arabista Fray Ángel Cortabarría Beitia O. P. (1919 -2008), las especulaciones de al-Kindi llegarían a Santo Tomás de Aquino, vía San Alberto Magno. El Aquinate distinguía por lo común entre una fantasía sensible y una fantasía intelectual, aunque parece prevalecer la consideración de la fantasía como facultad sensitiva. No obstante, la cuestión se embarulla bastante en las discusiones escolásticas que no dejarán de litigar sobre si la fantasía es meramente receptiva, reproductiva o productiva, cuestión que en el idealismo alemán será dirimida a favor de una capacidad creadora y producitva de la fantasía que será digna de considerar en su momento.
Como vemos, y no hemos sido exhaustivos por no fatigar al lector, la fantasía ha sido considerada filosóficamente como algo más de lo que se entiende por ella vulgarmente. Y podemos concluir que si bien el artista o el científico emplean habitualmente la fantasía como capacidad para desarrollar su labor, la fantasía no es patrimonio exclusivo del oficio artístico o de la investigación científica.
La fantasía cobrará para Juan Huarte de San Juan (1529-1588) un papel muy importante en su filosofía. Huarte tendrá a bien llamarla "imaginativa" y, para él, la imaginativa desempeña una función crucial para las profesiones de predicador (hoy diríamos orador o conferenciante), médico práctico y gobernante político (o líder social). Sabido es que el "Examen de ingenios para las ciencias" (año 1575) tenía como propósito dotar al Estado (la "res publica") de los elementos científicos para descubrir las profesiones en las que mejor podían emplearse los súbditos, conforme a las aptitudes personales de cada cual. Y esto podía hacerse dado que estaba convencido de que su filosofía natural estaba en condiciones de identificar -estudiando el temperamento y condiciones fisiológicas de cada interesado (según las categorías de la medicina hipocrático-galénica)- las actividades profesionales más adecuadas para provecho de todos.
Huarte de San Juan distinguía en el alma tres potencias: el entendimiento, la memoria y la imaginativa. Se apartaba de la tríada tradicional, pues no incluía como facultad a la voluntad, sino que ponía en su lugar a la "imaginativa" (que para él era la facultad encargada del conocimiento empírico de los objetos concretos), por esa comisión que tiene la imaginativa, tan estrechamente ligada a lo empírico, la imaginativa se hace tan necesaria para resolver en la vida real los problemas, hallando soluciones novedosas allí donde ni el entendimiento ni la memoria las encontrarían. La imaginativa estaría entre el "sentido común" aristotélico -que une las impresiones sensoriales dispersas en unidades perceptivas complejas- y el entendimiento abstracto. La imaginativa produce las imágenes del pensamiento y permite así encontrar formas bellas y nuevas, a la vez que procura un conocimiento intuitivo y práctico. "Aliende que la imaginativa -dice el sabio navarro- es la que alcanza la ocasión del remedio que se ha de aplicar en la cual gracia consiste la mayor parte de la práctica [...] saber conocer el tiempo, el lugar y la ocasión cierto es ser obra de la imaginativa pues dice figura y correspondencia" (subryado nuestro; cap. XII, en la edición de 1594 el cap. XIV). Huarte concede a los hombres con imaginativa la mejor disposición para realizar las tareas propias del campo práctico, en virtud de esa "figura y correspondencia" -sintagma fundamental de su filosofía. Para Huarte, lo mismo que los mejores médicos en el arte de curar eran los hombres de mayor imaginativa, "el gobernar pertenece a la imaginativa, y no al entendimiento ni memoria".
Huarte de San Juan distinguía en el alma tres potencias: el entendimiento, la memoria y la imaginativa. Se apartaba de la tríada tradicional, pues no incluía como facultad a la voluntad, sino que ponía en su lugar a la "imaginativa" (que para él era la facultad encargada del conocimiento empírico de los objetos concretos), por esa comisión que tiene la imaginativa, tan estrechamente ligada a lo empírico, la imaginativa se hace tan necesaria para resolver en la vida real los problemas, hallando soluciones novedosas allí donde ni el entendimiento ni la memoria las encontrarían. La imaginativa estaría entre el "sentido común" aristotélico -que une las impresiones sensoriales dispersas en unidades perceptivas complejas- y el entendimiento abstracto. La imaginativa produce las imágenes del pensamiento y permite así encontrar formas bellas y nuevas, a la vez que procura un conocimiento intuitivo y práctico. "Aliende que la imaginativa -dice el sabio navarro- es la que alcanza la ocasión del remedio que se ha de aplicar en la cual gracia consiste la mayor parte de la práctica [...] saber conocer el tiempo, el lugar y la ocasión cierto es ser obra de la imaginativa pues dice figura y correspondencia" (subryado nuestro; cap. XII, en la edición de 1594 el cap. XIV). Huarte concede a los hombres con imaginativa la mejor disposición para realizar las tareas propias del campo práctico, en virtud de esa "figura y correspondencia" -sintagma fundamental de su filosofía. Para Huarte, lo mismo que los mejores médicos en el arte de curar eran los hombres de mayor imaginativa, "el gobernar pertenece a la imaginativa, y no al entendimiento ni memoria".
"Y que sea así, es cosa muy clara de probar considerando que la república ha de estar compuesta con orden y concierto, cada cosa en su lugar, de manera que todo junto haga figura y correspondencia; y esto hemos probado muchas veces atrás que es obra de la imaginativa. Y no sería más poner a un gran letrado por gobernador, que hacer a un sordo juez de la música" (cap. XI, en la edición de 1594, cap. XIII; subrayado nuestro).
Por lo tanto, queda claro que -en el curso de la historia de la filosofía- la fantasía (imaginación, imaginativa) no ha sido considerada como el mero pasatiempo, la actividad de soñadores e ilusos, algo tenido trivialmente como inútil, una cosa propia de gentes que no tienen mejor cosa que construir castillos en el aire y llenarse la cabeza de pájaros -y, en el mejor de los casos, ofrecernos una obra de arte para nuestro disfrute o un feliz descubrimiento científico por "casualidad". La fantasía ha sido y es, tanto en la gnoseología como en la psicología, una cuestión muy debatida. Un asunto que urge dilucidar para poder estar en disposición de saber el provecho que pueda sacársele si adquirimos una noción de lo que sea y penetramos en los secretos de su funcionamiento.
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