RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 27 de julio de 2016

MIGUEL DE CERVANTES Y EL OCULTISMO (I parte)



DONDE SE DESBARATAN LAS PRESUNTAS HETERODOXIAS DEL MUY HONRADO, MUY ESPAÑOL Y MUY CATÓLICO CABALLERO DON MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Manuel Fernández Espinosa


Como autor de la novela más importante y universal, Miguel de Cervantes y su "Quijote" han sido y son asuntos recurrentes sobre los cuales se conjeturan las más asombrosas teorías. Las que más han podido chocar a los lectores nos presentan a un Cervantes criptojudío (y cabalista), un Cervantes criptomusulmán y hasta, en el colmo del despropósito, un Cervantes ¡masón! No son pocos los ensayos y artículos académicos que en más o menos perfectos ensamblajes argumentan (y le inventan a Cervantes) las más peregrinas hipótesis y pertenencias. Lo cierto es que, por más erradas y descabelladas que sean, todas encuentran en la obra cervantina motivos y razones para especular sobre la presunta heterodoxia de Cervantes en una carrera por apropiarse del genio de D. Miguel de Cervantes que no puede, en los clichés de estas gentes, pertenecer a lo que verdaderamente siempre perteneció: la más pura ortodoxia católica de la España de la época que le tocó vivir.

En toda la obra cervantina (no sólo en el famosísimo "Don Quijote"), en los textos de Cervantes se exhibe una formidable cultura y lo que hoy -a algunos profanos- les parece un raro conocimiento esotérico; si supieran un poco más de los entresijos del renacimiento europeo y español (leyendo, valga por caso, a Eugenio Garin o a nuestro D. Marcelino Menéndez y Pelayo respectivamente), comprobarían que las sospechas de heterodoxia que arrojan sobre Cervantes no lo son tanto. Lo mismo que existía la cábala judía, existía una cábala cristiana (que algunos respetabilísimos jesuitas cultivaban con propósitos apologéticos, p. ej.) y hasta el humanista sueco Johannes Bureus compuso una "Kabbalah Gótica"; si Cervantes hubiera sido un criptomahometano, ¿por qué no renegó durante su tiempo de cautiverio? Le hubiera podido ir muy bien entre los piratas berberiscos si hubiera apostatado del catolicismo y hubiera abrazado la fe coránica (pero no fue tal) y, además de todo esto que ligeramente podemos presentar para desmontar las delirantes tesis sobre la presunta heterodoxia de Cervantes, atendamos a sus mismos textos: cuando Cervantes aborda asuntos relativos a las ciencias ocultas, al esoterismo, a la brujería... ¿qué nos transmite? Ni mucho menos podemos ver, ni en lo literal ni en clave alegórica alguna, otra cosa que el desdén de un católico enterizo que desprecia esas supersticiones, otra cosa es que no las ignore. Pero, claro, los amigos del ocultismo -de las más diversas filiaciones- no pueden contentarse con la verdad y por ello se lanzan a la búsqueda de supuestos estratos tan profundos en el texto cervantino que su autor podría decir aquello que Sócrates dijo de Platón, cuando escuchó un diálogo compuesto por Platón: "Hay que ver lo que pone en mi boca este muchacho".

Eso no significa que Cervantes fuese indiferente al mundo mágico, ocultista y heterodoxo. Para un español de la época era difícil estar al margen del mundo maravilloso y ambiguo del ocultismo. La Inquisición española, ocupada sobre todo en mantener la unidad confesional de los reinos de España, vigilaba toda infiltración protestante, toda desviación doctrinal o práctica, incluida la brujería. La astrología judiciaria (que es la que se realiza con fines adivinatorios) estaba tan extendida en la sociedad española de aquel tiempo que hasta un fraile franciscano de Madrigal de las Altas Torres, fray Juan Pérez de Pineda (1513-1593) en su "Diálogos familiares de la agricultura cristiana" (año 1589), ofrece un pasaje considerando las relaciones entre el libre albedrío y la astrología judiciaria.

Como digo, no es solo en el "Don Quijote" donde Cervantes deja asomar su amplia cultura esoterista: un entremés lleva el nombre de "La Cueva de Salamanca", gruta que corresponde a la salmantina cripta de San Cebrián, donde era fama que se formaban los nigromantes (como también lo hacían en la Cueva de Hércules de Toledo); en las novelas ejemplares nos presenta a la Camacha, personaje histórico de bruja que alcanzó renombre; y en "Los trabajos de Persiles y Sigismunda" puede hallarse toda una miscelánea de temas raros relacionados con el ocultismo (desde la encantadora y maga Zenotia de Alhama de Granada hasta la licantropía, sin poder dejarse atrás la astrología judiciaria).

Pero vayamos a la obra más celebérrima. Dejando a un lado los magos malandrines con los que cuenta, siquiera en su demencia, el hidalgo demediado, remedando así a sus caballeros modélicos de los libros de caballería clásicos, tenemos tres capítulos de la II parte del Quijote que vamos a considerar, por este orden que, en efecto, altera la cronología, pero se muestra eficaz para comprender la posición ortodoxa que mantenía Cervantes en estas materias: el XXII (De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa), el LXII (Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse) y, en tercer lugar, el capítulo XXV (Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titiritero, con las memorables adivinanzas del mono adivino)

Presumimos en nuestro lector la lectura del Quijote (I y II parte), para que a partir de ahora nos siga. En primer lugar, atendamos a algunas claves del capítulo LXII; más tarde pasaremos a considerar el XXII y, por último, iremos al XXV. Para ello, será oportuno despejar algunas incógnitas que tal vez no lo fueran tanto para un lector de la época de Cervantes, pero sí para uno contemporáneo.

Las cabezas parlantes eran, desde la Edad Media, un tema a medio camino entre las artes mágicas y los primeros pasos de la robótica, algo que fascinaba al hombre antiguo. Entre la leyenda y la realidad, se atribuye al Papa Silvestre II una cabeza de estas que respondía oracularmente "sí" o "no" a la consulta que se le hacía. A Roberto Grosseteste o Roger Bacon también se les achaca haber construido cada uno para sí una de estas cabezas, Alberto Magno había ido más lejos, pues -según se dice- su autómata incluso andaba y hablaba. No podía ser menos que la leyenda le endosara otra cabeza encantada de estas a nuestro Enrique de Villena el Nigromático. En el siglo XVII todavía el jesuita Athanasius Kircher había sido artífice de otra, que describe en su "Misurgia Universalis". Cervantes hace intervenir en el Quijote una de estas cabezas. El propietario de este artefacto, don Antonio Moreno, anfitrión de don Quijote y Sancho, le hace la siguiente confidencia a nuestro hidalgo manchego:

"Esta cabeza, señor don Quijote, ha sido hecha y fabricada por uno de los mayores encantadores y hechiceros que ha tenido el mundo, que creo era polaco de nación y discípulo del famoso Escotillo, de quién tantas maravillas se cuentan; el cual estuvo aquí en mi casa, y por precio de mil escudos que le di labró esta cabeza, que tiene propiedad y virtud de responder a cuantas cosas al oído le preguntaren. Guardó rumbos, pintó carácteres, observó astros, miró puntos, y, finalmente, la sacó con la perfección que veremos mañana".

En la edición de Cátedra Letras Hispánicas, a cargo del hispanista John Jay Allen, se apunta en nota a pie de página que el tal "famoso Escotillo" pueda ser Miguel Escoto "que Dante pone entre los mágicos (Inferno, XX, 115)", pero por más que lo que don Antonio Moreno le cuenta a don Quijote sea una engañifa para burlar en otro montaje al caballero andante, es improbable que don Antonio Moreno pudiera "colársela" a don Quijote identificando con Miguel Escoto a este "famoso Escotillo", maestro del hechicero polaco que hizo la cabeza en propiedad de don Antonio. Por la sencilla razón de que el Miguel Escoto que Dante puso en el infierno por mago nació aproximadamente en 1175 y murió allá por 1232: fue filósofo, astrólogo, médico, alquimista y traductor, primero en la Escuela de Traductores de Toledo (donde se le localiza antes de 1220, traduciendo algunas obras de Aristóteles), más tarde sirve a los Romanos Pontífices Honorio III y Gregorio IX. En 1227 sentó plaza como astrólogo y traductor de Federico II Hohenstaufen. El Escoto del que habla su anfitrión a don Quijote, Escotillo, no puede ser éste Miguel Escoto por razones estrictamente cronológicas: no puede ser que un discípulo de Miguel Escoto, por brujo que fuese, trabajara en la Barcelona de los siglos XVI-XVII

La identidad del maestro mágico del artífice de la cabeza parlante corresponde a Escoto Parmesano, a quien también se le llamaba Escotillo (ó Escotino) y todavía en el siglo XVIII fray Benito Feijóo lo refiere en su Teatro Crítico Universal, con estas palabras:

"Lo que únicamente se halla en algunas Historias modernas, es el suceso de Gebardo de Truches, Arzobispo de Colonia, a quien Escoto, o Escotino (como le llaman otros) Parmesano, figuró en un espejo a la hermosa Canonisa Inés de Mansfeld: representación más trágica que festiva para Gebardo, pues aquel espejo, como si fuese ustorio, le encendió en tan desordenado amor de la Mansfeld, que por casarse con ella abandonó la Religión Católica, y de Príncipe de la Iglesia, y del Imperio, se redujo a vivir particular en Holanda. Pero los mismos Autores que refieren esto, convienen en que Escotino era hombre que usaba la Magia negra, y hacía semejantes ilusiones mediante un pacto diabólico".

Este Escoto nació en Parma y residió en Flandes, durante la gobernación de Alejandro Farnesio, teniendo mucha relación con caballeros españoles. Por eso, el extremeño Luis Zapata de Chaves (1526-1595) menciona algunas anécdotas sobre las maravillas que éste nigromante realizaba, según afirma Zapata, ante testigos del todo fidedignos que él conocía: banquetes con manjares que le servían sus demonios familiares, asombrosas e inexplicables conversiones materiales (hacer aparecer y desaparecer dinero, entre ellas). Su fama no era poca en la época, siendo uno de los muchos "Faustos" que recorrían las cortes europeas buscándose el patrocinio de algún príncipe, entre la charlatanería y la inquietante sospecha de tener poderes sobrehumanos gracias a tratos diabólicos. Es, a todas luces, más verosímil que antes que un discípulo de Miguel Escoto el medieval, fuese un discípulo polaco de Escoto Parmesano el que, en todo caso, hiciera la cabeza encantada que don Antonio Moreno le presentó a don Quijote.

Continuará...



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