EL MUNDO IMAGINAL DE HENRY CORBIN
Manuel Fernández Espinosa
Es mérito del filósofo e islamólogo francés Henry Corbin (1903-1978) el haber rehabilitado el concepto de "mundus imaginalis", rescatándolo de la teosofía iraní (mazdeísta y chiíta). El concepto -acuñado por él mismo sirviéndose del latín- traduce lo que en las tradiciones que profundamente estudió el sabio francés era denominado "mundo de Hurqalya", "octavo clima" o "alam al-mital". Consciente de la vulgar acepción a la que ha quedado reducida la "imaginación", Corbin se tomó todas las prevenciones para que el "mundo imaginal" no fuese confundido con una arbitraria actividad de la imaginación irreal.
El descubrimiento del "mundus imaginalis" lo pudo hacer Corbin estudiando la mística musulmana -en concreto la de Ibn Arabi de Murcia y la de los platónicos de Persia (los "Israqiyyun"); lo que Corbin halló fue algo más que una expresión mística islámica, pudiéndose retrotraer a la teología (angelología) del mazdeísmo pre-islámico. Sin embargo, el asunto estudiado por Corbin rebasaba los límites de la Persia pre-islámica e islámica. El "mundo imaginal" también lo habíamos tenido en occidente. Lo que tratará de poner a salvo es la singularidad de la que llamará también "imaginación agente" (parafraseando aquello tan aristotélico del "intelecto agente"); para Corbin "La Imaginación activa así estimulada no producirá ninguna construcción arbitraria, aunque sea lírica, que se interponga ante lo "real", sino que funcionará directamente como facultad y órgano de conocimiento tan real, o más, que los órganos de los sentidos". Para Corbin, la pérdida del "mundo imaginal" no trae otra cosa que el agnosticismo y el nihilismo. Y a su juicio lo que a occidente le ha ocurrido es justamente que ha perdido este "mundo imaginal".
No nos interesa aquí ofrecer toda la reconstrucción que Corbin realiza tanto del "mundus imaginalis" en el mazdeísmo como en el islam chiíta; pero sí que nos interesa brindar al lector una noción de lo que Corbin ha entendido por "mundo imaginal". Corbin discrepa de la línea aristotélica en lo que hace a la consideración de la "imaginación", por adherir la imaginación a la sensibilidad más que a la intelección; sin embargo, el mundus imaginalis ocupa una posición mediana y mediadora entre el mundo inteligible y el sensible, inmaterializando las formas sensibles a la vez que "imaginaliza" las formas inteligibles. Corbin insiste en que el poder imaginativo no puede alejarse del esquema del ser y del conocer, por lo que distingue entre lo que Paracelso llamaba "imaginatio vera" (la verdadera Imaginación que requiere una disciplina) y fantasía (que es degradación de la "imaginación activa" y que no produce más que ficciones, irrealidades y excesos imaginarios). Como bien dice Corbin: "Lo imaginario puede ser inofensivo; lo imaginal nunca lo es".
No se trata simplemente de una instancia gnoseológica, "el "mundus imaginalis" es el lugar, el mundo en el que "tienen lugar", y su "lugar" no sólo las visiones de los profetas, las visiones de los místicos, los acontecimientos visionarios que experimenta cada alma humana en el momento de su "exitus" [para entendernos, aquí Corbin se refiere al "exitus letalis", la muerte clínica: consta que los moribundos tienen "visiones" y no olvidemos lo que se llaman "experiencias próximas a la muerte": interpolación mía, no de Corbin] de este mundo, los acontecimientos de la Resurrección menor y de la Resurrección mayor, sino los gestos de las epopeyas heroicas y de las epopeyas místicas, los actos simbólicos, de todos los ritos de iniciación, las liturgias en general con sus símbolos, la "composición de lugar" en diversos métodos de oración, las filiaciones espirituales cuya autenticidad no radica en la documentación de los archivos..."
Habiendo descubierto el "mundo imaginal", mundo en el que verdaderamente suceden revelaciones teofánicas, la pregunta sobre la "realidad" de las visiones proféticas obtiene una respuesta afirmativa: y, asentado el "mundo imaginal", adiós a la sonrisa escéptica. Las visiones de San Juan en Patmos, pongamos por caso, son tan reales como la derrota de Napoleón en Bailén: lo imaginal no es una ficción caprichosa y falaz, sino que tiene otro estatuto ontológico incluso superior a la facticidad histórica. El profeta -nos dice Corbin- "no es un adivino del futuro, sino el portavoz de lo invisible y de los Invisibles".
Corbin se ocupa de que la "imaginación agente" no sea confundida con la fantasía en su sentido más corriente que para él está degradado, al estar desposeído de toda fuerza de realidad. Es por ello que Corbin discrepa de la línea aristotélica que hizo de la imaginación una intermediaria entre la sensibilidad y la intelección, apegada la imaginación a la sensibilidad y, por lo tanto, dijéramos que con "fecha de caducidad" por estar ligada estrechamente a la materia.
Lo que Corbin ha adelantado en este campo ha sido, hasta la presente, materia de especialistas, por lo que sus estudios sobre el "mundo imaginalis" están casi en un estado virginal y se muestran por ello como una fuente constante de inspiración para comprender el fenómeno religioso, la imaginación, la acción a distancia de índole mágica o la experiencia mística, así como es vía óptima para adentrarse en los misterios de la creación, el sentido de la vida y, sobre todo, tener acceso al elemento en el que "tiene lugar" la escatología, no menos real que la calle que pasamos todos los días, hasta más real que esa misma calle. Es hasta cierto punto normal que el ámbito y los materiales con los que trabajó Corbin (tan exóticos) hayan hecho de sus investigaciones una rareza, apenas conocida y considerada en el mundo de la filosofía académica. Pero no me cabe duda de la potencialidad que sus estudios tienen para comprender el carácter activo de esa imaginación que es algo más que una antojadiza corriente de imágenes irreales e irrelevantes. Pero, no olvidemos que -como bien apunta el sabio francés- la imaginación agente no es nunca "inofensiva": "puede ser "el Árbol bendito" o "el Árbol maldito" del que nos habla el Corán, lo que quiere decir Ángel en potencia o Demonio en potencia". Algo en lo que San Juan de la Cruz estaría de acuerdo.