Pierre-Simon Ballanche |
PIERRE SIMON BALLANCHE Y EL ARTE DECIMONÓNICO
A mi amigo Simón, un gran wagneriano.
Por Manuel Fernández Espinosa
En el "Tannhäuser" de Wagner encontramos el grandioso "Coro de los Peregrinos", un cántico sublime al perdón y a la reintegración. Richard Wagner no era católico, pero en 1840 conoce en París al compositor y pianista Franz Liszt. Años más tarde, en 1865, Wagner (tan mujeriego) empezaría una relación amorosa con la hija de éste, Cósima que, por cierto, estaba casada: cosa que no le importó al entonces bohemio y transgresor Wagner. Wagner se casó con Cósima en 1870 y Liszt rompió relaciones con Wagner hasta que hicieron las paces en 1872.
La estrecha relación con Liszt explica, en gran medida, la grandiosa concepción de este "Coro de los Peregrinos": el gran himno está concebido como "un retorno a casa": el arrepentimiento, la expiación y el perdón son los motores de todo el impulso poético y musical en una escalada gradual. Detrás de esta concepción están las ideas del filósofo francés Pierre-Simon Ballanche (1776-1847), ideas que ejercieron mucha fuerza sobre la obra de Franz Liszt (el poema sinfónico de Liszt intitulado "Orpheus" y otras piezas de su composición dependen de la filosofía de Ballanche). En los tiempos en que Liszt asombraba a toda Europa con sus brillantísimas interpretaciones al piano, Heinrich Heine se mofaba con su emponzoñada pluma (a sueldo de los Rothschild) sobre el impacto de la filosofía de Ballanche en la concepción temática de la obra de Liszt.
A través de Franz Liszt llega a Wagner la idea de Ballanche, expuesta a lo largo de su dilatada producción literaria -pero, especialmente, en su libro "La Ville des Expiations" ("La Ciudad de las Expiaciones"). El filósofo francés fue testigo, cuando era niño, de la tremenda masacre perpetrada por los jacobinos en su ciudad natal, Lyon: aquella experiencia traumática marcó el alma de Ballanche. En "Essais de palingénésie" Ballanche trazó las líneas maestras de su Filosofía de la Historia. La humanidad, según él, tenía que pasar por tres fases: la caída (con su consecuente degradación), el período de tribulación y prueba y, finalmente, el renacimento final o retorno a la perfección: la palingenesia. Ballanche fue uno de los asiduos de aquel cenáculo que fue el Salón de Madame Récamier, así como amigo de François-René Chateaubriand. Con el tiempo, su filosofía se ha visto olvidada tanto como su autor, sin embargo el efecto de Ballanche en el siglo XIX fue considerable y caló en los círculos culturales y artísticos de Francia y, con variable intensidad e incluso secundariamente, en los de otros países. A mí me llama la atención el hecho que puede constatarse en muchas monografías sobre el simbolismo y los simbolistas: estos estudios prescinden en gran medida de las aportaciones que realizó Ballanche en cuanto a perfilar el mito de Orfeo, mito que siempre ha estado latente en Europa desde las antiquísimas religiones mistéricas, pero que volvería a renacer del olvido con Claudio Monteverdi y, de la mano de los teosofistas del XVIII y del XIX, se pondría nuevamente en valor, convirtiéndose en constante tema de inspiración de poetas del siglo XIX, hasta llegar a Rainer Maria Rilke con sus sonetos órficos. A tal grado de olvido ha sido sometida la filosofía y la figura de Ballanche.
La estrecha relación con Liszt explica, en gran medida, la grandiosa concepción de este "Coro de los Peregrinos": el gran himno está concebido como "un retorno a casa": el arrepentimiento, la expiación y el perdón son los motores de todo el impulso poético y musical en una escalada gradual. Detrás de esta concepción están las ideas del filósofo francés Pierre-Simon Ballanche (1776-1847), ideas que ejercieron mucha fuerza sobre la obra de Franz Liszt (el poema sinfónico de Liszt intitulado "Orpheus" y otras piezas de su composición dependen de la filosofía de Ballanche). En los tiempos en que Liszt asombraba a toda Europa con sus brillantísimas interpretaciones al piano, Heinrich Heine se mofaba con su emponzoñada pluma (a sueldo de los Rothschild) sobre el impacto de la filosofía de Ballanche en la concepción temática de la obra de Liszt.
A través de Franz Liszt llega a Wagner la idea de Ballanche, expuesta a lo largo de su dilatada producción literaria -pero, especialmente, en su libro "La Ville des Expiations" ("La Ciudad de las Expiaciones"). El filósofo francés fue testigo, cuando era niño, de la tremenda masacre perpetrada por los jacobinos en su ciudad natal, Lyon: aquella experiencia traumática marcó el alma de Ballanche. En "Essais de palingénésie" Ballanche trazó las líneas maestras de su Filosofía de la Historia. La humanidad, según él, tenía que pasar por tres fases: la caída (con su consecuente degradación), el período de tribulación y prueba y, finalmente, el renacimento final o retorno a la perfección: la palingenesia. Ballanche fue uno de los asiduos de aquel cenáculo que fue el Salón de Madame Récamier, así como amigo de François-René Chateaubriand. Con el tiempo, su filosofía se ha visto olvidada tanto como su autor, sin embargo el efecto de Ballanche en el siglo XIX fue considerable y caló en los círculos culturales y artísticos de Francia y, con variable intensidad e incluso secundariamente, en los de otros países. A mí me llama la atención el hecho que puede constatarse en muchas monografías sobre el simbolismo y los simbolistas: estos estudios prescinden en gran medida de las aportaciones que realizó Ballanche en cuanto a perfilar el mito de Orfeo, mito que siempre ha estado latente en Europa desde las antiquísimas religiones mistéricas, pero que volvería a renacer del olvido con Claudio Monteverdi y, de la mano de los teosofistas del XVIII y del XIX, se pondría nuevamente en valor, convirtiéndose en constante tema de inspiración de poetas del siglo XIX, hasta llegar a Rainer Maria Rilke con sus sonetos órficos. A tal grado de olvido ha sido sometida la filosofía y la figura de Ballanche.
Nuestro Marcelino Menéndez y Pelayo caracterizó a Ballanche como "especie de iluminado neocatólico en el sentido verdadero de la palabra, es decir, partidario de un Cristianismo progresivo, difícilmente compatible con la ortodoxia, de la cual, sin embargo, nunca se apartó a sabiendas". Podrían aducirse, como afluentes que enriquecen el caudal de Ballanche: "las doctrinas expiatorias de Saint-Martin y José de Maistre, las teorías palingenésicas del ginebrino Bonnet, y las concepciones de la escuela tradicionalista sobre la revelación sobrenatural por medio del lenguaje" -decía Menéndez y Pelayo; y esto hace de la filosofía ballancheísta un "magismo" o poder taumatúrgico del hombre sobre la naturaleza. Pero lo que a nuestro polígrafo le parecía que era mérito exclusivo de Ballanche era: "el sentido profundo y rarísimo que tuvo de la poesía de las edades primitivas, del genio de las religiones clásicas y de la poesía sacerdotal y simbólica" que lo convierten en una suerte de "iniciado en los misterios de Samotracia, como un mistagogo que levanta los velos del santuario eleusino" ("Historia de las Ideas Estéticas en España").
Cabe ver el Himno de Wagner como un canto a esa conclusión final y feliz en que desemboca la historia de la humanidad, según el filósofo que más influencia ejerció sobre su suegro Liszt.
Beglückt darf nun dich, o Heimat, ich schauen,
und grüßen froh deine lieblichen Auen;
nun lass' ich ruhn den Wanderstab,
weil Gott getreu ich gepilgert hab'.
Durch Sühn' und Buß' hab' ich versöhnt
den Herren, dem mein Herze frönt,
der meine Reu' mit Segen krönt,
den Herren, dem mein Lied ertönt.
den Herren, dem mein Lied ertönt.
Der Gnade Heil ist dem Büßer beschieden,
er geht einst ein in der Seligen Frieden!
Vor Höll' und Tod ist ihm nicht bang,
drum preis' ich Gott mein Lebelang.
Halleluja in Ewigkeit, in Ewigkeit!
Halleluja
Halleluja in Ewigkeit, in Ewigkeit!