Artículo publicado en el Nº 27 de la revista La Razón Histórica
Luis Gómez. Historiador
Tras la caída del Imperio Romano se abre en Europa un largo periodo de transición en el que se sucederán acontecimientos importantes que servirán para que desaparezca casi totalmente las estructuras civiles, sociales y económicas que servían de sustento y apoyo a éste y surjan en su lugar otras nuevas. Durante esos primeros siglos, el romano va perdiendo progresivamente el estatus de “ciudadano romano”; la gente migra de las ciudades al campo y ello conlleva que el mapa geopolítico del mundo conocido se vaya transformando poco a poco para luego dar paso a lo que en Historia se ha venido en llamar las sociedades feudales de la Alta Edad Media (del s. V al s. X)[i].
Todo el progreso jurídico social y técnico que se había producido durante la antigüedad romana, sufre un serio estancamiento.
El mundo hasta ahora conocido tiene que reinventarse de nuevo. Los hombres del Medievo junto con los rescoldos del pasado romano, hacen que surjan nuevas estructuras sociales y organizativas las cuales terminarán por dar forma a lo que en la actualidad es Europa. Ese paso principal no puede entenderse sin los monasterios y las órdenes religiosas nacidas al calor de sus santos fundadores.
"Mártires cristianos en el circo romano"
Los primeros cristianos europeos. Los
mártires.
Tras la muerte y Crucifixión de
Jesucristo, los Apóstoles llevan el Evangelio par todas las partes del mundo
conocido tal y como Jesús les había ordenado[ii].
Pero la religión choca frontalmente con la religión del Estado de los
emperadores romanos de la época. Es un periodo convulso en el que se producen
diversas persecuciones y se trata de impedir la propagación del culto cristiano
por diferentes partes del Imperio. En el s. II d. C. por ejemplo, en una de las
mayores ciudades de la Galia, Lugdunnum (actual Lyon) los ciudadanos
practicaban mayoritariamente “el culto de
Roma y Augusto, única religión realmente vivía en aquel universal ocaso de los
dioses (…), lazo que ligaba las provincias a la cabeza del inmenso cuerpo
ecuménico, símbolo de lealtad al supremo representante de la grandeza y
majestad del pueblo romano”[iii].
Tal era así, que los cristianos que allí habitaban, en el año 177 d.C., lo
hacían bajo terribles condiciones y sometidos a todo tipo de vejaciones. “El pueblo hacía imposible la vida a los
cristianos,. Se les cerraba la puerta de las casas, nadie hubiera querido ver a
un cristiano pasar sus umbrales, se les arrojaba de los baños, refinamiento
característico de la vida romana, y se les impedía el acceso al foro…”[iv]
el hecho es que, según relata Eusebio de Cesarea, al calor de un tumulto sin
especificar, la población romana de Lyon cargó contra los cristianos allí
residentes, los cuales fueron perseguidos y martirizados sin piedad.
Las persecuciones y los martirios de
los cristianos se fueron sucediendo a lo largo de los siglos siguientes,
llegando con Diocleciano (s. III d.C.) a padecer éstos los mayores rigores
según los historiadores. El congreso de Nicea, realizado en el 325 d.C. ya con
Constantino I como emperador, será el que dará legitimidad al cristianismo
dentro del Imperio.
"Arrio de Alejandría"
Desviaciones y herejías
Pero eso no significó el final de
los problemas, sino el inicio de unos nuevos. El cristianismo incipiente
caminaba por el mundo sin fijar claramente su doctrina y ello propició la
aparición de desviaciones heréticas las cuales desvirtuaban y confundían a los
seguidores de Cristo. Una de ellas fue el arrianismo, herejía que negaba la
naturaleza divina de la segunda persona de la Santísima Trinidad[v].
No fue esa la única herejía a la que
hubo de enfrentarse el cristianismo de los primeros siglos, ni tampoco sería la
última, “Desde sus propios orígenes la
relación de la Iglesia con los herejes se convirtió en un problema muy agudo y
permanente”[vi]
–nos comenta Jesús Álvarez Gómez- “El
mismo Jesús lo había previsto y uso a sus discípulos en guardia contra los
falsos cristos y profetas (Mt 24,24); San Pedro anuncia a las comunidades
destinatarias de su segunda carta: … habrá entre vosotros falsos maestros, que
introducirán furtivamente herejías perniciosas (2 Pe 2,1)” dentro del
elenco de desviaciones y herejías paleocristianas se pueden destacar la de los
ebionitas, los elkesaitas (que
profesaban una mezcla de judaísmo, cristianismo y paganismo) y con el tiempo se
convirtieron en los mandeístas, el gnosticismo, etc[vii].
Muchas de ellas, aún después de ser condenadas como herejías, siguieron
existiendo y propalando sus errores por diferentes partes del mundo fruto del
carisma de algunos de sus fundadores o de la predicación de sus discípulos en
tierras todavía poco cristianizadas.
Mientras el imperio romano de
occidente sucumbía a las invasiones bárbaras, Bizancio mantenía la cabeza alta
y soportaba mejor el curso de los acontecimientos.
“Aquejado
por una profunda crisis demográfica, consecuencia del hedonismo imperante, tan
semejante al nuestro, y sometido a terribles deficiencias económicas por un mal
entendido conservadurismo en las estructuras, el Imperio había tenido que
recurrir a una fuerte inmigración”[viii].
Nos dice el maestro Luis Suárez en su obra, y a continuación prosigue: “Primero se trataba de campesinos a los que
no era necesario otorgar la ciudadanía. Luego se contrataron soldados
germánicos, al principio a título individual, pero más tarde a pueblos enteros
como el caso de los godos”[ix].
Esos pueblos bárbaros o germánicos, con el paso del tiempo, rompieron sus
ataduras con Roma, llegando a ejercer por sí mismos no sólo la autoridad
militar, sino en muchos casos también de la autoridad civil de sus respectivos
territorios., “De este modo se pasó de la
unidad del Imperio a la pluralidad de las naciones”[x]
indica el gran historiador español Luis Suárez. Pero algo importante había
ocurrido durante el proceso de suplantación de poderes. Esos pueblos
germánicos, para diferenciarse aún más de los antiguos gobernantes imperiales,
adoptaron el arrianismo como religión oficial, mientras que en su mayoría, la
población de lo que quedaba de la antigua civilización romana no lo era. Por
otra parte, el cristianismo sufriría durante esos siglos, un retroceso en su
expansión.
"Portada del libro de Serafín Fanjul, Al-Andalus contra España"
La cuestión del saber y el
conocimiento en la alta Edad Media.
Como queda dicho más arriba (ver
nota 1), la Edad Media ha sido denostada por muchos historiadores, quienes
apuntándose al viento político dominante, empezaron a escribir y renegar la
Edad Media cristiana haciéndola pasar en sus trabajos y obras como un periodo
de incultura y barbarie incivilizada, mientras que de la otra parte, del
Oriente islámico, venía todo el conocimiento, el saber y el refinamiento social
y cultural[xi].
De tal modo algunos tratan de torcer la realidad histórica en favor de los
intereses políticos del momento, que llegan a inventar comportamientos
totalmente inexistentes en personajes o hechos históricos para que éstos se
adapten y encajen en sus teorías políticas del presente. Ese sentir queda
claramente remarcado en palabras del catedrático Serafín Fanjul, quien en su
libro “Al-Andalus contra España. La forja
del mito” llega a decir en relación con las tres culturas hispanas y la
convivencia de las religiones y Alfonso X el “Sabio” lo que sigue: “La
guerra ideológica una vez más adopta la norma del mejor conocer para mejor
combatir y mejor dominar y en nuestra opinión éste y no otro es el fundamento,
en lo referente al Islam, de la magna obra histórica y literaria de Alfonso X y
sus colaboradores, pues parece anacrónico revestirle de un prurito
culturalista, de comprensión ecuménica y obsesión por lo políticamente correcto
ante otras razas y religiones, muy del gusto actual pero cargado de conceptos e
intenciones posteriores que difícilmente pudieron pasar por la mente del rey.”[xii]
De la misma opinión es el profesor D. Claudio Sánchez Albornoz, quien denuncia
en su obra “España un enigma histórico”[xiii],
ese tipo de prácticas políticas surgidas al calor de los seguidores de las
teorías de Américo Castro.
Es por ello que merece la pena que
se ponga el foco en la importancia de la cultura y el saber durante la Edad
Media, y como no, la gran labor que tuvieron en ello los monasterios
medievales.
Según Sánchez de Albornoz “También la cristiandad de allende el Pirineo
había sufrido una gran crisis cultural en los siglos de hierro de los primeros
tiempos feudales. Pero al margen y por bajo de la férrea estructura vital de
esas largas centurias, minorías eclesiásticas que no gastaban sus energías en
las contiendas de los nobles en el silencio de su claustros tuvieron vagar para
entregarse al estudio y a la meditación y para enfrentarse a la postre con los
misterios de la vida y del mundo. En los claustros castellano-leoneses, más de
una vez asaltados y destruidos por los ejércitos de Córdoba –recordemos las
matanzas de los monjes de Cerdeña y las
destrucciones de la Cogolla Eslonza, Sahagún…- y siempre contagiados del estado
patológico de la psiquis colectiva, las minorías clericales no pudieron
proyectar sus atención sino hacia las angustias torturantes de las terribles
horas que vivían. La serenidad evangélica, los dardos espirituales de san
Pablo, el erudito bucear de los Padres de la Iglesia en los misterios de la fe
cedieron en ellos el paso al Apocalipsis de san Juan que ataría el alma hacia
los días sombríos del juicio postrimero”[xiv].
Es suficiente para mostrar lo que se indica, y es que los árabes, que son
puestos como referentes de la cultura, del saber, del refinamiento y custodios
de las disciplinas de la filosofía y saberes griegos, eran los primeros en
destruir los centros culturales cristianos, pues como es lógico pensar, a los
soldados de esa época les interesaba más el oro y la plata que podían encontrar
en un rico monasterio, que pergaminos cosidos garabateados en un idioma que
desconocían y todavía más, que odiaban. Ello hacía que en España, la labor de
los monasterios y la trasmisión de la cultura realizada por ellos, fuera mucho
más difícil si cabe y más necesaria incluso, que en Europa.
Y es que es una creencia muy
extendida la de que en España, tras el 711, se islamizó rápidamente y se
convirtió al islam casi como por arte de magia, cuando en realidad ese proceso
de islamización fue muy lento, y más bien al contrario, debieron ser los moros
(más que los árabes, cuya población era mínima) los que se castellanizaron, y
con posterioridad, con el paso de los siglos se islamizaron.
“El
proceso de adopción hubo de ser lentísimo”. –Nos dice Albornoz- “En la capital de la cora o provincia de
Elvira (Granada), la mezquita, empezada a construir por un compañero de Muza,
tardó siglo y medio en ser terminada, según Ibn Al-Jatib por el escaso número
de musulmanes que durante tan largo plazo de tiempo hubo en la ciudad, donde se
alzaban en cambio cuatro iglesias[xv]”
Pero no sólo fue al principio. Los promotores de la teoría de “las tres culturas”, fantasean con que
durante la dominación árabe de España, en sus ciudades se producía una especie
de maravilla o de fusión, donde se vivía en armonía y en total felicidad. Los
cristianos que allí bajaban para realizar comercio quedaban imbuidos de saber y
conocimiento, y una vez asimilado, eran éstos los que lo llevaban a las tierras
ásperas y brutales del norte, ocupadas por castellanos y cristianos. “Castro se detiene con fruición a recalcar la
importancia histórica de la ocupación de Córdoba, de Sevilla y de las otras
ciudades andaluzas ne el silo XIII, por creer que tales conquistas fueron lo
que habrían podido ser en verdad: factores decisivos de la fecunda simbiosis de
lo occidental con lo oriental en el suelo de España. Lástima que la realidad histórica
no venga en apoyo de esa tan sugestiva teoría. Porque esas ciudades, populosas
y ricas, fueron vaciadas de sus habitantes por los conquistadores castellanos.
Sus arabizados pobladores abandonaron sus viejos solares para refugiarse en las
tierras libres del reino de Granada o cruzar el Estrecho y establecerse en
África”[xvi]
De esa manera, si no había apenas habitantes en las ciudades conquistadas, el
proceso de transmisión de conocimientos culturales, no fue por esa vía de la “pacífica coexistencia” que propugnan
–aún hoy- muchos seguidores de las teorías de Castro y sus epígonos[xvii]
"Don Claudio Sánchez Albornoz"
Los primeros monasterios en Europa.
El apartamiento de la vida
cotidiana, el alejamiento de las cosas mundanas vividas bajo una existencia
ascética ha sido una constante en muchas religiones, y el cristianismo, desde
sus orígenes, no ha sido una excepción. Durante los primeros siglos, muchos son
los grupos de hombres y mujeres (vírgenes en su mayoría) que abandonan la vida
cotidiana para vivir de manera más perfecta y poder así alcanzar a Dios. Así lo
atestiguan, por ejemplo San Pablo o los escritos de Clemente Romano quien dice
en sus Cartas a los Corintios[xviii]
de haber visto un grupo de ascetas, continentes
y vírgenes en la comunidad de Corinto
a finales del s. I.
Esos testimonios se harán más
abundantes durante los siglos siguientes II y III d.C. de la mano de hombres
como san Ignacio de Antioquia o san Justino, por ejemplo.
Esos primeros testimonios del
ascetismo premonástico tenían una particularidad, y es que como refleja Jesús
Álvarez: “Durante los tres primeros
siglos, aquello y aquellas que optaban por vivir en continencia o en
virginidad, no vivían en comunidades especiales, sino que permanecían en medio
de sus familias, ocupándose en el mismo género de actividad que antes, porque
la sociedad circundante no admitía el hecho de que una mujer soltera pudiera
vivir independientemente del núcleo familiar”[xixi]. Pero no obstante se les puede considerar como
los antecesores de la vida monástica, pues aun en ese tiempo, el que así decide
guiar su vida, poco a poco se deja y se abandona. La mayoría, hombres y
mujeres, acepta el celibato en su vida; siguen trabajando en sus quehaceres,
pero se vuelven más obedientes y por supuesto, por su abandono material,
aceptan la pobreza como condición. Obediencia, pobreza y castidad, tres de los
pilares de los que se sustentarán las órdenes monásticas en el futuro.
Las primeras comunidades cenobíticas
surgen en Egipto de la mano de san Antonio o san Pacomio. Les seguirá san
Basilio, quien viajará por Palestina, Siria Asia menor etc., para conocer de
primera mano cómo se regían las comunidades monásticas de la zona y poder así
organizar su floreciente comunidad. Y es que hay que tener en cuenta que el
monacato Oriental será el primero en surgir y en levantarse. En Occidente, que
es el tema que nos ocupa en este artículo, será un poco más tarde[xx].
Según el P. Royo Marín: “El monacato hizo su aparición en Occidente
un siglo más tarde que en Oriente, y su desarrollo fue mucho más lento, tardando
mucho en arraigar el ascetismo característico de la vida monástica. Pero, una
vez penetrado en la Iglesia occidental, superó con mucho en florecimiento al
monacato oriental. A partir del s. VI y durante toda la Edad Media, el monacato
fue en la Iglesia occidental el sostén más firme y seguro de su ortodoxia, de
su espiritualidad y de la cultura cristiana en todas su manifestaciones”[xxi].
"Monasterio de San Juan de la Peña"
Lo cierto es
que en casi toda la cuenca mediterránea surgieron, con muy pocos años de
diferencia, lugares de retiro y espiritualidad, debido a la cercanía geográfica
y al comercio existente con Egipto, Siria y demás zonas orientales con sus
homólogas occidentales. España, con las particularidades que se verán, Italia o
Francia, son zonas donde el monacato europeo florecerá de manera significativa.
San Benito de Nursia (480-547) será
uno de los grandes nombres a tener en cuenta a la hora de profundizar en el
estudio de los monasterios europeos. Aparte de su santidad, a él se le debe la
importancia de haber construido la Regla que unificaba la convivencia y
regulaba la vida en comunidad. “La Regula
Monachorum acabó por imponerse a casi todas las demás den mundo entero”[xxii]
nos dice el P. Royo Marín. Además de incluir en el monaquismo los parámetros ya
existentes de Obediencia, Pobreza y Castidad, san Benito incluyó y estipuló
como habían de ser, los de oración, trabajo y descanso, formándose así el orare et laborare.
Con el paso de los años, los
monasterios se irán configurando como una manifestación religiosa más común. Ya
no hará falta ser un anacoreta o un eremita en el desierto para buscar a Dios.
Poco después, Flavio Casiodoro
(485-580 d.C.), aproximadamente en el año 575 d.C. introdujo una nueva norma
dentro de las reglas monásticas. Norma que revolucionaría los conventos y los
convertiría, -a pesar de lo que han dicho muchos detractores de ésta época
histórica- en cunas de conocimiento y saber. A él se le debe la introducción de
un cuarto tiempo en la vida de los religiosos (además de las consabidas de
obediencia, pobreza y castidad): El Estudio.
“En
adelante cada monasterio debía disponer de una biblioteca (literalmente
significa armario para guardar la Biblia) y de un scriptorium para llevar a
cabo la copia de ejemplares nuevos, a veces los que iban a ser enviados a otros
monasterios o intercambiados”[xxiii],
nos ilustra L. Suárez en su libro. A renglón seguido, apunta una vez más el
maestro: “Podríamos afirmar que sin los
monjes toda la cultura clásica se habría perdido”[xxiv]. No obstante, y pese a la verdad de esas
aseveraciones, hay autores, que bien por intereses comerciales o políticos, o
bien por padecer un odio visceral sobre el cristianismo (y más concretamente
por el catolicismo) han escrito o difundido obras en donde no se para de
ocultar, denigrar o menospreciar estos aspectos de los que hablamos.[xxv]
En Europa en el año 909 Cluny supone
un hito importante en lo concerniente a las reformas de los monasterios y las
abadías. Tomando como ejemplo la Regla de san Benito, se agrupan bajo una misma
férula varias abadías y monasterios, siendo en su día, uno de los mayores focos de cultura y espiritualidad del
mundo occidental, lo cual tendrá su trascendencia en la Europa del Medievo. Más
adelante, otro personaje inmenso, san Bernardo de Claraval (1090-1150 d.C.),
reformará la orden del Císter, y su presencia será tan importante en su siglo,
que sin él no se podría entender buena parte de la Edad Media, ni las Cruzadas,
ni los Templarios.
Císter y Cluny, son tan importantes,
que por sí solos constituyen un estudio personalizado y aparte.
.
"San Bernardo de Calraval"
El caso de España
España ha dado importantísimos
referentes en la Alta Edad Media. Sus contribuciones a la construcción de la
cristiandad en Occidente han sido notabilísimas. Ya en los tempranos años de la
celebración del Concilio de Elvira (300-313 d.C.) se habla sobre monacato en
España. “Se sabe también que en el siglo
V y VI, en el monasterio de Servitano (Velencia), en el de San Félix (Toledo),
en el de San Víctor, Vlaclara y San Millán de la Cogulla, trabajaban, rezaban y
llevaban una vida austera y penitente centenares de monjes cenobitas”[xxvi].
Ejemplos de personajes españoles de trascendencia universal los tenemos en Osio
de Córdoba, que tanto luchó por combatir el arrianismo, san Leandro de Sevilla
(540-600 d.C.), que participó activamente en el III Concilio de Toledo y que
escribió la Sancti Leandri Rgula, su
hermano Isidoro de Sevilla (556-636 d.C.) mucho más importante que Leandro, y
autor así mismo de otra regla monástica
que sentaría unas bases imprescindibles para regular la vida de oración y
recogimiento de los religiosos en su época. De su Regula monachorum, nos dice Royo Marín que: “En sus 24 capítulos señaló certeramente los elementos esenciales de la
vida monástica que son: al renuncia completa de sí mismo, la estabilidad en el
monasterio, la pobreza la oración litúrgica la lección y el trabajo”[xxvii].
Otros personajes importantes a tener en cuenta fueron Álvaro y San Eulogio de
Córdoba (800-859 d.C.). Este último recorrió la Hispania del momento llegando
hasta la ciudad de Pamplona y de allí pasó a recorrer los monasterios del norte
de España, visitando sus comunidades y aprendiendo lo que allí se hacía. Fue en
esos centros donde se encontraría con una grata sorpresa al descubrir valiosas
obras y libros no existentes en su Córdoba natal y no traducidos todavía.
Juvenal, la Eneida de Virgilio, textos de Horacio o el más importante, La
Ciudad de Dios, de San Agustín serán obras que él llevará a Andalucía (y no al
revés). Muchos otros nos dejamos en el tintero, pero cada uno de ellos deja
constancia del saber y la importancia de la técnica y sabiduría que se
atesoraba en la zona castellana, esa que se ha pensado que era bárbara e
inculta hasta no hace mucho tiempo.
En el III Concilio de Toledo (589
d.C.) España ofrecerá al mundo una nueva forma de gobierno que sentará las
bases de una nueva forma de gobierno. Recaredo, rey de origen godo y por lo
tanto de religión arriana, se convierte al catolicismo, y al mismo tiempo
dejaba sentadas las bases de cómo se habría de gobernar en adelante en sus
reinos. “Al Concilio de Toledo, y a los
que después vinieron, asistían además
de los obispos muchos nobles, servidores y cooperadores del rey. Nacía de este
modo un primer modelo de Asambleas en las que estaban presentes no sólo los
jefes militares, con en las Dietas germánicas, sino también los clérigos,
dotados de formación intelectual”[xxviii].
Este pasaje del maestro Suárez es harto revelador, pues nos indica como ya, en
el s. VI, la intelectualidad o el conocimiento en España, estaba depositado en
los clérigos. Éstos residían en su mayor parte en monasterios o abadías y es
allí donde se atesorará el saber y la ciencia durante los siglos
venideros.
Las aportaciones del reino visigodo
español al mundo son relevantes, pero a lo largo de los últimos años, en
España, se ha menospreciado la influencia y la importancia de los visigodos
para la construcción de España. Seguidores incondicionales de las teorías de
Américo Castro, pusieron sus ojos en la época islámica, haciendo de sus libros
y tesis de trabajo, ésta y sólo ésta época histórica, como el origen y comienzo
de la Historia de España. Al desaparecer Roma y al ser ninguneada la era
visigoda, se cercenaba de un solo tajo, los orígenes de España y se
tergiversaba la realidad, ofreciendo una visión maniquea de la historia, en
donde el protagonismo de lo árabe prevalece de manera mayoritaria en detrimento
de lo cristiano.
De ahí surgen los lastres y las
taras de muchos autores, que apuntándose a estas sufragadas teorías
historicistas, editan cientos de libros y trabajos en los que se tilda a las obras arquitectónicas, culturales,
musicales, etc., de ese periodo como de
procedencia u origen árabe, teniendo por el contrario sus cimientos, muy bien
anclados en un pasado tardo romano o visigodo.
"San Isidoro de Sevilla"
Egeria. Las mujeres saben leer y
escribir en la alta Edad Media.
En su afán por desprestigiar y de
convertir el cristianismo en ejemplo de barbarie, se olvidan incluso de
ejemplos tan claros como el de la peregrina de origen Leonés (o Galaico) Egeria[xxix].
Según se ha podido deducir, se trató de una hispana, posiblemente de la región
de la Gallaecia o actual Galicia, que realizó en el s. IV o principios del V,
un viaje de peregrinación a los Santos Lugares. Viajó por Siria, Palestina
Jerusalén, recogiendo las vivencias y tradiciones de los primitivos cristianos,
e incluso describiendo como eran los edificios, santuarios o prácticas ya
desaparecidas hace tiempo. Como religiosa era instruida, y narró las
vicisitudes de su peregrinación dejando constancia de todo lo que veía, con la finalidad
de poder llevarles a sus hermanas de religión unas vívidas impresiones de todo
ello.
Deducimos entonces, que no todo era
analfabetismo y postración de la mujer en la Edad Media. Bien es cierto que en
el universo y cosmovisión de los hombres de ese periodo, la realidad giraba bajo
otros parámetros, pero lo mismo podíamos decir de los habitantes del Antiguo
Egipto, de la Grecia Clásica o de los Cromañón. Eso no es ni bueno ni malo. Se
trata de realidades distintas que deben ser examinadas y estudiadas en su
contexto. Sólo eso.
"Retrato de una matrona romana"
Otra
mujer de gran sabiduría y conocimiento de la Baja Edad Media era la alemana
santa Hildegarda de Bingen (1098-1179). Esta santa fue en su época: abadesa, un
referente monacal, mística, profetisa (tenía visiones desde niña), médica,
compositora y escritora. Hildegarda ha sido sin duda, una de las grandes
mujeres del Medievo, que ha tenido su reconocimiento dentro de la Iglesia hace
poco, cuando su S. S. Benedicto XVI, en el año 2012, la nombró Doctora de la
Iglesia.
En el mismo año en el que España
frenaba al islam en la épica batalla de Las Navas de Tolosa, nacía santa
Matilde de Magdeburgo (1212-1283) en la Alta Sajonia. Matilde es considerada una
de las tres monjas cistercienses alemanas (junto a santa Matilde de Hackeborn y
santa Gertrudis la Grande) más influyentes por la calidad de sus escritos en la
Edad Media. Un poco más adelante en el tiempo, en el s. XIV nos iluminaría
santa Brígida de Suecia (1302-1373 d.C.) Santa Brígida viajaría con su marido a
España, como era tradición, para visitar la tumba del Apóstol Santiago.
De todas las latitudes, en todas las
partes de esa “oscura” Europa
medieval, encontramos ejemplos del saber, de erudición de técnica y de
conocimiento. Hombres y mujeres por igual, sin distinción, iluminando y
aportando a su siglo, saber y progreso.
Ello se pudo hacer gracias a la
labor de los monasterios, de los conventos, de las abadías y de la Iglesia. Europa
pues, nació de un convento, y pensar lo contrario lo es por hacer prevalecer
otros motivos que no los puramente históricos.
"Santa Hildegarda de Bingen"
- BIBLIOGRAFÍA:
- RUÍZ BUENO, DANIEL. “Actas de los Mártires”, B.A.C., Madrid, 1962
- GÓMEZ ÁLVAREZ, J. “Historia de la Iglesia. Tomo I, Edad Antigua” B.A.C. Madrid 2001
- MENÉDEZ PELAYO, M, “Historia de los heterodoxos españoles” 2 Vol. B.A.C. Madrid, 1956
- SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. “La Construcción de la Cristiandad Europea” Homolegens, Madrid, 2008
- SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. “Lo que el mundo le debe a España”, Ariel, Madrid, 2009
- FANJUL GARCÍA, SERAFÍN, “Al-Andalus contra España. La forja del mito”, Siglo XXI de España Editores S.A., Madrid 2003
- SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO “España. Un enigma histórico” Vol. I, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2011
- ROYO MARÍN, ANTONIO, O.P. “Los grandes maestros de la vida espiritual”. B.A.C. Madrid, 2003
- ASENSIO BARBARÍN, EUGENIO “La España imaginada de Américo Castro” El Albir, Barcelona 1976.
- HERRERO LLORENTE, VÍCTOR. “Peregrinación de Egeria: (diario de un viaje a Tierra Santa en el siglo IV)” Aguilar, Madrid, 1963.
[i] Tradicionalmente se ha venido en llamar a este periodo de la Alta Edad Media como “Edad Oscura”, debido a la escasez de documentación existente sobre ese periodo. El Término fue acuñado por el humanista Francesco Petrarca (1304-1374). Otro autor italiano, el historiador y cardenal César Baronio (1538-1607) también lo había utilizado en sus obras para referirse a un periodo convulso entre los s. X y s. XI. En la actualidad los historiadores han desechado el término “Edad Oscura” en esos parámetros, pero por contra ha sido muy explotado por otros autores para referirse a él como un periodo sombrío, y oscurantista dominado por una fanática iglesia católica la cual defendía actitudes retrógradas y fanáticas.
[ii] Evangelio según San Marcos 16, 15-20: “En aquel tiempo se apareció Jesús y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien. Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”.
[iii] RUÍZ BUENO, DANIEL. “Actas de los Mártires”, B.A.C., Madrid, 1962, p. 319
[iv] Ibídem, p. 320
[v] El término arrianismo provine de la desviación herética introducida por su fundador, Arrio (Libia 256 d.C.), el cual era presbítero de Alejandría y poseía una gran ascendencia entre sus seguidores –fundamentalmente entre las vírgenes- por su fama de asceta y por su gran capacidad de oratoria. Teológicamente estaba formado bajo la sombra de Luciano, fundador de la Escuela de Antioquía. Sus teorías provocaron serias confrontaciones entre los cristianos de occidente y de oriente. Finalmente, en el Concilio de Nicea del año 325 se aprobó el credo actual propuesto por Atanasio de Alejandría. Atanasio hizo una cerrada defensa del encarnacionismo (Dios Padre es consustancial al Hijo) y consiguió incluso el destierro de Arrio y sus doctrinas adapcionistas (El Hijo es la primera obra de Dios Padre, pero distinta de Él). Arrio fue perdonado en el año 336 y murió en misteriosas circunstancias, probablemente envenenado.
[vi] GÓMEZ ÁLVAREZ, J. “Historia de la Iglesia. Tomo I, Edad Antigua” B.A.C. Madrid 2001, p.199
[vii] Una obra imprescindible para seguir las herejías a lo largo de la Historia, en el caso de España, es MENÉDEZ PELAYO, M, “Historia de los heterodoxos españoles” 2 Vol. B.A.C. Madrid, 1956.
[viii] SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. “La Construcción de la Cristiandad Europea” Homolegens, Madrid 2008, pp. 95.
[ix] Ibídem, p. 96
[x] Ibídem, p. 96
[xi] En este sentido son muy ilustrativas las obras de JUAN GOYTISOLO.
[xii] FANJUL GARCÍA, SERAFÍN, “Al-Andalus contra España. La forja del mito”, Siglo XXI de España Editores S.A., Madrid 2003, p. 41
[xiii] SÁNCHEZ ALBORNOZ, CLAUDIO “España. Un enigma histórico” Vols. I, II, III, y IV, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2011.
[xiv] SÁNCHEZ ALBORNOZ, C. “España. Un enigma histórico” Vol. I, Planeta DeAgostini, Barcelona 2011, p. 327.
[xv] Ibídem, p. 201.
[xvi] Ibídem, p. 249.
[xvii] La escuela de hispanistas Norteamericanos ha sido muy proclive a seguir las corrientes castristas. Albert A. Sicroff (1918-2013) fue uno de ellos. Sobre su parecer y postura puede leerse la obra de ASENSIO BARBARÍN, EUGENIO “La España imaginada de Américo Castro” El Albir, Barcelona 1976. En particular el capítulo tercero titulado: “Notas sobre la historiografía de Américo Castro. Con motivo de un artículo de A.A. Sicroff”. Op. Cit. pp. 119-168.
[xviii] CLEMENTE DE ROMA, Epístolas a los Corintios 38,2
[xix] Op. Cit. GÓMEZ ÁLVAREZ, J. “Historia…”p. 322
[xx] No hablaremos por tanto de la importancia o prevalencia de Bizancio y el monacato oriental ni de San Agustín, ni de los primeros anacoretas etc.
[xxi] ROYO MARÍN, ANTONIO, O.P. “Los grandes maestros de la vida espiritual”. B.A.C. Madrid, 2003, p. 69
[xxii] Op. Cit., p. 92
[xxiii] “La Construcción…” Op. Cit., p. 109
[xxiv] Ibídem, p. 109
[xxv] Una visión totalmente opuesta y contraria a la idea de avance, progresos morales, espirituales y científicos del cristianismo lo podemos ver en MOSTERÍN, J. “Los Cristianos. Historia del pensamiento” Alianza Editorial, Madrid, 2010, donde el autor deja constancia de su profunda aversión hacia este tipo de interpretación de los hechos históricos, ofreciendo la típica visión opuesta, cargada de resentimiento que tan popular (y muy contestada) se ha hecho a lo largo de estos años
[xxvi] Op. Cit. “Los Grandes maestros…”, p. 88
[xxvii] Ibídem, p. 89