RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 4 de agosto de 2013

FRANCISCO: LAS BASES DE SU TEOLOGÍA

Opus Dei -
Nuestra Señora de Aparecida (Patrona de Brasil) y el Papa Francisco
 
 
Alberto Buela (*)
 
El primer viaje internacional que realizó el Papa Francisco fue al Brasil donde en una misa sobre la playa de Copacabana en Río de Janeiro juntó la friolera de tres millones de feligreses. No hay hoy en el mundo ningún dirigente político que junte tamaña cantidad.
 
Es sabido que los Papas y en general los grandes dirigentes del mundo hablan por hablar, en un discurso donde el “buenismo” campea en todas las oraciones, pero aquello que no dicen es, paradójicamente, lo que terminan haciendo. Esto es normal y así hay que tomarlo. Es que el simulacro es la moneda de cambio de los discursos públicos; de los discursos a las masas.
 
Francisco rompió esa regla de oro con dos frases emblemáticas: una cuando llegó: No traigo oro ni plata, traigo a Jesucristo y otra cuando partió: Río es el centro de la Iglesia.
 
El espaldarazo que le dieron los pueblos brasileño y argentino, y en general el pueblo hispanoamericano fue total. Este respaldo masivo tanto con la asistencia en persona (los tres millones) como mediática consolida su figura y su poder dentro y fuera de la Iglesia. Hoy Francisco no es Papa sólo para los católicos sino para todos.
 
Su mensaje resumido en no traigo oro ni plata sino a Jesucristo fija una posición clara y terminante frente a la sociedad de consumo, el capitalismo salvaje, el imperialismo internacional del dinero, como decía Pío XII. Y sobre todo frente a los ideólogos progresistas de una modernidad sin destino con sus propuestas de: relativismo moral y cultural, aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, sacerdocio femenino, anulación del celibato, consumo de drogas, exaltación del mundo gay, etc.
 
Francisco habló y dio las directivas: quiero pastores con olor a ovejas que salgan a la calle y a los jóvenes que hagan lío. En una palabra, hay que salir a evangelizar.
 
La diferencia en este aspecto entre las tres grandes religiones monoteístas del mundo, judaísmo, islamismo y cristianismo, es que los judíos no salen a convencer a los no judíos de las bondades del judaísmo. Ellos siempre se han comportado como un grupo cerrado y autocentrado en donde les es suficiente los que son. En su milenaria historia nunca buscó hacer proselitismo.
 
Mientras que el Islam y el cristianismo sí han buscado siempre extender su mensaje a otros pueblos. La diferencia entre ambos es que islamismo busca hacer prosélitos y difundir su mensaje “a palos”, por la fuerza y el cristianismo lo intenta realizar por la persuasión.
 
El otro rasgo significativo de su prédica brasileña fue el cambio de centralidad de la Iglesia: Río es la capital de la Iglesia. Esto no quiere decir que Roma deje de ser la sede de la Iglesia sino que los grandes conglomerados de católicos de las sociedades periféricas y sus demandas van a ser, de acá en más, los que produzcan sentido en el accionar de la Iglesia.
 
Y acá entra la figura del pueblo como categoría principal en la teología de Francisco. El pueblo para él es el “productor de sentido” y no las élites ilustradas que en el caso de la Iglesia sería el cuerpo colegiado de obispos y la curia romana.
 
Esta disyuntiva está claramente resuelta por Francisco a favor del pueblo cristiano y sus demandas, solicitudes y necesidades. Y en este sentido es él fácilmente ubicable en lo que se llamó teología popular o religiosidad popular.
 
Es poco conocida esta corriente ideológica que tuvo su fuente de inspiración en un eminente teólogo porteño que fue el padre Lucio Gera. Gera es la clave de bóveda para entender los planteos y los presupuestos teológicos de Francisco.
 
 
 
 

El teólogo argentino Lucio Gera (Italia, 1924 - Argentina, 2012)
 
 
 
Lucio Gera, un hombre elegante y fino, perito del Concilio Vaticano II, amigo de un primo hermano nuestro, Héctor del Río, en los tiempos en que inició su carrera de sacerdote como cura teniente en la parroquia de San Bartolomé. Él con su rescate de la religiosidad popular fue quien mayor oposición teológica ofreció, por afinidad de miras (la preeminencia del pueblo)1, a la teología de la liberación en Nuestra América.
 

 

Nosotros tuvimos ocasión de conversar con él unos meses antes de su muerte y nos dijo: “Alberto, el grave problema de la Iglesia hoy es el clericalismo, que es esperar todo de los curas. Es hora que los laicos tomen parte activa en la tarea de evangelización de la Iglesia”.

 
Y esto es lo que ha solicitado Francisco en Brasil como nudo y corazón de su mensaje.
 
La teología popular, que no es populismo, otorga la productividad de sentido al pueblo como sujeto de la historia, en contraposición a la teología marxista de la liberación que reserva ese privilegio a una clase social: el proletariado.
 
Confía en la expresión de la fe sencilla del pueblo, sobre todo del pueblo pobre, que no sufre ninguna mediación culta o Ilustrada que la desvirtúe.
 
Es por esto, por ese privilegio que Francisco otorga teológicamente al pueblo, que muchos en Argentina hablan del Papa peronista.
 
Nosotros creemos que no se debe hablar así, porque es un error encerrar al Papa dentro de un pensamiento político determinado. No se puede ideologizar el evangelio.
 
Cabría preguntarse cuales son las potenciales resistencias mundanas al mensaje de Francisco. En primer lugar la de todos aquellos que quieren hacer de la Iglesia católica una “nada de Iglesia”. Así, una Iglesia que acepte el aborto, el matrimonio gay, el sacerdocio femenino, que termine con el celibato obligatorio (Leonardo Boff). Que acepte la eutanasia, el divorcio irrestricto y el consumo de drogas. Todo ello haría de la Iglesia una “nada de Iglesia”, una no-Iglesia.
 
En el fondo, el gran enemigo de Francisco es “el catolicismo a la carta”. Catolicismo que, en general, es propuesto por los enemigos históricos de la Iglesia y propalado mañana, tarde y noche por los grandes medios masivos.
 
Francisco no tiene oro ni plata; no tiene ejércitos; no tiene poder terrenal y no existe ningún presidente ni Estado del mundo que se declare expresamente católico. La única posibilidad es, más allá de la asistencia del Espíritu Santo, recurrir a los pueblos periféricos de matriz cristiana (Europa es una naranja exprimida) para con su ayuda lograr cambiar el desorientado curso del mundo actual.
 
El conflicto que se le plantea a Francisco no es ya el de los años sesenta y setenta Iglesia-mundo sino el de Iglesia-poderes mundanos. Es que estos últimos están en manos anticristianas. Al menos en Iberoamérica, en los cuatro principales países, la clase dirigente brasileña es filo-evangélica, la de Argentina es filo-sionista, la de Colombia es pro-estadounidense y la de México pro-masónica. Es que hoy, como ha dicho el brillante Vittorio Messori: el anticatolicismo ha reemplazado al antisemitismo.
 
No es poca la lucha que le espera.
 
(*) arkegueta, enterno comenzante, mejor que filósofo buela.alberto@gmail.com
www.disenso.info 

sábado, 3 de agosto de 2013

LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (2ª PARTE)



Dedicado a la gloriosa memoria de todos los españoles muertos ante la Roca de Gibraltar en lucha contra el imperialismo inglés y por la integridad territorial de la Sagrada España.


Es segunda parte del artículo LOS FUNDAMENTOS
DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (1º PARTE)

Por Manuel Fernández Espinosa
Estamos acostumbrados a entender el imperialismo inglés como un fenómeno moderno (en efecto, el imperio británico llega a su paroxismo en el siglo XIX), pero sus precedentes son bastante remotos. Uno de los primeros prohombres ingleses que convierte la eliminación de Castilla en imperativo geopolítico (para Inglaterra enseñorearse de los mares sin rival) es Juan de Gante (1340-1399), hijo de Eduardo III de Inglaterra y Duque de Lancaster. Tras la Tregua de Brujas (año 1375), uno de los hitos de la Guerra de los Cien Años que enfrentó a Inglaterra y Francia, Castilla había salido reforzada, el gran historiador D. Luis Suárez Fernández comenta sobre el particular: “la tregua de Brujas incluyó el reconocimiento de que Inglaterra ya no era dueña del mar, sino que éste, para los próximos doscientos años, sería dominado por los españoles”. Así las cosas, Juan de Gante (que por poco si llega a ser rey de Castilla por su matrimonio con Constanza de Castilla, hija de Pedro I) convence a los Comunes de la necesidad inexcusable de poner fuera de juego a Castilla, para recobrar el dominio de los mares. Era menester, a juicio del Duque de Lancaster, llevar la guerra a Castilla, avivar los conflictos peninsulares.
 
Juan de Gante, Duque de Lancaster
 
Empero no se trataba de una cuestión tan simple que se limitara a factores estrictamente económicos y políticos (lo cual sería una interpretación reduccionista), en la cuestión estaba involucrada desde temprano la herejía. El Duque de Lancaster protegía al hereje John Wycliff (circa 1320-1384) que, en correspondencia al amparo de su señor, combinaba sus proposiciones heréticas en conformidad a las conveniencias de Juan de Gante. Wycliff es considerado, en justicia, como precursor de Martin Lutero (aunque no esté del todo claro si Lutero lo llegó a conocer en profundidad, los postulados heréticos de Wycliff se anticiparon a los del alemán). Para apoyar las propuestas del Duque de Lancaster y allegar dinero con el que afrontar la intervención en la Península Ibérica, Wiclyff sugería que se expropiara las rentas eclesiásticas para acometer las empresas que Juan de Gante proponía como necesarias para recobrar el dominio del mar, incrementar el comercio exterior insular y que esto redundara en la prosperidad inglesa. Como vemos, Castilla era un obstáculo para los intereses ingleses y el obstáculo había que removerlo. Sin embargo, aunque los ingleses lo intentaron no lograron alcanzar sus propósitos. Lo cual no quiere decir que, en los sucesivos siglos, depusieran la línea principal de su política: la talasocracia eliminando a Castilla (o, en su momento, España). Causa admiración la tenacidad y la constancia de la política inglesa que, en las más adversas circunstancias puede silenciarse, pero que persiste latentemente, como una corriente subterránea, y que, cuando considera llegado el momento oportuno, se hace manifiesta. Esta estrategia inglesa que, de antemano cuenta en su perfidia con la traición a todos los pactos, es la que Baltasar Gracián atribuía al carácter inglés, cuando escribió “La Inconstancia aportó a Inglaterra”. Inconstancia, se entiende, a la hora de cumplir los pactos.
John Wycliff


 
La unificación de las coronas de Castilla y Aragón, sentadas las bases del dominio marítimo castellano en el Atlántico y del aragonés en el Mediterráneo, la culminación de nuestra reconquista con la toma de Granada, el descubrimiento de América y la expulsión del factor desestabilizador de la comunidad judía, todo ello en el año 1492, bajo la égida gloriosa de nuestros Reyes Católicos, dejaría a Inglaterra mucho más atrasada de lo que quedó en la Tregua de Brujas. Era prácticamente imposible alcanzar a España en su carrera. Con Felipe II como Rey de Portugal el poderío de España llegaba a su máximo esplendor: la hegemonía española era total (aunque tenía muchos frentes abiertos, instigados todos ellos por el odio y el rencor judaico que no ha perdonado todavía hoy, siglo XXI, la expulsión decretada por los Reyes Católicos). Toda Europa miraba con envidia y odio a España en su supremacía y una de las naciones que más nos maldecía era Inglaterra.

EL HUMANISMO RENACENTISTA QUE LLEGÓ A INGLATERRA


El Renacimiento había supuesto una revolución cultural (en sus dimensiones literaria, artística, científica, etcétera…) difícil de comprender en su cabal alcance. Para que se produjera esa eclosión había sido clave el divorcio de Fe y Razón y en esta ruptura una figura había sido decisiva: el franciscano inglés Guillermo de Ockham (circa 1280-1349). El foco del Renacimiento, indudablemente, hay que localizarlo en la península itálica, pero si la expresión de las artes plásticas se desarrolla en toda su exuberancia en territorio italiano particularmente,  el “humanismo renacentista” pronto cundió por toda Europa. Sin embargo, el “humanismo renacentista” no era un producto cultural uniforme e inocuo: traía consigo un desprecio por todo lo medieval (que incluía, como no podía ser menos, el rechazo a la filosofía de Aristóteles) y asimismo traía consigo una fuerte carga de filosofía hermética, donde no faltaban la alquimia y la magia. Hasta en los países donde la ortodoxia católica era más férrea –como España, con su Inquisición- la recepción del humanismo trajo incorporados elementos esotéricos (es el caso de nuestro Arias Montano).


Pierre de la Ramée

El retórico, lógico y humanista francés Petrus Ramus (Pierre de la Ramée, 1515-1572) fue el exponente más furibundo del anti-aristotelismo. Ramus murió, habiendo abrazado el protestantismo, víctima de los tumultos de la masacre de San Bartolomé. La obra de Ramus logró un éxito inusitado en Inglaterra, cuya intelectualidad, con los antecedentes del anticlerical Chaucer, del nominalista Ockham y el hereje Wycliff, estaba predispuesta a recibir con agrado toda crítica que enfatizara el descrédito de la tradición escolástica, fundada en la interpretación que Santo Tomás de Aquino había hecho de Aristóteles. Y con los antecedentes más arriba mencionados, en el ambiente de convulsión religiosa que se vivió durante el siglo XVI en Inglaterra (a cuenta del cisma de Enrique VIII), era de esperar que la mayoría de intelectuales ingleses fuesen fatalmente atraídos por la filosofía hermética, por la magia y la heterodoxia. Y estos, precisamente, son los fundamentos meta-políticos del imperialismo inglés:

1. La herejía: John Wicliff y los wicliffitas se anticipan incluso a los protestantes –stricto sensu- del continente europeo: Lutero, Calvino, etcétera. Y la corriente herética, propuesta por Wicliff, presenta los rasgos que se definirán en los llamados “reformadores”: odio al Papado (que identificaba con el Anticristo, en la típica tradición protestante), demagógica predicación de la pobreza (proponiendo el expolio sistemático del clero: Wicliff tenía pingües beneficios que mantuvo a salvo, sin aplicarse a sí mismo la enajenación de bienes que invocaba para el resto del clero inglés), la Biblia (que tradujo al inglés como le dio la gana: Wicliff no era un traductor solvente), negación de la transustanciación y, en eclesiología, esa especie de “comunidad eclesial invisible” formada por los predestinados a ser salvos. Los wicliffitas continuaron, tras su condenación papal y persecución civil a cuenta de las alteraciones revolucionarias en que se vieron involucrados, enquistados en la universidad de Oxford. En Inglaterra el protestantismo (de John Knox, 1514-1572) encontró un terreno fértil para dar sus frutos; en la isla las proposiciones calvinistas no eran novedades.

2. El anti-aristotelismo (que tanta tradición tenía en Inglaterra) y que se afianzará luego en el empirismo (John Locke; padre del liberalismo político) con todo su rechazo de la metafísica (en el caso de David Hume; con su emotivismo moral) y, posteriormente, entre el XVIII y el XIX, esta tradición tan inglesa desembocará en el utilitarismo inglés (Bentham, Stuart Mill, etcétera). Este anti-aristotelismo hay que considerarlo en tanto que pone las bases de una ciencia que prescinde de la metafísica, que se hace contra la metafísica y que busca, en último término, la aplicación técnica.

3. La filosofía hermética (entendiendo como tal algo poco sistematizado, pero que fluía como una corriente en todas las actividades intelectuales y científicas. Hay, por un lado, una pretensión de instaurar los cimientos de la ciencia moderna, pero –esto bien lo ocultan- estas ideas no dejan de ser deudoras de una concepción mágica del universo. Es manifiesta la voluntad de intervenir en la naturaleza, para ponerla al servicio del científico (un brujo); y tengamos en cuenta que la voluntad es el poderoso secreto de toda magia.

GALERÍA DE PROTO-IMPERIALISTAS INGLESES

Sí. Parece increíble, disparatado. Pero el imperialismo inglés se fundó, desde sus inicios, en: 1. La herejía; 2. El anti-aristotelismo y 3. En la magia. Y vamos a poder verlo presentando muy someramente a las personalidades que consideramos precursores conscientes de ese imperialismo inglés. Podríamos incluir a muchos más, pero por mor de la brevedad, queremos presentar a: John Foxe (1516-1587), John Dee (1527-1608), Walter Raleigh (1552-1618) y Francis Bacon (1561-1626).


John Foxe

John Foxe (1516-1587) era un furibundo y declarado anti-español. Su anti-españolismo lo compartía con la gran mayoría de sus compatriotas, pero ninguno de ellos contribuyó como él a crear una monumental obra que rebosaba odio anti-católico y anti-español y titulada “Actes and Monuments of these Latter and Perillous Days, touching Matters of the Church” (publicado en 1563, más conocido como “El libro de los mártires” de John Foxe). Esta obra de Foxe tuvo muchas ediciones y, además de su envergadura (la segunda edición se dio a la estampa en dos volúmenes con 2300 páginas), estaba profusamente ilustrada, lo cual fue un éxito en tanto que lograba excitar el odio a la Iglesia católica (los papistas) y fomentar la hispanofobia. Ahí es nada, John Foxe llegó a identificar a España con el Anticristo y la influencia de su aversión visceral penetró en el corazón de muchos ingleses que hicieron del odio a España algo consustancial a su patriotismo inglés (se pueden encontrar vestigios de Foxe en el poeta John Milton, como en tantos otros nombres de la cultura inglesa).


John Dee en plena invocación necromántica


John Dee (1527-1608) es uno de los precursores del imperialismo inglés, hasta tal punto que se le atribuye a Dee el haber acuñado la expresión “imperio británico”. Fue filósofo hermético, astrólogo (le hizo una carta astrológica a nuestro Felipe II), estudió en Cambridge y Amsterdam, profesó en el Trinity College y enseñó astrología judiciaria en Lovaina. Ser uno de los matemáticos más prestigiosos de su época no le impedía dedicarse con fervor a todas las artes nigrománticas, desde la astrología hasta la alquimia, pasando por la necromancia precursora del espiritismo. Su sociedad con el supuesto alquimista Eduardo Kelly fue calamitosa para John Dee. Fue consejero de Isabel I.


Walter Raleigh

Walter Raleigh (1561-1626), fue conocido en la España de la época como “Guantarral” y sus muchas operaciones de piratería contra España redujeron su figura al papel de pirata. Pero Raleigh no fue un pirata cualquiera, como los de las películas. Raleigh era un hombre de gran cultura, que cultivaba a su vez varias ciencias desde la medicina hasta la ingeniería y toda su actividad intelectual y “científica” estaba ordenada según un sentido pragmático, por eso experimentó para conseguir remedios contra el escorbuto (lacra de la marinería), intentó fórmulas para conservar los abastecimientos, también se las ingenió para perfeccionar aparatos varios para una mayor eficacia en la navegación… Todo lo que Raleigh investigaba no era por amor al conocimiento, sino que era para ponerlo en práctica; y él mismo lo ponía en práctica, pues Raleigh concibió la colonización inglesa de América del Norte y en 1584 fundó la colonia de Virginia. Alrededor de Raleigh, cuando éste estaba en Inglaterra, se fue formando un grupo anti-español de literatos, científicos y librepensadores. El grupo se llamó la Escuela de la Noche y, entre los más eminentes miembros, estuvo en él el dramaturgo y poeta Christopher Marlowe (1564-1593), al que volveremos más abajo. Raleigh terminó mal sus días, fue encarcelado en tiempos de Jacobo I bajo la acusación de conspirar contra el rey inglés. Puesto en libertad, comandó una segunda expedición a iniciativa propia contra la Nueva Andalucía (con la pretensión de conquistarla y convertirla en Guayana Británica). Los buenos oficios de nuestro embajador en Londres, D. Diego Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar, lograron que fuese prendido por hostigar los intereses españoles y, si Gondomar no consiguió que lo ahorcáramos en España, el rey inglés –entonces en buenas relaciones con España- mandó ejecutarlo en Londres.


Francis Bacon

No podemos finalizar esta galería de precursores del imperialismo inglés sin mencionar a Francis Bacon (1561-1626). Tal vez el más conocido de los que hemos presentado, afamado por su labor filosófica. En él se resumen herejía, anti-aristotelismo y magia, todo ello concentrado en su filosofía, la misma que trató de aportar un “Novum organum” (año 1620) como alternativa al “Organum” aristotélico; también escribió Bacon una obra considerada como utópica: la “Nueva Atlántida”, donde se especula sobre una sociedad totalmente transformada por la ciencia aplicada, la técnica. El concepto de ciencia que barajaba Francis Bacon no estaba desprovisto de componentes mágicos. Francis Bacon desempeñó importantes cargos políticos.



Christopher Marlowe

Hemos aludido más arriba al dramaturgo Christopher Marlowe (que en su tiempo fue considerado como un ateísta y libertino homosexual) y dijimos que volveríamos a él. Queremos cumplir con ello, pero abreviando mucho. Marlowe ofrece en su producción dramática, mejor que cualquier otro, el prototipo humano del imperialista inglés (que no es el gentleman, sino una figura fáustica). Marlowe escribió “La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto” (siglos después Goethe haría su propia versión). En la psique del doctor Fausto puede resumirse el espíritu que animó a Inglaterra a dominar el mundo: el pacto con Satanás, habiendo perdido el temor de Dios y prometiéndose con las malas artes de la magia todo el poder de la tierra, ese poder que envidiaba al verlo en las manos de España, la potencia católica por excelencia.

Con estos versos de su “Fausto” se expresa todo lo que Inglaterra ha ambicionado y ha querido y, hasta cierto punto, ha tenido, pero -no lo olvidemos- pactando con las fuerzas más siniestras: la herejía y la magia.

“Aunque tuviera tantas almas como estrellas,
Todas las daría a cambio de Mefistófeles.
Con él seré yo el gran emperador del mundo;
Tenderé un puente sobre el viento
Para cruzar el océano con mi ejército;
Uniré las cumbres que ciñen la costa africana
Y será un solo continente con España,
Tributarias ambas de mi corona.
No vivirá el Emperador sino por mi deseo,
Como los demás potentados de Alemania”.

No se ha podido declarar una voluntad de poder con más sinceridad que la que pone Marlowe en boca de Fausto.

Pero que no lo olviden nunca: el diablo termina cobrándose su parte, llevándose el alma de quien pacta con él.
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
"Raíces históricas del luteranismo", Ricardo García-Villoslada, S. I. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1976.
 
"Historia de la Filosofía", Emile Bréhier, Editorial Tecnos.
 
"El Criticón", Baltasar Gracián.
 
"La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto", Christopher Marlowe, Editorial Cátedra Letras Universales.
 
"La filosofía en la Edad Media", Étienne Gilson, Editorial Gredosç.
 
"La revolución cultural del Renacimiento", Eugenio Garin, Crítica Grupo Editorial Grijalbo.
 
"Historia Universal", "De la crisis del siglo XIV a la Reforma", bajo el cuidado de Luis Suárez Fernández, Eunsa.
 

 
 
Escrito el 3 de agosto de 2013, 309 años después de la conquista de Gibraltar por las fuerzas piratas y ocupantes de la Pérfida Albión.

viernes, 2 de agosto de 2013

LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (1º PARTE)

"El último de Gibraltar": Sargento Mayor de Batalla D. Diego de Salinas, 1704. Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau


GRAN BRETAÑA Y ESPAÑA:
LA HOSTILIDAD MULTISECULAR
 
Por Manuel Fernández Espinosa
Más allá de las fricciones -históricas o actuales- entre Inglaterra y España a cuenta del contencioso de Gibraltar (algo que desde 1713 a 2013, como puede suponerse, ha acumulado tantos episodios que sería prolijo enumerar y comentar en particular), me propongo con estos renglones averiguar las razones profundas de esta enemistad multisecular entre Inglaterra y España. Se trata de una hostilidad anterior al año en que los ingleses se apoderaron de Gibraltar (1704). Una hostilidad que parece aplacarse –sin disolverse nunca del todo- tan solo cuando en Inglaterra o en España (en España, con mayor frecuencia) ocurre un gobierno que, por debilidad o ineptitud, renuncia a la tradición geopolítica de su respectiva nación.

En adelante, a lo largo de este artículo, vamos a emplear el nombre de Inglaterra como sinónimo de Gran Bretaña, a sabiendas de que no son lo mismo; pero por comodidad y, simultáneamente, reconociendo que Inglaterra es el factor aglutinante de todos los territorios que vendrían a formar en el curso de la historia lo que llamamos Gran Bretaña.

Como su título indica, el artículo también pretende ofrecer, a manera de aproche, una aproximación a los pilares ideológicos y a las personalidades inglesas que pusieron los cimientos sobre los que reposó el imperialismo inglés. Y esta indagación no se hará desde el punto de vista histórico (que nos parece accesible a través de la historiografía vulgar y que sería fácil de historiar), sino que se acometerá desde un punto de vista meta-político, tratando de patentizar los fundamentos meta-políticos; y esta cuestión –lo diremos- no nos parece suficientemente estudiada en España, pese a irnos tanto en ello. La ignorancia de esta cuestión entre el público español nos parece de por sí un indicio de la idiotez en la que ha vegetado, a lo largo de siglos, nuestra endogámica casta dirigente, esa supuesta elite que –cuando ha sido de signo derechista o centro-derechista, como ahora prefieren autodenominarse- ha padecido un constante achaque: el ridículo complejo de inferioridad frente a la cultura inglesa (al igual que las izquierdas lo tienen frente a la cultura francesa). Esto ha sido así, hasta intolerables extremos de lacayuno sometimiento a los dictados culturales de nuestros enemigos históricos y, en política, se ha traducido muchas veces en un deplorable mimetismo, imitando a los ingleses, como monos de feria (aquí, baste recordar a Antonio Cánovas del Castillo, trasplantando el modelo parlamentario británico, o a Manuel Fraga Iribarne con bombín).

Los españoles siempre hemos rendido honor a nuestros enemigos y eso está bien por ser prueba de nobleza. En este respeto al adversario no hemos inventado leyendas negras contra él ni hemos tenido la picardía de propagar las barbaridades históricas que ha cometido. Al revés, siempre nos ha complacido reconocer las virtudes del adversario. Diego Saavedra Fajardo, un autor que no fue escritor de gabinete, sino hombre práctico, con mucho mundo recorrido en su labor como diplomático, escribió de los ingleses:

“Los ingleses son graves y severos. Satisfechos de sí mismos, se arrojan gloriosamente a la muerte, aunque tal vez suele movellos más un ímpetu feroz y resuelto que la elección. En la mar son valientes, y también en la tierra cuando el largo uso los ha hecho a las armas” (1).

Con anterioridad a Saavedra Fajardo, otro viajero español, el jaenero Pedro Ordóñez de Ceballos, quedó muy gratamente impresionado de lo que pudo ver en Inglaterra, cuando la visitó en el siglo XVI, escribiendo:

“Tomé por el puerto de Adover (sic), en Inglaterra, y de allí fuimos seis compañeros a Londres, y me holgué mucho de ver aquella ciudad, y es lástima que gente tan buena, en lo moral esté errada. Yo tengo para mí, según vide sus tratos, buenas palabras y mejores obras, que es de las mejores naciones del mundo, y puede competir con franceses, italianos y otras muchas; y ellos se tienen, después de los españoles, por los mejores. Y poco valiera el pensarlo si no lo mostraran, como en efecto lo muestran, en las obras. Y, así, cuando vi su trato, proceder y personas, se me acordó del dicho de San Gregorio Magno, donde los llama ángeles en la tierra” (2). 
 Pedro Ordóñez de Ceballos,
aventurero y misionero español de Asia
 

En estos renglones no asoma ni un resquicio de desprecio por los ingleses, todo lo contrario, el español reconoce su valentía. Pero también hubiera sido conveniente que, por nuestra parte, reconociéramos la inteligencia de que hizo gala el imperialismo británico en el curso de los siglos. No fueron exclusivamente hazañas de valentía las que levantaron el imperio británico, sino que lo construyó la tenacidad y la prudencia de una excelente aristocracia que, además de cultivar su autoestima, conocía su tradición y se cuidaba de tener a punto su inteligencia, en exquisitos ámbitos que iban desde las universidades hasta sus selectos clubes: una aristocracia que era consciente de una tradición política y que se había educado en la perpetuación de esas líneas maestras que trazaron el edificio de un gran imperio: el “Rule Britannia”. Unas elites dirigentes que no se permitían la improvisación más allá de lo justo y que obedecían de consuno, por encima de diferencias partidistas, a un gran plan de dominio universal.

Sin embargo, en España, qué otra sería nuestra suerte. Nuestra aristocracia decadente (Quevedo ya lo denunciaba en su tiempo) fue languideciendo, degenerando en esa caricatura repugnante del “señorito”, extranjerizándose y negándose, hasta tal punto que, llegado aquel año de la gran prueba, año 1808, el bajo clero y el pueblo mostraron que eran los auténticos valedores y portadores de los valores y virtudes de la raza hispana.

Solo pocos hombres vieron con claridad lo que nos estaba sucediendo y las razones por las que nos ocurrían las cosas. Una de las mentes más portentosas de la deplorable escena política de finales del XIX y principios del XX fue Vázquez de Mella.

Inglaterra, en palabras de Vázquez de Mella:

“No puede ser grande, por la desproporción entre su población y los productos de su suelo, si viviera replegada dentro de sí misma: tiene que ser grande dominando el mar, y para dominar el mar necesita dominar el Estrecho, y para dominar el Estrecho necesita dominar la Península Ibérica, y para dominar la Península Ibérica necesita dividirla, y para dividirla necesita sojuzgar a Portugal y sojuzgarnos a nosotros en Gibraltar. Y eso ha hecho. Recorred su historia; miradla con relación a España, y veréis que, para dominarla y dividirla, no empieza por Gibraltar ni por el Estrecho: empieza por Portugal.” (3)

En este sentido, un pensador alemán, Oswald Spengler, observaba que:

“El que poseía los puntos de apoyo de la flota, con sus docks y sus reservas de material, dominaba el mar, independientemente de la fuerza de sus escuadras. El Rule Britannia reposaba, en último fondo, en la cantidad de colonias de Inglaterra; colonias que existían para los buques, y no al contrario. Esta fue en adelante la importancia de Gibraltar, Malta, Aden, Singapur, las Bermudas y muchos otros apoyos estratégicos antiguos.” (4)

La multisecular hostilidad entre Inglaterra y España no es asunto de antipatías ni caprichos. Se trata, más bien, de un imperativo geopolítico que primero lo supo ver Inglaterra, antes que España. Por muchas razones históricas, España había llegado a alcanzar la hegemonía universal, con antelación a Francia y a Inglaterra. La gran política inglesa (y toda “gran política” es asunto de supervivencia) no podía ser tal sin entrar en conflicto con la primera potencia mundial, en aquel entonces España. Es por ello que, incluso más que Francia, Inglaterra necesitaba hostigar a España, dividir a España (para vencerla) y someterla por las vías que fuese menester (mediante la introducción en España de las más mortíferas ponzoñas: la masonería, el protestantismo, el liberalismo, alimentando los nacionalismos centrífugos de las regiones españolas), hasta alcanzar su objetivo: hundir a España, impedir que levantara cabeza y, si era necesario, aniquilar España. El imperialismo británico no hubiera podido ser imperialismo mientras existiera la amenaza española.

La clave de la gran política británica para lograr y conservar su hegemonía mundial fue siempre la eliminación de España y su estrategia una luenga política de desgaste. Y esto ha sido así hasta nuestros días. Y de tal manera que los problemas generados por Inglaterra casi siempre nos sorprendieron por desprevención. Los españoles, más ingenuos y cándidos, incluso llegamos a pensar, en algunos momentos históricos, que los intereses de Inglaterra y España convergían y, por lo tanto, éramos aliados. Pero las alianzas con Inglaterra nunca fueron cumplidas con lealtad, de ahí nació el famoso dicho: “La pérfida Albión”. Y tal ocurrió, por ejemplo, con la Guerra de la Independencia contra el invasor napoleónico. Sobre esta alianza entre Inglaterra y España, contra Napoleón Bonaparte, escribía Karl Marx:

“Es un hecho curioso que la mera fuerza de las circunstancias empujara a estos exaltados católicos [los españoles] a una alianza con Inglaterra, potencia que los españoles estaban acostumbrados a mirar como la encarnación de la herejía más condenable, poco mejor que el mismísimo Gran Turco. Atacados por el ateísmo francés, se arrojaron a los brazos del protestantismo británico”. (5)

La agresión napoleónica pudo hacernos compañeros de viaje a ingleses y españoles, pero el viaje lo pagamos bien caro. Además de hacer creer que sin su presencia nunca hubiéramos expulsado a los franceses, las tropas aliadas británicas destrozaron en España –y sin necesidad militar- todo el tejido industrial que encontraron a su paso y que se había ido levantando en España desde Carlos III. Así fue como Wellington ordenó bombardear la industria textil de Béjar; en Madrid, después de la evacuación napoleónica, los ingleses también destruyeron la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro.

Mientras que Wellington y sus hordas aprovechaban su estancia en la península para destruir las infraestructuras españolas que -industrial y comercialmente- eran potenciales competidoras de las inglesas, no cesaron tampoco los ingleses de inocular el virus ideológico. De esta guisa fue como contaminaron, a través de la clandestina e incipiente red masónica que urdieron en España, los cuadros militares del ejército español, llenándoles la cabeza de pájaros a los oficiales y suboficiales de nuestro ejército y, una vez ganados a la causa liberal, se convirtieron –consciente o inconscientemente- en los principales colaboracionistas del imperio británico contra nuestros propios intereses nacionales. El nefasto liberalismo político, tan extraño a nuestras raíces, fruto tan ridículo y bastardo pese a todo el prestigio que nuestros actuales tontos y traidores le conceden, fue el que, andando el tiempo, se convirtió en el foco de alteraciones constantes, de pronunciamientos militares, de golpes de mano, de conspiraciones y asaltos al poder, protagonizados por esos españoles desnaturalizados que habían abrazado las mentiras liberales: ese fue nuestro siglo XIX y el liberalismo fue nuestra pesadilla constante desde 1812 a nuestros días, fuente inagotable de derramamientos de sangre entre españoles. Las guerras carlistas no fueron otra cosa que la reacción, diríamos que biológica, del cuerpo social más sano de España contra ese veneno que reptaba en los antros masónicos y que pugnaba por encaramarse a las cámaras legislativas y, una vez arriba, desde nuestros mismos órganos dirigentes, ejecutar nuestra destrucción.

Casi todo se lo debemos al imperialismo inglés.

NOTAS:

1.       Diego Saavedra Fajardo, “Idea de un príncipe político cristiano, representada en cien empresas (año 1640)

2.       Pedro Ordóñez de Ceballos, “Viaje del mundo” (año 1614). Pedro Ordóñez de Ceballos nació en Jaén, muy posiblemente el año 1547, y tras recorrer el mundo, regresó a Jaén, para escribir sus libros de viaje y morir en su tierra natal el año 1635. Desde muy joven zarpó de Sevilla y emprendió una vida aventurera, siendo el primero que daría la vuelta al mundo desde América. Ejerció como comerciante, como soldado, como conquistador y, una vez ordenado sacerdote, fue misionero en Asia, destacando en la evangelización de la Conchinchina. Cuando Ordóñez de Ceballos dice “Adover” hay que entender “Dover”. Cuando cita a Gregorio Magno, Ceballos alude al episodio en que el Papa Gregorio, visitando el mercado de Roma, se encontró con un grupo de esclavos ingleses que iba a ser vendidos, preguntó su procedencia y alguien le respondió al Romano Pontífice: “Son anglos”. Gregorio Magno contestó: “Non angli sed angeli” (“No son anglos, son ángeles”). Además de “Viaje del mundo”, en edición y con prólogo del argentino Ignacio B. Anzoátegui, de la Colección Austral, España-Calpe Argentina, es muy recomendable el estudio monográfico “Pedro Ordóñez de Ceballos. Vida y obra de un aventurero que dio vuelta y media al mundo”, de Raúl Manchón Gómez, publicado por la Universidad de Jaén, año 2008.

3.       Juan Vázquez de Mella, “Dogmas nacionales”, Obras Completas del Excelentísimo Señor Don Juan Vázquez de Mella y Fanjul, Volumen Duodécimo, Junta de Homenaje, año 1932, pp. 141-142.

4.       Oswald Spengler, “Años decisivos. Alemania y la evolución histórica universal”, Colección Austral, Espasa-Calpe, traducción de Luis López-Ballesteros, año 1962, pág. 58.

5.       Karl Marx, “La España revolucionaria”, edición de Jorge del Palacio, Alianza Editorial, año 2009, pág. 49. 

 

UN LUSTRO SIN ALEKSANDR SOLZHENITSYN

 
 
SOLZHENITSYN, UN CLÁSICO RUSO SIEMPRE ACTUAL
 
 
El 3 de agosto, hace cinco años, fallecía en Moscú el gran polígrafo Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn. Conocidísimo por su "Archipiélago Gulag", entre otras grandes obras. Entre las muchas verdades que escribió, rescatamos para pensarla hoy, ésta:
 
"Cuando optamos por guardar silencio ante el mal, cuando lo enterramos tan hondo dentro de nosotros hasta que no asoma ningún vestigio de él al aire libre, en realidad, lo estamos sembrando y retornará a la superficie multiplicado por mil. Cuando no castigamos o culpamos a quienes hacen el mal, no estamos simplemente protegiendo su banal vejez, sino que estamos destrozando las bases de la justicia para las generaciones futuras."
 
El gran maestro ruso siempre estará presente entre nosotros. Su magisterio quedó en sus libros, en el grandioso testimonio de su resistencia y la resistencia de la Santa Rusia.

Recomendamos: http://poemariodeantoniomorenoruiz.blogspot.com/2012/09/apologia-de-solzhenitsyn.html

jueves, 1 de agosto de 2013

¿QUÉ IGLESIA QUEREMOS: UNA NO-IGLESIA?

 
Alberto Buela (*)
 
Desde el Vaticano II (1965/68) venimos leyendo y escuchando que la Iglesia debe “abrirse”, debe “estar a la altura de los tiempos”, debe “modernizarse”, debe “aggiornarse”, debe “hacerse simpática al mundo”, debe, en definitiva “cambiar”.
 
Esto es, desde hace, por lo menos medio siglo, cincuenta años, que todos los medios masivos de comunicación se proponen “cambios”.
 
Y ¿cuáles son los cambios propuestos?: aborto, eutanasia, sacerdocio femenino, anulación del celibato sacerdotal, divorcio irrestricto, manipulación genética, matrimonio homosexual, aceptación de valores gay, anulación del papado, conducción colegiada, la anulación de alguno de los dogmas y muchos más.
 
Es cierto, que todos estos cambios no tienen la misma jerarquía, pues unos son dogmáticos (la primacía del Papa), otros cuentan con el apoyo científico (aborto) y otros son opinables (celibato sacerdotal), pero si hacemos efectivos todos, la Iglesia se transformaría en una no-Iglesia.
 
Pero ¿quiénes son los que solicitan estos cambios?. Son los beneficiados por estos cambios: los grandes laboratorios, los grandes estudios de abogados divorcistas y abortistas, los homosexuales enriquecidos, las iglesias que buscan el debilitamiento de la católica. En general, estos grandes lobbies son anticatólicos.
 
Ayer y hoy, dos días después de la majestuosa visita de Francisco al Brasil, el diario porteño de La Nación, vocero desde hace 100 años del liberalismo y la masonería argentina, publica en primera página como el gran logro del Papa en tierra carioca: ¿Quién soy yo para juzgar a los gays? Y Una iglesia más limpia y menos cerrada.
 
Cuando en realidad el mensaje de Francisco fue: no traigo oro, ni plata, traigo a Jesucristo y Río es el centro de la Iglesia.
 
Subleva la manipulación interesada de un mensaje claro y distinto. Esto se debe a los intereses de los poderes indirectos, que son anticristianos.
 
El Papa dijo ante la pregunta en el avión de regreso a Roma: ¿Y el lobby gay? Cuando uno se encuentra con una persona que es así, debe distinguir entre el hecho de ser gay y el hecho de hacer lobby, porque ningún lobby es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad ¿quién soy yo para juzgarla?. Y el diario La Nación publica en su primera página con titulares tipo catástrofe: Otro gesto del Papa: ¿Quién soy yo para juzgar a los gays?.
 
Y al otro día pide a través de su escriba oficial: una iglesia más limpia y menos cerrada.
 
Y para convalidar esto llama a un pavote ilustrado, que no es filósofo sino becario eterno del Estado italiano, como Giovanni Reale, que de católico tiene lo que yo de chino, para que afirme: es algo bueno que los católicos conservadores se alejen de la Iglesia. Lutero tenía razón para que se quitara a la verdad evangélica todo lo que la Iglesia de Roma le había agregado.
 
Primero la Iglesia no tiene conservadores como los partidos políticos; si algo tiene es progresistas y tradicionalistas, pero toda esta es una distinción ilustrada. La Iglesia es el pueblo de Dios, donde hay de todo. Y ese pueblo que participa de la Iglesia ve en ella un mensaje de salvación que no se limita a un mensaje social o a un recetario de modelos políticos.
 
Y segundo, si Lutero tenía razón, porqué no se hace luterano y listo el pollo.
 
Estos carajos, porque no son otra cosa, no ven el mensaje de salvación, primordial tarea de la Iglesia, y si lo ven, lo distorsionan. Si miramos bien, observaremos que en el fondo es una gran demanda que desde la Ilustración y la modernidad se le hace a la Iglesia, pero no es una demanda popular.
 
El gran Franz Brentado, el eslabón perdido de la filosofía contemporánea, enseñaba que el saber de la Iglesia es, esencialmente, un saber de salvación y que los saberes humanos son en ella una añadidura. (1)
 
Por eso nos enseñaban de niños, y esto lo cuentan también filósofos como Alberto Rougés y teólogos como Leonardo Castellani, el viejo verso:
 
Aquel que se salva sabe
Y el que no, no sabe nada.
 
Y la Iglesia cuando sabe es cuando habla de la salvación.
 
Francisco ha sido claro: queremos una Iglesia pueblo; una Iglesia callejera; una Iglesia que confiese a Jesucristo; una Iglesia que se respalde en María: una Iglesia que salga de las sacristías. “Y todo lo demás se dará por añadidura”. Y si pudiéramos hablar de un enfrentamiento teológico en Francisco sería entre pueblo e ilustración.
 
En el fondo Francisco intenta recuperar la sacralidad de la Iglesia, cosa dificilísima y algo que aquellos que desde hace medio siglo vienen proponiendo cambios, ignoran totalmente. Es que ellos ven en la Iglesia una simple institución social y política mundana, mutilando su impronta y aspecto sobrenatural.
 
                                          
(*) Arkegueta, eterno comenzante, mejor que filósofo buela.alberto@gmail.com www.disenso.info
 
NOTAS:
 
(1) Esta fue la causa por la cual Brentano, en silencio y recogimiento, dejó la Iglesia a propósito del Vaticano I de 1870, dejando Berlín por Viena. 

miércoles, 31 de julio de 2013

DEL ÁFRICA ESPAÑOLA (IV): POLÍTICA TRANSFRETANA






*Pendón del cardenal Cisneros en la toma de Orán (1509).  


POLÍTICA TRANSFRETANA

Por Antonio Moreno Ruiz



No son los mejores tiempos para nuestra España. Vivimos una época de decadencia brutal, donde nos encontramos con un sistema político-económico cada vez más corrompido y asalvajado y una mentalidad social harto envilecida. Desde la oligarquía cleptómana que nos desgobierna se favorece continuamente el enfrentamiento y la división entre españoles. Los jóvenes emigramos porque no tenemos otro remedio y el que era el país de turismo y ladrillo se desmorona. Y el moro, siempre que ve débil a esa España que teme y que odia, se envalentona e intenta crecer a nuestra costa. 
Desde que se creó el artificioso estado de Marruecos, con el gaullismo como valedor y cómplice que intensifica una geopolítica contra España, los envalentonamientos venidos desde el sur no han parado. Muy pronto se declararon los máximos amigos de los norteamericanos en el Magreb. Con escasas gestiones diplomáticas, consiguieron el territorio de Sidi Ifni, que jamás le había pertenecido. Esta claudicación nos costó cara, pues lejos de amilanarse, los alahuitas financiaron el terrorismo contra España a través del Sáhara y en 1975, estando en las últimas el general Franco, organizaron la ridícula Marcha Verde con prostitutas y mendigos a los que le prometieron tierras. Como es habitual, incumplirían la promesa, y todo estuvo bien supervisado por agentes de la CIA. El actual jefe del estado de la Prostitución de 1978 tomó su primera decisión, y fue la de entregar aquella provincia española del occidente africano a quienes sigue llamando sus hermanos. Así empezaba la tan cacareada transición: Rompiendo España…
No confundamos el caso africano y nos creamos que es una especie de postrimería de aventura colonial. Ni tan siquiera es una “política exterior”. España tiene una presencia milenaria en África, y parte del norte de este continente es tan de nosotros como lo es la Villa y Corte. Como Rusia, si bien arrancamos desde Europa, nuestra condición geográfica, nuestro interés político y nuestra espiritualidad nos sitúan en una amplia encrucijada. Lo que significa Siberia para Rusia significa el norte de África para nosotros, como no deja de significar nuestra América. 
Como bien dice Tomás García Figueras en Marruecos (la acción de España en el norte de África)(1): "El emperador Otón, en prueba de estimación a la provincia de la Hispania Ulterior que él había mandado, y con el fin de que aumentara su comercio y la extensión de su gobierno, en el año 69 d.C. agregó la provincia imperial de la Mauritania Tingitana (que ocupaba dicha orilla sur hasta el río Malva o Muluya, y tenía su capital en Tingis-Tánger) a la provincia Bética y al convento jurídico de Cádiz (aunque posteriormente tuvo convento jurídico propio) llamándola Hispania Transfretana (o que está más allá del Estrecho o fretum). Más tarde, el emperador Vespasiano dividió la Hispania Ulterior en dos provincias: la Lusitania y la Betica, quedando la España transfretana unida a esta última. Bajo Adriano (117-138), Hispania se dividió en las siguientes provincias: Tarraconensis, Carthaginensis, Gallaecia, Lusitania, Baetica y Mauritania Tingitana. La Tingitania entonces tuvo su gobernador propio, que residía en Tánger y también recibió jurisdicción al crearse el Convento de Tánger. El emperador Caracalla rebautizó esa provincia como Nova Hispania Ulterior Tingitana. Posteriormente, con la reforma administrativa del Imperio que lleva a cabo Diocleciano (284-305) se reorganizó el Imperio creando las llamadas diócesis.Una de ellas fue precisamente Hispania cuya capital, parece que estaba en Córdoba. En el 297 la diócesis de Hispania comprendía las seis provincias antes referidas".
Bajo el poder visigótico, la frontera hispánica no era el Estrecho de Gibraltar, sino el Atlas. Y eso lo sabían los bizantinos, en su afán de reconquista romana. Cuando las tropas de Tarik ben Ziyad atravesaron el Estrecho para vencer por desgracia en Guadalete, lo hicieron por tierra hispana. La historia es al revés de cómo la cuenta el sistema: Esa tierra era hispana y cristiana antes que llegara el islam, el mismo que ha intentado borrar todo este pasado y que de hecho, nos quiso borrar hasta el nombre, llamándonos Al Andalus cuando ya éramos Hispania. Nuestra relación con África era buena y estrecha antes de que llegara la media luna de Mahoma, que se encargó de enfrentarnos y dividirnos. No es el imperialismo marroquí quien tiene que reivindicar nada. No era el traidor e impopular Blas Infante (A quien jamás el pueblo andaluz dio voz ni voto estando vivo) quien tenía la razón cuando quería entregar Andalucía a Marruecos. Portugueses, aragoneses y castellanos, ya en el siglo XIV, habían comprendido que la finalización de la Reconquista no era Tarifa, que había que seguir en África, la que consideraban tierra hispana, y por eso no cejaron en su empeño. El descubrimiento de América y la inserción en una política europea compleja distraerían acaso en demasía nuestra natural política transfretana, quedando como asignatura pendiente; si bien hasta el siglo XVIII, España pudo mantener soberanía sobre importantes plazas, hasta que la decadencia consumada en la época de Carlos IV acabó con tan noble propósito, para volver a retomarlo en el siglo XIX, pero ya muy desmejorado y cercado de enemigos. España aún cuenta con su territorialidad con las ciudades de Ceuta y Melilla, así como las islas Chafarinas, el islote Perejil y los peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera. Ni la isla de Alborán ni las Islas Canarias han pertenecido a este entorno, y por eso, todavía menos Marruecos tiene derecho de reclamar nada. Pero los tiranos alahuitas ven que España está débil y se lanzan, sin hallar respuesta que valga. 
Por más hundidos que nos veamos, tenemos que despertar. No podemos tolerar esto. España tiene que activar su política transfretana. Ya dejó dicho Isabel la Católica en su testamento (2): “Ruego e mando a la dicha prinçesa, mi hija, e al dicho prínçipe, su marido, que como católicos prínçipes tengan mucho cuidado de las cosas de la honrra de Dios e de su sancta fe, selando(sic) e procurando la guarda e defensión e enxalçamiento della, pues por ella somos obligados a poner las personas e vidas e lo que touiéremos, cada que fuere menester, e que sean muy obedientes a los mandamientos de la santa madre iglesia e protectores e defensores della, como son obligados, e que no çesen de la conquista de África e de pugnar por la fe contra los ynfieles, e que sienpre fauorezcan mucho las cosas de la Sancta Ynquisición contra la herética prauidad, e que guarden e manden e fagan guardar a las iglesias e monasterios e prelados e maestres e Órdenes e hidalgos, e a todas las çibdades e villas e lugares de los dichos mis reynos, todos sus preuillegios e franquezas e merçedes e libertades e fueros e buenos vsos e buenas costunbres que tienen de los reyes passados e de nos, segund que mejor e más cumplidamente les fueron guardados en los tienpos pasados fasta aquí.”
Asimismo, el insigne tribuno tradicionalista Juan Vázquez de Mella en los formidables Dogmas Nacionales, dejó dicho: "... Y ved, que el Estrecho de Gibraltar es el punto central del planeta, que allí está escrito todo nuestro Derecho Internacional; parece que Dios, previendo la ceguedad de nuestros estadistas y políticos parlamentarios, se lo ha querido poner delante de los ojos para que supiesen bien cuál era nuestra política internacional. Es el punto central del planeta: Une cuatro continentes; une y relaciona el continente africano con el continente europeo; es el centro por donde pasa la gran corriente asiática y donde viene a comunicarse con las naciones mediterráneas toda la gran corriente mediterránea; es más grande y más importante que el Skagerrak y el Kattegat, que el gran Belt y el pequeño Belt, que al fin no dan paso más que a un mar interior, helado la mitad del tiempo; es más importante que el canal de la Mancha, que no impide la navegación por el Atlántico y el Mar del Norte; es muy superior a Suez, que no es más que una filtración del Mediterráneo, que un barco atravesado con su cargamento puede cerrar, y que los Dardanelos, que, si se abrieran a la comunicación, no llevarían más que a un mar interior; y no tiene comparación con el canal de Panamá, que corta un continente. Dios nos ha dado la llave del mar latino. La geología, la geografía, la topografía, las olas mismas del Estrecho chocando en el acantilado de la costa nos están diciendo todos los días: Aquí tenéis la puerta del Mediterráneo, y la llave; aquí está vuestra grandeza...
...La autonomía geográfica de España exige el dominio del Estrecho, la federación con Portugal, y, como punto avanzado de Europa, y por haber civilizado y engrandecido y sublimado a América, esa red espiritual tendida entre aquel continente nuevo y el viejo continente europeo...."

Difícilmente se puede explicar mejor no ya nuestro artículo, sino lo que ha de ser nuestro más claro propósito político en nuestra breve pero clara capacidad. Así lo entendió también el portugués António Sardinha, quien dedica su genial La Alianza Peninsular: “A la memoria de aquellos soldados españoles que, regando con su sangre anónima las peñas de Marruecos, supieron dar vida, en un siglo sin esperanza, a toda la grandeza histórica de Portugal”.
Acaso el Protectorado del Rif fue un leve sueño, pero que nunca se tenía que haber abandonado… Y es que la política transfretana no puede olvidarse de ir en conjunción con Portugal, quien con gallardía y premura señaló el horizonte en las medievales postrimerías. Y es que nuestra África es nuestra seguridad, es nuestra justicia, es nuestra necesidad. No en vano los británicos lo han entendido muy bien, por eso mismo siguen ocupando Gibraltar, y por eso han llegado a amenazar en varias ocasiones a Azores y Madeira, como ayudaron a desmembrar el África Portuguesa. Porque no es sólo llenar el Peñón de monos, contrabando, usura, basura y narcotráfico; es tener un puente clave en el punto más estratégico del mundo y así mejor devorar nuestra economía e integridad. Es un caso parecido al de Francia, cómo a los años entendió lo que significaba África del Norte, y como de hecho lo sigue entendiendo…. ¿Y es que se puede entender la guerra que le montaron a los portugueses en sus provincias del África Negra separando lo que le hicieron a España en el Sáhara? A entrambos nos quisieron echar por igual del continente, y con España acaso empieza la que ellos creen última avanzadilla, porque nunca soportarán la magna obra de la civilización hispánica. Hay que estar alerta. No más bajadas de pantalones. No más desconocimiento de nuestros héroes, no más complejos de inferioridad, no más inconsciencia. Aparcar este tema, aun al socaire de los tiempos tan duros que corren, es seguir consintiendo nuestra minusvalía. Las ideas están más que sentadas, los sacros pilares, más que sabidos. Levantémonos con orgullo y decisión, indagando en nuestras raíces. Sea refrendada la política transfretana y valgan estos humildes versos de mi puño y letra como rúbrica de este irrenunciable ideal:

Escucha, hermano luso, Te lo digo de corazón, Hacia el Norte de África, Debemos conjuntar la razón.

Somos hijos legítimos, De la Hispania Romana, Por derecho propio, Nos corresponde la Tingitana.

En los embates ante el islam, Pocas naciones nos entienden, Quizá los rusos en sus carnes, Algo parecido sienten.

Columnas de Hércules, Estrecho de Gibraltar, Soberanía Transfretana, Para Dios, por tierra y mar.

Querrán destruirnos, Enemigos extranjeros, Por eso, con orgullo, Juntos, pero no revueltos.

Por nuestra seguridad, Por nuestra historia, Por Mella y por Sardinha, Por honor y gloria.

España y Portugal, Deberán celebrar una boda, En los norafricanos pagos, Se consumará la memoria.

Por los héroes de Alcazarquivir, Por Ceuta y por Melilla, Por los que en tantas guerras cayeron, Continuemos la Reconquista.

Hermano lusitano, Sin absorción ni confusión, Por justicia y necesidad, Por claridad y decisión,

Hermano portugués: Nuestra politique d´abord, Nuestro sentido común, Por la Hispana Civilización.





(2) Sobre el testamento de Isabel la Católica: