HERENCIA ANCESTRAL CRISTIANIZADA
Manuel Fernández Espinosa
El pacifismo que prevalece en el cristianismo actual se escandaliza ante un fenómeno netamente medieval: las Órdenes religioso-militares. ¿Cómo es posible que los cristianos llegaran a empuñar las armas? ¿No contradice esto el mandamiento de "amar al prójimo", incluso al enemigo?
La interpretación pacifista de los Evangelios complace una mentalidad acomodaticia como la actual y esta interpretación se regodea en reducir a Jesucristo a un manso cordero, olvidando que también es llamado "León de Judá" (Ap. 5, 5). De un tiempo a esta parte se ha subrayado la mansedumbre de Jesucristo, atendiendo a su primera venida para morir en Cruz y se ha relegado que nos está prometida una segunda venida de Jesucristo, en la que no vendrá para morir dócilmente en la Cruz, sino para imponer su reino de justicia. Esta reducción de Jesucristo y esta visión del cristianismo ha calado en la mentalidad de una mayoría de cristianos actuales, debido a muchas razones que sería tedioso compendiar aquí.
Digamos que el mismo Jesús de Nazareth dice: "Nolite arbitrari quia pacem venerim mittere in terram; non veni pacem mittere, sed gladium" (Mt. 10, 34) ["No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada"]. Dígase lo que se quiera: podría interpretarse que es metáfora, pero nos parece que el concepto de "paz" (como el de "amor") es la clave para interpretar más atinadamente lo que siempre nos está diciendo Cristo. La paz de Cristo no es la paz a la que, en este mundo, aspiramos todos: o sea, que no haya guerras. Frente a la paz mundana se alza una paz sobrenatural. Cristo nos habla de la paz, sí; pero no de la paz de los pacifistas que condenan la guerra y de paso desarman a los buenos contra el empuje de los malos. Lo que para cada cual sea más importante (este mundo o el otro) es lo que decanta a cada cual bien a favor de la interpretación que rechaza la guerra (como un avestruz que esconde la cabeza), o bien a entender que, dado que en este mundo no puede haber paz mientras haya malos que quebranten la convivencia pacífica, la defensa propia es legítima. Como apunta Gómez Salazar: "Nada más ajeno al cristianismo que la guerra é injusta agresión al prójimo, pero muy conforme al mismo el principio del Derecho natural: Vim vi repellere licet, y la defensa del inocente contra la agresión de que es objeto. Esto se propusieron las mencionadas Órdenes militares" (1). Es "lícito repeler la violencia con la violencia" había asentado el Digesto de Justiniano.
Digamos que el mismo Jesús de Nazareth dice: "Nolite arbitrari quia pacem venerim mittere in terram; non veni pacem mittere, sed gladium" (Mt. 10, 34) ["No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada"]. Dígase lo que se quiera: podría interpretarse que es metáfora, pero nos parece que el concepto de "paz" (como el de "amor") es la clave para interpretar más atinadamente lo que siempre nos está diciendo Cristo. La paz de Cristo no es la paz a la que, en este mundo, aspiramos todos: o sea, que no haya guerras. Frente a la paz mundana se alza una paz sobrenatural. Cristo nos habla de la paz, sí; pero no de la paz de los pacifistas que condenan la guerra y de paso desarman a los buenos contra el empuje de los malos. Lo que para cada cual sea más importante (este mundo o el otro) es lo que decanta a cada cual bien a favor de la interpretación que rechaza la guerra (como un avestruz que esconde la cabeza), o bien a entender que, dado que en este mundo no puede haber paz mientras haya malos que quebranten la convivencia pacífica, la defensa propia es legítima. Como apunta Gómez Salazar: "Nada más ajeno al cristianismo que la guerra é injusta agresión al prójimo, pero muy conforme al mismo el principio del Derecho natural: Vim vi repellere licet, y la defensa del inocente contra la agresión de que es objeto. Esto se propusieron las mencionadas Órdenes militares" (1). Es "lícito repeler la violencia con la violencia" había asentado el Digesto de Justiniano.
Las Órdenes religioso-militares son fruto de la germanización del cristianismo. Para que pudieran brotar en la Cristiandad muchos fueron los peligros que había que conjurar: las invasiones normandas en el norte de la Europa cristiana y el peligro meridional en que se hallaba esa Europa, amenazada por el Islam invasivo: en España nos enteramos de ello muy pronto. Según un historiador de la Iglesia: "Una de las pruebas más notables del modo como la Iglesia penetró con su espíritu toda la vida medioeval, y acertó a crearse órganos para sus fines necesarios, se halla en la maravillosa alianza entre la Caballería y el Monacato, realizada en las Órdenes militares, las cuales debieron su origen a las Cruzadas y a las circunstancias particulares de España y del Reino de Jerusalén" (2).
En efecto, es precisamente en las zonas de fricción donde asistimos a la creación de las primeras órdenes religioso militares cristianas:
-En la España de la Reconquista nace, según Rodrigo Jiménez de Rada, el año 844 la Orden de Santiago. Muchos refutan esta fecha que ofrece el Primado de Toledo en su "De rebus Hispaniae", tal vez más abajo descubramos que Jiménez de Rada no estaba tan equivocado.
-En Prusia los paganos refractarios habían martirizado en el siglo X a San Adalberto de Praga y en el siglo XI a San Bruno de Querfurt con dieciocho compañeros. Cristián, Obispo de Prusia, fundó la Orden de los Caballeros de Dobrín que fueron barridos en la batalla de Estrasburgo y sus supervivientes pasaron a engrosar lo que se llamó los Hermanos de la Espada que se integrarían en la Orden de los Caballeros Teutónicos. En el Báltico también hubo presencia de órdenes religioso-militares: en Livonia se erigieron los Hermanos de la Espada y en Lituania estuvieron los de la Orden Teutónica.
-En los Santos Lugares, tras las Cruzadas, aparece la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, la de los Caballeros Hospitalarios de San Juan y, aunque nacida en Francia, la famosísima Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón (los Templarios).
EL ORIGEN DE LAS ÓRDENES RELIGIOSO MILITARES
Uno de los asuntos que más disputas suscita es averiguar el origen de las Órdenes religioso militares. Y cuando decimos origen nos preguntamos por sus precedentes: ¿tuvieron las Órdenes religioso-militares antecedentes? Es lógico pensar que sí. En ese caso, ¿cuáles son las instituciones que las antecedieron en las que pudieron inspirarse los fundadores de las Órdenes religioso-militares católicas?
Se han dado dos respuestas a esta interrogante.
HIPÓTESIS ISLAMIZANTE: Desde principios del siglo XIX, los trabajos del orientalista austríaco Joseph Barón von Hammer-Purgstall (1774-1856) apuntarían que las órdenes militares católicas toman su inspiración del modelo musulmán de los "hashshashin" (los asesinos), con los que se dice que entraron en contacto los caballeros Templarios. Poco después de von Hammer, en 1820, el arabista D. José Antonio Conde y García (1766-1820), en su "Historia de la dominación de los árabes en España sacada de varios manuscritos y memorias arábigas", indicaría que las órdenes militares cristianas tomaron como modelo los "ribat" musulmanes (castellanizado: "rábidas"), centros que acogían a los muyahidin (forma plural árabe para designar a los que hacen la Yihad, aunque en español se dice muyahidines): en esta especie de fortalezas-monasterios los muyahidines se consagraban a la oración para hacer la guerra santa.
ORIGEN PAGANO-GERMÁNICO: Estas explicaciones que encuentran los antecedentes de las órdenes religioso-militares en instituciones islámicas han prescindido de atender a otros antecedentes que ya estaban presentes en los tiempos más remotos de la Europa precristiana: las "Mannerbunde", las "cofradías de hombres". Lo mismo en la Roma de los orígenes, que en la Hispania prerromana, que en Escandinavia podemos rastrearlas. Podemos describirlas a grandes rasgos como cofradías guerreras paganas que combinaban la vida en comunidad de guerreros que se identificaban con un animal totémico: en los pueblos nórdicos eran los "berserkir" (los vestidos con piel de oso) que entraban en batalla poseídos por el espíritu del oso, o del lobo, o del toro. Se sabe de ellos: lo mismo en el sur que en el norte de Europa. Los guerreros vinculados a ellas por sagrados juramentos combinaban la vida religiosa (pagana) con la guerrera (3).
El historiador Henri Focillon (1881-1943) encontraba la explicación de la expansión normanda en dos fuerzas diametralmente opuestas para él: el cristianismo que lentamente iba aceptándose entre los bárbaros septentrionales y "el mantenimiento de las tradiciones y de las virtudes bárbaras en toda su pureza". Según el mismo autor, para conservar esas tradiciones guerreras los vikingos contaban con un centro que venía a ser el Santuario de las tradiciones paganas nórdicas: la fortaleza de Jomsbourg: "parece ser que el centro -escribe Focillon- de conservación y entrenamiento fue la famosa fortaleza de Jom o de Jomsbourg; en las circunstancias difíciles se acudía a los vikingos de Jom; allí se mantenía el vigor impetuoso de la gente" (4).
En la fortaleza de Jom (Jomsborg) parece que vivieron los llamados jomsvikingos entre los años 960 y 1043. En la "Jómsvíkinga Saga" se nos cuenta la fundación de Jomsborg por Palnatoke, caudillo vikingo danés, así como la constitución de la cofradía de los Jomsvikingos que acogía selectivamente a vikingos que, sometiéndose a pruebas diríamos que iniciáticas, pasaban a formar parte de una congregación que vivía una estricta vida de guerreros que, a la vez, profesaban con toda pureza las tradiciones paganas y la vida militar, aunque como mercenarios cabía alistarlos bajo las banderas cristianas. Aunque muchos autores han relegado la cofradía de los Jomsvikingos a lo legendario, siendo Jomsborg una suerte de fortaleza mítica, una de las autoridades en la materia, Eric Graf Oxenstierna, escribe: "Los "jomvikingos" de la desembocadura del Oder merecerían un capítulo especial. Se ha hablado mucho de ellos en las leyendas, pero la arqueología no ha podido encontrar sus huellas. Pocas noticias nuevas se han tenido de ellos durante los últimos decenios. Parece ser que su ciudad más rica y comercial fue Wollin" (5).
Tenemos así que no es menester recurrir, por lo tanto, ni a los "asesinos" ni a las "rábidas" musulmanas, para entender que en la confrontación del cristianismo con el mundo germánico se pudiera producir esa simbiosis que dio por resultado nuestras Órdenes religioso-militares, capaces de poner la belicosidad al servicio de la defensa caballeresca del prójimo, de los más débiles y oprimidos.
Tendríamos que tener en cuenta que la Reconquista de España no hubiera sido factible de no conservarse la idea movilizadora que se afanaba por la restauración de la Gothia Hispánica. Por ello los incipientes focos de resistencia en nuestro septentrión peninsular conservaron celosamente muchas instituciones de los visigodos que -por muy romanizados y cristianizados que estuvieren- no dejaron nunca de mantener una piadosa reverencia por las tradiciones ancestrales. De ahí que el prestigioso filólogo español Enrique Bernárdez haya llamado la atención sobre las concomitancias que existen entre las sagas nórdicas y el Poema de Mio Cid. Las tradiciones germanas nunca desaparecieron de entre nosotros. El enamorado caballero leonés Suero de Quiñones (1409-1459) traía al cuello una argolla como prueba de rendido amor y esclavitud por su esquiva dama Doña Leonor de Tovar y, para librarse de esta vergonzosa señal de servidumbre que se había aplicado a sí mismo, se presentó ante el rey Juan II para concertar su propio rescate compitiendo con todos los caballeros de Europa que vinieran a disputarle el Paso Honroso (6). Aunque no por razones de amor cortés, como en el caso de Suero de Quiñones, el uso de llevar voluntariamente un distintivo de vergüenza (a modo de voto religioso) solo redimible merced a una acción heroica es antiquísimo entre los pueblos germanos. Esta usanza se encuentra recogida en la "Germania" de Tácito: "Los más valientes se colocan, además, un anillo de hierro (cosa ignominiosa para esta gente) y lo llevan como una atadura hasta que se liberan de ella con la muerte de un enemigo" (7). Vemos, pues, que el motivo por el que Suero de Quiñones protagonizó en el año 1434 la defensa del Paso Honroso (librarse de la argolla) era uso de los germanos, ya comentado por Tácito a caballo de los siglos I y II d. C. (y eso es la fecha en que vivió Cornelio Tácito, pero la costumbre germana haremos bien en suponerla todavía más remota en el tiempo).
Teniendo en cuenta que las tradiciones germánicas (y, más todavía algo tan vital como sus instituciones religioso-guerreras) nunca se desvanecieron del todo entre los reconquistadores que se sabían herederos de los visigodos, es plausible que Rodrigo Jiménez de Rada remontara la fundación de la Orden de Santiago a la batalla de Clavijo, pues debía resonar entre nuestros antepasados que, lo mismo que Santiago Matamoros se había puesto a la cabeza de nuestras huestes en la de Clavijo, en tiempos inmemoriales el tuerto Odín, a la cabeza de sus mesnadas, recorría todavía los bosques primigenios de Europa en una frenética y espectral "cacería salvaje": la Asgardsreia danesa, la Odens jakt sueca, la Raging Host alemana. Y si el séquito fantasmagórico de Odín eran los guerreros muertos en batalla, los seguidores de Odín en la tierra habían sido los berserkes y aquel último reducto de los Jomsvikingos, órdenes religioso militares paganas.
El bienaventurado Apóstol Santiago, como caudillo, también merecía una orden.
El bienaventurado Apóstol Santiago, como caudillo, también merecía una orden.
NOTAS:
(1) Gómez Salazar, Sr. D. Francisco, "Discurso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas", con motivo de su recepción pública, Madrid, 1885.
(2) Marx, J., "Compendio de la Historia de la Iglesia", Editorial Librería Religiosa, Barcelona, MCMXLVI.
(3) Sobre este tema he tratado someramente algo en "Cofradías guerreras del lobo en la Península Ibérica", en el blog de MUNDIVM.
(4) Focillon, Henri, "El año mil", Alianza Editorial, Madrid, 1987.
(5) Eric Graf Oxenstierna, "Los vikingos", Luis de Caralt Editor, Barcelona, 1977.
(6) Pero Rodríguez de Lena, "Libro del Passo Honroso defendido por el excelente cavallero Suero de Quiñones", Espasa-Calpe, Madrid, 1970.
(7) Tácito, "Agrícola. Germania. Diálogo sobre los oradores", Biblioteca Básica Gredos, Barcelona, 2001.
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