EN LAS CONSIDERACIONES DE JUAN DONOSO CORTÉS
Manuel Fernández Espinosa
DONOSO CORTÉS, UN PENSADOR ESPAÑOL PARA EUROPA
Juan Donoso Cortés (conocido en la Europa de su tiempo como el Marqués de Valdegamas) es uno de los pensadores españoles más universales. Su influencia europea se hizo sentir ya en los mismos días de su vida terrenal y, póstumamente, su obra siguió siendo objeto del estudio exhaustivo y la atención de eminentes personalidades europeas. Como diplomático, Donoso Cortés entabló relaciones de cordialísima amistad con otros colegas suyos de las embajadas europeas. Citemos algunos nombres, como el de Peter Barón von Meyendorff (1796-1863), embajador del Zar, al que Donoso Cortés conoció en Berlín; Meyendorff afirmaba en correspondencia epistolar que el "Discurso sobre la situación general de Europa" del Marqués de Valdegamas había sido leído por el mismo Zar (también se sabe que lo leyeron Federico Guillermo IV de Prusia y Napoleón III). En Viena, el gran estadista Clemente von Metternich (1773-1859) honró con su admiración a Donoso Cortés y, entre los prusianos, el gran amigo de Donoso Cortés fue el polaco Athanasius Conde de Raczynski (1788-1874), embajador de Prusia en Madrid desde 1848 a 1852, con quien se carteaba y cuyas cartas constituyen el cañamazo de este artículo.
Más tarde, en el siglo XX y en el campo académico, Donoso Cortés continuaría siendo el foco de atención de alemanes como el hispanista Edmund Schramm (1902-1975) que contribuyó como pocos a poner en valor la obra donosiana, a partir de su ensayo "Donoso Cortés, Leben und Werk eines spanischen Antiliberalen" (publicado en Hamburgo por el Ibero-Amerikanisches Institut, año 1935). El ensayo de Schramm es una pieza de obligada lectura, pero con antelación a Schramm nuestro pensador extremeño había captado el interés de Carl Schmitt (1888-1985) que ya en fecha tan temparana como el año 1922 había dedicado uno de sus primeros artículos (y no sería el último, por cierto) a Donoso Cortés. Puede decirse que Donoso Cortés es una de las constantes del pensamiento de Carl Schmitt. Aunque Oswald Spengler no lo cita expresamente, muchos de los pensamientos más resonantes de Spengler se encuentran esbozados en los escritos de Donoso Cortés. Valga esta somera aproximación para llamar la atención sobre la influencia que el pensamiento donosiano ejerció sobre Europa, cuestión apenas estudiada a fondo y sobre la cual el socialista Luis Araquistáin (1886-1959) pareció tantear algo con su artículo "Donoso Cortés y su resonancia en Europa" (1953), aunque desatinando mucho; hacemos bien en suponer que Araquistáin erraba por sus prejuicios ideológicos y el contexto en que escribía. Sin embargo, lo que aquí queremos explanar es harina de otro costal. Como indica el título: queremos aproximar al lector a la percepción que Donoso Cortés tenía de la política inglesa, tan determinante para el devenir de España, Europa e Iberoamérica.
SU ENFOQUE CATÓLICO
Para abordar nuestro tema, hemos de tener en cuenta que por mucho que Juan Donoso Cortés figure -a efectos de clasificación- en el elenco de autores tradicionalistas españoles, la cuestión no es tan fácil de despachar si atendemos a la evolución de su pensamiento. Donoso Cortés no fue nunca, por ejemplo, carlista, sino que permaneció siempre leal a la línea ilegítima del Trono: la regente María Cristina y su hija Isabel. Otros le ponen la etiqueta de "doctrinario", pero aunque en sus inicios como autor pudiera entreverarse un cierto doctrinarismo, sin embargo bien pronto se alejó de esas posiciones por entenderlas como componendas y tachándolas de "eclécticas", mientras sostenía fuertes polémicas con doctrinarios como Pellegrino Rossi (1787-1848). Al término de su vida incorporó en su pensamiento elementos propios del tradicionalismo francés, con especial mención de Louis Vizconde de Bonald (1754-1840), Hugues-Félicité Robert de Lamennais (1782-1854) o Joseph Conde de Maistre (1753-1821). Podemos decir que Juan Donoso Cortés -al margen de las influencias que le vinieran de aquí o allí- constituye en todo caso el de un pensador católico español (a la manera de Jaime Balmes) y, por católico coherente, antiliberal.
La evolución del pensamiento de Donoso Cortés está indisolublemente unida a los avatares de su vida personal (que siempre reservó celosamente, confiando algo de ella tan solo a los contados amigos en la correspondencia epistolar) y, por supuesto, dicha evolución de pensamiento sería imposible de comprender prescindiendo de su circunstancia histórica. El punto de inflexión del pensamiento de Donoso Cortés (que coincide con su madurez filosófica) lo marca la fecha 1848, con las revoluciones ("primavera de los pueblos", se le llamó) que sacudieron Europa.
Donoso Cortés había sido muy crítico en su primera etapa con la Santa Alianza (y en especial, con el principio de intervención) y, como afirma D. Luis Sánchez Agesta: "...a través del prisma del doctrinarismo, ve la reconstrucción de Europa como un triunfo de las clases que con su inteligencia crean riqueza y cultura y son expresión de las nuevas naciones: las clases medias" (1). Para Donoso Cortés el intervencionismo de la Santa Alianza se convirtió en cuestión de patriotismo herido, por eso reprochaba en 1834 que: "El emperador de Rusia, que en 1812 había reconocido como legítima la Constitución de Cádiz, en 1820 la consideraba como la obra del crimen [...] Así, un tirano extranjero condenaba a una nación independiente y libre al suicidio y a la ignominia o a una muerte segura en una contienda desigual" (2). Es el principio de la intervención lo que reprobaba Donoso Cortés en esas fechas. En cambio, ya en 1834, Donoso Cortés parece columbrar el jaque que Gran Bretaña había dado a España en 1820, para arrebatarle la España de Ultramar, provocando la revolución (tanto en la España peninsular como en la americana) y, aunque enemigo de la intervención de la Santa Alianza, Donoso Cortés escribía: "La Inglaterra desaprobó también [la intervención recomendada por el Zar de Rusia en España para frenar el pronunciamiento de Riego], porque su sistema no es vencer por medio de la victoria, sino por medio de la desorganización, a los Estados a quienes asesta sus tiros". No obstante, a pesar de ello, Donoso Cortés no puede sufrir la injerencia extranjera en los asuntos de España y, en aquellas fechas, para él parece que la Constitución de 1812 todavía es considerada como algo propio y, por eso mismo, cualquier intento de inmiscuirse en nuestros asuntos era considerado por Donoso Cortés como una intolerable invasión, incluso en el supuesto de venir a suprimir una ley de muy dudosa legitimidad como aquella Constitución lo era.
INGLATERRA, LA EMISORA DE LA REVOLUCIÓN CONTINENTAL
Sin embargo, con el tiempo, Donoso Cortés comprobará que la radicalización del liberalismo (revolución larvada y silenciosa) en toda Europa, su consecuente recrudescencia, darán a luz posturas cada vez más abiertamente revolucionarias que ponen en peligro la misma existencia de la civilización. Por eso mismo, para la introducción que hace el mismo Donoso Cortés a los dos volúmenes de sus obras escogidas (y publicadas en el turbulento año de 1848), podía escribir nuestro insigne extremeño: "Resuelto a seguir de hoy más nuevos derroteros y rumbos en las ciencias sociales y políticas, ha creído [el autor; se refiere a sí mismo] que esta Colección podía servir para señalar a un tiempo mismo el término de una época importantísima de su vida y el principio de otra, que no ha de ser menos importante". A partir de 1848 es cuando podemos decir que tenemos al Donoso Cortés más genuino, sin la candidez juvenil que confundía el patriotismo con la Constitución gaditana de 1812.
Los cambios que afectan al escenario europeo provocarán que Donoso Cortés, cuando joven tan crítico con la Santa Alianza (y, particularmente, tan acerbo para con el Zar de Rusia), entienda que los grandes resortes del Orden en Europa son, a mediados del XIX: Rusia, Austria y Prusia. Y sobre la paz y el orden siente planear un nubarrón preñado de calamidades: Inglaterra. Por descontado que la aversión de Donoso Cortés por Inglaterra no obedece a fobias emocionales, sino que es fruto de un estudio de la historia y de la situación en que está instalado; surge por lo tanto de la reflexión ponderada. Donoso Cortés había expresado en enero de 1849 que: "yo quiero la alianza más íntima, la unión más completa entre la nación española y la nación inglesa, a quien admiro y respeto como la nación quizá más libre, más fuerte y más digna de serlo en la tierra" (3), pero lo que ya tenía muy claro es que Inglaterra ("o por mejor decir, por su Gobierno y sus agentes durante la última época") se ha echado en los brazos del más abominable error: "apoyar en todas partes a los partidos revolucionarios".
La anglofobia donosiana es, por lo tanto, una aversión a la política inglesa fomentadora de revoluciones; no a Inglaterra como nación. Donde se pone más de manifiesto esta frontal hostilidad de Donoso Cortés frente a Inglaterra será en las cartas al Conde Raczynski, su corresponsal en Madrid; cartas que se escriben mientras que el Conde Raczynski era embajador en España y Donoso era su homólogo en Berlín y, más tarde, en París. La colección epistolar está presidida por un tremendo pesimismo sobre la situación europea y, concretamente, española, así como un tono de sincera amistad que franquea en confianza las inquietudes políticas de aquella hora entre un polaco al servicio de Prusia y un español. En cuanto a la percepción de Inglaterra como la gran enemiga del orden, el español y el prusiano están mutuamente de acuerdo. En carta desde Dresde (17 de septiembre de 1849), Donoso Cortés le dice a Raczynski: "Inglaterra, vos lo habéis dicho, es el mal; tenéis mil veces razón" (4). Son muchas las menciones que los dos amigos hacen sobre Lord Palmerston (1784-1865), pero Donoso Cortés reconoce que la política británica, fomentadora de revoluciones, no es algo que pueda simplemente personificarse en Lord Palmerston: "Es un error creer que Palmerston sea en su país el solo amigo de la revolución; los ingleses lo son tanto como él por su cualidad de ingleses; entre Palmerston y Aberdeen no hay otra diferencia que la forma; de modo que la política de Palmerston no ha sido una política personal, sino nacional, y los que piensen lo contrario son unos niños" (carta a Raczynski, París, 10 de enero de 1852). Ni la caída de Lord Palmerston despeja el peligro que solo pueden conjurar Rusia, Prusia y Austria, pues si estas -dice Donoso Cortés: "se dejan seducir por Inglaterra, que no es otra cosa que una personificación diabólica, estamos irremisiblemente perdidos".
El peligro para la paz y el orden de Europa, comentado en sus cartas por el Conde Raczynski y el Marqués de Valdegamas es Inglaterra. Donoso Cortés lo apunta muchas veces: "El establecimiento de la influencia de los piratas es el signo precursor del mal que es más de temer" (París, 18 de febrero de 1852); los "piratas", es obvio, son los ingleses. Es por eso que, según confiesa: "He hecho contra Inglaterra el juramento de Aníbal... A mí, que una nación extienda sus fronteras o pierda una parte de su territorio, me importa poco; lo que me importa es que la revolución sea decapitada".
En cuanto a su carrera política Donoso Cortés siempre fue bastante modesto en sus aspiraciones, incluso cuando sus amigos (como Raczynski) lo animaban a ambicionar más altos cargos, solía quitarse importancia, dándosela más a sus pronósticos. En París, llega a confesar su agotamiento: "Creo que acabaré por irme a esconder en lo interior de una provincia, donde nadie se ocupe de mí ni yo de nadie. En este mundo todo es vanidad" (París, 29 de mayo de 1851). Sin embargo, la amenaza revolucionaria que supone la política británica para la estabilidad continental es capaz de espolearle a desear un cargo más elevado, sincerándose con Raczynski:
"Nunca he deseado tan vivamente como ahora ser ministro; si yo fuese ministro, España tomaría la iniciativa para fijar los términos de ese problema [se refiere a la confrontación entre Inglaterra y la Europa continental] e Inglaterra no olvidaría mi nombre. Sin embargo, en la esfera de mis funciones no dejo obrar a esta formidable potencia sin inquietarla; pero de esto no puedo hablar" (24 de febrero de 1852).
Sin embargo, este deseo no pasó nunca de un desiderativo: "¿No es triste, ¡gran Dios!, ver el medio de salvarse la Patria, poder uno salvarla y tenerse que reducir a la inacción? No es otra, a la verdad, mi situación" (había escrito Donoso Cortés, meses antes: el 21 de diciembre de 1851). Es interesante el último tramo del pasaje de la carta del 24 de febrero de 1852, que hemos citado arriba: por lo que parece insinuar Donoso Cortés los servicios de inteligencia británicos tenían que tener al embajador español en el punto de mira: "pero de esto no pueblo hablar".
Inglaterra venció: venció la Revolución. No sin ayuda de la banca Rothschild. Las intrigas financieras y políticas dieron paso a la Revolución. Donoso Cortés murió el 3 de mayo de 1853 en París. En la etapa final de su vida Donoso Cortés experimentó una profunda conversión (dijéramos con mayor propiedad "sumersión") religiosa. Confió al gran escritor católico francés, su amigo Louis Veuillot (1813-1883), que en su ánimo rumiaba "dejar el mundo, no ya para ir a meditar en algún lugar solitario, sino para entrar en una Orden religiosa. Todo lo tenía ya dispuesto -nos dice Veuillot- y su elección se había fijado en la Compañía de Jesús" (5). La muerte le sorprendió antes, pero sin desatender sus ocupaciones diplomáticas, el pueblo de París pudo ver al embajador español dedicado a recorrer personalmente las casas de los barrios más miserables de París, para sentarse a la cabecera de los enfermos, mendigando el pan para los indigentes, despojándose de sus vestidos para darlos a los que no tenían abrigo, apadrinar a los hijos de los pobres, escuchar la Santa Misa en las iglesias más humildes de las barriadas más deprimidas. Un ataque al corazón le sorprendió en abril de 1853 y por un mes guardó cama, para fallecer cristianamente, diciendo: "Dios mío, criatura vuestra soy, Vos habéis dicho: ¡Yo atraeré a mí todas las cosas. Pues atraedme, recibidme!".
Las mediocridades fueron la tónica dominante de los gabinetes de gobierno español durante todo el siglo XIX, mientras los hombres más lúcidos, como Donoso Cortés, eran apartados a las embajadas, lejos de la Corte, el Congreso y los órganos de decisión. Por eso España tuvo, gracias al liberalismo, el deplorable papel que tuvo. Sin embargo, en París, el embajador de España, el gran pensador que era leído por el Zar y los reyes de Europa, dio sus últimas lecciones, ya sin pronunciar grandilocuentes discursos, ni escribir ensayos monumentales, sino con la humilde entrega a los más desfavorecidos, como aquellos católicos españoles que se agrupaban alrededor de San Ignacio de Loyola, a la conquista del cielo, mientras Inglaterra obturaba el paso a nuestra conquista del mundo.
Pero su obra -más valorada por los extraños, que por los propios- está ahí, para que volvamos a reemprender el camino del que tanto hace que nos hemos extraviado.
LAS REFERENCIAS DE LOS TEXTOS DE JUAN DONOSO CORTÉS PROCEDEN TODAS TODAS DE LAS "OBRAS COMPLETAS DE DONOSO CORTÉS" (dos tomos), publicados por La Bac.
(1) Luis Sánchez Agesta, "España al encuentro de Europa", La Bac.
(2) Juan Donoso Cortés, "Consideraciones sobre la diplomacia".
(3) Juan Donoso Cortés, "Discurso sobre la dictadura".
(4) Juan Donoso Cortés, "Correspondencia con el conde Raczynski".
(5) El testimonio de Louis Veuillot es citado por el P. Constantino Bayle (S. J.) en su introducción a las "Obras escogidas de Donoso Cortés", Editorial del Apostolado de la Prensa, Madrid, 1930.
Más tarde, en el siglo XX y en el campo académico, Donoso Cortés continuaría siendo el foco de atención de alemanes como el hispanista Edmund Schramm (1902-1975) que contribuyó como pocos a poner en valor la obra donosiana, a partir de su ensayo "Donoso Cortés, Leben und Werk eines spanischen Antiliberalen" (publicado en Hamburgo por el Ibero-Amerikanisches Institut, año 1935). El ensayo de Schramm es una pieza de obligada lectura, pero con antelación a Schramm nuestro pensador extremeño había captado el interés de Carl Schmitt (1888-1985) que ya en fecha tan temparana como el año 1922 había dedicado uno de sus primeros artículos (y no sería el último, por cierto) a Donoso Cortés. Puede decirse que Donoso Cortés es una de las constantes del pensamiento de Carl Schmitt. Aunque Oswald Spengler no lo cita expresamente, muchos de los pensamientos más resonantes de Spengler se encuentran esbozados en los escritos de Donoso Cortés. Valga esta somera aproximación para llamar la atención sobre la influencia que el pensamiento donosiano ejerció sobre Europa, cuestión apenas estudiada a fondo y sobre la cual el socialista Luis Araquistáin (1886-1959) pareció tantear algo con su artículo "Donoso Cortés y su resonancia en Europa" (1953), aunque desatinando mucho; hacemos bien en suponer que Araquistáin erraba por sus prejuicios ideológicos y el contexto en que escribía. Sin embargo, lo que aquí queremos explanar es harina de otro costal. Como indica el título: queremos aproximar al lector a la percepción que Donoso Cortés tenía de la política inglesa, tan determinante para el devenir de España, Europa e Iberoamérica.
SU ENFOQUE CATÓLICO
Para abordar nuestro tema, hemos de tener en cuenta que por mucho que Juan Donoso Cortés figure -a efectos de clasificación- en el elenco de autores tradicionalistas españoles, la cuestión no es tan fácil de despachar si atendemos a la evolución de su pensamiento. Donoso Cortés no fue nunca, por ejemplo, carlista, sino que permaneció siempre leal a la línea ilegítima del Trono: la regente María Cristina y su hija Isabel. Otros le ponen la etiqueta de "doctrinario", pero aunque en sus inicios como autor pudiera entreverarse un cierto doctrinarismo, sin embargo bien pronto se alejó de esas posiciones por entenderlas como componendas y tachándolas de "eclécticas", mientras sostenía fuertes polémicas con doctrinarios como Pellegrino Rossi (1787-1848). Al término de su vida incorporó en su pensamiento elementos propios del tradicionalismo francés, con especial mención de Louis Vizconde de Bonald (1754-1840), Hugues-Félicité Robert de Lamennais (1782-1854) o Joseph Conde de Maistre (1753-1821). Podemos decir que Juan Donoso Cortés -al margen de las influencias que le vinieran de aquí o allí- constituye en todo caso el de un pensador católico español (a la manera de Jaime Balmes) y, por católico coherente, antiliberal.
La evolución del pensamiento de Donoso Cortés está indisolublemente unida a los avatares de su vida personal (que siempre reservó celosamente, confiando algo de ella tan solo a los contados amigos en la correspondencia epistolar) y, por supuesto, dicha evolución de pensamiento sería imposible de comprender prescindiendo de su circunstancia histórica. El punto de inflexión del pensamiento de Donoso Cortés (que coincide con su madurez filosófica) lo marca la fecha 1848, con las revoluciones ("primavera de los pueblos", se le llamó) que sacudieron Europa.
Donoso Cortés había sido muy crítico en su primera etapa con la Santa Alianza (y en especial, con el principio de intervención) y, como afirma D. Luis Sánchez Agesta: "...a través del prisma del doctrinarismo, ve la reconstrucción de Europa como un triunfo de las clases que con su inteligencia crean riqueza y cultura y son expresión de las nuevas naciones: las clases medias" (1). Para Donoso Cortés el intervencionismo de la Santa Alianza se convirtió en cuestión de patriotismo herido, por eso reprochaba en 1834 que: "El emperador de Rusia, que en 1812 había reconocido como legítima la Constitución de Cádiz, en 1820 la consideraba como la obra del crimen [...] Así, un tirano extranjero condenaba a una nación independiente y libre al suicidio y a la ignominia o a una muerte segura en una contienda desigual" (2). Es el principio de la intervención lo que reprobaba Donoso Cortés en esas fechas. En cambio, ya en 1834, Donoso Cortés parece columbrar el jaque que Gran Bretaña había dado a España en 1820, para arrebatarle la España de Ultramar, provocando la revolución (tanto en la España peninsular como en la americana) y, aunque enemigo de la intervención de la Santa Alianza, Donoso Cortés escribía: "La Inglaterra desaprobó también [la intervención recomendada por el Zar de Rusia en España para frenar el pronunciamiento de Riego], porque su sistema no es vencer por medio de la victoria, sino por medio de la desorganización, a los Estados a quienes asesta sus tiros". No obstante, a pesar de ello, Donoso Cortés no puede sufrir la injerencia extranjera en los asuntos de España y, en aquellas fechas, para él parece que la Constitución de 1812 todavía es considerada como algo propio y, por eso mismo, cualquier intento de inmiscuirse en nuestros asuntos era considerado por Donoso Cortés como una intolerable invasión, incluso en el supuesto de venir a suprimir una ley de muy dudosa legitimidad como aquella Constitución lo era.
INGLATERRA, LA EMISORA DE LA REVOLUCIÓN CONTINENTAL
Sin embargo, con el tiempo, Donoso Cortés comprobará que la radicalización del liberalismo (revolución larvada y silenciosa) en toda Europa, su consecuente recrudescencia, darán a luz posturas cada vez más abiertamente revolucionarias que ponen en peligro la misma existencia de la civilización. Por eso mismo, para la introducción que hace el mismo Donoso Cortés a los dos volúmenes de sus obras escogidas (y publicadas en el turbulento año de 1848), podía escribir nuestro insigne extremeño: "Resuelto a seguir de hoy más nuevos derroteros y rumbos en las ciencias sociales y políticas, ha creído [el autor; se refiere a sí mismo] que esta Colección podía servir para señalar a un tiempo mismo el término de una época importantísima de su vida y el principio de otra, que no ha de ser menos importante". A partir de 1848 es cuando podemos decir que tenemos al Donoso Cortés más genuino, sin la candidez juvenil que confundía el patriotismo con la Constitución gaditana de 1812.
Los cambios que afectan al escenario europeo provocarán que Donoso Cortés, cuando joven tan crítico con la Santa Alianza (y, particularmente, tan acerbo para con el Zar de Rusia), entienda que los grandes resortes del Orden en Europa son, a mediados del XIX: Rusia, Austria y Prusia. Y sobre la paz y el orden siente planear un nubarrón preñado de calamidades: Inglaterra. Por descontado que la aversión de Donoso Cortés por Inglaterra no obedece a fobias emocionales, sino que es fruto de un estudio de la historia y de la situación en que está instalado; surge por lo tanto de la reflexión ponderada. Donoso Cortés había expresado en enero de 1849 que: "yo quiero la alianza más íntima, la unión más completa entre la nación española y la nación inglesa, a quien admiro y respeto como la nación quizá más libre, más fuerte y más digna de serlo en la tierra" (3), pero lo que ya tenía muy claro es que Inglaterra ("o por mejor decir, por su Gobierno y sus agentes durante la última época") se ha echado en los brazos del más abominable error: "apoyar en todas partes a los partidos revolucionarios".
La anglofobia donosiana es, por lo tanto, una aversión a la política inglesa fomentadora de revoluciones; no a Inglaterra como nación. Donde se pone más de manifiesto esta frontal hostilidad de Donoso Cortés frente a Inglaterra será en las cartas al Conde Raczynski, su corresponsal en Madrid; cartas que se escriben mientras que el Conde Raczynski era embajador en España y Donoso era su homólogo en Berlín y, más tarde, en París. La colección epistolar está presidida por un tremendo pesimismo sobre la situación europea y, concretamente, española, así como un tono de sincera amistad que franquea en confianza las inquietudes políticas de aquella hora entre un polaco al servicio de Prusia y un español. En cuanto a la percepción de Inglaterra como la gran enemiga del orden, el español y el prusiano están mutuamente de acuerdo. En carta desde Dresde (17 de septiembre de 1849), Donoso Cortés le dice a Raczynski: "Inglaterra, vos lo habéis dicho, es el mal; tenéis mil veces razón" (4). Son muchas las menciones que los dos amigos hacen sobre Lord Palmerston (1784-1865), pero Donoso Cortés reconoce que la política británica, fomentadora de revoluciones, no es algo que pueda simplemente personificarse en Lord Palmerston: "Es un error creer que Palmerston sea en su país el solo amigo de la revolución; los ingleses lo son tanto como él por su cualidad de ingleses; entre Palmerston y Aberdeen no hay otra diferencia que la forma; de modo que la política de Palmerston no ha sido una política personal, sino nacional, y los que piensen lo contrario son unos niños" (carta a Raczynski, París, 10 de enero de 1852). Ni la caída de Lord Palmerston despeja el peligro que solo pueden conjurar Rusia, Prusia y Austria, pues si estas -dice Donoso Cortés: "se dejan seducir por Inglaterra, que no es otra cosa que una personificación diabólica, estamos irremisiblemente perdidos".
El peligro para la paz y el orden de Europa, comentado en sus cartas por el Conde Raczynski y el Marqués de Valdegamas es Inglaterra. Donoso Cortés lo apunta muchas veces: "El establecimiento de la influencia de los piratas es el signo precursor del mal que es más de temer" (París, 18 de febrero de 1852); los "piratas", es obvio, son los ingleses. Es por eso que, según confiesa: "He hecho contra Inglaterra el juramento de Aníbal... A mí, que una nación extienda sus fronteras o pierda una parte de su territorio, me importa poco; lo que me importa es que la revolución sea decapitada".
En cuanto a su carrera política Donoso Cortés siempre fue bastante modesto en sus aspiraciones, incluso cuando sus amigos (como Raczynski) lo animaban a ambicionar más altos cargos, solía quitarse importancia, dándosela más a sus pronósticos. En París, llega a confesar su agotamiento: "Creo que acabaré por irme a esconder en lo interior de una provincia, donde nadie se ocupe de mí ni yo de nadie. En este mundo todo es vanidad" (París, 29 de mayo de 1851). Sin embargo, la amenaza revolucionaria que supone la política británica para la estabilidad continental es capaz de espolearle a desear un cargo más elevado, sincerándose con Raczynski:
"Nunca he deseado tan vivamente como ahora ser ministro; si yo fuese ministro, España tomaría la iniciativa para fijar los términos de ese problema [se refiere a la confrontación entre Inglaterra y la Europa continental] e Inglaterra no olvidaría mi nombre. Sin embargo, en la esfera de mis funciones no dejo obrar a esta formidable potencia sin inquietarla; pero de esto no puedo hablar" (24 de febrero de 1852).
Sin embargo, este deseo no pasó nunca de un desiderativo: "¿No es triste, ¡gran Dios!, ver el medio de salvarse la Patria, poder uno salvarla y tenerse que reducir a la inacción? No es otra, a la verdad, mi situación" (había escrito Donoso Cortés, meses antes: el 21 de diciembre de 1851). Es interesante el último tramo del pasaje de la carta del 24 de febrero de 1852, que hemos citado arriba: por lo que parece insinuar Donoso Cortés los servicios de inteligencia británicos tenían que tener al embajador español en el punto de mira: "pero de esto no pueblo hablar".
Inglaterra venció: venció la Revolución. No sin ayuda de la banca Rothschild. Las intrigas financieras y políticas dieron paso a la Revolución. Donoso Cortés murió el 3 de mayo de 1853 en París. En la etapa final de su vida Donoso Cortés experimentó una profunda conversión (dijéramos con mayor propiedad "sumersión") religiosa. Confió al gran escritor católico francés, su amigo Louis Veuillot (1813-1883), que en su ánimo rumiaba "dejar el mundo, no ya para ir a meditar en algún lugar solitario, sino para entrar en una Orden religiosa. Todo lo tenía ya dispuesto -nos dice Veuillot- y su elección se había fijado en la Compañía de Jesús" (5). La muerte le sorprendió antes, pero sin desatender sus ocupaciones diplomáticas, el pueblo de París pudo ver al embajador español dedicado a recorrer personalmente las casas de los barrios más miserables de París, para sentarse a la cabecera de los enfermos, mendigando el pan para los indigentes, despojándose de sus vestidos para darlos a los que no tenían abrigo, apadrinar a los hijos de los pobres, escuchar la Santa Misa en las iglesias más humildes de las barriadas más deprimidas. Un ataque al corazón le sorprendió en abril de 1853 y por un mes guardó cama, para fallecer cristianamente, diciendo: "Dios mío, criatura vuestra soy, Vos habéis dicho: ¡Yo atraeré a mí todas las cosas. Pues atraedme, recibidme!".
Las mediocridades fueron la tónica dominante de los gabinetes de gobierno español durante todo el siglo XIX, mientras los hombres más lúcidos, como Donoso Cortés, eran apartados a las embajadas, lejos de la Corte, el Congreso y los órganos de decisión. Por eso España tuvo, gracias al liberalismo, el deplorable papel que tuvo. Sin embargo, en París, el embajador de España, el gran pensador que era leído por el Zar y los reyes de Europa, dio sus últimas lecciones, ya sin pronunciar grandilocuentes discursos, ni escribir ensayos monumentales, sino con la humilde entrega a los más desfavorecidos, como aquellos católicos españoles que se agrupaban alrededor de San Ignacio de Loyola, a la conquista del cielo, mientras Inglaterra obturaba el paso a nuestra conquista del mundo.
Pero su obra -más valorada por los extraños, que por los propios- está ahí, para que volvamos a reemprender el camino del que tanto hace que nos hemos extraviado.
LAS REFERENCIAS DE LOS TEXTOS DE JUAN DONOSO CORTÉS PROCEDEN TODAS TODAS DE LAS "OBRAS COMPLETAS DE DONOSO CORTÉS" (dos tomos), publicados por La Bac.
(1) Luis Sánchez Agesta, "España al encuentro de Europa", La Bac.
(2) Juan Donoso Cortés, "Consideraciones sobre la diplomacia".
(3) Juan Donoso Cortés, "Discurso sobre la dictadura".
(4) Juan Donoso Cortés, "Correspondencia con el conde Raczynski".
(5) El testimonio de Louis Veuillot es citado por el P. Constantino Bayle (S. J.) en su introducción a las "Obras escogidas de Donoso Cortés", Editorial del Apostolado de la Prensa, Madrid, 1930.