Por David Guerrero González
Es algo muy repetido, pero no por ello menos cierto, que
vivimos en una sociedad entregada en cuerpo y alma al consumismo y al
hedonismo. Una prueba fehaciente de ello es como la Navidad ha sido desprovista
de su verdadero sentido, para ser convertida en algo así como el mayor
exponente del descontrol juerguista y consumista, todo aliñado, eso sí, con
frasecillas sentimentaloides, que
desprovistas de toda espiritualidad, mueven a un falso buenismo que desaparece,
cual pompa de jabón, en apenas unas horas.
No hace falta ser muy avispado para percatarse de lo
anteriormente expuesto. Sólo basta mirar a nuestro alrededor, incluso en
círculos de amistades que se autodenominan cristianos, para comprobar que el
desastre es mayúsculo, y si osamos llamar la atención lo más mínimo seremos
pronto llamados intransigentes y, por si cabe mayor barbaridad, seremos
acusados de no vivir el espíritu navideño. Como decimos por mi tierra… “Pa
reventá…”
El colmo del despropósito es comprobar que personas que
presumen de ateísmo celebran la navidad con todo entusiasmo y sin ningún
complejo, y es que si a esta fiesta se la descompone y se la desnuda de su
sentido religioso, pues todos se sienten con “derecho” a celebrarla con fiestas
orgiásticas y excesos de todo tipo.
¿Cómo se lucha contra todo esto? Pues viviendo estos días
con la íntima alegría que derrama el Belén, con un sentido austero de la
alegría y dando testimonio de Aquél que, siendo ejemplo de Santa Humildad,
quiso compartir nuestros sufrimientos haciéndose niño en un pobre establo, pero
eso sí, acariciado del amor de la Virgen María y su castísimo esposo San José.
Aprendamos de ellos a permanecer como familia ante los envites de un tiempo y
una sociedad que han perdido el norte.
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