LOS MENTORES DE DOS NACIONES: JOHN RUSKIN Y FRANCISCO PI Y MARGALL
Por Manuel Fernández Espinosa
Si algún día nuestros pies nos llevan al
cementerio civil de Madrid y ,buscando, encontramos la lápida fúnebre de
Francisco Pi y Margall, podremos leer su epitafio, que reza:
FRANCISCO PI Y MARGALL
Nació en Barcelona el 28 de abril de 1824.
Político, Historiador, Estadista
Crítico, Filósofo y Literato.
Maestro de los Liberales.
Presidente de la República Española
en 1873.
Crítico, Filósofo y Literato.
Maestro de los Liberales.
Presidente de la República Española
en 1873.
Falleció en Madrid el 29 de noviembre de 1901.
¡España no habría perdido su Imperio
Colonial de haber seguido sus consejos!
Sorprende que para el sepulcro de un republicano federal se
grabaran esos dos renglones finales que adquieren énfasis por los signos de
exclamación que los abren y cierran:
“España no habría perdido su Imperio Colonial
de haber seguido sus consejos”.
Haremos bien en pensar que lo de “Imperio
Colonial” es una concesión a la moda de la época en que se escribió el
epitafio, puesto que España tuvo un Imperio, sí, pero –bien entendido- nunca
tuvo un “Imperio Colonial”; nuestra expansión en Hispanoamérica fue un
desbordamiento natural de la España europea en la España de Ultramar. Pero, ¿acaso
pudiéramos creer que si se hubieran seguido los consejos de Pi y Margall se
hubieran podido conservar los últimos restos del Imperio?
Los consejos de Pi y Margall hubieran llegado
demasiado tarde. Cuando el eminente intelectual republicano catalán nacía (año
1824) la Iberoamérica continental había roto con España en lo que nuestros hermanos llamaron su “emancipación”
y que, como demostró la historia, no fue otra cosa que pasar a ser codiciada presa del voraz imperialismo británico.
Difícilmente, por buenos que hubieran sido sus consejos, hubiera podido Pi y
Margall haber remediado la desintegración del Imperio Español. La sentencia del
epitafio se entenderá mejor si atendemos a los sucesos históricos que se
produjeron en vida de Pi y Margall y que, por encima de todas las turbulencias
peninsulares, le otorgarán su sentido más cabal: el trauma de la conciencia nacional, producido tras la pérdida de Filipinas y Cuba. En ese caso, los
consejos de Pi y Margall hubieran podido surtir efecto, pero tampoco lo
sabemos, puesto que no fueron seguidos y otras fueron las directrices que nos
llevaron al vergonzoso “Tratado de París”.
Sin embargo, su epitafio nos presenta a este
gran patriota, tan poco estudiado y tan poco entendido. Conforme más lo
estudio, más convencido estoy de que Francisco Pi y Margall hubiera podido ser
nuestro Ruskin, si otra hubiera sido la circunstancia. John Ruskin (1819-1900)
es, en gran medida, el oculto y desapercibido ideólogo decimonónico del Imperio
Británico. Ruskin no fue nunca un filósofo, es más sostuvo una actitud
despectiva y hostil hacia todo lo que fuese “metafísica” y “filosofía”, como
bien lo pone de manifiesto el breve ensayo de R. G. Collingwood, “La filosofía
de Ruskin”. Sin embargo, pese a su explícito desdén por la filosofía, Ruskin
formó toda una escuela estética que no se conformaba con la contemplación del
arte, sino que trataba de aprehender la realidad toda: también la política, por
lo tanto. Y de hecho, es congruo mencionarlo, Ruskin ejerció su magisterio en
el íntimo círculo de sus amigos y muchas de sus amistades fueron eminentes
prohombres de la época victoriana, muy relacionados con el imperio británico:
así Robert Baden-Powell (conocido por fundar el Movimiento Escultista con
pretensiones mundiales: el “boy scout”), así Cecil Rhodes (el empresario en que
Oswald Spengler vislumbró el nuevo cesarismo que combinaba los negocios con la
expansión imperialista), el historiador Arnold Toynbee y tantos otros que
compusieron su discipulaje.
Nuestro Francisco Pi y Margall hubiera podido
ser un mentor, como lo fue Ruskin para el imperialismo británico, pero sus
circunstancias familiares, personales y nacionales eran muy distintas. Pi y
Margall nació en el seno de una familia humilde, estudió en el seminario
sacerdotal hasta que lo abandonó y pasó a la universidad. Atravesó estrecheces
económicas y tuvo que dar clases privadas para poder seguir estudiando y, hasta
después de culminar sus estudios universitarios, tuvo que verse ofertando clases
particulares y viviendo de lo que le granjeaban sus escritos siempre mal pagados. Hay que achacar a estas penalidades económicas por las que
atravesó que sus posiciones políticas se radicalizaran, conduciéndole al pensamiento “democrático”
y republicano federalista, con un fondo libertario y revolucionario debido a la
recepción de Pierre Joseph Proudhon, entre otros. Esto hace de nuestro Pi y
Margall, al margen de su personalidad política al frente del Partido Republicano
Democrático Federal y presidente efímero de la I República Española, un
antecedente del anarquismo español. Sin embargo, a diferencia de casi todos los
republicanos españoles contemporáneos de Pi y Margall, el intelectual catalán
no cayó en las redes del krausismo, por haber asimilado (a su manera) el
hegelianismo y haber incorporado a su pensamiento revolucionario algunas de las
claves aportadas por Proudhon (esto se echa de ver en la obra pimargalliana titulada “La reacción y la
revolución”). Por eso, Menéndez y Pelayo que no perdonaba ni una a la pedantería
krausista, muestra ante Pi y Margall un cierto respeto, cuando escribe sobre
él:
“[Pi y Margall] éste sí que es hegeliano, y
de la extrema izquierda. Sus dogmas los aprendió en Proudhon ya en años muy
remotos, y no los ha olvidado ni soltado desde entonces. Este agitador catalán
es el personaje de más cuenta que la heterodoxia española ha producido en estos
últimos años. Porque en primer lugar tiene estilo, y, aunque incorrecto en la
lengua, dice con energía y con claridad lo que quiere” (Historia de los Heterodoxos, Marcelino Menéndez y Pelayo).
Es cierto que, como catalanohablante nativo,
a Pi y Margall se le reprocharía expresarse en castellano escrito con cierta
dificultad. No sería Menéndez y Pelayo el único que lo note, también Josep Plá,
Eugenio d’Ors, Guillermo Díaz-Plaja y otros llamaron la atención sobre esto. Pero considérese que
Menéndez y Pelayo le concede “estilo”, “energía” y “claridad”.
Al igual que Ruskin tuvo discípulos, Pi y
Margall también ejerció su magisterio: “Se consagró entonces a dar lecciones de política y de economía.
En su modesta habitación de la calle del Desengaño reuníase lo más ardiente, lo
más entusiasta, lo más puro de la juventud democrática, que ha constituido
después la fibra del partido republicano". (La Ilustración Española y Americana, semblanza de Francisco Pi y Margall, febrero de 1873). Pero la
gran diferencia era que Ruskin gozaba de una posición estable en la Universidad
de Oxford como profesor de alumnos que, lejos de ser unos pobres “muertos de
hambre”, eran las camadas de la aristocracia y la alta burguesía británicas.
El ideario de Ruskin
consistía en formar una elite de académicos universitarios sostenidos por el
poder financiero, para adquirir y conservar el imperio británico, cuya supuesta
misión no era otra, según ellos, que la implantación del capitalismo
oligárquico y filantrópico (socialismo fabiano). Los poderes económicos, calculando
los beneficios que dimanarían de una colaboración entre este círculo de intelectuales
formado por Ruskin con la banca y los empresarios, no escatimaron medios para realizar las
iniciativas culturales que emanaban del círculo ruskiniano. La influencia de
Ruskin llegó a Estados Unidos de Norteamérica, donde discípulos suyos lograron
fundar el Ruskin College, sufragado por el Duque de Norfolk y Lord Rosebery ,
nieto del barón de Rothschild, entre otros: con lo que puede confirmarse que el imperalismo anglosajón no está exento de un componente esencial de sionismo.
Una tupida red de contactos
en las altas esferas universitarias, empresariales, administrativas fueron generando
una telaraña que tenía sus principales centros en algunas sociedades de pensamiento, de carácter semisecreto:
la Pilgrims Society, la Round Table, la Fabian Society... Y lo generado en
Inglaterra, con la generosa aportación de los grandes capitales financieros
(entre ellos los Rothschild), encontró pronto la gemelación de estas entidades
u otras afines en Estados Unidos de Norteamérica: con ello se iba afianzando un
ideario pananglosajón que es, en gran medida, el que ejerce todavía su
influencia en la mayor parte del planeta. Y uno de sus instrumentos es la expansión
de la lengua inglesa como lengua universal para ejercer el dominio sobre el
mundo entero.
Ruskin era un socialista
utópico, lo cual no le impedía delinear unas directrices ideológicas y
prácticas plenamente nacionalistas. Pi y Margall a su vez era, a su manera, un socialista
utópico y -si lo sabemos comprender- también, incluso con su republicanismo federal, se
mostró como un verdadero patriota español. ¿Qué falló entonces, para que Pi y
Margall no pudiera obtener en España unos resultados tan óptimos como los que
tuvo Ruskin en el mundo anglosajón?
Ruskin estaba entroncado
en su propia tradición: puede decirse que fue un reformista del imperialismo británico,
no se implicó personalmente en aventuras políticas y gozaba de una autoridad
indiscutida entre sus discípulos.
Pi y Margall tuvo
barruntos de la tradición española (por ejemplo: ahí tenemos las páginas que
escribió como prólogo, firmándolo bajo sus iniciales -F. P y M- para las Obras Completas
del Padre Mariana, publicadas por Rivadeneyra), pero su ruptura con la
tradición católica (Pi y Margall se declaraba “panteísta”), su
anticlericalismo, las ideas extranjeras que había incorporado a su sistema
(hegelianismo, proudhonismo…), lo apartaron en gran medida de la corriente
tradicional hispánica, extrañándolo. Se implicó en tantas conspiraciones,
revoluciones y batallas políticas que terminó creándose enemigos incluso entre
sus correligionarios republicanos (de suyo escindidos en unitarios, federales y
federales intransigentes) y, por último, no supo o no pudo crear grupos de
poder intelectual que se atrajeran el patrocinio del poder económico español, dado que es un rasgo atávico de nuestras grandes fortunas el mostrarse insolidarias con el
destino nacional.
Pi y Margall es un catalán,
un patriota español al que nadie puede regatearle que hubiera hecho todo lo
posible para que España no perdiera lo que le restaba de su vastísimo Imperio,
pero su filosofía no sirvió para lograr la cohesión de las fuerzas nacionales, dotándolas de criterios para desarrollar una unidad de acción eficaz, sino que su filosofía sirvió a la
fragmentación que sucede a todo lo que no está informado por el espíritu
tradicional y genuino de una nación. De ahí que el pensamiento de Pi y Margall
derivara al nacionalismo catalán de Valentí Almirall, al republicanismo
supérstite que llega a nuestros días, al federalismo del socialismo marxista y al anarquismo español.
Somos de la opinión de que
en el legado de Pi y Margall se hallan todavía claves fundamentales para
comprender el gran problema del nacionalismo centrífugo y, ¿quién sabe? Acaso
también algunas soluciones. Si pudiéramos resolver esto incluso podríamos
plantearnos la posibilidad de reconstruir todo lo devastado en más de dos
siglos de perniciosa acción disolvente y tal vez, entonces, pudiéramos
parafrasear el epitafio del eximio catalán, para lo que a Dios pedimos luces:
“Leyéndolo a él España se
reintegró a sí misma y reintegró su perdido Imperio”.
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