RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 11 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( III )


FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA
DE LOS SIGLOS DE ORO (III)


Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa, 
profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura



EL HUMANISMO ESPAÑOL


Lección de Teología, puertas del armario del depósito de manuscritos de la Biblioteca Universitaria. Martín de Cervera, 1614.



              Será menester que el humanismo medieval se transforme en humanismo renacentista para que se adquiera una mayor conciencia de la utilidad que para la elite dirigente pueden tener los estudios universitarios –y, sobre todo, la familiaridad con los clásicos grecorromanos. No nos concierne aquí dilucidar las razones por las cuales se produce este viraje en la estimación de la capacitación humanística para el desempeño de funciones directivas en los altos puestos del Estado, pensemos que la burocracia, aunque presente en la Edad Media, había llegado a hacerse más compleja. Lo cierto es que constatamos que en los siglos XVI y XVII las Universidades españolas –también otras europeas (en las inglesas se reclutará a los espías; es el caso del dramaturgo Christopher Marlowe, captado en Cambridge).  Se convierten en centros de formación de elites políticas y agentes del Estado. Será en los Colegios Mayores de Salamanca y Alcalá de Henares donde se hace patente en aquella época esta carrera por alcanzar puestos administrativos, tras el periplo universitario. Simultáneamente, el humanismo que ya es renacentista está adquiriendo en España unas notas que lo singularizan hasta darle el carácter autóctono: el “humanismo español” (con alguna que otra excepcional figura heterodoxa) asume el modelo clásico grecorromano sin renunciar al catolicismo.



            Ese “humanismo español” lo definió con meridiana claridad Ramiro de Maeztu con estas palabras:



            “Este humanismo español es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia Católica. Pero ha penetrado tan profundamente en las conciencias españolas que la aceptan, con ligeras variantes, hasta las menos religiosas. No hay nación más reacia que la nuestra a admitir la superioridad de unos pueblos sobre otros o de unas clases sociales sobre otras. Todo español cree que lo que hace otro hombre lo puede hacer él[7].



            Este párrafo de Maeztu, escrito en los años 30 del siglo XX, es otro lugar literario más en que se levanta acta de una actitud nacional que puede rastrearse a lo largo de toda la historia de España. La encontramos en múltiples ocasiones en la literatura de los Siglos de Oro y está perfectamente expresada por Tomás Rodaja, el protagonista de “El licenciado Vidriera”, la magnífica novela ejemplar de Miguel de Cervantes.



DE LOS HOMBRES SE HACEN LOS OBISPOS


El inquisidor general Fernando de Valdés (1483-1568), retrato de Velázquez



            Cuando unos caballeros estudiantes se topan en las riberas de Tormes (propincuo a Salamanca) con un niño de once años, vestido como labrador y que duerme al descuido bajo un árbol, los caballeros lo despiertan y, entablan una conversación con el zagal. El niño se muestra muy resoluto en sus respuestas y declara que su propósito es honrar a sus padres. Le inquieren los caballeros por el modo como ha pensado el niño honrar a sus padres y a su patria nativa, a lo que, como buen ejemplar modelado en el “humanismo español”, respóndeles a los curiosos:



            “Con mis estudios, siendo famoso por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos”.
 

La paupérrima condición social y económica de ese niño, de quien sabremos en el curso de la novela cervantina que responde al nombre de Tomás Rodaja, no le disuade de renunciar a ganarse la fama por sus estudios. Tomás Rodaja quiere “valer más”, como decían sus contemporáneos. La Universidad era uno de los dos cauces, la ruta más apacible (aunque exigiera esfuerzo intelectual), por el que podía transcurrir un joven ambicioso de cualquier procedencia social para encaramarse a una posición honorable; el otro camino, más arriesgado, era la milicia.

            Parece indudable que, en los años de Cervantes, la Universidad todavía era vista por los españoles como un medio para mejorar en la escala social, que cumplía con creces la función para la que había sido creada: la de crear "hombres liberales" (liberales, por favor, entendido en el sentido clásico, a saber: hombres que hubieran superado las "artes mecánicas" mediante las "artes liberales" que los humanizaban plenamente). La Iglesia y la Universidad –tan íntimamente unidas por ese entonces- eran “corporaciones” en las que se efectuaba, mediante selección intelectual y moral, una auténtica captación de los mejores, sin que importaran los orígenes sociales; algo que no sucedía con la misma flexibilidad en el ámbito estrictamente secular, donde una férrea organización estamental estorbaba grandemente el acceso de los mejores, con independencia de su extracción plebeya, a los puestos dirigentes (acaparados por una aristocracia que tantas veces degeneraba).

            Sin embargo, para la Iglesia (también para la Universidad, órgano cuasi eclesiástico, no olvidemos que emanado de la Iglesia) no eran determinantes los orígenes humildes de quienes aspiraban a hacer carrera. El origen social pobre no era motivo para despreciar ni rechazar a nadie (digamos, eso sí, que estaba terminantemente prohibido, merced a los expedientes de limpieza de sangre, el paso de conversos -descendientes de judíos o moros- no por motivos racistas, sino por la gran desconfianza que estos suscitaban entre los verdaderos españoles). Pero el origen racial (biológicamente racial) no obstruía el paso a la universidad de quienes quisieran “valer más”, siempre y cuando no se tratara -volvemos a repetir- de tornadizos. Cualquier hombre (de cualquier color) que tuviera capacidades intelectuales, aunque no era fácil, podía abrirse camino a través de los estudios si encontraba el apoyo conveniente. Esto demuestra a las claras que en España, cuando la mitificada y legendaria Inquisición española campaba por sus fueros, podían darse, sin contradicción alguna, casos como los que vamos a referir a seguido. El humanismo cristiano no ponía traba a los talentos, es así como el “humanismo español” se adelanta en varios siglos a la redacción de los derechos humanos sobre el papel, aventajando a esa formulación deísta y laicista. 

TANTO PUEDEN LAS LETRAS...

Página del libro del negro Juan Latino, "Ad Catholicum pariter et invictissimum Philippum Dei gratia Hispaniarum Regem...", con el Águila de San Juan de los Reyes Católicos y el lema:


            La Universidad española se atisbaba como una fascinante meta para quien, habiendo nacido en la más miserable choza, se propusiera trepar hacia arriba por la áspera pared vertical de una sociedad organizada en castas privilegiadas y no-privilegiadas, siempre y cuando tuviera ciertas aptitudes, la suficiente ambición y algún patrocinio. Era una sociedad que pareciera tener tan solo una puerta para pasar de un mundo inferior a otro superior: la puerta era la Iglesia y, su postigo, la Universidad. Es el caso de Juan Latino (Baena, 1518 - Granada, c. 1596), un español de raza negra que había nacido esclavo y mucho prosperó en la vida por su aprovechamiento en los estudios. Se cuenta que el negro le dijo un buen día al arzobispo de Granada, hijo de padres campesinos y pobres:

            “Tanto pueden las letras, que al faltarnos éstas, ni vos salieredes del campo tras de un arado, ni yo de una caballeriza almohazando caballos".

            El caso de Juan Latino es algo más que una anécdota, como se ha querido ver a veces por los pocos que lo conocen y han divulgado. En todo caso, se trataría de esa anécdota que nos conduce a la categoría, como quería Eugenio d’Ors. Juan era de raza negra, dijimos arriba, hijo de esclavos negros de la Casa del Conde de Cabra. Había nacido esclavo en Baena (Córdoba) allá por 1518 y, habiendo reparado sus señores en sus cualidades, marchó a Granada. Allí estudió las Artes Liberales, destacando en lenguas clásicas y música. Ganó el grado de Bachiller, fue manumitido y el Arzobispo de Granada le confirió a Juan Latino la Cátedra de Gramática y la de Lengua Latina de la Catedral de Granada. En 1547 se casó con una de sus alumnas, la noble y bella Ana Carleval, con quien tuvo algunos hijos. Era la boda de un negro con una blanca, pero tampoco se le opusieron obstáculos insalvables por el color de su piel. Piénsese que, todavía en el siglo XIX, a Honoré de Balzac se le rechazó la representación de un melodrama de su autoría (intitulado "El negro") por la sencilla razón de ser escandaloso para los burgueses franceses por tratar sobre el amor de un negro por una blanca y hasta 1930 no llegó a publicarse esta obra dramática de Balzac. En España del siglo XVI el negro Juan Latino llegó a ser una autoridad respetada por todos, casado felizmente con una blanca [9].

            Volvemos a congratularnos al comprobar que se demuestra uno de los principios que in-forman el “humanismo español”, enunciado por Maeztu en “Defensa de la Hispanidad”:

            “A los ojos del español, todo hombre, sea cualquiera su posición social, su saber, su carácter, su nación o su raza, es siempre un hombre”.

ADEMÁS DEL NEGRO LATINO, LA LATINA 

Beatriz Galindo, La Latina


            Todo hombre… es siempre un hombre. Y también podríamos decir que toda mujer es siempre una mujer y, por esa misma razón, la mujer tiene, al igual que el hombre, el derecho absoluto a estudiar. Hoy esto parece claro para cualquiera que no sea un reaccionario machista, pero en la Europa del siglo XIX algunas mujeres –como la rusa Lou Salomé (musa de Nietzsche, Rilke y Freud)- tuvieron que abandonar su país natal para poder estudiar en Suiza; la Universidad de Zúrich era, allá por 1880, uno de los pocos centros de estudios superiores que admitían a mujeres. En la segunda mitad del siglo XIX, mujeres como Malwida von Meysenburg (también amiga de Nietzsche) todavía luchaban por el acceso de la mujer a la enseñanza superior. Eso pasaba en la Europa tan liberal, tan moderna y tan progresista del siglo XIX [8]

Sin embargo, en tiempos de los Reyes Católicos floreció Beatriz Galindo en España, a quien la apodaron “La Latina”. Como el caso del negro Juan Latino, Beatriz La Latina también se mostró desde temprano muy apta para el estudio de las Letras. Había nacido Beatriz en Salamanca, el año 1465, por lo que es fácil que entendamos su inclinación por los estudios, dado que nació y se crió envuelta en ese ambiente universitario de su patria helmanticense. Sus aptitudes la hicieron tan famosa que Isabel la Católica, cuando tuvo noticia de las excelentes capacidades humanísticas de Beatriz, la llamó para hacerla preceptora y, con el tiempo, probada su confianza, la aceptó en el gineceo de amigas y consejeras de la reina [10].

            En los casos de Juan Latino y de Beatriz Galindo queda bien asentado que la Universidad española fue un instrumento apto para permitir que los mejores llegaran a ocupar una posición social, muy por encima de lo que podía esperarse debido a su condición económica, social, racial o sexual. Pero todavía se nos puede objetar que estos fueron casos aislados, mientras que lamentablemente la mayoría de los pobres, de los esclavos negros y de las mujeres estaban sojuzgados. Objeción que cabe reducir a una falacia marxista que se funda sobre el dogma de la lucha de clases: una golondrina no hace verano… ¿y dos golondrinas? ¿y tres golondrinas? En fin: ¿cuántas golondrinas necesitaríamos para que se haga verano? ¿Cuántos casos como los de Juan Latino o Beatriz La Latina tendríamos que aportar para demostrar las virtudes del “humanismo español”? Por ende, para establecer y, al cabo, dejar asentado que la Universidad española fue, durante ese tiempo, una de las pocas instituciones que garantizaban un cierto flujo social por el que los mejores podrían ascender para hacer que arriba se manifestaran los talentos que abajo estaban latentes, ¿cuántos casos habría que aducir? 



[7]Defensa de la Hispanidad”, Ramiro de Maeztu, Ediciones Rialp, Madrid, 1998, pág. 115.

[8] “Lou Andreas-Salomé. Mi hermana, mi esposa. Una biografía”, H. F. Peters, Círculo de Lectores, S. A., Barcelona, 2005.

[9] Sobre Juan Latino, recomendamos ver este enlace: "El negro Juan Latino: gloria de España y de su raza".

[10] Sobre Beatriz Galindo, recomendamos el libro de Almudena de Arteaga: "Beatriz Galindo La Latina. Maestra de Reinas", Almudena de Arteaga, Algaba Ediciones, V Premio Algaba, 2007.

EL LIBRE ALBEDRÍO Y OSCAR WILDE


"El escritor Oscar Wilde"

Interesado por el tema del libre albedrío, me encuentro con este texto que se le atribuye a Oscar Wilde. El escritor británico no es ni mucho menos un santo que digamos, y tampoco diré que es de mi devoción literaria, por lo que, intrigado en saber su opinión sobre este asunto, con más interés me volqué en saber qué es lo que decía sobre él. 

Al parecer, el origen de este relato gira en torno a una conversación que mantenían sobre el libre albedrío Oscar y sus amigos. En un determinado momento, el escritor improvisó esta historia para aclarar su postura:

“EL IMÁN

Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar el imán y empezaron hablar de lo agradable que sería la visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, hasta que las más imacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inocentemente acercándose.

Al fin, prevalecieron las impacientes, y, en un impulso irresistible, la comunidad entera gritó: -Inútil esperar, Iremos ahora, iremos en el acto.

La masa unánime se precipitó y quedó pegado al imán por todos los lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria

"Igual que un imán atrae las limaduras de hierro que caen bajo su campo de atracción, así de poderoso y atrayente es el Mal, que hace que sucumbamos a su influencia, mientras nos decimos a nosotros mismos, que hacemos lo que hacemos, por que nosotros libremente lo decidimos"

Así de sutil es el MAL. Hace que las personas sucumban a su atracción, y una vez atrapados en su campo de acción, todos los atrapados piensan que el hecho de estar allí, es lo correcto y lo que debe ser, y que no han sido guiados allí por nadie, sino que han llegado a esa posición por su propia voluntad. Es más. Una vez que la inmensa mayoría es atrapada por esa maléfica influencia, resulta que lo que antes se entendía como anormal, ahora es normal, lo que ayer era erróneo, ahora se ve como cotidiano, por lo que se propone a la mayoría modificar la Ley para que todo el mundo acepte, el MAL y el ERROR se hacen normales. Así tenemos leyes que permiten el mal llamado “Matrimonio homosexual”, el aborto o la eutanasia, haciendo ver a la ciudadanía, que esas posturas son las correctas, y que el llegar a esa conclusión ha sido de forma unánime.


Luis Gómez

lunes, 10 de junio de 2013

GUSTAVO BUENO CONTRA EL ABORTO


PARA DESTRUIR EL SISTEMA LIBERAL

"Todos los trabajadores, ante la angustiosa situación presente, han de preguntarse a qué se debe el que, a pesar de los constantes cambios de Gobierno, a pesar de haber gobernado las izquierdas, a pesar de los Gobiernos de centro y de derecha, el paro aumente sin cesar, la carestía de vida se haga cada vez más agobiadora y la pugna entre las clases sea cada día más áspera.

Fácil es comprobar la existencia de estos problemas y aun su agravación. Con Gobiernos en que figuraban ministros socialistas, todas las calamidades que abruman a la masa obrera no sólo no tuvieron solución, sino que se agudizaron. Con Gobiernos de derecha, toda la política se orienta en contra de los productores; empeoran las condiciones de trabajo, se reducen los jornales, aumentan las jornadas, se los persigue, etc. ¿Qué significa esta coincidencia en el fondo de los partidos políticos, sean de derechas o sean de izquierdas? Significa que el régimen de partidos es incapaz de organizar un sistema económico que ponga a cubierto a la masa popular de estas angustias; que tanto unos partidos como otros están al servicio del sistema capitalista.

Mientras la terrible crisis económica actual ha arruinado o está en camino de arruinar a los modestos productores, y la masa obrera sufre como nunca la pesadilla del paro, la cifra de los beneficios obtenidos por los beneficiarios del orden actual de cosas, los dueños de la Banca, es elevadísimo.

Así la tarea urgente que tienen los productores es ésta: destruir el sistema liberal, acabando con las pandillas políticas y los tiburones de la Banca."
 
José Antonio Primo de Rivera.

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( II )




FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO (II)

Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa,
Profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.

LA UNIVERSIDAD, TRANSMISORA DEL HUMANISMO MEDIEVAL


Carlomagno potenció el florecer del llamado Renacimiento Carolingio



Queremos adquirir una Idea o Figura de lo que fue la Universidad española de aquellos siglos en que España alcanzó su máximo esplendor, asombrando a todas las naciones por su poderío militar y su pujanza cultural. A partir de esa Figura de la Universidad que alcancemos a recomponer podremos establecer si la Universidad española se mostró apta o no para los destinos que hubiera tenido que desempeñar en la  conservación del Imperio. Para ello, hemos de tener en cuenta que ese modelo universitario se descompuso con el tiempo y que lo que hoy en día puede conservarse de aquello no deja de ser nada más que el nombre –Salamanca, por ejemplo- y, en el mejor de los casos, los edificios y los enseres que podrían ser considerados como material arqueológico. 


            Es obligado, pues, recomponer esa Figura que se configuró en su día y que con el tiempo, con el devenir de los siglos, se transfiguró hasta adoptar la Figura actual.



            Lo primero de todo será dilucidar, por lo pronto, la actividad a la que se aplicaban los universitarios (docentes y estudiantes) de aquella Universidad. Para ello bastará recordar las palabras del eminente historiador español D. Luis Suárez cuando nos pinta lo que se hacía en los Estudios Generales:



            Un Estudio General no era una Escuela que preparase profesionalmente a sus alumnos: simplemente comunicaba en sus aulas el saber universal. Por eso conservó en principio las viejas estructuras de Cassiodoro y san Isidoro, con las Artes Liberales. Todos los alumnos estaban obligados a seguir el “Trivium” y el “quadrivium”, propedéutica indispensable. La mayor parte de los alumnos, jóvenes solteros, beneficiarios de ayuda o lo que es lo mismo, “baccalarios” (de donde sacamos bachiller)  se conformaban con esto. Pero se estaban introduciendo enseñanzas más elevadas en los dos Derechos, civil y canónico, en la Filosofía y en la Teología, así como en el campo de la Física que abarcaba de un modo especial la Medicina [3].



            Aunque, como bien nos recuerda Luis Suárez, el Estudio General, embrión de las Universidades, “no era una Escuela que preparase profesionalmente a sus alumnos”, la Universidad era no obstante un pasaje obligatorio para recibir el acervo humanístico medieval.

           

            Con harta frecuencia se considera que no existe nada más que un “humanismo” (el renacentista), pero los estudios historiográficos nos reafirman en la idea de que el humanismo, antes de ser renacentista, fue medieval, habiéndose gestado en esa cultura sincrética que fue la inmortal Roma. No son pocos los que sostienen la errónea opinión de que el humanismo no encuentra acomodo en una época, como es la Edad Media cristiana, dado que en dicha edad es sabido que prevaleció el teocentrismo. Sin necesidad de impugnar que existió algo parecido al teocentrismo en la Edad Media, sea dicho también que el cristianismo no se opone al hombre, por colocar en el centro a Dios, puesto que lo sobrenatural nunca anula a la naturaleza, sino que la eleva.


            El “humanismo”, como ideal cultural humano, se configuró partiendo de la “humanitas” ciceroniana que, en buena medida, vertía en ese término -“humanitas”- lo que para los griegos era la “paideia” (formación cultural del hombre en grado excelente) [4]. Los hombres reducidos a las “artes mecánicas” vendrían a ser como  hombres disminuidos, según había sentenciado Cicerón en su “República”: “si muchos otros llevan el nombre de hombres, solamente lo son los que por medio de las disciplinas liberales han adquirido una cultura conveniente”. Los estudios universitarios se encargaban, pues, de hacer “hombres” en plenitud; “hombres liberales”, aptos para desempeñar tareas eclesiásticas, así como funciones administrativas subalternas.

                       

LA SOSPECHOSA CULTURA DEL GOBERNANTE


 
Alfonso X el Sabio


            Pero la Universidad, aunque se había consolidado como magnífico instrumento pedagógico desde la Edad Media, todavía no era contemplada como centro formador de elites dirigentes seculares; su primitivo vínculo con la Iglesia hacía de la Universidad un centro formador de elites eclesiásticas, si bien es cierto que no pocas veces Iglesia y Estado confundieran sus límites. Para que la Universidad –y, por extensión, el humanismo- se convirtiera en troquel de dirigentes laicos habría que aguardar al humanismo renacentista y éste, a su vez, había encontrado sus modelos clásicos a imitar –y recrear- en la antigüedad grecolatina.



            Durante el otoño de la Edad Media, todavía pesaba una prejuiciosa hostilidad contra los laicos que se aplicaban a cultivar las ciencias y, más todavía, era peor visto todavía si estos laicos eran reyes o poderosos señores. En España, el ejemplo de Alfonso X el Sabio, era proverbial.



            A este monarca se le reprochó durante mucho tiempo que el descuido de los negocios políticos, por dedicarse en extremo a los quehaceres científicos, había sido el mayor de sus errores. Por eso sobre Alfonso X el Sabio pesó la mala fama de haberse dedicado a lo que un rey no tenía que dedicarse. Sus contemporáneos y las generaciones posteriores encontraron que aquella afición desmedida por las ciencias que mostró el Rey Sabio fue más que un error, una transgresión. Una transgresión que le costaría muy cara al rey que, puesto en cuestión por una nobleza levantisca, se vio despojado de su poderío. La ciencia por la que se le apodó “el Sabio” fue la razón de las calamidades políticas de su reinado. Hoy nos podría parecer exagerado, un dislate: ¿cómo es posible considerar que la inocente afición por los estudios en un rey sea vista como su mayor pecado? Pero, pese a lo que nos pueda extrañar, así confirmamos esta impresión atendiendo a los testimonios que sobre el particular nos legaron sus contemporáneos y que repite la tradición prácticamente hasta el siglo XVII. Así se expresa Saavedra Fajardo (escribe en el siglo XVII) sobre este particular:



            Ajustó el rey don Alonso el Sabio el movimiento de trepidación, y no pudo el gobierno de sus reinos. Penetró con su ingenio los orbes, y ni supo conservar el imperio ofrecido ni la corona heredada. Los reyes muy scientíficos ganan reputación con los extraños y la pierden con sus vasallos.”[5]

Saavedra Fajardo


             Empero si estaba mal mirado un rey que se interesara por las ciencias, despreocupándose de los negocios políticos, tampoco estaba mejor visto que lo hiciera un noble. Es paradigmático el caso de Enrique de Villena (1384-1434).

            Enrique de Villena nació en una de las familias más linajudas de Castilla y por razón de su alcurnia podía pronosticarse que sería llamado a los puestos de mando más altos que un aristócrata pudiera ocupar en el Estado de su época. Y así fue, pero con un resultado poco lucido para el aristócrata en cuestión.

            Enrique de Villena, emparentado con los reyes de Castilla y Aragón, había mostrado desde su niñez una inusitada inclinación por el saber, así como unas aptitudes muy señaladas para el estudio. Y todo esto sucedía contra el parecer de su abuelo, que hacía lo posible por encaminarlo a las armas, postergando los libros; sin embargo, las tendencias de aquel niño de sangre azul no pudieron desviarse ni tampoco reprimirse: “cuando los niños suelen por fuerça ser llevados a las escuelas, él, contra voluntad de todos, se dispuso a aprender” –nos revela Fernán Pérez de Guzmán en sus “Generaciones y semblanzas”.

            Con el tiempo, Villena llegó a ser nombrado Maestre de la Orden Religioso Militar de Calatrava, pero no gozaba de prestigio entre sus conmilitones y, por eso mismo, a la menor ocasión que se les brindó le fue negada la obediencia de sus freires y terminó siendo destituido. La razón del rechazo que los nobles coetáneos sentían por él no parece ser otra que la proclividad que Enrique de Villena mostraba por los estudios: “E ansí este amor de las escrituras non se deteniendo en las ciencias e artes se dio mucho a la astrología, algunos, burlando, dizían dél, que sabía mucho en el çielo e poco en la tierra” –nos cuenta Fernán Pérez de Guzmán: se repite el chiste que se hacía con Alfonso X el Sabio, a saber: que los sabios están en las nubes y no dan ni una a derechas en lo que más importa a la política, el sentido pragmático basado en las imposiciones del realismo más crudo.

            Que Enrique de Villena se aplicara a conocer las ciencias de su época (también fue acusado de internarse en el ocultismo: alquimia y magia), que produjera una meritoria obra literaria como filósofo, poeta, médico (y, no lo olvidemos, traductor, dado que dominaba varios idiomas) no parece que le hubiera granjeado el respeto de sus contemporáneos: “E por esto fue habido en pequeña reputaçión de los reyes de su tiempo e en poca reverençia de los caballeros” -termina diciéndonos Pérez de Guzmán [6]. El caso de Enrique de Villena es elocuente: a los humanistas del siglo XIV no se les consideraba todavía aptos para tareas dirigentes y sus méritos intelectuales no eran, como después fue, motivo de admiración y respeto, sino más bien piedra de escándalo y causa de vilipendiosas e irrisorias chanzas, con el consecuente descrédito social que podía entrañar el ostracismo incluso, esto es: la “muerte civil”.

Continuará...







[3]La construcción de la Cristiandad europea”, Luis Suárez, Editorial Homolegens, Madrid, 2008, pág. 282.

[4]Introducción al estudio de la filología latina”, Víctor José Herrero, Biblioteca Universitaria Gredos, Madrid, 1976. Para el término “paideia” recomendamos el monumental volumen dedicado a ello por el erudito alemán Werner Jaeger: “Paideia: los ideales de la cultura griega”, existe traducción al español en el Fondo de Cultura Económica.

[5]Empresas políticas”, Diego de Saavedra Fajardo, edición, introducción y notas de Francisco Javier Díez de Revenga, Editorial Planeta, Autores Hispánicos, Barcelona, 1988.

[6]Generaciones y semblanzas” de Fernán Pérez de Guzmán y “Claros varones” de F. del Pulgar, Biblioteca Clásica Ebro, Editorial Ebro, Zaragoza, 1970, pp. 38-39.

domingo, 9 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( I )



FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO (I)



Por el Profesor D. Manuel Fernández Espinosa,
profesor de Historia de la Filosofía, 
especializado en Ciencia de la Cultura.



PROPÓSITO

Los grandes imperios que en la Historia moderna y contemporánea han sido se han constituido sobre la sólida base de una tradición universitaria que formaba humanísticamente a sus componentes, a la vez que los impelía a cuidarse del bien común de sus reinos respectivos. La universidad, de este modo, daba consistencia humanística a cuantos se formaban en su seno y que, a su vez, compondrían las elites dirigentes. Una vez acabados sus cursos de formación estos hombres ocupaban los puestos eclesiásticos, administrativos y políticos o se dedicaban a continuar la labor docente, pero independientemente del puesto en que fuesen destacados, las miras estaban puestas todas en el servicio al bien común, en las diversas tareas de gobierno de las instituciones capitales del reino. La universidad capacitaba a los que por ella pasaban para desempeñar cargos con la firme voluntad de tener a los hombres mejor formados e informados para sostener el poderío del reino. El ejemplo más ilustrativo serían las prestigiosas universidades inglesas, también las estadounidenses, que fueron en sus mejores tiempos auténticos centros de formación de elites.

Este trabajo no es un alarde de erudición, no queremos con él sumergirnos en la historia, como si la historia no tuviera mejor cosa que hacer que permitirnos contemplar el pasado, sin tomar decisiones. No es, por lo tanto, un ejercicio de nostalgia. Me propongo con esta indagación que recurre a la historia y a la literatura de la época averiguar ciertas cuestiones que explícitamente tienen una finalidad metapolítica.

El presente artículo consta de quince páginas. Con su elaboración me propuse realizar una inquisición, por superficial que fuese, para acceder a la vida universitaria hispánica de los Siglos Áureos, aunque fuese de modo aproximativo y haciéndome las siguientes preguntas. ¿Fueron las universidades españolas de aquende y allende el Atlántico eficaces centros de formación de elites dirigentes? La respuesta parecería dada de antemano: si no conservamos a día de hoy la unidad hispánica (me refiero a la unión hispanoamericana con la hispanoeuropea) la eficacia pareciera poca. Pero, ¿acaso por el resultado, producido tras varios siglos de unión, puede juzgarse el recorrido de la Universidad hispánica? Además de esto: ¿Qué percepción tenían de la universidad los que pasaron por ella? Esto es, aquellos grandes españoles que destacaron en la dramaturgia, la literatura y las artes de la España de los siglos XVI y XVII, ¿qué percepción tuvieron de la universidad?

Es, en cierto sentido, un viaje en el tiempo. Sirviéndome de los testimonios que la literatura nos presta he tratado de ofrecer con este artículo lo que denomino "Figura de la Universidad" en una etapa muy concreto; puede que en próximos aproches pudiera extenderse la investigación a otras etapas históricas. Vuelvo a recordar que este artículo es, en su versión original, bastante largo (repito: 15 páginas). Para facilitar su lectura he visto conveniente ofrecerlo por partes en RAIGAMBRE, pero sin abreviar en modo alguno su redacción, pues lejos de acortarlo, lo que me temo es que debiera ampliarse.


ALBOREAR DE LAS UNIVERSIDADES EN EUROPA

            A raíz de la fundación de la Universidad de Bolonia (instituida el año 1158, por mandato de Federico I) la Cristiandad se dota de una de las instituciones que, a lo largo de los siglos, nos ha venido acompañando hasta hoy, siendo en la actualidad objeto de no pocas controversias sobre su papel, sus competencias y su configuración interna. Como antecedente de las Universidades medievales podríamos referir las escuelas palatinas carolingias y, yendo más al pasado, incluso pudiéramos remontarnos al Liceo aristotélico, a la Academia platónica, o la escuela pitagórica. Pero estaremos de acuerdo en que la Universidad, tal y como la hemos heredado en sus líneas maestras, se forjó en la Edad Media. Desde entonces, la Universidad se ligará indisolublemente a la formación cultural y humana de aquellos que tuvieron la oportunidad de pasar por ella. Será más tarde cuando la Universidad se encargaría de formar profesionalmente a sus matriculados.

            Después de Bolonia, será París la ciudad en donde nazca, bajo el nombre de Colegio de la Sorbona, una Universidad que unirá las escuelas de Notre Dame, de San Víctor y de Santa Genoveva para convertirse pronto en rectora de todas las universidades europeas. Posteriormente, en las islas británicas, el Enrique II de Inglaterra fundará la Universidad de Oxford, la más antigua de las inglesas, para facilitar que los ingleses pudieran formarse en su patria, sin necesidad de ir a París para seguir lecciones. En el siglo XIV, desavenencias varias que surgieron en el seno del profesorado de Oxford, traerán consigo que un grupo de disidentes fundara la no menos prestigiosa Universidad de Cambridge. En el continente europeo se van fundando otras Universidades: la de Padua, la de Nápoles, la de Toulouse, la de Praga, la de Viena, la de Heilderberg o la de Colonia.

Fachada de la Universidad de Salamanca


ALBOREAR DE LAS UNIVERSIDADES EN ESPAÑA

            En la península Ibérica la primera institución que puede aspirar a homologarse con lo que es el floreciente fenómeno universitario europeo es el Estudio General de Palencia, fundado entre los años 1208 y 1212, bajo el reinado de Alfonso VIII de Castilla. Pero el Estudio General de Palencia no duró mucho y ni siquiera el socorro pontificio de Urbano IV, en el año 1263, consistente en concederle a la institución palentina los mismos privilegios de que gozaba la parisina, surtió efecto: la extinción del Estudio General de Palencia se hizo irremediable. Mientras tanto, el rey Alfonso IX de León había fundado, allá por el año 1218, la “Universitas Studii Salmanticensis”. Alfonso X el Sabio protegió el Estudio Salmantino y le otorgó su Estatuto en 1254. En el año 1255 el papa Alejandro IV concedió la validez universal a los títulos de Salamanca y el uso de un sello propio. Con la extinción del Estudio General de Palencia, la superviviente universidad salmanticense se convirtió en la Universidad más antigua de la Península Ibérica.

            No obstante, pese al timbre de Salamanca, continuarían erigiéndose otros centros docentes sobre suelo hispánico que, con el correr del tiempo, llegarían a instituirse como Universidades. Tal fue el caso del Estudio de Valladolid (1292) o, corriendo el año 1499, el Estudio de Escuelas Generales de Alcalá de Henares se convertirá en Universidad Complutense, teniendo antecedentes en una Carta Real de Sancho IV; aquellas Escuelas Generales de Alcalá, merced a los desvelos e impulso del Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, lograron la Bula Pontificia del Papa Alejandro VI y surgió una de las Universidades españolas más relevantes de todo el tejido universitario español.

            Si la Universidad de Salamanca ofrece el aspecto de bastión inexpugnable de la tradición, la de Alcalá de Henares podría percibirse como la universidad renacentista española por antonomasia: lo que sería parecido a afirmar que en Salamanca se afianzaba el conservadurismo, mientras que en Alcalá de Henares abría brecha lo moderno renacentista. Pero ver así las cosas es simplificar y faltar a la verdad.

            Pese a ser la Universidad de mayor solera, los de Salamanca contrataban al profesorado que fuese menester, sin preferencias “ideológicas”, si ello redundaba en ofrecer una enseñanza acorde con las exigencias de la época. Lo demostraron los de Salamanca con creces cuando, en los primeros días de octubre del año 1508, el claustro acordó que fuesen instituidas en Salamanca las cátedras de nominales de lógica, filosofía natural y teología: “Abrir la puerta al nominalismo significó una libertad de opinión mucho mayor de la que existía y significó poner de moda en Salamanca a los autores que se leían en París, sobre todo en el Colegio de Monteagudo, y la enseñanza paralela de todas las vías o veredas que explicaban los grandes problemas de teología y filosofía" [1].

            Los Reyes Católicos no se hartaron nunca durante su reinado de otorgar nuevos privilegios a las universidades españolas. El benéfico patronazgo real de Isabel y Fernando se plasmó incluso en la emblemática fachada plateresca de la Universidad de Salamanca. Sus sucesores, los católicos reyes de España, seguirán propulsando con su amparo y patronazgo regios las Universidades españolas.

            La salmantina, la vallisoletana y la complutense serán las principales Universidades españolas, sin que podamos olvidar a otras prestigiosas Universidades que irán emergiendo, como la de Santiago de Compostela (1495), la de Valencia (1500), la de Sevilla (1500) o la de Granada (1531). Las mencionadas eran y son capitales y ciudades españolas que por su emplazamiento geográfico y por su acendrada tradición eran a la sazón núcleos estratégicos de la vida religiosa, económica y política, pero lo más digno de ponderar es que, en esos siglos espléndidos para España, no serán las ciudades de rango las únicas que sean dotadas con Universidad en exclusivo, pues lo que poderosamente llama la atención es que en aquel tiempo asistimos a la formación de Universidades en ciudades mucho más modestas: son los casos de Baeza (Jaén; en el año 1542) u Osuna (Sevilla; en el año 1548).

El Cardenal Cisneros da instrucciones para la construcción del Hospital de la Caridad de Illescas. (Toledo),
pintura de Alejandro Ferrant (1844–1917)





ALBOREAR DE LAS UNIVERSIDAD EN HISPANOAMÉRICA




Mientras se fundan Universidades en España, Hispanoamérica también se dota de sus primeras Universidades. Es importante hacer notar que ninguna potencia imperial, salvo España, fundó universidades en sus territorios “coloniales”; la razón de lo cual habría que ir a buscarla en el “humanismo español”. En la concepción que, desde sus orígenes y hasta la llegada del aciago, disolvente y pernicioso siglo XVIII, tenía España de lo que por ahí se denomina alegremente sus posesiones no cabía en un principio la distinción entre metrópoli y colonia: los territorios de Hispanoamérica bajo la Corona española de los Austria no eran considerados como colonias, sino que eran una prolongación de la misma España en el Nuevo Mundo, allende el Atlántico: era la España de Ultramar.

            La primera de las universidades iberoamericanas fue la Real y Pontificia Universidad de San Marcos en Lima, fundada por “cédula real” en mayo de 1551. Le siguieron la Real y Pontificia Universidad de México, en septiembre de 1551. Con anterioridad a estas –parece ser que estaba aprobada en 1538, pero no obtuvo el reconocimiento oficial- se había puesto en marcha la Universidad de Santo Tomás de Aquino en Santo Domingo.

San Ignacio de Loyola


            Los modelos en que se inspiraron las primitivas universidades hispanoamericanas fueron Salamanca y Alcalá de Henares. Existía en la Universidad de aquel entonces un grueso de alumnos que cursaban para eclesiásticos y también es digno de notar la profusión de religiosos dominicos, franciscanos, carmelitas y agustinos, sin que olvidemos la presencia de los padres de la Compañía de Jesús.

            Estos últimos, los ignacianos (el término "jesuita" que se popularizó fue en su origen un vocablo peyorativo) se convertirían en una elite docente cuyo cometido era, a su vez, formar elites. Alan Bullock escribió: “Irónicamente, la única cosa que tuvieron en común Lutero y San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, y que dejarían como legado a sus seguidores, fue su creencia en la importancia de la enseñanza y su insistencia en el alto valor de la formación clásica”(2). Esta coincidencia no constituye, como quiere Bullock, un rasgo irónico, sino que más bien nos muestra la inteligencia de dos antagonistas (Lutero y San Ignacio de Loyola) que, cada cual a su manera, apreciaron la tradición humanística que fue calando y transformando las universidades medievales y pretendieron, con gran éxito, transformar esa nueva cultura que alboreaba en una óptima arma pedagógica, en un tremendo instrumento para el proselitismo de sus respectivas causas.

            En España era normal que lo que hoy llamaríamos “enseñanza primaria” y “enseñanza secundaria” fuesen impartidas en las escuelas y estudios que estaban a cargo de la Compañía de Jesús. Ahí se preparaba a los niños con todo lo preciso, para que los que aspiraran a la Universidad pudieran pasar a ella. Como ejemplos, pongamos, siquiera muy someramente, el currículo de dos de los más egregios dramaturgos españoles. Lope de Vega cursó sus primeros estudios en el Colegio de los Teatinos, dirigido por los jesuitas, para más tarde promocionar a la Universidad de Alcalá de Henares y, luego, a la de Salamanca. Pedro Calderón de la Barca tuvo una trayectoria semejante: estudió en el Colegio Imperial de los Jesuitas, después ingresó a la Universidad de Alcalá de Henares y, más tarde, pasaría a la de Salamanca.

Continuará...


[1] "La “suposición” de los términos en Juan de Oria y otros lógicos salmantinos (1510-1535)”, Vicente Muñoz Delgado, en “Estudios Teológicos, Filosóficos y Socio-Económicos”, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1986, pág. 335.

[2] “La tradición humanista en occidente”, Alan Bullock, Alianza Editorial, Madrid, 1989, pág. 43.



EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS REINARÁ EN ESPAÑA

«Reinar en España es cosa nacional, no privada; reinar con más veneración que en otras partes es declarada predilecta entre todas las Naciones; tanto si se toma la frase en el sentido activo como en el pasivo, que supone en los ciudadanos españoles una gracia otorgada y correspondida. España, así, hará “suyo” a Dios.

Esto nos obliga a mucho. Las promesas del Señor no son fatalismos de tramoya que han de suceder, ocurra lo que ocurra, y procedan como procedan los favorecidos con ellas. La omnisciencia Divina es prenda de que lo prometido se convertirá en realidad; pero el hecho lleva consigo la condición cumplida de la correspondencia por el hombre. Cada español debe pensar que a él se le pide ese cumplimiento; y debe proceder como si de su actua
ción dependiese la salvación de su Patria mediante el reinado social de Jesucristo.

¿Obliga ello a mucho? ¿Obliga a poco? No creo que sea ésta materia que nos detenga en el camino. Al término del mismo, aparece rutilante y bella, espléndida y envuelta en un halo de felicidad, la Madre, la que nos engendró espiritual y civilmente, la que nos dio su idioma para que nos comunicásemos nuestros pensamientos, la que nos entregó los tesoros de su ciencia, alimento de nuestras inteligencias; la que nos envolvió en la gloria de su Tradición; la que por sus teólogos y filósofos nos señaló los caminos infalibles para llegar a Dios y a la Verdad; la que educó nuestra sensibilidad; la que nos dio un sen
tido de la vida; España, en fin, que alza los estandartes benditos en que campea el Sagrado Corazón de Jesús»
 

Víctor Pradera, “Término del camino”, El Siglo Futuro, Madrid, 8 de junio de 1934.

EL ABUELO DEL PATIO


-Estén atentos al videoclip y a la letra. Como siempre, Ecos del Rocío da en el clavo, apuntando emocionalmente hacia muchos hechos cotidianos. En este caso está desgraciadamente de rabiosa actualidad la impunidad de la delincuencia.Y en ello ahondan con su calidad musical. Pasen, vean y oigan.

EL MARXISMO FUE UN MOMENTO DEL NEOCAPITALISMO




"Podemos decir, pues, que Occidente es la secularización plena del marxismo, al mismo tiempo que su perfecta realización. Ha sido el capitalismo quien ha absorbido al comunismo, sirviéndose de él para borrar la sacralidad religiosa y la sacralidad nacional, llegando así a un objetivo que no hubiera podido alcanzar de ninguna otra forma".

Augusto del Noce.