EL AMOR ES LO QUE DEFINE A LOS HÉROES
"Porque unos gracias a este don [el de la fortaleza, dada por el amor]
con fuerte espíritu por lo honesto,
por la patria o por la religión afrontan los peligros y la muerte".
(Marsilio Ficino,
"De Amore. Comentario a "El Banquete" de Platón")
Manuel Fernández Espinosa
Conviene mucho a esta indagación que empecemos diciendo que lo que popularmente se entiende por "amor platónico" no es más que la vulgarización o, todavía peor, las tergiversaciones vulgarizadas, de uno de los temas centrales del platonismo. Nunca la filosofía fue más filosofía (en su sentido etimológico: "amor por el saber") que con Platón, pues es el amor la fuerza que propulsa toda la obra platónica. Las divisiones que con objeto didáctico se han hecho de su obra: metafísica, epistemología, psicología, cosmogonía... pueden servir al estudiante para iniciarse en Platón, pero han de quedar superadas cuando se ha leído la obra completa, accediendo al núcleo esencial de este monumento inmortal del pensamiento universal que, a pesar del paso de los siglos, sigue vigente.
El amor platónico no será, por lo tanto, como por ahí piensan algunos profanos, el "amor idealizado" (y, por "idealizado", imposible), ni el "amor casto y ajeno a todo deseo de contacto carnal", tampoco el amor homosexual/homoérotico, aunque en la Atenas de Platón éste era una lacra. El pensamiento platónico, siendo tan complejo y difícil en su núcleo, se ha mostrado tan versátil que hasta ha dado algunas de las más recurrentes imágenes de nuestra cultura; valga mencionar la peregrina idea de "la media naranja" que no es más que una lectura superficial del mito del andrógino, presentado en "El banquete" por boca de Aristófanes.
Muy acertadamente, Camilo José Cela escribía: "Al limitar el amor a pasión del alma -y sólo del alma- los intérpretes creadores del pseudomito del amor platónico cayeron en dos reducciones: la de convertirlo en amor pederasta, ya que la satisfacción del amor no más que a través del alma se dirigía hacia el efebo, signo natural de la belleza, y la que, como secuela, producía la falsa consecuencia de que el amor hacia el joven se perfeccionaba como finalidad con la eclosión de los bellos sentimientos y los bellos pensamientos, para llegar al éxtasis erótico en la contemplación de la eterna belleza. Algunos glosadores, atendiendo sólo al final de esta tergiversación, llegaron a proponer la idea de que el amor platónico era la contemplación idealizada de la belleza femenina".
El amor estéril (y todos los supuestos "amores" hasta aquí presentados, vulgarizaciones del "amor platónico") son, en definitiva, "actividades" estériles y, como tales, serán por lo tanto lo más contrario al concepto platónico del amor, pues decir "amor estéril" es un flagrante oxímoron. Pero, habiéndonos cuidado de poner a un lado desdeñosamente todas esas falsificaciones causadas por la ignorancia o el interés enfermizo, nuestro tema aquí y ahora es acceder a una de las dimensiones del amor platónico que menos atención han recibido, lo cual nos puede parecer increíble, puesto que Platón insiste constantemente en ello; no obstante, que esta dimensión del amor no haya sido puesta de relieve con la importancia que se debiera, nos extrañará menos teniendo en cuenta los prejuicios acumulados por las vulgarizaciones más arriba apuntadas, así como la clamorosa falta de lectores capaces de superar una mentalidad depauperada, ese reduccionismo al sujeto en que consiste la modernidad toda (la mentalidad contemporánea, todavía lastrada por el romanticismo -y, todavía peor, por el romanticonerío- es una forma moderna de inteligir y sentir degradados, el postmodernismo no es más que la postdegradación).
Platón no sufría de ese achaque del subjetivismo, por eso cualquier aproximación subjetiva al pensamiento platónico se mostrará totalmente inepta para captarlo en toda su profundidad. Para comprender a Platón hay que ser premoderno. El amor tiene en Platón, como no podía ser menos y así lo tiene todo en su obra, un auténtico compromiso con la "polis". El amor no puede ser ajeno a lo político. Esto lo podemos ver aquí y allá en toda su producción, desde "La República" hasta el "Fedro", sin dejar de pasar por "El Banquete" que es el diálogo consagrado, dicho en un sentido fuerte, al "amor". Aunque los discursos de Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y Agatón (y hasta la irrupción de Alcibíades) ha dado munición a místicos y poetas de todas las épocas por los poderosos mitos evocados, haremos bien en identificar el pensamiento que Platón tiene sobre el amor con lo que expone Sócrates, evocando a la misteriosa Diotima la de Mantinea, personaje que se ha demostrado histórico al descubrirse una estatua dedicada a ella, mujer que parecía cumplir la función de hierofante de misterios sagrados y a la cual reconoce Sócrates como su iniciadora en la teoría del amor. En lo esencial, el concepto del amor que sostiene Platón, por boca de Sócrates, es lo que resume magistralmente D. Antonio Tovar en estos renglones: "El amante busca alcanzar el bien, para con él lograr la felicidad, pero ¿de qué modo quiere alcanzar el bien? Para hacerlo propio, esto es lo esencial. Como que busca en el bien la mitad de sí mismo, un complemento que hará suyo para siempre. En él ve una suma de bienes y felicidad que es el incentivo del amor. Pues el objeto del amor es el bien, y esencial en el amor es el logro perpetuo de ese bien".
Diotima alude enigmáticamente a una iniciación de índole mistérica: "en cuyos misterios, Sócrates, -dice Diotima- también tú podrías iniciarte. Pero en los ritos de iniciación perfecta y en las supremas revelaciones, que constituyen la finalidad de aquéllos si se procede correctamente, no sé si serías capaz de iniciarte", podríamos suponer algo parecido a los misterios eleusinos, dionisíacos u órficos, pero lo más llamativo es que Diotima presuma que Sócrates no pueda acceder a los "ritos de iniciación perfecta y en las supremas revelaciones", lo que ha dado lugar a una profusa polémica entre especialistas en Platón. Sin embargo, Diotima trata de conducir a Sócrates hasta el núcleo de estos misterios y nos lo representa como una gradación: "En efecto, -sigue diciendo Diotima- éste es el camino correcto para dirigirse a las cuestiones relativas al amor o ser conducido por otro: con la mirada puesta en aquella belleza, empezar por las cosas bellas de este mundo y, sirviéndose de ellas a modo de escalones, ir ascendiendo continuamente (...) y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y a partir de los conomientos acabar en aquél que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca por fin lo que es la belleza en sí. En ese instante de la vida, querido Sócrates -dijo la extranjera de Mantinea-, más que en ningún otro, vale la pena el vivir del hombre: cuando contempla la belleza en sí". Una belleza que más abajo nos presenta Diotima como: "limpia, pura, sin mezcla, sin estar contaminada de carnes humanas, de colores y de otras muchas naderías mortales" y, lo dice: divina.
Bien leído, el discurso de Sócrates, trayendo al simposio las palabras de Diotima, está respondiendo a todos los que han intervenido previamente. Por ejemplo, Fedro sostenía una idea del Eros como incitador al amor honorable, pues el amor sería para Fedro: "Lo que, en efecto, debe guiar durante toda su vida a los hombres que tengan intención de vivir noblemente (inspirando) la vergüenza ante las feas acciones y el deseo de honor por lo que es noble, pues sin estas cualidades ni una ciudad ni una persona particular pueden llevar a cabo grandes y hermosas realizaciones." A lo que parece decirnos Sócrates que no sólo es eso, aunque también es eso.
Incluso en el diálogo "Crátilo" nos vino a decir que del "amor" (eros) nacieron los "héroes" (marcando la semejanza entre las palabras griegas "eros" y "héroe"), llegando a afirmar que: "Esto [el amor] es lo que define a los héroes". Sabido es que en este diálogo nuestro Platón etimologiza a su gusto, pero "se non è vero, è ben trovato". El amor platónico, de estirpe divina y siempre dirigido al bien, sólo puede engendrar héroes, nunca patéticos idealistas incapaces de poner por obra lo que cuajan en sus mentes autosuficientes y estériles.
El ascenso místico de los "cuerpos bellos" a las "bellas normas de conducta" nos está poniendo de manifiesto la dimensión política del amor. El amor no puede quedar fijado en lo visible, sino que debe remontarse hasta su fuente divina, el Bien en sí, la Belleza en sí, nuestro Dios (todavía hay gente -profesores de filosofía incluidos- que no se han enterado de que lo más parecido al Dios cristiano en Platón no es el demiurgo del "Timeo", sino la Idea suprema del Bien en sí/Belleza en sí). Las "bellas normas de conducta" serán reconocidas como un escalón superior al de la belleza que podamos hallar en los seres visibles, aunque esté subordinada al escalón de la ciencia (dianoia -conocimiento discursivo- y noesis -inteligencia). Que las normas de conducta sean consideradas en el discurso del amor, repito, parece que ha dejado impávidos a cuantos han leído "El Banquete". Para poder explicarlo, baste recordar que "Los poetas y los legisladores son uno y lo mismo en la pedagogía que sus obras representan" -escribía Werner Jaeger. En la poesía y en la filosofía política está la "paideia" que, como Jaeger, dice: "brota del eros (amor) para convertirse en areté (virtud)". El amor platónico no queda, pues, reservado al ámbito de lo privado, pues lo mismo que hombre y mujer por amor natural fundan familia, ese amor rebosa los límites domésticos para imponer "normas de conducta" públicas que establezca el orden social y político. La reducción del amor al terreno privado (perpetrada con la burguesía incipiente desde el Renacimiento) ha supuesto una considerable merma que ha traído como consecuencia que, en la sociedad que ha sufrido de este achaque burgués, las familias hayan quedado autocomplaciéndose en su felicidad hogareña, mientras que siniestros individuos y grupos organizados de muy dudosa e invertida moral han ido ganando el espacio público, imponiendo en lo social una anormalidad que incluso ha llegado a plasmarse en la legislación, es algo que salta a la vista en nuestro deplorable y desgraciado mundo occidental.
Los que mejor interpretaron el concepto de amor platónico fueron los grandes filósofos cristianos medievales. Estos, guiados por el magisterio de Dionisio Areopagita y San Agustín de Hipona, aunque clérigos -de la casta orante- llegaron a profundizar en la doctrina platónica con frutos que no tardaron en derramarse generosamente sobre la casta de los guerreros y estos encontraron en ello la razón que sublimaba su actividad bélica, lo mismo en las Cruzadas que en las hazañas caballerescas de los tiempos de la caballería andante y el amor cortés (aunque éste fuera objeto de desviaciones gnostizantes). El amor platónico, con su dimensión política y a salvo de las tendencias reduccionistas y pervertidoras, puso en su lugar adecuado el impulso heroico de los caballeros por sus damas y por el orden social. Se estableció el amor, según el orden natural, marcando la heterosexualidad al no encontrar nada más que exclusivamente en lo "femenino" el ideal de todo hombre bien nacido (librando a los varones de la depravación pederástica que sufrian los griegos paganos). Y la mujer fue la primera beneficiaria de la alta especulación mariológica de nuestros teólogos medievales, que inspirados por la Santísima Virgen María, encontró en la Virgen María el modelo más sublime de toda criatura humana.
BIBLIOGRAFÍA:
Platón: Obra completa.
Cela, Camilo José, "Enciclopedia del erotismo".
Tovar, Antonio, "Un libro sobre Platón".
Jaeger, Werner, "Paideia".
Ficino, Marsilio, "De Amore. Comentario a "El Banquete" de Platón".