Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Es curioso cómo, a pesar de las diferencias que ya harto nos separan, todavía hay coincidencias más que sorprendentes entre los pueblos ibéricos y berberiscos. Por ejemplo: Una vez que se dice que no, es que no, y quien intenta "negociar" o cerdear, está incurriendo en una falta de palabra y respeto, haciéndote pensar que el individuo pesado de turno te hace una persona sin criterio. Por otra parte, no se entiende el concepto de "hablar por hablar". Desde vascos a tuaregs se han conservado actitudes parecidas, y no creo que sea casualidad.
Otrosí, decía el sociólogo y filósofo Walter Schubart en su interesantísima obra Europa y el alma del Oriente (1) que, de los pueblos europeos meridionales, el español es el más parco en palabras, y que como el ruso (comparaba mucho a rusos y españoles, y creo que muy bien), participa de la cultura y el valor del silencio. Creo que todo va relacionado; pero claro, estoy hablando en clave pre-progre, porque en la muy moderna España, con esta brutal mutación social y mental que hemos padecido, asimismo hemos perdido el valor y la cultura del silencio, y como consecuencia, no sabemos sino hacer escándalo.
Sin el valor y la cultura del silencio no se entendería esa España monástica y mística que arranca de las profundidades del Medioevo y se extiende casi hasta nuestros días, inspirando un temperamento, un arquetipo, una ilusión, una épica, una ética, un estilo.
Sin el valor y la cultura del silencio, no hubieran salido toda esa suerte de frailes y soldados que, con rudeza y audacia, se lanzaron a la conquista como supremo ideal de vida, desde Covadonga a los Andes.
Sin el valor y la cultura del silencio, no se puede disfrutar del eco que provocan en nuestros montes las múltiples y hermanas flautas y gaitas que de norte a sur nos pueblan y conmueven.
Sin el valor y la cultura del silencio, no hubieran salido toda esa suerte de frailes y soldados que, con rudeza y audacia, se lanzaron a la conquista como supremo ideal de vida, desde Covadonga a los Andes.
Sin el valor y la cultura del silencio, no se puede disfrutar del eco que provocan en nuestros montes las múltiples y hermanas flautas y gaitas que de norte a sur nos pueblan y conmueven.
Con todo, también pasa que en las grandes ciudades es imposible el silencio. Ojo: No digo que los pueblos sean paradisíacos. De hecho, en el mundo moderno, los pueblos son todavía más golfos que las ciudades. Pero todavía se puede disfrutar del silencio y del campo. Quien no conoce esto, no sabe lo que es vivir a gusto, ni sabe que es pensar profundamente, ni conoce las honduras del alma de nuestra malherida patria.
NOTA:
(1) Recuérdese:
No hay comentarios:
Publicar un comentario