Toledo |
LA CONGREGACIÓN DE LA NUEVA RESTAURACIÓN
Manuel Fernández Espinosa
LA VIDA ES SUEÑO
Desde los tiempos primitivos el sueño ha desempeñado una función muy importante en las culturas tradicionales. Grandes intérpretes de sueño nos encontramos en el Antiguo Testamento, como es el profeta Daniel pongo por caso; y grandes tratadistas clásicos como Artemidoro fueron avezados pioneros en interpretarlos. Luego vino el cocainómano y pansexualista Sigmund Freud y la interpretación de los sueños será bestialmente secularizada y la hermenéutica onírica, ahora en aras de una presunta terapéutica, se convertirá en lo que se convierte en manos de ese sectario reduccionista. Carl Gustav Jung, aunque sospechoso de gnóstico, escapará a la perversión del freudismo.
Uno de los episodios más recónditos de la historia "mística" de España lo constituyen los sueños de Lucrecia de León y la sesgada interpretación que de ellos hiciera el círculo conspirativo de D. Alonso de Mendoza que, por decantarse contra Felipe II, fue purgado. Y teniendo presente que la “Pérdida de España” nos amenaza desde siempre, aproximémonos a este episodio histórico para sacar lección de él.
LA CONGREGACIÓN DE LA NUEVA RESTAURACIÓN
Una oscura muchacha iletrada, Lucrecia de León, la mayor de cinco hermanos y nacida en octubre de 1568, es la protagonista de este episodio. Desde niña empezó a manifestar un miraculoso don por el cual era capaz de soñar eventos que sucedían en el futuro, interpretando sus propios sueños con agudeza pasmosa. Estas dotes sorprendieron a sus allegados por los muchos aciertos que hallaban en la realidad sus pronósticos. Su padre llegó incluso a azotarla por ello.
La familia de Lucrecia tenía cierta relación con D. Alonso de Mendoza, segundón del Conde de Coruña y descendiente de un hermano del Cardenal Cisneros. D. Alonso era titular de la cátedra de Sagrada Escritura de la Universidad de Alcalá de Henares, hasta que pasó como magistral a la sede de Toledo. D. Alonso de Mendoza no era ajeno a la ciencia alquímica y a diversas magias, por lo que siempre andaba con otros oniromantes como Piedrola. Cuando supo de Lucrecia, Mendoza se interesó por los sueños –supuestamente proféticos- de aquella muchacha y no le fue difícil captarla con el propósito de aprovechar esa presunta “información privilegiada” que Lucrecia pudiera proporcionarle, relativa al siempre incierto futuro. Pero Mendoza lo hacía, eso sí, con fines políticos. Encomendó Mendoza la dirección espiritual de la muchaca a fray Lucas de Allende (franciscano que gozaba de la privanza del traidor Antonio Pérez), y así fue como fray Lucas se convirtió desde entonces en confesor y transcriptor de los sueños de ésta.
Los sueños de Lucrecia fueron objeto de las tertulias más significativas de la corte. Juan de Herrera, arquitecto del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, se convirtió en un entusiasta de los sueños de la joven y, como él, personalidades tan señaladas como fray Luis de León también compartieron el interés por los vaticinios que del porvenir se hacían en las transcripciones que de los sueños de Lucrecia realizaba fray Lucas de Allende, ayudado por un soldado retirado llamado Domingo Navarro que terminó enamorado perdidamente de la joven.
La muerte de la reina Ana de Austria (1580) y el desastre de la Armada Invencible (1588) fueron profetizados en los sueños de Lucrecia, lo que concitó todavía más el interés del grupo que animaba D. Alonso de Mendoza alrededor de esta Casandra madrileña y analfabeta. Los sueños de Lucrecia se irán haciendo cada vez más apocalípticos, conformando toda una colección de malos présagos para España. A partir de ellos se empieza a hablar en el grupo de seguidores de una Nueva Pérdida de España (como la ocurrida en tiempos de D. Rodrigo, al 711). Es por ello que D. Alonso de Mendoza constituye, con el grupo de seguidores, la Congregación de la Nueva Restauración. Esta entidad cuasi secreta estaba convencida de la inminente invasión que España sufriría. Se pensaba que en una acción conjunta y coordinada por todos sus acérrimos enemigos, España sería asolada: los franceses desde el norte (el Aquilón), los ingleses por la fachada atlántica y los moros desde el sur y levante aterrarían el suelo ibérico, la Península sería otra vez perdida y estragada. Según estas profecías, Felipe II caería en esta conflagración –y con Felipe II, toda la dinastía de Austria sería borrada de España. Sólo unos pocos –como D. Pelayo y los suyos lo hicieron en Covadonga- podrían salvarse, siempre y cuando pusieran los medios adecuados. Estos consistían en buscar un escondite subterráneo y allí encubiertos en lo profundo aguardar la hora propicia para restaurar de nuevo el Reino Perdido.
LA CUEVA DE SOPEÑA
A la tarea se empeñó el mismo Juan de Herrera, el arquitecto de Felipe II que ayudó con su experiencia profesional como arquitecto y no escatimando tampoco su donativo para financiar los proyectos de la organización. Se escogió una cueva en las proximidades de Toledo, la Cueva de Sopeña, y los secuaces de D. Alonso de Mendoza, fieles a la interpretación de los sueños de Lucrecia, comenzaron a horadar la cueva elegida, hasta allí llevaron abastos, acumularon municiones y armas, y esperaron la hora de pasar a lo secreto y saltar, en su momento, a emprender la nueva restauración de España, toda vez se consumaran las visiones oníricas de Lucrecia. Cuando Felipe II se percató de los vuelos que estaba tomando esta “congregación” no escatimó recursos y lanzó al Santo Oficio a la averiguación de lo que los miembros de esta organización se traían entre manos. Todos dieron con sus huesos en los calabozos de la Inquisición allá a finales de 1589 y principios de 1590.
Juan Miguel Blázquez publicó en 1987 un estudio muy recomendable sobre este asunto: Sueños y procesos de Lucrecia de León. El tema ha ocupado a algunos eruditos por lo estrafalario que todo ello suena, pero pocos son los que saben la trascendencia que este asunto llegó a adquirir en su época.
Fray Luis de León |
FRAY LUIS DE LEÓN Y LA ESCONDIDA SENDA A LA CUEVA DE SOPEÑA
Decíamos más arriba que el agustino Fray Luis de León (1527-1591) no era ajeno a los sueños de Lucrecia de León, el particular oráculo de D. Alonso de Mendoza y sus secuaces de la “Congregatio”.
La figura de Fray Luis de León ha sido convenientemente usada por nuestros ilustrados más reacios a la Santa Iglesia Católica, con el propósito de esgrimir el encarcelamiento de tan egregio poeta. En ese episodio todavía por esclarecer, los detractores de la Iglesia encontraron ya en el siglo XVIII la carnaza suficiente como para presentar esa imagen que tanto les interesaba: la de una España “secuestrada” por la Inquisición. Fue Nicolás Antonio el primero en hablar, especulando sobre una referencia poética de Fray Luis, de ese episodio de la cárcel que sufriera el gran poeta conquense; pero sería Gregorio Mayáns el que por vez primera buscaría el proceso inquisitorial de Fray Luis de León, con el propósito de municionarse contra la “ortodoxia pública” en ese tiempo marcada por el Santo Oficio; la información la empleará en un libro editado en 1761. A partir de la Ilustración, Fray Luis de León se convertirá en icono de la intelectualidad perseguida por la Inquisición más obtusa y oscurantista. Y el mito cobrará tal envergadura que a todos los que tuvimos buenos profesores de Literatura nos será contada aquélla famosa anécdota en la que, una vez libre y restituida su cátedra, Fray Luis de León empieza a impartir la primera lección tras los años de presidio diciendo aquello de: “Como decíamos ayer…”.
Pero no es cuestión ahora de centrarnos en ese capítulo de la biografía de tan eximio poeta. Quiero más bien aportar algunas estrofas, versos e indicaciones sobre su obra poética que muestran, en verdad, un grande proximidad con la temática preferida por la “Congregación de la Nueva Restauración” y los presuntos sueños proféticos de Lucrecia. Entremos en materia.
Según su editor, Juan Francisco Alcina, la Oda VII es anterior a su confinamiento carcelario y el mismo editor nos la hace coetánea de la Oda XX que también comentaremos siquiera sucintamente. La Oda VII se presenta con el título de “Profecía del Tajo”, lo que ya es toda una pista; pues será a orillas del Tajo -el escenario en que tiene lugar la acción de esta composición poética- en donde los hombres de D. Alonso de Mendoza buscarán la cueva de la salvación. En una prosopopeya magnífica, el Río Tajo cobra voz y advierte a D. Rodrigo -que “folgaba” con la Cava a su ribera- el aciago porvenir:
“Llamas, dolores, guerras,
Muertes, asolamiento, fieros males,
Entre tus brazos cierras;
Trabajos inmortales
A ti y a tus vasallos naturales”
La Oda VII, presentada como una profecía que el mismo Río Tajo revela al Rey D. Rodrigo, toma un tema propio de nuestro Romancero, es cierto, que se remonta a las profecías de San Isidoro de Sevilla; pero, no obstante, tengamos en cuenta la afinidad que esta histórica “Pérdida de España” -la de 711- mantiene con la “Segunda Pérdida de España” -la que se desprendía de la transcripción de los sueños de Lucrecia de León.
Fray Luis nos presenta a las hordas agarenas invadiendo España, sin ahorrar acentos apocalípticos:
“Oye que al cielo toca
Con temeroso son la trompa fiera,
Que en África convoca
El Moro a la bandera,
Que al aire desplegada va ligera.
La lanza ya blandea
El Árabe cruel, y hiere el viento,
Llamando a la pelea:
Innumerable cuento
De escuadras juntas veo en un momento.
Cubre la gente el suelo…”
El Tajo que avisa de la inminencia de los invasores islamitas, exhorta a D. Rodrigo de esta guisa, apremiándolo para que abandone pronto el regalo de los brazos de la Cava y haga lo que le demanda el venerable Padre Tajo:
“Acude, acorre, vuela,
Traspasa el alta sierra, ocupa el llano;
No perdones la espuela,
No des paz a la mano,
Menea fulminando el hierro insano.”
La otra Oda que queremos traer a consideración es la Oda XX que por título, en la edición que manejamos, lleva el de “A Santiago”. El especialista que preparó la edición que manejo nos la ubica en el tiempo, haciéndonosla inmediatamente posterior en su redacción a la “Profecía del Tajo” de la que nos hemos ocupado más arriba. En su título se invoca a Santiago Matamoros como protagonista de nuestra Reconquista -de nuestra "Nueva Restauración"-, y cuyas hazañas merecen loor eterno:
“y fueran sus azañas
Por mí con voz eterna celebradas,
Por quien son las Españas
Del yugo desatadas
Del bárbaro furor, y libertadas;”
Un mensaje trágico se lanza a España, tras alabar al Boanerges:
“Y tú, España, segura
Del mal y cautiverio que te espera,
Con fe y voluntad pura
Ocupa la ribera:
Recebirás tu guarda verdadera;
Que tiempo será cuando,
De innumerables huestes rodeada,
Del cetro real y mando
Te verás derrocada,
En sangre, en llanto y en dolor bañada.”
La invasión que se anuncia en estos versos procede del Mediodía, esto es: del Sur, de la siempre amenazante África, la misma que en los sueños de Lucrecia de León era señalada como una de las enemigas de España que, concertada con el francés y el inglés, darían el asalto en la “Segunda Pérdida de España”.
El poeta invoca la intercesión de los cielos:
“Cielos, so cuyo amparo
España está: ¡merced en tanta afrenta!
Si ya este suelo caro
Os fue, nunca consienta
Vuestra piedad que mal tan crudo sienta.”
Pero, la llamada de auxilio es en vano: la sentencia –dice el poeta- está esculpida en “tabla de diamante”: grabada en caracteres indelebles sobre una materia imposible de alterar, fatalmente destinado para España está este destino de perderse:
“España en breve tiempo es destruida”.
Pero el Santo Apóstol Yago cierra en batalla a favor de España y así recobran los españoles exhaustos de sufrir opresión el aliento perdido. Y se nos pinta la gloriosa entrada en batalla del Apóstol Glorioso Señor Santiago con imágenes asaz vivaces y plásticas:
“Como león hambriento,
Sigue, teñida en sangre espada y mano,
De más sangre sediento,
Al Moro que huye en vano;
De muertos queda lleno el monte, el llano.”
Santiago es “gran prez”, “escudo fiel”, “celestial guerrero” de España, el Apóstol Santo y Guerrero que vence africanos infieles y bárbaros. La espada de Santiago es invencible y su milicia celestial imparable.
Sabiendo la relación que tuvo Fray Luis de León con la “Congregación de la Nueva Restauración” y las tesis que ésta congregación sostenía sobre el futuro de España, podemos interpretar estas dos Odas de la producción de Fray Luis de León como recordatorio y, algo más, como insinuación al lector de la amenaza africana que retorna bajo figura de una “Segunda Pérdida de España”. El caudillaje providencial que se le otorga a la celestial intervención de Santiago Matamoros es un elemento con el que quiere contar Fray Luis de León, lo hace con el propósito de alentar a los que, sabedores del oráculo onírico de Lucrecia de León, temían que esa “Segunda Pérdida de España” se avecinase sobre ellos en breve.
Nota bibliográfica: Me he servido de la edición de las obras de Fray Luis de León publicada por Cátedra Letras Hispánicas, al cuidado de Juan Francisco Alcina y bajo el título "Poesía", que hace el núm. 184 de esa colección que tan esmeradas ediciones presenta al público de nuestros clásicos. El libro es del año 1989.
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