RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 1 de diciembre de 2016

ALZA, TORO DE ESPAÑA: LEVÁNTATE

El Toro de Osborne, uno de los iconos que mejor han concretado el símbolo de la autoctonía, la fuerza y la fecundidad del Toro Hispánico

PADRE TORO, TÓTEM DE LA DEHESA.

Para una apología de la Tauromaquia



Manuel Fernández Espinosa

Dedicado a mi amigo, 
el poeta y escritor Antonio Moreno Ruiz


Contra el mundo taurino que hemos conocido pesa a día de hoy una cierta y siniestra amenaza. Grupos organizados (animalistas o antitaurinos) pugnan por erradicar la llamada "fiesta nacional" ante el escándalo de los aficionados y la perplejidad de todos aquellos cuantos, aunque no nos sentimos taurinos y mucho menos expertos en "toros", nos parece una actitud de imposición, rabiosa y no exenta de tintes totalitarios. En estas campañas anti-taurinas confluyen los enemigos declarados de España (nacionalistas independentistas catalanes, p. ej.) por entender que la tauromaquia es una señal de identidad española, así como unas difusas e inconsistentes "hipersensibilidades" postmodernas que conjugan el ultra-ecologismo con la dieta vegana, muy New Age.

Pero es tal vez en este momento crítico cuando podamos encontrar, justamente en el Toro, un símbolo que recobrar, restaurándolo en sus connotaciones más identitarias. Todo patriotismo auténtico tiene unas raíces tan profundas que se pierden en la noche de los tiempos. No, no se trata de ese "nacionalismo español", invención de liberales constitucionalistas extranjerizantes del siglo XIX, tampoco del "patrioterismo" casposo y cutre del residual franquismo que, personalmente, me es tan repugnante como cualquier fenómeno moderno. El nacionalismo siempre ha sido cosa de sentimientos, de ahí su endeblez. La reciedumbre del patriotismo se halla en los cimientos firmes sobre los que se activa y, lejos de ser estático, tiene la posibilidad de cobrar un dinamismo difícil de paralizar una vez que se le arranca y pone en marcha. Cuando se activan símbolos poderosos para una comunidad, como es el caso del Toro para la nuestra, bullen en los fondos del alma miles de resonancias que no son ya de índole individual, sino colectiva. Así, hombres de tan distintas ideologías e incluso antagónicas ideologías, deponen los constructos intelectualoides a los que se entregaron en el momento histórico que les tocó vivir, para acceder y -si están dotados de genio y arte- hacernos acceder a los símbolos poderosos de la comunidad.

Con el Toro lo hemos visto en España siempre. Hombres de izquierda, como Miguel Hernández, Picasso ó Rafael Alberti (pudiéramos citar a muchos más) sintieron por el Toro una fascinación difícil de emular. En el Toro encontraron el irreductible núcleo de su identidad hispánica. Hombres del frente contrario coincidirían en ello.

Para adquirir una ligera idea de lo que el Toro representa para la comunidad hispánica podemos recurrir a un término propio de la historia de las religiones y la antropología: el Tótem. El Toro, se ha dicho muchas veces, es nuestro Tótem.   

 
Gerardo Diego, pisando la arena

En un artículo publicado en "El Sol", allá en 1931, el periodista Víctor de la Serna (1896-1958), hijo de la novelista Concha Espina, escribía:

"El español tiene diversos modos de rito para este dios cruento [el toro]. Come criadillas, usa vergajo, guarda el agua, ¡gran rito el del agua en España! en vasijas tauriformes, y lleva el tabaco negro y picante en petacas transparentes de piel de toro bravo. De tal toro bravo que mató diez caballos en una feria castellana".

Sobre el toro y los ritos del agua a los que alude aquí Víctor de la Serna hizo un maravilloso estudio ("Ritos y Juegos del toro", 1962: revisado y ampliado posteriormente) uno de nuestros mejores historiadores de las religiones, Ángel Alvarez de Miranda (1915-1957).  

Gerardo Diego escribe un soneto cuyo título es elocuente: "Invocación al Toro".

Padre toro, tótem de la dehesa,
Zeus potente en bramas y en accesos
-relámpago de furias-, y en procesos
de largo, oscuro amor que oprime y pesa.

Tu negro soplo huracanado expresa
la tormenta que fraguas en tus sesos,
torva nube que truena -azar de huesos-
la amenaza del tronco hecho pavesa.

Padre toro, desgarra en mil jirones
las banderas del aire y borbotones,
fulmina y tala, abrasa y carboniza,

revuelve paraísos con avernos,
y encuna este poema de ceniza
y de gloria en la rima de tus cuernos.

Otra invocación al tótem hispánico compone Miguel Hernández en su vibrante poema "Llamo al Toro de España" que adquiere resonancias de plegaria ibérica, conjurando la fuerza y la virilidad táurica contra el lobo y el águila. Es cierto que, circunstancialmente, el lobo y el águila que evoca Miguel Hernández pueden ser a buen seguro trasuntos zooicónicos de la Roma fascista (la Loba Capitolina) y la Alemania nazi (el águila del III Reich), pero como poesía genuina la cáscara del tiempo se resquebraja para dejarnos una estampa fulgurante de lo que Miguel Hernández entiende racialmente como España: el Toro.

Miguel Hernández, declamando sus versos en la calle

J. M. Blázquez ha estudiado el antiquísimo culto al Toro en la península ibérica en sus dos volúmenes de "Primitivas religiones ibéricas", acopiando monumentos arqueológicos y documentación escrita que se remonta a Diodoro Sículo, aunque podríamos ir más atrás todavía para hallar las más primitivas fuentes escritas que ya nos hablan de estos mitos y ritos alrededor del toro en el extremo occidental de Europa: el mismo Platón nos pinta los ritos que protagonizaban los príncipes de la Atlántida, teniendo al toro como centro. Aquí debiéramos pensar que, aunque religiones orientales trajeran cultos taurinos (el mitraísmo), en la península ibérica ya existían desde tiempo inmemorial, muy probablemente por influencia atlante, cultos taurinos que más tarde, en tiempos de la Hispania romana, pudieron converger con religiones mistéricas en las que el toro jugaba a su vez mucha importancia sagrada, como es el caso del mitraísmo.
 
Según la tesis de Álvarez de Miranda, las corridas de toros actuales vendrían a ser la degradación de ritos religiosos que devienen a espectáculos y juegos públicos; lo que también ocurrió con la tragedia griega, las Olimpíadas o la lucha de gladiadores en el circo romano que tuvieron un origen sagrado y religioso y terminaron siendo un divertimento público. Aquí estamos ante lo que pudiéramos enunciar como un principio constatado en la historia de la religión que es decir la historia de la cultura: lo que es religioso en un principio va depauperándose hacia formas que pierden su contenido y sentido sagrado.

No obstante, tengamos en cuenta también que, como Blázquez nos hace entender: "Uno de los rasgos característicos de la religiosidad ibérica es su carácter pragmático -entrar en contacto con la divinidad para obtener favores tangibles-. Este pragmatismo parece ser también una nota distintiva del culto a los bóvidos en Hispania. El toro fue considerado como una gran cantera de virtudes misteriosas. Su utilización se inscribe dentro de la magia". Y, en efecto, en todos los ritos taurinos -por fragmentada que nos haya llegado su antigua conmemoración o degradada que haya resultado en el curso del tiempo- lo que parece que en la mayor parte de leyendas medievales sobre el toro ocupa el interés capital son dos virtudes: la acometividad violenta y la fecundidad propias del toro.

La leyenda de Ataúlfo (recogida en antiguas crónicas medievales como "Historia contemporánea" (siglo XII), en los "Cronicones" del obispo Pelayo (siglo XIII) o en la misma "Cronaca generale" de Alfonso X el Sabio) nos presenta a un obispo acusado de homosexualidad al que se le suelta un toro bravo; lo que no cabe interpretar -según Blázquez- como una simple ordalía, sino como un rito sanador. Teniendo en cuenta el relato del obispo Ataúlfo, tan conocido en la Edad Media, el mismo vendría a explicar que los clérigos de antaño, con mucha probabilidad para que nadie pensara mal de su virilidad, eran grandes aficionados a la lidia de toros. Las autoridades eclesiásticas, más ilustradas y lejos de la sensibilidad popular, condenaron reiterativamente estas costumbres rurales como lo ponen de manifiesto el estudio de los sínodos medievales; la cosa llega incluso al siglo XVI, así en el Sínodo de Guarda (Portugal) convocado por D. Pedro Vaz Gaviao, del 12 de mayo de 1500, se estipula que: "Achamos uma constituiçao de nossos predecesores em a qual defendem, por ser cousa assaz em abatimento e vilipendio do estado clerical, que nenhum clérigo constituído em ordens sacras ou beneficiado lutasse, bailasse, dançasse, publicamente, nem andasse con touros em curro, garrochando-os ou alanceando-os...".

El testimonio de este sínodo lusitano condena la costumbre, a lo que se ve extendida y reincidente, que tenían los clérigos de lidiar, bailar y alancear toros, con lo que de paso se nos da idea de lo que se hacía en aquellos festejos. Pero, más que una afición taurina, lo que esos clérigos llamados al orden hacían era seguir unas tradiciones multiseculares que, en su concreto estado de célibes, demandaba el público: comprobar en su trato con el toro su masculinidad, para que ésta estuviera fuera de toda duda. Las autoridades eclesiásticas juzgaban desde un punto de vista semejante al de todos aquellos que establecen normas desde un despacho, sin apenas contacto con la realidad.

Siempre han sido -se ve en el caso de la documentación sinodal- personajes pretendidamente "ilustrados" los que en España han atacado al mundo taurino, en aras de un presunto decoro, por supuesto amor a los animales o por pretendido progresismo. Lo que salta a la vista es que, en cualquiera de los casos, estamos hablando de gentes que han perdido, si es que alguna vez tuvieron, el sentido de pertenencia a la comunidad. Los que tenemos ese sentido identitario, ¿qué deberíamos hacer?

En primer lugar, tengamos claro que los que se oponen -y hasta atentan- contra nuestra fiesta nacional lo hacen, pese a todo lo convencidos que estén de las "emociones" que esgriman, muy al unísono con los siniestros poderes económicos que quieren destruir nuestra identidad, desde sus remotos despachos con un auténtico desprecio por nuestras tradiciones y los derechos que nos asisten para mantenerlas y la obligación que tenemos de defenderlas. Esos nuevos "ilustrados" siguen -consciente o inconscientemente- las consignas que el mundialismo emite en orden a devastar nuestra identidad nacional, para que de esa forma nuestra servidumbre al capitalismo global sea un hecho consumado. Este asunto de los "toros", por lo tanto, forma parte de la misma conflagración invisible que se está dando en nuestro tiempo, es un episodio más. Y téngase en cuenta que en esta lucha nos jugamos nada más y nada menos que el ser y el estar como únicamente podemos ser y estar los seres humanos, esto es: ser de un pueblo y de un lugar, siendo españoles y estando españoles. No existe en ninguna parte ese abstracto convencionalismo que se llama "humanidad"; lo que existe -se pongan como se pongan- es la "humanidad" concretada en sus particulares identidades locales, regionales, nacionales. Si llegaran a destruir la fiesta nacional habrán destruido uno de los núcleos elementales de nuestra identidad hispánica.

Teniendo en cuenta que, como más arriba decíamos, la tauromaquia devino a espectáculo lúdico, tras dejar de ser el rito sagrado que era en los tiempos de los orígenes, deberíamos aventurarnos a introducir de nuevo el sentido religioso de la fiesta taurina, reconvirtiéndolo en expresión -rito- de misterios relacionados con la vida, la fecundidad, la muerte y la resurrección.

Yo me atrevo a barruntar que la salvación de España -en la que todavía creo y nunca dejaré de creer- vendrá bajo el signo del Toro.

Botijo-Toro de Cuenca, vasija tauromorfa popular


BIBLIOGRAFÍA:

De la Serna, Víctor, "España, compañero".

Álvarez de Mirando, Ángel, "Ritos y Juegos del toro".

Diego, Gerardo, "La suerte o la muerte".

Blázquez, J. M. "Primitivas religiones ibéricas".

García y García, Antonio, "Synodicon Hispanum", (II Portugal).

jueves, 24 de noviembre de 2016

¿ES VIABLE UNA IZQUIERDA PATRIOTA EN ESPAÑA?




LA IMPOSIBILIDAD DEL INTERNACIONALISMO PARA LA IZQUIERDA DEL SIGLO XXI. UNA OPINIÓN

Manuel Fernández Espinosa

Pareciera que la izquierda clásica siempre se ha entendido y dado a entender con vocación internacionalista: aspiraba, desde sus albores, a la lucha de la clase obrera mundial, explotada por una minoría de opresores capitalistas. La nación (no entremos ahora a precisar el significado de este complejo término) sería una "superestructura" que impediría, como la misma religión, la revolución necesaria que conquistara el poder y suprimiera la propiedad privada.

Entendido así, la izquierda y el patriotismo son términos que parece que se rechazan recíprocamente. La patria del obrero sería el mundo, no la tierra nativa. Pero desde aquel entonces (siglo XIX) las cosas han cambiado mucho. Ha quedado demostrado en el curso del tiempo que los explotadores -que, por supuesto, existen- tampoco tienen patria alguna: pues nada más apátrida que el capitalismo; los capitalistas y sus familias, a título personal, y por la disposición que hacen de su bolsillo son por naturaleza cosmopolitas, saltan de un punto al otro del planeta en sus aviones privados o en primera clase de los aviones que comunican intercontinentalmente el planeta.

A día de hoy, el capitalista que nunca tuvo patria y sigue sin tenerla, puede permitirse esa movilidad tan holgada, ese olímpico desarraigo, pero el obrero: ¿puede seguir siendo internacionalista? Tal vez le cueste trabajo darse cuenta, pero el obrero -y, con el obrero, por extensión el parado- que persista en su "internacionalismo" quedará en el actual estado de desamparo por los partidos políticos y sindicatos que todavía se jactan cínicamente de ser sus representantes. Ni los estilos de vida ni los intereses del obrero nacional son los mismos estilos de vida o intereses de sus a día de hoy "políticos". Salta a la vista que los derechos conquistados por los trabajadores a lo largo de la andadura de su lucha -mismamente en nuestro país- han retrocedido, hasta tal punto que hasta el franquismo puede presentarse hoy como un estado social más protector de la clase obrera que lo que tenemos; y, sin que entremos en honduras, digamos que ello se explica por las incuestionables medidas legislativas y realizaciones impulsadas desde el nacional-sindicalismo.

Mientras el obrero español ha quedado cada vez más reducido, a merced de leyes laborales promulgadas desde la implantación del sistema de 1978, los partidos políticos que se arrogaban la legitimidad de representarlos se vienen dedicando a todo, menos a dar solución a las injusticias, y vemos que están más involucrados con el adoctrinamiento de la "ideología de género", con el anticlericalismo más rancio o con cualquier moda que no sea lo que en la letra justifica su misma existencia: esto es, la que debiera ser una efectiva lucha por las reivindicaciones laborales de los trabajadores. De los sindicatos de clase podemos decir otro tanto; y esta dinámica -o por mejor decir, inmovilismo- no se altera por muchos dignos sindicalistas (de UGT, CCOO ó CNT) que están en la primera línea y sin duda dan la cara por sus compañeros.

Así las cosas, que emerja una izquierda netamente nacional no es que sea una posibilidad; es una necesidad. Y de no surgir algo así, los compatriotas trabajadores (incluyámonos nosotros e incluyamos a los parados, también los autónomos) seguirán alimentando con sus votos la nueva superestructura que el capitalismo global ha levantado: ya no es la nación, ni la religión la superestructura que imposibilita plantar cara al capitalismo... la superestructura es toda esa izquierda progresista que de izquierda sólo tiene el nombre y en lo progresista lleva toda la inmensa tontería que paraliza las fuerzas populares capaces de darle un viraje a esta situación. En el caso de España, a esa superestructura política sedicentemente de izquierdas la acompaña hasta el partido "de derechas" que, en una maniobra de confusión, ha camuflado su derechismo llamándose a sí mismo centro-reformista. Todos: desde el PP hasta el último de la fila están a favor de todo cuanto posibilita la explotación del obrero español por el gran capital apátrida.

Tenemos así que la izquierda real debe suprimir de su ideario el internacionalismo para hacer frente al capitalismo que le gana en supranacional, internacional y multinacional, para centrarse en los intereses reales de los obreros nacionales, defendiéndolos de la depredación capitalista que, a la vez que explota los recursos y la mano de obra nacional, devasta las formas de vida tradicional y las identidades.

Y otra cosa es marear la perdiz.

NOTA: Prescindimos adrede de entrar en una logomaquia estéril en cuanto a precisar los términos "derecha" e "izquierda". La experiencia demuestra que los que se devanan los sesos sobre vocablos y etimologías varias, muy pocas veces muestran en la realidad combatir por ideales con el denuedo, digno de mejor empleo, que ponen a la hora de ser tan precisos con cuestiones léxicas.

domingo, 13 de noviembre de 2016

DE NARCOS Y GRINGOS



Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


Mucho me habían hablado de la serie “Narcos” de Netflix y no prestaba demasiada atención hasta que un buen día me dio por verla y me enganché. Pero pronto la bofetada de la realidad pudo a la ficción.

“Narcos”, como serie, lo tiene todo para triunfar. Buenos paisajes, buena fotografía, buenas caracterizaciones, buena acción… Se nota que se han gastado el dinero a base de bien. El actor brasileño Wagner Moura (el capitán Nascimento de “Tropa de Élite”) encarna a Pablo escobar. Y es un gran actor, pero aquí nos tropezamos con un obstáculo, porque imitar el acentico paisa y más para Moura, que no hablaba español poco antes de la serie, se antoja misión imposible. Acentos como el paisa colombiano o el andaluz occidental son de los más difíciles de imitar incluso para actores que tienen la lengua de Cervantes como nativa.

Sea como fuere, para gustos los colores. Habrá gente que el tema interpretativo lo valore más, otros que lo valoren menos, etc. No obstante, lo que sí me parece preocupante es cómo muy pronto empieza la serie a quitarse la careta gringa. Supuestamente “basada en hechos reales”, como nos tienen acostumbrados en sus películas, documentales y etc., un agente de la DEA va contando cómo fue la lucha contra el narcotráfico en los peores años de Pablo Escobar y compañía. En principio parece curioso, pues es como si escuchásemos a un estadounidense su parecer sobre los hispanoamericanos. Pero muy pronto, la trama discurre sin mentar cómo la CIA asesinó a cierto agente cuando descubrió que el dinero de la droga era usado para tejemanejes en Centroamérica. Que si los comunistas eran malos (que lo eran, y mucho), la contra no era mucho mejor. Y la droga es mala la trafique quien la trafique. A ver si en esto también va a haber “partidismos”.

No cuenta, asimismo, cómo desde Estados Unidos se maneja el dinero de la droga; cómo sus bancos son mudos, cómo actúan los paraísos fiscales. Y como se preguntaba el escritor colombiano Gabriel García Márquez, ¿cómo es posible que millones de drogadictos tengan su dosis diaria sin problemas de abastecimiento? ¿O es que nos tenemos que creer que hay muchos despistes y por eso entra tanta droga para abastecer a millones de personas?

Hablando de García Márquez, “Popeye”, uno de los principales sicarios de Pablo Escobar, siempre ha dicho (y García Márquez en vida nunca lo desmintió) que el escritor caribeño fue su contacto con la dictadura castrista, con quien mantenían pingües beneficios. Supongo que ahora, con la amistad entre Obama y Raúl, todo irá a mejor…

Luego, otra cosa es presentar la supuesta cara honesta de políticos colombianos. Curiosamente, los que más colaboraron con Estados Unidos. Políticos pusilánimes y corruptos que dejaron pasar todo y entregaron en bandeja su soberano espacio a unos Estados Unidos que en verdad “actuaron” cuando se dieron cuenta que había un dineral que no podían controlar, “libre de impuestos”. Los anglosajones y el “libre comercio” desde el siglo XVIII es lo que tienen: El comercio/mercado es libre cuando les favorece a ellos. Bueno, y eso por no hablar del interés narco que había en multitud de políticos, no sólo en los más escandalosos. Y que sigue habiendo. Y ahora, con el triángulo Santos-Maduro-Castro, no ha sido sino un balanceo a la izquierda de todo aquel maremágnum. Sin duda la violencia le sale muy rentable siempre al rojerío. Y el ¿libre mercado? siempre gana con el Tío Sam, que cuando le parece, hace guerras preventivas. Pero no las hace con el Estado Islámico, quien también anda con petróleo y con drogas para financiarse. Qué curioso. Cómo coinciden los intereses…

Con musiquitas sentimentales y discursos preparados pueden creer lavarse las conciencias en un rato de “show”, pero la sangrienta hipocresía que hay en el mundo de la droga (uno de los principales motores económicos del mundo) apesta ya demasiado por más que se intente disfrazar con propaganda. Y esa hipocresía primaria consiste en culpar a Sudamérica, cuando en verdad todo esto existe gracias a que Estados Unidos y Europa la consumen a raudales.


Hay muchas series de narcos y gringos. Pero cualquier parecido con la dura y compleja realidad es pura coincidencia. 

viernes, 4 de noviembre de 2016

FERNANDO VILLALÓN, EL TRADICIONALISTA DE LA ATLÁNTIDA

Fernando Villalón, a caballo y con la garrocha


MAGIA, TOROS Y POESÍA... HETERODOXIA Y TRADICIÓN EN FERNANDO VILLALÓN

Manuel Fernández Espinosa


La vida de Fernando Villalón podría constituir por sí misma un voluminoso anecdotario que daría cuenta de su genio y figura; para unos, Villalón sería un aristócrata ganadero y atrabiliario que, como Rafael Alberti nos recuerda, entre otras muchas anécdotas: "Se decía que su ideal como ganadero de reses bravas se cifraba en obtener un tipo de toro de lidia que tuviera los ojos verdes". Para su servidumbre y para todos en general era hombre llano, generoso si no pecara de manirroto, castizo, poeta brujo que presumía de lanzar maldiciones que secaban ríos y zahorí mágico de óleos de Murillo que, según afirmaba, era capaz de detectar bajo la costra, más que pátina, del tiempo, gastándose los cuartos en cuadros de dudosa autenticidad. Teósofo, ocultista, conde y ricohombre que dilapidó su hacienda, negado para los estudios y para la vida de la alta sociedad para la que su origen noble parecía reclamarle y que, como le hizo a los estudios de Derecho, burló de un capotazo con arte torero. Sin duda, Fernando hubiera sido en Atenas un filósofo, a medio camino de Sócrates y de Diógenes el Cínico. Pero muchas veces, así ha sido, toda la vida mágica (en todos los sentidos) de Villalón nos ha escamoteado su poesía.

Nació nuestro poeta, el 31 de mayo de 1881, en la misma casa donde pasaría a mejor vida Santa Ángela de la Cruz, una de las santas más populares de Sevilla, hijo de D. Andrés Villalón-Daoiz y Torres de Navarra y doña Ana Halcón y Sáenz de Tejada, bautizado como Fernando Villalón-Daoíz y Halcón y, como mayorazgo de su casa, sería el VIII Conde de Miraflores de los Ángeles (título primoroso que no podía ser más poético para alguien como él). Fue criado amorosamente por sus padres (de lo cual es señal el diario que todavía se conserva y que fue escribiendo su padre, relatando los pormenores de la más tierna infancia de Fernando hasta que éste cumplió los tres años), se crió rodeado de criados afectos casi familiares que le transmitieron toda la sabiduría como la superstición y el sentido mágico que el pueblo humilde sevillano conservaba con mayor eficacia que las clases ilustradas. Con el tiempo se haría asiduo de la Rama Fraternidad de la Sociedad Teosófica y, por si fuese poco, enamorado de Concepción Ramos Ruiz, mujer de clase humilde, conviviría con ella hasta su muerte sin casarse nunca, todo estos escándalos le costarían la excomunión de varios obispos y que se le cerrarán las puertas de la Real Maestranza de Caballería. Pero, una vez presentado sucintamente el personaje, vayamos a su obra poética. 

Villalón compaginó su vida ganadera con las juergas, la teosofía, la tauromaquia, el espiritismo y la poesía. Parece que empieza a escribir en 1918 (digo parece, pues siempre puede darnos sorpresas la obra todavía desconocida de un poeta como Villalón); siempre combinará magistralmente la musa popular y castiza con la más culta o vanguardista; de Villalón son aquellos versos que, bien escogidos de su "Diligencia de Carmona", popularizaría la canción "Siete Bandoleros bajan" de Antonio Salazar Barrull, más conocido como "El Zíngaro"; pero Villalón no podía reducirse a la poesía popular, por eso también explora las posibilidades del vanguardismo, como las que ofrece el ultraísmo que nació al calor de las tertulias itinerantes del gran traductor Rafael Cansinos Assens.  

En mayo de de 1926 había escrito "Taurofilia racial" que es toda una apología de la tauromaquia y, como no lo he podido leer, recurriré a la síntesis que ofrece Alejandro G. García sobre este libro: "En pocas líneas Villalón [en este libro] condensa los principales equívocos que han convertido el mantenimiento de las corridas de toros en un asunto no ya de gustos o sensibilidad sino metafísico, espiritual y patriótico, conceptos que los tradicionalistas colocan por encima de la voluntad democrática, pues afecta, a su juicio, a algo más importante; los raigones de su mitología" (artículo de este autor, "Taurofilia racial", publicado en el ABC de Sevilla, 29-7-2010). El tema taurino sería una constante en Villalón, dada su predilección por la ganadería que era su modo de vida, es por ello que, según Alberti: "Se proponía escribir por aquel tiempo una especie de historia de la tauromaquia, que titularía: "De Geryón a Belmonte", pues afirmaba, con cierta gracia y razón, que el primer torero conocido era Hércules, robador de los toros bravos del rey mítico de Tartessos".

Villalón edita revistas, como "Papel de Aleluyas", con su íntimo amigo Adriano del Valle y también escribe en las revistas de poesía que bullen en aquellos años 20, cuando se va cuajando la que luego sería llamada, por ello mismo, "Generación del 27"; generación a la que Villalón pudiera pertenecer con todo derecho, si no hubiera sido por quedar su producción poética tan arrinconada por la posteridad. Pero de sus libros, el que me parece logrado por su autor hasta hacerle merecedor de pasar a la historia de nuestra literatura, es "La Toríada", del año 1928. En ésta obra maestra está quintaesenciado Villalón: el mundo de los toros, todo su esoterismo plasmado en silvas gongorinas que lo mismo recurren a impactantes imágenes populares que a las más cultas filigranas de un barroquismo siglo XX, el esoterismo y la autoctonía racial que fue su constante vital: tradicionalista pudiéramos llamarle a éste heterodoxo, si el tradicionalismo llegara a los más remotos tiempos de la Atlántida. En febrero de 1928 escribía nuestro poeta a su gran amigo, el poeta Mauricio Bacarisse, primo del compositor Salvador Bacarisse: "Estoy pasando la época más triste de mi vida. Así, de toda mi vida. Ni tengo ganas, ni aptitud para nada. El día se me va de las manos en cuatro fruslerías (...). Pronto recibirás mi nuevo parto La Tauromaquia (Poema en silva de 580 versos)".

El poemario vería la luz titulándose, no "La Tauromaquia", sino "La Toríada", con reminiscencias homéricas. Se apuntan algunas fuentes como serían Rubén Darío, Salvador Rueda o Felipe Cortines Murube con "El poema de los toros" de 1910. Pero Villalón que había leído a estos poetas (a los que sin duda apreciaba), tenía un mundo dentro de sí que se hizo patente en "La Toríada" con elementos muy propios.

La elección de la silva (serie métrica que combina endecasílabos y heptasílabos y con rima asonante) como estrofa para su gran poema heróico no fue al albur: recuérdese que un año antes de darse a la estampa "La Toríada", el 17 de diciembre de 1927, un puñado de los poetas de la Generación del 27 (no todos) se reunieron en el Ateneo de Sevilla para conmemorar el III Centenario de D. Luis de Góngora que, con sus "Soledades", había elevado la silva a estrofa que preferirían todos los culteranos. Los escenarios que Villalón nos pinta en "La Toríada" no podían encontrar mejor estrofa que la silva, por ajustarse ésta a los cánones de la poesía de tema campestre. Pero, el mismo tema que desarrolla, a horcajadas de lo mítico y lo heróico, también cumplía con el sentido "revolucionario" que a la silva le había dado el mismo Góngora y por lo que tan denostado fue. El lenguaje culterano y barroquizante que Villalón despliega en este poema se adapta muy a propósito también a los sentidos esotéricos que nuestro poeta "oculta" en "La Toríada".

"La Toríada" abre evocando el paisaje de las dehesas y las marismas: 

"Llanuras sin confín, lagos de plata
rizados por los vientos marineros;
horizonte soldado con luceros
a la bruma de ocasos escarlata.

Soledad marismeña, serenata
de silencio dormido en los esteros;
una cuerda de cisnes viajeros,
al cielo con la tierra, en plumas ata."

Se nos pinta, con una imaginería riquísima, el bufar del toro, los latigazos de su rabo, el afilamiento de sus cuernos, las embestidas y los movimientos ecuestres de los garrochistas (centauros, para Villalón) que hacen la redada de los toros bizarros destinados a la lidia. 

Pudiéramos decir que el corazón de "La Toríada" reside en el trágico diálogo que mantiene el coro de los toros bravos (bicornios), una vez apresados por los garrochistas, con el coro de los toros mansos (Eunucos). Villalón se sirve de este poético rifirrafe entre toros de lidia y toros mansos para ofrecernos lo que pudiéramos llamar una doble dialéctica (creadora y destructora) que el gran hierofante nos muestra en su poema:

-En el plano subyacente de este diálogo de toros bravos y toros mansos, está la lucha entre el ganadero (híbrido de hombre y caballo: "centauro") y el toro, animal totémico que puede ser considerado ctónico y autóctono (hijos de Gerión), solar (combatiente que no se deja domar y quiere vivir libre sobre sus campos y bajo su cielo) y lunar (que ha renunciado a la lucha, para seguir existiendo bajo la férula del hombre y a costa de la pérdida de sus propios testículos). Recordando lo que Alberti nos contaba y que más arriba citábamos, podemos decir que el hombre tiene en el Hércules que roba los toros de Gerión al "proto-torero".

-En un primer plano, más explícito, lo que en el diálogo de "Bicornios" y "Eunucos" encontramos es la imposibilidad de entenderse los toros de raza y los toros templados por la domesticación, lo que supone la lucha entre el principio viril, marcial y heróico, cifrado en los "Bicornios", y su opuesto irreconciliable: el desvirilizado, afeminado, burgués y pacífico. Es elocuente que los "Bicornios" cierren cada uno de sus parlamentos con los versos:

"¡Oh padre Gerión, que no vasallos
seamos de los hombres y caballos".

Mientras que los "Eunucos" les exhortan a la obediencia y la resignación, afeándoles su bravura, abriendo siempre sus amonestaciones con los versos:

"¡Toros de atlante fatuos y cerriles..."

Y cerrándolos con:

"...Al kármico destino
entregarse, y seguid vuestro camino".

Por su parte, los "Bicornios" no deponen su bravura de casta, llamándoles a los mansos:

"Pecheros viles del ingenio humano,
que el hombre, con su arte,
vasallos de Mercurio y no de Marte
-unciendo vuestras astas con sus manos-,
hizo, a despecho de viril despojo;
cultura por sonrojo,
letras por humillada frente uncida,
no trocará la atlante taura gente...".

Quedan, pues, bien diferenciados los contrarios: la masculinidad y marcialidad (Marte) de los toros raciales para la lidia y la desvirilización ("a despecho de viril despojo") de los toros domesticados (por el ingenio, la cultura y el arte humanos) que son tributarios de Mercurio, dios del comercio y los burgueses pacíficos. Son una misma raza en su origen zoológico, pero en los toros bravos se ha conservado, pura y sagrada, su masculinidad genesíaca, mientras que en los cabestros, ésta ha sido eliminada por la mano del hombre, desvirtuándolos, dejándolos impuros y profanados, como castrados (desvirilizados). 

El misterio que subyace en el mundo del toro está íntimamente ligado a las fuerzas primigenias de la creación, la sexualidad y la muerte. De ahí que en el toro se viera como un poder sagrado y mágico, a cuya proximidad podía hasta curarse la homosexualidad; así lo pone de relieve la antigua leyenda del obispo Ataúlfo que, hallado en pecado nefando, fue arrojado a un toro con el propósito... No de castigar la sodomía del obispo Ataúlfo, tampoco de probar -a manera de ordalía- su homosexualidad (pues se infiere de los relatos medievales que bien se sabía), sino que lo echaron al toro para que, al contacto con el animal fecundador y virilizador, el obispo pudiera quedar librado de su bujarronería. A Villalón también lo asiste la arqueología cuando atribuye a Marte el "patronazgo" de los toros de lidia: ya lo afirmaba Diodoro y, ha sido cumplidamente refrendado por la arqueología ibérica, que el Marte hispánico es un Marte Taurino, lo cual pone una nota singular que no se halla en todos los cultos relativos al toro: España sigue siendo diferente.

Al final de "La Toríada" el "Centauro" (no dudemos que es el mismo Villalón, metamorfoseado poéticamente en Centauro) eleva la voz para lamentar la destrucción del mundo ganadero que sucumbe bajo el implacable avance triunfal de la agricultura y la urbanización.

"Perseguidos los hijos de los ríos,
los del lago, y los monteríos,
por la surcante Diosa Agricultura;
sus siervos depilando la espesura
del monte esbelto y del lacustre llano,
nuestros reinos cercena
-dijo el centauro-, y su ansiosa mano
a la intrincada selva nos condena".

Van arrasándose las formas tradicionales de vida ganadera y hasta las Ninfas -el mundo mítico- huyen de nuestro mundo, mientras las máquinas lo invaden: los tractores de vapor (que fue los que conoció Villalón) empiezan a roturar la gleba, los aviones en el cielo...

"Dioses recientes en la Tierra reinan,
por gigantescos monstruos defendidos,
de acero, uñas, y de gasolina
alas y ruedas, que veloces peinan
el aire..."

La naturaleza va siendo colonizada por el hombre y su razón que imponen a la libertad originaria trabas y un orden geométrico, como ocurre en el monocultivo olivarero; así los acebuches aislados desaparecen, y ya todos los olivares son filas de olivos:

"Aquél que en la corona
del risco alzaba sus nudosos brazos,
-acebuche indomable-, entre los lazos
de su ingenio cayó; triste y cautivo
-en fila india-, por el puerto asoma 
esclavo y culto olivo."

El poema termina con la que dijéramos elegía por un mundo que parece eclipsarse: el selvático y elemental, el primordial y mítico, o... tal vez no se eclipsa, sino que fenece. 

"La Toríada" es, sin duda, un gran poema, complejo, no apto para todos los públicos, difícil de comprender si no se poseen las claves mitológicas y esotéricas para franquear las puertas de esas palabras que, en su conjunto armónico, contienen la sabiduría poética, taurina y atlántida de Villalón. Villalón sabía como ningún otro de su generación de estos profundos arcanos del Toro: su vida giraba alrededor del Toro y sus conocimientos esotéricos le brindaron todas las claves necesarias para hacer un magno poema como es "La Toríada", obra por la que merecería más fama como poeta que por esas anécdotas de su vida que tanto hemos reído quienes las conocemos.

martes, 1 de noviembre de 2016

LA "PIETAS" Y EL PATRIOTISMO


 
Larario romano


LA PIEDAD COMO ACTITUD Y CULTURA


Manuel Fernández Espinosa


Eugenio d'Ors nos invita a pensar en las diferencias que distinguen la tumba del simple enterramiento y concluye que en la tumba puede verse "una voluntad en los supervivientes [del difunto sepultado] de superación del tiempo, de victoria sobre el mismo" y es, por ello, que para el filósofo catalán: "la Historia empieza en el arcano telúrico de las tumbas". Para Ernst Jünger: "La cultura se basa en el tratamiento que se da a los muertos; la cultura se desvanece con la decadencia de las tumbas".

La cultura, etimológicamente, deriva de "cultus" ("colo, colere") que significa cuidado del campo y, por extensión, cuidado de algo. No puede haber cultura en sentido fuerte si no hay piedad (pietas); Cicerón subjetivó este "cuidado", entendiéndolo como el cuidado del alma en una esmerada educación filosófica: "cultura animi", pero con antelación esta "cultura" es la que se manifiesta mediante una liturgia religiosa que expresa -en palabras y gestos, ofrendas y rito- la "pietas".

La antigua Roma sintió en sus mejores tiempos ese respeto religioso por la tradición y por el deber social de la "pietas" que pautaba la vida y hormaba el carácter del romano, tanto en el ámbito doméstico (privado) como en el público. Y así se constituye el auténtico patriotismo, que no el nacionalismo (que ni es ni será nunca lo mismo).

La piedad que el cristianismo haría sinónimo de "compasión" no estaba reducida a un mero sentimiento, era todavía más: era una actitud. Pero, entonces, ¿qué es la piedad? La filósofa María Zambrano ensayó una definición que nos parece aproximada: "Piedad es saber tratar con lo otro". Lo "otro" es para Zambrano la misma realidad que supera lo que es (el ser: el ser puede decirse, "de muchas maneras" -como quería Aristóteles), pero la realidad no sólo alberga bajo sí el "ser", también acoge lo que, no "siendo" como suelen "ser" las cosas que la razón somete (que la razón puede decir), no quita ello que no lo haya. El mundo de lo numinoso (lo sagrado que diría Eliade) es, para Zambrano, algo inaprehensible para la razón que no lo capta ni puede reducirlo y, por ello mismo, ha resultado que el desenvolvimiento de la civilización moderna racionalista (ni mucho menos una evolución, tampoco un progreso) haya omitido o suprimido directamente una gran parte de la realidad que, por no someterse al lenguaje conceptual del ejercicio de la razón, se ha venido despreciando. Pero, sigue diciendo Zambrano, el que no se haya podido "conceptualizar" todo esa dimensión de la realidad, no quiere decir que no la "haya". 

La piedad, decimos, envolverá sentimientos (y, entre ellos, bien es verdad que el de la compasión), pero la piedad no es en primer lugar un sentimiento, ni tampoco queda exclusivamente reservada a "compadecerse": la piedad es una actitud y, ante todo, un "hacer" (o, por lo menos, participar) en la liturgia cultual que "trata con lo otro": con los difuntos, con el "más allá", trato que ya constituye de suyo "cultura", "cultivo", "cuidado", "tratamiento" con algo que nos supera.

"El mundo sagrado -escribe Zambrano- es la realidad desnuda, hermética, sin revelar. En la inmensidad, el hombre quiere orientarse con estas acciones sagradas. Lo primero que se le ocurre no es pensar, sino hacer. En el hacer hay algo más pasivo que en el pensar; la acción sagrada es una acción pasiva, como se muestra en toda la ambigüedad del sacrificio, suprema acción que un hombre o una estirpe solamente tiene derecho a realizar y que siendo ofrecimiento es respuesta a esa presión que la realidad sin límites ejerce".

El culto doméstico del romano giraba alrededor del hogar, expresándose a través de sacrificios, de ofrendas de alimentos y flores a los antepasados, como vemos que hacen los personajes de la "Aulularia" de Plauto. Y no olvidemos que en el hogar está el fuego doméstico (alrededor del cual -Agni- los indoeuropeos, en India por ejemplo, construyeron su religión): en el cristianismo, ese fuego ha pervivido en los cirios, lamparitas y "mariposas" que todavía se encienden honrando la memoria de los difuntos.

La sofisticación del culto romano a los muertos (entendido como cuidado) alcanzó un grado complejo en que se tipificaban los espíritus de los ancestros en varias clases de "númenes": lares, penates, manes y lemures. De puertas adentro, los lares y penates tenían en la casa romana su lugar de honor: así es como nos lo presenta Petronio en su "Satiricón", cuando nos describe la casa de Trimalción: "Al final, en una esquina, vi un gran armario en cuyos anaqueles se habían colocado unos Lares de plata...". En lo público, los espíritus de los difuntos (Manes y Lémures) eran honrados dos veces al año.

Según este complejo sistema necrolátrico romano, las almas de los difuntos buenos de la familia se divinizaban en Lares y Penates que podían intervenir en los asuntos terrenales, bendiciendo a sus descendientes (ver "Aulularia") cuando estos les "tratan" con "piedad", pero, si por lo contrario, esos difuntos habían sido viciosos y vituperables se convertían en Larvas y Lemures y, cuando se tenía dudas sobre la moralidad de sus acciones, se les llamaba Manes. A los Manes se les daba culto en las tumbas, a las Larvas y Lemures en los lugares más siniestros, y a los Penates y Lares en el hogar. Apuleyo en "De Deo Socratis" lo expone con meridiana claridad: "El espíritu del hombre, tras salir del cuerpo, pasa a ser una especie de demonio que los antiguos latinos llamaban Lemures. Las almas de aquellos difuntos que habían sido buenos y tenían cuidado y vigilaban la suerte de sus descendientes, se llamaban Lares familiares pero las de aquellos otros inquietos, turbulentos y maléficos que espantaban los hombres con apariciones nocturnas se llamaban Larvas y, cuando se ignoraba la suerte que le había cabido al alma de un difunto, es decir, que no se sabía si había sido trasformada en Lar o en Larva, entonces la llamaban Manes". Es curioso, pero parece que tanto en la palabra "lar" como en "larva" se halla la misma raíz: "lar", por más que larva sea referido a algo maligno, posiblemente lascivo, horrible, espectral y, asimismo es interesante advertir que también servía para referirse a las "máscaras": considérese todas las fiestas invernales que en la vieja Península Ibérica y en toda Europa conmemoran a los difuntos con mascaradas. 

Por su parte, el Lar es el dios benéfico, pero localizándolo en el hogar, en el fuego del hogar; y esto se ha conservado hasta nuestros días, superando incluso la acometida racionalista. Así lo hace patente el erudito fray Alejandro del Barco que escribe a finales del siglo XVIII: "De esta costumbre [de consagrar a los Lares el hogar] aún existen algunos vestigios en la casa de los labradores antiguos y, especialmente, en las de campo, en cuyos hogares o chimeneas penden unas cadenas que rematan en un gancho de que cuelgan los calderos en que guisan a las que las llaman "Llares"." 

Los Manes, como más arriba hemos dicho, eran venerados en sus tumbas y de ahí que, en las lápidas funerarias, sus familiares mandaran grabar las letras "D. M. S." (Dis Manibus Sacrum: consagrada a los dioses manes). Ovidio, por su parte, exhorta a "Aplacad las almas de los padres y llevad pequeños regalos a las piras extintas. Los manes reclaman cosas pequeñas: agradecen el amor de los hijos en lugar de regalos ricos. La profunda Estige no tiene dioses codiciosos". Y el mismo Ovidio es el que recuerda que cuando decayó el culto a los manes en sus sepulcros, por estar ocupados los romanos en las guerras y descuidar este culto, "dicen que nuestros abuelos salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos extensos. Después de este suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas". En la epigrafía funeraria romana de la Bética, el epitafio más común rezaba: Pius in suis (piadoso [en el trato] con los suyos) y frecuentemente rematado con el S. T. T. L. (Sit Tibi Terra Levis: séate la tierra leve). No podía decirse nada mejor de un difunto que ese "Pius in suis".

Los romanos llamaban colectivamente a estos espíritus como "di indigites" (los dioses indígenas, patrios), por ello Virgilio, en sus "Geórgicas", los invoca de este modo: "Dioses patrios, Indígetes, y tú, Rómulo, y tú, madre Vesta, que guardas el Tíber etrusco y el Palatino romano...". Los "indigitamenta" constituían para los pontífices (los artífices del puente entre éste y el otro mundo) de la antigua Roma los libros en que se registraban los nombres públicos (exotéricos) y secretos (esotéricos) de los dioses patrios, así como los rituales asociados a cada uno de ellos.

La "pietas" y sus "cultos" fundamentan el patriotismo genuino. El patriotismo no arranca de una "idea", más o menos abstracta, de un cuerpo político -sea la "polis", la "urbs" o la "nación"- más o menos amplio, sino que arranca del mismo hogar doméstico, allí donde los vivos dan el "trato" que merecen a sus muertos, donde se realiza el trato con lo "otro" (los que ya están ausentes por haber fallecido, pero cuya "presencia" invisible se "mantiene", se "sabe" y se "cultiva" con el esmero piadoso, mediante el cuidado de sus tumbas, las rogativas, el sacrificio supremo de las Misas en sufragio de sus almas, conservándoles el recuerdo, la veneración y el amor). Y del íntimo del hogar, el patriotismo verdadero se dirige a las tumbas, a los camposantos: antiguamente emplazados en el sagrado suelo de los templos parroquiales, ahora en los cementerios "semi-secularizados". Es así como a la solidaridad en el espacio con los prójimos, se acopla una solidaridad superior de carácter mucho más duradero y fundador: la solidaridad en el tiempo con las generaciones que nos antecedieron.

Queda, pues, recuperar la "pietas" en su sentido profundo y exacto, algo sobre lo que los romanos, a quienes tanto debemos, erigieron su cultura milenaria y más fecunda. Algo que nuestros antepasados católicos supieron cristianizar sin damnificar el poderoso influjo de lo "otro" (la Iglesia Triunfante y la Iglesia Purgante) en el más acá. Sin eso no puede haber cabal patriotismo, tampoco cultura: en todo caso tendremos esas caricaturas grotescas del nacionalismo o el mundialismo que pretenden sustituir con sus imposturas todo nuestro marco de referencias, destruyendo nuestra identidad y los sagrados vínculos del ser humano concreto con el suelo y la sangre. Esa la viña que Dios nos ha dado en este mundo para que la cultivemos y demos fruto.

Mariposas de difuntos

BIBLIOGRAFÍA:

D'Ors, Eugenio, "La ciencia de la cultura", Rialp, Madrid, 1964.

Jünger, Ernst, Obra completa.

Cicerón, "Cuestiones Tusculanas".

Plauto, "Aulularia".

Petronio, "El Satiricón".

Virgilio, "Geórgicas".

Ovidio, "Fastos".

Apuleyo, "De Deo Socratis".

Eliade, M. y Couliano, Ioan P., "Diccionario de las religiones".

Ogilvie, R. M., "Los romanos y sus dioses".

Del Barco, Alejandro, "La antigua Ostippo y la actual Estepa".

Recio Veganzones, Alejandro, "Nueva Epigrafía Tuccitana".

Zambrano, María, "El hombre y lo divino" (especialmente "El trato con lo divino: la Piedad")