RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 12 de agosto de 2016

GUSTAVO BUENO: UN INCORDIO PARA TODOS LOS ACOMODATICIOS

Gustavo Bueno el 18 de julio de 2016 en Niembro: fotografía realizada por Lino Camprubí y enviada a los participantes en el XIII Curso de Filosofía en Santo Domingo de la Calzada, inaugurado ese día sin su presencia. Fuente: Ante el fallecimiento de Gustavo Bueno


UNA REFLEXIÓN AL HILO DE LA MUERTE DEL FILÓSOFO ESPAÑOL


Manuel Fernández Espinosa


En el de por sí desolador panorama intelectual español ha sido un mazazo el fallecimiento del filósofo D. Gustavo Bueno Martínez (1924-2016). Recuerdo, pues no ha pasado una semana, que el mismo domingo en que se anunciaba su muerte, ajenos a su exitus letalis que se había producido o estaba produciéndose en esos momentos, unos amigos míos y yo hablábamos de Gustavo Bueno en nuestra Tertulia del Ángelus dominical. Cuando llegué a casa, me enteré de tan luctuoso acontecimiento y algún mensaje telefónico recibí de alguno de los que al mediodía hablaba conmigo, para darme parte.

En justicia, podemos decir que Gustavo Bueno era uno de los pocos que mantenía, desde la lucidez de un hombre de su generación (las generaciones que sufrieron la postguerra han sido las más recias que ha dado la España del siglo XX) y su venerable ancianidad, una posición filósofica frente a los problemas reales derivados de la nebulosa "ideología" predominante que, con toda su insolvencia e incoherencias, subyace a los lugares comunes que la gente repite. Gustavo Bueno siempre ha sido un incordio para todos los que prefieren no pensar.

No es mi intención ofrecer con estos renglones ni siquiera una aproximación al pensamiento de D. Gustavo Bueno, pero sí invitar a la reflexión de lo que, a pocos días de su muerte, ha significado su labor y las posibilidades que se abren tras su triste desaparición física. No he estudiado el pensamiento de Gustavo Bueno tan a fondo como para emitir juicios sobre el mismo, la percepción que tengo del fenómeno filosófico de Gustavo Bueno está mediada por la simpatía personal que siempre me ha inspirado el filósofo cuando lo he visto debatir en televisión con otros personajes: con José Antonio Marina, con Santiago Carrillo... Y, ahora que lo pienso, casi nunca faltaba Fernando Sánchez Dragó, con sus gafas a horcajadas de la nariz, sus ojos mirándonos por encima de la montura y la sonrisa aflorándole por saber que estaba haciendo lo que pocos, por no decir que ninguno, hace hoy en televisión: contribuir a un debate de ideas.

Las contribuciones más difundidas de Gustavo Bueno han sido las que, desde el año 2000, han visto la luz, libros como: "España frente a Europa", "El mito de la izquierda: las izquierdas y la derecha", "Zapatero y el pensamiento Alicia: un presidente en el país de las maravillas", "El fundamentalismo democrático: la democracia española a examen"... entre otros títulos, tienen todos los ingredientes para suscitar un profundo debate, si fuese el caso de encontrar interlocutores válidos. Pero no es tal el caso: lo que constatamos es que, por la pereza intelectual que se reduce al postureo de algunos y el indiferentismo generalizado, faltan quienes pudieran seguirle el discurso para, por ejemplo, rebatirle.


A la izquierda (que tan bien caracterizó Gustavo Bueno en "El mito de la izquierda"; y tal vez con la excepción de Jorge Verstrynge), el debate intelectual profundo apenas le interesa, pues lo que ambiciona es el poder político con sus prebendas, mientras lo tiene fácil para movilizar al electorado, activando los resortes del conductismo más primario para que unas masas iletradas reaccionen, salivando como el perro de Paulov, a las palabras-fetiche que operan en el imaginario colectivo de lo políticamente correcto: Franco, fascismo, memoria histórica, libertad, solidaridad, etcétera (como los niños que repiten cansinamente "caca, culo, pedo, pis"). 

En cuanto a la derecha (si es que eso ha existido alguna vez en España, hoy por supuesto que no), ¿qué podemos decir? No existe "derecha intelectual" (eso, en España, es un oxímoron); pero sí que podemos localizar a una derecha llamémosle "social", aunque es muy probable que la parapsicología la pueda estudiar mejor que cualquier ciencia o pseudociencia. A esa derecha "social" lo único que le interesa es lo económico: el Estado-Gestoría, habiendo llegado a un estado tal de pasividad y vaciedad que, por más que la sodomicen es incapaz de reaccionar... ¿le habrá encontrado gusto a tan nefando vicio? El debate intelectual es algo a lo que la "derecha política" va vendida, entre otras cosas por carecer de cualquier atisbo de discurso intelectual: ni para fortalecer su identidad (que no la tiene), ni para defenderse de los hostigamientos de la izquierda infatigable. Ha dejado en el camino, convencida de que era necesario para sobrevivir, todos los argumentarios. 

Y ni siquiera el que pudiéramos llamar último bastión del "conservadurismo" (esto es, la Iglesia) está en sus mejores momentos: tras el Concilio Vaticano II y sus claudicaciones continuas, la Iglesia se ha apartado de todo debate de ideas y sale a escena con la nariz de payaso para por todos los medios tratar de resultar simpática a quienes están más que dispuestos a cortarle las orejas y la cabeza. O sale a la palestra cuando sus enemigos la sacan, aireando los trapos sucios lo mismo los del pasado que los del presente. En los refugios blindados de la Iglesia, permítasenos llamarle conservadores (incluso tradicionalistas, si lo prefieren, que no es lo mismo, pero a mí ya me da igual): ¿qué hay? Sedicentes tomistas y neotomistas (que en el mejor de los casos leyeron una colección de citas de Santo Tomás, dudo que más de una frase de Réginald Garrigou-Lagrange; eso sí, presumen de leer mucho a Chesterton, claro, a Chesterton siempre, que para eso es inglés). El pensamiento de Gustavo Bueno, para esos más puristas, tiene que ponerles el pelo como escarpias, pues les basta con ver la etiqueta de "materialismo filosófico" para, sin haber hecho ni el mínimo esfuerzo por adentrarse en el pensamiento de Gustavo Bueno, salir corriendo o atronar con el "Vade retro".

El panorama es deplorable, ya digo. El pensamiento de Gustavo Bueno no tiene interlocutor, pues en España apenas hay mentes capaces de interesarse lo más mínimo por la filosofía, prueba de ello es que nos la pueden retirar de los planes de estudio y aquí la gente sigue viendo el fútbol o cazando pokemons. Pero algo tiene la filosofía de Gustavo Bueno.

A bote pronto, digamos que aunque uno no comparta el pensamiento de Gustavo Bueno (entre otras cosas, por tener uno todavía una idea muy poco precisa del total de su obra), lo que Bueno ha aportado a la filosofía ha sido un sistema que se ha dotado de un vocabulario técnico propio, con el que trata de explicarse y explicarnos la realidad (Emic/Etic, Eutaxia, Holización, Cierre Categorial, Metábasis... Son algunos de los vocablos empleados en la escuela de Gustavo Bueno), esto -por una parte- puede aportar precisión y rigor al estudio de los fenómenos que se consideren, pero también espanta al lego con la eficacia que toda dificultad tiene para un perezoso. Hemos dicho bien, Gustavo Bueno no sólo fue capaz de elaborar una filosofía propia (por mucho que a mí me disguste todo "materialismo"), sino que ha sido capaz de formar toda una escuela que tiene a día de hoy prometedores filósofos como Atilana Guerrero, Pedro Insúa... Y muchos más: cito a dos de ellos que he leído y que me perdonen los que no cito por no haberles leído nada todavía.

En este sentido, digamos a lo primero que todo el instrumental de la filosofía de Gustavo Bueno, por complicado que pueda parecer a simple vista, supone y pone en nuestras manos unos recursos que muy probablemente puedan seguir dando resultados en algunos campos. Y no es poca cosa, en los tiempos que corren, haber sido capaz de haber entusiasmado con la filosofía a tantos jóvenes y menos jóvenes. En eso se reconoce un maestro, en ser capaz de transmitir por vivirlo, una pasión: en el caso de Gustavo Bueno, esa pasión fue la pasión por la filosofía.

En cuanto a los que no somos de su escuela y, sin embargo, amamos la filosofía nos queda una asignatura pendiente: leerlo a fondo, tal vez para refutarlo. Pero, eso sí, si alguna vez lo intentáramos -refutarlo- sería bajo dos condiciones:

-La de haberlo leído como merece ser leído alguien que ha trabajado honestamente con un alto sentido de la responsabilidad pública y patriótica.

-Y la de hacerlo desde la simpatía que siempre nos despertó a los que lo vimos pelear con bravura contra la tontería ambiente, con ese convencimiento que él mismo conquistó intelectualmente y que expresó con pasión.

Y todo lo demás no dejará de ser aquello que Nietzsche tomó prestado por ahí:


"Opiniones públicas, perezas privadas".
 
 

lunes, 8 de agosto de 2016

RABELAIS: NI DIVERTIMENTO PURO NI HETERODOXIA MANIFIESTA



LA SONRISA, LA CARCAJADA Y LA SERIEDAD

Manuel Fernández Espinosa

A simple vista la influencia de Rabelais en España no parece haber sido trascendental. Sus procacidades e irreverencias tal vez se degustaron en la lectura privada, pero citar a un autor con tan mala fama no tenía que ser de buen tono en las letras hispánicas, cuya ortodoxia pública era de hegemonía católica hasta las primeras muestras de desviación que, si bien pueden verse en el siglo XVI, no podrán exhibirse hasta el siglo XVIII y posteriores. Podríamos convenir en que François Rabelais, pese a todas sus estridencias, es a la lengua francesa lo que nuestro Francisco de Quevedo es a la española: un genio sin parangón.

Tanto su vida como su obra presentan una apariencia errática, hubiera podido ser un buen monje goliardo y sus datos biográficos a eso apuntan: ingresó en los capuchinos, se hartó de aquella orden y se incorporó a los benedictinos, más tarde también terminaría colgando el hábito y, aunque todavía clérigo, su vida no era un ejemplo moral: tuvo su barragana y hasta donde se me alcanza hasta un hijo natural que falleció. Pero era la época: varios obispos y hasta un cardenal hubo que le transmitieron el pésame por la pérdida de su hijo.

Las interpretaciones que de la obra de Rabelais se han hecho van desde la candidez "exotérica" que expresa Giuseppe Tomasi di Lampedusa hasta el título "esotérico" de "gran iniciado" que le concede Fulcanelli. Para Lampedusa: "Gran parte de la obra rabelaisiana es "divertissement pur" y, por tanto, no sería honesto querer extraer de cada una de sus palabras significados profundos". Para Fulcanelli: "El poderoso iniciado que fue Rabelais suministra, en algunas palabras, las verdaderas características del mercurio filosofal".

En efecto, hay mucho divertimento en la obra de Rabelais, pero aunque no haya que ver bajo toda palabra rabelaisiana un acertijo hermético, no le falta razón a Fulcanelli cuando apunta las muchas pistas que Rabelais dejó para quienes quieran ir a los fondos de su filosofía cifrada en novela. El mismo Rabelais se tituló como "abstracteur de quintessence" que en el argot medieval significaba alquimista y el mismo autor incluye a sus libros en la categoría de los "libros mudos" de la alquimia.

Claro que para saber lo que decimos con "alquimia" hay que alejarse (cuanto más, mejor) de ese lugar común que hace a la "alquimia" ser una especie de antecedente primitivo de la actual química (si es cierto que lo fue, la alquimia no debe ser considerada bajo ningún aspecto como una ciencia embrionaria y, por lo tanto, imperfecta comparada con la química contemporánea)

La más notable influencia de Rabelais a la posteridad está en la estructura profunda de sus textos que, además del "divertimento" que ve Lampedusa, son la implícita exposición de un modelo pedagógico que rechaza el escolasticismo y la educación que prevalecía en su época. La crítica más feroz de Rabelais va más allá del cuadro de costumbres convertido en escaparate de miserias morales de todos los sectores de la sociedad, su causticidad se ejerce sobre la educación de su tiempo, ofreciéndonos un programa pedagógico totalmente distinto y, aunque tan soez y vulgar como muchas veces se nos aparece, la risa de Rabelais es una risa hasta sana pues late en él una concepción optimista de la naturaleza humana y una confianza en que, dando rienda suelta a la libertad, es como el hombre se apodera de sus capacidades propias y las hace servir a su felicidad. Su aversión por el clero católico -en aquel tiempo sumido mayoritariamente en la ignorancia- y las convulsiones de la reforma protestante ha podido afectar a  Rabelais, a quien -sin dejar nunca de ser clérigo católico- algunos lo hacen hasta un partidario de la reforma (olvidan estos la descripción con la que retrató a Calvino: "diabólico impostor de Ginebra" -le llamó: un espíritu alegre no podía soportar a ese tieso de Calvino y su rigorismo inhumano) Su misma "abadía de Thelema", cuyo lema es "Fais ce que tu voudras" (Haz lo que deseas) recuerda el "Ama a Dios y haz lo que quieras" (Ama Deum et fac quod vis) de San Agustín. No era extraño en aquella época un descontento generalizado de los clérigos más lúcidos por el estado de postración en que se hallaba la iglesia: en España tuvimos eminentes anticlericales como Cristóbal de Villalón.

Lampedusa recuerda que Pantagruel era un personaje del acervo folclórico francés: un diminuto duendecillo que ponía sal en la boca de los borrachos, "la personificación de la sed" -nos dice el autor italiano. Para Fulcanelli, Pantagruel es un nombre cifrado formado por tres palabras griegas que vienen a significar en castellano: todo - camino - luz solar, por lo que puede interprestarse crípticamente como "el conocimiento perfecto del camino solar". 

¿Y qué es el conocimiento si no es esa sed de la verdad? Rabalais, siempre pintado esbozando una sonrisa irónica, se pone serio muchas veces y dice: "ciencia sin conciencia es la ruina del alma".

Sin la obra de Rabelais no puede entenderse las ideas pedagógicas de Locke y Rousseau que pasaron a estos por vía de Montaigne. 

Y esbozando sus vidas, hasta paralelas las podríamos hallar, cuando conocemos y comparamos las andanzas de Rabelais y Louis Ferdinand Céline. Además de la fastuosidad verbal de ambos, uno y el otro fueron médicos y ambos tuvieron que desplazarse de aquí para allá, por ser acusados de irreverentes y declarados como proscritos. Céline es con certeza el rabelaisiano más contumaz, un descendiente literario de Rabelais en el siglo XX, aunque mucho más enojado y asqueado que el cura dico y alquimista.

Hay algo en los franceses más lúcidos que los hace universales: su visceralidad implacable contra todo lo que ofende al refinadísimo gusto de almas superiores que, paradójicamente, terminan expresándose de la manera más soez y canallesca, odiando cuanto suena a impostura. Pero se respira bien en esas cumbres, cuando no se da crédito a la rimbombante fraseología de los imbéciles todos que -en todos los tiempos- han ejercido su presunto "magisterio" en hipocresía y cinismo convirtiendo en blasfemia y perjurio todo lo grande que invocan: desde Dios hasta la Patria. Por eso nos hace tanto bien leer a estos espíritus burlones que, sin exhibir sus presuntas "virtudes morales", se tomaban mucho más en serio todo aquello por lo que merece vivir y morir. En cuanto al ruido que hacen los hipócritas, tapémonos los oídos y ríamos cuando les leemos sus frases hechas, en las que se ha evacuado todo sentido y significado por no tener correlato en la realidad. Esa gente es decepcionante y miserable (y no hay pocos), por eso -al verlos fustigados por la verborrea terrible de Rabelais, Céline o Quevedo, el discurso que los remite a las funciones más bajas de la fisiología desde la ventosidad hasta las heces, nos alegramos: alguien nos ha vengado.

Y se agradece. Por fin, a la mierda se le ha llamado por su nombre.

BIBLIOGRAFÍA:

-"Conversaciones literarias", Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

-"Las moradas filosofales", Fulcanelli.  

jueves, 4 de agosto de 2016

LAS CRÓNICAS DEL VALLE DE LAS SOMBRAS DE LORD DUNSANY


HOMENAJE A DON QUIJOTE Y MUNDO IMAGINAL


Manuel Fernández Espinosa

Escribía con una pluma de ganso, era XVIII Barón de Dunsany y pasó a las letras británicas: Edward John Moreton Drax Plunkett, más conocido como Lord Dunsany, nació en Londres el 24 de julio de 1878 y murió el 25 de octubre de 1957. Vástago de un linaje aristocrático irlandés al servicio de la corona británica, Lord Dunsany combatió en Sudáfrica contra los boérs y luego en la I Guerra Mundial. Aunque no lo hemos comprobado, su amistad con William Butler Yeats tuvo que ponerlo en contacto con el esoterismo de la Golden Dawn y la magia teúrgica; es por ello que nos resulta ingenuo verlo calificado por ahí como escritor de "literatura fantástica" cuando lo que Lord Dunsany hace en gran parte de su obra es trasladar a la literatura las operaciones de evocación, así como algunos de los "misterios" que la Golden Dawn custodiaba en secreto, concernientes sobre todo a las experiencias mágicas que el grupo hermético realizaba.

He dedicado los últimos artículos de RAIGAMBRE a dos temas que parecen diversos: la "imaginación como poder" y el esoterismo en Cervantes, pero en Lord Dunsany (así como en otros episodios) convergen. Veamos de qué modo.

Es sobradamente conocido (o estimo que debiera serlo) la influencia de Cervantes en la literatura inglesa (británica cuando corresponde cronológicamente llamarla así): Thomas Skelton tradujo la primera parte del Quijote al inglés en fecha tan temprana como la de 1617 o 1620 y esta versión de Skelton, revisada por John Stevens, tuvo ocho ediciones hasta 1740, y, además de la de Skelton, hubo otras traducciones.

En 1922 nuestro Barón de Dunsany publicaba su "Don Rodriguez: Chronicles of Shadow Valley" (traducida al español como "Don Rodrigo" en vez de "Don Rodríguez..."): suele calificarse a esta novela de literatura fantástica, pero una lectura más atenta nos la muestra como otra cosa. A la vez que es un homenaje al Quijote, "Don Rodriguez" de Dunsany es una novela esotérica. Su autor nos ambienta la acción en la España del Siglo de Oro, pero que expresamente lo diga no significa que debamos esperar una "novela histórica": al novelista no le importa lo más mínimo reconstruir "históricamente" su ficción sobre una época determinada, elaborando material histórico: el Siglo de Oro español de Dunsany no corresponde al que podemos conjeturar al través de obras del costumbrismo de aquella edad.

Como bien indica el autor nada más empezar su novela: "...la magia, aun en pequeñas dosis, parece afectar al tiempo, de manera muy similar a como los ácidos afectan a ciertos metales: produciendo curiosas alteraciones en su esencia".

Los protagonistas de la novela son Don Rodriguez (en versión española: Don Rodrigo) y Morano su servidor. Éste dúo evoca a Don Quijote y Sancho Panza respectivamente. Pero ni Don Rodrigo es un caballero andante loco, ni Morano es Sancho Panza. Don Rodrigo tiene que salir de su castillo a buscar fortuna, pues así ha sido voluntad de su padre. Entre todos los personajes que aparecen en los capítulos (que Dunsany denomina "Crónicas") uno especialmente nos llama la atención: el Profesor de Magia en la "Universidad de Zaragoza", al que también se le llama Siervo de Orión. En la Crónica IV, llegados Don Rodriguez y Morano a la mansión del Siervo de Orión, el Mago los somete a una experiencia conjunta de lo que con toda propiedad podría interpretarse como un viaje psicotrópico (también podríamos llamarlo "viaje astral" o inmersión en el mundo imaginal de Henry Corbin); si el episodio recuerda el capítulo de Clavileño el tratamiento es muy distinto. 


" Nuestros ojos recogen la luz, y con los escasos rayos de luz que nos brindan, nosotros nos formamos una cuantas imágenes de las "cosas como creemos que son" ".

Escribe Lord Dunsany. 

La imaginación mágica (ayudada mediante sustancias o artes mágicas y ensalmos) y los vestigios de D. Quijote convergen aquí. Pero su autor no es Cervantes, sino un irlandés iniciado en la Golden Dawn.

martes, 2 de agosto de 2016

¿LO DICE LA HISTORIA?



Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor

Desde que salió la mamarrachada del código Da Vinci y canales como Nat Geo y History Channel, de repente comenzaron a surgir entendíos/enteraos/conoseores de Historia por doquier. Temas muy socorridos, como la Iglesia y la Edad Media, suelen ser blanco de una opinión que reputan como muy importante; y si le preguntas por cosas concretas acerca de sus conclusiones lapidarias, te responden: "Lo dice la Historia". Como si la Historia fuese una señora que no se equivoca nunca o algo así. Cuando le preguntas sus fuentes, te siguen exclamando: “¡Lo dice la Historia!” Ya puedes preguntarle cosas concretas, como fechas, cifras o lugares, que ellos seguirán emperrados en que “lo dice la historia”.

Así las cosas, conviene aclarar que leer libros de ficción (y encima de tercera) o ver canales simplones no quiere decir nada acerca de la sapiencia en Historia. Lo mismo que leer la Biblia (je, y eso dependiendo qué traducción, porque las protestantes dan hasta dolor de cabeza) y repetir monsergas modernistas o de la teología de la liberación no quiere decir que se sepa de teología. Lo mismo que Stephen Hawking puede saber de astrofísica pero no de filosofía o medicina. Lo mismo que un albañil no tiene por qué saber de agricultura y un abogado no tiene por qué saber de enseñanza ni un historiador tiene por qué saber de mecánica. Como decía Silvio Fernández Melgarejo, el rockero de Sevilla QEPD, “el que sabe del Betis, llega hasta el Betis, el que sabe de Europa, llega hasta Europa, el que sabe del Rocío, llega hasta el Rocío”.

Con todo, cuando uno intenta escarbar en la memoria de personas que, por ejemplo, creen que la Inquisición Española mató a doscientos mil millones de personas, al final el único autor que aciertan a mencionar es Dan Brown, el artífice del mentado y nefasto Código Da Vinci. O en todo caso, a los televisivos canales también mentados. Es un fenómeno parecido al américo-castrismo en España: El hábil ensayista Américo Castro se sacó de la manga una suerte de teorías contradictorias en torno al invento de las “Tres Culturas”, basadas en su cerrazón ideológica e indisciplina, y todo eso creó una amalgama de malos discípulos, que empeoraron aún más el producto original. Con Dan Brown, Nat Geo y History Channel ha pasado exactamente lo mismo. Por eso, cuando uno refiere verdades como que la Inquisición ajustició en el Perú a 32 personas en tres siglos, y de los ejecutados, ninguno era amerindio, puesto que éstos estaban exentos del Tribunal del Santo Oficio, las caras de asombro se multiplican, ante una falta de reacción provocada por la palabrería asumida. Y claro, es muy difícil reconocer que a uno lo han engañado durante mucho tiempo, o que se ha dejado engañar. Algo parecido le pasa a la generación de la transición en España, que se resiste a reconocer los fallos de su régimen, el calco sofisticado de la mal llamada “Restauración” de Cánovas y Sagasta que, a su vez, también nos llevó a la más absoluta ruina.

Solía decir mi abuela QEPD que la ignorancia es muy atrevida. En nuestros tan “igualitarios” tiempos, donde la opinión de un tonto vale lo mismo que la de un sabio, y donde todo el mundo parece poder opinar de todo con un magisterio incontestable, bien estaría que suprimiesen la carrera de Historia de las universidades. O mejor dicho, cualquier carrera. Total, si por ver un reportaje en la televisión o leer un librillo de poca monta nos creemos historiadores, ¿qué pasará con otros campos del saber como la arquitectura, la medicina, el derecho, la geografía o la botánica? Porque también hay programas televisivos de medicina, hasta de operar en directo… ¿Se imaginan ustedes el peligro que entrañaría la proliferación de “médicos” aficionados-improvisados que encima creen incontestable su dizque criterio “porque lo dice la Medicina”? Pues esa barbarie está pasando con la Historia. Y eso está moldeando la pseudo-cultura del hombre moderno. Y de eso se aprovechan muy bien los gobernantes corruptos. Así que atentos, que hay que procurar honestidad y responsabilidad intelectual, porque las paparruchadas no las dice “la Historia”; ciencia que, por otra parte, está en constante trabajo y revisión. 

viernes, 29 de julio de 2016

CERVANTES Y EL OCULTISMO (III Parte)


Don Quijote en su lecho de muerte



EL DESENGAÑO DEL RENACIMIENTO


Manuel Fernández Espinosa

La cuestión de la astrología judiciaria no sólo concierne a la "adivinación" del futuro, sino que pudiéramos decir que la astrología es la matriz de todas las ciencias ocultas: hasta tal punto que, como bien saben los ocultistas, la confección de los sigilos (sellos) y los talismanes (valgan como ejemplos), hay que realizarla en los tiempos astrológicos convenientes. En lo que atañe a la supuesta adivinación del futuro, la astrología topaba con una de las cuestiones más cruciales de la época de Cervantes: el libre albedrío. 

Establecer las relaciones entre la gracia y la libertad humana habían desencadenado en España una cruda polémica entre dominicos (a la cabeza de los cuales figura Domingo Báñez), jesuitas (Luis de Molina) y la línea agustiniana (con el palentino P. Francisco Zumel, mercedario): se trataba de la llamada "polémica de Auxiliis" que entrañaba la conciliación entre la omnisciencia de Dios, la predestinación... Y la libertad humana. En esta contienda intelectual teológica y filosófica se afinaron conceptos como la "premoción", la "ciencia media"... Con todas sus escolásticas diferenciaciones: por cierto, que terminó sin resolverse y a ninguno de los que intervino se le dio la razón desde las instancias religiosas, sin afear ni anatematizar la posición de ninguno de los ponentes. La polémica de Auxiliis es tan compleja que vamos a contentarnos con solo mencionarla. Sería un tema para una tesis profundizar en la obra de Cervantes para averiguar si nuestro autor tomó partido por alguna de las posiciones, seguro que -con todos los ríos de tinta que todavía se dedican a la obra cervantina- alguien lo ha intentado. En una aproximación de lo más somera lo que podemos indicar es la completa adhesión de Cervantes al pensamiento tomista, sobre todo en lo que dice al conocimiento que tiene el ángel maligno, el diablo.

Recordemos la conclusión que alcanzábamos ayer, cuando atendíamos al pensamiento que Cervantes expresa sobre la astrología judiciaria y sus implicaciones en el orden teológico: sea o no sea ciencia la astrología (hay atisbos de que Cervantes pensaba que sí, aunque también hay motivos que nos llevan a suponer que Cervantes pensaba que la astrología resultaba tan inextricable que es prácticamente inaccesible), lo que sale a la luz es que: 

1) "...a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente" (capítulo XXV, de la II parte de "Don Quijote")

2) Que el demonio "no sabe nada de lo por venir ciertamente, sino por conjeturas": "...porque no solamente juzga de lo por venir por la ciencia que sabe, sino también por las premisas y conjeturas. Y, como ha tanto tiempo que tiene experiencia de los casos pasados y tanta noticia de los presentes, con facilidad se arroja a juzgar de los por venir" (Los trabajos de Persiles y Sigismunda.)


Si cotejamos estas dos conclusiones cervantinas con el pensamiento de Santo Tomás de Aquino veremos que Cervantes está acorde con el tomismo clásico:

1) Santo Tomás afirma que: "El otro modo es el de conocer los futuros en sí mismos, y de este modo solamente Dios conoce, no sólo los futuros que provienen necesariamente y en la mayoría de los casos, sino también los casuales y fortuitos, porque Dios ve todas las cosas en su eternidad, la cual, como es simple, está presente a todos los tiempos y los incluye..." 

2) Según el Doctor Angélico: "Los demonios conocen la verdad de tres maneras. Una, en virtud de la perspicacia de su naturaleza, ya que, aunque obscurecidos por la privación de la luz de la gracia, son, no obstante, luminosos por la luz de su naturaleza espiritual. La segunda, por revelación de los ángeles santos, porque, si bien no convienen con ellos por la concordia de voluntades, tienen, sin embargo, con ellos de común la naturaleza intelectual y por ella pueden recoger lo que los otros manifiestan. La tercera es por la experiencia de mucho tiempo, y no porque la adquieran por medio de ningún sentido, sino porque, cuando en las cosas singulares se realiza la semejanza de la especie infusa que naturalmente poseen, conocen como presentes cosas que antes no habían conocido como futuras, según hemos explicado al tratar del conocimiento angélico".

Pero, siendo esto así, la actitud de Miguel de Cervantes ante la astrología judiciaria puede dar la impresión de que Cervantes, al calificar a esta astrología como "ciencia", abogaba y hasta podía tener nociones de esta astrología que para los modernos es superstición y para los ocultistas una razón para hacer a Cervantes de los suyos.

A esto hay que decir que la astrología llega desde los tiempos más remotos al Renacimiento, envuelta en lo que se llama el "Corpus Hermeticum". Sobre la astrología hay muchas ideas confusas, equívocas y equivocantes: "Los egipcios no habían buscado en la observación de los astros y las constelaciones más que simples datos que sirvieran de base al calendario, a la fijación de las fiestas anuales, a la determinación de los días nefastos que tenían una aparición regular, a la determinación de la fortuna asignada a determinados nacimientos por los "siete Hathor" y al conocimiento de los momentos más oportunos (las "iniciativas" de la astrología hermética) para acometer empresas" -señala el especialista Jean Doresse en "El hermetismo egipcianizante". El "Corpus Hermeticum" se atribuía al dios egipio Thot (Hermes griego) y constituye un conjunto muy variado de escritos astrológicos, médicos, mágicos, alquímicos, filosóficos, etcétera. El "Corpus Hermeticum", junto a los textos de los "Oráculos Caldeos" y los "Orphica", ejerció una considerable influencia sobre el Renacimiento europeo como lo puso de manifiesto la investigación de D. P. Walker (The Ancient Theology) o Ernst Cassirer (Die platonische Renaissance in England und die Schule von Cambridge): el platonismo invocado por Marsilio Ficino es una suerte de sincretismo filosófico entre el neoplatonismo helenístico y el hermetismo. Pero ni los mismos renacentistas estaban de acuerdo en la consideración de la astrología: Ficino era un acérrimo partidario de la astrología, mientras que Pico de la Mirandola se ensañó contra ella. Lo que sí está claro es que -como señala Jacob Burckhardt: "La mayor parte de los Papas, por ejemplo, confesaba abiertamente que consultaban las estrellas [...] incluso León X pareció basar la gloria de su pontificado en el florecimiento de la astrología. Y en cuanto a Paulo III, nunca celebraba un consistorio sin que antes sus astrólogos le hubieran señalado la hora más propicia" (La Cultura del Renacimiento en Italia).

Las fluidas relaciones de España con Italia en todos los órdenes (político, cultural, artístico...) no se limitaron a traer la métrica poética (Boscán y Garcilaso de la Vega) a la Península Ibérica, también vinieron estas influencias filosóficas, astrológicas, mágicas. Basta asomarse a la biblioteca de Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial, para persuadirse de ello: entre sus libros (más de 750 volúmenes, inventariados tras su fallecimiento) encontramos "La Sombra de las Ideas" de Giordano Bruno (quemado en la hoguera por mago), los textos de Hermes Trismegisto, incluso tratados tardíos relacionados con el Corpus Hermeticum: Sinesio o Picolomini, la obra de Ramón Lulio, libros de alquimia y la "Monada Ieroglyphica" del astrólogo y mago inglés John Dee, entre muchos otros.

Cervantes, hombre de su tiempo, no podía estar al margen de estas influencias. Pero estar bajo esas influencias no significa aceptarlas conscientemente. Y como se pone de manifiesto en su obra, la postura de Cervantes frente a estos influjos dista mucho de ser la de la adhesión, sino que más bien lo que podemos ver resaltado es el esbozo de una ligera sonrisa escéptica por todas esas "maravillas": una semejante sonrisa suscitaban estas cosas en Quevedo (léase "Los sueños"), aunque en Quevedo era sonrisa sarcástica. Pues todas esas ideas renacentistas eran, para los hombres del barroco, embelecos de una época en la que había florecido el optimismo vital, el engaño y autoengaño en que los hombres viven por no querer encararse frente a frente con la verdad cruda y desnuda de nuestras miserias terrenales. Si el Renacimiento había apostado por arrebatarle al hombre la visión cristiana que hace de este mundo un "valle de lágrimas", los hombres del barroco (y más todavía si cabe los españoles), tras hacer la experiencia de viajar y leer mucho, retornan otra vez a la iglesia con el desengaño en sus alforjas; lo mismo que D. Quijote que, vencido en la playa de Barcelona, regresa a su aldea para morir cristianamente, adjurando de todas sus locuras y profesando la Fe Católica. 

Los que ven ocultismo en Cervantes no han visto entre sus renglones la sonrisa desengañada de quien ha aprovechado mucho, incluso sus reveses, sacando la lección de la lucidez y la humildad que se conforma a la fe de sus mayores.

Continuará...