Gustavo Bueno el 18 de julio de 2016 en Niembro: fotografía realizada por Lino Camprubí y enviada a los participantes en el XIII Curso de Filosofía en Santo Domingo de la Calzada, inaugurado ese día sin su presencia. Fuente: Ante el fallecimiento de Gustavo Bueno |
UNA REFLEXIÓN AL HILO DE LA MUERTE DEL FILÓSOFO ESPAÑOL
Manuel Fernández Espinosa
En el de por sí desolador panorama intelectual español ha sido un mazazo el fallecimiento del filósofo D. Gustavo Bueno Martínez (1924-2016). Recuerdo, pues no ha pasado una semana, que el mismo domingo en que se anunciaba su muerte, ajenos a su exitus letalis que se había producido o estaba produciéndose en esos momentos, unos amigos míos y yo hablábamos de Gustavo Bueno en nuestra Tertulia del Ángelus dominical. Cuando llegué a casa, me enteré de tan luctuoso acontecimiento y algún mensaje telefónico recibí de alguno de los que al mediodía hablaba conmigo, para darme parte.
En justicia, podemos decir que Gustavo Bueno era uno de los pocos que mantenía, desde la lucidez de un hombre de su generación (las generaciones que sufrieron la postguerra han sido las más recias que ha dado la España del siglo XX) y su venerable ancianidad, una posición filósofica frente a los problemas reales derivados de la nebulosa "ideología" predominante que, con toda su insolvencia e incoherencias, subyace a los lugares comunes que la gente repite. Gustavo Bueno siempre ha sido un incordio para todos los que prefieren no pensar.
No es mi intención ofrecer con estos renglones ni siquiera una aproximación al pensamiento de D. Gustavo Bueno, pero sí invitar a la reflexión de lo que, a pocos días de su muerte, ha significado su labor y las posibilidades que se abren tras su triste desaparición física. No he estudiado el pensamiento de Gustavo Bueno tan a fondo como para emitir juicios sobre el mismo, la percepción que tengo del fenómeno filosófico de Gustavo Bueno está mediada por la simpatía personal que siempre me ha inspirado el filósofo cuando lo he visto debatir en televisión con otros personajes: con José Antonio Marina, con Santiago Carrillo... Y, ahora que lo pienso, casi nunca faltaba Fernando Sánchez Dragó, con sus gafas a horcajadas de la nariz, sus ojos mirándonos por encima de la montura y la sonrisa aflorándole por saber que estaba haciendo lo que pocos, por no decir que ninguno, hace hoy en televisión: contribuir a un debate de ideas.
Las contribuciones más difundidas de Gustavo Bueno han sido las que, desde el año 2000, han visto la luz, libros como: "España frente a Europa", "El mito de la izquierda: las izquierdas y la derecha", "Zapatero y el pensamiento Alicia: un presidente en el país de las maravillas", "El fundamentalismo democrático: la democracia española a examen"... entre otros títulos, tienen todos los ingredientes para suscitar un profundo debate, si fuese el caso de encontrar interlocutores válidos. Pero no es tal el caso: lo que constatamos es que, por la pereza intelectual que se reduce al postureo de algunos y el indiferentismo generalizado, faltan quienes pudieran seguirle el discurso para, por ejemplo, rebatirle.
A la izquierda (que tan bien caracterizó Gustavo Bueno en "El mito de la izquierda"; y tal vez con la excepción de Jorge Verstrynge), el debate intelectual profundo apenas le interesa, pues lo que ambiciona es el poder político con sus prebendas, mientras lo tiene fácil para movilizar al electorado, activando los resortes del conductismo más primario para que unas masas iletradas reaccionen, salivando como el perro de Paulov, a las palabras-fetiche que operan en el imaginario colectivo de lo políticamente correcto: Franco, fascismo, memoria histórica, libertad, solidaridad, etcétera (como los niños que repiten cansinamente "caca, culo, pedo, pis").
A la izquierda (que tan bien caracterizó Gustavo Bueno en "El mito de la izquierda"; y tal vez con la excepción de Jorge Verstrynge), el debate intelectual profundo apenas le interesa, pues lo que ambiciona es el poder político con sus prebendas, mientras lo tiene fácil para movilizar al electorado, activando los resortes del conductismo más primario para que unas masas iletradas reaccionen, salivando como el perro de Paulov, a las palabras-fetiche que operan en el imaginario colectivo de lo políticamente correcto: Franco, fascismo, memoria histórica, libertad, solidaridad, etcétera (como los niños que repiten cansinamente "caca, culo, pedo, pis").
En cuanto a la derecha (si es que eso ha existido alguna vez en España, hoy por supuesto que no), ¿qué podemos decir? No existe "derecha intelectual" (eso, en España, es un oxímoron); pero sí que podemos localizar a una derecha llamémosle "social", aunque es muy probable que la parapsicología la pueda estudiar mejor que cualquier ciencia o pseudociencia. A esa derecha "social" lo único que le interesa es lo económico: el Estado-Gestoría, habiendo llegado a un estado tal de pasividad y vaciedad que, por más que la sodomicen es incapaz de reaccionar... ¿le habrá encontrado gusto a tan nefando vicio? El debate intelectual es algo a lo que la "derecha política" va vendida, entre otras cosas por carecer de cualquier atisbo de discurso intelectual: ni para fortalecer su identidad (que no la tiene), ni para defenderse de los hostigamientos de la izquierda infatigable. Ha dejado en el camino, convencida de que era necesario para sobrevivir, todos los argumentarios.
Y ni siquiera el que pudiéramos llamar último bastión del "conservadurismo" (esto es, la Iglesia) está en sus mejores momentos: tras el Concilio Vaticano II y sus claudicaciones continuas, la Iglesia se ha apartado de todo debate de ideas y sale a escena con la nariz de payaso para por todos los medios tratar de resultar simpática a quienes están más que dispuestos a cortarle las orejas y la cabeza. O sale a la palestra cuando sus enemigos la sacan, aireando los trapos sucios lo mismo los del pasado que los del presente. En los refugios blindados de la Iglesia, permítasenos llamarle conservadores (incluso tradicionalistas, si lo prefieren, que no es lo mismo, pero a mí ya me da igual): ¿qué hay? Sedicentes tomistas y neotomistas (que en el mejor de los casos leyeron una colección de citas de Santo Tomás, dudo que más de una frase de Réginald Garrigou-Lagrange; eso sí, presumen de leer mucho a Chesterton, claro, a Chesterton siempre, que para eso es inglés). El pensamiento de Gustavo Bueno, para esos más puristas, tiene que ponerles el pelo como escarpias, pues les basta con ver la etiqueta de "materialismo filosófico" para, sin haber hecho ni el mínimo esfuerzo por adentrarse en el pensamiento de Gustavo Bueno, salir corriendo o atronar con el "Vade retro".
El panorama es deplorable, ya digo. El pensamiento de Gustavo Bueno no tiene interlocutor, pues en España apenas hay mentes capaces de interesarse lo más mínimo por la filosofía, prueba de ello es que nos la pueden retirar de los planes de estudio y aquí la gente sigue viendo el fútbol o cazando pokemons. Pero algo tiene la filosofía de Gustavo Bueno.
A bote pronto, digamos que aunque uno no comparta el pensamiento de Gustavo Bueno (entre otras cosas, por tener uno todavía una idea muy poco precisa del total de su obra), lo que Bueno ha aportado a la filosofía ha sido un sistema que se ha dotado de un vocabulario técnico propio, con el que trata de explicarse y explicarnos la realidad (Emic/Etic, Eutaxia, Holización, Cierre Categorial, Metábasis... Son algunos de los vocablos empleados en la escuela de Gustavo Bueno), esto -por una parte- puede aportar precisión y rigor al estudio de los fenómenos que se consideren, pero también espanta al lego con la eficacia que toda dificultad tiene para un perezoso. Hemos dicho bien, Gustavo Bueno no sólo fue capaz de elaborar una filosofía propia (por mucho que a mí me disguste todo "materialismo"), sino que ha sido capaz de formar toda una escuela que tiene a día de hoy prometedores filósofos como Atilana Guerrero, Pedro Insúa... Y muchos más: cito a dos de ellos que he leído y que me perdonen los que no cito por no haberles leído nada todavía.
En este sentido, digamos a lo primero que todo el instrumental de la filosofía de Gustavo Bueno, por complicado que pueda parecer a simple vista, supone y pone en nuestras manos unos recursos que muy probablemente puedan seguir dando resultados en algunos campos. Y no es poca cosa, en los tiempos que corren, haber sido capaz de haber entusiasmado con la filosofía a tantos jóvenes y menos jóvenes. En eso se reconoce un maestro, en ser capaz de transmitir por vivirlo, una pasión: en el caso de Gustavo Bueno, esa pasión fue la pasión por la filosofía.
En cuanto a los que no somos de su escuela y, sin embargo, amamos la filosofía nos queda una asignatura pendiente: leerlo a fondo, tal vez para refutarlo. Pero, eso sí, si alguna vez lo intentáramos -refutarlo- sería bajo dos condiciones:
-La de haberlo leído como merece ser leído alguien que ha trabajado honestamente con un alto sentido de la responsabilidad pública y patriótica.
-Y la de hacerlo desde la simpatía que siempre nos despertó a los que lo vimos pelear con bravura contra la tontería ambiente, con ese convencimiento que él mismo conquistó intelectualmente y que expresó con pasión.
Y todo lo demás no dejará de ser aquello que Nietzsche tomó prestado por ahí:
"Opiniones públicas, perezas privadas".