D. Francisco de Paula de Borbón y Borbón-Parma, pintado por Vicente López
|
EL HERMANO "DRACÓN"
Manuel Fernández Espinosa
Es uno de los miembros de la Familia Real que pasan más desapercibidos, pero en él se halla la clave de muchos acontecimientos históricos de nuestro aciago siglo XIX. Nos referimos a Francisco de Paula de Borbón y Borbón-Parma (1794-1865), el benjamín del desgraciado Carlos IV y María Luisa de Parma.
D. Francisco de Paula fue hermano de Fernando VII. Carlos María Isidro de Borbón también era su hermano. Al decir de las malas lenguas de la época y, siendo el hijo menor de Carlos IV, desde su nacimiento cayó sobre él la sombra de la bastardía, pues no eran pocos los que le encontraban un sospechoso parecido fisiognómico con el favorito de María Luisa, el apuesto y traidor Manuel Godoy. Pero, dejando al margen los cotilleos y la chismografía, ateniéndonos a la historia, digamos, pues pocos lo saben, que D. Francisco de Paula se inició en la masonería allá por el año de 1820, adoptando el nombre simbólico de "Dracón". Todo parece indicar que fue su esposa, la intrigante Luisa Carlota de Borbón-Dos Sicilias, la que lo empujó a ingresar a la masonería. El historiador, masón él, Morayta así nos lo confirma:
"Doña Carlota, nacida en Nápoles, donde la Reina Carolina enseñó a las mujeres a huir de todo género de fanatismos, mostróse siempre inclinada a los liberales. Su esposo, el Infante don Francisco, había sido iniciado en la Masonería, que llegó a depositar en él el gran mallete, símbolo de la Gran Maestría".
(Historia de España, tomo VI, pág. 1.052.)
D. Francisco de Paula fue, por lo tanto, el cuarto Gran Maestre de la Masonería española, pues "el gran mallete" es el "martillo" simbólico de Gran Maestre. El primero de los Grandes Maestres del Gran Oriente Nacional de España fue el afrancesado Miguel José de Asanza, el segundo Agustín de Argüelles, el tercero Rafael del Riego... Y el cuarto, para mayor escándalo, era un miembro de la Familia Real. Podemos suponer que fue elegido Gran Maestre tras la muerte de Riego en 1823, distinguiéndolo los masones con este "honor" para de esta manera lograr un paraguas bajo el que pasar el chaparrón persecutorio que arreciaría tras el Trienio Negro Liberal.
Y así es como se da la extraña circunstancia, ridícula y surrealista, de dictar Fernando VII furibundos bandos en todas las ciudades, villas y lugares de España, exigiendo la denuncia de masones, carbonarios y comuneros locales, mientras que el mismo rey sentaba a su mesa al mismísimo Gran Maestre de esos masones que eran detenidos y, en no pocos casos, ejecutados. Hasta estos grados de abyección pudo llegar el fatídico reinado de ese tirano miserable al que el ingenuo pueblo llamaba "El Deseado" y al que mejor le convendría el título de "Indeseable".
Como no era fácil para Francisco de Paula frecuentar las "tenidas" (las reuniones masónicas) sin exponerse a caer en las manos de la policía de su hermano, Francisco de Paula de Borbón (a) Dracón viene a nombrar un "fedeicomisario masónico" que sea su "vicario" en las reuniones. Y lo hace en la persona de Matheu, banquero destacado de la época. Francisco de Paula de Borbón cesó en su Gran Maestría el año 1847. Cabe entender que su exaltación a la Gran Maestría, como hemos dicho más arriba, no fuese otra cosa que una estrategia planeada por la masonería extranjera que sabía que, teniéndolo consigo, hasta en el peor de los casos podría sobrevivir a la persecución absolutista de Fernando VII y a otros contratiempos de la vertiginosa política, cuya constante era la incertidumbre, del siglo XIX español.
La privilegiada posición del h.'. (hermano) Dracón, tan peligrosamente cerca del Trono de España, granjeó a la masonería enormes beneficios políticos. Pese a ostentar el grandilocuente título de Gran Maestre, el h.'. Dracón era la burla y chacota de sus compañeros masones, y podemos decir, por lo tanto, que Dracón, más que ejercer como Gran Maestre, fue el gran y dócil siervo de la masonería, intrigando en palacio para que Fernando VII apartara del Trono la candidatura legítima, la de Carlos María Isidro que, para los masones, sí que suponía una auténtica amenaza por el firme catolicismo y el patriotismo sin mancilla de Carlos María Isidro. Dracón y su esposa prestaron a la masonería grandes servicios, más allá de la "pacífica" intriga palaciega: más que director de la masonería, este personaje fue un dócil protector de la misma.
Sabiendo estas cosas, la Historia de España tendría que volver a escribirse de nuevo.