RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 8 de mayo de 2015

FUTUROMIGRANTES

 



 
 
PARÁBOLA O DISTOPÍA
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
La experiencia recomienda que, ante una serie televisiva, permanezcamos a la expectativa de los próximos episodios. Sin embargo, la que ayer se estrenaba en España, a través de varios canales a la vez (REFUGIADOS), presenta por su argumento los suficientes motivos como para invitar a la reflexión.
 
El núcleo argumental de la serie gira en torno a una invasión masiva procedente del futuro: no son extraterrestres, ni subsaharianos, tampoco zombies los que nos invaden. Una incontenible avalancha humana (se supone que nuestros descendientes) irrumpe en el presente: llamemos "futuromigrantes" a estos invasores ficticios. Vienen desnudos, se supone que para ponerse a salvo de alguna amenaza que gravita en el futuro, y tratan de acomodarse en el presente, con los problemas que ello entraña. Hablándose de futuro, uno pensaría de inmediato en todos aquellos que, debido a la crisis económica, han tenido que replegarse a los cuarteles paternos. Pero, ahí no habría problemas por lo general, nuestros padres nos conocen y lo natural es volver a la casa original, cuando no se puede sostener la casa propia, y ser recibidos. Estos que vienen del futuro, podrían ser nuestros descendientes, ¿pero cuántos potajes nos hemos comido con ellos? Ninguno.
 
El pretexto dramático nos remite más bien al fenómeno de la inmigración: a la valla de Melilla, al sur de Italia, a las pateras y a los polizones en camiones. También, aunque es un tema muy distinto, a las grandes masas que han tenido que abandonar sus hogares, escapando de escenarios bélicos. Algo muy actual. Por ahí interpretaremos mejor. Pero lo que, por ahora, nos afecta a España son los inmigrantes, no las familias que sí buscan refugio para escapar a masacres y limpiezas étnicas y religiosas que se están produciendo a día de hoy, esos sí son auténticos refugiados.
 
Hablamos, por supuesto, del primer episodio: no tenemos una bola mágica para hablar de los que vendrán a nuestras pantallas en lo sucesivo. Pero, ¿qué hemos visto?
 
Llama la atención que la película nos coloque en un mundo rural que poco tiene que ver con la realidad, al menos europea: uno se diría trasladado a escenarios que, quitando los iglús, parecen de "Doctor en Alaska". Se nos presenta a un matrimonio joven, con una hija, que vive en una casa aislada en el bosque. El marido es bastante cristiano, hasta se deja convencer telefónicamente por el padre cura (o "pastor", cualquiera sabe) para prestarse a acoger al "futuromigrante" que llama a su puerta. En la casa, la cruz. En el coche familiar, la cruz. Y hasta van a los oficios litúrgicos dominicales en familia (qué gente más piadosa, pardiez). Pero no es una familia rara, pues a la iglesia va todo el pueblo. Se trae el cristianismo a colación sin etiquetas. No sabemos si es presbiterianismo, episcopalismo, metodismo o catolicismo: todo queda muy cristiano, pero sin determinar.
 
Es curiosa la presencia de ese cristianismo en el primer episodio de esta serie: además de reservarse discretamente la confesión, su papel queda reducido al de instrumento receptor de "futuromigrantes", en virtud de una función que parece limitada a la estricta dispensación de ayuda material, invocando pasajes evangélicos que nos instan literalmente a acoger todo lo que nos venga. El mensaje es explícito: si somos cristianos, tenemos que recibir. Y los que no lo hagan, es que no son cristianos. El cristianismo es presentado, de esta guisa, como una religión que se homologa a las Organizaciones No Gubernamentales de ayuda humanitaria. Y eso es algo de lo que no tienen culpa los guionistas, sino una percepción compartida por la inmensa mayoría del público, que la misma Iglesia actual se ha labrado.
 
El pueblo parece situado en España (por los letreros, digo), pero la policía no es la Guardia Civil, ni la Ertzaintza ni los Mossos d'Esquadra: parecen guardias rurales. El pueblo de marras apenas tiene viejos, es como si nuestro mundo rural no hubiera conocido el éxodo y el envejecimiento poblacional no se hubiera producido jamás, debido todo ello a las desastrosas políticas antifamiliares y anti-rurales a las que se han aplicado los gobiernos que se han ido sucediendo en nuestra democracia.
 
La más inquietante de las escenas es cuando los invasores del futuro -que, por cierto, se han traído a su propia policía bien equipada- emprenden la persecución y captura, perfectamente legalizada ante las autoridades del presente, para detener y confinar en "campos de concentración" a cuantos son merecedores de la orden de búsqueda y captura en virtud de saberse anticipadamente (que para eso vienen del futuro) los delitos que van a cometer antes de haberlos cometido.
 
Este es tal vez el punto que hace más intrigante la serie y que invita a continuarla. Combinando suspense parece que todo conduce a una distopía. Son muchas otras las cuestiones que suscita una serie como ésta, cuestiones de índole filosófica, pero con la inundación inmigracionista de Europa, compréndasenos, no estamos ahora para metafísicas.
 
No obstante, con esta serie, habrá que esperar acontecimientos.


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