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Manuel Fernández Espinosa
OPINIÓN
En la vorágine de lo pasajero, cuando algún suceso se destaca, todo es resaltado sin que se pase de la condición de anécdota. Un suceso aflora por un instante, los periodistas lo manosean y después pierde "actualidad": es devuelto a la oscuridad (que si no es la nada, casi casi), quedando en la hemeroteca criando polvoramen. Así es como ocurre en nuestra llamada "sociedad de la información": paletadas de información, avalancha de anécdotas, declaraciones más o menos descontextualizadas, payasadas que otorgan su minuto de gloria (o todo lo contrario, más marrón) a un anónimo o a una celebridad, lo mismo es: lo que importa es la chorrada, ya va importando menos quien la dice, pues su emisor puede ser hasta catedrático.
La mejor forma de ocultar algo es cubrirlo de noticias insignificantes, de bagatelas. Antaño, en aquellos mercados de abastos, todos los pescados se servían al cliente envueltos en papel de periódico; y la humedad marina, con su punto de sal, pringaba el titular en que se podía leer que un bárbaro había acuchillado a su mujer o la enhorabuena de las bodas endogámicas de los principales. Aunque haya decaído la costumbre de reciclar el papel periódico en las pescaterías de esta guisa, hoy todos los pescados podridos siguen envolviéndose (si no literalmente, sí que en metáfora) en papel de periódico.
En plena campaña electoral salta -como un pez volador que visto y no visto vuelve del aire al seno marino- que el autobús electoral de José Antonio Monago se queda empotrado en el arco del cubo de Zafra. Se encontraba allí de campaña: confirmando voluntades, allegando electores. El arco de marras es una de las entradas al casco histórico de Zafra. Los populares que iban a bordo del autobús verían el arco, sus dimensiones, pero suponemos que tuvieron que insistirle al chófer: "Que pasa, que pasa el arquinu..." Vaya usted a saber... Si fue la porfía del séquito clientelar de Monago, si había alguna moza a la que Monago quería impresionar, o si fue cabezonería de averígüelo Vargas... El caso es que el autobus no pudo pasar y se quedó atrancado: ni para adelante ni para detrás. Los socialistas vieron la carnaza noticiera y bramaron, ya que no había sido un atropello, había sido una injuria al patrimonio monumental, pues el arco no ha quedado indemne. Y es que meta usted la estatua de Pizarro por el "abujero" de una cerradura y sabrá lo que le pasa a la estatua ecuestre. Sin embargo, esta vez, gracias a Dios bendito y bendito sea Francisco Pizarro, no ha sido la estatua: ha sido el autobús de Monago y, la verdad es que no hay términos de comparación: ni a transporte ni a transportado.
Es un símbolo. El autobús, vehículo grupal contemporáneo, cargado de populares contemporizadores, de esos que aprendieron el entusiasmo en un cursillo acelerado de liderazgo político, donde les enseñaron que -poniéndose frente al espejo, ensayando sonrisas y creyéndoselo- serían invictos, el autobús en que iban en burra no pudo pasar por el arco segedano. Se podría parafrasear aquel dicho evangélico: más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que un autobús de populares entre por el Arco de Zafra. Pareciera que el Arco no los reconociera como naturales zafrenses ni extremeños, por mucho 100% extremeño del que se jacten.
Se está contando como anécdota, cunde por doquier la noticia del suceso: a Dios gracias, sin víctimas mortales. Sus adversarios políticos le sacan partido a la porfía monagona de meter un autobús por el Arco de Zafra: ¡Se ha cargado el monumento! -prorrumpen con esa fingida indignación tan democrática como hipócrita: ¿desde cuándo ha interesado a un socialista el patrimonio artístico? En 1936 hicieron ciscos las iglesias. Era de esperar que, como avezados aprovechadores del mal ajeno, se hayan adelantado a rasgarse las vestiduras. Sea.
Pero parece increíble que seamos tan pocos los que encontramos aquí algo más que una anécdota, una materia digna de García Berlanga. Yo, como soy tan raro, aquí veo todo un símbolo. El senado de la ilustre y antiquísima Segeda, con el cigarrillo colgando de los labios, se echa la boina a la nuca: "Esta gente moderna de ciudad es que no sabe ni entrar en los sitios". Goethe lo dijo magistralmente: "Todo es símbolo".
Que el autobús de Monago se quedara encajado en el arco de Zafra es, reconózcanmelo, un símbolo. No se puede desafiar las proporciones de lo tradicional, con políticas que nada tienen de tradicionales. No se puede pretender entrar triunfalmente en un casco histórico que atesora el ser milenario de un pueblo, metiendo por un arco medieval un armatoste del siglo XXI, a rebosar de propaganda demagógica. No se puede ser 100% extremeño (ese es el eslogan monagoneano) si no se sabe que por el arco de Zafra pasan caballerías, como la de Pizarro, o burros.
Pero burros de los que no hacen propaganda electoral.