RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 22 de septiembre de 2013

DE SANTOS Y HÉROES: ¿SAN RODRIGO DÍAZ DE VIVAR?

 
EL PROCESO DE CANONIZACIÓN DEL
CID CAMPEADOR
Por Luis Gómez
A lo largo de la historia, la Iglesia Católica ha ido elevando a los altares a numerosas personas, que por sus virtudes, su ejemplo, su dedicación dentro del Magisterio de la Iglesia, y por su vida y milagros, han merecido ser elevados a la categoría de santos.
Según el Cardenal José Saraiva Martins, Prefecto Emérito, de la Congregación para las Causas de los Santos: "Los protagonistas en un proceso de beatificación y canonización no son el obispo o la Iglesia. El primer paso son los fieles que dicen al obispo: "él fue un verdadero santo"." 
En efecto. La vida que el santo desarrolla alrededor de los demás, dando ejemplo de Cristo, es el principal motivo por el cual los fieles piden a la Iglesia que ese “modelo de virtud” sea investigado para poder ser llevado a los altares.
Nos sigue comentando el cardenal Saraiva: “Cuando los fieles piden al obispo la beatificación de una persona, éste nombra una comisión para probar que la fama de santidad de esa persona sea cierta. Es entonces cuando se recogen los testimonios que prueban, con hechos, la santidad de la persona. Es la llamada fase diocesana. Una vez superada, los documentos se envían al Vaticano, a la Congregación para las Causas de los Santos. La segunda fase tiene lugar en el Vaticano. Historiadores y teólogos trabajan juntos para reconstruir una biografía exacta de la persona, incluyendo también su espiritualidad y signos de heroísmo”
Ese proceso suele durar años. Y todavía quedaría por probar, si una vez beatificado, el posible santo ha realizado un milagro gracias a su intervención. Dicho milagro es sometido a un estudio riguroso, en el que intervienen especialistas y médicos de diferentes disciplinas, los cuales someten el estudio a todo tipo de pruebas para verificar que la curación o milagro ha sido duradera, permanente en el tiempo, y sin explicación científica. Luego habría que probar que la sanación se ha realizado por la intercesión de dicho santo y no por otro.
En resumidas cuentas, que dicho proceso no es cualquier cosa.
En la Alta Edad Media, el conflicto religioso estaba a la orden del día. La sociedad occidental era eminentemente teocéntrica y durante el s. XI dicha sociedad aspiraba a un gobierno unitario bajo la dirección del papado; esa cosmovisión del mundo estaba en constante conflicto con la oriental, que también poseía una misma visión de la sociedad y pretendía llevar a cabo su obra mediante unos postulados beligerantes contra todo aquel que no estuviese sometido al Islam. Ambos mundos chocaban entre sí y los intereses económicos y religiosos se mezclaban sin tener clara una línea de distinción entre uno y otros.
Menéndez Pidal apunta además sobre ésta época: “La potestad directa conferida por Dios a San Pedro y sus sucesores era superior al poder pasajero de los reyes; el poder sacerdotal es de origen divino, mientras el poder real es una invención de los hombres instituida ya en el mundo pagano; todas las naciones cristianas debían, pues, unirse bajo la guía suprema del pontífice; grandiosa ambición de unificar políticamente la Europa sobre la base de su unificación espiritual”.
Es así como en el s. XI surge una distinción entre las milicias. Originariamente la Iglesia había distinguido netamente la militia Christi de la militia secularis. La militia Christi expresaba la lucha espiritual contra el mal (así aparece en la Regla de San Benito)[1]. La militia secularis era el servicio militar profano, que en el imperio pagano romano implicaba también sacrificios a la divinidad del emperador, lo que era incompatible con la fe cristiana.
Con el paso de los años surgen en la sociedad cristiana grandes nombres de santos guerreros, y que por lo tanto no se dedicaban a la vida contemplativa o a la vida religiosa, sino que siendo caballeros, nobles reyes o plebeyos, luchaban en nombre de Dios y por Dios, dando fuerza y ejemplo a todos los que les seguían.
Esta concepción de la “militancia católica” está hoy en día despreciada o arrinconada. No se explica lo suficiente a los fieles y por eso, a la mayoría de la gente les sorprende y no la entienden como una vía más dentro de la Iglesia. Pero lo cierto es que tan necesario es no hacer el Mal, como combatir el error. Si un católico no lucha contra el Mal, entonces éste avanza sin oposición. Ahí es donde arraiga el principio de “militancia católica” o lucha activa contra el error.
En la Alta Edad Media, tenemos reyes santos, como San Fernando III, de quien dice que a su muerte y según testimonios de la época, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros a los cuales se les suponía los más valientes. También se cuenta que merced a su piedad y su caballerosidad, los reyes enemigos se convertían a la fe de Cristo, según nos relata la “Crónica Tudense[2]. Otro rey santo es San Luis “Rey de Francia”. Primo de Fernando III, el cual tuvo desde su infancia una educación esmerada en la piedad y en la fe. Combatió en las Cruzadas, y siempre estuvo atento a las preocupaciones de su reino. “Padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, serán los títulos que más han de brillar en la corona humana de San Luis, rey” nos dice Francisco Martín al narrarnos su hagiografía. No sólo los caballeros o los apóstoles, como Santiago “Matamoros” o San Jorge venciendo al dragón, son representados como luchadores contra los enemigos de la fe. Dentro del santoral nos podemos encontrar con personajes de humilde condición como Santa Juana de Arco la “Doncella de Orleans” quien jugó un papel primordial en la Guerra de los Cien Años que libraron Inglaterra y Francia y así podríamos continuar con un sinfín mas de vidas ejemplares.
El joven Cid Campeador venga la afrenta de su padre Diego Laínez, cortándole la cabeza al conde Lozano. El cuadro es de Juan Vicens Cots (1830-1886)
 
Rodrigo Díaz de Vivar, El “Cid Campeador”
La vida y hazañas del personaje real de Rodrigo Díaz de Vivar, son harto conocidas, o al menos lo eran hace unos años, cuando no se había impuesto en España esta moda tan irracional de olvidar nuestros héroes, y suplantarlos por alfeñiques foráneos.
Hubo un tiempo, en el que los libros de texto de los estudiantes de Bachillerato, tenían por norma la de narrar la Historia de España y al hilo de la misma, destacar los hechos más sobresalientes que los héroes y personajes españoles tuvieron en esas épocas. Así se llegaba a conocer las gestas realizadas por  un D. Rodrigo, D. Pelayo, el Cid, Fernando III, “El Gran Capitán”, los Tercios,  Pizarro y Hernán Cortés, la hazaña de Castaños, la Batalla de Bailén, el Sitio de Zaragoza, Agustina de Aragón, la muerte de Churruca o la de tantos y tantos otros que dieron su vida por España a lo largo de todos estos siglos.
Con el advenimiento de las Autonomías y con la cesión por parte del Estado de las competencias de Cultura y Educación, tenemos en el panorama estudiantil nacional una aberración tras otra. Jóvenes catalanes, por ejemplo, que son obligados a aprenderse de memoria los ríos y afluentes de los arroyos que atraviesa su provincia, olvidándose de los grandes ríos españoles. O vascos que se aprenden de carretilla los nombres de los presidentes de la comunidad, (como si fuese la antigua lista de los reyes godos), y no saberse quien fue Felipe II o Carlos I.
Ese mal tan extendido en la actualidad no corresponde en su totalidad a la casta política. También lo es, y mucho, de la comunidad universitaria, convertida en parasitaria de la política, que ha sido incapaz de levantar la voz y protestar por semejante aberración, permitiendo mansamente que se manipule así la asignatura y la carrera de Historia, carrera que luego ellos se afanan en ejercer desde sus cátedras. Y por supuesto no podemos olvidarnos de la inmensa mayoría de profesores y docentes, que anulados desde hace años y relegada a la condición de porteros de guardería, no son capaces de plantarse ante la casta política y discrepar, pues son rehenes de sus propios compañeros sindicalistas o políticos…
Fuera como fuesel hubo un tiempo en que el Cid Campeador era el ejemplo de caballero español por antonomasia. Su vida fue elevada a los cantares de gesta, como lo fue la de Roldán en Francia. Varios son los escritos sobre el Cid, pero destaca sobremanera el llamado Cantar de Mio Cid del que se dice que fue creado por dos juglares, uno de Medinacelli y otro de San Esteban.
 
Las primeras fuentes que hablan con certeza sobre él, datan del s. XI, en 1148 ya aparece en la “Chronica Adefonsi Imperatoris”, durante la conquista de Almería. Más tarde será mencionado en la “Historia Roderici” y así sucesivamente.
Pero no podemos detenernos en esos asuntos. Lo que si queremos destacar en este artículo, es el proceso de beatificación y santificación que se propuso y se inició en otros tiempos.
Como queda apuntado más arriba, en el s. XI todos los hombres, lo mismo caballeros que simples campesinos, vivían en una sociedad donde la fe cristiana era el epicentro de su existencia. Del personaje histórico de Rodrigo Díaz de Vivar, se destaca por los documentos que era muy religioso. Entre sus hechos más destacables en este sentido, podemos señalar las donaciones que tanto él como su esposa, doña Jimena, realizaron donando algunas casas de su propiedad y unos solares al Monasterio de Silos, para la propia subsistencia de la comunidad religiosa así como para la asistencia y ayuda de los peregrinos. También estuvo muy vinculado al Monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos “Cardeña, en las cercanías de la capital del condado castellano, era el monasterio más emblemático de las comarcas centrales del condado; unos 15 kilómetros separan a Vivar de Cardeña, siguiendo el camino que por Villayerno, Morquillas, Villafría y Cardeñajimeno conducía al cenobio benedictino, regido aqeullos años por san Sisebuto”. D. Rodrigo se nos presenta así en las crónicas con una doble vertiente. De un lado es un guerrero implacable, pero por otro lado, sus decisiones son justas y equitativas. Lo podemos ver en algunos pasajes rezando intensamente a Jesucristo para pedir la protección de sus hombres[3], o realizando la conversión de la mezquita de Valencia en iglesia, donando a su vez los cálices y telas que debían de componer el Altar mayor.
 
 
La posible santificación de Rodrigo Díaz de Vivar, el “Cid”
 
La fama y proezas del Cid no escaparon a los hombres de antaño, hasta tal punto que Felipe II ordenó a su embajador en Roma D. Diego Hurtado de Mendoza, que comenzase a tratar la canonización del venerable caballero Rodrigo Díaz de Vivar. “El mismo embajador hizo una recopilación de las virtudes y sucesos milagrosos del Campeador con los papeles y noticias que le remitieron desde el monasterio de Cardeña
 
El proceso no avanzó como era debido, pues según nos informa José María Garate, la pérdida de Siena, que era gobernada por el entonces embajador de Felipe II en Roma D. Diego Hurtado de Mendoza, hizo que los papeles se extraviaran, y con ellos se perdiese la posibilidad de tener un santo castellano, quedando la cuestión en el inicio del trabajo y la recopilación de documentación que acreditaba que D. Rodrigo Díaz de Vivar no era sólo un arquetipo de caballero medieval, sino que su vida era ejemplo para cristianos y su sentir religioso era sincero y veraz.
Es el propio Garate quien nos da más información sobre los trabajos recopilados para justificar la posible santidad de D. Rodrigo y entre ellas nos cuenta que: “No era una lucubración absurda la de Felipe II. El confusionismo sobre la verdadera historia del Cid, que injustificadamente llega hasta nuestros días, hacía imposible podar la hojarasca milagrera que envolvía sus recias virtudes. Desde que el Obispo D. Jerónimo le señaló como enviado, «suscitado por Dios », en el exordio de la donación valenciana, o como «venerable » en su donación para ser enterrado en Cardeña, este discreto concepto de hombre virtuoso fué subiendo de tono, al parecer sin nuevos motivos para ello. Según Berganza, el Conde Berenguer tuvo al Campeador por gran siervo de Dios al considerar con qué poca gente le había vencido. Cuando la traslación de restos en 1541, el Abad de Cardeña Fray Lope de Frías entonó el salmo “Los santos le alabaron en su gloria”, después que los monjes cantaron el que comienza “Admirable es Dios en sus santos”. El mismo Abad al referir los hechos hablaba del “Santo cuerpo”. Fray Melchor Prieto decía en su historia: «Tengo por probable que sus huesos son reliquias y que fue santo», y el dominico Fray Juan de Marieta le llamó «Valeroso Campeador y santo Rodrigo Díaz»”
 
Es sin lugar a dudas este trabajo de José María Garate, el que más contribuye a esclarecer la cuestión y a reconocer al Cid Campeador como santo. Todo el trabajo está lleno de recopilaciones y de extractos de datos que corroboran esa hipótesis.
 
En estas horas, en las que España –y la cristiandad- atraviesan por un duro y oscuro porvenir, nos es imprescindible que se vuelvan a retomar las figuras heroicas y santas de estos modelos de fe.
 
El laicismo secularizante de los gobernantes políticos. El avance imparable de sectas y desviaciones.- El Islam, que no ha evolucionado ni un ápice desde la época de “San Rodrigo Díaz”, son un ejemplo bastante elocuente de la necesidad imperiosa de recuperar y proponer, que se vuelva a reabrir el proceso de santificación de nuestro héroe español por antonomasia.
 
BIBLIOGRAFÍA:

El Cid Campeador”, Ramón Menéndez Pidal
Comentarios a la Regla de San Benito” Isidoro María Anguita
El Cid Histórico” Gonzalo Martínez Díez
Poema del Mio Cid” César Aguilera
La posible Santidad del Cid” José María Garate
 





[1] Dice así la Regla: “Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos” Por su parte, el Abad del Monasterio de Huerta, nos dice en sus “Comentarios a la Regla de San Benito”: “San Benito habla de “militar” y no sólo de vivir. La obediencia pasiva nos despoja de una forma superficial, anulando a veces a la persona, acomplejándola y haciéndola dependiente. La obediencia activa, abrazada libremente y buscadora de un fin, supone un despojo interior que nos predispone a acoger al Dios simplicísimo cuando él quiera mostrarse”. ANGUITA, Isidoro Mª, (Abad de Santa Mª de Huerta) “Comentarios a la Regla de San Benito” Cap. 1º “Clases de Monjes
 


[2] La “Crónica Tudense” fue escrita por Lucas, obispo de Tuy, por encargo de la reina Doña Berenguela que le indicó compendiase todas las crónicas de la Historia de España. Abarca hasta Fernando III.


 
[3] En el “Poema del Mío Cid” podemos leer por ejemplo,  “Le pesa al rey de Marruecos de mío cid don Rodrigo: En mis heredades tan bravamente se metido, y él no se lo agradece sino a Jesucristo

POR ELLA (PATRIA MEXICANA)



POR ELLA

¿Qué queda de mi Patria? Sus bosques seculares
no son ya de sus hijos: las ondas de sus mares
las surcan mil bajeles de extraño pabellón;
Y huérfanos sus hijos, helados sus hogares,
sus vírgenes holladas, sus hombres sin honor.


¿Qué queda de mi Patria? Sus ríos de oro y plata
ha mucho desembocan en gruesa catarata
en la nación vecina que siempre nos odió.
En cambio en nuestros rostros el hambre se retrata,
vivimos cual mendigos, y es rico el vil ladrón.


¿Qué queda de mi Patria? Los que antes era huertos,
hoy son lagos de sangre o fúnebres desiertos
en donde los chacales celebran su festín...
¡Tan pobre está mi Patria, que hasta sus hijos muertos,
bajo el ardiente fuego del sol se han de podrir...!


¿Qué queda de mi Patria? Su legendaria historia,
que es toda epopeya, que es un cantar de gloria,
las manos de sus hijos, infame, mancilló:
¡El nombre de sus héroes huyó de la memoria,
y se levantan himnos en nombre del traidor...!


¿Qué queda de mi Patria? Su tricolor bandera,
dicen que no es la misma que en otros tiempos era,
que Unión ya no nos pide, que ya no es Religión;
Qué el resplandor rojizo de una infernal hoguera
de odios implacables, su rojo se tiñó...


¿Qué queda de mi Patria? Las losas funerarias,
que ayer veíanse envueltas en rosas y plegarias,
sacrílega la turba llegó y las arrancó.
Y al polvo de los héroes llamó polvo de parias,
y las cenizas santas se llevó el aquilón...


¿Qué queda de mi Patria? El Dios de mis mayores,
Él único que puede calmar nuestros dolores,
El Cristo de mis padres, ¡mi Cristo! ¿dónde está?
¡Escupen nuestros rostros llamándonos traidores,
si intentan nuestros labios su Nombre pronunciar!


¿Qué queda de mi Patria? No tiene ya valientes,
sus niños, no son niños... pues no son inocentes;
sus hijos no son ángeles... no tienen ya pudor;
sus viejos no son viejos... hay manchas en sus frentes;
sus madres no son madres... les falta corazón...!


¿Qué queda de mi Patria? Cerrados sus Santuarios,
están llenos de polvo y rotos sus Sagrarios y,
la santa nave, sola; sin fieles y sin Dios...
Y mudos y sombríos sus altos campanarios,
parecen mausoleos de un pueblo que murió.


¿Qué queda de mi Patria? Mañana, cuando truene
la voz de los cañones, si el extranjero viene
e intenta destrozarnos... ¿por quién iré a luchar?...
¿Pueden arrebatarle su Patria a quien no tiene?...
¿Al huérfano su madre, le pueden arrancar?


¿Qué queda de mi Patria? ¡Una fulgente estrella
que en lo alto del bendito Tepeyac descuella,
bañando en la luz purísima el mundo de Colón!.
¡Mi Patria aun no ha muerto, que de mi Patria es Ella
la gloria, la esperanza, la vida, el corazón!


La Patria no ha muerto; no ha muerto, mexicanos.
La Celestial Morena, la que nos hizo hermanos,
la que nos hizo libres, está en el Tepeyac.
Que tiemblen los infames, que tiemblen los tiranos,
que canten los clarines de eterna libertad.


Por Ella lucharemos hasta el postrer instante;
por Ella, venceremos al colosal gigante
que intente destrozarnos, y, si él es vencedor,
tendrá bajo sus plantas a un pueblo agonizante,
que muere por su Virgen, que muere por su Dios.



Mons. Vicente María Camacho (1886-1934), Obispo de Tabasco.

sábado, 21 de septiembre de 2013

IMPRECACIÓN EN LA HORA DECISIVA: UN ARTÍCULO DE 1931, DE JOSÉ MARÍA SALAVERRÍA


 
 
 
José María Salaverría yacía en el olvido hasta que Manuel Fernández Espinosa lo ha venido a rescatar para RAIGAMBRE, en los -hasta ahora- dos artículos aquí publicados y que llevan por título "La afirmación española de José María Salaverría" (1ª y 2ª parte). Este fuerte vasco siempre fue un autor incómodo por su defensa a ultranza del españolismo.

Estaba recién proclamada la II República cuando José María Salaverría escribía el presente artículo en LA CONQUISTA DEL ESTADO. Su título es de por sí una declaración de intenciones: "Imprecación en la hora decisiva" y es una de las pocas colaboraciones externas que recibió LA CONQUISTA DEL ESTADO de Ramiro Ledesma Ramos: cabe mencionar que fueron pocos los que escribieron con Ledesma Ramos. Entre esos valientes que firmaron en LA CONQUISTA DEL ESTADO podemos contar al versátil Ernesto Giménez Caballero; al párroco rural de Valdecañas del Serrato, D. Teófilo Velasco; a Bermúdez Cañete; a Juan Aparicio y a nuestro José María Salaverría. Este artículo, escrito en una hora decisiva para España, merece la pena recobrarlo de la hemerotecas. Con ello se pone de manifiesto que los patriotas españoles estaban dispuestos a ofrecer toda su colaboración a la flamante II República Española, siempre y cuando ella trabajara por hacer respetar a España. Por desgracia, las directrices de esta República estaban dictadas desde las logias masónicas y, más tarde, desde la U.R.S.S. de Stalin. Y ante la imposible reconciliación entre el internacionalismo asesino de los pueblos y el patriotismo, custodio del ser de los pueblos, hubo de estallar el conflicto.
 
 
IMPRECACIÓN EN LA HORA DECISIVA 
 

Por José María Salaverría
 
Como aviso a los que acaso pudieran haberse figurado que la implantación de una República se reduce a prolongar el jolgorio del martes de Carnaval, o anticipar las verbenas de San Isidro, el Gobierno se apresuró a decir que ahora todos se deben poner a trabajar. Pero el aviso pudo igualmente rebotar en los mismos hombres que tienen en sus manos el manejo de la República; es decir, de España. ¿Qué han pensado hacer con la República y con España? Ahora, lo importante y lo dramático consiste en saber el tono, el acento que darán a nuestra nación. ¿Sabrán ser duros?
 
Me anticipo a descomponer la palabra dureza en sus dos sentidos esenciales, descartando inmediatamente el sentido de crueldad, de venganza, de represalias sangrientas. No ; ahora se trata de la otra especie de dureza. Se trata de hacer una nación que suene a cosa resistente. Una República como Francia, dura y entonada: eso va bien. Pero hay el riesgo de convertirse en una Austria indefensa, o en un Portugal, que parece la nación que ha desaparecido en el Atlántico. Mediante un régimen candorosamente federativo, aun puede convertirse España en algo más infeliz y bobo que Portugal y Austria.
 
Hay, en fin, el peligro de caer en la blandura o de acentuar, mejor dicho, esa carrera de blandenguería que sigue España desde hace mucho tiempo. Es lo que le perdió a Primo de Rivera, aparte su privación de toda cultura. También él se figuró que podía gobernarse campechanamente, dejando al buen pueblo de Madrid que se expansionase en aire de continua verbena. «Sed buenos chicos, y a trabajar y divertirse ..." No; así no se ponen en pie las naciones. Es necesario ser duro, tener hueso por dentro, para mantenerse de pie con fuerza. Se toca a Inglaterra, a Francia, y suena a duro. A inflexible. A una voluntad y un pensamiento. Saber profundamente lo que se quiere; esta es la cuestión. El romántico Maciá (catalán puro), ése sabe muy bien lo que quiere; por lo pronto se ha apoderado del Estado catalán, y después ya veremos quién se lo quita.
 
 
Malo es que se entregue el destino de una nación a un hombre sin cultura; pero también es peligroso que una nación quede en poder de unos hombres con exceso de literatura. Hombres para quienes la doctrina es lo primero y la nación lo secundario. Que tienen prisa por implantar sus programas utópicos, de un idealismo internacionalista, sin considerar que hoy, más que nunca, los pueblos tienden a una concentración nacional de fuerte tipo defensivo. No es tiempo de doctrinarismos. Las naciones se gobiernan con el sistema que pueden, con república o monarquía, con parlamentarismo o dictadura ; lo único que les importa es la nacionalidad, y todo cuanto de trascendente histórico y de realidades amenazadas va comprendido en ella. Mucho mejor, naturalmente, si el pueblo consigue hacer su camino con un régimen de dignidad política.
 
Y aquí les llega a los hombres de la República el momento comprometido. Tienen que hacer una operación moral difícil, un cambio de frente en sus ideas respecto de la patria. Tienen que convertirse en patriotas los mismos que repugnaban antes el patriotismo. Necesitan pensar exclusivamente en España los que antes sólo pensaban en la doctrina democrática. Había monárquicos que hablaban convencidamente de la consustancialidad de España y la Monarquía ; idea para hacer reír, desde luego. Pero muchos de los hombres radicales les daban la razón ; ellos también, sin caer en la cuenta, confundían a la Monarquía con la patria, y en su odio al rey se sobrepasaban hasta odiar, digamos menospreciar, a la patria. España era la cosa inservible, miserable, deshonrosa, llena de militares sin valor y de glorias históricas falsas, habitada por una raza bajuna y cavernaria. Pues bien, no tendrán más remedio que convertirse a la religión del patriotismo. Como todos los republicanos del mundo. Como los republicanos franceses y alemanes, chinos y argentinos, turcos y Yanquis. Si no quieren que España se les convierta en una cosa boba. La cosa blanda que los extranjeros miren con asombrada conmiseración.
 
Conviene no perder de vista el hecho siguiente: la República se ha establecido en Barcelona a impulso de un fervor nacionalista, exclusivamente nacionalista catalán, y en Madrid, al contrario, por una especie y desvalorización de la tradición nacionalista española. Mientras en Barcelona el sentido de la patria catalana se hace reaccionario; tradicionalista y sentimental histórico (resurrección de la Generalitat medieval, apoteosis de la fiesta de San Jorge, supresión de las provincias de tipo constitucional y moderno), en Madrid se dejan ir por la pendiente de las dejaciones, hasta caer en la sensiblería federal. Toda la responsabilidad contraída por Madrid en estos últimos siglos con respecto a la nación española está en el aire, expuesto a debilidades y equivocaciones que costaría mucho tiempo reparar.
 
Por eso es tan grave la posición de los hombres de la República. En la hora presente no hay más que voces de optimismo; todas son bellas palabras de amor y de confianza. Pero los motivos profundos siguen ahí latentes. Por eso también, cuando se pondera el humor normal y sensato con que la muchedumbre vive dentro de la República, no logra uno entusiasmarse demasiado, porque hay la sospecha de que en ese vivir tranquilo y alegre se oculta el viejo pecado español: la blandenguería. Es decir, el pasar de un régimen a otro sin excesivos sobresaltos. El que todo siga como si tal cosa. El da lo mismo lo uno que lo otro. Recuérdese que a los cuatro días de haber dado su golpe de audacia Primo de Rivera, Madrid y toda España reanudaron su vida normal con un contento absoluto.
 
Yo no soy más que un escritor suelto y libre, que sólo piensa en una cosa: España. España es mi propiedad ; puede decirse que la única propiedad que poseo. Antes España estaba en manos de un rey; ahora se halla en poder de la República. El dramatismo del cambio imprime un incontenible temblor a la pluma... ¡Guardadme a España! Libradme a España de toda estupidez, de toda frivolidad e incoherencia, de toda renunciación y blandura. ¡Hacedme dura a España!
 
(LA CONQUISTA DEL ESTADO, 2 de Mayo de 1931, núm. 8.)
 

viernes, 20 de septiembre de 2013

POR QUÉ PADECEMOS



“Todo o casi todo lo que padecemos es resultado de haber abandonado nuestro sistema tradicional de legislación, fundado en el saber especializado y en la inspiración cristiana, por otro en que la ley no es ya sino la voluntad de un soberano, individual o colectivo. Dejamos al padre Vitoria por el barón de Montesquieu…”


Ramiro de Maeztu

"MAMARRACHOS DE ESPAÑA" - "DIGNIDAD DIGITAL".

Mamarrachos de España


Por Antonio Moreno Ruiz


Ni que decir tiene que políticos y banqueros tienen muchísima culpa de la crisis. Muchísima culpa y ninguna excusa. ¿Pero la tienen toda? Siendo honestos, la respuesta es que no. Un pueblo que durante tantos años ha consentido un sistema montado por lo peor del franquismo y lo peor del antifranquismo para la corrupción absoluta no se las puede dar de ingenuo, sino de cómplice. Con todo, ya estamos al nivel de Europa del Este o del norte de África; con la diferencia de que moralmente estamos mucho peor. Y bueno, un empobrecimiento progresivo es lo que no es espera. Pero para qué preocuparnos de eso, teniendo la liga de fútbol más cara del mundo…
Psicológicamente, a los jóvenes nos ha afectado mucho la generación de nuestros padres y me explico: Aquellos españoles que nacieron en los 50 y que fueron jóvenes en los 70 creían, de puertas para adentro (Pues de puertas para afuera la oposición al régimen, salvo el terrorismo comunista, era nula), que la democracia era el paraíso en la tierra. La democracia no era sólo un sistema político más o menos útil, no, era una absoluta religión. Encima, el clero empujaba con todas sus fuerzas a través de la democracia cristiana y la teología de la liberación, mostrando un nulo interés –salvo honrosas excepciones- ante la descristianización de España. Y así seguimos hoy. No había más que “derechos”, adobados con un concepto de “libertad” más que confuso. A día de hoy, el español se cree que sabe de todo, que puede opinar y sentar cátedra de todo, que tiene derecho a todo…. Y no se da cuenta de sus continuas mamarrachadas. Una que se ha convertido en clásica es echar las culpas de absolutamente todo a Franco y a la Iglesia… Porque, aparte, todo español moderno lleva en sí un teólogo y un politólogo. ¡Hay periodistas que se denominan “analistas políticos”!
Una vez escuché al filósofo Gustavo Bueno: “Yo opino, yo opino… ¿Pero usted cómo va a opinar, si no sabe lo que dice?”
A ver: Si yo opino de pesca sin tener ni una noción básica y seria de la pesca, yo no estoy ejerciendo un “derecho” de expresión, yo estoy siendo un mamarracho. Si yo creo que tengo derecho a una paga sin haber trabajado lo suficiente, yo no estoy reclamado mis derechos, yo estoy siendo un mamarracho estafador. El derecho ha de ir unido al deber y al merecimiento. No es ningún regalito gracioso. No hay nada fácil ni gratis. Por eso, cuando hablan de “escuela pública” o “sanidad pública”, parece que es que es una preciosa concesión que el paternal Estado nos da…. Y no, eso sale de los impuestos. Y los impuestos salen de la gente trabajadora; no de los que engañan, ya sean gente que se da de baja y trabaja en negro o ya sean los multimillonarios con cuentas en paraísos fiscales. Por tanto, sería más correcto hablar de “educación estatal” o “sanidad estatal”, para ser más realistas.
Asimismo, y lo vemos en esos insufribles tertulianos que se han multiplicado por la televisión española, es prácticamente imposible conversar o debatir con un compatriota. ¿Por qué? Pues porque como todos creemos saber de todo, ¿cómo vamos a escuchar al contertulio de turno? Nos creemos con el derecho de gritar, de interrumpir, de insultar… Todo nos lo tomamos como algo personal, porque claro, cada uno de nosotros es el ombligo del mundo….
Y a todo esto le añadimos una bajada de calidad alarmante en la enseñanza, que está a la cola del mundo. Nuestros colegiales tendrán charlas con lesbianas y sabrán posturas del kamasutra desde los doce años y creerán que la palabra “moro” es un adjetivo racista, pero no tendrán ni idea de situar un río en el mapa o de dividir con decimales, así como el Siglo de Oro les sonará a chino. 
En fin, generación de la transición, políticos, banqueros, liberales economicistas, psicólogos y pedagogos progres: Enhorabuena. Habéis creado un país de mamarrachos que no sabe ni de dónde viene ni de dónde va, pero qué enterados están de todo y qué ego más subido gastan….

EL ALIENTO VIRIL DE LOS PUEBLOS


“Ley forzosa del entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia. Impónese la verdad con fuerza apodíctica a la inteligencia, y todo el que posee o cree poseer la verdad, trata de derramarla, de imponerla a los demás hombres y de apartar las nieblas del error que les ofuscan. Y sucede, por la oculta relación y armonía que Dios puso entre nuestras facultades, que a esta intolerancia fatal del entendimiento sigue la intolerancia de la voluntad, y cuando ésta es firme y entera y no se ha extinguido o marchitado el aliento viril en los pueblos, éstos combaten por una idea, a la vez que con las armas del razonamiento y de la lógica, con la espada y con la hoguera”.


Marcelino Menéndez Pelayo

jueves, 19 de septiembre de 2013

LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (4ª PARTE)

Francesc Pi i Margall
 
LOS MENTORES DE DOS NACIONES: JOHN RUSKIN Y FRANCISCO PI Y MARGALL
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Si algún día nuestros pies nos llevan al cementerio civil de Madrid y ,buscando, encontramos la lápida fúnebre de Francisco Pi y Margall, podremos leer su epitafio, que reza:
FRANCISCO PI Y MARGALL




Nació en Barcelona el 28 de abril de 1824.
Político, Historiador, Estadista
Crítico, Filósofo y Literato.
Maestro de los Liberales.
Presidente de la República Española
en 1873.

Falleció en Madrid el 29 de noviembre de 1901.

¡España no habría perdido su Imperio
Colonial de haber seguido sus consejos!


Sorprende que para el sepulcro de un republicano federal se grabaran esos dos renglones finales que adquieren énfasis por los signos de exclamación que los abren y cierran:
“España no habría perdido su Imperio Colonial de haber seguido sus consejos”.
Haremos bien en pensar que lo de “Imperio Colonial” es una concesión a la moda de la época en que se escribió el epitafio, puesto que España tuvo un Imperio, sí, pero –bien entendido- nunca tuvo un “Imperio Colonial”; nuestra expansión en Hispanoamérica fue un desbordamiento natural de la España europea en la España de Ultramar. Pero, ¿acaso pudiéramos creer que si se hubieran seguido los consejos de Pi y Margall se hubieran podido conservar los últimos restos del Imperio?
Los consejos de Pi y Margall hubieran llegado demasiado tarde. Cuando el eminente intelectual republicano catalán nacía (año 1824) la Iberoamérica continental había roto con España en lo que nuestros hermanos llamaron su “emancipación” y que, como demostró la historia, no fue otra cosa que pasar a ser codiciada presa del voraz imperialismo británico. Difícilmente, por buenos que hubieran sido sus consejos, hubiera podido Pi y Margall haber remediado la desintegración del Imperio Español. La sentencia del epitafio se entenderá mejor si atendemos a los sucesos históricos que se produjeron en vida de Pi y Margall y que, por encima de todas las turbulencias peninsulares, le otorgarán su sentido más cabal: el trauma de la conciencia nacional, producido tras la pérdida de Filipinas y Cuba. En ese caso, los consejos de Pi y Margall hubieran podido surtir efecto, pero tampoco lo sabemos, puesto que no fueron seguidos y otras fueron las directrices que nos llevaron al vergonzoso “Tratado de París”.
Sin embargo, su epitafio nos presenta a este gran patriota, tan poco estudiado y tan poco entendido. Conforme más lo estudio, más convencido estoy de que Francisco Pi y Margall hubiera podido ser nuestro Ruskin, si otra hubiera sido la circunstancia. John Ruskin (1819-1900) es, en gran medida, el oculto y desapercibido ideólogo decimonónico del Imperio Británico. Ruskin no fue nunca un filósofo, es más sostuvo una actitud despectiva y hostil hacia todo lo que fuese “metafísica” y “filosofía”, como bien lo pone de manifiesto el breve ensayo de R. G. Collingwood, “La filosofía de Ruskin”. Sin embargo, pese a su explícito desdén por la filosofía, Ruskin formó toda una escuela estética que no se conformaba con la contemplación del arte, sino que trataba de aprehender la realidad toda: también la política, por lo tanto. Y de hecho, es congruo mencionarlo, Ruskin ejerció su magisterio en el íntimo círculo de sus amigos y muchas de sus amistades fueron eminentes prohombres de la época victoriana, muy relacionados con el imperio británico: así Robert Baden-Powell (conocido por fundar el Movimiento Escultista con pretensiones mundiales: el “boy scout”), así Cecil Rhodes (el empresario en que Oswald Spengler vislumbró el nuevo cesarismo que combinaba los negocios con la expansión imperialista), el historiador Arnold Toynbee y tantos otros que compusieron su discipulaje.
John Ruskin
Nuestro Francisco Pi y Margall hubiera podido ser un mentor, como lo fue Ruskin para el imperialismo británico, pero sus circunstancias familiares, personales y nacionales eran muy distintas. Pi y Margall nació en el seno de una familia humilde, estudió en el seminario sacerdotal hasta que lo abandonó y pasó a la universidad. Atravesó estrecheces económicas y tuvo que dar clases privadas para poder seguir estudiando y, hasta después de culminar sus estudios universitarios, tuvo que verse ofertando clases particulares y viviendo de lo que le granjeaban sus escritos siempre mal pagados. Hay que achacar a estas penalidades económicas por las que atravesó que sus posiciones políticas se radicalizaran, conduciéndole al pensamiento “democrático” y republicano federalista, con un fondo libertario y revolucionario debido a la recepción de Pierre Joseph Proudhon, entre otros. Esto hace de nuestro Pi y Margall, al margen de su personalidad política al frente del Partido Republicano Democrático Federal y presidente efímero de la I República Española, un antecedente del anarquismo español. Sin embargo, a diferencia de casi todos los republicanos españoles contemporáneos de Pi y Margall, el intelectual catalán no cayó en las redes del krausismo, por haber asimilado (a su manera) el hegelianismo y haber incorporado a su pensamiento revolucionario algunas de las claves aportadas por Proudhon (esto se echa de ver en la obra pimargalliana titulada “La reacción y la revolución”). Por eso, Menéndez y Pelayo que no perdonaba ni una a la pedantería krausista, muestra ante Pi y Margall un cierto respeto, cuando escribe sobre él:
“[Pi y Margall] éste sí que es hegeliano, y de la extrema izquierda. Sus dogmas los aprendió en Proudhon ya en años muy remotos, y no los ha olvidado ni soltado desde entonces. Este agitador catalán es el personaje de más cuenta que la heterodoxia española ha producido en estos últimos años. Porque en primer lugar tiene estilo, y, aunque incorrecto en la lengua, dice con energía y con claridad lo que quiere” (Historia de los Heterodoxos, Marcelino Menéndez y Pelayo).
Es cierto que, como catalanohablante nativo, a Pi y Margall se le reprocharía expresarse en castellano escrito con cierta dificultad. No sería Menéndez y Pelayo el único que lo note, también Josep Plá, Eugenio d’Ors, Guillermo Díaz-Plaja y otros llamaron la atención sobre esto. Pero considérese que Menéndez y Pelayo le concede “estilo”, “energía” y “claridad”.
Al igual que Ruskin tuvo discípulos, Pi y Margall también ejerció su magisterio: “Se consagró entonces a dar lecciones de política y de economía. En su modesta habitación de la calle del Desengaño reuníase lo más ardiente, lo más entusiasta, lo más puro de la juventud democrática, que ha constituido después la fibra del partido republicano". (La Ilustración Española y Americana, semblanza de Francisco Pi y Margall, febrero de 1873). Pero la gran diferencia era que Ruskin gozaba de una posición estable en la Universidad de Oxford como profesor de alumnos que, lejos de ser unos pobres “muertos de hambre”, eran las camadas de la aristocracia y la alta burguesía británicas.
El ideario de Ruskin consistía en formar una elite de académicos universitarios sostenidos por el poder financiero, para adquirir y conservar el imperio británico, cuya supuesta misión no era otra, según ellos, que la implantación del capitalismo oligárquico y filantrópico (socialismo fabiano). Los poderes económicos, calculando los beneficios que dimanarían de una colaboración entre este círculo de intelectuales formado por Ruskin con la banca y los empresarios, no escatimaron medios para realizar las iniciativas culturales que emanaban del círculo ruskiniano. La influencia de Ruskin llegó a Estados Unidos de Norteamérica, donde discípulos suyos lograron fundar el Ruskin College, sufragado por el Duque de Norfolk y Lord Rosebery , nieto del barón de Rothschild, entre otros: con lo que puede confirmarse que el imperalismo anglosajón no está exento de un componente esencial de sionismo.
Una tupida red de contactos en las altas esferas universitarias, empresariales, administrativas fueron generando una telaraña que tenía sus principales centros en algunas sociedades de pensamiento, de carácter semisecreto: la Pilgrims Society, la Round Table, la Fabian Society... Y lo generado en Inglaterra, con la generosa aportación de los grandes capitales financieros (entre ellos los Rothschild), encontró pronto la gemelación de estas entidades u otras afines en Estados Unidos de Norteamérica: con ello se iba afianzando un ideario pananglosajón que es, en gran medida, el que ejerce todavía su influencia en la mayor parte del planeta. Y uno de sus instrumentos es la expansión de la lengua inglesa como lengua universal para ejercer el dominio sobre el mundo entero.
Ruskin era un socialista utópico, lo cual no le impedía delinear unas directrices ideológicas y prácticas plenamente nacionalistas. Pi y Margall a su vez era, a su manera, un socialista utópico y -si lo sabemos comprender- también, incluso con su republicanismo federal, se mostró como un verdadero patriota español. ¿Qué falló entonces, para que Pi y Margall no pudiera obtener en España unos resultados tan óptimos como los que tuvo Ruskin en el mundo anglosajón?
Ruskin estaba entroncado en su propia tradición: puede decirse que fue un reformista del imperialismo británico, no se implicó personalmente en aventuras políticas y gozaba de una autoridad indiscutida entre sus discípulos.
Pi y Margall tuvo barruntos de la tradición española (por ejemplo: ahí tenemos las páginas que escribió como prólogo, firmándolo bajo sus iniciales -F. P y M- para las Obras Completas del Padre Mariana, publicadas por Rivadeneyra), pero su ruptura con la tradición católica (Pi y Margall se declaraba “panteísta”), su anticlericalismo, las ideas extranjeras que había incorporado a su sistema (hegelianismo, proudhonismo…), lo apartaron en gran medida de la corriente tradicional hispánica, extrañándolo. Se implicó en tantas conspiraciones, revoluciones y batallas políticas que terminó creándose enemigos incluso entre sus correligionarios republicanos (de suyo escindidos en unitarios, federales y federales intransigentes) y, por último, no supo o no pudo crear grupos de poder intelectual que se atrajeran el patrocinio del poder económico español, dado que es un rasgo atávico de nuestras grandes fortunas el mostrarse insolidarias con el destino nacional.
Pi y Margall es un catalán, un patriota español al que nadie puede regatearle que hubiera hecho todo lo posible para que España no perdiera lo que le restaba de su vastísimo Imperio, pero su filosofía no sirvió para lograr la cohesión de las fuerzas nacionales, dotándolas de criterios para desarrollar una unidad de acción eficaz, sino que su filosofía sirvió a la fragmentación que sucede a todo lo que no está informado por el espíritu tradicional y genuino de una nación. De ahí que el pensamiento de Pi y Margall derivara al nacionalismo catalán de Valentí Almirall, al republicanismo supérstite que llega a nuestros días, al federalismo del socialismo marxista y al anarquismo español.
Somos de la opinión de que en el legado de Pi y Margall se hallan todavía claves fundamentales para comprender el gran problema del nacionalismo centrífugo y, ¿quién sabe? Acaso también algunas soluciones. Si pudiéramos resolver esto incluso podríamos plantearnos la posibilidad de reconstruir todo lo devastado en más de dos siglos de perniciosa acción disolvente y tal vez, entonces, pudiéramos parafrasear el epitafio del eximio catalán, para lo que a Dios pedimos luces:
“Leyéndolo a él España se reintegró a sí misma y reintegró su perdido Imperio”.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

CRISTÓBAL ESPINOSA DE LOS MONTEROS, EL TERROR DE LA PIRATERÍA CHINA EN EL PACÍFICO

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EL ALMIRANTE DE JAÉN INVICTO EN MÁS DE VEINTE BATALLAS CONTRA LA PIRATERÍA CHINA 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Su origen y su último paradero son un enigma a día de hoy para los pocos que lo han estudiado, lo que se sabe es que era de hidalgo abolengo, como indica su apellido, y que su precoz disposición para las armas y la ejecutoria de sus hazañas lo hicieron digno portador de apellido de tan ilustre prosapia. El cine ha dado a conocer, con sus películas, la actividad pirata de los ingleses. Tampoco es desconocida la piratería holandesa y francesa, pero poco sabemos de la lucha de la Real Marina Española contra los piratas chinos que eran la lacra de nuestras posesiones en el Mar del Sur (el nombre primigenio de lo que hoy conocemos como Océano Pacífico). Entre los episodios más gloriosos de nuestra intervención contra la piratería china cabe destacar el que protagoniza el Almirante Cristóbal Espinosa de los Monteros, un hombre que aunque nació en tierras del interior (en Jaén) mostró su pericia en la marina, dejando muy alto el pabellón español.
Cristóbal Espinosa de los Monteros nació, calculamos, a mediados del siglo XVI y había cumplido los doce años cuando por su villa pasó un capitán con la comisión de alistar hombres para su bandera. Aquel niño se presentó y expresó que quería enrolarse. El capitán se admiró, pero rechazó al rapaz por su corta edad. Cristóbal le dijo:
-Yo confío en Dios, señor Capitán, que me hará grande y me ayudará para que acierte a servirle a Él y a mi Rey en esta profesión.
El capitán se admiró tanto de aquella respuesta que lo aceptó y lo llevó consigo.
Estuvo cinco años en las galeras, aprendiendo los ejercicios de la marina, hasta que un buen día se embarcó para América, con destino a Nueva España. En la ciudad de Méjico vivía un tío suyo al que presentó cartas credenciales de sus padres y el tío lo hospedó en su casa, empleándolo en negocios varios. Sin embargo, inquieto por valer más y atraído irresistiblemente por las armas, Cristóbal Espinosa de los Monteros se presentó al General que tenía más a mano y éste lo aceptó haciéndolo Alférez de su bandera. Demostró su valía y coraje en tantas ocasiones que muy pronto fue ascendido a Capitán. El Virrey lo nombró Capitán del galeón “Almirante” que partiría a Filipinas.
Cuando estaban llegando a Filipinas los españoles se toparon con doce corsarios chinos. Cristóbal Espinosa de los Monteros se puso a la cabeza con su galeón “Almirante”, seguido de cuatro navíos españoles más que componían la escuadra. Acometió a los piratas chinos con denuedo, derrotándolos, apresándoles dos navíos y poniendo en fuga a los demás. Era el primer encuentro que tendría Espinosa de los Monteros con los corsarios chinos, pero no sería el último.
El Gobernador de Filipinas premió aquella proeza nombrando Almirante a Cristóbal Espinosa de los Monteros. Filipinas estaba siendo hostigada crudamente por las incursiones chinas, por lo que Espinosa de los Monteros se aprestó a pertrechar una escuadra de seis navíos, para ir en socorro de la isla de Jesús Pintados. Llegado que fue a ésta los españoles pudieron comprobar que los enemigos chinos eran superiores en número, estimándose que bien pudieran ser ocho mil piratas. Cristóbal Espinosa de los Monteros envió a dos de sus navíos a unas islas con la orden de desembarcar y traer dos mil indígenas vestidos a la española. No fue fácil convencer a los isleños para que se cortaran las coletas que tenían costumbre llevar, pero siempre hay manera para lograr un propósito cuando se tiene las armas. Una vez disfrazados de españoles, aquellos insulares, bajo la férula de los españoles fueron apostados, con sus arcos y copia de flechas, en lo alto de un monte para que los chinos pudieran avistarlos.
 
Embarcaciones chinas de la época
A la mañana del día siguiente de estar listo todo se dio la batalla, peleándose desde la mañana a la noche. Murieron 21 españoles y 12 indígenas. Cuando se hizo la noche, tras ordenar lanzar lluvia de flechas, Espinosa de los Monteros ordenó acometer a los chinos. En dos horas de encarnizada lucha, cuerpo a cuerpo, entre chinos y españoles, hubo grande estrago de corsarios y los chinos se vieron tan perdidos que, aunque siendo más, tuvieron que retirarse. La escuadra del Almirante Espinosa de los Monteros los persiguió, ansiosa de derramar hasta la última gota de sangre de aquellos facinerosos. A las seis de la mañana, los nuestros habían echado a pique cinco navíos chinos y capturar cuatro.
Retornaban los españoles triunfantes, cuando el rabioso enemigo llegaba con doce barcos de refresco, para reforzar aunque tarde a una poderosa flota pirata que había sido diezmada, puestos en fuga los supervivientes, muertos muchísimos y no pocos apresados. Ante la inesperada llegada de aquellas doce embarcaciones que venían tan frescas, el Almirante Espinosa de los Monteros ordenó sacar de las bodegas a los prisioneros. Y ante los ojos asombrados de los piratas chinos que los observaban, los españoles fueron ahorcando en las jarcias, antenas y palos a los cautivos. Aquella drástica medida intimidatoria inspiró tal terror en los chinos, que aquellos doce barcos piratas se lo pensaron mejor y se dieron la vuelta. Pero Espinosa de los Monteros, viendo la maniobra de retirada, no se lo pensó dos veces y presto emprendió la caza de aquellos doce: mandó al fondo del océano a cuatro navíos y apresó tres.
Cuando regresaron los nuestros, con tan gloriosa victoria y espléndido botín de barcos y esclavos, se celebraron grandes fiestas en honor del valeroso Almirante Cristóbal Espinosa de los Monteros y el Gobernador de la isla le concedió la encomienda de tres pueblos, con una renta de 1500 pesos de oro cada una.
Estando en Filipinas se sabe que tuvo más de veinte combates con los piratas, venciendo en todas las ocasiones.
En 1608 llegó a Jaén una carta del Almirante Espinosa de los Monteros, para darles nuevas a sus padres. En aquella carta el bravo Almirante les contaba haber sufrido una herida en la última batalla con los piratas a los que había vencido. Nada más se supo de él.
El humanista manchego Ximénez Patón, a quien debemos estas noticias de Cristóbal Espinosa de los Monteros, escribe en el año 1628:
“Si es muerto, confío en que Dios le habrá dado su gloria por lo bien que le sirvió contra los enemigos, y, si es vivo, Dios le conserve y aumente las victorias para mayor gloria de Su Majestad y de la del Rey Señor Nuestro”.
Bibliografía: Bartolomé Ximénez Patón, "Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén, muy famosa, muy noble, y muy leal, guarda y defendimiento de los reynos de España. Y de algunos varones famosos, hijos de ella" (1628)

martes, 17 de septiembre de 2013

LA PSICOLOGÍA DEL SEPARATISMO



"LA PSICOLOGÍA DEL SEPARATISMO


Sin embargo, aunque los separatismos españoles constituyen una aberración recusable, pueden ser comprendidos psicológicamente si nos ponemos en la posición de quienes comienzan el patriotismo por el amor a la casa paterna y comprenden la significación profundamente antipatriótica del estatismo moderno. El Estado centralizador, al ejercer un poder absoluto e impersonal, ajeno -o más bien opuesto-, a los elementos vivos y entrañables de la sociabilidad y del patriotismo, se convierten en seguida en algo esencialmente odioso para el ciudadano medio, que sólo puede verlo bajo la especie contributiva o policial. Si a esto se añade que ese mismo Estado ha representado la muerte de todas las tradiciones políticas, jurídicas, administrativas, y aun culturales de las colectividades históricas que constituyeron las Españas, puede comprenderse la aversión y la absoluta falta de respeto interior que hacia el Estado es ya habitual entre nosotros, de un siglo a esta parte.

De aquí no se deriva, en buena lógica, más que la aversión al Estado moderno como instrumento uniformista y antitradicional. Pero el Estado se adueña del nombre de la Patria -España-, lo utiliza como propio, y procura identificar su causa y su significación con la de él mismo. Y la distinción entre Estado y nación, y lo abusivo de esa apropiación, que son cosas obvias en el orden teórico y en el histórico, no lo son para quienes no viven en estos ordenes, es decir, para el pueblo. El hábito y el tiempo va, además, consumando en las mentes de las nuevas generaciones esa identidad que comenzó por ser un simple abuso de nomenclatura. El nombre de España y el título de español pasan así insensiblemente, para muchos grupos humanos, de ser algo cordial y espontáneamente sentidos a través del propio lenguaje y de la propia tierra, a tener la misma significación hostil que el Estado que se los apropia. Algo semejante a lo que acontece con el escudo nacional, que convertido en símbolo exclusivo del poder público, acaba por asociarse psicológicamente a las notificaciones fiscales y a los uniformes de la policía.

Cuando estos hechos psicológicos se producen, y perdura en la nación el recuerdo de motivos patrios más cercanos al calor de lo propio, los separatismos se producen fatalmente. Por eso ha dicho alguien que el centralismo fue el primero de los separatismos españoles y el origen de los demás. En la primera manifestación de esos movimientos secesionistas tuvieron mucha parte pasiones personales, posturas de extremosidad histórica, miras caciquiles, el orgullo colectivo de determinadas regiones, el infantil deseo de "jugar a naciones"; es decir, factores superficiales, más bien teóricos y de reacción momentánea, que, al cabo, se superaban en cada individuo con la reflexión y los años. La segunda fase de estos movimientos -tanto menos violenta cuanto mas peligrosa- estriba precisamente en la lenta extensión de ese sentimiento de extrañeza o de molesta aversión, que la sociedad española ha sentido siempre hacia el Estado, al nombre y la significación misma de España, que deja así de inspirar un sentimiento profundo y cordial. Este ambiente es el terreno propicio para un nuevo separatismo que prescinde de las fantasmales razones históricas o étnicas en que se apoyaba el otro, para ajustarse a un secesionismo meramente industrial o práctico.

Según Mella, los liberales y revolucionarios no tienen derecho a hablar de unidad nacional, porque ellos han destruido los vínculos íntimos estables de esa unidad, y los han sustituido por ataduras y uniformismo legal, que hacen odioso hasta ese nexo externo de unidad.

"El Estado monstruo que han fabricado -dice- es la enorme cuña que ha partido el territorio nacional y ha escindido la unidad nacional que antes imperaba, más por el amor que por la fuerza, en las regiones congregadas por la obra de los siglos en torno a un mismo hogar. Y mientras no se arranque esa cuña no habrá unidad nacional ni patria española, sino un rebaño dirigido por el látigo estatal".



Rafael Gambra.