Manuel Fernández Espinosa
LA ARMADA VENCIDA Y LA VERDADERA ARMADA INVENCIBLE
En el año 1587 Felipe II, Rey de España, ordena que se disponga todo para invadir Inglaterra. Así se organiza la Armada Invencible: 130 buques y 24.000 hombres. Es la respuesta de España a una Inglaterra que emerge como potencia marítima, en franca confrontación con España y secundando las líneas trazadas por los ideólogos del imperialismo inglés, como fueron el brujo John Dee o Sir Walter Raleigh. El mismo Raleigh fue un experto marino, un pirata y un ideólogo que había protagonizado operaciones de piratería y hostigado las posesiones españolas en América. El desastre de la Armada Invencible frente a las costas inglesas pasó a la Historia. Se suele recordar que, sea o no cierto, Felipe II dijo aquello de: "No mandé mis naves a luchar contra los elementos".
Pero el desastre fue exagerado por el triunfalismo nacionalista británico. La catástrofe de la Armada no fue obstáculo para que España todavía pudiera resarcirse, puesto que disponía de recursos suficientes como para recomponer una flota y volver a dar jaque a Inglaterra. Por este motivo la coalición anglo-holandesa atacó Cádiz el año de 1596.
Los ingleses pudieron impedir la invasión de la Armada Invencible... Pero se les estaba fraguando una Armada contra la cual no podían hacer nada, dado que aquí Dios estaba del lado español.
Su nombre era Luisa de Carvajal y Hurtado de Mendoza. En sus apellidos esclarecidos fulguran dos estirpes linajudas de España. Nació el año 1566 en Jaraicejo, Extremadura, la tierra árida pero fecunda en conquistadores, como Hernán Cortés o Francisco Pizarro. Era hija de D. Francisco de Carvajal y Vargas, regidor de la ciudad de León, y de Doña María Hurtado de Mendoza y Pacheco. Luisa quedó huérfana cuando era una niña. A cuidarla en su orfandad acudió su tía María Chachón que, a la sazón, era madre del Cardenal Arzobispo de Toledo, así como también aya del Príncipe de Asturias y Camarera de las Infantas. Luisa se crió en las casas propincuas al Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, con las Infantas de España, compartiendo juegos y devociones religiosas a tan tierna edad. Después la reclamó su tío D. Francisco Hurtado de Mendoza, Conde de Monteagudo y Marqués de Almazán, embajador del Rey de España en la Corte Imperial de Austrias y, más tarde, Virrey de Navarra. Su tío era severo y devoto, un español chapado a la antigua, educado en la reciedumbre de la vieja hidalguía española y muy amigo de la Compañía de Jesús. Fue su tío quien inició a Luisa en la vida de piedad donde la oración, la austeridad y el celo por la gloria de Dios ocupaban la vida entera.
La Infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II de España, amiga y compañera de Luisa de Carvajal en la niñez |
Luisa, con los 16 años, mientras vivía con su tío y familia en Pamplona, siente un deseo intenso de martirio. Es el año 1583. En aquel entonces cundía por España el relato que había escrito D. Bernardino de Mendoza, a la sazón embajador de España en Inglaterra, narrando el glorioso martirio del jesuita Padre Edmundo Campion (la relación del embajador español se titulaba "Comentarios de lo sucedido en los Países Bajos desde el año 1567 hasta el de 1577"). Era la primera de las señales que Dios enviaba a Luisa, para reclamar que luchara por su Gloria en Inglaterra. Luisa, en el secreto de su alcoba, hace el voto del martirio:
"Con voto estrecho, prometo a Nuestro Señor que procuraré, cuanto me sea posible, buscar todas aquellas ocasiones de martirio que no sean repugnantes a la ley de Dios, y, que siempre que yo hallare oportunidad semejante, haré rostro a todo género de muerte, tormentos y rigoridad...".
Son palabras de la misma Luisa de Carvajal.
Casa Palacio del Marqués de Almazán. Almazán (Soria). Fotografía de la Web Oficial de Turismo de Soria. |
Cuando su tío D. Francisco de Mendoza fallece, Luisa quiere vivir la pobreza y algunos de sus primos reniegan de ella, por entender que su modo de vida es una afrenta a la poderosa e ilustre Casa de aquellos "Hurtado de Mendoza". Por este motivo se retirará a una pequeña casa, donde con sus sirvientas más fieles organiza lo más parecido a un convento, todavía sin defenir Regla, pero prestándose voluntariamente a asistir a las prostitutas y otros sifilíticos, los excrementos de la sociedad que se hacinaban en el Hospital del Venerable Antón Martín, una fundación con sede en Madrid muy famosa en la época.
Luisa deberá resolver algunos pleitos de herencia y pasa a Valladolid, donde se ha trasladado la Corte del Rey. En Valladolid residió vecina al Colegio de los Ingleses, fundado por Robert Persons con el patronazgo de Felipe II para la formación de los católicos ingleses refugiados en España. Allí conoce personalmente al Padre Persons y a los hermanos Walpole (Ricardo y Miguel Walpole eran, a su vez, hermanos del mártir San Enrique Walpole; y Miguel Walpole fue director espiritual de Luisa de Carvajal). Luisa de Carvajal era devota de la Virgen de la Vulnerata, una sacra imagen profanada por los herejes en el ataque a Cádiz y que terminó siendo venerada en el Colegio de los Ingleses, como al día lo sigue siendo. Permanecía Luisa horas y horas frente a la Virgen, doliéndose por las afrentas cometidas contra su santísimo rostro por los impíos herejes.
El principal interés que la inspiró a sostener aquel pleito por la herencia ante la Justicia no era egoísta. La herencia que recibió de sus padres la puso a disposición de la Compañía de Jesús con el propósito de levantar una institución docente en Lovaina. La Compañía de Jesús, cuyo General era Claudio Acquaviva de Aragón, agradeció a Luisa la generosa donación, concediéndole la Carta de Hermandad con la Compañía. Luisa decide partir a Inglaterra sin llevar consigo nada de su peculio. Luisa recibe la aprobación de sus directores espirituales, reza ante la Virgen de la Vulnerata y emprende el largo y duro camino a Inglaterra. Luisa de Carvajal y Hurtado de Mendoza abandona Pucela y parte a Inglaterra el 21 de enero del año de gracia de 1604. En su corazón hay un deseo ardiente: sufrir el martirio por Dios.
Inglaterra pensaba que la amenaza española había sido vencida, pero ignoraba que una española católica, una pobre mujer a los ojos del mundo, pero llena de Dios, era suficiente para invadir Inglaterra.
LA MISIÓN DE INGLATERRA
Después de un largo viaje desde Valladolid a Calais, sufriendo el rigor de los malos caminos, delicada de salud, pero con una fe grande, Luisa de Carvajal alquila una barcaza, se embarca superando su miedo a navegar, y cruza el Canal de la Mancha, no sin sortear el peligro de los holandeses que hostigaban en maniobras de piratería a los buques españoles. Luisa de Carvajal desembarcará en Dover y, al llegar a la playa (contará ella más tarde) la española fue recibida por un misterioso zagal que, sin que nadie de los que iba con Luisa se percatara, le tendió la mano para ayudarla a poner el pie en tierra firme... Y aquel extraño y sonriente muchacho se volatilizó, sin que nadie, salvo Luisa, pudiera decir que lo hubiera visto. Luisa de Carvajal narra este recibimiento entendiéndolo como una señal divina... ¿quién sería aquel muchacho solícito? ¿Un ángel del cielo que se adelantaba para acogerla dándole la bienvenida a Inglaterra? Nadie lo sabe.
Luisa ha llegado a Inglaterra sin conocer el idioma. Eso sí, se ha preparado a conciencia estudiando la historia más reciente de Inglaterra, para poder ejercer una eficaz acción apologética entre los cismáticos, para poder aportar razones (incluso de índole histórica) en su combate dialéctico a favor de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Por eso ha leído a los principales especialistas en la cuestión: el Padre Pedro de Rivadeneyra, por ejemplo, con su "Historia del cisma de Inglaterra". De esta forma Luisa se armará de argumentos para refutar las falacias de los cismáticos con la finalidad de convertirlos a la fe verdadera.
Después de un largo viaje desde Valladolid a Calais, sufriendo el rigor de los malos caminos, delicada de salud, pero con una fe grande, Luisa de Carvajal alquila una barcaza, se embarca superando su miedo a navegar, y cruza el Canal de la Mancha, no sin sortear el peligro de los holandeses que hostigaban en maniobras de piratería a los buques españoles. Luisa de Carvajal desembarcará en Dover y, al llegar a la playa (contará ella más tarde) la española fue recibida por un misterioso zagal que, sin que nadie de los que iba con Luisa se percatara, le tendió la mano para ayudarla a poner el pie en tierra firme... Y aquel extraño y sonriente muchacho se volatilizó, sin que nadie, salvo Luisa, pudiera decir que lo hubiera visto. Luisa de Carvajal narra este recibimiento entendiéndolo como una señal divina... ¿quién sería aquel muchacho solícito? ¿Un ángel del cielo que se adelantaba para acogerla dándole la bienvenida a Inglaterra? Nadie lo sabe.
Luisa ha llegado a Inglaterra sin conocer el idioma. Eso sí, se ha preparado a conciencia estudiando la historia más reciente de Inglaterra, para poder ejercer una eficaz acción apologética entre los cismáticos, para poder aportar razones (incluso de índole histórica) en su combate dialéctico a favor de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Por eso ha leído a los principales especialistas en la cuestión: el Padre Pedro de Rivadeneyra, por ejemplo, con su "Historia del cisma de Inglaterra". De esta forma Luisa se armará de argumentos para refutar las falacias de los cismáticos con la finalidad de convertirlos a la fe verdadera.
Padre Henry Garnet, de Portrait of Henry Garnet |
Al llegar a Inglaterra es acogida en una casa de campo, al norte de Londres: es la casa del Padre Henry Garnet, (de la Compañía de Jesús). En las casas de campo de la nobleza viven retiradas comunidades de católicos ingleses, apartados de la saña de los cismáticos, evitando las hostilidades y llevando una vida de piedad conforme a nuestro credo. No dura mucho aquella paz y reposo, pues los celosos vigilantes cismáticos descubren aquel idílico refugio de católicos y los católicos tienen que darse a la fuga con precipitación. Luisa y otras mujeres serán conducidas a Londres, donde se las aloja en casas de católicos clandestinos. La familia que la acoge empieza a sentir temores por tener a Luisa entre ellos, están dando refugio a un fugitiva y si son descubiertos puede ser la ruina de la familia: el hecho de ser española hace que sea más difícil la comunicación. Para evitarles más enojos, Luisa abandona aquella casa. En ningún momento quiere Luisa la ayuda de la embajada española, pero el embajador español -enterado de su presencia en Londres- dispone que sus agentes la busquen por doquier, para traerla a la embajada y darle amparo. En este entonces se descubre el Complot de la Pólvora (el P. Garnet -que había hospedado a Luisa nada más llegar ésta a Inglaterra- será capturado, juzgado, sentenciado a muerte y ejecutado bajo la acusación de estar implicado en la conjura de Guy Fawkes). A la postre, Luisa es convencida de las ventajas de vivir en la sede de la embajada española en Londres, pues la Misa y la Comunión diarias se le aseguran en la Embajada y en ningún otro sitio de la capital inglesa.
El descubrimiento de la Conjuración de la Pólvora sirve de pretexto para endurecer las medidas contra los católicos, la persecución arrecia y cobra mayor virulencia. Son muchos los amigos españoles que por carta le recomiendan que abandone aquella posición; le aconsejan que regrese a España, puesto que su estancia en Inglaterra entraña un peligro muy grave para su integridad física y son muy inciertos los frutos de su misión. Pocos saben que Luisa ha hecho privadamente el "voto de martirio". Luisa, desoyendo las amistosas amonestaciones, persevera en su propósito de permanecer en Inglaterra y aprende el idioma poco a poco para empezar su apostolado.
TESTIMONIO VALIENTE DE UNA MUJER
Muchos católicos ingleses están en las cárceles. Pocos de sus compatriotas son capaces de asistirlos en la prisión, por miedo a las represalias. Luisa de Carvajal piensa que ese será el campo apostólico al que, en un primer momento, aplicarse. La española empieza a visitar a los católicos encarcelados para consolarlos y alentarlos en la adversidad. Serán muchos los católicos ingleses que se admiren de ello: una mujer (española) es la única que se cuida de los presos ingleses católicos. Ella les anima a mantenerse firmes en la fe, a no doblegarse, a no claudicar, a testimoniar el nombre de Jesucristo frente a los suplicios y, si es voluntad de Dios, el martirio. Y son muchos los que sienten renovadas sus energías, pues ven con sus ojos (no necesitan de palabras) que aquella mujer que les anima al martirio está dispuesta a abrazar el martirio.
Luisa no se asusta. Los cismáticos tienen la costumbre de hacer carteles en los que estampan blasfemas caricaturas del Papa, representándolo con cuernos de demonio y vomitando jesuitas. Luisa, con una valentía inaudita, sin ocultarse de los ingleses, arranca los carteles de las paredes de la calle, a plena luz del día, delante de los viandantes cismáticos, y los rompe desafiando a quienes la miran atónitos: "Pero, ¿de dónde ha salido esta mujer?" -parece que se dicen. Cierto día sí que Luisa estará en peligro de ser linchada.
En Londres todavía estaba en pie la Cruz de Cheapside, alzándose en uno de los mercados más populosos de la ciudad y, según la misma Luisa, el mercado en que más cismáticos rabiosos se concentraban. Este monumento a la Cruz era una de las doce Cruces llamadas "Cruces de Leonor" (Eleanor Crosses) que el amor de Eduardo I de Inglaterra mandó levantar para honrar la memoria de su difunta esposa Leonor de Castilla (hija de Fernando III el Santo y Jeanne de Dammartin). Leonor murió el año 1291 al dar a luz a su último hijo. Habiendo fallecido fuera de Londres, el cadáver embalsamado de Leonor de Castilla fue acompañado por su séquito hasta la abadía de Westminster y, desde Lincoln hasta Londres, doce Cruces se pusieron, una por cada uno de los lugares donde se detuvo el cortejo fúnebre para reposar.
Las Cruces de Leonor eran monumentales. La Cruz de Cheapside, también llamada de Westcheap, fue demolida en mayo de 1643. Pero Luisa de Carvajal pudo verla en la primera década del siglo XVII. Estaba Luisa un día en el mercado y, ante aquella portentosa Cruz, sintió que Cristo seguía reinando incluso entre infieles. Por eso, en un acto de adoración a Dios, no le importó que aquel mercado estuviera lleno de gentes enemigas de la Iglesia Católica. Imaginemos la muchedumbre que se aglomeraba en aquel mercado; casi todos anglicanos con el peor concepto del catolicismo que pudiera imaginarse. No le importó a Luisa lo más mínimo la multitud que la contemplaba, pues sin pensarlo mucho, al ver la Cruz de Cheapside, la española se puso de rodillas ante la Cruz y se recogió en oración. La gente que la vio allí de hinojos empezó a alarmarse ante una manifestación tan patente de catolicismo, considerando una provocación que aquella mujer diera culto a Dios rezándole a la Cruz de Cheapside. Los más fanáticos de entre el público comenzaron a increparla, la injuriaron... Otros clamaban contra ella, llamándola "papista" y pidiendo a voces que había que llevarla a la cárcel o ajusticiarla allí mismo. Ese día pudo haber sido el día de su martirio, pero Dios no quiso. Cuando terminó su oración, se levantó entre la airada concurrencia, una mujer sola contra una ciudad cismática, y con mucho porte siguió su camino, mientras la turbamulta la seguía, amenazándola con palos y piedras, ultrajándola de palabra y escupiéndole.
Sobre estos casos Luisa escribió a su amiga la Madre Mariana de San José, expresando lo que en todos sus trabajos sentía y declarando que ella le decía a Dios:
"...Adsum, Domine, non recuso laborem".
Es continuación de LA INGLATERRA SECRETA