RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 19 de enero de 2017

SECTAS Y REVOLUCIONES

 
Thomas Venner, ahorcado el 19 de Enero de 1661.


LOS MOVIMIENTOS SECTARIOS, CONDICIÓN DE POSIBILIDAD REVOLUCIONARIA

Manuel Fernández Espinosa

Con la lucidez que tantas veces lo caracterizaba, José Ortega y Gasset captó el espíritu de la revolución: "La revolución no es la barricada, sino un estado de espíritu". El anarquista ruso Bakunin fue todavía más explícito: "En Bohemia, país eslavo [...] hallamos en las masas populares, entre los campesinos, la secta tan interesante y tan simpática de los "fraticelli", que se atrevieron a tomar, contra el déspota celeste, el partido de Satanás, ese jefe espiritual de todos los revolucionarios pasados, presentes y del porvenir..." (la letra negrita es mía). 

Podemos poner en el cajón del demonismo romántico estos renglones de Bakunin que pudiéramos encontrar en otros revolucionarios decimonónicos. Las figuras del titán Prometeo que desafía a los dioses como la de Lucifer, el ángel rebelde, encontraron muchos encomiastas románticos, pero de la soflama retórica a que practicaran un satanismo real hay un gran trecho que habría que estudiar con mayor detalle; aquí, el afán de provocar a los biempensantes burgueses, alineados todos en cualquier confesión cristiana, puede tener más interés para el revolucionario que el de una efectiva adhesión al satanismo. Pero, aunque hemos dicho que es un rasgo romántico, es más antiguo que el romanticismo. Y si en el romanticismo se puede notar, se debe al ingrediente revolucionario que es intrínseco al romanticismo: es el prestigio del malditismo.

Pero, mucho antes de la irrupción del romanticismo, en 1667, John Milton (1608-1674) había publicado su "Paradise Lost". Milton pareció prestar más atención a Satanás que al resto de personajes, por lo que atinadamente pudo comentar William Blake (1757-1827) que Milton era "un verdadero poeta y del partido del diablo sin saberlo". No puede conocerse de Milton mucho si se lee su "Paradise Lost" enajenándolo del contexto histórico en que lo escribió: la revolución inglesa, la gran olvidada de entre las revoluciones, pues la francesa de 1789 y la rusa de 1917 han acaparado la atención y existe una ingente literatura de ambas, mientras que la inglesa se pasa casi inadvertida. La revolución inglesa va desde 1642 hasta 1689 y en ella, paradigmáticamente, asistimos a las fases que de algún otro modo encontraremos posteriormente en la francesa y rusa, con sus puntos cenitales en dominio revolucionario, sus dictaduras y terrores, así como en sus enfriamientos "contra-revolucionarios". Pero la revolución inglesa ofrece, como ninguna otra de las grandes revoluciones europeas, los rasgos que de una u otra manera se encuentran más destacados o mitigados en las anteriores o posteriores revoluciones.

Es una revolución con un contenido religioso considerable, sin por ello dejar de tener un factor político y social también manifiesto. La pseudo-reforma protestante del siglo XVI es un movimiento revolucionario, pero le pasa que parece cubrir su aspecto político-social con el ropaje de lo religioso, hasta hacer prácticamente casi imperceptibles las motivaciones políticas y sociales. En las posteriores revoluciones que vendrán tras la inglesa (la francesa y la rusa), sin que deje de existir un fondo "religioso", lo social y político ocupa el primer plano de manera tal que pasa a la estructura profunda la innegable dimensión "religiosa" (por deísta o atea que, respectivamente, fuere en lo explícito); sin embargo, en la revolución inglesa, lo religioso y lo político-social van, como pocas veces, de la mano.

Y no se puede comprender la revolución inglesa sin la efervescencia sectaria que operó como condición de posibilidad para que se realizaran los sucesos revolucionarios. No se puede separar la entusiasta fe religiosa y su personal acción revolucionaria en el más arriba mencionado Milton. Milton aguardaba la segunda venida de Cristo. Pero no estaba solo, eran muchos los ingleses que participaron de lleno en la revolución y que lo hicieron con esa creencia. Cuando los secuaces de Thomas Venner, dirigente de la secta Quinta Monarquía de los Hombres, salieron de Coleman-Street dispuestos a batirse con la contra-revolución del gobierno, lo hicieron gritando que no reconocían más Rey ni Soberano que a Jesús y que no envainarían la espada hasta haber destruido a Babilonia (era así como le llamaban a la monarquía, asistida por la iglesia oficial anglicana), en el colmo de su entusiasmo religioso-revolucionario se creían a sí mismos tan asistidos por Cristo que cada uno de ellos pensaba que era capaz para poner en fuga a miles de enemigos. Thomas Venner, tonelero de oficio y visionario milenarista, condujo a todos sus secuaces -y él a la cabeza- a la hecatombe. Los revolucionarios quintamonarquistas fueron reducidos a la Helmet Tavern, siendo exterminados por las tropas gubernamentales. Venner fue capturado muy malherido, se le procesó, ahorcó y descuartizó el 19 de enero de 1661. Pero el quintamonarquismo era una secta en una Inglaterra minada de sectas, desde los "ranters" (delirantes), cuyas "iglesias" eran las tabernas y que preconizaban la embriaguez, la blasfemia y el adulterio en nombre del Evangelio hasta las más puritanas.

Veremos que este fenómeno de las sectas siempre está presente en toda situación pre-revolucionaria. Por supuesto que una revolución no puede estallar por el solo hecho de la existencia de una multitud de sectas, amén de que parecería contradictorio que las sectas que son, en definitiva, un síntoma de disgregación social puedan actuar de consuno en una única dirección. Pero creer que las revoluciones se producen por razones estrictamente económicas, sociales o políticas es el enfoque más ingenuo que cabe para comprender en su esencia una revolución.

El hecho es que sí que podemos reconocer en toda revolución un factor que, de un modo más atenuado o más enfatizado, está presente y acompaña (¿lo causa?) cualquier proceso revolucionario occidental: el entusiasmo religioso, bien sea en nombre de un cristianismo presuntamente originario que, desde los subsuelos, vuelve por sus fueros contra una organización eclesial que es percibida como impostura y adulteración del supuesto cristianismo genuino, o bien desde el mismo anticristianismo sin máscaras. Y en eso, los iluminados capaces de haber constituido sectas y sus sectas respectivas tienen una intervención importante en la revolución; y esto es así, por poco que haya llamado la atención hasta ahora a la historia oficial, esa que se empeña en arrinconar la aportación revolucionaria que estos movimientos sectarios han realizado a la revolución concreta de que se trate.   

Y es que una situación económica, social y política puede ser catastrófica, pero si faltan mitos que enciendan el entusiasmo capaz de movilizar a las masas no puede haber revolución. Por eso, la revolución encuentra, por más que lo esconda, su motor en las creencias, por disparatadas que éstas puedan ser. 

No hay revolución que se haga sin alguna fe.

BIBLIOGRAFÍA


Ortega y Gasset, José, "El ocaso de las revoluciones" (apéndice del ensayo "El tema de nuestro tiempo".)

Bakunin, M. "El Imperio Knutogermánico y la revolución social" (Locarno, noviembre 1870-marzo 1871), en "Obras Completas" de Bakunin, tomo 2, La Ediciones La Piqueta, Madrid, 1977.

Milton, John, "El Paraíso Perdido", Espasa-Calpe, Madrid, 1984. 

Hill, Christopher, "Los orígenes intelectuales de la revolución inglesa", Editorial Crítica, Barcelona, 1980.

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