Mineros españoles de Río Tinto, bajo control del capitalismo británico |
LA COLONIZACIÓN RELIGIOSA, POLÍTICA Y ECONÓMICA DE ESPAÑA
Manuel Fernández Espinosa
"No se destruye bien nada más que lo que se sustituye".
Juan Vázquez de Mella.
Los desinformados consideran que la libertad religiosa en España parece conquista de la transición y la Constitución Española de 1978. Pero esto no es así. Todo el siglo XIX se encuentra jalonado de textos constitucionales que son la carta de presentación de los grupos políticos triunfantes que, como un homenaje a sí mismos, se ofrendan su propia Constitución conforme a sus ideologías correspondientes. En un ejercicio muy rápido resumamos que la cuestión religiosa -que es a no dudar que uno de los caballos de batalla de los liberales en España- ofrece estos resultados: La Constitución de 1812 y la de 1845 proclaman confesional a España, pero ya la de 1856 promulga la "tolerancia religiosa" y la de 1869 y 1873 establece la "libertad de cultos". La de 1876, en un ejercicio de pasteleo monumental como fue todo el sistema canovista, conjuga la confesionalidad con la tolerancia religiosa y, ya en el sigo XX, la de 1931 y 1978 promulga la no-confesionalidad del Estado. Lo que late bajo estas modalidades es la identidad del grupo predominante que redacta la constitución concreta de que se trate: los liberales más conservadores (por lo común llamados "moderados" a lo largo del XIX) apuestan por la catolicidad de España, mientras que los más rupturistas ("progresistas", "demócratas" y "republicanos" en el siglo XIX) pugnan por destruir la unidad religiosa católica.
A partir de ahora quiero que se me lea bien. Ni emito juicios sobre la conveniencia o inconveniencia de esta realidad resultante de lo que voy a exponer muy resumidamente, ni tampoco entro en cuestiones dogmáticas que no me interesan ahora. Lo que va a guiar esta indagación es una pregunta: ¿Era una demanda natural o una estrategia artificial la de hacer de España un país multi-religioso? No me importa, repito, ni la doctrina de las confesiones, religiones o sectas de las que voy a hablar más abajo.
Pero al margen de la disputa política cuyo escenario es el parlamento, los campos de batalla o las barricadas y que, a la postre, tiene como resultado el que, en cada momento histórico, se plasma en cada Constitución, hubo una lucha menos visible. La Santa Inquisición había bloqueado durante siglos la penetración del protestantismo en España, pero su abolición configura un nuevo escenario y paulatinamente el protestantismo se abre camino en España a lo largo del siglo XIX. Sin que nos importe ahora valorar desde nuestra percepción actual el sentido de todo eso, la pregunta que interesaría hacerse es: ¿pero es natural esa nueva presencia? Un estudio detenido de los movimientos religiosos e ideológicos de la España del XIX conduce a pensar que esta infiltración protestante de España no obedece a ninguna espontaneidad. El proceso de protestantización de España está tripulado por Inglaterra, encontrando en los gobiernos liberales a los elementos que, masónicos o no, prestarán su cooperación a la inclusión del protestantismo en España como lacayos colaboracionistas de un magno proyecto de desintegración social. Así como Gibraltar, ocupado por Gran Bretaña desde el siglo XVIII, se convierte en el refugio de los liberales españoles prófugos de España en tiempos de absolutismo, es Gibraltar también el foco de propaganda protestante. Son muchos los casos de españoles que abandonan el territorio nacional, para instalarse en Gibraltar, a título de ejemplo valga el caso de D. Lorenzo María Lucena y Pedrosa (1807-1881) que en 1835 huye a Gibraltar, cuelga la sotana (había sido con antelación profesor catedrático del Seminario de San Pelagio Mártir de Córdoba y sacerdote católico): en Gibraltar, Lucena apostata de la Iglesia Católica, se casa y abraza el protestantismo, trabajando bajo la Sociedad Bíblica, traduciendo folletos propagandísticos y, habiendo ido a Londres, regresa otra vez a Gibraltar como pastor de la Congregación, en 1849 volvió a Inglaterra para ser predicador en Liverpool y en 1858 es contratado como catedrático de Lengua Española en la Taylor Institution de la Universidad de Oxford, donde permanecerá hasta su muerte. No es el único caso de sacerdote católico español que se pasa con armas y bagaje a Gibraltar, para hacerse colaboracionista del protestantismo. Menéndez y Pelayo ha estudiado en su libro "Historia de los Heterodoxos Españoles" multitud de casos que ponen de manifiesto que la penetración del protestantismo en España se debió, sobre todo, a la acción británica, aunque también haya un impulso de protestantes alemanes y franceses, de mucha menor consideración. Las minas (Almadén, Río Tinto, Linares...) controladas por la compleja red de agentes británicos a sueldo de los Rothschild se convierten en colonias británicas que propagan el protestantismo. El famoso George Borrow (que no será el único) viaja por toda España, repartiendo Biblias protestantes.
El fenómeno no pudo escapar a la perspicaz mirada de Mosén Jaime Balmes que en su libro "El protestantismo comparado con el catolicismo" dará buena cuenta de las consecuencias que se derivarían de una penetración protestante en España: la ruptura de la unidad religiosa que, a juicio de Balmes como de cualquier profundo conocedor de la historia española, constituía el engrudo de la unidad política española. Balmes apunta a Inglaterra como la principal instigadora de esta larvada labor de socavamiento, encubriendo so capa de "libertad" y "tolerancia" una ambiciosa colonización política y económica, escribe Balmes: "No es posible que se escape a su sagacidad [la de Gran Bretaña] lo mucho que tendría adelantado para contar a España en el número de sus colonias si pudiera lograr que fraternizse con ella en ideas religiosas, no tanto por la buena correspondencia que semejante fraternidad promovería entre ambos pueblos, como porque sería éste el medio seguro para que el español perdiese del todo ese carácter singular, esa fisonomía austera que le distingue de todos los otros pueblos, olvidando la unica idea nacional y regeneradora que ha permanecido en pie en medio de tan espantosos trastornos, quedando así susceptible de toda clase de impresiones ajenas y dúctil y flexible en todos los sentidos que pudiera convenir a las interesadas miras de los solapados protectores".
Si ese plan triunfara, la consecuencia práctica no sería la tolerancia, sino la destrucción del nexo que cohesionaba y fortalecía a España, como bien lo ve el polígrafo catalán:
"Y no sería por cierto la tolerancia lo que se nos impondría del extranjero, pues que ésta ya existe de hecho, y tan amplia que seguramente nadie recela el ser perseguido ni aun molestado por sus opiniones religiosas; lo que se nos traería y se trabajaría por plantear fuera un nuevo sistema religioso, pertrechándole de todo lo necesario para alcanzar predominio y para debilitar o destruir, su fuera posible, el catolicismo".
Pero no será el protestantismo el único Caballo de Troya que se ensaya en España con el propósito de transformarla en un pelele. En el campo filosófico, con el objetivo de sustituir el catolicismo imperante en la enseñanza, el ministro de la Gobernación Pedro Gómez de la Serna y Tully (1806-1871) envía a Julián Sanz del Río (1814-1869) a Alemania con la misión de formarse en la filosofía krausista y traerla a España. A su regreso se va cuajando lo que más tarde será la Institución Libre de Enseñanza.
En la segunda mitad del siglo XIX también se abre otro frente que va en la misma dirección: destruir la unidad religiosa católica de España, introduciendo otras comunidades religiosas como la judía. Práxedes Mateo Sagasta, en 1886, concede el permiso de abrir sinagogas en España y se funda la Alianza Hispano-Hebrea. Y el dictador Miguel Primo de Rivera, en 1924, promulgará más tarde un decreto por el que se posibilita la concesión de la nacionalidad española a los "individuos pertenecientes a familias de origen español" sefarditas. Alberto Ruiz Gallardón y José Manuel García-Margallo consumarán, en el año 2012, esta larga operación de retorno de los sefarditas, aprobándose en 2014 la concesión de nacionalidad española a los sefardíes.
Así como en el curso del siglo XIX se abre la puerta al protestantismo y al judaísmo, también se introducen en España pseudo-religiones como la poderosa Sociedad Teosófica que, a juicio de René Guénon, sería una de las internacionales del poder imperialista anglosajón. La primera española en contactar con Helena Petrovna Blavatsky, fundadora de esta secta, sería doña María Mariategui, Duquesa de Pomar, que la conoció en París pasando a colaborar en la revista "Lucifer" de la secta teosofista. Pero la Sociedad Teosófica penetra en España el año 1889 de la mano de José Xifré Hamel que había establecido relación con el grupo teosofista londinense ya en 1886, como bien nos cuenta Mario Méndez Bejarano en su "Historia de la Filosofía en España hasta el siglo XX" (del año 1927). Con la Sociedad Teosófica tendrán relación eminentes escritores españoles como Juan Valera (1824-1905) o el famoso Ramón María del Valle-Inclán.
Pero, vuelvo a preguntar: ¿era todo esto natural? ¿espontáneo? Nada más lejos de la realidad. Como bien indica Balmes, en España a nadie se le incomodaba por razones religiosas ya en su época. Lo que aquí se jugaba era algo mucho más ambicioso: la transformación de España, la destrucción de su unidad religiosa lograda por los Reyes Católicos, para convertírnosla en un país multi-religioso y, a la postre, en una colonia del capitalismo extranjero, hoy global.
Continuará...
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