RAIGAMBRE
Revista Cultural Hispánica
jueves, 2 de enero de 2014
PANCORVO, EL PERÚ Y LA HISPANIDAD
Por Antonio Moreno Ruiz
Me acabo de leer Demonios del Pacífico Sur (Editorial Mesa Redonda), la última obra del escritor peruano José Antonio Pancorvo, del cual hicimos no hace mucho tiempo una sincera apología (1). Y la verdad es que la sorpresa ha sido para bien, para muy bien. Hace poco, tuve la oportunidad de estar en casa del autor y, amén de aprender en cada palabra de este sabio, me llevé este tesoro que he devorado en pocos días.
Pancorvo trata de dos temas que hoy parecen harto controversiales: La posesión demoníaca y la crítica acendrada a la “independencia” hispanoamericana vista por sus propios protagonistas; todo ello a través de una óptica tan peruana como hispanista. Y cuando decimos “hispanista” (2) no nos referimos a un academicismo que excluya el legado mestizo o indio, pues fue durante los tres siglos virreinales donde todo se sintetizó. No existió una “unidad americana indígena” como en España no existió una “unidad celtibérica prerromana”: Al igual que la idea de Hispania nace con Roma, con la lengua latina y el Derecho Romano; ese mismo Derecho llega a América con la lengua española y la religión cristiana, sintetizado políticamente en los virreinatos, integrando y compartiendo instituciones dentro de una Corona donde no se ponía el sol.
Demonios del Pacífico Sur traza dos siglos en dos historias paralelas en unos escenarios muy cambiados, pues desde finales de los años 70 del siglo XX, la Ciudad de los Reyes en particular y el Perú en general sufrieron transformaciones brutales. Empero, el conocimiento del autor es tan amplio que su trazo se hace matemático, ya que, como una aguja, va hilando dos épocas en un mismo terreno, sin que el lector se pierda en ningún momento sino al contrario, manteniendo la linealidad y la inteligencia del suspense. Esto es: Justo lo contrario de lo que hace Vargas Llosa…
Es curioso el paralelismo entre España y el Perú desde principios del siglo XIX, válido en verdad para todo el mundo hispánico. La Revolución política siempre busca hacer tabla rasa del pasado. Cuando ese “pasado en marcha” (Tomando la expresión del pensador brasileño Arlindo Veiga Dos Santos) (3) se resiste a ser aniquilado, hay que agarrarse a un poderoso leitmotiv que lo desbarate y que, asimismo, justifique fácilmente todo lo que se vaya llevando a cabo por la nueva oligarquía, que entrambos casos, se apegó al golpe militar y al liberalismo, abriéndole, en una “progresión” vertiginosa, las puertas de par en par a la hoz y el martillo, así como al separatismo.
Al peruano se le inculcó la conciencia de “agachar la cerviz, arrastrando cadenas”, y primero se le dijo que la culpa de todo era de los malvados españoles, una suerte de marcianos que vinieron de no sé dónde a robar el oro y violar a las indias, privándoles de un Incanato que era el paraíso en la tierra. Tanto se ha machacado esta idea en todos estos años que, poco a poco, buena parte del pueblo peruano no parece saber lo mucho que tiene de sangre y cultura española, y que insultar a los “españoles” es maldecir su propia sangre. O como si esos “españoles” no hubieran sido aliados de chachapoyas, chancas y huancas… O en México de tlaxcaltecas, zapotecas, tarascos, otomíes…. Tan conquistadores estos bravos indígenas como los morriones y los caballos. Sin esos “españoles”, asimismo, no se entiende el tan característico mestizaje de estas tierras.
En España, el liberalismo golpista y usurpador, al comprobar su nula popularidad, refrendada por un pueblo que, en 1823, acogió a los Cien Mil Hijos de San Luis como libertadores y finiquitó el nefasto, corrupto y traicionero Trienio Liberal (que terminó de pactar la separación de las Españas Americanas), también se revolvió contra su propia sangre y, tras extender la idea de que los frailes envenenaban las aguas y convertirlos en las mayores bestias negras, acogió la Leyenda Negra fabricada por traidores inescrupulosos como Bartolomé de las Casas y Antonio Pérez (curiosamente entrambos descendientes de judíos….) y de las potencias extranjeras y rivales de España, tan conocidas por sus ¿humanitarias medidas?: Francia, Gran Bretaña, Holanda…. Todo el pasado español era un estorbo que, cristalizado en el Antiguo Régimen, no era sino un cúmulo de tiranías que nos habían privado de la libertad, la libertad que ahora nos traían los militares golpistas, los masones y la mayor parte de la nobleza, aquellos que querían que solo votaran los más ricos, que los gremios no tuvieran representación y que se aboliera el juicio de residencia; aquellos, pues, que dejaron bien sembrado el camino para esta oligarquía siniestra de politicuchos y banqueros que está arruinando y terminando de destruir a España. Los ingleses trazaron en 1711 su Plan para humillar a España y pienso que jamás habrían soñado en encontrar tan buenos servidores en la propia sangre ibérica; tan así que, como dejó dicho el ínclito Gaspar de Jovellanos, España perecerá antes por sus traidores hijos que le devoran las entrañas que por tiranos extranjeros. El caso de Jovellanos constituye una afrenta más del liberalismo, pues se han querido apropiar de este gran intelecto que los condenó en su día como “herejía política”, distinguiéndose por su férrea defensa de la tradición política hispánica, incluso contra el despotismo ilustrado. A los años, sería reivindicado por paisanos suyos pertenecientes al tradicionalismo, como Cándido Nocedal (quien lo definió como “un monárquico a la inglesa”) y Juan Vázquez de Mella. Sin embargo, la poca vergüenza y la impostura de los de siempre no tiene límites…
Y es que la historia mal contada, o directamente la antihistoria, ha sido un arma arrojadiza tanto en el caso peruano como en el caso español, con un telón de fondo hispanófobo que no ha hecho sino aumentar y empeorar, en especial desde la Península. En los dos casos, ha ido acompañado de un brutal complejo de inferioridad inyectado artificialmente desde arriba, y eso explica buena parte de nuestra psique y nuestro miedo para enfrentarnos a cuestiones como el terrorismo y la corrupción, salvando algún que otro parche/paréntesis que haya habido en estos dos fatídicos siglos.
Por eso, en España no se enseña que, luego de cerrar las puertas al imperialismo islamista turco, siglo y pico después, como el que no quiere la cosa, fue Blas de Lezo, un marino vascongado cojo, manco y tuerto, quien derrotó el intento invasor de Inglaterra y sus colonias sobre Cartagena de Indias, infringiéndole la humillación más grande de su historia. Sin embargo, barcos españoles van a Inglaterra a conmemorar no sé qué de Trafalgar….
En el Perú, no se recuerda que fue el extremeño Valdivia que, aliado de los incas, conquistó Chile y lo incorporó al virreinato del Perú, y que el último episodio de conquista e incorporación de Chile lo realiza el virrey Abascal a principios del siglo XIX, con una mayoría abrumadora de soldados peruanos. Después de que en la época borbónica se desgajase el virreinato, fue José Fernando de Abascal quien reuniera a toda la Sudamérica española bajo la corte de Lima. Reiteramos: Con soldados peruanos. Y nada de eso se recuerda. Se recuerdan, sin embargo, como “días nacionales”, estrepitosas derrotas de la Guerra del Pacífico, de un Chile que venció pero que, salvo una franja norteña, no incorporó al Perú bajo su jurisdicción. Un imperio milenario, que continuó siendo imperio con una Corona de Castilla que respetó la estructura incaica, y sin embargo, sólo celebra derrotas relativamente recientes…
Y digo yo: ¿Es que esta psicología derrotista que tanto coincide en España y el Perú, donde no hay más orgullo nacional posible que el fútbol y la gastronomía, es acaso “ingenuidad”? He ahí el quid de la cuestión: De ninguna manera. Otra vez vamos al asunto: A las oligarquías traicioneras les viene muy bien un pueblo humillado, derrotado y acomplejado, y por supuesto, ignorante de su grandeza y potencial. Al igual que en otros pagos hispanoamericanos les viene muy bien silenciar la sana y respetuosa política de la época virreinal para con araucanos y mapuches, quienes gestionaban su zona con plena autonomía, reconociendo nominalmente al “Pichi-Rey”, mientras que a posteriori, las repúblicas de Argentina y Chile entraron a sangre y fuego hasta la Patagonia (4). No fueron los únicos casos, pues como bien dice desde Colombia el Dr. Pablo Victoria, con las repúblicas se siguió una política contraria a los indígenas. El general bolivariano Joaquín Posada Gutiérrez dijo que: “He dicho poblaciones hostiles porque es preciso se sepa que la independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes… los ejércitos españoles se componían de cuatro quintas partes de los hijos del país; que los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Rey, como que presentían que como tributarios eran más felices que lo que serían como ciudadanos de la República”. (5)
Como bien dijo Pancorvo en una entrevista que le realizó la periodista Cecilia Valenzuela para Willax Tv con motivo de la publicación de la novela que aquí tratamos (6), no se trata de propagar revanchismos ni odios hacia Chile, sino de reconocer la historia, y de hecho, volver a mirar a Chile como pueblo hermano, sin que tampoco, por parte de Chile, haya odios ni humillaciones para con el Perú.
Y he ahí que nos encontramos con un problema importante propiciado por las repúblicas: El nacionalismo/estatismo, cuyos frutos disgregadores para con el mundo hispánico han sido, son y serán desastrosos. Y es que al fragmentarse el continente hispanoamericano en tantos estados diferentes, se cae en la contradicción de, por una parte, invocar a la “autodeterminación”, y por la otra, se acude a las fronteras virreinales… Y no se tiene en cuenta que antes de todos estos estados-nación, que tanto aplaudió el imperio británico (divide y vencerás…), un correntino estaba más ligado a Asunción que a Buenos Aires, lo mismo que un mendocino lo estaba más a Chile o un guayaquileño a Lima; y todos eran hijos de una gran patria común que iba desde el Mississipi al cabo de Hornos. Una gran patria que está destinada a reunirse, así como la madre no se puede ni se debe alejar mucho de sus hijos tampoco.
Los demonios que en su día infestaron todo el Pacífico Sur y acaso llegaron desde la propia España, por desgracia, están más vivos que nunca. Los que gustaron de la película “El exorcista” de William Friedkin, con toda seguridad, van a gustar de esta ilustrativa obra de nuestro gran literato criollo. La demonología, tan olvidada por un clero cada vez más corrompido, se detalla en el espacio y en el tiempo maravillosamente, así como sus múltiples y terribles reflejos.
En fin, todo ello se me ha venido a la mente leyendo esta aguda y concienzuda novela, esta gran obra de mi amigo y maestro Pancorvo que da para reflexionar hacia múltiples frentes, y que ya huele a clásico imprescindible, máxime ahora que ya nos dejaron el argentino José Manuel González y el colombiano Luis Corsi Otálora (7), quedando nuestro Pancorvo como estandarte perenne de una verdadera memoria histórica indiana, como guía de una Hispanidad latente.
(1) Véase: http://movimientoraigambre.blogspot.com/2013/07/hace-ya-tiempo-que-tuve-la-suerte-de.html
(2) Sobre el hispanismo, véase: http://www.revistalarazonhistorica.com/24-1/
(3) Sobre Arlindo Veiga Dos Santos: http://reconquistabr.blogspot.com/2007/03/arlindo-veiga-dos-santos-o-poeta.html
(4) No hay que dejar de recordar la interesantísima carta de este indígena chileno:
http://www.theclinic.cl/2011/10/13/mis-disculpas-a-espana/
(5) Consúltese en: http://coterraneus.wordpress.com/2012/08/10/
(6) Para ver la entrevista: http://sites.willax.tv/ceciliavalenzuela/entrevistas/jose-pancorvo-autor-de-demonios-del-pacifico-sur/
(7) http://poemariodeantoniomorenoruiz.blogspot.com/2013/12/rip-luis-corsi-otalora.html
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario