RAIGAMBRE
Revista Cultural Hispánica
miércoles, 7 de agosto de 2013
LA GRAN CULTURA ESPAÑOLA
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"Fuimos a un tiempo rodela y maestra de Occidente. Evitemos hoy el bache depresivo: ese mirar fuera de España como si hubiésemos sido una comunidad histórica sólo capaz del heroico manejo de la espada. Sin esas batallas, porque fueron muchas, el Occidente no sería como es. Otros pueblos hubieran debido librarlas o Europa hubiera sido piltrafa del Islam y no existiría esta nueva maravilla que es América. Pero hemos hecho mucho más que mantener a raya el islamismo en el solar hispano primero y contra los turcos despúes. Hemos hecho mucho más que descubrir, evangelizar y civilizar América. Hicimos la gran cultura española y universal de la Modernidad. No reneguemos de nuestro ayer. Hemos hecho maravillas por obra de nuestro genio bimilenario …"
Claudio Sánchez Albornoz.
lunes, 5 de agosto de 2013
ELEGÍA A LA PATRIA
"ELEGÍA A LA PATRIA"
-José de Espronceda-
¡Cuán solitaria la nación que un día
Poblara inmensa gente!
¡La nación cuyo imperio se extendía
Del ocaso al oriente!
Lágrimas viertes, infeliz ahora,
Soberana del mundo,
¡Y nadie de tu faz encantadora
Borra el dolor profundo!
Oscuridad y luto tenebroso
En ti vertió la muerte,
Y en su furor el déspota sañoso
Se complació en tu suerte.
No perdonó lo hermoso, patria mía;
Cayó el joven guerrero,
Cayó el anciano, y la segur impía
Manejó placentero.
So la rabia cayó la virgen pura
Del déspota sombrío,
Como eclipsa la rosa su hermosura
En el sol del estío.
¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!,
Contemplad mi tormento:
¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores
Al dolor que yo siento?
Yo, desterrado de la patria mía,
De una patria que adoro,
Perdida miro su primer valía,
Y sus desgracias lloro.
Hijos espurios y el fatal tirano
Sus hijos han perdido,
Y en campo de dolor su fértil llano
Tienen ¡ay!, convertido.
Tendió sus brazos la agitada España,
Sus hijos implorando;
Sus hijos fueron, mas traidora saña
Desbarató su bando.
¿Qué se hicieron tus muros torreados?
¡Oh mi patria querida!
¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
Tu espada no vencida?
¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente
Está el rubor grabado:
A sus ojos caídos tristemente
El llanto está agolpado.
Un tiempo España fue: cien héroes fueron
En tiempos de ventura,
Y las naciones tímidas la vieron
Vistosa en hermosura.
Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
Su frente se elevaba;
Como el trueno a la virgen amedrenta,
Su voz las aterraba.
Mas ora, como piedra en el desierto,
Yaces desamparada,
Y el justo desgraciado vaga incierto
Allá en tierra apartada.
Cubren su antigua pompa y poderío
Pobre yerba y arena,
Y el enemigo que tembló a su brío
Burla y goza en su pena.
Vírgenes, destrenzad la cabellera
Y dadla al vago viento:
Acompañad con arpa lastimera
Mi lúgubre lamento.
Desterrados, ¡oh Dios!, de nuestros lares,
Lloremos duelo tanto:
¿Quién calmará, ¡oh España!, tus pesares?,
¿Quién secará tu llanto?
domingo, 4 de agosto de 2013
FRANCISCO: LAS BASES DE SU TEOLOGÍA
Nuestra Señora de Aparecida (Patrona de Brasil) y el Papa Francisco
Alberto Buela (*)
El primer viaje internacional que realizó el Papa Francisco
fue al Brasil donde en una misa sobre la playa de Copacabana en Río de Janeiro
juntó la friolera de tres millones de feligreses. No hay hoy en el mundo ningún
dirigente político que junte tamaña cantidad.
Es sabido que los Papas y en general los grandes dirigentes
del mundo hablan por hablar, en un discurso donde el “buenismo” campea en todas
las oraciones, pero aquello que no dicen es, paradójicamente, lo que terminan
haciendo. Esto es normal y así hay que tomarlo. Es que el simulacro es la
moneda de cambio de los discursos públicos; de los discursos a las masas.
Francisco rompió esa regla de oro con dos frases
emblemáticas: una cuando llegó: No traigo oro ni plata, traigo a Jesucristo y
otra cuando partió: Río es el centro de la Iglesia.
El espaldarazo que le dieron los pueblos brasileño y
argentino, y en general el pueblo hispanoamericano fue total. Este respaldo
masivo tanto con la asistencia en persona (los tres millones) como mediática
consolida su figura y su poder dentro y fuera de la Iglesia. Hoy Francisco no
es Papa sólo para los católicos sino para todos.
Su mensaje resumido en no traigo oro ni plata sino a
Jesucristo fija una posición clara y terminante frente a la sociedad de
consumo, el capitalismo salvaje, el imperialismo internacional del dinero, como
decía Pío XII. Y sobre todo frente a los ideólogos progresistas de una
modernidad sin destino con sus propuestas de: relativismo moral y cultural,
aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, sacerdocio femenino, anulación del
celibato, consumo de drogas, exaltación del mundo gay, etc.
Francisco habló y dio las directivas: quiero pastores con
olor a ovejas que salgan a la calle y a los jóvenes que hagan lío. En una
palabra, hay que salir a evangelizar.
La diferencia en este aspecto entre las tres grandes
religiones monoteístas del mundo, judaísmo, islamismo y cristianismo, es que
los judíos no salen a convencer a los no judíos de las bondades del judaísmo.
Ellos siempre se han comportado como un grupo cerrado y autocentrado en donde
les es suficiente los que son. En su milenaria historia nunca buscó hacer
proselitismo.
Mientras que el Islam y el cristianismo sí han buscado
siempre extender su mensaje a otros pueblos. La diferencia entre ambos es que
islamismo busca hacer prosélitos y difundir su mensaje “a palos”, por la fuerza
y el cristianismo lo intenta realizar por la persuasión.
El otro rasgo significativo de su prédica brasileña fue el
cambio de centralidad de la Iglesia: Río es la capital de la Iglesia. Esto no
quiere decir que Roma deje de ser la sede de la Iglesia sino que los grandes
conglomerados de católicos de las sociedades periféricas y sus demandas van a
ser, de acá en más, los que produzcan sentido en el accionar de la Iglesia.
Y acá entra la figura del pueblo como categoría principal
en la teología de Francisco. El pueblo para él es el “productor de sentido” y
no las élites ilustradas que en el caso de la Iglesia sería el cuerpo
colegiado de obispos y la curia romana.
Esta disyuntiva está claramente resuelta por Francisco a
favor del pueblo cristiano y sus demandas, solicitudes y necesidades. Y en este
sentido es él fácilmente ubicable en lo que se llamó teología popular o
religiosidad popular.
Es poco conocida esta corriente ideológica que tuvo su
fuente de inspiración en un eminente teólogo porteño que fue el padre Lucio
Gera. Gera es la clave de bóveda para entender los planteos y los presupuestos
teológicos de Francisco.
El teólogo argentino Lucio Gera (Italia, 1924 - Argentina, 2012)
Lucio Gera, un hombre elegante y fino, perito del Concilio
Vaticano II, amigo de un primo hermano nuestro, Héctor del Río, en los tiempos
en que inició su carrera de sacerdote como cura teniente en la parroquia de San
Bartolomé. Él con su rescate de la religiosidad popular fue quien mayor
oposición teológica ofreció, por afinidad de miras (la preeminencia del
pueblo)1, a la teología de la liberación en Nuestra América.
Y esto es lo que ha solicitado Francisco en Brasil como
nudo y corazón de su mensaje.
La teología popular, que no es populismo, otorga la
productividad de sentido al pueblo como sujeto de la historia, en
contraposición a la teología marxista de la liberación que reserva ese
privilegio a una clase social: el proletariado.
Confía en la expresión de la fe sencilla del pueblo, sobre
todo del pueblo pobre, que no sufre ninguna mediación culta o Ilustrada que la
desvirtúe.
Es por esto, por ese privilegio que Francisco otorga
teológicamente al pueblo, que muchos en Argentina hablan del Papa peronista.
Nosotros creemos que no se debe hablar así, porque es un
error encerrar al Papa dentro de un pensamiento político determinado. No se
puede ideologizar el evangelio.
Cabría preguntarse cuales son las potenciales resistencias
mundanas al mensaje de Francisco. En primer lugar la de todos aquellos que
quieren hacer de la Iglesia católica una “nada de Iglesia”. Así, una Iglesia
que acepte el aborto, el matrimonio gay, el sacerdocio femenino, que termine
con el celibato obligatorio (Leonardo Boff). Que acepte la eutanasia, el divorcio
irrestricto y el consumo de drogas. Todo ello haría de la Iglesia una “nada de
Iglesia”, una no-Iglesia.
En el fondo, el gran enemigo de Francisco es “el
catolicismo a la carta”. Catolicismo que, en general, es propuesto por los
enemigos históricos de la Iglesia y propalado mañana, tarde y noche por los
grandes medios masivos.
Francisco no tiene oro ni plata; no tiene ejércitos; no
tiene poder terrenal y no existe ningún presidente ni Estado del mundo que se
declare expresamente católico. La única posibilidad es, más allá de la
asistencia del Espíritu Santo, recurrir a los pueblos periféricos de matriz cristiana
(Europa es una naranja exprimida) para con su ayuda lograr cambiar el
desorientado curso del mundo actual.
El conflicto que se le plantea a Francisco no es ya el de
los años sesenta y setenta Iglesia-mundo sino el de Iglesia-poderes mundanos.
Es que estos últimos están en manos anticristianas. Al menos en Iberoamérica,
en los cuatro principales países, la clase dirigente brasileña es filo-evangélica,
la de Argentina es filo-sionista, la de Colombia es pro-estadounidense y la de
México pro-masónica. Es que hoy, como ha dicho el brillante Vittorio Messori:
el anticatolicismo ha reemplazado al antisemitismo.
No es poca la lucha que le espera.
(*) arkegueta, enterno comenzante, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com
www.disenso.info
sábado, 3 de agosto de 2013
LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (2ª PARTE)
Dedicado a la gloriosa memoria de todos los españoles muertos ante la Roca de Gibraltar en lucha contra el imperialismo inglés y por la integridad territorial de la Sagrada España.
Es segunda parte del artículo LOS FUNDAMENTOS
DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (1º PARTE)
Por Manuel Fernández Espinosa
Estamos acostumbrados a
entender el imperialismo inglés como un fenómeno moderno (en efecto, el imperio
británico llega a su paroxismo en el siglo XIX), pero sus precedentes son
bastante remotos. Uno de los primeros prohombres ingleses que convierte la
eliminación de Castilla en imperativo geopolítico (para Inglaterra enseñorearse de los mares sin rival) es Juan de Gante
(1340-1399), hijo de Eduardo III de Inglaterra y Duque de Lancaster. Tras la
Tregua de Brujas (año 1375), uno de los hitos de la Guerra de los Cien Años que
enfrentó a Inglaterra y Francia, Castilla había salido reforzada, el gran historiador D. Luis Suárez Fernández comenta sobre el particular: “la tregua de
Brujas incluyó el reconocimiento de que Inglaterra ya no era dueña del mar,
sino que éste, para los próximos doscientos años, sería dominado por los
españoles”. Así las cosas, Juan de Gante (que por poco si llega a ser rey
de Castilla por su matrimonio con Constanza de Castilla, hija de Pedro I)
convence a los Comunes de la necesidad inexcusable de poner fuera de juego a
Castilla, para recobrar el dominio de los mares. Era menester, a juicio del
Duque de Lancaster, llevar la guerra a Castilla, avivar los conflictos
peninsulares.
Juan de Gante, Duque de Lancaster
Empero no se trataba de una
cuestión tan simple que se limitara a factores estrictamente económicos y
políticos (lo cual sería una interpretación reduccionista), en la cuestión estaba
involucrada desde temprano la herejía. El Duque de Lancaster protegía al hereje
John Wycliff (circa 1320-1384) que, en correspondencia al amparo de su señor,
combinaba sus proposiciones heréticas en conformidad a las conveniencias de Juan
de Gante. Wycliff es considerado, en justicia, como precursor de Martin Lutero
(aunque no esté del todo claro si Lutero lo llegó a conocer en profundidad, los
postulados heréticos de Wycliff se anticiparon a los del alemán). Para apoyar
las propuestas del Duque de Lancaster y allegar dinero con el que afrontar la
intervención en la Península Ibérica, Wiclyff sugería que se expropiara las
rentas eclesiásticas para acometer las empresas que Juan de Gante proponía como
necesarias para recobrar el dominio del mar, incrementar el comercio exterior
insular y que esto redundara en la prosperidad inglesa. Como vemos, Castilla
era un obstáculo para los intereses ingleses y el obstáculo había que
removerlo. Sin embargo, aunque los ingleses lo intentaron no lograron alcanzar
sus propósitos. Lo cual no quiere decir que, en los sucesivos siglos,
depusieran la línea principal de su política: la talasocracia eliminando a
Castilla (o, en su momento, España). Causa admiración la tenacidad y la
constancia de la política inglesa que, en las más adversas circunstancias puede
silenciarse, pero que persiste latentemente, como una corriente subterránea, y
que, cuando considera llegado el momento oportuno, se hace manifiesta. Esta
estrategia inglesa que, de antemano cuenta en su perfidia con la traición a
todos los pactos, es la que Baltasar Gracián atribuía al carácter inglés,
cuando escribió “La Inconstancia aportó a Inglaterra”. Inconstancia, se entiende, a la hora de cumplir los pactos.
John Wycliff
La unificación de las
coronas de Castilla y Aragón, sentadas las bases del dominio marítimo castellano en
el Atlántico y del aragonés en el Mediterráneo, la culminación de nuestra
reconquista con la toma de Granada, el descubrimiento de América y la expulsión
del factor desestabilizador de la comunidad judía, todo ello en el año 1492,
bajo la égida gloriosa de nuestros Reyes Católicos, dejaría a Inglaterra mucho
más atrasada de lo que quedó en la Tregua de Brujas. Era prácticamente
imposible alcanzar a España en su carrera. Con Felipe II como Rey de Portugal
el poderío de España llegaba a su máximo esplendor: la hegemonía española era
total (aunque tenía muchos frentes abiertos, instigados todos ellos por el odio
y el rencor judaico que no ha perdonado todavía hoy, siglo XXI, la expulsión
decretada por los Reyes Católicos). Toda Europa miraba con envidia y odio a
España en su supremacía y una de las naciones que más nos maldecía era
Inglaterra.
EL HUMANISMO RENACENTISTA QUE LLEGÓ A INGLATERRA
El
Renacimiento había supuesto una revolución cultural (en sus dimensiones
literaria, artística, científica, etcétera…) difícil de comprender en su cabal
alcance. Para que se produjera esa eclosión había sido clave el divorcio de Fe
y Razón y en esta ruptura una figura había sido decisiva: el franciscano inglés
Guillermo de Ockham (circa 1280-1349). El foco del Renacimiento,
indudablemente, hay que localizarlo en la península itálica, pero si la
expresión de las artes plásticas se desarrolla en toda su exuberancia en
territorio italiano particularmente, el “humanismo
renacentista” pronto cundió por toda Europa. Sin embargo, el “humanismo
renacentista” no era un producto cultural uniforme e inocuo: traía consigo un
desprecio por todo lo medieval (que incluía, como no podía ser menos, el
rechazo a la filosofía de Aristóteles) y asimismo traía consigo una fuerte
carga de filosofía hermética, donde no faltaban la alquimia y la magia. Hasta
en los países donde la ortodoxia católica era más férrea –como España, con su
Inquisición- la recepción del humanismo trajo incorporados elementos esotéricos
(es el caso de nuestro Arias Montano).
Pierre de la Ramée
El retórico,
lógico y humanista francés Petrus Ramus (Pierre de la Ramée, 1515-1572) fue el
exponente más furibundo del anti-aristotelismo. Ramus murió, habiendo abrazado
el protestantismo, víctima de los tumultos de la masacre de San Bartolomé. La
obra de Ramus logró un éxito inusitado en Inglaterra, cuya intelectualidad, con
los antecedentes del anticlerical Chaucer, del nominalista Ockham y el hereje
Wycliff, estaba predispuesta a recibir con agrado toda crítica que enfatizara
el descrédito de la tradición escolástica, fundada en la interpretación que
Santo Tomás de Aquino había hecho de Aristóteles. Y con los antecedentes más
arriba mencionados, en el ambiente de convulsión religiosa que se vivió durante
el siglo XVI en Inglaterra (a cuenta del cisma de Enrique VIII), era de esperar
que la mayoría de intelectuales ingleses fuesen fatalmente atraídos por la
filosofía hermética, por la magia y la heterodoxia. Y estos, precisamente, son
los fundamentos meta-políticos del imperialismo inglés:
1. La herejía:
John Wicliff y los wicliffitas se anticipan incluso a los protestantes –stricto
sensu- del continente europeo: Lutero, Calvino, etcétera. Y la corriente
herética, propuesta por Wicliff, presenta los rasgos que se definirán en los
llamados “reformadores”: odio al Papado (que identificaba con el Anticristo, en
la típica tradición protestante), demagógica predicación de la pobreza (proponiendo
el expolio sistemático del clero: Wicliff tenía pingües beneficios que mantuvo
a salvo, sin aplicarse a sí mismo la enajenación de bienes que invocaba para el
resto del clero inglés), la Biblia (que tradujo al inglés como le dio la gana:
Wicliff no era un traductor solvente), negación de la transustanciación y, en
eclesiología, esa especie de “comunidad eclesial invisible” formada por los
predestinados a ser salvos. Los wicliffitas continuaron, tras su condenación
papal y persecución civil a cuenta de las alteraciones revolucionarias en que se vieron involucrados, enquistados en la universidad de Oxford. En Inglaterra el protestantismo (de John
Knox, 1514-1572) encontró un terreno fértil para dar sus frutos; en la isla las
proposiciones calvinistas no eran novedades.
2. El
anti-aristotelismo (que tanta tradición tenía en Inglaterra) y que se afianzará
luego en el empirismo (John Locke; padre del liberalismo político) con todo su
rechazo de la metafísica (en el caso de David Hume; con su emotivismo moral) y,
posteriormente, entre el XVIII y el XIX, esta tradición tan inglesa desembocará
en el utilitarismo inglés (Bentham, Stuart Mill, etcétera). Este anti-aristotelismo hay que considerarlo en tanto que pone las bases de una ciencia que prescinde de la metafísica, que se hace contra la metafísica y que busca, en último término, la aplicación técnica.
3. La filosofía
hermética (entendiendo como tal algo poco sistematizado, pero que fluía como
una corriente en todas las actividades intelectuales y científicas. Hay, por un
lado, una pretensión de instaurar los cimientos de la ciencia moderna, pero –esto
bien lo ocultan- estas ideas no dejan de ser deudoras de una concepción mágica
del universo. Es manifiesta la voluntad de intervenir en la naturaleza, para
ponerla al servicio del científico (un brujo); y tengamos en cuenta que la
voluntad es el poderoso secreto de toda magia.
GALERÍA DE PROTO-IMPERIALISTAS INGLESES
Sí. Parece
increíble, disparatado. Pero el imperialismo inglés se fundó, desde sus
inicios, en: 1. La herejía; 2. El anti-aristotelismo y 3. En la magia. Y vamos
a poder verlo presentando muy someramente a las personalidades que consideramos
precursores conscientes de ese imperialismo inglés. Podríamos incluir a muchos
más, pero por mor de la brevedad, queremos presentar a: John Foxe (1516-1587),
John Dee (1527-1608), Walter Raleigh (1552-1618) y Francis Bacon (1561-1626).
John Foxe
John Foxe
(1516-1587) era un furibundo y declarado anti-español. Su anti-españolismo lo
compartía con la gran mayoría de sus compatriotas, pero ninguno de ellos
contribuyó como él a crear una monumental obra que rebosaba odio anti-católico
y anti-español y titulada “Actes and Monuments of these Latter and Perillous
Days, touching Matters of the Church” (publicado en 1563, más conocido como “El
libro de los mártires” de John Foxe). Esta obra de Foxe tuvo muchas ediciones
y, además de su envergadura (la segunda edición se dio a la estampa en dos
volúmenes con 2300 páginas), estaba profusamente ilustrada, lo cual fue un
éxito en tanto que lograba excitar el odio a la Iglesia católica (los papistas)
y fomentar la hispanofobia. Ahí es nada, John Foxe llegó a identificar a España con el
Anticristo y la influencia de su aversión visceral penetró en el corazón de
muchos ingleses que hicieron del odio a España algo consustancial a su
patriotismo inglés (se pueden encontrar vestigios de Foxe en el poeta John
Milton, como en tantos otros nombres de la cultura inglesa).
John Dee en plena invocación necromántica
John Dee
(1527-1608) es uno de los precursores del imperialismo inglés, hasta tal punto
que se le atribuye a Dee el haber acuñado la expresión “imperio británico”. Fue
filósofo hermético, astrólogo (le hizo una carta astrológica a nuestro Felipe
II), estudió en Cambridge y Amsterdam, profesó en el Trinity College y enseñó
astrología judiciaria en Lovaina. Ser uno de los matemáticos más prestigiosos
de su época no le impedía dedicarse con fervor a todas las artes nigrománticas,
desde la astrología hasta la alquimia, pasando por la necromancia precursora
del espiritismo. Su sociedad con el supuesto alquimista Eduardo Kelly fue
calamitosa para John Dee. Fue consejero de Isabel I.
Walter Raleigh
Walter
Raleigh (1561-1626), fue conocido en la España de la época como “Guantarral” y
sus muchas operaciones de piratería contra España redujeron su figura al papel
de pirata. Pero Raleigh no fue un pirata cualquiera, como los de las películas.
Raleigh era un hombre de gran cultura, que cultivaba a su vez varias ciencias desde
la medicina hasta la ingeniería y toda su actividad intelectual y “científica”
estaba ordenada según un sentido pragmático, por eso experimentó para conseguir
remedios contra el escorbuto (lacra de la marinería), intentó fórmulas para conservar los
abastecimientos, también se las ingenió para perfeccionar aparatos varios para una
mayor eficacia en la navegación… Todo lo que Raleigh investigaba no era por
amor al conocimiento, sino que era para ponerlo en práctica; y él mismo lo
ponía en práctica, pues Raleigh concibió la colonización inglesa de América del
Norte y en 1584 fundó la colonia de Virginia. Alrededor de Raleigh, cuando éste
estaba en Inglaterra, se fue formando un grupo anti-español de literatos,
científicos y librepensadores. El grupo se llamó la Escuela de la Noche y,
entre los más eminentes miembros, estuvo en él el dramaturgo y poeta
Christopher Marlowe (1564-1593), al que volveremos más abajo. Raleigh terminó mal sus días,
fue encarcelado en tiempos de Jacobo I bajo la acusación de conspirar contra el
rey inglés. Puesto en libertad, comandó una segunda expedición a iniciativa propia contra la Nueva
Andalucía (con la pretensión de conquistarla y convertirla en Guayana
Británica). Los buenos oficios de nuestro embajador en Londres, D. Diego
Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar, lograron que fuese prendido por hostigar
los intereses españoles y, si Gondomar no consiguió que lo ahorcáramos en España, el rey
inglés –entonces en buenas relaciones con España- mandó ejecutarlo en Londres.
Francis Bacon
No podemos
finalizar esta galería de precursores del imperialismo inglés sin mencionar a
Francis Bacon (1561-1626). Tal vez el más conocido de los que hemos presentado,
afamado por su labor filosófica. En él se resumen herejía, anti-aristotelismo y magia,
todo ello concentrado en su filosofía, la misma que trató de aportar un “Novum organum”
(año 1620) como alternativa al “Organum” aristotélico; también escribió Bacon una obra considerada
como utópica: la “Nueva Atlántida”, donde se especula sobre una sociedad
totalmente transformada por la ciencia aplicada, la técnica. El concepto de
ciencia que barajaba Francis Bacon no estaba desprovisto de componentes
mágicos. Francis Bacon desempeñó importantes cargos políticos.
Christopher Marlowe
Hemos aludido
más arriba al dramaturgo Christopher Marlowe (que en su tiempo fue considerado
como un ateísta y libertino homosexual) y dijimos que volveríamos a él.
Queremos cumplir con ello, pero abreviando mucho. Marlowe ofrece en su producción dramática, mejor que cualquier otro, el prototipo humano del imperialista inglés (que no es el gentleman, sino una
figura fáustica). Marlowe escribió “La trágica historia de la vida y muerte del
doctor Fausto” (siglos después Goethe haría su propia versión). En la psique del doctor
Fausto puede resumirse el espíritu que animó a Inglaterra a dominar el mundo:
el pacto con Satanás, habiendo perdido el temor de Dios y prometiéndose con las
malas artes de la magia todo el poder de la tierra, ese poder que envidiaba al
verlo en las manos de España, la potencia católica por excelencia.
Con estos
versos de su “Fausto” se expresa todo lo que Inglaterra ha ambicionado y ha
querido y, hasta cierto punto, ha tenido, pero -no lo olvidemos- pactando con las fuerzas más siniestras: la herejía y la magia.
“Aunque tuviera tantas almas como estrellas,
Todas las daría a cambio de Mefistófeles.
Con él seré yo el gran emperador del mundo;
Tenderé un puente sobre el viento
Para cruzar el océano con mi ejército;
Uniré las cumbres que ciñen la costa africana
Y será un solo continente con España,
Tributarias ambas de mi corona.
No vivirá el Emperador sino por mi deseo,
Como los demás potentados de Alemania”.
No se ha podido
declarar una voluntad de poder con más sinceridad que la que pone Marlowe en
boca de Fausto.
Pero que no lo olviden nunca: el diablo termina cobrándose su parte, llevándose el alma de quien pacta con él.
Pero que no lo olviden nunca: el diablo termina cobrándose su parte, llevándose el alma de quien pacta con él.
BIBLIOGRAFÍA:
"Raíces históricas del luteranismo", Ricardo García-Villoslada, S. I. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1976.
"Historia de la Filosofía", Emile Bréhier, Editorial Tecnos.
"El Criticón", Baltasar Gracián.
"La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto", Christopher Marlowe, Editorial Cátedra Letras Universales.
"La filosofía en la Edad Media", Étienne Gilson, Editorial Gredosç.
"La revolución cultural del Renacimiento", Eugenio Garin, Crítica Grupo Editorial Grijalbo.
"Historia Universal", "De la crisis del siglo XIV a la Reforma", bajo el cuidado de Luis Suárez Fernández, Eunsa.
Escrito el 3 de agosto de 2013, 309 años después de la conquista de Gibraltar por las fuerzas piratas y ocupantes de la Pérfida Albión.
viernes, 2 de agosto de 2013
LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (1º PARTE)
"El último de Gibraltar": Sargento Mayor de Batalla D. Diego de Salinas, 1704. Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau |
GRAN BRETAÑA Y ESPAÑA:
LA HOSTILIDAD MULTISECULAR
Por Manuel Fernández Espinosa
Más allá de las fricciones -históricas
o actuales- entre Inglaterra y España a cuenta del contencioso de Gibraltar (algo
que desde 1713 a 2013, como puede suponerse, ha acumulado tantos episodios que sería
prolijo enumerar y comentar en particular), me propongo con estos renglones
averiguar las razones profundas de esta enemistad multisecular entre Inglaterra
y España. Se trata de una hostilidad anterior al año en que los ingleses se
apoderaron de Gibraltar (1704). Una hostilidad que parece aplacarse –sin disolverse
nunca del todo- tan solo cuando en Inglaterra o en España (en España, con mayor
frecuencia) ocurre un gobierno que, por debilidad o ineptitud, renuncia a la
tradición geopolítica de su respectiva nación.
En adelante, a lo largo de este
artículo, vamos a emplear el nombre de Inglaterra como sinónimo de Gran
Bretaña, a sabiendas de que no son lo mismo; pero por comodidad y,
simultáneamente, reconociendo que Inglaterra es el factor aglutinante de todos
los territorios que vendrían a formar en el curso de la historia lo que
llamamos Gran Bretaña.
Como su título indica, el artículo
también pretende ofrecer, a manera de aproche, una aproximación a los pilares
ideológicos y a las personalidades inglesas que pusieron los cimientos sobre
los que reposó el imperialismo inglés. Y esta indagación no se hará desde el
punto de vista histórico (que nos parece accesible a través de la
historiografía vulgar y que sería fácil de historiar), sino que se acometerá
desde un punto de vista meta-político, tratando de patentizar los fundamentos
meta-políticos; y esta cuestión –lo diremos- no nos parece suficientemente
estudiada en España, pese a irnos tanto en ello. La ignorancia de esta cuestión
entre el público español nos parece de por sí un indicio de la idiotez en la
que ha vegetado, a lo largo de siglos, nuestra endogámica casta dirigente, esa
supuesta elite que –cuando ha sido de signo derechista o centro-derechista,
como ahora prefieren autodenominarse- ha padecido un constante achaque: el
ridículo complejo de inferioridad frente a la cultura inglesa (al igual que las
izquierdas lo tienen frente a la cultura francesa). Esto ha sido así, hasta
intolerables extremos de lacayuno sometimiento a los dictados culturales de nuestros
enemigos históricos y, en política, se ha traducido muchas veces en un
deplorable mimetismo, imitando a los ingleses, como monos de feria (aquí, baste recordar a
Antonio Cánovas del Castillo, trasplantando el modelo parlamentario británico,
o a Manuel Fraga Iribarne con bombín).
Los españoles siempre hemos
rendido honor a nuestros enemigos y eso está bien por ser prueba de nobleza. En
este respeto al adversario no hemos inventado leyendas negras contra él ni
hemos tenido la picardía de propagar las barbaridades históricas que ha
cometido. Al revés, siempre nos ha complacido reconocer las virtudes del adversario.
Diego Saavedra Fajardo, un autor que no fue escritor de gabinete, sino hombre
práctico, con mucho mundo recorrido en su labor como diplomático, escribió de
los ingleses:
“Los ingleses son graves y
severos. Satisfechos de sí mismos, se arrojan gloriosamente a la muerte, aunque
tal vez suele movellos más un ímpetu feroz y resuelto que la elección. En la
mar son valientes, y también en la tierra cuando el largo uso los ha hecho a
las armas” (1).
Con anterioridad a Saavedra
Fajardo, otro viajero español, el jaenero Pedro Ordóñez de Ceballos, quedó muy
gratamente impresionado de lo que pudo ver en Inglaterra, cuando la visitó en
el siglo XVI, escribiendo:
“Tomé por el puerto de Adover
(sic), en Inglaterra, y de allí fuimos seis compañeros a Londres, y me holgué
mucho de ver aquella ciudad, y es lástima que gente tan buena, en lo moral esté
errada. Yo tengo para mí, según vide sus tratos, buenas palabras y mejores
obras, que es de las mejores naciones del mundo, y puede competir con
franceses, italianos y otras muchas; y ellos se tienen, después de los
españoles, por los mejores. Y poco valiera el pensarlo si no lo mostraran, como
en efecto lo muestran, en las obras. Y, así, cuando vi su trato, proceder y
personas, se me acordó del dicho de San Gregorio Magno, donde los llama ángeles
en la tierra” (2).
Pedro Ordóñez de Ceballos,
aventurero y misionero español de Asia
En estos renglones no asoma ni un
resquicio de desprecio por los ingleses, todo lo contrario, el español reconoce
su valentía. Pero también hubiera sido conveniente que, por nuestra parte,
reconociéramos la inteligencia de que hizo gala el imperialismo británico en el
curso de los siglos. No fueron exclusivamente hazañas de valentía las que
levantaron el imperio británico, sino que lo construyó la tenacidad y la
prudencia de una excelente aristocracia que, además de cultivar su autoestima,
conocía su tradición y se cuidaba de tener a punto su inteligencia, en
exquisitos ámbitos que iban desde las universidades hasta sus selectos clubes:
una aristocracia que era consciente de una tradición política y que se había
educado en la perpetuación de esas líneas maestras que trazaron el edificio de
un gran imperio: el “Rule Britannia”. Unas elites dirigentes que no se permitían
la improvisación más allá de lo justo y que obedecían de consuno, por encima de
diferencias partidistas, a un gran plan de dominio universal.
Sin embargo, en España, qué otra
sería nuestra suerte. Nuestra aristocracia decadente (Quevedo ya lo denunciaba
en su tiempo) fue languideciendo, degenerando en esa caricatura repugnante del
“señorito”, extranjerizándose y negándose, hasta tal punto que, llegado aquel
año de la gran prueba, año 1808, el bajo clero y el pueblo mostraron que eran
los auténticos valedores y portadores de los valores y virtudes de la raza
hispana.
Solo pocos hombres vieron con claridad lo que nos estaba sucediendo y las razones por las que nos ocurrían las cosas. Una de las mentes más portentosas de la deplorable escena política de finales del XIX y principios del XX fue Vázquez de Mella.
Solo pocos hombres vieron con claridad lo que nos estaba sucediendo y las razones por las que nos ocurrían las cosas. Una de las mentes más portentosas de la deplorable escena política de finales del XIX y principios del XX fue Vázquez de Mella.
Inglaterra, en palabras de Vázquez
de Mella:
“No puede ser grande, por la
desproporción entre su población y los productos de su suelo, si viviera
replegada dentro de sí misma: tiene que ser grande dominando el mar, y para
dominar el mar necesita dominar el Estrecho, y para dominar el Estrecho
necesita dominar la Península Ibérica, y para dominar la Península Ibérica
necesita dividirla, y para dividirla necesita sojuzgar a Portugal y sojuzgarnos
a nosotros en Gibraltar. Y eso ha hecho. Recorred su historia; miradla con
relación a España, y veréis que, para dominarla y dividirla, no empieza por
Gibraltar ni por el Estrecho: empieza por Portugal.” (3)
En este sentido, un pensador
alemán, Oswald Spengler, observaba que:
“El que poseía los puntos de
apoyo de la flota, con sus docks y sus reservas de material, dominaba el mar,
independientemente de la fuerza de sus escuadras. El Rule Britannia reposaba,
en último fondo, en la cantidad de colonias de Inglaterra; colonias que
existían para los buques, y no al contrario. Esta fue en adelante la
importancia de Gibraltar, Malta, Aden, Singapur, las Bermudas y muchos otros
apoyos estratégicos antiguos.” (4)
La multisecular hostilidad entre
Inglaterra y España no es asunto de antipatías ni caprichos. Se trata, más bien,
de un imperativo geopolítico que primero lo supo ver Inglaterra, antes que
España. Por muchas razones históricas, España había llegado a alcanzar la
hegemonía universal, con antelación a Francia y a Inglaterra. La gran política inglesa
(y toda “gran política” es asunto de supervivencia) no podía ser tal sin entrar
en conflicto con la primera potencia mundial, en aquel entonces España. Es por
ello que, incluso más que Francia, Inglaterra necesitaba hostigar a España,
dividir a España (para vencerla) y someterla por las vías que fuese menester
(mediante la introducción en España de las más mortíferas ponzoñas: la
masonería, el protestantismo, el liberalismo, alimentando los nacionalismos
centrífugos de las regiones españolas), hasta alcanzar su objetivo: hundir a
España, impedir que levantara cabeza y, si era necesario, aniquilar España. El
imperialismo británico no hubiera podido ser imperialismo mientras existiera la
amenaza española.
La clave de la gran política británica para lograr y conservar su hegemonía mundial fue siempre la eliminación de España y su estrategia una luenga política de desgaste. Y esto ha sido así hasta nuestros días. Y de tal manera que los problemas generados por Inglaterra casi siempre nos sorprendieron por desprevención. Los españoles, más ingenuos y cándidos, incluso llegamos a pensar, en algunos momentos históricos, que los intereses de Inglaterra y España convergían y, por lo tanto, éramos aliados. Pero las alianzas con Inglaterra nunca fueron cumplidas con lealtad, de ahí nació el famoso dicho: “La pérfida Albión”. Y tal ocurrió, por ejemplo, con la Guerra de la Independencia contra el invasor napoleónico. Sobre esta alianza entre Inglaterra y España, contra Napoleón Bonaparte, escribía Karl Marx:
La clave de la gran política británica para lograr y conservar su hegemonía mundial fue siempre la eliminación de España y su estrategia una luenga política de desgaste. Y esto ha sido así hasta nuestros días. Y de tal manera que los problemas generados por Inglaterra casi siempre nos sorprendieron por desprevención. Los españoles, más ingenuos y cándidos, incluso llegamos a pensar, en algunos momentos históricos, que los intereses de Inglaterra y España convergían y, por lo tanto, éramos aliados. Pero las alianzas con Inglaterra nunca fueron cumplidas con lealtad, de ahí nació el famoso dicho: “La pérfida Albión”. Y tal ocurrió, por ejemplo, con la Guerra de la Independencia contra el invasor napoleónico. Sobre esta alianza entre Inglaterra y España, contra Napoleón Bonaparte, escribía Karl Marx:
“Es un hecho curioso que la mera
fuerza de las circunstancias empujara a estos exaltados católicos [los
españoles] a una alianza con Inglaterra, potencia que los españoles estaban
acostumbrados a mirar como la encarnación de la herejía más condenable, poco
mejor que el mismísimo Gran Turco. Atacados por el ateísmo francés, se
arrojaron a los brazos del protestantismo británico”. (5)
La agresión napoleónica pudo
hacernos compañeros de viaje a ingleses y españoles, pero el viaje lo pagamos
bien caro. Además de hacer creer que sin su presencia nunca hubiéramos expulsado
a los franceses, las tropas aliadas británicas destrozaron en España –y sin
necesidad militar- todo el tejido industrial que encontraron a su paso y que se
había ido levantando en España desde Carlos III. Así fue como Wellington ordenó
bombardear la industria textil de Béjar; en Madrid, después de la evacuación
napoleónica, los ingleses también destruyeron la Real Fábrica de Porcelana del
Buen Retiro.
Mientras que Wellington y sus
hordas aprovechaban su estancia en la península para destruir las infraestructuras
españolas que -industrial y comercialmente- eran potenciales competidoras de
las inglesas, no cesaron tampoco los ingleses de inocular el virus ideológico.
De esta guisa fue como contaminaron, a través de la clandestina e incipiente
red masónica que urdieron en España, los cuadros militares del ejército
español, llenándoles la cabeza de pájaros a los oficiales y suboficiales de
nuestro ejército y, una vez ganados a la causa liberal, se convirtieron
–consciente o inconscientemente- en los principales colaboracionistas del
imperio británico contra nuestros propios intereses nacionales. El nefasto
liberalismo político, tan extraño a nuestras raíces, fruto tan ridículo y
bastardo pese a todo el prestigio que nuestros actuales tontos y traidores le
conceden, fue el que, andando el tiempo, se convirtió en el foco de
alteraciones constantes, de pronunciamientos militares, de golpes de mano, de
conspiraciones y asaltos al poder, protagonizados por esos españoles
desnaturalizados que habían abrazado las mentiras liberales: ese fue nuestro
siglo XIX y el liberalismo fue nuestra pesadilla constante desde 1812 a
nuestros días, fuente inagotable de derramamientos de sangre entre españoles.
Las guerras carlistas no fueron otra cosa que la reacción, diríamos que biológica,
del cuerpo social más sano de España contra ese veneno que reptaba en los
antros masónicos y que pugnaba por encaramarse a las cámaras legislativas y,
una vez arriba, desde nuestros mismos órganos dirigentes, ejecutar nuestra
destrucción.
Casi todo se lo debemos al imperialismo inglés.
NOTAS:
1. Diego
Saavedra Fajardo, “Idea de un príncipe político cristiano, representada en
cien empresas” (año 1640)
2. Pedro
Ordóñez de Ceballos, “Viaje del mundo” (año 1614). Pedro Ordóñez de Ceballos
nació en Jaén, muy posiblemente el año 1547, y tras recorrer el mundo, regresó a Jaén, para escribir sus libros de viaje y morir en su tierra natal el año 1635.
Desde muy joven zarpó de Sevilla y emprendió una vida aventurera, siendo el primero que daría la
vuelta al mundo desde América. Ejerció como comerciante, como soldado, como conquistador y, una vez ordenado sacerdote, fue
misionero en Asia, destacando en la evangelización de la Conchinchina. Cuando
Ordóñez de Ceballos dice “Adover” hay que entender “Dover”. Cuando cita a Gregorio
Magno, Ceballos alude al episodio en que el Papa Gregorio, visitando el mercado
de Roma, se encontró con un grupo de esclavos ingleses que iba a ser vendidos,
preguntó su procedencia y alguien le respondió al Romano Pontífice: “Son
anglos”. Gregorio Magno contestó: “Non angli sed angeli” (“No son anglos, son
ángeles”). Además de “Viaje del mundo”, en edición y con prólogo del argentino
Ignacio B. Anzoátegui, de la Colección Austral, España-Calpe Argentina, es muy
recomendable el estudio monográfico “Pedro Ordóñez de Ceballos. Vida y obra de
un aventurero que dio vuelta y media al mundo”, de Raúl Manchón Gómez,
publicado por la Universidad de Jaén, año 2008.
3. Juan
Vázquez de Mella, “Dogmas nacionales”, Obras Completas del Excelentísimo Señor
Don Juan Vázquez de Mella y Fanjul, Volumen Duodécimo, Junta de Homenaje, año
1932, pp. 141-142.
4. Oswald
Spengler, “Años decisivos. Alemania y la evolución histórica universal”,
Colección Austral, Espasa-Calpe, traducción de Luis López-Ballesteros, año
1962, pág. 58.
5. Karl
Marx, “La España revolucionaria”, edición de Jorge del Palacio, Alianza
Editorial, año 2009, pág. 49.
UN LUSTRO SIN ALEKSANDR SOLZHENITSYN
SOLZHENITSYN, UN CLÁSICO RUSO SIEMPRE ACTUAL
El 3 de agosto, hace cinco años, fallecía en Moscú el gran polígrafo Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn. Conocidísimo por su "Archipiélago Gulag", entre otras grandes obras. Entre las muchas verdades que escribió, rescatamos para pensarla hoy, ésta:
"Cuando optamos por guardar silencio ante el mal, cuando lo enterramos tan hondo dentro de nosotros hasta que no asoma ningún vestigio de él al aire libre, en realidad, lo estamos sembrando y retornará a la superficie multiplicado por mil. Cuando no castigamos o culpamos a quienes hacen el mal, no estamos simplemente protegiendo su banal vejez, sino que estamos destrozando las bases de la justicia para las generaciones futuras."
El gran maestro ruso siempre estará presente entre nosotros. Su magisterio quedó en sus libros, en el grandioso testimonio de su resistencia y la resistencia de la Santa Rusia.
Recomendamos: http://poemariodeantoniomorenoruiz.blogspot.com/2012/09/apologia-de-solzhenitsyn.html
Recomendamos: http://poemariodeantoniomorenoruiz.blogspot.com/2012/09/apologia-de-solzhenitsyn.html
jueves, 1 de agosto de 2013
¿QUÉ IGLESIA QUEREMOS: UNA NO-IGLESIA?
Alberto Buela (*)
Desde el Vaticano II (1965/68) venimos leyendo y escuchando
que la Iglesia debe “abrirse”, debe “estar a la altura de los tiempos”, debe
“modernizarse”, debe “aggiornarse”, debe “hacerse simpática al mundo”, debe, en
definitiva “cambiar”.
Esto es, desde hace, por lo menos medio siglo, cincuenta
años, que todos los medios masivos de comunicación se proponen “cambios”.
Y ¿cuáles son los cambios propuestos?: aborto, eutanasia,
sacerdocio femenino, anulación del celibato sacerdotal, divorcio irrestricto,
manipulación genética, matrimonio homosexual, aceptación de valores gay,
anulación del papado, conducción colegiada, la anulación de alguno de los
dogmas y muchos más.
Es cierto, que todos estos cambios no tienen la misma
jerarquía, pues unos son dogmáticos (la primacía del Papa), otros cuentan con
el apoyo científico (aborto) y otros son opinables (celibato sacerdotal), pero
si hacemos efectivos todos, la Iglesia se transformaría en una no-Iglesia.
Pero ¿quiénes son los que solicitan estos cambios?. Son los
beneficiados por estos cambios: los grandes laboratorios, los grandes estudios
de abogados divorcistas y abortistas, los homosexuales enriquecidos, las
iglesias que buscan el debilitamiento de la católica. En general, estos grandes
lobbies son anticatólicos.
Ayer y hoy, dos días después de la majestuosa visita de
Francisco al Brasil, el diario porteño de La Nación, vocero desde hace 100 años
del liberalismo y la masonería argentina, publica en primera página como el
gran logro del Papa en tierra carioca: ¿Quién soy yo para juzgar a los gays? Y
Una iglesia más limpia y menos cerrada.
Cuando en realidad el mensaje de Francisco fue: no traigo
oro, ni plata, traigo a Jesucristo y Río es el centro de la Iglesia.
Subleva la manipulación interesada de un mensaje claro y
distinto. Esto se debe a los intereses de los poderes indirectos, que son
anticristianos.
El Papa dijo ante la pregunta en el avión de regreso a
Roma: ¿Y el lobby gay? Cuando uno se encuentra con una persona que es así, debe
distinguir entre el hecho de ser gay y el hecho de hacer lobby, porque ningún
lobby es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad
¿quién soy yo para juzgarla?. Y el diario La Nación publica en su primera
página con titulares tipo catástrofe: Otro gesto del Papa: ¿Quién soy yo para
juzgar a los gays?.
Y al otro día pide a través de su escriba oficial: una
iglesia más limpia y menos cerrada.
Y para convalidar esto llama a un pavote ilustrado, que no
es filósofo sino becario eterno del Estado italiano, como Giovanni Reale, que
de católico tiene lo que yo de chino, para que afirme: es algo bueno que los
católicos conservadores se alejen de la Iglesia. Lutero tenía razón para que se
quitara a la verdad evangélica todo lo que la Iglesia de Roma le había
agregado.
Primero la Iglesia no tiene conservadores como los partidos
políticos; si algo tiene es progresistas y tradicionalistas, pero toda esta es
una distinción ilustrada. La Iglesia es el pueblo de Dios, donde hay de
todo. Y ese pueblo que participa de la Iglesia ve en ella un mensaje de
salvación que no se limita a un mensaje social o a un recetario de modelos
políticos.
Y segundo, si Lutero tenía razón, porqué no se hace
luterano y listo el pollo.
Estos carajos, porque no son otra cosa, no ven el mensaje
de salvación, primordial tarea de la Iglesia, y si lo ven, lo distorsionan. Si
miramos bien, observaremos que en el fondo es una gran demanda que desde la
Ilustración y la modernidad se le hace a la Iglesia, pero no es una demanda
popular.
El gran Franz Brentado, el eslabón perdido de la filosofía
contemporánea, enseñaba que el saber de la Iglesia es, esencialmente, un saber
de salvación y que los saberes humanos son en ella una añadidura. (1)
Por eso nos enseñaban de niños, y esto lo cuentan también
filósofos como Alberto Rougés y teólogos como Leonardo Castellani, el viejo
verso:
Aquel que se salva sabe
Y el que no, no sabe nada.
Y la Iglesia cuando sabe es cuando habla de la salvación.
Francisco ha sido claro: queremos una Iglesia pueblo; una
Iglesia callejera; una Iglesia que confiese a Jesucristo; una Iglesia que se
respalde en María: una Iglesia que salga de las sacristías. “Y todo lo demás se
dará por añadidura”. Y si pudiéramos hablar de un enfrentamiento teológico en
Francisco sería entre pueblo e ilustración.
En el fondo Francisco intenta recuperar la sacralidad de la
Iglesia, cosa dificilísima y algo que aquellos que desde hace medio siglo
vienen proponiendo cambios, ignoran totalmente. Es que ellos ven en la Iglesia
una simple institución social y política mundana, mutilando su impronta y
aspecto sobrenatural.
(*) Arkegueta, eterno comenzante, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com www.disenso.info
NOTAS:
(1) Esta fue la causa por la cual Brentano, en silencio y
recogimiento, dejó la Iglesia a propósito del Vaticano I de 1870, dejando
Berlín por Viena.
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