RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 17 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( VI )



 FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( VI )



Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa,
Profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.


RAZONES PARA CURSAR LOS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS

Casa del Caballero del Verde Gabán, en Villanueva de los Infantes



Todos esos trabajos y estrecheces de la vida universitaria eran afrontados por los estudiantes pobres, sorteando los peligros del vicio tan a la mano, triunfando o fracasando en su carrera universitaria. Pero esas fatigas a las que estaban sujetos los estudiantes menos favorecidos por su hacienda y linaje no podrían entenderse de no haber al cabo un premio. En efecto, la recompensa al saber era cierta, aunque dejara de ser cabalmente justa. En tiempos de Cervantes todavía se sigue la tradición de premiar el saber. El tan discreto Caballero del Verde Gabán, D. Diego de Miranda, al contar a D. Quijote las cuitas que le da su hijo que, después de haber sido enviado a la Universidad de Salamanca, ha dado en aficionarse a la poesía, sin que le sea posible al padre convencer al hijo para que estudie Leyes o Teología, dice: "Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuosas y buenas letras; porque letras sin virtud son perlas en el muladar" [19].

EL MODELO DE TODA FORMACIÓN SUPERIOR: 
EL HOMBRE LIBERAL

Pero si el premio es un incentivo, el objetivo principal de la formación universitaria es algo más que la recompensa económica u honorífica, dependiente siempre de las instancias capaces de otorgarla. El objetivo sigue siendo el mismo en todo tiempo y lugar. Lo hemos dicho más arriba: "Los hombres reducidos a las "artes mecánicas" vendrían a ser como hombres disminuidos [...] Los estudios universitarios se encargaban, pues, de hacer "hombres" en plenitud; "hombres liberales", aptos para desempeñar tareas eclesiásticas, así como funciones administrativas subalternas".

Y aquí conviene que nos detengamos a considerar la polisemia del vocablo "liberal" que, ciertamente, ha experimentado modernamente una considerable restricción. El moderno término "liberal" surgió en las Cortes de Cádiz como etiqueta que los diputados revolucionarios se aplicaron, para escurrirse del calificativo de "revolucionario" o "jacobino" con el que eran designados por sus oponentes ideológicos. Fue en Cádiz donde se acuñaron los términos "liberal" y "liberalismo" y, desde España, el término pasó al acervo de la politología occidental. Así lo reconocía D. Antonio Alcalá Galiano: "La voz liberal aplicada a un partido o a individuos, es de fecha moderna y española en su origen, pues empezó a ser usada en Cádiz en 1811, y después ha pasado a Francia, a Inglaterra y a otros pueblos". Fue un acierto lingüístico que se apuntaron los revolucionarios, a costa de realizar un reduccionismo que depauperó el término. No olvidemos que "liberal" (del latín, "Liberalis") es, además de esa etiqueta política: "generoso", "pronto a ejecutar algo", "relativo a un arte o profesión, que requiere el ejercicio del intelecto", "virtud por la que, el hombre culto, se inclina a comprender". No es, por lo tanto, exclusivamente: "partidario de la libertad individual y social en lo político y de la iniciativa privada en lo económico" o "miembro de un partido político que se califique de tal". Y es que "liberal" decíase antiguamente de cada una de las disciplinas que componían el Trivio y el Cuadrivio, un vocablo cuya genealogía, por lo tanto, nos remonta a la mejor tradición universitaria de la Cristiandad.


El objetivo de la universidad, de cualquier formación superior, es hacer "hombres liberales" en su sentido más excelso, no en el reduccionista político, ni mucho menos, que muestra todas las trazas de manipulación propagandística y pervierte su sentido originario. En su sentido más nobilísimo es como nosotros lo empleamos, con el propósito de reivindicarlo y arrebatárselo a aquellos que lo secuestaron y a su prole ideológica actual que lo retiene y ha viciado.


LA DECADENCIA DE LA UNIVERSIDAD EN EL SIGLO XVII

Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1681)


Uno de los primeros en denunciar la decadencia de nuestras universidades (españolas y europeas) fue Diego de Saavedra Fajardo (1584 - 1648). En su obra “República literaria” lo dirá con meridiana claridad: “En algunas de estas Universidades no correspondía el fruto al tiempo y al trabajo. Mayor era la presunción que la ciencia; más lo que se dudaba que lo que se aprendía. El tiempo, no el saber, daba los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor, y a veces solamente el dinero, concediendo en pergaminos magníficos, con plomos pendientes de hilos, potestad a la ignorancia para poder explicar los libros y enseñar las ciencias, a hallarse en uno de estos grados[20]. El autor no omite el nombre de esas universidades: Viena, Ingolstadt, Salamanca, Alcalá, Coimbra… Su patriotismo exige esa mirada severa, sin permitirse que los afectos personales obnubilen su juicio sobre las universidades nacionales, el mismo Saavedra Fajardo estudió en la Universidad de Salamanca. 

¿Qué es lo que ha pasado? Muchas serán las razones de esta decadencia y al ser, prácticamente, universal no podrá justificarse que la universidad española esté en decadencia por el eclipse de nuestra hegemonía, aunque son fenómenos que corren parejos y simultáneos. Las universidades afectadas por el vicio que censura Saavedra Fajardo no son exclusivamente españolas. A todas luces parece que lo que ha degradado la universidad son razones endógenas: el escepticismo que se propagan en las cátedras no será ajeno a esta decadencia.

En Baltasar Gracián también se percibe que las universidades han experimentado un declive. Una de las premisas de la filosofía de Baltasar Gracián (1601 - 1658) es que el hombre no está hecho, sino que tiene que hacerse y, para hacerse plenamente hombre, el hombre tiene que cultivarse para elevarse de la  "barbarie" original (de la "bestialidad") hasta ascender a "persona":

"Nace bárbaro el hombre, redímese de bestia cultivándose. Hace personas la cultura, y más cuanto mayor. En fe de ella pudo Grecia llamar bárbaro a todo el restante universo." [21]

En "El Criticón" Gracián trazará la figura de Artemia que se presenta como una fantástica reina: “Muy diferente de la otra Circe, pues no convertía los hombres en bestias, sino al contrario, las fieras en hombres”… “De los brutos hacía hombres de razón” [22]. En "Artemia" cifra Gracián todas las Artes Liberales, a modo alegórico.
 
Gracián confía en la cultura como matriz de hombres cabalmente personas. Sin embargo, Gracián será de los primeros en mostrar una actitud menos optimista en cuanto a la valoración de la universidad española de su época y la razón es que Gracián piensa que se ha pervertido la finalidad de los estudios universitarios. Al filósofo aragonés la universidad salmantina se le aparece como una factoría de picapleitos que se convierten en sanguijuelas del dinero de sus clientes, por eso puede decir: “De Salamanca se dijeron leyes, donde no tanto se trata de hacer personas cuanto letrados, plaza de armas contra las haciendas” [23]

En Gracián parece levantarse acta de la degradación académica en que ha caído la Universidad hispánica, se ha volatilizado la genuina naturaleza de la Universidad cuando en vez de "hacer personas" aquella se ocupa, según denuncia Gracián, de "hacer letrados". La universidad ha venido a convertirse en una fábrica de títulos (“donde no tanto se trata hacer personas cuanto letrados”). Sin embargo, la formación cultural superior parece haber emigrado de la universidad a círculos más reservados. Cuando la universidad ha dejado de ser campo de Artemia, la formación cultural superior puede todavía realizarse en la intimidad de círculos privados: es el caso del círculo lastanosino (el formado alrededor del erudito y sabio Vincencio Juan de Lastanosa, gran amigo de Gracián que supo reunir a su alrededor a muchos hombres de talento; digamos que el “alter ego” de Lastanosa es, en la obra de Gracián, Salastano).

 

Ha cambiado la percepción que se tiene de la universidad. En tiempo de Cervantes, el premio iba unido a las "virtuosas y buenas letras"; en tiempo de Saavedra Fajardo y Baltasar Gracián, los estudios pueden garantizar una recompensa económica, incluso pingües beneficios, pero sin el concurso de las aptitudes, sin el esfuerzo ni el mérito de los que obtienen la titulación y, además, en detrimento de la virtud, habiéndose frustrado el objetivo principal de un centro de cultura superior: el hacer personas, "hombres liberales".






[19] "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", Segunda parte, Capítulo XVI, Miguel de Cervantes. 
 
[20] República literaria”, Diego de Saavedra Fajardo, prólogo y notas de Vicente García de Diego, Ediciones de “La Lectura”, Madrid, 1923.
 
[21] "Oráculo manual y arte de prudencia", Baltasar Gracián, edición de Emilio Blanco, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 2005. Hemos actualizado la grafía original del autor, para facilitar su lectura.

[22] El Criticón”, Baltasar Gracián, Edición de Santos Alonso, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1984.

[23] "El Criticón", Baltasar Gracián, Edición de Santos Alonso, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1984.

domingo, 16 de junio de 2013

LEONID ZUROV Y SU OBRA “EL CADETE”


"El autor ruso Lonid F. Zurov"

Poco, muy poco, por no decir casi nada, es lo que se puede consultar en castellano de la biografía de Leonid F. Zurov (o Zuroff). Su obra más representativa “El Cadete” es la única que aparece en los buscadores de internet si se coloca dicho nombre en español.
Gracias a la colección Austral se puede disfrutar de dicha obra en español, pues fue allá por el año 1968, cuando la prestigiosa editorial dio a la estampa la publicación de la pequeña novela de Leonid Zurov, incrementando el trabajo con otros pequeños relatos, de la misma temática del mismo autor, como son: “La ciudad”, “El estudiante Vovka” y “El salivazo” todos ellos traducidos del ruso por Eduino Mora.
Leonid Zurov viene al mundo allá por los primeros años del pasado siglo, en 1902, finando sus días en septiembre de 1971;  desde muy pequeño la tragedia se cierne sobre él, perdiendo a sus progenitores a la temprana edad de tres años. Será su abuela la que críe al pequeño Zurov, y ese hecho se ve reflejado en su novela “El Cadete”, novela que tiene rasgos de autobiográficos vividos por el autor.
El tratamiento que el joven Zurov da a las ancianas en su novela, es tierno y lleno de maternidad. El protagonista de la novela “Mitia”, es un joven cadete de una academia militar rusa. Estamos en los convulsos años del estallido de la Revolución Soviética, y por cada una de las ciudades, parte del “Ejército del Pueblo” camina arrasando todo lo que encuentra a su paso. Los símbolos del imperio ruso son devastados, se prohíben las águilas imperiales, las academias, la religión, las iglesias se queman y se cierran, y todo aquel que ostente o parezca tener pinta de poseer algo de valor es llevado por la fuerza ante Tribunales del Pueblo para ser ajusticiados. El joven Mitia observa todo este panorama desde las ventanas de su academia, hasta que se les advierte que deben abandonarla antes de que lleguen las tropas rojas. Mitia decide ir a su casa, y para ello se embarca en un tren con destino a su ciudad natal. Cansado, se queda dormido acurrucado en un lugar seguro, pero durante el trayecto, el vagón va siendo ocupado por hombres del ejército rojo. Sus conversaciones sobre como tratan a los sacerdotes, o a los “blancos” (partidarios del Zar y la tradición y contrarios a la Revolución) hace que el personaje se estremezca y tenga miedo. El muchacho despierta, y trata de escapar de esa turba, pero es apresado por los soldados, quienes le propinan una soberana paliza y le roban sus pertenencias. En un determinado momento, mientras se discute si se le ahorca allí mismo o si se le da otro ajusticiamiento, un soldado, con ropa de marinero, toma la iniciativa, y decide tirarlo del tren en marcha para que el crudo invierno ruso haga el resto.
Gracias a ese gesto, el joven Mitia puede sobrevivir a su primer enfrentamiento contra los soldados de la Revolución, y caminando entre la nieve, dolorido y maltrecho, siguiendo la vía del ferrocarril, llega al pueblo donde reside su antigua niñera.
Mitia, como personaje de la aristocracia rusa, había gozado de cierta estabilidad o estatus, y sus padres poseían tierras, mansiones y sirvientes, o mujiks (campesinos pobres) a su servicio.
El tratamiento que da en la novela Zurov al personaje de la niñera es enternecedor siendo presentada como una anciana dulce, con la cara marcada por las arrugas pero con un corazón generoso y lleno de agradecimiento hacia Mitia y su familia. Por su parte, la figura paterna o materna no aparece más que de soslayo a lo largo de toda la obra. Son mencionados, más el autor no les dedica espacio ni para la descripción ni para el recuerdo, tan solo son colocados al calor del hilo argumental, sin que su presencia sea, apenas, detectada por el lector.  

"Portada de la novela El Cadete, que publicó en su día la colección Austral, de Espasa Calpe"


Leonid Zurov estudió en la ciudad de Pskov y fue allí donde le sorprendió la Revolución Bolchevique. Con apenas 16 años, se ofreció como voluntario para luchar en el ejército comandado por el general Nikolai Yudenich, uno de los máximos exponentes de la resistencia anti bolchevique y un destacado general del Ejército Blanco.
Durante la novela, Mitia, camina de un lado a otro, primero en busca de un lugar, un sitio, donde su existencia tenga sentido, y ese no es otro que junto a los combatientes por la Rusia Zarista. Aquí y allá van apareciendo personajes, que son juntados para combatir en determinados frentes o representar distintas estampas. Siempre con valor, pero siempre con suerte desigual.
En la vida real, el Ejército Blanco actuó de la misma manera. Sin una organización efectiva y sin un programa político definido, los “Blancos” luchaban agrupados en células dispersas, pero sin la posibilidad de derrotar a un enemigo organizado política y militarmente como era el ejército bolchevique. Sus acciones recuerdan a las acometidas por los “carlistas” españoles durante la I guerra carlista. Muchos de los combatientes, al ser derrotados, pasarán al exilio.
El joven protagonista de la novela, Mitia, junto con su primo Stepa, también buscan su lugar, y son transportados por el autor a la localidad de Riga, en donde padecerán el miedo y la incertidumbre de las prisiones. Sometidos a interrogatorios, a celdas oscuras e inmundas, apretujados entre más desdichados, Leonid va describiendo la actitud humana ante la muerte. Simpre vista desee los ojos de los adolescentes, quienes como en todo lugar y en toda época, viven la vida de forma diferente a los de edad adulta.
En un determinado momento, se encuentran en la misma celda un padre junto con su joven hijo, de unos 14 años de edad. Ambos son detenidos, pues el hijo se había alistado, como Mitia y Stepa en el ejército Blanco. El padre no para de reprochar en voz alta la actitud de su hijo, y de paso la de los dos jóvenes cadetes, diciendo que por su impetuosidad y su mala cabeza ahora se ven a punto de ser fusilados, y es que, en la visión del adulto, los niños –adolescentes- no deberían de meterse en esos temas. Harto de esas disertaciones, el personaje de Mitia censura al padre con una frase cortante. “-Bueno, hombre, basta de latas. No se queje; ya ha vivido usted cuanto le correspondía, y demasiado, ¡qué diantre!” la contundencia de la demoledora revelación, deja al adulto, comerciante de profesión, desarmado y sin saber reaccionar.
A lo largo de las páginas, el novelista va tejiendo el desenlace de su novela. Toda ella salpicada de vívidas impresiones del paisaje, del entorno y de los protagonistas.
Salvados de la prisión, los personajes de Mitia y Stepa sobreviven en la ciudad de Riga. Allí malviven, harapientos, sucios y muertos de hambre, rodeados de bolcheviques y militares del ejército Rojo, hasta que un buen día, se reciben noticias de que las tropas del ejército Blanco están próximas a liberar la ciudad. La descripción de la estampida de los bolcheviques, con su abandono de fusiles, capotes y pertrechos, la llegada de los Blancos, y el miedo de ser confundidos con enemigos hacen que las páginas se sucedan una tras otra sin que el lector apenas se de cuenta. La liberadora Misa y posterior Comunión, descrita con lujo de detalles, esperan al lector que se aproxime al final de la novela, al cual le aguarda un final, sencillo, pero lleno de mensaje.
Es de destacar la riqueza del lenguaje utilizado en la traducción, en tanto que la utilización de expresiones arcaicas así como de palabras típicas de la época, hacen que resalte mucho la laor del traductor al tratar de transmitir el sentir original y el significado que el novelista quiso imprimir en los diferentes pasajes de la obra.
El Cadete” es un relato corto, pero que llena las expectativas del lector, sin llegar a convertir el trabajo en algo más denso o rodearlo de complicaciones sicológicas o existenciales entre los personajes y las situaciones.  
Pero la biografía del autor, Leonid Zurov, da para mucho más que la sola novela de “El Cadete”. Durante los primeros años, Leonid camina de aquí para allá, de Checoslovaquia a Riga – igual que su personaje Mitia, mientras estudia y se gradúa, ejerce trabajos de lo más diverso y variopinto, como pintor de brocha gorda, albañil etc.
Es en Praga, cuando Leonid se matricula en la Universidad de Arqueología, y es también en esa localidad en la que mantiene sus primeros contactos con la prensa escrita, colaborando con la revista “Chimes” y el periódico “Hoy”. En 1926 viajará a París, como delegado de los estudiantes rusos de su facultad, y allí defenderá a los monárquicos. En 1928, publicará su novela “El Cadete”, que le valdrá el honor de ser elogiada por el por entonces prestigioso autor Eichenwald y posteriormente por Ivan Bunin, del que llegó a ser su secretario personal durante muchos años
Establecido en París desde 1929, desde allí realizará numerosas aportaciones en diferentes medios escritos. Realizará trabajos etnográficos y en 1935 se trasladará para restaurar la iglesia  “Puerta de San Nicolás” y su campanario en el monasterio de las cuevas de Pskov.
En 1939 fue iniciado en la Logia Masónica "North Star” y al final de la IIGM, en 1945 es nombrado secretario permanente de la Sección Histórica de la Sociedad Científica de la Unión de Patriotas Soviéticos en París. Durante los años 1945 a1946 Leonid Zurov trabajó en el "Patriota Soviético", y será por esas fechas cuando Bunin, le escribiera para instarle a que volviese a Rusia.
Hombre resolutivo y decidido, Zurov anduvo toda su vida unido a Rusia por medio de las asociaciones de escritores y de poetas que en Francia había. Él mismo fundó diversas asociaciones al o largo de su vida. Desde 1947, la enfermedad mental le atenaza y le persigue, y su ida y salida de los hospitales se hace continua. Su salud empeora, pero no su vitalidad.
En 1967, funda la “Unión Rusa de Escritores y periodistas en París” de la que fue miembro hasta su muerte.
En 1971 viejo y enfermo permanece internado en un asilo mental. Allí morirá a consecuencia de una insuficiencia cardíaca, siendo sus restos enterrados en el cementerio de Sainte-Genevieve-des-Bois, de Francia.
Luis Gómez


sábado, 15 de junio de 2013

¿QUÉ ES UNA MADRE?

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¿QUÉ ES UNA MADRE?

Mi madre me dio la vida:
mi madre arrulló mis sueños
cuando en mi infancia querida
soñaba el alma dormida
con horizontes risueños.

Alzóme su amor altares,
sembró mi vida de flores
y un templo fueron mis lares
al rumor de sus cantares
y al calor de sus amores.

¡Cómo poderlo olvidar
si ella me enseñó a marchar
por la senda del deber,
y ella me enseñó a rezar,
y ella me enseñó a creer!

¡Qué dulzura tan ardiente,
me daba su labio amante,
cuando besaba mi frente
con ese amor delirante
que sólo una madre siente!

Ella me supo infundir
esta santa fe cristiana
que me ha ayudado a vivir,
y ha de ser quizá mañana
la que me enseñe a morir.

Sus labios me la enseñaron
y en mi mente la infundieron,
sus virtudes la cantaron,
sus ejemplos me la dieron,
sus besos me la grabaron.

¡Aunque sólo le debiera
esta fe que me infundió,
diérale mi vida entera,
y aun pagarle no pudiera
el tesoro que me dio!

¡Cuántas lágrimas me evita,
cuántos dolores me calma,
cuántos pesares me quita
la fe querida y bendita
que infundieran en mi alma!

Del mundo en el ancho mar
bogando tras el saber,
es muy fácil naufragar
y es muy difícil vencer
queriendo sin fe luchar;

Acaso tú no comprendas
lo que diciéndote estoy
de estas mis luchas tremendas...
Mas, si no lo entiendes hoy,
mañana quizá lo entiendas.

Siempre, siempre que he invocado
de esa fe la santa ayuda,
con más valor he luchado
y mi espíritu ha triunfado
en sus luchas con la duda.

¿Y a quién debo tal victoria
sino a mi madre querida,
que en el alma y la memoria
dejóme esta fe esculpida
como un título de gloria?

¿Y a quién, si a tu madre no,
vas a deber tú mañana,
cual debo a mi madre yo
esta santa fe cristiana
que en el alma me infundió?

¡Bendito el ser que en mi mente
consiguió grabarla un día
con besos de amor ardiente
cuyo calor todavía
me está abrasando la frente!

¡Cuántas noches de desvelo,
cuánta lágrima vertida,
cuánto incierto desconsuelo
costé a la madre querida
que en mí cifraba su anhelo!

¡Cuántas tristes aflicciones,
cuántas hondas emociones,
su corazón sufriría!
¡Cuántas dulces oraciones
junto a mi cama alzaría!

¡Cuándo podré concebir
dolor tan hondo y tan fuerte
como ella debió sentir,
viéndome a mí combatir
entre la vida y la muerte!

Di: ¿tu mente ha concebido
lo que ella sufrió por mí?
¡Pues ya tienes comprendido
lo mucho que habrá sufrido
tu amante madre por ti!

¡Ámala, pues! Y si eres
un hijo bueno que quieres
su amor, en parte, pagar,
cumple todos los deberes
que ahora te voy a enseñar.



José María Gabriel y Galán

EL VERDADERO LUTERO

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"Lo que yo enseño y escribo será siempre justo y verdadero, aunque el mundo estalle de despecho. No quiero oír hablar de misericordia. Al jumento palos; el populacho debe ser conducido por la fuerza"  
Martín Lutero

viernes, 14 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( V )




FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( V )

 Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa, 
profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.

HAMBRE Y SARNA


Tuno de época



            Los autores que dan buena cuenta de ello nos refieren que los dos grandes achaques que podrían hacérsele al estilo de vida estudiantil -esto no valdría para el caso en que fuese favorable la condición social y económica- eran el hambre y la sarna. Uno de los dos canes, tan simpáticos, que dialogan en el coloquio perruno cervantino nos lo dice con estas palabras: “Finalmente, yo pasaba una vida de estudiante sin hambre y sin sarna, que es lo más que se puede encarecer para decir que era buena; porque si la sarna y el hambre no fuesen tan unas con los estudiantes, en las vidas no habría otra de más gusto y pasatiempo, corren parejas en ella la virtud y el gusto, y se pasa la mocedad aprendiendo y holgándose[14].



            Y si el hambre es por desventura mundial, la sarna era universal, que no exclusiva de Salamanca. Don Francisco de Quevedo nos certifica también que la sarna era tan cosmopolita como la hambruna y, como tal, constituía parte del peculio castrense del estudiante de Alcalá de Henares. Para que no quedara lugar a dudas, Quevedo pone en boca de un estudiante veterano de su famosa novela "Vida del Buscón Pablos" esta fórmula irónica de saludo al novato Buscón Pablos, tras haberle cobrado la “patente”: “-Viva el compañero, y sea admitido en nuestra amistad. Goce de las preeminencias de antiguo. Pueda tener sarna, andar manchado y padecer la hambre que todos[15].



            El hambre y la sarna son señales inequívocas del estudiante universitario sin recursos.



            El hambre es consecuencia de la precariedad económica a la que estaba reducida la mayoría de estudiantes universitarios. Huelga mayor comentario para una sociedad como aquella, cuya mayor parte de la población sufría la inseguridad diaria en necesidades tan básicas como el alimento.



            La sarna, por otra parte, es signo inconfundible de unas deplorables condiciones higiénicas asociadas tan comúnmente a la indigencia. Sabido es que la sarna es una dermatosis provocada por un agente parasitario: el “acarus scabiei” (la “sarcopta de la sarna”, por otro nombre llamado en español “el arador de la sarna”), el ácaro hembra se hospeda y se ceba en la piel de las personas desaseadas, también en los vestidos de los sarnosos que se convierten en vehículos transmisores del parásito. Esta ectoparasitosis es extremadamente contagiosa, dado que la sarna puede contraerse ora por vía directa (por contacto con un sarnoso), ora por vía indirecta (si se usa alguna prenda de vestir de quien la padece)[16]; también es de saber que su transmisión se realiza de noche, debido a las costumbres nocturnas del parásito en cuestión. Así las cosas no es difícil imaginar que el alojamiento de los estudiantes pobres acarrearía, por lo general, situaciones de hacinamiento, tan favorables para propagar una enfermedad como la sarna. Téngase en cuenta también lo desusado que era el baño y el aseo a fondo y comprenderemos lo difundida que estaba la sarna en el estudiantado más menesteroso e incurioso.



            Si para aliviar la sarna no quedaba más remedio que rascarse, para remediar el hambre eran mil y una las travesuras que se ingeniaban los estudiantes de aquella época. En las páginas del “Buscón” podemos asomarnos a las tantas veces hilarantes -y siempre maliciosas- industrias por las que el universitario, apretado por la necesidad de la manduca, se trocaba en pícaro. La línea que separaba la broma del delito era muy tenue y muy a menudo cualquiera era bueno para traspasarla. Buenas muestras da de ello el quevedesco Buscón Pablos en el tiempo de su asiento como estudiante en Alcalá de Henares; después de sufrir las desagradables novatadas que, como ritos de pasaje se le infligían al estudiante bisoño, según la usanza de la época. Esa sí como el avisado mozo decide alzarse con el caudillaje de sus camaradas, y para ello nadie hay que le gane a idear y efectuar todas las diabluras que se le ocurren a su fecunda y traviesa imaginación.



            El estudiante menesteroso, urgido por el hambre, se convierte en un antihéroe, en un superviviente… En definitiva, se ha vuelto un pícaro que, como decía Cervantes en “La Tía Fingida”: “no habría venido a Salamanca a aprender leyes, sino a quebrantarlas”. Cervantes atribuye esta propensión a la delincuencia del estudiantado a la alacridad propia de la juventud, así lo hace por boca de Claudia (personaje de tan turbia moralidad, que aparece en “La Tía Fingida”) cuando pronuncia esta admonición: “Advierte, hija mía, que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes, gente moza, antojadiza, arrojada, libre, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor[17].



            Pero interesa percatarse de que las Universidades españolas del XVI y XVII se convierten así, por las condiciones de vida paupérrima que sufría la mayoría de su alumnado (descartamos a los retoños de la aristocracia), en algo muy similar a una gran escuela del vicio (hurtos, putañerío, ludopatía…) que precipita a sus incautos secuaces a una degradación moral que desemboca por ende en la más abyecta delincuencia.

VICIOS Y DELINCUENCIA DEL ESTUDIANTADO

            
David Teniers, Monos en una bodega. (circa 1660) Museo del Prado. Madrid



            Lejos de la severa férula familiar, el estudiante se desmemoriaba pronto de los consejos y la buena crianza que pudieron darle en su casa. El mundo, uno de los tres términos que forman la tríada enemiga del alma (los otros dos que la hostigan, como dice la doctrina, son el diablo y la carne), le tienta con sus añagazas. El estudiante pobre ve el lujo y opulencia en que vive el rico y, por mucho que todas las pompas sean fúnebres, el pobre quiere emular al rico en sus pompas. Para eso necesita dinero. El dinero puede lograrse floreando los naipes o lanzando los dados y también, es verdad, puede perderlo de la misma guisa: pero el juego consiste en arriesgar. Los juegos de azar con apuestas serán de esta manera uno de los pasatiempos preferidos del estudiante, también uno de los más peligrosos de la vida estudiantil.



            “El juego ha sido siempre destrucción de la juventud y polilla de las haciendas.[18]



            Así sentencia lapidariamente el prudente abuelo de Hernando de la Trampa, cuando el anciano varón decide declararle a su nieto que va a empeñar su fortuna para darle estudios en Salamanca, con el encomiable propósito de apartarlo del vicio tan adictivo de la baraja, pues: “es un vicio de que resultan otros muchos, como se ha visto con experiencias, pues, por jugar un tahúr, ¿qué no emprenderá para buscar dinero?” –dice Castillo Solórzano, autor de “Las aventuras del Bachiller Trapaza”. A la postre, de poco servirá la exhortación y sacrificio económico del abuelo, pues Hernando de la Trampa –el Bachiller Trapaza- terminará cursando más “en el libro de Juan Bolay que en los que le habían de hacer hombre”: nótese que los estudios –figurados en los libros- son, no solo para el autor de esta novela, la vía idónea para lograr el ideal humanístico.

El ideal humanístico no es otro que el "hombre liberal" que se ha humanizado en virtud de aplicarse a las artes liberales, a los "bártulos" (apuntes tomados de las obras del jurisconsulto Bártulo de Sasso-Ferrato, del siglo XIV, profesor de Derecho en Pisa, Bolonia y Padua). Así pues los estudios universitarios (sobre la base de los libros) serían la matriz capaz de “hacer hombres liberales”, pues son los libros son instrumentos del quehacer universitario cuya finalidad es hacer "hombre liberal" a quien es "hombre civil" (ver nota explicativa). Es así como Vicente Espinel sentencia en "Vida del escudero Marcos de Obregón": "los libros hacen libre a quien los quiere bien" [19]; sin embargo, en “el libro de Juan Bolay” (expresión de la germanía para referirse a la baraja de naipes, pues Juan Bolay era un famoso fabricante de barajas) se cifra toda la tenebrosa atracción del vicio que deforma al hombre: aplicarse al "libro de Juan Bolay" es leer "otro" libro que no hace "hombre liberales" y, por lo tanto, se frustra el proyecto personal de quien va a la universidad.

La arenga del anciano que le financia los estudios al nieto se desvanece bien pronto en la mala memoria de un zagal que, por ende, seguirá el rumbo de su torpe inclinación: “pero al mismo paso que se iba alejando de su patria se le alejó la memoria de eso, y la juventud y mala inclinación del juego hicieron su oficio”. El Bachiller Trapaza se convertirá en el pícaro que malvive a costa de carecer de personalidad propia, siempre trocando apellidos, cambiando de apellido por no haber correspondido a la oportunidad que le brindó su abuelo, la de estudiar para hacerse hombre y, con el agravante de haber comprometido la hacienda del anciano en una inversión infructuosa que tiene, por contra, el peor de los resultados: en vez de un "hombre de provecho" surge un "pícaro". Por eso mismo Trapaza resulta ser un fracasado que malgastó una ocasión, de esas que pintan calva, derrochando el caudal de su abuelo. Es así como podemos entender el recurso del autor moralista de esta novela que consiste en la sucesiva modificación que el protagonista hace de sus apellidos: Trapaza “era amigo de aplicarse los apellidos conforme los sucesos”, en el proceso de formación universitaria, el estudiante ha frustrado el cometido que los estudios universitarios tenían, según el criterio de la época: el convertir a los "hombres civiles" en "hombres liberales".. No puede decirse de Trapaza que haya aprovechado esta ocasión, se ha abortado -por el juego y los vicios- el "hombre liberal" en proyecto; el estudiante ha devenido a crápula, a pícaro, a maleante.



            El estudiante jugador es un personaje que prolifera en la literatura, pero que también abundó en la realidad; el juego era vicio frecuente de estudiantes y soldados, así como el retortero de todas las bolsas que concursaban. La vida del estudiante pobre confinaba con los tugurios del hampa y podía terminar en la cárcel, en galeras o en la horca.



            Sin embargo, es indubitable que hubo estudiantes pobres que se aplicaban a sus estudios con provecho, aunque sin ser compensados académicamente en justicia. Tomás Rodaja -el personaje cervantino, al término de “El licenciado Vidriera”, dice de sí mismo: “Yo soy graduado en leyes por Salamanca, donde estudié con pobreza y adonde llevé segundo en licencias”. 

El número segundo en licencias lo concedían las autoridades universitarias de la época al estudiante que tenía, en la realidad, el mejor expediente académico; sí, leemos bien, el "segundo en licencias" era el primero de la clase, puesto que (aceptado por todo el mundo y archisabido era) el primer puesto que se otorgaba no lo era en virtud del aprovechamiento o las capacidades, sino que se le concedía a los personajes más encumbrados en la escala social. Este dato indica de suyo que la Universidad Hispánica de aquel entonces, a la hora de expender premios y recompensas, no se regulaba por parámetros donde el mérito y aptitudes del estudiante contaran en justicia para obtener la primera posición, sino que existían corruptelas que conferían los honores del primer puesto en licencias por el turbio tráfico de influencias. 

La conclusión que extraemos de esto último es que, por los estudios universitarios, se podía llegar alto, pero los puestos más altos ya estaban asignados de antemano.


NOTA: "Hombre civil": todavía el diccionario de la RAE recoge una acepción hoy en desuso que considera el vocablo "civil" como un adjetivo sinónimo de "grosero, ruin, mezquino, vil". En este sentido es empleado por Baltasar Gracián el término "civil" en su obra magna "El Criticón".



[14]Novela del coloquio de los perros”, en “Novelas ejemplares” 2º vol., Miguel de Cervantes Saavedra, edición de Harry Sieber, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 2002, pág. 317.


[15]El Buscón”, Francisco de Quevedo, edición de Domingo Ynduráin, Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 1980, pág. 122.


[16]Manual de las enfermedades de la piel”, Ramón de la Sota y Lastra, Hijos de J. Espasa, Editores, Barcelona, 1904.


[17]La tía fingida”, Miguel de Cervantes Saavedra.



[18] "El Bachiller Trapaza", Alonso del Castillo Solórzano.

[19] "Vida del escudero Marcos de Obregón", Vicente Espinel.


miércoles, 12 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( IV )


FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( IV )

Por el Profesor Manuel Fernández Espinosa, profesor de Historia de la Filosofía y especialista en Ciencia de la Cultura.

AUTOPERCEPCIÓN DE LOS ESTUDIANTES 

Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares


Ha llegado la hora de considerar el modo como el estudiante español de la época era percibido y se percibía a sí mismo. Para ello no hay mejor fuente en que recabar datos que la copiosa munición que se nos brinda en la literatura de los Siglos de Oro. Los prosistas de la época ofrecen en sus páginas testimonios que podemos tomar por fehacientes, aunque pueda acusarse alguna exageración (por eso prescindiremos, adrede, del más hiperbólico y genial de todos: Francisco de Quevedo). 

Los testimonios de la novelística de la época pueden pasar por dignos de crédito en tanto que los autores fueron testigos de vista: todos los grandes genios de la Literatura española de esa época pasaron por la Universidad o estuvieron en sus aledaños. Cuando cursaron estudios superiores, demuestran que se honran de haber vivido aquella experiencia universitaria e incluso se percibe que han mitificado aquella vida, alegre y desenfadada, de su juventud estudiantil, dando indicios de haber tenido, de por vida, conciencia de formar parte de una corporación incardinada en la Universidad de Salamanca, en la de Alcalá de Henares o en cualquiera otra; esos hombres no olvidarán que pertenecieron a un determinado Colegio mayor o menor y que allí hicieron amistades –y todo lo contrario, que también puede ser. Veamos, en primer lugar, la relación que parece que han guardado los más eximios escritores de la época con la Universidad española.


            Por la razón que sea, Cervantes no llegó a la Universidad. Sobre este punto llegó a decir Menéndez y Pelayo que: “Pudo Cervantes no cursar escuelas universitarias, y todo induce a creer que así fue; no recibió grados en ellas, (pero) fue humanista más que si hubiese sabido de coro toda la antigüedad griega y latina[11]; por  eso mismo podría ser que en su obra literaria el tema universitario, bajo muchedumbre de formas, sea recurrente: estudiantes universitarios aventajados en los estudios, tanto como sus antípodas, los perennes paseantes ociosos, las estudiantinas cigarras (que cantaban más que empollaban), las pendencias callejeras, los naipes y las mancebías, las ermitas de Baco y los garitos… La vida estudiantil aflora en sus novelas y se nos pinta esa Salamanca bullanguera y a la vez estudiosa, que forma como una Salamanca paralela a la ciudad que reposa a la vera de Tormes: en algunas novelas de Cervantes ha cristalizado la Universidad de Salamanca, como deteniéndose el tiempo.

Miguel de Cervantes


            Siguiendo con los más destacados de entre la pléyade de prosistas, poetas y dramaturgos del siglo áureo, diremos que Lope de Vega estudió en la de Alcalá de Henares; Calderón de la Barca en Alcalá y en Salamanca; Francisco de Quevedo en la Universidad de Alcalá; Castillo Solórzano en Salamanca muy probablemente; Agustín Moreto se matriculó en la Universidad de Alcalá de Henares, licenciándose en 1639;… La elite literaria cursó, con mejor o peor provecho académico, sus estudios universitarios, pero, aunque no granjearan grandes éxitos académicos, su experiencia universitaria se plasmó de alguna manera en su obra literaria.

            El paso por la Universidad marcará con su indeleble sello las vidas de los literatos españoles de esa época que estamos considerando; por eso no puede asombrarnos que en sus más variadas obras literarias asomen allá y acullá fragmentos de esa vida: estampas costumbristas, usanzas más o menos edificantes, anécdotas picarescas, tipos humanos que nos ofrecen un retablo de lo que era aquella vida estudiantil en los años de hegemonía hispánica.

EL ESTUDIANTADO UNIVERSITARIO

El Conde-Duque de Olivares, estudiante de la Universidad de Salamanca


            El estudiantado de la Universidad española, como reflejo de la sociedad, no era monolítico. Existían clases de estudiantes en razón de su estatus social y económico. Pero a nadie –lo hemos visto con Tomás Rodaja (ente de ficción, pero prototipo de pobre estudiante aplicado), Juan Latino o Beatriz Galindo- se le cerraban las puertas del saber.

            Consideremos el caso de Salamanca, que andaba en boca de las gentes en dichos tan donairosos como ese que sentencia: “Si quieres saber, ve a Salamanca”, o aquel otro, tan famoso, que parece contradecir al anterior: “Lo que naturaleza no da, Salamanca no presta”. Imaginemos que estamos en el siglo XVI. Algunos aventureros que han hecho fortuna en Méjico o Perú retornan a la ciudad del Tormes y, para admiración y envidia de sus convecinos, construyen sus palacios (el de Monterrey, p. ej.), pero “…Salamanca, más que una ciudad de palacios, es una ciudad de colegios, alma mater de los espíritus y las inteligencias” –pudo decir Eduardo Aunós[12]. No olvidemos que por aquel entonces –siglo XVI- son más de 7.000 almas las que en Salamanca cursan sus estudios universitarios y esos jóvenes proceden de toda la Cristiandad.

            Los Colegios que había en Salamanca eran Mayores y Menores. Entre los Colegios Mayores pongamos a la cabecera por su principalidad el que lleva título de San Bartolomé. Hay otros como el de Cuenca, el de Oviedo y el del Arzobispo que no son malos, pero todos van a la zaga del de San Bartolomé. Este fue fundado por Diego de Anaya y exigía a sus colegiales la probanza de “limpieza de sangre”. Su fama se dilataba y de él salía la elite del Imperio: cancilleres, virreyes, gobernadores, inquisidores y hasta validos pasaron por San Bartolomé. A cuenta de ello corría el dicho que sentenciaba: “Todo el mundo está lleno de bartolémicos”. El hecho de que se acuñara una palabra como esa: "bartolémicos”
(también “bartolemico”) es síntoma del espíritu corporativo que tenían los colegiales de San Bartolomé, para los que era motivo de orgullo el pertenecer al más prestigioso de los Colegios Mayores salmantinos.

            En cambio, los estudiantes pobres tenían que buscarse hospedaje en los Colegios Menores. Había muchos, pero baste mencionar el Colegio de Pan y Carbón, el de San Pedro y San Pablo o el de San Patricio. Cuando ni siquiera se podía vivir acogido a un Colegio Menor, por no haber dineros, el estudiante podía intentar alojarse en alguno de los claustros de los veinticinco conventos masculinos que había en Salamanca. Según a qué convento acudiera a cobijarse, el inquilino recibía un apodo: los hospedados en el convento dominico eran “golondrinas”; “grullas” se les llamaba a los que hacían lo propio en San Bernardo; “tordos” eran los que vivían con los jerónimos; y “verderones” los que lo hacían en San Pelayo… Curiosa, exuberante de grácil imaginación, parece esta nomenclatura aviaria cuando se trataba de una volátil fauna de estudiantes, tan “pájaros”, tan “tunos” y a la fuerza tan “cucos”.


Contrastaba la vida principesca de los estudiantes salmantinos potentados –como D. Gaspar de Guzmán quien, más tarde, sería Conde Duque de Olivares- con la de los más pobres, como podría ser Tomás Rodaja. Tomás Rodaja, para estudiar, tenía que servir a sus patronos y ocho años cuenta Cervantes que estuvo cursando sus estudios de leyes con mucha aplicación, compaginándolos con la servidumbre que era su medio de subsistencia y que le permitía estudiar: la noche… Y el día: Don Gaspar de Guzmán tenía a su servicio un ayo, un pasante, ocho pajes, tres mozos de cámara, cuatro lacayos, un repostero, un mozo, otro de caballeriza, un ama y la moza para ayudar a ésta[13].



Continuará...



[11]San Isidoro, Cervantes y otros estudios”, Marcelino Menéndez y Pelayo, selección y nota preliminar de José María de Cossío, Colección Austral-Espasa Calpe, Madrid, 1959, pág. 91, correspondiente a “Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del ‘Quijote’” (Discurso leído en el Paraninfo de la Universidad Central en la solemne fiesta académica de 8 de mayo de 1905).



[12]Estampas de ciudades”, Eduardo Aunós, Colección Austral-Espasa Calpe, Madrid, 1973, pág. 94.

[13]El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar”, Gregorio Marañón, Grandes Biografías de la Historia de España, Editorial Planeta DeAgostini, Madrid, 2007.

РОССИЯ, КОТОРУЮ МЫ ЛЮБИМ... RUSIA, NOSOTROS TE AMAMOS


La Federación de Rusia celebra, hoy 12 de Junio, su Día Nacional. Queremos felicitar a todos nuestros muchísimos lectores rusos, a Rusia entera, de norte a sur, de este a oeste, en el día de su soberanía nacional. Y les deseamos que prosigan sin titubear en la defensa de su Soberanía, en la defensa del Derecho Natural frente a toda presión exterior, convirtiéndose en el referente para una humanidad que, frente al relativismo y las cobardías, quiere intervenciones firmes. Una humanidad que, contra el derrotismo y la manipulación mediática, anhela la imposición firme de leyes que amparen el único Matrimonio, preserven a la familia de todos sus enemigos, custodien a la infancia de las alimañas pedófilas y defiendan el Derecho de Dios frente a todo insulto ofensivo.

Gracias, Santa Rusia, por defender todo lo que en Occidente han conseguido prácticamente expoliarnos.