APROCHE A UNA LECTURA DE "EL LAZARILLO"
Manuel Fernández Espinosa
Es un antihéroe de los muchos que ha dado nuestra literatura, un personaje de ficción literaria que podría haber existido en la realidad. Suscita sentimientos contrapuestos: por una parte no se le puede dejar de tener cierta simpatía, pero por la otra hay en él un fondo de cinismo que nos lo hace despreciable. Es el arquetipo literario de nuestra picaresca, pero si hubiera de aplicársele algún adjetivo el que más le cuadrara sería el de "desastrado" que, etimológicamente, procede de la astrología judiciaria y que viene a ser aquel cuyo hado está desprovisto de buena estrella. Se trata de Lázaro de Tormes. A partir de ahora, en este artículo, cuando nos referiramos a la novela, para comodidad no emplearemos el título completo de la obra: "La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades", sino que escribiremos "El Lazarillo" (entrecomillado).
Nuestro presente interés por "El Lazarillo" y por Lazarillo no se motiva por cuestiones de crítica literaria, ni siquiera por todo lo mucho que nos puede mostrar de las miserias de una edad histórica. Sin duda, el Lazarillo constituye un clásico que no ha perdido su encanto a través del tiempo; contiene todos los ingredientes que podrían interesar tanto al historiador como al folklorista y, siendo un clásico, goza de sobrada popularidad como para que cualquiera crea saber, aunque no lo haya leído nunca, quién es Lázaro de Tormes. Durante muchos años ha sido una lectura escolar obligatoria y hay hasta versiones adaptadas para niños. "El Lazarillo", como arquetipo de la novela picaresca nacional, nos parece algo más una novela, instaura un mito o por mejor decir: un "antimito".
FUNCIONALIDADES DEL MITO Y DEL ANTIMITO
El mitólogo estadounidense Joseph Campbell (1904-1987) dejó fijadas en su obra "The Masks of God: Creative Mythology" las cuatro funciones que cumplía un mito: 1) Metafísica. 2) Cosmológica. 3) Sociológica y 4) Psicológica. La forma de todo relato mítico -pensaba Campbell- tiene una estructura que hace recorrer al "héroe" una serie de etapas que, desde la vocación a la aventura, atraviesan las vicisitudes por las que pasa el aventurero (ayudado sobrenaturalmente), la consecución de la meta y el retorno.
En "El Lazarillo" podríamos hallar elementos relativos a las cuatro funciones apuntadas por Campbell: metafísicos, cosmológicos, sociológicos y psicológicos. Su fuerte parece estar en las funcionalidades sociológica y psicológica, por ser las más evidentes, pero no deja de mostrar elementos que -mucho menos visibles para el profano- conciernen a la función metafísica y a la cosmológica. Pero, no se nos olvide, al ser -como postulo- un anti-mito "El Lazarillo" muestra todas sus cuatro funciones invertidas. Y esto será, como trataré de hacer patente, nefasto para la auto-percepción de la conciencia nacional española y, como no podría ser menos, repercute asimismo sobre la imagen que de sí tiene el español que se deja penetrar de esta concepción invertida del ser, del mundo, de la sociedad y de sí mismo, anulando el "deber-ser" en aras de un cómodo y resignado: "así son las cosas".
De todo lo dicho hasta ahora, creo que urge dar razones de lo menos evidente en "El Lazarillo": su función cosmológica y metafísica.
FUNCIÓN COSMOLÓGICA EN EL LAZARILLO
Empecemos por la función cosmológica: ¿qué nos dice del mundo "El Lazarillo"? En nuestro anti-mito nacional se percibe a primera vista las creencias vigentes deudoras de la popularización de los dogmas cristianos: Dios ha creado el mundo, p. ej. pero... ¿cómo se explica, entonces, la miseria que sufren los pobres? Es aquí cuando se recurre a una explicación mágica (digámoslo así), mágica más que religiosa. Cuando el escudero del "Tractado Tercero" quiere disculparse ante Lázaro de Tormes por el hambre y las privaciones por las que atraviesan amo y criado, el escudero dice: "..te digo que después que en esta casa entré, nunca bien me ha ido. Debe ser de mal suelo, que hay casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan la desdicha." Por segunda vez se refiere el escudero a las misteriosas influencias nefastas de la casa en que viven: "Malo está de ver, que la desdicha desta vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste, obscura". Según esta explicación, habría que presumir por lo tanto que en el mundo existirían fuerzas incontroladas que afectan a la "dicha" de las personas, sin que estas sean capaces de pertrecharse ni defenderse de ellas. Pero si ésta es explicación que ofrece un personaje secundario, Lázaro no queda al margen de estas supersticiones; puede verse ello en las veces que alude a su mala fortuna, a su falta de estrella, "desastrado" se llama a sí mismo (más arriba lo hemos dicho): "Mas ¿qué me aprovecha, si está constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra?". En un mundo de carestías y hambre, cuando todo depende de nutrirse, pareciera que el Creador se hubiera desentendido de su creación, por lo que todos los reveses caben ser atribuidos a una fuerza ajena al esfuerzo y los méritos de cada cual: la inconstante, impredecible y tenebrosa Fortuna.
FUNCIÓN METAFÍSICA EN EL LAZARILLO
La otra función del mito, según Campbell, era la metafísica, poco visible en "El Lazarillo" pero no por ello menos existente en estado de latencia. Según Campbell, para acceder a los misterios de la vida no bastan las palabras ni las imágenes, sino que su acceso hay que hacerlo a través de la participación en rituales míticos o contemplando símbolos míticos que remiten a un más allá. En "El Lazarillo" esto hay que irlo a buscar en los mismos orígenes de su incorporación al mundo. Pero más que los orígenes miserables de su nacimiento, que él nos recuerda: "estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nascido en el río", o en la vileza de sus progenitores (un molinero culpado de hurtar a su clientela y una madre que, viuda, termina amancebándose con un negro), la incorporación de Lázaro al mundo viene de la mano del primer amo al que sirve: el ciego. Es con el ciego con el que Lázaro de Tormes accede al mundo y va "abriendo el ojo", es el ciego su mentor, hasta tal punto que, a pesar de todas sus desavenencias y travesuras, lo recordará con el tiempo como algo más que un amo al que sirvió: "Y fue ansí, que, después de Dios, éste me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir". El ciego es su maestro iniciático, el que le enseña lo que es el mundo.
Lo primero que su maestro hace con Lázaro, nada más salir de Salamanca, es darle la primera lección práctica, su iniciación: llegados al toro de piedra del puente salmantino, el ciego le persuade a que arrime la oreja al verraco, diciéndole: "-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél". Y cuando Lázaro, dócil, ingenuo y tal vez curioso, hace lo que le manda el ciego, éste le estrella la cabeza contra la piedra: "que más de tres días me duró el dolor de la cornada". El ciego, para refrendar su magisterio, le dice: "Necio, aprende, que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo". Las peripecias que cuenta Lázaro en compañía del ciego vienen a ser todo un ciclo de aprendizaje de Lázaro, un aprendizaje que no se realiza a través de palabras, sino en un tira y afloja para burlar al amo que es poco espléndido en compartir con Lázaro las vituallas.
En lo metafísico tampoco puede dejar de referirse la peculiar religiosidad que muestra Lázaro. Lázaro reza y ruega a un Dios que le auxilie en sus vicisitudes. Cuando asienta con el clérigo de Maqueda, otro que a un tris está de matarlo de hambre, Lázaro entiende que en los mortuorios es cuando puede hincar el diente y "Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo, y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la Extremaunción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo". Lázaro pide a Dios la muerte de otros, para poder mantenerse él gracias al banquete fúnebre (en aquel entonces en España era costumbre). Lázaro no aspira a místicas, su Dios es el que le escucha y le saca de los atolladeros, por eso atribuye a Dios todas las invenciones que tiene para poder sisar del arca de su dueño cicatero, el clérigo.
En este capítulo también podríamos hablar del anticlericalismo que aflora en "El Lazarillo"; no hay que olvidar que su autor forma parte del erasmismo español, alineándose en la línea de Cristóbal Villalón, por ejemplo, que en su obra "El Crótalon" tampoco sofoca sus ardores anticlericales. El clero es presentado como avariento y poco ejemplar en virtudes: si el clérigo de Maqueda cela por su arca, descuidándose del bienestar de su sirviente, el fraile de la Merced que encontrará Lázaro en Toledo es presentado como "gran enemigo del coro" (esto es, poco contemplativo), hombre mundano, amigo de visitar casas para golosinear y ser mantenido y hasta se insinúan tratos carnales con las mismas vecinas de Lázaro que son las que se lo encomiendan al fraile, aunque el colmo de la falsedad religiosa lo constituye el bulero bajo el que Lázaro servirá y que nos muestra todo el cinismo de aquellos que toman el nombre de Dios en vano y que, para vender sus bulas a una feligresía reacia a comprarlas en un pueblo de La Sagra, realiza un montaje en connivencia con el alguacil. Lazarillo nos desvela los artificios de que se sirven aquellos que viven de la religión, a costa de la credulidad de las gentes, sin que parezca que a sus principales representantes les importe un bledo la religión. Por último, tenemos la figura del arcipreste de San Salvador que le amaña el casorio a Lázaro, para asentar a su barragana con el conformista Lázaro que aquí muestra haberse convertido en un cínico rematado que, aunque sospechando de su cornudez, no tiene empacho en consentirla. La obra rezuma un anticlericalismo, tal vez menos virulento que el de Villalón en "El Crótalon", pero no por ello menos contundente.
FUNCIONES SOCIOLÓGICA Y PSICOLÓGICA EN EL LAZARILLO
El mensaje que se transmite, en lo que atañe a la función sociológica de "El Lazarillo", es el de la resignación a un orden social en el que apenas puede medrar un hombre si no es a costa de su dignidad. Lázaro pasa todas las peripecias del hambre con sus sucesivos amos, se las industria para sobrevivir y termina contento consigo mismo, en lo que él considera su cumbre personal y social, cuando es nombrado pregonero. Y aquí es menester tener en cuenta que este oficio, aunque no estaba mal pagado, era contemplado como uno de los más viles de la época. Nos hemos preguntado la razón por la que este oficio era tan denigrado, sabemos que incluso había cofradías en las que se impedía la entrada a los pregoneros. Y hemos encontrado una posible explicación por vía indirecta. En sus relatos, Juan de Villagutierre Sotomayor (Abogado de los Reales Consejos y Relator del Consejo de Indias a finales del XVII y principios del XVIII), cuenta sobre los indígenas mejicanos que: "Cuando habían de ir a caza echaban bandos y lo pregonaban días continuos, y pasados salían a la caza, y el pregonero era la segunda persona de más autoridad de el pueblo después del Mandón, y no era, ni es tenido por oficio vil entre ellos, porque no pregona como hombre común que dice razón ajena, sino como persona que manda, trae a la memoria o advierte aquellas cosas que está obligada hacer, o a guardar la república" (citado en "Exploradores y conquistadores de Indias: relatos geográficos" de D. Juan Dantin Cereceda). Parece que, como dice Villagutierre, el pregonero era "hombre común que decía razón ajena", por eso resultaba uno de los oficios más vilipendiados en una España austera, pues eso de "decir razón ajena" era considerado infamante. De haber seguido vigente esta consideración, la publicidad (hoy rama de la técnica dominante) no hubiera granjeado muchos éxitos.
En lo psicológico, Lázaro se muestra satisfecho con su suerte, desde que entró como aguador (otro oficio vil) bajo un capellán empezó su suerte a enderezarse, hasta verse encumbrado a pregonero: "consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto": esto, dicho al principio de la novela, no adquiere su sentido real hasta terminada la novela, cuando se ve que el "buen puerto" era haber acabado como pregonero y cornudo consentido, tapadera de un arcipreste abarraganado.
EL EFECTO DE EL LAZARILLO EN LA CONCIENCIA ESPAÑOLA
A menudo se enfatiza la picaresca española, incluso fenómenos que poco tienen que ver con ella se achacan a esa especie de condición asumida por una gran parte de españoles, con la cual parece excusarse toda corrupción política o de cualquier otro orden. Se ha formado acríticamente toda una conciencia nacional sobre la base de que los españoles estamos determinados a ser pícaros, a ser corruptos. Esa idea se resumiría en eso que por ahí se oye tantas veces: "Somos el país del Lazarillo, del Buscón... Un país de pícaros". Y las cosas no son así de simples, además de que aceptando esto nos condenamos a perpetuar las lacras que sufrimos sin permitirnos ni la rebeldía contra ellas.
En otros países europeos también podemos encontrar el género de la picaresca: Tom Jones (de Fielding) o Moll Flanders (de Defoe) en la literatura inglesa; Till Eulenspiegel en la literatura alemana; o, por último, en la Francia del siglo XX, tenemos el "Viaje al final de la noche" de Louis Ferdinand Céline, obra de la que escribió nuestro Eugenio d'Ors: "Considero como el más reciente producto de la Picaresca, en sus notas más clásicas, la novela "Voyage au bout de la nuit", del escritor Céline".
Más que la exaltación de la corrupción, el hurto y la supervivencia de los pobres, en "El Lazarillo" hallamos un mensaje de profundo pesimismo. Que podría resumirse en estas líneas de abajo:
El mundo ha sido creado por Dios, pero Dios permanece lejano, diríase que ajeno a su creación, por lo que se han adueñado del mundo unas misteriosas fuerzas, como la Fortuna, contra las cuales puede lucharse, pero dejando en el camino cualquier escrúpulo moral, pues el estómago vacío no entiende de metafísicas ni morales. La misma religión es un artificio de sus representantes que, en vez de ser coherentes con lo que predican, viven de ella y no están dispuestos a compartir, siendo sus beneficiarios lucrativos. A fuerza de empujones y cesiones se puede llegar a disfrutar al menos de lo imprescindible para vivir y en ello consiste todo, por lo que alcanzándolo cualquiera puede darse por satisfecho y compararse con el más noble.
Lázaro se considera un discípulo aprovechado de su maestro el ciego, al que a lo largo de toda la novela recuerda y agradece sus enseñanzas prácticas.
"El Lazarillo" no es ni mucho menos una apología de la corrupción, pero sí que da carta de naturaleza a la conformidad material, pues este conformismo está puesto por encima de cualquier otro valor. Es ahí donde reside el nefasto efecto que "El Lazarillo" ejerce sobre la conciencia nacional. Se trata de un efecto paralizador, pues uno puede echarse a descansar mientras tenga lo necesario. El Lazarillo de Tormes no es un político (le trae sin cuidado la cosa pública) y los clérigos codiciosos, avarientos, crapulosos, los buleros mendaces no son hoy el clero, sino que mejor estarían representados en ese aparato de políticos democráticos que sufrimos hoy, con sus burócratas agradecidos, pero el Lazarillo no es el político que hogaño, instalado en una red clientelar del signo político que se quiera (es lo de menos), perpetra sus latrocinios: el Lazarillo es el ciudadano que se jacta de vivir en democracia y haber llegado a tener éxito por tener un empleo, es el conformista que no moverá un dedo por cambiar las cosas que él se piensa que no le afectan y sí que le afectan.
Y es que el punto débil de todo español contrariado siempre ha sido aquello de: "Ande yo caliente y ríase la gente". En la España que conquistaba mundos en el espacio (he ahí la empresa americana de conquista, población y evangelización de América), en la España que conquistaba secretamente mundos espirituales (nuestros místicos), convivía Lázaro González Pérez, el de Tejares, más afamado por su nombre Lázaro de Tormes: de mozo de ciego pasó por muchos amos, en todos no halló nada más que avaricia y hambre, honra que no daba de comer y cuernos, pero se pensó haber logrado el "buen puerto", el éxito en la vida: vivir, aunque fuese sin dignidad.
Ese, ese es el efecto más nocivo de "El Lazarillo", hoy triunfante en España. No "triunfan" hoy los Lázaros por darse al latrocinio, pues el Lázaro no es un político (vuelvo a repetir), sino que "triunfan" los Lázaros por ser millones los españoles que se dan por contentos, comiendo su pan de cada día y viendo el fútbol, mientras los "arciprestes" de la política les ponen los cuernos.
FUNCIONALIDADES DEL MITO Y DEL ANTIMITO
El mitólogo estadounidense Joseph Campbell (1904-1987) dejó fijadas en su obra "The Masks of God: Creative Mythology" las cuatro funciones que cumplía un mito: 1) Metafísica. 2) Cosmológica. 3) Sociológica y 4) Psicológica. La forma de todo relato mítico -pensaba Campbell- tiene una estructura que hace recorrer al "héroe" una serie de etapas que, desde la vocación a la aventura, atraviesan las vicisitudes por las que pasa el aventurero (ayudado sobrenaturalmente), la consecución de la meta y el retorno.
En "El Lazarillo" podríamos hallar elementos relativos a las cuatro funciones apuntadas por Campbell: metafísicos, cosmológicos, sociológicos y psicológicos. Su fuerte parece estar en las funcionalidades sociológica y psicológica, por ser las más evidentes, pero no deja de mostrar elementos que -mucho menos visibles para el profano- conciernen a la función metafísica y a la cosmológica. Pero, no se nos olvide, al ser -como postulo- un anti-mito "El Lazarillo" muestra todas sus cuatro funciones invertidas. Y esto será, como trataré de hacer patente, nefasto para la auto-percepción de la conciencia nacional española y, como no podría ser menos, repercute asimismo sobre la imagen que de sí tiene el español que se deja penetrar de esta concepción invertida del ser, del mundo, de la sociedad y de sí mismo, anulando el "deber-ser" en aras de un cómodo y resignado: "así son las cosas".
De todo lo dicho hasta ahora, creo que urge dar razones de lo menos evidente en "El Lazarillo": su función cosmológica y metafísica.
FUNCIÓN COSMOLÓGICA EN EL LAZARILLO
Empecemos por la función cosmológica: ¿qué nos dice del mundo "El Lazarillo"? En nuestro anti-mito nacional se percibe a primera vista las creencias vigentes deudoras de la popularización de los dogmas cristianos: Dios ha creado el mundo, p. ej. pero... ¿cómo se explica, entonces, la miseria que sufren los pobres? Es aquí cuando se recurre a una explicación mágica (digámoslo así), mágica más que religiosa. Cuando el escudero del "Tractado Tercero" quiere disculparse ante Lázaro de Tormes por el hambre y las privaciones por las que atraviesan amo y criado, el escudero dice: "..te digo que después que en esta casa entré, nunca bien me ha ido. Debe ser de mal suelo, que hay casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan la desdicha." Por segunda vez se refiere el escudero a las misteriosas influencias nefastas de la casa en que viven: "Malo está de ver, que la desdicha desta vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste, obscura". Según esta explicación, habría que presumir por lo tanto que en el mundo existirían fuerzas incontroladas que afectan a la "dicha" de las personas, sin que estas sean capaces de pertrecharse ni defenderse de ellas. Pero si ésta es explicación que ofrece un personaje secundario, Lázaro no queda al margen de estas supersticiones; puede verse ello en las veces que alude a su mala fortuna, a su falta de estrella, "desastrado" se llama a sí mismo (más arriba lo hemos dicho): "Mas ¿qué me aprovecha, si está constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra?". En un mundo de carestías y hambre, cuando todo depende de nutrirse, pareciera que el Creador se hubiera desentendido de su creación, por lo que todos los reveses caben ser atribuidos a una fuerza ajena al esfuerzo y los méritos de cada cual: la inconstante, impredecible y tenebrosa Fortuna.
FUNCIÓN METAFÍSICA EN EL LAZARILLO
La otra función del mito, según Campbell, era la metafísica, poco visible en "El Lazarillo" pero no por ello menos existente en estado de latencia. Según Campbell, para acceder a los misterios de la vida no bastan las palabras ni las imágenes, sino que su acceso hay que hacerlo a través de la participación en rituales míticos o contemplando símbolos míticos que remiten a un más allá. En "El Lazarillo" esto hay que irlo a buscar en los mismos orígenes de su incorporación al mundo. Pero más que los orígenes miserables de su nacimiento, que él nos recuerda: "estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nascido en el río", o en la vileza de sus progenitores (un molinero culpado de hurtar a su clientela y una madre que, viuda, termina amancebándose con un negro), la incorporación de Lázaro al mundo viene de la mano del primer amo al que sirve: el ciego. Es con el ciego con el que Lázaro de Tormes accede al mundo y va "abriendo el ojo", es el ciego su mentor, hasta tal punto que, a pesar de todas sus desavenencias y travesuras, lo recordará con el tiempo como algo más que un amo al que sirvió: "Y fue ansí, que, después de Dios, éste me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir". El ciego es su maestro iniciático, el que le enseña lo que es el mundo.
Lo primero que su maestro hace con Lázaro, nada más salir de Salamanca, es darle la primera lección práctica, su iniciación: llegados al toro de piedra del puente salmantino, el ciego le persuade a que arrime la oreja al verraco, diciéndole: "-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél". Y cuando Lázaro, dócil, ingenuo y tal vez curioso, hace lo que le manda el ciego, éste le estrella la cabeza contra la piedra: "que más de tres días me duró el dolor de la cornada". El ciego, para refrendar su magisterio, le dice: "Necio, aprende, que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo". Las peripecias que cuenta Lázaro en compañía del ciego vienen a ser todo un ciclo de aprendizaje de Lázaro, un aprendizaje que no se realiza a través de palabras, sino en un tira y afloja para burlar al amo que es poco espléndido en compartir con Lázaro las vituallas.
En lo metafísico tampoco puede dejar de referirse la peculiar religiosidad que muestra Lázaro. Lázaro reza y ruega a un Dios que le auxilie en sus vicisitudes. Cuando asienta con el clérigo de Maqueda, otro que a un tris está de matarlo de hambre, Lázaro entiende que en los mortuorios es cuando puede hincar el diente y "Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo, y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la Extremaunción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo". Lázaro pide a Dios la muerte de otros, para poder mantenerse él gracias al banquete fúnebre (en aquel entonces en España era costumbre). Lázaro no aspira a místicas, su Dios es el que le escucha y le saca de los atolladeros, por eso atribuye a Dios todas las invenciones que tiene para poder sisar del arca de su dueño cicatero, el clérigo.
En este capítulo también podríamos hablar del anticlericalismo que aflora en "El Lazarillo"; no hay que olvidar que su autor forma parte del erasmismo español, alineándose en la línea de Cristóbal Villalón, por ejemplo, que en su obra "El Crótalon" tampoco sofoca sus ardores anticlericales. El clero es presentado como avariento y poco ejemplar en virtudes: si el clérigo de Maqueda cela por su arca, descuidándose del bienestar de su sirviente, el fraile de la Merced que encontrará Lázaro en Toledo es presentado como "gran enemigo del coro" (esto es, poco contemplativo), hombre mundano, amigo de visitar casas para golosinear y ser mantenido y hasta se insinúan tratos carnales con las mismas vecinas de Lázaro que son las que se lo encomiendan al fraile, aunque el colmo de la falsedad religiosa lo constituye el bulero bajo el que Lázaro servirá y que nos muestra todo el cinismo de aquellos que toman el nombre de Dios en vano y que, para vender sus bulas a una feligresía reacia a comprarlas en un pueblo de La Sagra, realiza un montaje en connivencia con el alguacil. Lazarillo nos desvela los artificios de que se sirven aquellos que viven de la religión, a costa de la credulidad de las gentes, sin que parezca que a sus principales representantes les importe un bledo la religión. Por último, tenemos la figura del arcipreste de San Salvador que le amaña el casorio a Lázaro, para asentar a su barragana con el conformista Lázaro que aquí muestra haberse convertido en un cínico rematado que, aunque sospechando de su cornudez, no tiene empacho en consentirla. La obra rezuma un anticlericalismo, tal vez menos virulento que el de Villalón en "El Crótalon", pero no por ello menos contundente.
FUNCIONES SOCIOLÓGICA Y PSICOLÓGICA EN EL LAZARILLO
El mensaje que se transmite, en lo que atañe a la función sociológica de "El Lazarillo", es el de la resignación a un orden social en el que apenas puede medrar un hombre si no es a costa de su dignidad. Lázaro pasa todas las peripecias del hambre con sus sucesivos amos, se las industria para sobrevivir y termina contento consigo mismo, en lo que él considera su cumbre personal y social, cuando es nombrado pregonero. Y aquí es menester tener en cuenta que este oficio, aunque no estaba mal pagado, era contemplado como uno de los más viles de la época. Nos hemos preguntado la razón por la que este oficio era tan denigrado, sabemos que incluso había cofradías en las que se impedía la entrada a los pregoneros. Y hemos encontrado una posible explicación por vía indirecta. En sus relatos, Juan de Villagutierre Sotomayor (Abogado de los Reales Consejos y Relator del Consejo de Indias a finales del XVII y principios del XVIII), cuenta sobre los indígenas mejicanos que: "Cuando habían de ir a caza echaban bandos y lo pregonaban días continuos, y pasados salían a la caza, y el pregonero era la segunda persona de más autoridad de el pueblo después del Mandón, y no era, ni es tenido por oficio vil entre ellos, porque no pregona como hombre común que dice razón ajena, sino como persona que manda, trae a la memoria o advierte aquellas cosas que está obligada hacer, o a guardar la república" (citado en "Exploradores y conquistadores de Indias: relatos geográficos" de D. Juan Dantin Cereceda). Parece que, como dice Villagutierre, el pregonero era "hombre común que decía razón ajena", por eso resultaba uno de los oficios más vilipendiados en una España austera, pues eso de "decir razón ajena" era considerado infamante. De haber seguido vigente esta consideración, la publicidad (hoy rama de la técnica dominante) no hubiera granjeado muchos éxitos.
En lo psicológico, Lázaro se muestra satisfecho con su suerte, desde que entró como aguador (otro oficio vil) bajo un capellán empezó su suerte a enderezarse, hasta verse encumbrado a pregonero: "consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto": esto, dicho al principio de la novela, no adquiere su sentido real hasta terminada la novela, cuando se ve que el "buen puerto" era haber acabado como pregonero y cornudo consentido, tapadera de un arcipreste abarraganado.
EL EFECTO DE EL LAZARILLO EN LA CONCIENCIA ESPAÑOLA
A menudo se enfatiza la picaresca española, incluso fenómenos que poco tienen que ver con ella se achacan a esa especie de condición asumida por una gran parte de españoles, con la cual parece excusarse toda corrupción política o de cualquier otro orden. Se ha formado acríticamente toda una conciencia nacional sobre la base de que los españoles estamos determinados a ser pícaros, a ser corruptos. Esa idea se resumiría en eso que por ahí se oye tantas veces: "Somos el país del Lazarillo, del Buscón... Un país de pícaros". Y las cosas no son así de simples, además de que aceptando esto nos condenamos a perpetuar las lacras que sufrimos sin permitirnos ni la rebeldía contra ellas.
En otros países europeos también podemos encontrar el género de la picaresca: Tom Jones (de Fielding) o Moll Flanders (de Defoe) en la literatura inglesa; Till Eulenspiegel en la literatura alemana; o, por último, en la Francia del siglo XX, tenemos el "Viaje al final de la noche" de Louis Ferdinand Céline, obra de la que escribió nuestro Eugenio d'Ors: "Considero como el más reciente producto de la Picaresca, en sus notas más clásicas, la novela "Voyage au bout de la nuit", del escritor Céline".
Más que la exaltación de la corrupción, el hurto y la supervivencia de los pobres, en "El Lazarillo" hallamos un mensaje de profundo pesimismo. Que podría resumirse en estas líneas de abajo:
El mundo ha sido creado por Dios, pero Dios permanece lejano, diríase que ajeno a su creación, por lo que se han adueñado del mundo unas misteriosas fuerzas, como la Fortuna, contra las cuales puede lucharse, pero dejando en el camino cualquier escrúpulo moral, pues el estómago vacío no entiende de metafísicas ni morales. La misma religión es un artificio de sus representantes que, en vez de ser coherentes con lo que predican, viven de ella y no están dispuestos a compartir, siendo sus beneficiarios lucrativos. A fuerza de empujones y cesiones se puede llegar a disfrutar al menos de lo imprescindible para vivir y en ello consiste todo, por lo que alcanzándolo cualquiera puede darse por satisfecho y compararse con el más noble.
Lázaro se considera un discípulo aprovechado de su maestro el ciego, al que a lo largo de toda la novela recuerda y agradece sus enseñanzas prácticas.
"El Lazarillo" no es ni mucho menos una apología de la corrupción, pero sí que da carta de naturaleza a la conformidad material, pues este conformismo está puesto por encima de cualquier otro valor. Es ahí donde reside el nefasto efecto que "El Lazarillo" ejerce sobre la conciencia nacional. Se trata de un efecto paralizador, pues uno puede echarse a descansar mientras tenga lo necesario. El Lazarillo de Tormes no es un político (le trae sin cuidado la cosa pública) y los clérigos codiciosos, avarientos, crapulosos, los buleros mendaces no son hoy el clero, sino que mejor estarían representados en ese aparato de políticos democráticos que sufrimos hoy, con sus burócratas agradecidos, pero el Lazarillo no es el político que hogaño, instalado en una red clientelar del signo político que se quiera (es lo de menos), perpetra sus latrocinios: el Lazarillo es el ciudadano que se jacta de vivir en democracia y haber llegado a tener éxito por tener un empleo, es el conformista que no moverá un dedo por cambiar las cosas que él se piensa que no le afectan y sí que le afectan.
Y es que el punto débil de todo español contrariado siempre ha sido aquello de: "Ande yo caliente y ríase la gente". En la España que conquistaba mundos en el espacio (he ahí la empresa americana de conquista, población y evangelización de América), en la España que conquistaba secretamente mundos espirituales (nuestros místicos), convivía Lázaro González Pérez, el de Tejares, más afamado por su nombre Lázaro de Tormes: de mozo de ciego pasó por muchos amos, en todos no halló nada más que avaricia y hambre, honra que no daba de comer y cuernos, pero se pensó haber logrado el "buen puerto", el éxito en la vida: vivir, aunque fuese sin dignidad.
Ese, ese es el efecto más nocivo de "El Lazarillo", hoy triunfante en España. No "triunfan" hoy los Lázaros por darse al latrocinio, pues el Lázaro no es un político (vuelvo a repetir), sino que "triunfan" los Lázaros por ser millones los españoles que se dan por contentos, comiendo su pan de cada día y viendo el fútbol, mientras los "arciprestes" de la política les ponen los cuernos.